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ll0 ov¡Dro LAs MEtauonrosrs lll


reina y la espoaa y ha6ta Ia hermaúa del rey de los dioees' uu muslo de su divino padre. Iro, tía del niño, lo eutregó
No, no me conmoverá el que eeté embarazada, ya quen por el en secretof para que lo edueaaen, a las ninfa¡ Niseiilas (10).
contrario, esto constituye mi afrenta. No, no pari¡á hijo del
ilueño del reyo, porque o ilejo yo de ger hija do §atu¡nor o
aerá el miemo Júpiter el que la precipito al fondo del Tár'
taro (8).» Apenas dichas estas palabras, la iliosa desciende de [v Lil.) Argumento. Diaputan Júpiter y Juno acerca de cuáI
§u trono, se coloca en una nube y descieude hasta el palacio de de loe do¡ 6oxos goza más en el momento del amor. E¡
Semele (9). Antes de ¡alir ile la nube que la ocultabs' tomó llamado, como juez, Tiresiaa, que babía sido honüre y
la apariencia de una vieja, cubrió su cabeza de cabellos blan' mujer; éate, por haber deeairatlo a Juno, enceguec€.
cos y de arrugas su semblante, renqueé el paeo y caecó la voz, Júpiter, no podiéntlole devolver la vista, le otorga el don
pasanilo aaí por Béroe, no«lriza de Semele. Luego de haber de Ia profecía. El primero en quien 8e vieron ratifcado¡
EuE vaticinioa fue Narciso, que, por eetar enamorado ile
entretenialo, dura¡te baeta¡lte rato, a e§ta princesa, contrindole
cosa¡ diversas, 8acó, como al ileagaire, la convereación de eí miemo, deepreció a todae las mujerea y ee convirtió
en for. li ftt'Lct 5:L Y €:: c: {
Júpiter... «Debea pedirle -le aconsejé- gue si es el propio
dios de dioses, te dé pruobas indubitahlee ile ello. Por ejem'
Entre ianto que estos EuceBoB se deearrollaban, fatalmente,
plo : que venga a visitarte con la misma majestail e iiléntieo
en la Tierra, y que los ilíae del joven Baco rcguían ¡u dea.
esplendor con que visita a su esposa Juno.» La hija ile Catlmo,
tino, en el Olimpo, Júpiter y Juno, alogree por el ¡uténtico
pérsuadiila por e8t8s razones, en las que ella no potlia adivinar
néctar ilo loa diosea, dialogaban acerca de quiéuea rec¡ben máe
maligniilad alguna, pitlió a Júpiter una gracia, pero sin esie'
placer en el éxtagie carnal: si lae hembr¡E o loe varoi¡e¡. No
cificar cuáI. «Tú puetles pedirme - le conteetó el clios - la
que tú má8 deaees, en la aeguridail q¡re no quedarás ilefrau'
ae ponían de acuerdo, y decidieron 8ometerse al parecer del
sabio Tiresiaa (ll), gue había guatado del amor bajo Ioa ilor
daila.» «Deseo * precisó, entonce§, Semele - que cuanilo ven'
serroE, ¿Bajo loe doe eexos? SÍ, porgue caminauilo un día por
gas a visitarme Ie me aparezcas con la suprema majestail ile
uu borque vio doa eerpientea acopladaa; diolee con au ba¡tón
que estás revestido cuantlo te sienles mariilo cle la divina Juno.»
Júpiter quiso hacerla desistir de pretensión tan absurila, pero I... ioh, cosa aalmirableln se convirtió é1, aUi mismo, en mujer.
