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La década de los ’60 y la música de difusión masiva: la Nueva Ola chilena como
sistema cultural.
1. Generalidades.
La historia musical de los años ’60 en Chile pasa por un fenómeno de gran
importancia: la Nueva Ola. Este constituye uno de los momentos más ricos en
consecuencias para la música popular o de difusión masiva, generando el primer
sistema productivo complejo en la industria cultural y discográfica nacional,
con una red de personas, funciones, dispositivos y medios comunicacionales,
destinados al diseño, producción y distribución de un producto musical standard:
el “hit” disquero.
El sistema se artícula con muchos elementos : la trasmisión radial
especializada, el discjockey, el ranking, el fans-club, las revistas
especializadas –como “El Musiquero” o “Revista Ritmo”-, el sello discográfico
nacional, el director artístico, las “Majors” –Odeón o RCA- que manufacturan el
fonograma, el estudio de grabación, con toda su tecnología y especialistas, el
formato disquero del LP, el microsurco y el single a 45 rpm., los shows en los
auditorios de las radios y las giras nacionales, los artistas y sus
representantes, arregladores y orquestadores, peluqueros y sastres, en fin, toda
una cadena que asegura un producto final “vendible”, con una cierta homogeneidad
que proporcione al consumidor lo que éste espera: una novedad relativa que no
altere las costumbres ni traicione los estereotipos, que le sirva para connotar
sus espacios de identificación personal y grupal, para fijar y recordar sus
momentos de emotividad.
El movimiento de la Nueva Ola, que inicia sus actividades en torno a los últimos
años de la década de los ’50, tiene un crecimiento paralelo al de la industria
discográfica, con sus principales innovaciones: el disco de microsurco, el Long
Play o larga duración a 33 rpm, el single o disco de 45 rpm, la cinta
magnetofónica y el grabador de carrete, el uso de los transistores, el
desarrollo de la TV como medio de difusión masiva de música (Chanan, 1995, pp.
23-37).
También tiene un paralelo con transformaciones en la estructura socio-cultural
de nuestro país.Precisamente en las décadas de los ’50 y ’60 se vivirá en Chile
la concentración de la población en áreas urbanas, un proceso de
industrialización que, ya iniciado en los ’40, tendrá su máxima expresión en la
creación de nuevos sectores sociales, nuevos niveles de ingreso familiar, la
integración de las mujeres a los procesos productivos, el surgimiento del tema
juvenil como fuente de nuevas preocupaciones y conflictos Estas grandes
transformaciones sociales, tecnológicas y culturales crearán las condiciones
para el surgimiento de un movimiento cultural y musical con las características
del llamado “Movimiento de la Nueva Ola” (Brunner y Catalán, 1985, pp.42-50).
Si todo ello es cierto para productos simples y muy ingenuos, como los arriba
nombrados, lo es tanto más para algunos de ellos, que a nuestro juicio pueden
ser consideradas como verdaderas joyitas de síntesis y eficiencia
músico-emotiva, como es el caso de “Canción a Magdalena”, sólo por citar un
ejemplo. Productos musicales que son ciertamente menos complejos de una obra de
música de arte, pero no de inferior calidad cultural, allí donde la simpleza no
puede ser confundida con la facilidad. Por su eficiente alquimía entre una
estructura simple, de recursos primarios, con una capacidad para connotar
afectivamente el guión de nuestras vidas, de constituirse en espacios para una
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identificación emotiva de los oyentes, estas piezas se convierten en hitos
sonoros y musicales de nuestras pequeñas historias personales y grupales.. El
conocido musicólogo Phillip Tagg expone estas características tan peculiares de
la música popular o de difusión masiva cuando afirma que:
”La Música ha llegado a ser más o menos ubicua. Puede ser oída en la casa, en el
trabajo, en restoranes, automóviles, buses, barcos, aeroplanos, estaciones,
negocios, incluso en los baños públicos. Explicar la naturaleza, calidades y
usos de esta música omnipresente es un objetivo multidisciplinario, que
comprende desde estudios económicos a la teología, desde la electrónica y la
acústica a la semiótica y la lingüística, sin dejar de lado la sociología, la
antropología, la psicología y la musicología” (Tagg, 1987, p.280)
Para poder entender la importancia de estos fenómenos musicales de “baja
cultura” en la sociedad chilena, en la reproducción y comunicación de los
chilenos, es necesario encuadrarlos en un modelo que tome en cuenta estas
características, como sus significados contextuales y , finalmente,
pre-textuales, esto es, un conjunto de motivaciones sociales del “hacer, decir y
sentir como jóvenes chilenos”. Es por estas razones, por la complejidad
simbólica que una simple pieza musical contiene, que el fenómeno de la Nueva Ola
es mucho más que la simple descripción y análisis de sus obras. Este se presenta
como un “sistema cultural” y “productivo” complejo, con infinitas relaciones y
sentidos, todo lo cual determina su interés como espacio cultural y nos permite
comprender el Chile de los ’60 (González, 1995, pp. 40-41).
