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El antifascismo como arma de

contrainsurgencia
Argumentos contra la colaboración con el enemigo

En el anuncio que se hizo para esta presentación, aparece que soy un comu-
nista antiestatal de la región llamada Suiza. Suiza es una imagen perfecta
de un Estado montañoso en el centro de Europa. También es un importante
centro imperialista. Suiza es una bestia demoniaca que funciona como un
importante centro para el comercio internacional de materias primas. Tam-
bién está explotando una población migrante considerable en su territorio.
Muchos chilenos viven en Suiza. La principal exportación de Suiza es el oro
refinado y la sangre refinada. Se nota en su bandera una vez que la miras.

Es fácil explicar por qué la ideología del antifascismo sirve a los objetivos
de la contrainsurgencia en Suiza. El antifascismo en Suiza es una doctrina
de Estado en este país, desde la segunda guerra mundial. Ante la amenaza
de invasión por parte de la Alemania nazi, los partidos de derecha y libera-
les de Suiza formaron un gobierno de unidad con los socialdemócratas. Esta
unidad en el gobierno adoptó una doctrina para −lo que ellos llamaron− la
defensa espiritual de la nación. Y aunque esta unidad de partidos de derecha
e izquierda está en constante cambio de composición −aun así−, continua
hasta hoy gobernando el país sin ninguna oposición. Suiza es un Estado im-
perialista, corporativista y proteccionista, postfascista. Es un país en el que la
población nativa ha sido promovida para ser trabajadores del capital al man-
do de mano de obra migrante. Estos capataces, predominantemente suizos,
viven en condiciones relativamente seguras y bien remuneradas. Mientras
que la base material de este estilo de vida está siendo pagada por las masas
oprimidas del mundo.

Soy miembro de la Industrial Workers of the World-IWW (Trabajadores In-


dustriales del Mundo). Nuestros compañeros trabajadores1 sufrieron gra-
ves accidentes laborales en el taller de una planta bioquímica prácticamente
nueva, construida por la multinacional estadounidense Biogen en Suiza. Los
compañeros sufrieron quemaduras a causa de los productos químicos y la
maquinaria que debían limpiar durante su funcionamiento. Vi fotos de com-
pañeros que salían del turno sangrando por los oídos y la nariz. No se les
permitía ver al médico presente en las instalaciones. No se les permitía beber
agua de las fuentes de la empresa. Tenían que trabajar sin un fin de sema-
na libre garantizado, en turnos creo que, de 13 horas, con equipos pesados.
Cuando los compañeros ven a un suizo en el trabajo, se trata de un jefe. Tales
son las condiciones de trabajo en el país de los sueños de la derecha liberal
del mundo.

Sobre esta situación, la izquierda suiza está derramando su mala conciencia


mientras se compadece de nosotros, los inmigrantes. Argumentando que no-
sotros como clase debemos votar a tal o cual partido de lamebotas, para que
evitemos lo que ellos llaman fascismo o extrema derecha. Todo esto mientras
nuestros compañeros están ahora mismo en una lucha ante los tribunales en
la antigua ciudad suiza de Basilea. La ciudad donde se encuentran las sedes
centrales de empresas como Nestlé y Novartis. Debido a que un compañero
de trabajo contó a la prensa las condiciones de trabajo en la planta mientras
estaba en las instalaciones de la empresa, fue despedido. En Suiza está pro-
hibido por ley hablar al público en el lugar de trabajo. Una federación de
sindicatos de base, entre los que se encuentra la IWW, ha interpuesto una
demanda contra este despido. Los abogados contratados por la multinacio-
nal Biogen y sus subcontratistas (con oficinas aquí en Chile −a la vuelta de la
esquina−) contra la IWW, son descendientes de una vieja, blanca y patriota
familia de la clase dominante (los Burckhardt) de Basilea. Esta fina familia
burguesa remonta su dominio desde la época del Renacimiento europeo, en
1490. Y esto les quiero señalar: las campañas xenófobas y clasistas de la dere-
cha son una herramienta, no contra la inmigración en sí, sino para mantener-
nos desfavorecidos, no solo ante la ley, sino en la vida cotidiana. Después de
todo, nos quieren a los inmigrantes aquí, disciplinados y trabajando.