Siete años deepués, vio a las misma¡ aerpieutes aeopladae y
Semele ae marchó de su lado sin darle tiempo.
peusó: <<§i a quien os hiere dais contrario Eexo...» Volviélaa
Lleno de dolor y de tristeza, adivinando el deaeulace de a tocar coIr su baatón y quedó al punto traneformado en varón.
aquella funesta pretensión' suspirando profundamente, aubié Tal fue Ia higtoria de Tiresiaa, Este sabio juez, uombrado para
Júpiter al Olimpo y aparta lae nubee, la ll,uvia, los trueuos, lot dirimir la conlienda, se inclinó por la opinión ile Júpiter.
relárupagos y hasta su rayo. El quisiera tliaminuir la fuerza ile Desairada Juno, privóIe de la vista. Y como no era posible
sus lur¡rbres y ocultnr el poiler que fulminó a Tifón, el de la¡ que un dios ¡e opuaiera al castigo dado por otro, Júpiter, qu€.
cien mauos, poder forjarlo por loa Cíclopes; ocultarlo o die' rienilo recompeuEar a Tiresias, concedióle el ilon de la ailivina-
r¡rinuir ¡us efectos. Pero... ácómo un eimple mortal podría ción, rqrarando agi en parte el mal que la diosa le habia
resiatir roda esta fulminación? Y agí fue cómo, al abrezar a eu csusado.
amante, Semele guedó convertida en cenizas. Pronto ae hizo céIebre eI adivino cn toda la Beocia por la
Difícilmente pudo saearee de au vientre el feto aún con verilail de aus horóscopoe y la gravedail tle eus conaejoa. La
vida; y p¡ra qne ésta no terminase, tuvo que ser injertado en bella Liriope fue Ia prinrera que certi6có lo maravilloeo ile ¡ur
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respuertaE,//Elrío Cefrso, enamorailizo, la aprisionó un día en do él au¡e como yo amor se tleeeepere cono me desespero yo!-»
el laberinto de esee de aua aguaa y la violó reiteradamente" =ffir
¿\Omet¡t llórr dro8a Oe f .

Quedó embarazada Liriope,y @ cia


-, ercuchó ro ruego. En un valle oncantador había una
fuente do agua extremadamente clara, que jamás habia siilo
que deede el momento de nacer ya fue amailo por todaa he
ninfae. Se le llamó Narcioo (tZJ, §u madre acudió I liretiag enturbiada ni por el cieno ni por loa hocicoe de los ganadoa.
6ñ1o" lo adivinara el destino de eu hijo, preguntándole si A eoa fuente llegó Narciao, y habiéndose tumbado en el césped
viviría muchoe añoe. La reslluesta, frívola al parecerr fuo eeta: para beber, Cupiilo le clavó, por la erpalda, su flecha... Lo
«\rivirá mucho si él no ¡e vo a sí miemo». Pero el tiempo se primerq que vio Narciso .fue su propia imagen, reflejaila ñ
encargó de demósirar au tiuo con el modo de perder l¡ vida el limpio cristal, Inseneatamerte ereyó que aquel roatro her-
Narcieo y au pasión ineana. mosísimo que conlemplaba era ol ile un. ser realn ajeno a oí
Creció el hijo de Liriope cou tales graciaa ile efebo, que miamo. Si, él estaba enamorado de aquelloe ojog que relucían
mujeres y hombrea le peraeguian encalenturailoe por gozarle. como luceroa, de aguellas mejillaa imberbeso de aquel cuello
Inútilnente, A hombres y mujerea desdeñaba cor una ilecisión erbelto, de aquelloa cabellos dignoa de Apolo. -El objeto de su.
