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OPINIÓN
Publicado en:
AV Monografías 201 (páginas 4-11)
Francis Kéré
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En el origen fue el árbol. Si Gottfried Semper hubiera extendido su exploración arqueológica y etnográfica
hasta la sabana africana, habría encontrado allí confirmación de muchas de sus tesis, y habría también
modificado otras para enriquecer su relato con otras geografías y otros climas. El arquitecto y teórico
alemán situaba en el fuego el origen de la arquitectura, pero es posible que el contacto con las regiones
áridas o tropicales le hubiera animado a ampliar su repertorio genético o genesíaco con la sombra: en
lugar de la fogata primigenia que alumbra y calienta, la bóveda vegetal que protege de la radiación solar. En
ese tránsito del fuego a la sombra, y de la hoguera al árbol, se encuentra encapsulada una teoría
alternativa de la arquitectura, que sin embargo puede bien armarse con las herramientas conceptuales de
Semper. Esta es la propuesta arriesgada que aquí se hace: interpretar la obra de Francis Kéré con los
fértiles patrones intelectuales suministrados por el autor de Der Stil, aunque colocando al árbol y la
sombra en el núcleo cordial de una arquitectura que tiene profundas raíces en su territorio original, y que a
la vez extiende su tupido ramaje de intuiciones y convicciones a paisajes distantes, configurando una
genuina estética práctica, para tomar prestado el término de Semper.
La arquitectura de Francis Kéré se puede entender desde el mestizaje de sus raíces africanas con su
educación europea, desde el empeño por usar técnicas apropiadas que comparte con otros constructores
en entornos precarios o desde su singular compromiso comunitario, y todos ellos son enfoques legítimos.
La reunión de su íntimo conocimiento del entorno material donde se crió con su formación inicial de
carpintero y después de arquitecto en la Technische Universität berlinesa dan como resultado una
pragmática destreza en la manipulación de materiales, medios y procesos que no es fácil de lograr con una
experiencia que se apoye sólo en uno de esos dos polos, y tanto las limitaciones de las construcciones
vernáculas como los desajustes de las técnicas importadas atestiguan la conveniencia de hibridar
tradición y modernidad. A su vez, el extremo realismo que exige el construir con recursos limitados se
extiende desde la adecuada elección de las técnicas hasta el empeño en proyectar una arquitectura
sostenible que logre más con menos y consiga levantar entornos habitables sin apenas usar otras
energías que las renovables. Por último, la voluntad de servicio a su comunidad se expresa tanto en su
activismo recabando fondos para construir dotaciones sociales como en la propia intervención de la gente
en la realización de las obras, en una coreografía colectiva que legitima el proceso y empodera a los
habitantes.
Mestizas, apropiadas y comunitarias, las obras de Kéré son empero algo más, que me atrevo a situar en el
resbaladizo ámbito de la belleza, y que sugiero apocopar con el expresivo subtítulo de Der Stil, ‘Praktische
Aesthetik’. La personalidad carismática del arquitecto burkinés, y su extraordinario recorrido biográfico —
que le ha llevado desde una aldea sin electricidad ni escuela en uno de los países más pobres del mundo
hasta el unánime reconocimiento internacional que hoy disfruta—, le ha convertido en líder de una escuela
dispersa que defiende una arquitectura necesaria: es inevitable sentir admiración por un trayecto que a los
veinte años le lleva a Alemania con una beca de formación profesional, consiguiendo diez años después
ingresar en la universidad, donde se titula poco antes de cumplir treinta y nueve años, tras haber ganado el
Premio Aga Khan con su proyecto fin de carrera, que se construye en Gando con la financiación que él
mismo obtiene de fuentes filantrópicas. Quince años después, la oficina berlinesa de Kéré tiene una
dimensión global que se soporta en quien ha enseñado en la TU y en Mendrisio, pero también en Harvard,
es miembro del RIBA y del AIA, habla alemán o inglés con la misma fluidez que sus nativos francés y
mòoré, y que a las innumerables publicaciones, exposiciones y premios añade ya un acervo singular de
obras y proyectos en diferentes geografías, unidos por el hilo conductor de una belleza necesaria.
En la obra de Kéré la tierra tiene una presencia ubicua, al ser el material más abundante y barato, y su
modelado o prensado con las manos y los pies de los que intervienen en la construcción —a menudo los
propios habitantes del poblado donde se levanta— conforman la plataforma que Semper juzgaba
imprescindible para proteger el fuego elevándolo sobre el nivel del terreno, y en Burkina Faso no menos
necesaria para impedir que las lluvias torrenciales y las ocasionales inundaciones de la estación húmeda
devasten casas y enseres, como catastróficamente ha ocurrido en fechas recientes. Pero Semper
asociaba este soporte sólido a la albañilería, y en efecto han sido también piezas prismáticas cerámicas,
bloques de tierra comprimida y estabilizada o sillares de la dúctil laterita, extraídos de canteras
artesanales, los que han permitido a Kéré aparejar recintos definidos con elementos estereotómicos.
Aunque la imagen que convoca la tierra es la de las manos moldeando el tapial o los pies compactando el
suelo de arcilla, el adobe o la cerámica forman también parte de este repertorio, y quizá en ningún
proyecto de manera más dramática que en la biblioteca escolar de Gando, donde vasijas cortadas por la
mitad hacen el papel de lucernarios, evocando la representación de la bóveda celeste en los baños
islámicos y moteando la sombra maternal y protectora con charcos de luz.
Estereotómico y tectónico
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