Este comportamiento antisocial en las filas de nuestra clase, esta autocom-


placencia narcisista, mientras, como especie humana, en este momento nos
enfrentamos cada vez más a la catástrofe de toda la sociedad, no es sólo una
1 Que pertenecen a la IWW. [N. de VHLV]
prerrogativa de la derecha. Se oye el mismo discurso en las filas de la iz-
quierda política y parlamentaria, cuando sus funcionarios nos instan a votar,
levantando el dedo como los pedagogos y buenos policías que son, advirtién-
donos a los trabajadores de la amenaza del fascismo y la dictadura, si prefe-
rimos no hacerlo. Quieren que votemos a un sistema que nos esclaviza y que
es, en definitiva, una pura forma sin contenido. Así que, por favor, discúlpen-
me, pero antes de responder a la pregunta sobre el antifascismo, tengo que
arrojar una luz y desarrollar algunos conceptos sobre nuestras democracias
postfascistas para que nos quede claro, qué se entiende por el concepto de an-
tifascismo hoy en día. Por favor, quédense conmigo. Y disculpen que lo diga,
pero dada la intensificación del trabajo en las metrópolis desde los años 70, la
gente debería tener mejores cosas que hacer que desperdiciar su pensamiento
en el funcionamiento de la democracia. Pero aquí estamos. Lo hacen. Ahora,
¿qué debemos, según nuestros amos, estar apoyando?

A primera vista, la democracia tiene mucho sentido. Parece ser buena para
nosotros y para nuestros intereses. Dentro de la democracia existe una obli-
gación ideal de atribuir el poder al pueblo. Sin embargo, al mismo tiempo
existe una pretensión real de la oligarquía de gobernar sobre el pueblo. Esto
lleva a una contradicción general. La contradicción existe entre la pretensión
individual de gobernar y el contenido de las sociedades modernas, que son
sociedades de masas basadas en la división del trabajo. Por lo tanto, en las
sociedades modernas todo Estado debe dar cuenta de las masas en su terri-
torio. Darles una expresión. Una Constitución hace precisamente eso. Para
una Constitución democrática burguesa, Karl Marx, a quien cito aquí, está
criticando una contradicción que las engloba. Escribe:

“Pero la contradicción de más envergadura de esta Constitución consiste en lo si-


guiente: mediante el sufragio universal, otorga la posesión del poder político a las
clases cuya esclavitud social debe eternizar: al proletariado, a los campesinos, a los
pequeñoburgueses. Y a la clase cuyo viejo poder social sanciona, a la burguesía, la
priva de las garantías políticas de este poder. Encierra su dominación política en el
marco de unas condiciones democráticas que en todo momento son un factor para
la victoria de las clases enemigas y ponen en peligro los fundamentos mismos de la
sociedad burguesa. Exige de los unos que no avancen, pasando de la emancipación
política a la social; y de los otros que no retrocedan, pasando de la restauración
social a la política”2 .
2 Marx, Karl (2015) Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850. Madrid: Fundación
Marx dice que, con una Constitución democrática y el sufragio universal, ya
no hay ninguna garantía política para la burguesía de que su poder social no
le será arrebatado repentinamente. Pero precisamente este retroceso del do-
minio político −la pérdida de su garantía política de dominio− es hasta ahora
el mayor triunfo de la burguesía. Porque los conflictos sociales se dirigen
ahora como conflictos políticos al Estado.

Con una Constitución existe, sin embargo, una ampliación formal de las liber-
tades civiles, pero el contenido de estas libertades es restringido. Porque para
las masas también puede existir la posibilidad de reclamar el poder político,
pero el poder político está separado del poder social. La extensión del poder
social de la clase significaría la politización de las relaciones de producción.
Pero en estas relaciones de producción es donde se asienta el poder social de
la burguesía. Por lo tanto, el Estado burgués simplemente no puede otorgar el
poder a las masas, está atado al propósito de asegurar la propiedad privada.

En la conciencia cotidiana, entonces, exactamente esta dependencia funcio-


nal −el propósito del Estado de asegurar la propiedad privada− desaparece,
se desvanece tras la apariencia del Estado como encarnación del principio
común y general de la soberanía popular. Y, por tanto, el Estado encarna el
bien común y, al conceder el acceso al gobierno político a los desposeídos,
transmite con éxito la conciencia de ciudadanía hasta los estratos más bajos
de la clase. En definitiva, una Constitución democrática es una performance
de integración −o de domesticación− por excelencia.

Al negar la realidad de los intereses de clase irreconciliables, en un Estado


democrático, el antagonismo entre el capital y el trabajo se mediatiza como
un mero sentimiento consumidor que reclama ser reconocido como tal o cual
identidad, mezclada dentro de un pluralismo de intereses que se orientan to-
dos en su conciencia social hacia la esfera de la distribución o las políticas dis-
tributivas del Estado. Exactamente este interclasismo es un resultado histó-
rico del fascismo −la versión uniforme y pluralista de los partidos populares
democráticos, y, sus sindicatos de izquierda y derecha, se encuentran como
una expresión progresiva de su predecesor histórico−, el partido de unidad
fascista y los sindicatos de unidad fascista. Es llamativo que instituciones so-
ciales como la del jardín infantil en Italia o la seguridad social en Alemania se
Federico Engels. [N. de VHLV]
valoren como logros sociales muy modernos de la nación democrática, mien-
tras que en realidad se aplicaban como políticas fascistas.

