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Amigdalitis
23 September, 2008
Pocas personas no tendrán unidos a los recuerdos de su infancia alguna fecha en la que una
amigdalitis le estuvo molestando durante varios días con todas las sensaciones
desagradables que acompañan a esta enfermedad que, por fortuna, se suele dejar atrás sin
complicaciones.
Es curioso comprobar cómo otras enfermedades que nos afectan con mayor intensidad,
como por ejemplo la gripe, las podemos sobrellevar con más resignación y hasta en mejores
condiciones. Posiblemente esto se deba a que sabiendo que no estaremos para nada, ni para
nadie, nos retiramos en una semana de reposo recuperador . La amigdalitis, sin embargo, al
dejarnos en un estado intermedio en el que esperamos seguir haciendo nuestras tareas
diarias nos termina superando, dejándonos tan agotados por la fiebre, el malestar general y
el dolor de garganta que te desaconseja incluso volver a tragar saliva salvo que quieras
sentir un espantoso desgarramiento, que no se necesita dejar pasar muchos días para
comprender que lo único que se está consiguiendo al intentar ignorar esta enfermedad es un
martirio en el que la fe poco puede ayudar.
Es justamente ese estado en el que se cree que se puede seguir, pero que te derrota cada día,
lo que transforma la amigdalitis en una enfermedad que se recibe igual que el invitado no
deseado que se presenta sin avisar y se termina quedando al almuerzo, a la cena y nos
vuelve a sorprender con su interesante conversación en el desayuno del día siguiente. Es
normal por lo tanto que en el caso de las amigdalitis, como con los invitados no deseados,
se llegue a padecer dolor de cabeza y hasta dolor de estómago.
Nadie duda de la buena voluntad de los médicos practicantes de la medicina oficial, pero
¿por qué son tan voluntariosos a la hora de recetar de manera automática antibióticos al ver
una amigdalitis?
Para estos médicos las conocidas como anginas nunca se curan solas, necesitan de un
tratamiento que ayude a combatir la infección. No es cuestión tampoco de pensar que estos
total con los fundamentos de la medicina oficial. Puede que alguno de ellos tenga la
muñeca demasiado suelta a la hora de recetar pero, con seguridad, la mayoría será prudente
con este tipo de medicamentos.
Lo cierto, a pesar de esa prudencia, es que ningún médico necesita pensar demasiado
cuando se encuentra en su consulta a un chaval de 7 años con las amígdalas inflamadas, y
rebosantes de pus, con fiebre elevada y un dolor tremendo al tragar saliva.
Del médico se espera una solución y esto, hay que reconocerlo, condiciona tanto su
respuesta como lo hacen sus conocimientos. De hecho todo lo que rodea al médico marca
una trayectoria invariable que le conduce a la receta de los antibióticos. Plantear una
consulta que debe de ofrecer una respuesta clara y concisa en no más de 10 minutos, así
funciona la sanidad pública, obliga a dar soluciones estandarizadas en las que cada
enfermedad lleva asociado el nombre de un grupo de medicamentos. No hay más.
No es desde luego un problema que tenga fácil solución el que se deriva de esta mentalidad
pues la raíz del conflicto se sitúa en pleno siglo XIX, momento en el que comenzamos a
culpabilizar de nuestros males a seres microscópicos que en ese siglo comenzaron a ser
visibles para el ojo humano. Aquel hallazgo era como encontrar en una investigación
policial el arma del crimen y además en manos del criminal, ¡qué más se podía pedir como
evidencia!. Ya no podía existir duda de que esos microorganismos que prosperaban tanto a
costa de nuestra salud debían de ser los causantes directos de nuestros males.
Fue sin embargo un lamentable y trágico error, justificable sólo por la necesidad de
respuestas inmediatas, que para explicar la presencia y actividad de virus y bacterias en las
personas aquejadas de cualquiera de las que hoy conocemos como enfermedades
infecciosas se le atribuyese a estos microorganismos una especie de “mala leche” innata
como si su existencia se viese reafirmada con cada nuevo humano que enviasen a la tumba.
Hoy sabemos gracias a la nueva medicina que esos virus y bacterias sólo actúan en la fase
de curación siendo su acción deseable para regresar lo más rápidamente posible al
equilibrio perdido. Además en el caso de la amigdalitis no hay muchos motivos para temer
por una cronificación que sería junto a las complicaciones que se pueden derivar de la
actuación de las bacterias, lo único realmente preocupante que pueda sucedernos. Porque
no olvidemos que los virus y bacterias pueden ser nuestros aliados pero en ocasiones se
toman su tarea con un brío y empeño desmedido que debe de ser controlado. Por esta razón
el uso de antibióticos no hay por qué descartarlo pero su utilización sensata debe de
realizarse conociendo en qué fase de la enfermedad nos encontramos y sobre todo sabiendo
que esos antibióticos pueden ser útiles en una urgencia pero jamás evitarán que esa
amigdalitis vuelva a padecerse pasado un tiempo.
