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De adolescentes, en esos manuales de historia escolares que sobrevuelan siglos de historia en

algunas páginas, nos enseñan más o menos lo siguiente: tras una época oscura, sobrevino, al
fin, la luz.

El Iluminismo, las luces de la Razón y la ciencia, el surgimiento de los Estados Modernos,


habrían arrojado luz sobre el oscurantismo medieval. Discontinuidad de la historia. Comienzo
absoluto: la luz de la razón sustituía la autoridad divina.

Pero una ausencia lacerante recorre esos libros, una alevosa omisión. La historia moderna ha
procurado olvidar las llamas de sus hogueras, ha querido ensordecer para dejar de escuchar
los gritos que llegan desde el fondo de la historia.

Sí, tal como sostenía Walter Benjamin, “No existe un solo documento sobre la civilización que
no sea al mismo tiempo un documento sobre la barbarie”, los documentos sobre la caza de
brujas condensan los mayores delirios sobre los que se fundó la modernidad.

Es que la caza de brujas –y ésta es una de las apuestas centrales del libro- no expresa la agonía
del mundo medieval sino por el contrario el oscuro alumbramiento de la era moderna. Son los
nacientes Estados europeos los protagonistas de esa cacería.

Domesticar los cuerpos. Moldear un cuerpo – máquina. Hombre productivos, mujeres


reproductivas. Constituir una nueva sexualidad, inferiorizando mujeres y sexualidades no
heteronormadas. Este libro traza una historia del cuerpo, de los distintos modos en que se fue
concibiendo y moldeando, de las incisiones que se produjeron sobre el campo social,
segmentando las poblaciones según su género, su raza y su clase.

Y es también una cartografía de las luchas y las resistencias que se opusieron a la imposición
del capitalismo. En esas resistencias herejes, en esos saberes sometidos y cuerpos rebeldes,
este libro encuentra los rastros para pensar estrategias y fugas al capitalismo actual.

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