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RESUMEN

LOS RETOS DEL POSTCONFLICTO

Es posible que aún no se haya firmado el acuerdo de paz con las FARC, pero seguramente
estaremos muy cerca. En todo caso a lo largo del 2016 la guerrilla y el gobierno darán cinco
pasos que nos llevarán a las puertas del postconflicto. Uno, firma del acuerdo de paz. Dos,
concentración de las FARC en diversos lugares del país e inicio del cese bilateral definitivo
de las hostilidades. Tres, refrendación de los acuerdos mediante votación ciudadana.
Cuatro, conversión de los acuerdos en leyes y decretos por parte del presidente Santos y de
la Comisión Especial legislativa. Cinco, dejación de las armas por parte de las FARC.

Estos pasos consumirán la atención de todos los colombianos. Pero en medio estarán
siempre algunas preguntas: qué hacer después del desarme, dónde hacerlo, cómo hacerlo y
cuáles son las responsabilidades del Estado y la sociedad. En los capítulos que componen
Los retos del postconflicto intentamos dar una respuesta a estos interrogantes en temas que
son fundamentales para el país.

Se trata de investigaciones y reflexiones que hemos realizado en el seno de la Fundación


Paz y Reconciliación a lo largo de estos tres años. Desde cuando se hicieron públicas las
negociaciones con las FARC tuvimos la convicción de que terminarían con éxito. Era,
desde luego, una hipótesis arriesgada. Pero hicimos un seguimiento pormenorizado del
conflicto colombiano a lo largo de 12 años, produciendo, año por año, informes y
evaluaciones, y por eso conocíamos los cambios en las estrategias, en los discursos, y en las
formas organizativas de las guerrillas.

Teníamos muchas señales de que las FARC habían comprendido la imposibilidad del
triunfo militar y querían buscar el camino de la política y la democracia para hacer valer sus
ideas y sus propuestas. Pero también teníamos señales de que el presidente Santos sabía,
después del gran esfuerzo de la ofensiva  que significó la política de la Seguridad
Democrática, que la rendición de la guerrilla o su destrucción total sería una larga, atroz y
descomunal tarea, que implicaría grandes costos para el país. La confluencia de estas dos
percepciones daría por la fuerza de la realidad un resultado de negociación política y
terminación del conflicto. Entonces nos aplicamos con entusiasmo a insistir en la
preparación del postconflicto.

Nuestro argumento es el siguiente: en el país se han firmado diversos acuerdos de paz, pero
no se ha podido doblar la página de la violencia política, porque no se ha hecho
postconflicto en los territorios donde ha estado la guerra y porque no se ha hecho la paz con
todos los actores, es decir, se ha negociado y se ha firmado con uno o varios protagonistas
de la violencia y se han dejado por fuera a otros que muy pronto han tomado las banderas,
las zonas y los negocios de quienes salieron de la confrontación.

No queremos que esto ocurra, no podemos permitir que esto ocurra. Ahora la guerrilla más
grande, la más poderosa, la más ambiciosa, está claramente jugada por la paz. Es una
oportunidad de oro para avanzar hacia el final del conflicto armado y hacia una reducción
significativa de todas las violencias. Por eso nos hemos tomado el atrevimiento de hacer la
lista de los municipios donde han estado las guerrillas en los últimos treinta años y donde,
por consiguiente, es preciso intervenir a corto, mediano, largo plazo para construir Estado,
mercados legales e instituciones que nos permitan conjurar la tentación de seguir en la
confrontación. Hemos clasificado estos municipios con arreglo a sus necesidades,
capacidades y posibilidades en la construcción de la paz. También estudiamos la situación
actual de los herederos de los paramilitares y los retos que tiene el Estado para someterlos.
Así mismo hacemos una radiografía del ELN y resaltamos la importancia de comprometer
a esta organización en un proceso de paz.

El presidente Santos y los jefes de las FARC han estado, no sin razón, dedicados a buscar la
firma del acuerdo de paz. Esa es la primera y principal tarea. Pero ahora les toca poner el
ojo en otros actores armados y en lo que vendrá después de sellado el pacto de paz.
También a la sociedad le corresponde mirar el mañana.