Por esos años un LP de producción nacional como “El Mago Musical” que tenía
composiciones originales, arreglos y orquestación, orquesta completa, etc.
necesitaba ventas superiores a los 3.000 ejemplares para poderse financiar.
Desgraciadamente el mercado chileno de la época absorbia ventas de no más de 500
ejemplares para un LP de éxito como el citado. Los deficits económicos que esta
situación producía para las compañías discográficas eran recuperados con otros
LP de costos de producción menores y con el mismo precio de venta, así se
generaban excedentes que iban a recuperar los vacíos de las producciones
nacionales. No siempre, sin embargo, las producciones nacionales eran más
costosas que las importaciones de discos y masters extranjeros. En el caso
citado, se trataba de grabaciones para gran orquesta, con tiempos de estudio,
arreglos y costos de honorarios para los músicos más bien altos para la media.
Era posible ahorrar algo recurriendo, por ejemplo, a grabaciones de conjuntos
con temas bailables, como Los Primos, Los Ramblers y otros, así los costos de
grabación y, por ende , de producción , eran sensiblemente menores.
Los precios de los LP eran considerados altos por el público en aquellos años
(1964) y es así como algunas compañías decidieron disminuir utilidades para
poder rebajar drásticamente los precios, difundiendo LP más baratos, con el
objetivo de motivar un crecimiento del mercado discográfico chileno y como parte
de sus estrategias de competencia. Esta rebaja , que fue saludada muy
favorablemente por el público, y que marcó al inicio un ligero repunte en las
ventas masivas de estos productos, era posible pues no todas las producciones
tenían los mismos costos, y es así como algunas produciones importadas, de
productos en serie y de bajo costo, permitían estos precios. A la larga este
proceso fue negativo para las producciones nacionales de calidad, pues se
disminuyó la posibilidad de recuperación de escala que tenía para las compañías
la venta de discos de costos diferentes al mismo precio, sistema mediante el
cual las ventas de discos de menor costo ayudaban a recuperar los costos de LP
deficitarios.
No siempre las rebajas son buenas noticias, y en este caso particular, las
empresas provocaron sí un crecimiento del mercado, pero en detrimento de las
producciones nacionales de calidad. Sería bueno preguntarse si este crecimiento
no habría sido alcanzado de todas formas por el desarrollo del poder adquisitivo
que las familias chilenas iban lenta, pero seguramente, alcanzando en aquellos
años. Otro cuestión que cabe preguntarse es en que medida estas estrategias de
rebaja de precios no obedecían a una política de competencia exacerbada entre
empresas discográficas por su posicionamiento de mercado, competencia que dañó
seriamente las producciones nacionales de calidad. Se puede afirmar que estas
compañías no cumplieron con su finalidad social, que era la de cuidar sus
utilidades y asegurar su posición de mercado, equilibrando sus costos y
economías de escala , en modo de no perjudicar la calidad de su producto y las
perspectivas de desarrollo cualitativo y no solamente cuantitativo del mercado
discográfico nacional. Muy por el contrario, a partir de esos años, se vivió un
progresivo deterioro en la calidad y cantidad de las grandes producciones
nacionales, lo que marcaría el declino de la Nueva Ola, declino que sería ,
antes que nada, de tipo económico: los sellos y discográficas fueron
paulatinamente abandonando esa política de fomento de la producción nacional (y
de consolidación de un mercado interno robusto y articulado) para privilegiar
fundamentalmente la distribución de producciones extranjeras, de menor costo.
