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Viviendo en La Cola de Alonso Cueto
Viviendo en La Cola de Alonso Cueto
Hay colas mucho más dramáticas y desesperadas. Los vecinos de San Juan de
Lurigancho han tenido que esperar por el agua en días de desamparo (salvo
por la asistencia que les dio la Municipalidad de Lima). El distrito representa
el 11% de la población de Lima, con mayoría de jóvenes. San Juan de
Lurigancho, que se llama así en recuerdo de San Juan Bautista y de la palabra
de origen quechua “ruricancho”, es un país en sí mismo. En él se hablan el
aimara, el quechua y el asháninka.
Del mismo modo que tenemos que esperar que se ratifique a un banquero
de primer nivel como Julio Velarde y nombrar a su directorio en el BCR. Del
mismo modo tenemos que esperar a que se resuelva el destino del cuerpo
de Abimael Guzmán en medio de una confusión de autoridades. Al respecto,
me parece muy justa la propuesta de Juan Carlos Tafur, según la cual
debíamos designar un día de conmemoración de la victoria social y política
en contra del terrorismo. En medio de la dispersión de autoridades, es
absurdo que el cuerpo de Guzmán siga esperando su destino. Es un episodio
vergonzoso que será recordado cuando se recuerde a un personaje nefasto.
Nadie nos habló del tedio de la espera mejor que Beckett en “Esperando a
Godot”. En esa obra, dos personajes llamados Vladimir y Estragón esperan a
un ser llamado Godot, que muchos han identificado con Dios. En la última
escena, uno de ellos le propone al otro irse del lugar donde están. Ambos
están de acuerdo, pero se quedan inmóviles. Las luces se apagan. Siguen
esperando.
En una sociedad marcada por las dilaciones y las colas, pensamos que tal vez
nuestro destino es el de una novela que convirtió la espera en un asunto
central: “El coronel no tiene quien le escriba”. Al final, cuando está claro que
la espera no tendrá fin, su esposa le pregunta qué van a comer. El coronel le
ofrece la famosa y definitiva respuesta.
(Es una sola palabra, al final del libro, y corresponde a los que están hartos
de esperar).
Frente a este ritual peruano, la cultura popular ha inventado un lema irónico
que es un consejo práctico: “A esperar sentado”. Pero cuando la espera
producto del caos, la incertidumbre, el desgobierno, se prolonga y pierde
sentido, empiezan la violencia y el hartazgo. La desesperación significa la
renuncia. Aun así, el peruano parece hecho para el aguante.