Hemos mencionado que esta enfermedad debe de tener un sentido y sabemos que debe de
estar relacionado con una derrota biológica desencadenante. Pero tal vez usted esté
pensando que esto no debe de ser así en el caso de las amigdalitis, pues están asociadas a
causas ajenas a supuestos conflictos, salvo que los enfriamientos se puedan clasificar de esa
manera.
La pieza clave que nos está faltando en todo este razonamiento es la que nos da un motivo
por el cual si puede desencadenarse una amigdalitis. Esto nos ayudaría a entender po
porr qu
quéé
no todos los compañeros de un mismo trabajo la padecen aunque soporten el mismo aire
acondicionado o por qué no todos los niños de un colegio o de una misma familia, aunque
duerman en la misma habitación, se verán afectados.
Se suele mencionar como posible causa de las amigdalitis un mal estado del sistema
inmunológico. Se entiende que debido a ese mal estado de las defensas se lo ponemos más
fácil a virus y bacterias para que ataquen nuestras amígdalas. A pesar de que esa lógica
puede ser muy útil en otro tipo de batallas carece de sentido en nuestro cuerpo. De nuevo
aquí encontramos la mentalidad propia del siglo XIX que asentó las bases de un sistema
defensivo inmunológico y de unos enemigos ante los cuales teníamos que emplearnos a
fondo para no vernos derrotados y hasta aniquilados.
Sin embargo tanto los virus como las bacterias se encuentran en nuestro cuerpo en espera
de que necesitemos de su ayuda. Por esta razón podemos tener, por ejemplo, una saludable
población de
d e bacterias
bacte rias de la tube
tuberculosis
rculosis sin padecer esa enfermedad y lo mismo podemos
decir de todos los microorganismos que pueden causar una amigdalitis.
Tener “bajas las defensas” no debe de atemorizarnos en este caso pues sin el conflicto
biológico necesario no hay opción para padecer amigdalitis.
Al igual que sucede con otros órganos y estructuras que también tienen su origen en el
mesodermo externo, en el caso de las amígdalas palatinas, formadas por tejido linfático y
epitelial, el conflicto biológico que conduce a nuestro cuerpo en su fase de curación a una
amigdalitis está relacionado con la desvalorización propia, a la que se le une el matiz de la
angustia. Ese matiz cambiará en el caso de verse afectados los vasos linfáticos y no los
ganglios, siendo entonces la necesidad de proteger la zona del cuerpo afectada la que se une
a la desvalorización.
Saber que una desvalorización puede está detrás de nuestra molesta amigdalitis puede ser
una ayuda para identificar la derrota biológica que dio paso al conflicto en el que nos
vemos impulsados a superarnos.
Tras la derrota biológica surge de manera inmediata el conflicto que nos está exigiendo
recobrar el valor perdido dando una solución que evite en un futuro que seamos tan malos
cazadores de presas que ya eran casi nuestras.
- Rafael es un chaval que tiene un examen, en el frío mes de Enero, que ha estado
preparando de manera responsable y tal vez con exceso de sacrificio durante las vacacione
vacacioness
de Navidad. El día del examen está seguro de que va a aprobar, siendo de hecho su objetivo
obtener una buena nota. Sin embargo el profesor le sorprende en el examen con preguntas
que él no se esperaba y que no se preparó porque malinterpretó las recomendaciones del
profesor. Nada más terminar
t erminar el examen se siente decepcionado
decep cionado por su mala previsión y por
su nefasto error. Va a suspender el examen, de eso está seguro. Sin atreverse a decírselo a
sus padres vive con angustia ese fracaso en sus estudios que además le hace sentir que no
está tan capacitado como creía (desvalorizado), pues a pesar del enorme esfuerzo no
conseguirá aprobar. Sacando algo de valor chaval le cuenta todo lo sucedido a sus padres y
estos, para su sorpresa, se muestran muy comprensivos y le quitan importancia a ese
suspenso. El chaval se relaja, ve desaparecer su angustia, y decide irse a jugar con los
amigos un partido de fútbol. Al regresar a casa le dice a su madre que siente algo de fiebre
y que le duelen las anginas. Ahí comienza su amigdalitis. La madre creerá que la culpa es
del niño por jugar en manga corta en pleno invierno, el médico al que visitarán al día
siguiente les dirá que probablemente otro niño le habrá contagiado, y el chaval no sabrá ni
lo que pensar.