El propietario del sello velaba también para que los discos de sus pupilos
pudieran ser distribuidos lo más ampliamente que fuera posible. En general, esto
era una cuestión no tan fácil y muchas veces los lugares más insólitos se
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convirtieron en puntos de venta y distribución de estas producciones. En toda
esta cadena eran muchos los imprevistos y es bastante increible como algunas
producciones alcanzaron a conocer la difusión que efectivamente lograron. Más
allá del espíritu empresarial de los propietarios de sellos chilenos, hay que
destacar que grandes dosis de improvisación y creación, a la vez que mucho
sacrificio de parte de artistas y técnicos , permitieron la supervivencia de
estos sellos nacionales, que, a la sombra de las grandes compañías, como Odeón o
Rca Victor, trataron de desarrollar y mantener en alto la producción nacional.
En este campo sucede como en el resto de las áreas económicas: las grandes
empresas son prudentes y esperan que los nuevos mercados y estrategias de riesgo
sean experimentadas por las empresas menores. Pueden incluso aportar recursos
para apoyar sus acciones, pero cuando ven que una tendencia se consolida o que
el mercado está suficientemente maduro, no tienen tapujos en hacer predominar
su situación de mayor fuerza para dominar y controlar la nueva situación. En el
caso chileno , esto significó que buena parte del riesgo empresarial fuera
asumido por los sellos independientes (en algunos casos con excesiva confianza y
poca creatividad) luego las grandes empresas discográficas, que nunca perdieron
el control de todo el sistema, impusieron líneas de ventas y promoción que
privilegiaron al producto de importación, en detrimento del nacional.
Otro de los aspectos que entraban dentro de los intereses del propietario era la
formación del artista, incluso en areas tan básicas como la sociabilidad, ya que
muchos de esos artistas provenían de medios modestos y eran muy jóvenes.
Definiéndole también una línea o un estilo propio, muchas veces traducian no
sólo las letras de las canciones o de los éxitos extranjeros, sino que trataban
de reproducir los estereotipos “vencedores” en los medios más competitivos, como
el italiano o el americano y aún el argentino. Es así como Rita Pavone, la
juvenil y exitosa cantante italiana, tuvo varios réplicas nacionales y las
técnicas vocales del llamado grupo de los “urlatori” de Sanremo y que causara
tanta novedad y polémica en Italia en la década de los ’60, tuvieron también sus
imitadores en Chile. Definitivamente la Nueva Ola no se puede considerar sólo un
fenómeno chileno (aunque acá haya tenido características muy propias) y es
posible distinguir tendencias similares en Italia, principalmente, pero también
en Francia, Argentina y México entre otros paises.