No será fácil. El poco conocimiento que tienen las guerrillas acerca del funcionamiento del
Estado y, a la inversa, la escasa comprensión que tiene el gobierno de las guerrillas y sus
relaciones con la población y con el territorio, será la primera gran dificultad del
postconflicto. Quizás este libro contribuya a tender un puente entre los protagonistas de la
paz. Está hecho con esa intención. Está hecho para mostrarles a las FARC las realidades de
los municipios donde tendrán ocasión los territorios de paz. Está hecho con la idea de
indicarle al gobierno algunos aspectos de la manera como la guerrilla tramitaba conflictos y
regulaba las relaciones sociales y las economías ilegales en el territorio.

Los textos son, desde luego, controversiales. El tamaño del postconflicto tiene que ver con
la visión que tengamos del conflicto. Nosotros no dudamos en calificarlo de conflicto
político y social de larga duración que ha comprometido a la nación y a sus territorios y por
eso abogamos por un proyecto de reconstrucción de país. La paz barata a la que aspiran
muchos no es deseable ni posible. Lo acordado en La Habana es apenas el abrebocas de
grandes transformaciones. Ese es el espíritu de este libro.

La implementación del Acuerdo Final está prácticamente concluida. Se han expedido cinco
actos legislativos, otras tantas leyes y más de 30 decretos leyes que crean un nuevo
ordenamiento jurídico, administrativo, político e institucional. También se produjo la
desmovilización de las Farc y su conversión en partido político de características
particulares, porque, según dicha normativa, dispondrá de privilegios, ventajas y gabelas
que no tendrá ningún otro actor de la vida pública nacional. Hace un año empezó la
aplicación de tan novedosa legislación y la ejecución de los compromisos y ofrecimientos
hechos, todo lo cual crea desafíos y retos que ya permiten una primera valoración.

El primero de esos desafíos, y no el menos importante, tiene que ver con la ocupación de
los territorios en los que, durante décadas, las Farc sentaron sus reales y sustituyeron al
Estado. El país esperaba que el Estado los ocupara y ejerciera en ellos sus principales
atribuciones. Infortunadamente, nada de ello está ocurriendo, porque son otras
organizaciones ilegales las que han llenado y están llenando los vacíos de poder dejados por
las Farc. Entre otras, el ELN; el clan Úsuga; los rastrojos; los pelusos; los puntilleros; el
EPL; los disidentes de las Farc que, a veces, tan solo cambian de brazalete; algunos
exparamilitares y otras estructuras delincuenciales. Así lo registran informes de la OEA, la
ONU, el Instituto KROC, varias ONG especializadas en el tema de la paz y periódicas
informaciones de los medios.

Estas situaciones son particularmente críticas en el llamado Andén Pacífico (Nariño, Cauca,
Buenaventura y Chocó) y en el Norte de Santander. Por eso, analistas calificados han dicho
que “en el campo la situación está a punto de estallar y estallará” (Alfredo Molano,
miembro de la Comisión de la Verdad). También puede pensarse que se está cumpliendo la
sentencia de Marco Palacios, exrector de la Universidad Nacional: “En Colombia hay una
guerra verdadera y muchas paces artificiales”. Y Mauricio García Villegas sostiene que
podemos estar “ante la imposibilidad de pacificar el país y ante un eventual regreso de la
guerra”.

Las obligaciones del Estado no se reducen al otorgamiento de la seguridad que requieren


los habitantes de esas zonas, entre los que merecen atención especial los líderes sociales y
los defensores de los derechos humanos que están siendo amenazados y asesinados, porque
también debe garantizar el respeto a la ley y promover el crecimiento económico y social
de la Colombia que más ha sufrido las consecuencias del conflicto. En este aparte debe
citarse, igualmente, la erradicación de los cultivos de uso ilícito. Rafael Pardo dijo:
“Mientras haya coca la paz no es sostenible”. Sin embargo, a su Ministerio del Posconflicto
solo le han asignado recursos para erradicar voluntariamente 50.000 de las 100.000
hectáreas que ofreció recuperar para otros cultivos en un año.