Para el partido popular constitucional de toda la vida, ya no hay conflicto, to-


das las identidades se vuelven correctas, todos se unen contra el enemigo del
pueblo, etc. La primera tarea histórica del fascismo fue disolver el proletaris-
mo sin tocar el capitalismo. El resultado del fascismo es el Estado autoritario
en su vertiente neoliberal post-fascista que tenemos hoy. Este Estado autori-
tario se basa en la voluntad de los privilegiados de hacer sacrificios mientras
la libertad y la prosperidad puedan ser protegidas.

Insisto en que lo que caracteriza a la democracia posfascista, o lo que consi-


guió el fascismo históricamente, lo que es nuevo, es ante todo la formación de
la sociedad en la línea de un compromiso interclasista. Y a pesar del aumento
del número de revueltas en todo el planeta, ninguno de los movimientos has-
ta la fecha, se acerca a cuestionar el poder social de la burguesía. Todos los
levantamientos han sido recuperados por formas políticas.

Pero la forma política es el límite de la emancipación.

Por poner un ejemplo reciente. En 2004, un ministro o algo así de la izquier-


da radical en el gobierno de la capital y del estado de Berlín vendió la mayor
parte del stock de viviendas sociales al mercado. De este modo −como se
afirmó− se salvó al Estado de la quiebra. Un objeto vendido en 2004 tenía un
valor contable de 405 millones, que hoy vale 7 billones.

Hoy, el mercado de la vivienda y con él, los conflictos sociales van en aumen-
to. Cito al grupo autónomo Los Amigos y Amigas de la Sociedad sin Clases
sobre la situación de la vivienda en Berlín, con su texto, “Ningún barco nos
vendrá a salvar”:

“Durante muchos años, los alquileres de la ciudad eran más bajos que en la mayo-
ría de los lugares alemanes, por no hablar de otras capitales europeas como Londres
o París. Sin embargo, en los últimos diez años, la población de Berlín ha crecido en
400.000 personas −más del diez por ciento− y el gobierno local prácticamente ha
dejado de construir viviendas asequibles. Esto ha llevado a que los alquileres au-
menten considerablemente: un cuarenta y dos por ciento (para nuevos arriendos)
desde 2016, más que en cualquier otro lugar del país. Y con una tasa de propiedad
de la vivienda de apenas el quince por ciento, este problema afecta a una enorme
parte de la población.

En este contexto, algunos activistas de izquierda iniciaron un referéndum sobre la


expropiación de los stocks de viviendas de las empresas en la ciudad. Con el nom-
bre de una de esas corporaciones inmobiliarias, la iniciativa ‘Expropiar Deutsche
Wohnen & Co.’ (EDW) consiguió primero un gran número de voluntarios para
recoger las 170.000 firmas necesarias y luego, en septiembre de 2021, ganó en las
urnas con un 56,4% de votos a favor.

[¡Pero!]

Incluso si la expropiación prevista fuera simplemente una venta forzosa, represen-


taría una intromisión en la sagrada libertad de propiedad. Por eso, el Senado ha
dicho en repetidas ocasiones que una medida así enviaría ‘una señal equivocada’.

Ahí está el problema de todo gobierno de izquierdas: también él debe cortejar al


capital, porque sin inversión no hay puestos de trabajo ni ingresos fiscales. Y ahí
está, por consiguiente, el meollo de la campaña: por mucho que tenga un tono
pragmático y ejerza experiencia presupuestaria, el paso que exige es uno que ni si-
quiera un Senado de izquierda es probable que tome. Algunos representantes de la
campaña son conscientes de las consecuencias previsibles de la expropiación, pero
no ven ningún problema en ello: ‘Si la agencia de calificación Moody’s amenaza a
Berlín con rebajar su calificación crediticia, nosotros decimos con nuestra campa-
ña: sí, aléjate. No los queremos aquí’. Ningún gobierno, por muy nominalmente
de izquierdas que sea, puede adoptar esa postura si todavía tiene medio cerebro de
derecha. Pero la campaña ha decidido depositar todas sus esperanzas en el gobier-
no. [Los Amigos y Amigas argumentan] Lo que sin duda asustaría a la clase tra-
bajadora realmente existente sería un hundimiento del referéndum. ‘Las victorias,
en cambio, inspiran y crean confianza’, escriben dos defensores de la campaña.
Pero este tipo de fracaso es inevitable. Al final, es probable que se produzca una
enorme desmoralización: el incansable esfuerzo de varios miles de activistas habrá
sido, con toda probabilidad, inútil. O bien el Senado diluye el asunto y se llega a un
compromiso que no ayuda a nadie, o bien, en contra de lo esperado, presenta una
ley para comprar 240.000 departamentos a bajo precio, en cuyo caso intervendrán
los tribunales. O, y esto sería un resultado aún más fatal políticamente, la ‘expro-
piación’ pasará, pero la ‘locura de renta’ continuará corriendo rampante”3 .