Los principales sellos activos en esa época fueron: Demon, -Arena desde 1967-
que produjo a Los Ramblers –artistas Odeón desde 1963-, Carlos González, la
Ginette Acevedo de “Está Demás”, los Bric a Brac, el Clan 91, Osvaldo Díaz,
Isabel y Angel Parra, los Bronces de Monterrey, Fresia Soto, Buddy Richard, Rita
Gongora, entre otros; el sello Caracol, cuyo propietario era Antonio Contreras,
quién hacía equipo con Jorge Mackenna, representante de varios artistas de su
sello, que contó con Los Primos, Marisole, el “Pollo” Fuentes, Los Galos, Carmen
Maureira, el Buddy Richard de “Balada de la Tristeza”. El sello Goluboff, que
era el representante en Chile de Columbia, y cuya directora artística era, por
esos años, la inolvidable Scottie Scott. La Phillips chilena, que contrató a
Palmenia Pizarro y Arturo Millán, donde los artistas de la nueva Ola estaban
bajo Polydor , cuyo responsable era Hernán Serrano, y que entre sus artistas
contaba con Luis Dimas., Los Red Juniors, Carlos Contreras. El sello Odeón, cuyo
director artístico era Jorge Oñate, y contaba con artistas como Cecilia, Isabel
Adams, Ray Palaviccino. El sello Rca Victor, o su filial nacional CRC. Su
director artístico fue Hernán Aravena Salas, y desde marzo de 1969, Camilo
Fernández sería su sub-gerente artístico. Este sello producía a Los Dolares,
Danny Chilean (desde el ’61) Larry Wilson (quién primero era artista Demon)
Todo el clan Galleguillos: G. Acevedo, Tina Vilches, Oscar Arriagada, Sergio
Inostroza y Luciano Galleguillos. Alan y sus Bates (7 discos), Los Rockets , los
Mac’s, Marisole (con gran polémica luego de Caracol), Marco Aurelio, Gloria
Simonetti, Gervasio, Sonido 8. Existían otros sellos menores como Vivart, quién
producía a Los Ecos y a Larry Wilson, antes de que firmara por RCA y Orpal.
Estos fueron algunos de entre los numerosos sellos que impulsaron y motivaron el
desarrollo de la música chilena en la década de los ’60. Como en todos los
análisis e historias, en estas líneas aparece sólo una parte de la realidad,
importa al analista no tanto encontrar la “verdad” que, como sabemos, depende
muchas veces del lugar desde donde se han vivido los hechos, cuanto entender el
funcionamiento de un sistema basado en un modelo de verosimilitud . Inverosimil
sería afirmar , por ejemplo , sólo el interés “comercial” en los propietarios de
sellos, contrapuesto a la “pureza desinteresada” del artista. Muy por el
contrario, lo verosimil es que ambos actores hayan hecho gala de dosis variables
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de ambición mercantilista y desinterés estético, que tanto el uno como el otro
hayan tenido sueños, gustos y ambiciones, y que sus cotidianas empresas hayan
respondido a esas aspiraciones cuanto a la cruda realidad económica. Es por
ello que tampoco es verosimil contraponer, de forma maniquea, los objetivos de
artistas y empresarios. Si bien algunos hayan podido pecar de ceguera, de falta
de sensibilidad y de intuición comercial, otros seguramente pecaron de egolatría
y de falta de autocrítica. De todas formas, y más allá de objeciones
coyunturales y de detalle, los discos se hicieron, en niveles y cantidades
increibles para el período, los sueños muchas veces se concretaron y el público
respondió, generando una experiencia bastante única en nuestra historia
discográfica y cultural.
Festivales, shows, giras y presentaciones públicas.
La actividad de los artistas de la Nueva Ola no se limitaba al trabajo de
estudio o a la producción de discos, como va a ser la situación de la disco
music en décadas futuras, tampoco el play-back –cantar sobre una pista
pregrabada- será la norma. El artista debe demostrar ante un público sus
capacidades, interactuar con éste y por lo tanto no existe la posibilidad del
producto “perfecto”, hecho en laboratorio ( Booth y Kuhn,1990, pp.424-429). Para
ello existirán varios espacios donde el artista encontrará su público: shows
radiofónicos, giras, recitales y el más importante y calificante: el Festival de
la Canción.
El mecanismo de los Festivales de la Canción es, durante las décadas de los
‘50-’60, uno de los resortes más importantes para la promoción y difusión de
ciertos “standards” para el consumo masivo de música. En la red de difusión
masiva, el festival ocupará su papel no sólo en la promoción de artistas ,
géneros y canciones sino que en la definición de ciertos escalafones de
excelencia o ,si se desea, en la generación y socialización de criterios de
juicio sobre gustos de la época.