A lo anotado agréguense los costos económicos y fiscales del cumplimiento de las


promesas oficiales y los compromisos del Acuerdo Final que ya hacen parte de nuestro
ordenamiento jurídico y que cuestan varios cientos de billones de pesos. La sola
recuperación y rehabilitación de los 170 municipios más afectados por el conflicto exige la
ejecución de un verdadero Plan Marshall (William Ospina). Esas obligaciones se deben
cumplir cuando las finanzas públicas del Estado no viven su mejor momento: la deuda
pública pasa del 40 % del PIB, su servicio demanda el 20 % del presupuesto anual de
numerosas vigencias. Para sufragar gastos ordinarios, el Gobierno tuvo que echar mano de
los recursos del Fondo Nacional del Ahorro y las entidades encargadas de valorar el estado
de nuestra economía bajaron la calificación de la deuda del país.

Los resultados del estudio ‘Colombia Rural Posconflicto 2017’, realizado por el
Observatorio de la Democracia de la Universidad de los Andes con el apoyo y financiación
de USAID, plantea algunos de los retos que las autoridades, el Gobierno y la sociedad
deben enfrentar. El estudio analizó municipios en la zona de la Macarena – Caguán, en el
sur del Tolima y el norte del Cauca, en el Andén Pacífico y en el bajo Cauca, cuatro
regiones atravesadas por el conflicto y en las que hoy la Agencia para la Renovación del
Territorio (ART) desarrolla los planes con enfoque territorial.
El país del posconflicto es mayoritariamente rural y con bajos niveles de escolaridad. Es un
país en donde la mitad de los hogares vive con menos del salario mínimo y en donde los
niveles de victimización por el conflitco armado son muy altos. Ahí, a las zonas que
presentan estas condiciones, es a donde el Estado tiene que llegar. Ese es el primer gran
reto.

El segundo es que tiene que llegar rápido, porque las expectativas sobre lo que debe
proveer el Estado están creciendo. Tradicionalmente, los residentes de estas zonas han
esperado poco o nada del Estado dada la precariedad en la que han vivido y la poca
capacidad de las instituciones públicas. Por eso, nuestro estudio del 2015 en esos
territorios reveló que más de la mitad de las personas manifestaron estar satisfechos con la
forma en la que funciona la democracia y con el sistema educativo. Ahora les estamos
mandando un mensaje distinto: que va a llegar el Estado, la inversión y la infraestructura.

Las expectativas están creciendo y es importante lograr cumplirlas. En algunas de las


regiones posconflicto, los ciudadanos han comenzado a decir que ya no están tan
satisfechos con la democracia y los servicios públicos, porque ahora demandan respuestas
del Estado con más inmediatez. Las opiniones están cambiando y las autoridades estatales
se están demorando en llegar.

Lo tercero es que el fin del conflicto con las FARC y la promesa de la llegada del Estado
debe generar más certidumbre que zozobra. Hay mucha incertidumbre, mucha
desconfianza. El Acuerdo está alterando los códigos de funcionamiento, en tanto salió un
actor que generaba certidumbre frente al orden social y en este momento estamos en una
transición distinta en todas regiones del posconflicto. Ya vemos que en muchas de las zonas
del posconflicto crece la sensación de inseguridad y de desconfianza ante algunas
instituciones públicas como la Policía.

En la zona del Caguán y de la Cordillera Central (Tolima y Cauca) –en donde las Farc tuvo
más control y dominio sobre el territorio–, pareciera que lo que se está viviendo es más
cercano al imaginario que tenemos de una situación de posconflicto, en donde un actor
armado ilegal sale y no necesariamente entran otros. Ahí, la transición parece ser más fluida
y tranquila. Pero en el Bajo Cauca y en el andén Pacífico la versión del posconflicto es una
mutación del conflicto. Las Farc siempre se disputaron el control de esos territorios con
otros actores que hoy siguen ahí, lo que ha aumentado la inseguridad y por tanto la
incertidumbre.

