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AMOR Y APEGO

EL AMOR.
El amor es un sentimiento de afecto universal que se tiene hacia una persona, animal o
cosa. Amor también hace referencia a un sentimiento de atracción emocional y sexual que se
tiene hacia una persona con la que se desea tener una relación o convivencia bajo el mismo
techo.

EL APEGO.
En el campo del desarrollo infantil, el apego se refiere a un vínculo específico y especial que se
forma entre madre-infante o cuidador primario-infante.
El vínculo de apego tiene varios elementos claves:
1) Es una relación emocional perdurable con una persona en específico.
2) Dicha relación produce seguridad, sosiego, consuelo, agrado y placer.
3) La pérdida o la amenaza de pérdida de la persona, evoca una intensa ansiedad.

Los investigadores de la conducta infantil entienden que esta relación ofrece el andamiaje
funcional para todas las relaciones subsecuentes que el niño desarrollará en su vida.

La teoría del apego la desarrolló el psicólogo John Bowlby y dice que el temor de un niño a ser
abandonado está determinado por la accesibilidad y la capacidad de respuesta de su madre o de
quien lo está cuidando.

La teoría del apego, según Freeney y Kirkpatrick tiene 3 categorías:

El apegado seguro: las personas son capaces de usar a sus cuidadores como una base de
seguridad cuando están angustiados. Son personas seguras, cálidas, estables y con relaciones
íntimas más satisfactorias.

El apegado evasivo: aparentemente desinteresado de la presencia de quien lo cuida en


momentos de angustia. Tienen poca confianza de que serán ayudados, tienen miedo a la
intimidad y manifiestan dificultades para depender de los demás.

El apegado ansioso ambivalente: Es el que se angustia intensamente y se enfada al sentirse


abandonado. Son los que tienen mayores niveles de inseguridad en los otros y demuestran un
fuerte deseo de intimidad.

Lo que me resulta más curioso es que este tipo de categorías se reflejan en las personas cuando
crecen y se enamoran.
Si una pareja se aleja de usted y le da las buenas tardes para
 ¿Se sentiría tranquilo y seguro?
 ¿Tendría herramientas para continuar su vida con objetivos claros?
 ¿Sería capaz de hacer otros planes con otras personas, de organizar su vida, separando
de su estabilidad  lo que esa persona representaba?

El amor, a diferencia del apego, no trae ataques de piedra, no suelta frases de manipulación ni
demostraciones violentas de posesión, celos o mechoneadas de pelo.

El amor surge de la satisfacción, mientras que el apego surge del miedo.


El amor es visible en los momentos de  aceptación, de asertividad, de guardar los buenos
recuerdos.
Aprender a amar es aprender a dar el paso del temor a la seguridad, del dolor a la comprensión,
del adiós con portazo al adiós y que seas feliz.

LA RELACIÓN DE APEGO
Al vínculo afectivo que se establece entre el niño, ya desde que nace, y la persona que le atiende,
normalmente sus padres, se le llama relación de apego.
La necesidad de este vínculo afectivo se advirtió en particular  tras la segunda guerra mundial. En esos años
muchos niños morían en los orfanatos de toda Europa por anemia anaclítica pese a que los niños estaban
bien alimentados, las enfermeras que les atendían eran profesionales bien cualificadas, el tratamiento médico
era el correcto… En definitiva, no se escatimaban medio pero la anemia no remitía y los niños morían.
Spitz, médico e investigador, tuvo la intuición de considerar que en un ambiente afectivo cálido, tal vez los
niños mejorasen. Se hizo un llamamiento a familias que quisieran hacerse cargo de estos niños, familias que
querían tener niños, esto es importante para que los acogiesen adecuadamente y en estas familias los niños
no sólo mejoraron, sino que superaron la enfermedad. 

Como consecuencia de estos estudios, hoy sabemos que esta relación afectiva de apego es diferente del
llamado instinto de supervivencia. El niño nace con determinados comportamientos como son el llanto, la
succión, la orientación, el agarrarse y asirse, la sonrisa, el contacto ocular, la expresión facial, el balbuceo…
con los que llama la atención del adulto para que le atienda. Por ejemplo, el llanto de un bebé recién nacido
cuando tiene hambre puede ser irritante.

Lo que se ha advertido es que estos comportamientos con los que el niño viene dotado no exigen sólo la
satisfacción de sus necesidades materiales, sino la atención personal de los padres y en función de ellos
se inicia la interacción entre el adulto y el niño: el bebé balbucea y la madre le acaricia cantándole una nana,
el bebé agarra el dedo de su madre y ella continúa a su lado dándole cariño hasta que se duerme.

