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El danzante cruzó el escenario saltando, girando, con movimientos fuertes y majestuosos, a la

manera de un magnífico animal que es perseguido y quiere salvarse. Ataviado con una
cornamenta espectacular en la cabeza, un taparrabos como vestimenta, sonajas ancestrales y
maracas, el danzante imitó los movimientos rituales en el que el venado, dios y héroe, entrega su
vida al joven yorem para que pueda vivir de su carne y el espíritu del venado evolucione. La música
y la iluminación contribuyen a crear un ambiente místico en el que el espectador se transporta al
pasado de los pueblos originarios del norte de México.

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