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Destino

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Para otros usos de este término, véase Destino (desambiguación).
El destino (también llamado fatum, hado o sino) es el concepto por el cual una
persona cree que los eventos o las acciones están determinadas. El destino sería un
poder sobrenatural o plan que guía la vida humana y la de cualquier ser a un fin no
escogido. El destino es por lo tanto, el antónimo del libre albedrío .

Índice
1 Religión
2 Filosofía
3 Artes y literatura
4 Referencias
5 Enlaces externos
Religión
En las culturas occidentales y orientales, la mayoría de las religiones han creído
en formas de destino especialmente relacionadas con la predestinación, desde el tao
del confucianismo chino o el karma del hinduismo a la católica y bienhechora
Providencia o Gracia, que deja cierto margen a la libertad, o la férrea
predestinación del calvinismo.

Desde un punto de vista religioso, el destino es un plan creado por un dios, por lo
que no puede ser modificado de ninguna manera. Esto, por supuesto, exceptuando el
conocimiento judeocristiano que desde la Sagrada Escritura rechaza de plano la
existencia de una predestinación absoluta debido al libre albedrío, que, entre
otras cosas, hace al hombre ser a imagen y semejanza de un dios.

Los griegos llamaban al destino «ανανκη » (Ananké) y lo consideraban una fuerza


superior no solo a los hombres, sino incluso a los mismos dioses. Esta entidad, el
Hado (dios supremo), había establecido que, al igual que Kronos encadenó a su
padre, un hijo suyo lo haría con él. El destino era personificado por la diosa
Moira, rebautizada como Fatum en la mitología romana.

Filosofía
El destino se relacionaría con la teoría de la causalidad que afirma que, si «toda
acción conlleva una reacción, dos acciones iguales tendrán la misma reacción», a
menos que se combinen varias causas entre sí haciendo impredecible a nuestros ojos
el resultado.

Nada existe por azar al igual que nada se crea de la nada.1 Todo tiene una causa, y
si tiene una causa estaba predestinado a existir desde el momento en que la causa
surgió. Debido a que la inmensa cantidad de causas es impensablemente inmensa, nos
es imposible conocerlas todas y enlazarlas entre sí. Esto puede estar estrechamente
relacionado con un tejido, en el que cada uno de nosotros es una cerda que se
involucra con otras y al final esta se va entretejiendo para crear un propósito,
aquel propósito que ha completado y da por hecho la realización de una vida.

Alguna aparente consecuencia a tal posibilidad del destino sería, evidentemente, la


negación de la libertad humana. Pero tal cuestión presupone el problema de la
esencia humana resuelto. Si no se puede discernir alguna sustancia que distinga al
hombre del resto del universo entonces argumentar en torno a la libertad humana es
absurdo. Pero sí es posible discernir. Por ejemplo, no existe evidencia de que un
ser vivo, a diferencia del hombre, sea capaz de escribir y de leer sus códigos.
Esto permite la perpetuación de cualquier conocimiento. El lenguaje en sí no es
suficiente. No tiene potencial de ser reconocido por otras entidades inteligentes.
Imagínese un universo con un único elemento. Si se preguntase si tal elemento es
libre o no lo es sería una pregunta sin sentido pues no habría nada que pudiera, al
menos en principio, condicionar o limitar su libertad. Si a esto se le pretendiera
contraargumentar afirmando que es libre precisamente porque no hay algo que lo
condicione, entonces el "algo" representaría un elemento más al universo, lo que
traería como consecuencia estar tratando un universo de dos elementos, es decir, un
universo diferente. Tal "algo" no tiene posibilidad en un universo de un solo
elemento por el simple hecho de que ya no sería de una sola unidad. Entonces, para
indagar sobre libertad humana primero debe hacerse como mínimo una separación
auténtica y clara de al menos dos elementos en nuestro universo, en otras palabras,
hacer un criterio de demarcación entre el sujeto y el universo.

El sujeto en relación al universo, solamente, es perenne, puesto que no se


considera la vida, la cual surge del universo. Cualquiera puede encontrar en la
tabla periódica de los elementos la vida. Pero no se ha podido demostrar por
laboratorio. Es decir, no se ha podido crear vida. Entiéndase que la vida ya existe
antes que nosotros lo humanos, y que nos incorporamos a ella al nacer, debemos
supeditarnos a ella, no tratar de estar por encima. Es ilógico y contradictorio en
toda su extensión. Por tanto la vida nos explica, nosotros no. Aunarse a ella, a
sus principios, que pueden observarse en su comportamiento, es el fin. De ahí para
delante, el destino no está prescrito, no es concebible, es vivible.

Artes y literatura
El tema del destino en las artes y la literatura es muy amplio porque afecta a la
más íntima condición humana y los más diversos aspectos de la experiencia. Muchas
leyendas y cuentos griegos enseñan la inutilidad de afrontar un destino inevitable
que se ha predicho correctamente mediante oráculos, augurios, vaticinios o
profecías. En la fábula grecolatina clásica subyace el principio de que es
imposible cambiar la naturaleza de una persona, como tampoco es posible la de un
animal o la de una fuerza natural, y por lo tanto el destino está prefijado desde
el nacimiento: el orden social es tan irreversible como el natural. Este concepto
es especialmente relevante en la tragedia griega, en que el personaje principal o
héroe se levanta contra los dioses o contra la sociedad incurriendo en un defecto
de carácter o pasión (la palabra "pathos" o pasión significaba también enfermedad
para los griegos) denominado hybris (en griego antiguo ὕϐρις u orgullo impío contra
los dioses o las normas sociales) y es castigado con el fin habitual de toda
tragedia: muerte o locura. Igualmente sucede en la tradición hindú. En la novela
picaresca española el antihéroe, siempre desafortunado, es desairado continuamente
en sus pretensiones de subir de condición social, perpetuando así el modelo de la
sociedad estamental de origen medieval. Aunque en el siglo XIX, con el desarrollo
de la burguesía o mesocracia, de naturaleza fundamentalmente interclasista, este
orden se subvierte, en el subsecuente Naturalismo del siglo XIX, el destino se
plasma a través de un férreo y materialista determinismo biológico, económico y
social en las novelas de tesis de Émile Zola, Thomas Hardy y Vicente Blasco Ibáñez,
entre otros.

En la Grecia clásica, uno de los temas principales de la obra Fedro de Platón es la


naturaleza.2 En la literatura española el destino es el tema principal del drama
romántico, y en especial del Don Álvaro o La fuerza del sino, del Duque de Rivas.

Oswald Spengler dedica vastos párrafos de La decadencia de Occidente a explicar la


idea de sino y el principio de causalidad. "En la idea del sino se revela el anhelo
cósmico que atormenta a un alma, su ansia de luz", señala Spengler

Referencias
Ferrater Mora, José. «Ex nihilo nihil fit». Diccionario de Filosofía. Ariel.
Garrido, Manuel (2013). «La filosofía platónica del amor». En Sacristán, Manuel;
García Bacca, David, eds. Los diálogos eróticos: Banquete y Fedro (Manuel Sacristán
y David García Bacca, trads.). Madrid: Tecnos. p. 11. ISBN 9788430958207.
Enlaces externos
Wikiquote alberga frases célebres de o sobre Destino.
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