Es mediante el festival que se afirmarán graduatorias de calidad en los artistas
y productos canoros, criterios que luego serán retomados por todo el aparato de
difusión masivo: disckjockeys, comentaristas, “especialistas” y serán
esgrimidos como razones para la afirmación de ciertos paradigmas y estilos
productivos en vez de otros, de ciertos cantantes y grupos en vez de otros, de
ciertos modelos de “producto masivo” en vez de otros. El festival cumplirá el
papel de atribuir, a través del juicio de los expertos, y en algunos casos
refrendado por sondajes masivos de público, el carácter de calidad a determinado
producto.
“La mayoría de los festivales internacionales buscan jurados que sean profundos
conocedores del ramo, directores de sellos, editores de música, periodistas
especializados y en algunas ocasiones, se busca el voto del público, no para
calificar en definitiva, sino para orientar un fallo difícil” (E.M, n’ 11,
febrero 1965, p. 5).
Es tan fuerte el papel paradigmático del festival que poco a poco se ha ido
definiendo un tipo de “canción festivalera”, con determinados arreglos
orquestales, determinados giros vocales, y que no encuentra necesariamente el
éxito del mercado.
Se puede conjeturar que estas precedencias son la garantía, necesaria pero no
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suficiente, que todo producto comercial debe tener: si se paga por un producto,
el consumidor debe tener la garantía que lo comprado es un producto fiable y
deseable socialmente, que “tiene valor” . Para ello, la pieza musical no debe
ser producida de manera aficionada, no industrial, no profesional, sobre todo,
no-comercial. Debe el consumidor tener una garantía que el dinero versado le ha
procurado un artículo que, de alguna forma, excede sus propias condiciones de
juicio y conocimiento para aportarle una mercaderia que no lo expone al ridículo
en su medio socio-cultural. Una pieza musical o un “intérprete” que son
justamente “artisticos”, garantizados por un jurado y por criterios racionales,
por conocimientos “objetivos” más que por elecciones motivadas por la emoción.
(Tagg 1984 y 1987; Hatten 1999).
Es posible pensar, sin embargo, que el papel desempeñado por los animadores del
evento, las ubicaciones del artista o canción dentro del palimpsesto, los
arreglos y el acompañamiento que la orquesta del festival proporciona puedan
influenciar este juicio “espontáneo” del público asistente. Cuando se trata de
festivales de interés nacional, como Sanremo, Benidorm, Eurovisión o Viña del
Mar, los medios de comunicación también van creando, con servicios y artículos,
el clima propicio al festival, tanto al privilegiar determinados ritmos o
estilos cuanto al descalificar otros, por “estar pasados de moda”.
Existen entonces festivales de intérpretes, de canciones, de compositores,
festivales que combinan la parte competitiva con un show de excelencia,
festivales de género, otros que combinan el folclore con lo popular, etc. Casí
todos ellos son competitivos y también están muy influenciados por la industria
discográfica, así como el turismo y otras actividades colaterales.
En el Festival de Viña, creado en 1959, los sellos no parecen dominar de manera
tan preponderante el desarrollo del certamen. Sin embargo, en ocasiones
surgieron disputas:
“ Este año, el festival [de Viña] presentó varias novedades, y si es preciso ser
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francos, tenemos que convenir que ellas no fueron felices. Desde luego, la
eliminación de los sellos grabadores, y su agrupación a través de uno, no ha
resultado la mejor solución para quiénes sostuvieron que eran los sellos los que
hacían perder categoría artística a los temas, en aras de una posición económica
ventajosa” (E.M. n’11, Febrero 1965, p.5).
Otra cuestión que provoca críticas es que a la preselección se admitan cintas
grabadas:
“No todos los participantes pueden tomar esta ventaja. Algunos, por medios
económicos, otros por falta de tiempo no pueden hacerlo y así, se limitan a
enviar su obra en papel, y logicamente, una obra enviada con acabada
interpretación puede sobresalir frente a otra que, incluso, puede ser mal
ejecutada al piano, en una primera lectura. Esto nos parece un grave error...”