sorprendente. Er"tando de caza un ilian le aorprenilió la ninfa glnor era.., él mismo. ¡Y deseaba poeeerae! Pareció enloque'
Eco... Eco merece una digresión, Su alegría y parhnchineria omo una voz in'
ñiiurroo a Júpiter i eorprendiiloe €n adulterio por Junoo cae- terior lo reprochó : <tilnaenaatol ¿Cómo te has enamorado de
tigóla éata a que un v¡no fantasma? Tu pasión ee una quimera. Retírate de eea
iarí¡ sino las últimae sílaba¡ de qu fuonte y verás como la imagen desaparece. Y, sin elnbargo,
exprerar. Puea bien, v a Narciso contrgo ertán contigo ha venido, Be va contigo... iy no la
IiliTtu fue eiguientlo, pero siu que él ae iliera cuenta. Al fin poseeráa nunca ! ¡¡
decide acercáraele y exponerle con ardiente palabreria au pa. Alzó los brazos al cielo Narciso, Llorando. Mesándo¡e luego
sién. Pero,.. ¿cómo poilrá, ri tae palabras le faltan? Por fortuna, los cabelloa" Y grit6, hlasfemó casi: «Decidmeo selvas, voaotras
la ocaeión le fue propicia, Encontrániloae solo el mancebo, de¡ea que habréis sido testigoe de tanto¡ idilios apaaionatlos... ¿por
darse cuenta por dónile pueden camin¡r sus acompañantes, y qué el Amor es tan cruel para mí? Hace aiglos que.oxietís;
grita : «[Quién está aquí?» Eco repite laa últimas palabras: decidme: iviateis Dunca un amador obligado a aufrir deeignios
«...eatá aquí,» Maravillado gueda Narciso de.esta yoz dulcíeimq, más nrdos? Yo veo al objeto de mi pasión y no le puedo en'
ile quien no ve. Yuelve a gritar; «¿Dónde estás?)) Eco repite: contrEr. No me separan de él ni lo¡ mares enormes, ni lot
«...tle estás:¡. Narciso rernirao 6e pasma. «iPor qué me huyee?» ¡enderos inacceaiblee, ni la¡montañas, ni loe bosquee. El agua
Eco repite i «-.,me huyee». Y Narci¿o: «iJuniémonos!» Y Eeo: de una fr¡ntana me lo presenta coneunrido del miemo deseo
ri...juntérnonoa». Por fin ee encuentran, Eco abraza al yn desilu- quo a mí me consume, i0h, pasióu mia ! iQuienquiera que
sionado mancebo. Y éste dice terriblemente /río: «No pensarás seáis, aproximaos a mi c{)nro a vo8 me aproximo! iNi mi ju'
que yo te amo..,)) Y Eco repite, acongojaila: «-..yo te amo», ventuil ni mi belleza Bon causfls para vueEtro lemor! Yo dea'
<r i Permitan los iliosea soberanos grita él * que anter la deñé el amor de toihs las ninfae... No tengáia pora mí el miemo
- de¡dén, Pero... Zsi nre a¡náia, por qué os airvo ile burla? O¡
mnerte ure deshaga que tú goces ile ¡ui!» Y Eco: «.,.ique tú
goces de nrí!» tien4o mis lI¡zos y me teniléis los vEeetro.B' .Os actrco rui bfF
Euyó, implacable, Narciso. Y la jinfa, asi monospreciada, -r vuegtroB labiog se me ofleqell. iPor qué permsnecer má8
se refugió en lo más eolitario de los bosques. La consumia su úerupo en el error? Debe ser mi plopia imagen la que me
terrible pasién, Deliraba. Se enfur¿cía. T pensó: «¡Ojalá cuan. engaña. Me emo a mi
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vora. iQué será mejor: pedir o gue nre pidan? ¡Deadichado


ño" no puoilo separarme ile mi mismo! A mí me pueilen IV. Arguntento, Ponteo, incrédulo¡ deeprocia loa vaticinios
anar otros, pero yo no me pueilo amar... ¡áy! EI dolor » de Tiresias. NÁrranse ha orgíaa de Baco, el raro ¡uceso de
eomienza a desauimarme. Mie fuerzas diaminuyen. Yoy a morir los marineroe conyertialoE en poceB y ol derpedazamiento
en la flor de la edail. Maan no ha de aterrarmo la muerte libe' de Penteo por laa Bac¡ntee,
radora de todo¡ mis tormontog. Moriría triste 8i hubiera de
¡obrevivirme el objeto de mi pa¡ión. Pero bien entiendo gue L¡ hi¡toria que ahora va¡nos a contar es la gue hizo célebre
vamos ¡ perder dos almae una sola viala.» Dicho esto, tornó a TiroEiae en toila la Greci¡o dánilole un¡ extraorilinaria repu.