Otro reto es canalizar la mayor actividad cívica y las manifestaciones sociales que están
creciendo en esos territorios. Antes no había la posibilidad de manifestarse, los ciudadanos
estaban restringidos. Es una gran oportunidad, pero también un reto para el Gobierno que
llega y para el Estado colombiano en general, porque detrás de esas movilizaciones hay
intereses y demandas que se deben canalizar de modo que fortalezcan los espacios
institucionalmente establecidos.

Además, genera inquietud que para quienes viven en estas zonas no es claro que el fin del
conflicto aumente la seguridad. No es claro que la llegada de autoridades, de la Policía y de
las Fuerzas Militares, que antes hacían presencia esporádica, vaya a generar mejores
condiciones. Hay un porcentaje de la población que dice que si llega la Policía, las
condiciones de seguridad empeorarán. Este es otro reto: que las autoridades generen
confianza y que no sean vistas como agentes externos totalmente ajenos a las comunidades.

Por último, está el reto de que la presencia del Estado logre evitar dinámicas de corrupción
que antes no aparecían en esos territorios. Ante la salida del actor que hacía justicia, ha
aumentado la percepción de que es válido hacer justicia por mano propia y pagar sobornos.
Son indicadores que han crecido y que comienzan a nivelarse con la media nacional. El
Estado debe actuar rápido para no comprometer su legitimidad.

Los datos de opinión pública muestran que hay un consenso nacional: el conflicto armado
debe resolverse a través de procesos de negociación. Sin embargo, unos son los retos, las
percepciones y las necesidades de la Colombia que no ha vivido el conflicto, y otros los de
la Colombia en que las Farc y otros actores armados han sido protagonistas.

Los resultados de las elecciones de mayo en estas zonas serán cruciales. Es clave que haya
un Gobierno que se la juegue por la agenda del posconflicto. De lo contrario estos
territorios van a sufrir mucha indiferencia y sus necesidades no serán atendidas. Pero lo
más grave es que esa decisión no la tomarán ellos, sino nosotros, quienes no hemos vivido
de cerca el conflicto y para quienes la agenda del posconflicto parece no ser una prioridad.
El conflicto armado en Colombia ha dejado una huella imborrable. Cifras del Grupo de
Memoria Histórica muestran que de 1985 a 2013 murieron 220.000 personas por cuenta de
la guerra, de las cuales el 81 por ciento eran civiles. Hay 25.000 desaparecidos, casi 2.000
víctimas de violencia sexual, más de 6.000 niños reclutados por grupos armados y 5
millones y medio de desplazados. Un poco más de 27.000 colombianos fueron secuestrados
y 11.229 han caído en minas antipersonal.

Una de las novedades en lo que respecta al proceso de desarme fue la creación del
Mecanismo de Monitorización y Verificación (de ahora en adelante MM&V) diseñado para
monitorizar la dejación de armas de las FARC-EP. Según representantes del gobierno en el
proceso de negociación de La Habana, para la elaboración de este mecanismo se analizaron
más de 20 procesos de paz en el mundo dentro de loscuales se analizaron los modelos de
Desarme, Desmovilización y Reintegración (DDR de ahora en adelante) “empleados en
Mozambique, en las montañas de Nuba (Sudan), en Filipinas, (diversos procesos), Nepal,
El Salvador (e) Irlanda del Norte”. (2) Este mecanismo, liderado por las Naciones Unidas e
integrado por representantes de las FFAA de Colombia, representantes de las FARC-EP
probó ser, en palabras del Secretario General de las Naciones Unidas, “un inestimable
instrumento de fomento de la confianza a todos los niveles”.

El 15 de agosto de 2017 se dio por finalizado el desarme. El MM&V estableció que las
FARC-EP hizo entrega de “un total de 8.994 armas, 1.765.862 cartuchos de munición,
38.255 kg de explosivos, 11.015 granadas, 3.528 minas antipersonal, 46.288 fulminantes
eléctricos, 4.370 granadas de mortero y 51.911 m de cordón detonante”. El informe incluyó
la búsqueda de más de 1.000 caletas de armas reportadas por las FARC-EP que hicieron
necesario retrasar el calendario de desarme inicialmente planteado. Desde entonces, los
campamentos de desmovilización pasaron a llamarse Espacios Territoriales de
Capacitación y Reincorporación (ETC de ahora en adelante) en los que la Agencia
Colombiana de Reincorporación (ACR) ha ido tomando el control para iniciar los
programas de reintegración económica, política y social de los excombatientes.