(Ibid)
. Otra cuestión discutida en esos años era el monto de los premios, juzgados
exiguos para un certamen de nivel nacional: “ Al paso que Antofagasta organiza
un Festival de la Canción con un primer premio de Eº 3.000, Viña tiene solo Eº
1.500 para este objeto “ (Ibid).
“ El jurado de Viña tomó el Festival como tal, y efectuó una selección previa de
las obras recibidas. Resultado, el jurado de Santiago se enfrentó a unas
cincuenta canciones de cada género, para elegir la triunfadora. De las 750
restantes, nunca oyeron nada; ya habían sido oídas por el jurado de Viña. ¿ Que
pudo existir una gran creación entre lo que no conoció el jurado de Santiago?
Claro que sí...” (E.M. n’13, Abril 1965, p.45).
La radiodifusión, presente en Chile con gran fuerza desde la década de los ’30,
se había ido constituyendo con el pasar de los años en una presencia capital en
los hogares chilenos, y en el principal atractivo que ejercía la ciudad para los
ilusionados ambientes rurales. Desde un punto de vista de la cultura nacional,
la radio cumplía un papel unificador, desde Arica a Tierra del Fuego,
concentrando los intereses de los chilenos en torno a los temas que ocupaban sus
programas, definidos por lo general en base a una planificación desarrollada en
Santiago y las grandes concentraciones urbanas, como Concepción, Antofagasta o
Valparaíso (Brunner, Barrios y Catalán, 1989, pp. 126-129).
Personajes de la radio han marcado época: Doroteo Martí, Arturo Moya Grau,
Renato Deformes, Carlos Alberto Palma “Palmita”, Ricardo García, sólo por citar
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algunos nombres. Personajes que han desempeñado grandes tareas en terremotos y
emergencias nacionales, que han estado sublimes en el cumplimiento del deber de
comunicadores, sacrificando horas de descanso y a las propias familias.
Como sea, en esos shows fueron lanzados varios de los más importantes valores de
la Nueva Ola. Allí se foguearon, allí también se reagruparon en nuevas
formaciones, allí lograron sus primeros éxitos de audiencia. La falta de estos
espacios, ya que los shows de TV apuntaron siempre y de modo preferencial a los
artistas extranjeros, en detrimento de los nacionales (quizás por razones del
mayor costo del minuto televisivo), se ha hecho sentir en las décadas sucesivas.
Rita Pavone, la juvenil “star” italiana, tuvo varias émulas en nuestro país: su
estilo desenfadado, su temprana edad, su vitalidad motivaban fuertemente a las
quinceañeras chilenas ( y a aquellas un poquito mayores también). Es así como el
mecanismo consistía en adecuar el modo de ser y cantar de la “aspirante” sobre
el modelo italiano. Marisole puede ser citada como un ejemplo típico de este
“coverización” de los artistas y cantantes chilenos. Más allá de las reales
cualidades de esta joven intérprete, (y que las tenía, no cabe duda), su carrera
se inicia con “covers” y traducciones en castellano de piezas popularizadas por
la Pavone ( y otros cantantes, ciertamente) , luego de haber “estacionado” por
dos años en un sello sin grabar nada. Marisole irrumpe, desde su nuevo sello
Caracol, como el “modelo” de la quinceañera chilena, un poco ingenua y a la vez
maliciosa, imitando el estilo “lolita” de la Pavone. (E.M. n’ 10, Enero 1965, p.