La única opción sana que nos queda es recuperar esta lucha política como
una lucha social revolucionaria contra el Estado. Porque al final −como ar-
gumentan Los Amigos y Amigas− ningún barco vendrá a salvarnos. Pero si
esto ocurre, si el proletariado rechaza la difusión política de su interés social
inmediato, una vez que la comuna de Berlín brote finalmente, la amenaza
del fascismo y de una guerra sangrienta sería segura. En cuanto a la clase
dominante, el Estado debe ser fuerte y la economía libre. Porque lo que la
burguesía teme, es la politización de su base social después de haber perdido
su garantía política para gobernar. El fascismo promete que, si la despolitiza-
ción de la sociedad y el estilo tecnocrático de gestión política son cuestiona-
dos por el proletariado, este objetivo puede ser alcanzado mediante el terror
organizado contra las masas. Pero gracias a la pasividad actual de las masas,
gracias a la eficacia de la propaganda electoral y constitucional, para la clase
dominante hoy en día, simplemente no hay necesidad todavía de organizar e
incurrir en el coste improductivo de un terror estatal extendido contra ellas.

Una dimensión de esta propaganda pro-capitalista y estatista es la ideología


del antifascismo como arma de contrainsurgencia. Bueno, hay una dimen-
sión del antifascismo, que infunde miedo en los corazones y las mentes de
aquellos pro-revolucionarios que decidieron que sería mejor para uno mismo
y para la humanidad dejar este paisaje infernal para una vida mejor. Nadie
sabe si la clase dominante prefiere evaporar el planeta antes que renunciar a
su poder. En este sentido, la “Acción Antifascista” tiene un vínculo muy di-
recto con la contrainsurgencia para aquellos que sostienen que la tarea de la
emancipación humana es imposible de lograr de todos modos. Pero para los
enemigos de una revolución mundial comunista la vida es un infierno y un
sufrimiento y quizás un infierno en el futuro. ¿Son masoquistas los que real-
mente creen que el capitalismo es capaz de reformar el mundo y convertirlo
en un lugar mejor? No. Lo que llama la atención es el hecho de que el evange-
lio del antifascismo sea predicado precisamente por aquellas personas que no
se escudan en él, que ellas mismas y como organizaciones abandonaron cual-
quier pensamiento riguroso sobre el mundo real en favor de la salvaguarda
de sus propios privilegios en sus comunidades cerradas, en las metrópolis, en
sus pequeños trabajos formales o retirados en las sedes del gobierno. Que el
3 Disponible en inglés en: https://brooklynrail.org/2022/03/field-notes/No-Ship-Will-Co-
me-to-Save-Us [N. de VHLV]
mundo se vaya al infierno.

Al mismo tiempo, los gobiernos progresistas parecen impotentes para dete-


ner el avasallamiento del Estado autoritario sobre lo que queda de nuestras
libertades civiles. En todo el planeta se promulgan políticas cada vez más
represivas con el argumento de proteger la Constitución. Por ejemplo, los
ciudadanos suizos votaron a favor de una ley, el año pasado, que faculta a
la policía para encarcelar a los niños y obligarlos a trabajar a voluntad, si se
atreven a hablar en público de derrocar al Estado.

Veo dos tendencias históricas en juego. En primer lugar, como he argumen-


tado, la burguesía se abstuvo de gobernar políticamente. La tendencia hacia
un Estado autoritario no sólo está impulsada por la manipulación de los que
tienen dinero y los capitalistas. Las contradicciones del capitalismo se inten-
sifican al pasar el tiempo y con ello la Constitución se interpreta cada vez más
como un instrumento de control. Se trata de un retroceso histórico o de un
deshacer el ideal de la democracia hacia la dictadura del capital en el terreno
de la Constitución.

En segundo lugar, históricamente, mientras las contradicciones del capitalis-


mo mundial se intensifican, citando a Walter Benjamin, la socialdemocracia
pensó que era conveniente asignar a la clase obrera el papel de redentora de
las generaciones futuras, cortando así los nervios de su mayor fuerza. Esta
formación hizo que la clase obrera olvidara tanto su odio como su espíritu
de sacrificio. El antifascismo es una ideología que es una pérdida de tiempo,
posponiendo la revolución a un día santo olvidado.

Gracias Johannes Agnoli4 .

Un comunista antiestatal de la región suiza

4 Fue un politólogo “marxista” germano-italiano. Señaló que el Estado es una agencia del
capitalismo, una organización que transforma los intereses estrechos de los capitalistas indivi-
duales en el interés de un capitalista universal ideal (el ideelle Gesamtkapitalist), que explica la
existencia de la explotación. [N. de VHLV]

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