A pesar de los esfuerzos realizados por la Agencia Colombiana de Reincorporación existe a


día de hoy una desconexión entre las aspiraciones que tienen los desmovilizados y los
programas y recursos a disposición del gobierno para la reintegración.
Por un lado, abundan las propuestas de proyectos productivos por parte de los
desmovilizados en temas relacionados con la agricultura, el ecoturismo, la carpintería, la
producción de prótesis (para los afectados por las secuelas de la guerra), entre otros. Por
otro, los recursos económicos para llevarlos a cabo parecen escasear. Además, como el
informe especial sobre los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETC)
de la Defensoría del Pueblo menciona, existe una desconexión entre los intereses
profesionales de los desmovilizados y los cursos dictados. Según el informe, “a las FARC
[le] generó incomodidad que la oferta en estos cursos no se hubiera construido de manera
conjunta, sino que se hayan extendido convocatorias de actividades ya definidas. Respecto
a los cursos de gastronomía, se refirió que cuando fueron impartidos no se contaba con los
ingredientes suficientes, por su parte, el de manicura fue entendido como una actividad de
lujo y con poca rentabilidad en entornos rurales”.

Desde la conversión de las ZVTN a Espacios Territoriales de Capacitación y


Reincorporación (ETC), los excombatientes han pasado a recibir una asignación económica
compuesta del 90% del salario mínimo en Colombia. Es decir, unos 620.000 pesos (177€)
mientras que no tengan "un vínculo contractual que les genere ingresos"; una asignación
única de 2 millones de pesos (570€) y una única dotación económica de 8 millones de pesos
(2.285,817€) en el caso de querer emprender un proyecto productivo individual (Decreto
899 de 2017). Este tipo de dotaciones económicas no han pasado desapercibidas en un país
en la que el costo de vida es alto, la desigualdad va aumento y la polarización política a
favor y en contra del Acuerdo es una constante. Algunos son conscientes de la importancia
de esta renta básica para el proceso de reincorporación social y económica de los
desmovilizados. Sin embargo, ello no evita que cause recelo entre algunos ciudadanos y se
utilice como un argumento político en contra del proceso en tiempos de campaña electoral.

Mientras que la preocupación sobre el futuro de la integración sigue latente entre los
desmovilizados los días van pasando en los campamentos. Las casas que se construyeron de
modo provisional se van afianzando en el terreno con arreglos y cuidados. Aquellos
hombres y mujeres, que pasaban sus días de manera itinerante entre las montañas y las
selvas con un fusil en mano ahora luchan contra el paso del tiempo y la incerteza de lo que
depara el futuro. Según, el testimonio de uno de los líderes de la ex FARC-EP: el objetivo
para mantener la cohesión del grupo es “evitar la dispersión, mantener a los compañeros
ocupados y asegurar el desarrollo de proyectos de producción que les den un futuro” (3).
Por ello, tareas como cocinar, limpiar, asistir a las clases y encuentros de discusión y
reflexión ideológica y sobre la implementación del Acuerdo, suponen la medicina para
mantener a los excombatientes inmersos en una rutina de horarios y responsabilidades
individuales que, al abandonar la lucha armada, les permite mantener la disciplina de grupo.

De todos modos, muchos no aguantan y aquellos en los que ya no pende una orden de
captura empiezan a abandonar las zonas. Como menciona el informe del Instituto Kroc–
encargado de la verificación de la implementación de los acuerdos- cada vez más
disminuye el número de combatientes en los Espacios Territoriales de Capacitación y
Reincorporación. Según este informe, algunos excombatientes han decidido volver con sus
familias o trasladarse a los núcleos urbanos empujados por “los retrasos en el inicio del
programa de reincorporación y de los proyectos productivos, así como las demoras en la
terminación de la construcción de los espacios (los cuales en algunos casos carecen de
servicios básicos)”.
REFERENCIA

Valencia, L; Ávila, A. (2016). Los retos del postconflicto. Ediciones Colombia.

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