- Matías trabaja de ocho a tres de la tarde en una oficina del centro de la ciudad. Desde hace
unas semanas se siente muy ilusionado pues conoció a una mujer que le resultaba muy
atractiva, además se siente correspondido. El inicio de la semana es un tanto inusual en él
pues llega con enorme energía al trabajo. Esto se debe a que es la última semana de Julio y
con la llegada del mes de Agosto comenzarán sus vacaciones que piensa compartir con su
nueva amiga en el piso que ésta tiene en la ciudad de Roma. Son para él unas vacaciones
soñadas, con la mujer que desea y en una ciudad que siempre quiso conocer. Como cada
mañana, a las once, queda con su amiga para desayunar en un bar cercano al trabajo de
ambos pero en esta ocasión la cita se convierte en la última. Una conversación de un tema
intrascendente deriva en una discusión con fuertes reproches mutuos ante lo cual ella
reconoce que llevaba tiempo pensando en poner fin a la relación por el supuesto difícil
carácter de Matías. El resto del día es nefasto para el pobre oficinista que se queda sin
pareja y sin Roma al mismo tiempo, justo cuando sólo faltaban unos días para
p ara esas ansiadas
vacaciones. Esa tarde, en casa, se siente angustiado y culpable (desvalorizado) por haber
estropeado la relación por su supuesto mal carácter. Durante la noche no consigue dormir
más de dos horas. Al día siguiente recibe la llamada de una amiga, compañera de trabajo de
su expareja. Le cuenta a Matías que esa mujer llevaba varios días coqueteando con otro
empleado y que lo normal en ella era cambiar de pareja cada pocas semanas inventando
siempre excusas sobre incompatibilidades. Matías se siente aliviado por aquella confidencia
pues siente que de lo sucedido sólo es responsable el carácter tan voluble de la mujer y
aquella separación se convierte para él en una oportunidad para desarrollar varias tareas que
tenía pendientes desde hacía tiempo. Al salir ese día del trabajo comienza a notar cierto
dolor en la garganta. Por la tarde le sube la fiebre y casi le resultaba imposible tragar saliva.
Comienza ahí la amigdalitis de Matías.
Estos dos casos que hemos tomado como ejemplo de dos personas que llegan a padecer
amigdalitis nos muestran claramente cual es el desarrollo de la enfermedad desde que se
produce la derrota biológica (suspender el examen / ruptura de la relación y fin a los planes
de viaje) hasta que estando el conflicto biológico activo, en el que se mezcla la
desvalorización y la angustia, se consigue su solución (no tenía importancia el suspenso / es
mejor perder de vista a esa mujer y dedicarse a otros asuntos) que aflora en una amigdalitis
en el proceso de curación.
En el caso de Matías podemos decir algo muy similar, si no fuese por la resequedad de su
garganta debido al aire acondicionado, en otras circunstancias no tan favorables para los
microorganismos
no queesta
hubiese padecido su médico identificó como causantes de su amigdalitis, es posible que
enfermedad.
Tanta frustración será la que consiga endurecer nuestras amígdalas a base de infecciones a
lo largo de los primeros años de vida.
Quitarle a otra persona el pan de su boca es algo muy feo (y hasta muy poco higiénico) pero
lo seguimos
remotos haciendo Podemos
antepasados. con el mismo
ser muyimpulso
sutilesbárbaro que podían
saltándonos tener
una cola de nuestros
personas más
que
aguardan durante minutos su turno y podemos hacerlo porque si, porque nos lo merecemos,
lo mismo que podemos quitarle el aparcamiento a alguien que llegó antes que nosotros pero
que se despistó unos segundos que supimos aprovechar.
Somos así, no nos importa crear expectativas que realmente están basadas en el engaño
para darnos a la fuga en el último momento. Le seguimos arrebatando la comida de la boca
a la gente y ahora no sólo le quitamos la pata de conejo sino que podemos llevarnos sus
ahorros de toda la vida.
Sin duda el frigorífico poco tenía que hacer entre tanto salvaje. Le pedíamos a este
electrodoméstico que nos descubriese nuestra espiritualidad, que nos alejase de la barbarie,
y sin embargo lo único que nos supo ofrecer fueron unos breves días de tranquilidad. Ni
siquiera los más enormes frigoríficos nos garantizan un abastecimiento por muchas
semanas así que pocas esperanzas podías poner en unos kilos más o menos de carne. La
vida es demasiado larga como para confiársela a un aparato que nos la puede estropear con
tan sólo un corte de electricidad que dure unos días.
Por fortuna teníamos otro sistema de almacenamiento que nos permitía milagrosamente
guardar provisiones de comida para años y lustros, en muy poco espacio. Puede que
guardar tanto parezca exagerado pero somos así de generosos con nosotros mismos, ¿quién
se resiste sino a guardar millones y millones en los bancos? Sólo los que no los ganan.
El dinero que no hace preguntas sobre su origen (comportamiento mimetizado por los
banqueros) fue sin ninguna duda el gran espiritualizador moderno. Tener dinero para que
pareciese que no lo necesitábamos. Tener dinero para poder alejarse de las penurias de lo
material.
Lo que no pudimos evitar fue continuar con el instinto, espoleado por el miedo, que nos
conducía a arrebatarle a otros todo lo que estuviese a nuestro alcance cometiendo un triple
error moral, social y biológico.