Narcieo á coütemplarse en la misma fuente. Y lloró, ebrio de tación. De Tire¡ias y aus admoaiciorea y augurioa se reía el
paeión, ante 8u propia imagen, Yolvió ¡ balbucir fraees entro, impio Peuteo (1a). «Si fueraa ciego como yo le dijo ol
-
cortados... ¿Quién? ¿Narciso? áSu imagen llorosa? «iPor qué adivino poilríae alabarte ile tu buo¡a Euerte, ya quo sin viata
-,
me huyes? Eepérame. Eroe la única pereona a quien yo adoro. no podríae agi¡tir a la¡ fiestae de Baco, que te rerán nef¡atas"
ñl placer de verte es el único que queda a tu desventurqdo Un día vendrá en el qua este dioe ro dará el caatigo merecido
amante.» porque te niegaa a adorarle. Te verás ilespedazado. Tu eangre
Poco a poco Narcieo fue tomando loa colores ffnísimos de manchará a lae peraonaa que te son máe queriilae. Y toilo ello
esas manzanaB, coloradas por un lado, blanquecinas y iloradas aerá garantía de mi predicción.» Penteo, aiu hacer caeo de eetas
por otro. El arilor le coneumia poco a poco. La metamorfosia palabrar, arrojó de su preaencia a Tiregias. El augurio iba a
duró escaaos minutos. Al cabo de ellos de Narciso no queilaba cumplirao, no obEtante, bieu pronto, Llegd Baco y loe campoa
¡ino una roaa bermoaísima, al borde de laa aguaa, que se ee eetremecieron con las deshoneatiiladea de hombres y muje.
seguía contemplando en el espejo ¡utiU¡imo. re¡. Todoa se impacientaban por presenciar loa mieterioe reli.
Todovía Be cuenta que §g¡gi¡p, antea de quedar traneforma. gioaor dol hijo de Semele y Júpiter. Indignatlo contra la mu.
do, puilo exclamar : «¡Objeto vanamente amailo... ailiós,.. t» .chedumbre necia, Ponteo gritó : «Deecendieuto¡ ilo Marto: ¿qué
Y Eco : «... iailióe!», cay6d6l6
Edo-eñlécuida
iadrorl)). cavendo en qessida slbre el cespeo.
regutda EoDre
sobre céspedo rota
césped, rora género de locura os poaee? ¿El estruendo de loe instrumento¡
de amolÍ. Laa Náyadea, oue hermanas, la lloraron amargamenld ile airo os hace perder la razó¡? Jamáe el ruido de las armas
mesániloee lae dorailas cabelleras. Las Dríaalas ilejaron rom. movidqs en lae batallas os conmovió tanto. No oa vencieron
peree €n el aire sus lamentaeione¡. Pues bien: a los llantoa y aguerridoa adveraarió¡.., [y ahora os dejáis humillar por hom-
a lag lamentaciones contestaba Eco.., cuyo cuerpo no ee pudo bre¡ afeminados! ¿Cómo es posible que tanto hayáia cambiado
encontrar. Y, sin embargo, por montet y valles, eu todas las desde gue trepabais, victorioeoeo por loa muros ile Tiro? Y vog-
partee del muuilo, aún responde Eco u lr, últi-ñ'liiif,"iE otros, juventuil magnifrcao que al igual gue yo, gozáis del
toda la patética humana. nromeDto más .bello de la vida; vorotros, a loe que más gue
loe tirso¡ (15) convieuen lae armas... ¡Acordaoa de quienet
fueron rrreetroa engendradores!, ¡tened la reguriilad que uo 8e
oe negará el coraje de aquel dragón que hizo perecer al mundo
y que perecié ál mismo por deferiler la cueva y la fuente iledi.
cada¡ a Marte ! ¡Combatid por mesms propia gloria ! ¡No ile.
jéis que vueetra vida ternine con la más vil de lae cl¡udica-
cionea! Porgue, ¿no resulta humillacién i¡concebible s€rvir ¡
un mancebo que se unge el cabello y ee rfeita y pule y viste de

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