De aquí nace la relación de apego del niño al adulto que le cuida: una relación afectiva de cariño que el niño
aprecia como estable y segura. Segura significa que el niño tiene plena confianza en esa persona, un
ejemplo de ella es la película “La vida es bella” en donde el padre hace creer al niño que el campo de
concentración es una sucesión de pruebas para obtener un premio y el niño, pese a toda evidencia, lo cree. Es
también una relación que el niño percibe como estable en el tiempo: esto es, el niño sabe que el adulto
siempre va a estar ahí, a su lado, entre o salga. Para el niño es impensable que su padre o su madre
desaparezcan de su vida, así por ejemplo cuando se le explica a un menor de cuatro años que su madre o su
padre se ha ido al Cielo el niño no muestra ninguna reacción de tristeza porque entiende que en breve
volverá.

Las madres tienden más a dedicar tiempo a los cuidados físicos y a manifestaciones concretas de cariño. En
las actividades lúdicas, las madres tienden a proporcionar juguetes al bebé, a hablar con él y a iniciar juegos
convencionales como el cucú/trastrás, el pajarito, cinco deditos tiene mi mano… Por su parte
los padres dedican más tiempo a las actividades lúdicas que a las alimenticias e higiénicas. Y dentro de las
actividades lúdicas prefieren aquéllas de más actividad como el gateo, lanzar al niño al aire y recogerlo, el
juego con pelotas…
En cuanto al bebé, busca tanto al padre como a la madre. Si bien curiosamente en los estudios comparativos
se ha visto que cuando el niño está enfermo o indispuesto busca a la madre.

Como es obvio, esta relación de apego puede también producirse con cualquier otro adulto que atienda al
niño, sean los abuelos o la empleada del hogar. Y se ha dado el caso que cuando el niño ha tenido escaso
trato con sus padres porque éstos han delegado en la empleada del hogar y esta persona se ha despedido, el
niño ha entrado en depresión anaclítica (en la que la anemia a la que hacíamos referencia es un síntoma).

Es importante advertir que la sucesión de personas distintas que se ocupan del niño es perjudicial en tanto
que la relación de apego no se llega a establecer con ninguna.
Pero lo peor para el establecimiento de una relación de apego segura y estable del niño es la separación o
divorcio de sus padres.

El clima de tensión previo a esa separación, muchas veces cargado de violencia al menos gestual, que el niño
percibe incluso más que el adulto (el niño, antes que las palabras interpreta los gestos de la cara y del cuerpo)
y el enfrentamiento, larvado o lleno de rencor y la tristeza por el fracaso que implica la ruptura también
cuando ésta se ha consumado, afectan de modo directo a la estabilidad emocional del niño.

Y sin embargo, el mundo occidental se va haciendo cada vez más consciente de la necesidad de esta
relación de apego del niño respecto de sus padres y está facilitando la excedencia laboral de la madre en los
primeros años de vida del niño, el trabajo a tiempo parcial de la madre, incluso el trabajo telemático, las
guarderías dentro de la empresa y, padres conscientes de la necesidad de atender personalmente a sus hijos,
buscan que sus turnos de trabajo no coincidan para que uno de ellos pueda estar en casa y no delegar el
cariño familiar en un extraño.

En concreto, las escalas de desarrollo madurativo, intelectual, lingüístico, afectivo, social muestran una
mayor puntuación en los niños que al mismo tiempo manifiestan una relación de apego segura que en los
que carecen de ella.

En las familias de varios hijos, en las que los padres establecen la relación de apego no sólo con uno de ellos,
sino con todos, si bien interactuando de forma distinta con cada uno según su edad y necesidades. En la
medida en que los padres atiendan al menor, el mayor va a imitar esa conducta, cuidándolo él también. Por
eso, en las familias numerosas, si bien los padres tienen menos tiempo y a veces mayor desgaste para la
atención del hijo menor, en la medida en que la situación esté bien establecida con los mayores, éstos les
suplen de algún modo en tanto que también hay una relación de apego entre hermanos.

Se habla de intrusismo cuando el adulto dirige la conducta del niño conforme a sus propios criterios sin
respetar los ritmos biológicos, afectivos, sociales, sensoriales… del niño, ni la pausa que en toda relación
debe haber entre la propuesta y la respuesta, de modo que el niño pueda actuar. La relación se convierte así
en un monólogo con espectador, en una coerción de conducta. El padre intrusista no conduce, impone;
dirige, pero no aplaude; los éxitos, en definitiva, son del padre, no del hijo. La consecuencia es que el niño no
se siente valorado, no se valora a sí mismo en sus habilidades y pierde el espíritu de iniciativa, lo que impide
la exploración del medio y repercute negativamente en el desarrollo de su potencial.
 No se puede afirmar que una relación de apego seguro/inseguro en la infancia vaya a repercutir sobre la
persona durante toda la vida. Si es cierto que la infancia marca a las personas, también lo es que los estudios
que se han hecho han sido sobre supuestos clínicos y por tanto, ante la limitación de la muestra, no se deben
dar conclusiones.

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