37) (Rev. Ritmo n’ 5, Octubre 1965, p. 3-5) y se convierte en un modelo de
promoción, con entrevistas sobre su intimidad y gustos, seguimientos sobre su
vida y anécdotas, en las revistas especializadas de la época. Tina Vilches, de
14 años , grabará una versión castellana de “Non ho etá”, con la cual venciera
Gigliola Cinquetti en Sanremo, en 1964, (E. M, n’1, abril 1964). También Isabel
Adams, de regreso de sus días en Centroamérica donde vence festivales y
concursos, se presenta en nuestro país haciendo el “cover” de “Non ho etá”
uniendo, a sus eficaces dotes canoras, el modelo promocional de la italiana.
Todo ello no le será de obstáculo para ganar el “Micrófono de Oro”, como la
mejor cantante nacional de 1965, entregado por la radio Chilena. ( E.M. n’34,
Octubre 1966). También Fresia Soto se mueve en la atmósfera de la Pavone,
proponiendo además covers de Brenda Lee.
Muchos otros artistas hacen covers, pero no se limitan a la traducción de la
letra de la canción, también recogen el estilo interpretativo y recrean el
“personaje” de éxito. No es que faltaran creadores chilenos, ni que el público
exigiera esta política, más bien parece ser una elección personal que se
convierte en tendencia, luego en moda y más tarde en exigencia. Gran excepción
es Cecilia, quién desarrolla un estilo personal y que se convertiría en símbolo
de la Nueva Ola Chilena.
Con los varones pasa algo parecido, y también se podrían buscar los émulos de
Elvis Presley, Adriano Celentano o Nicola di Bari. Algunos de ellos son
presentados con nombres extranjeros como Rafael Peralta, quién es presentado por
Raúl Matas como “Bill Morris” en el “Show” de la Radio Minería (Rev. Ritmo, n’
14, Diciembre 1964) o se llamarán “Danny Chilean” – Javier Astudillo Zapata-,
quién se iniciará en 1962 grabando “Josefina”, cover del éxito de Fats Domino, y
a quién Ricardo García quería bautizar como”Danny Boy” (R. Ritmo, n’ 8, Octubre
1965). También se llamarán Willi Monti – Guillermo Gutierrez Saavedra-, quién
luego de conocer a Peter Rock, en radio del Pacífico comenzará a desempeñarse
como el conocido cantante de “Como te extraño amor...”.
Para analizar el papel cumplido por estos creadores nos limitaremos a presentar
sólo algunos casos, como ejemplos, sin destacar todos los importantes aportes
que estos profesionales hicieron al medio chileno. Materia de futuros trabajos
será el análisis detallado de la actividad de los compositores en la MDM.
Ariel Arancibia puede ser tomado como ejemplo de la actividad de un compositor
representativo. Creador del “Patito”, uno de las canciones más identitarias del
chileno medio (aunque no típica de la Nueva Ola, esta canción ha cumplido un
papel “meta-lingüístico” al citar e ironizar sobre los diferentes hits de la
Nueva Ola).Estudió piano desde su infancia, crece en un ambiente muy musical
pues su padre fue también compositor y director de banda, integrante del
recordado grupo de Los Flamingos, su formación, como se aprecia, fue familiar y
privada. Es compositor de innumerables obras, para orquestas, comedias
musicales, columnas sonoras de películas, obras de teatro, clásicos
universitarios, etc. Es profesional versátil, y que muy rápido domina diferentes
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géneros, el dominio de su oficio le permite incursionar en los más variados
campos. (R. Ritmo, nº 18, Enero 1966).
Grupos y Orquestas.
Sería muy largo nombrar a todos y cada uno de los conjuntos y grupos de la Nueva
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Ola, materia de futuras publicaciones, los ejemplos solo sirven para ilustrar la
influencia anglosajona en los grupos e italiana en los solistas. Es posible
delinear tres tendencias muy claras: el grupo melódico vocal , del tipo los Red
Juniors, los Dreamers, los Dólares, los Blue Splendors, Los Galos , Alan y sus
Bates, y los inolvidables Bric a Brac; el grupo más colérico y melenudo, del
tipo Los Larks de Nano Vicencio y los grupos de música instrumental bailable al
estilo Los Primos, Los Ramblers, Los Rockets, con los hermanos Saavedra y
Carlos González, Los Tigres, y el conjunto de Oscar Arriagada. Obviamente esta
clasificación , como todas los esquemas, es sólo una entre las tantas posibles
visiones sobre el tema, pues cada grupo tuvo su vida propia y fueron muy común
las fusiones, refundaciones y reconstituciones de grupos y conjuntos. En estos
tres ejes es posible, sin embargo, articular los grupos basándose en su
“sound”, en la imagen sonora del conjunto. Es obvio que, por ejemplo, el grupo
de los Bric a Brac no fue sólo vocal, ya que el peso de un intérprete como
Miguel Zabaleta, tanto por dar un ejemplo, basta para darle a todo el grupo un
carácter más ecléctico. Pero la vocalidad de los Bric a Brac constituyó un
fenómeno de gran interés musical y pudo haber marcado una línea de tendencia que
, desgraciadamente, la industria discográfica no supo apoyar y motivar: “Han
conseguido un sonido diferente, una armonización muy completa y un todo que hace
suponer fácilmente, que nos encontramos ante el conjunto más importante del
país, en un plazo no muy largo, de América” (E.M. nº 43, Julio 1967).
El caso de Los Primos y Los Ramblers es aún más sintomático, ambos grupos fueron
éxitos de ventas: sus LP se vendían “como pan caliente” y no hubo fiesta y
velada bailable de la época que no se desarrollará con el ambiente sonoro de
estos conjuntos. “Primo en La” y el “Rock del mundial” han llegado a ser
momentos míticos en la historia del disco chileno. En Los Primos confluyeron
musicos que ya habían hecho parte de los Bates y que después formarían los Ecos,
como Patricio Arnechino, guitarra electrica; Carlos Grunewald, acordeón
eléctrico, arreglador y orquestador; Patricio Salazar, batería también estuvo
Miguel Pizarro, bajo. Grababan para el sello Caracol, donde popularizaron su
famosa serie de LP’s “Fiesta Feliz con Los Primos”.
Los Ramblers estaban compuestos por 9 músicos, la mayoría con una sólida
formación como intérpretes de música docta o de jazz. Eran “músicos que leían”
lo cual no constituía (ni constituye) la norma en el ambiente de la música
popular. Esto les permitía hacer y aprender muy rápidamente arreglos de una
cierta complejidad y tener una abundante producción. Tenían un vocalista, Germán
Casas, admirador de Elvis <presley y Frank Sinatra, quién luego proseguiría una
carerra solista. Los Ramblers pueden ser considerados, por estas
características, una especie de híbridos entre una orquesta, como la de Roberto
Ingléz y un conjunto. Nacieron en 1960 como quinteto de Jazz y, después de
numerosos cambios y renovaciones, hacia 1962 ya se encontraban considerados como
la agrupación más característica de la Nueva Ola. Su director, Jorge Rojas,
autor del “Rock del Mundial” y otros 8 instrumentistas de primera calidad,
fueron acreedores de numerosos premios y reconocimientos. (E.M. n’ 18, Junio
1965, p.10) y (R. Ritmo, nº 38, Mayo 1966).
El resto de los grupos proponía la formación clásica “Beatles”: dos guitarras
eléctricas, bajo eléctrico y batería, más voces. Los arreglos vocales, si bien
son más simples que los del conjunto inglés, tratan de recrear la misma
atmósfera y color. En algunos casos, se dispone de un pianista , que toca
acordeón o teclados eléctricos( Lyons) y raramente de saxos, bronces en general
u otros instrumentos.
Chanan, Michael: Repeated Takes: a Short History of Recording and its Effects on
Music; Ed. Verso, Londres, 1995.
Gonzalez, Juan Pablo: “Vertientes de la Música Popular Chilena” en: Música
Popular Chilena, Veinte Años 1970-1990; Ed.Ministerio de Educación; Santiago;
1995; pp. 11-48.
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