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Daniel Moyano: retratos de un escritor que tocaba el violín

Pablo Edmundo Heredia

Por si también lo ha olvidado, sepa que está acabando un siglo terrible. Hay hombres y
armas que pueden destruirlo todo, mientras aquí tratamos de reconstruir con palabras un
pueblo olvidado que ni siquiera está en los mapas, vive saltando de un lugar a otro por la
cordillera para poder sobrevivir. Minas Altas es apenas un puñado de tierra, pero también
pertenece a este planeta. Y vamos a rescatar sus pequeñas casas de terrón, porque son
nuestra verdad. Cuando esos asesinos acaben de abrirse paso con sus explosiones, es
posible que estén contados los días de muchos de nosotros. No sabemos cómo nos mirarán
desde su pesadilla. Es necesario que para entonces todos, hasta la última hormiga de Minas
Altas, estemos en palabras salvadoras. El tiempo que ellos han tardado en apropiarse del
mundo nos ha permitido una demora que ha hecho posible hallazgos más vitales, que nos
permitirían subsistir en la libertad. En el fin de la ilusión del poder, a ellos los espera la
tristeza, donde desaparecerán. La mecánica del mundo es para la alegría. Ellos nunca
podrán modificar esa mecánica, ni con las manos ni con el pensamiento.

Daniel Moyano, Tres golpes de timbal

Kepier... Decía, por ejemplo, que la tierra al desplazarse producía un sonido, una música en
el espacio. Pero que esa música no se la podía oír con los oídos, sino con el intelecto. Y que
esta música nuestra es sólo una interpretación de esa otra que no podemos oír. Sólo Dios
puede oírla, decía. Y en una carta que le envía a Galileo contándole que de un momento a
otro la Inquisición condenará a su madre, le dice: «La tierra emite, evidentemente, un
sonido cuando se desplaza, mi, fa, mi, miseria, hambre, miseria. ¿Es sorprendente, no?».

Hay un desplazamiento fundante del hombre, como en la música. Las notas simbolizan un
movimiento en la partitura semejante al viaje que el hombre va trazando en el mapa de su
experiencia. La partitura de Moyano comienza en Buenos Aires, pasa por La Falda, Alta
Gracia, Córdoba y La Rioja, y finaliza en Madrid. En cada lugar, es decir en cada
desplazamiento sobre el diapasón del mundo, hay un sonido especial, una estructura
intelectual que deviene en cuentos, novelas, notas periodísticas. Cada espacio es un
asentamiento crudo para habitar, pero al unísono, también es un punto de partida hacia un
centro, el lugar definitivo que la literatura no puede saciar, ni descubrir, apenas nombrar
mediante un oficio, lento, tranquilo, catártico. No había sido Europa un sitio fecundo para
laborar nu circuito vital; no sonaban las palabras en el exilio, ni el oficio de saberse posible
en la majestad de su entorno experimental. Daniel Moyano: albañil libre, músico de
orquesta provincial y maquetero de una multinacional. Se dice que hay dos novelas
inconclusas a la espera de otro diálogo metafísico entre esos oficios, a la manera de una
serenata, sencilla y voraz1.

Oficios

Me lo enseñó un alemán. Además me enseñó los poetas románticos alemanes: Novalis,


Rilke, Heine. Entre rosca y rosca comentábamos poemas. Tenía trece años cuando lo conocí.
Empezamos instalando calefacciones.

Una biografía crítica -o periodística- instala en quien asume redactarla dos claves de
reflexión. Una, sobre qué decir acerca de la vida de una persona que en este caso es
notable por un motivo: escribió novelas y cuentos. Otra, teniendo en cuenta los datos
recogidos, cómo describirla si las referencias positivas importantes -es decir reconocibles- se
constituyen en la escritura misma. Los datos, entonces, son autobiográficos. La tarea, aquí,
consiste en una transcripción anotada y rápida de una escritura, pero también de una
oralidad que el propio Moyano hizo constar en alguna entrevista o encuesta2. Las claves se
configuran como dos momentos que se entrecruzan transversalmente en esta muestra.
Momentos difusos, a veces imprevistos -o imprecisos-, casi siempre arbitrarios. Se opaca la
observación porque no es posible dilucidar la publicidad de lo íntimo escrito en la ficción: la
frontera es implacable, aunque sensible a asociaciones e interpretaciones sobre los vínculos
referenciales. Se reduce la descripción, entonces, a una bibliografía que redunda en su
muestra con evocaciones fugaces de una vida cuyos aspectos relevantes, para este caso,
son como instantáneas de un recuerdo fragmentado en la escritura de su propio autor. «Fui
criado por un abuelo y varios tíos. Tíos muy ricos y tíos pobrísimos. Unos meses estaba en
una casa con costumbres burguesas y de golpe pasaba a los tíos más pobres del mundo.
Que tenían nueve hijos y además a mi hermana y a mí. Pasábamos hambre. Toda esa
peregrinación paró cuando nos encontramos con los abuelos matemos. El viejo de mis
cuentos es él».

La Falda, Alta Gracia, son referencias de la adolescencia. La ciudad de Córdoba, de la


juventud. Aquí, solía confesar que vivió en una pensión que se intuye estaba por barrio
Güemes. También dijo haber estudiado algo de alemán y francés, y haber asistido como
alumno oyente a la Facultad de Filosofía y Humanidades. Leyó a Kafka y a Pavese, y
conversó con Juan Larrea. Aunque escribía poemas, sería extraño que hoy alguien los haya
leído, pero sí que cualquier vecino de La Falda recuerde haberlos escuchado allá por 1946
por los altoparlantes del periódico pueblerino.

Artistas de variedades

Me parece que empecé a escribir para entender esa ciudad monstruosa que era para mí
Córdoba.

Un niño observa el mundo desde la esperanza rezagada de su perspectiva: la planta de sus


pies. El horizonte no es vago, todo se presenta como un asombroso festín del futuro. Pero
todo queda allí, en el tiempo de los mayores, en los límites que se aprende a obedecer. El
niño percibe solamente, del otro lado del público, que la alegría de los artistas, aunque sea
simulada para él, es una representación de su propio camino en la vida. Desde este libro de
cuentos, el niño, la infancia, la ingenuidad de la belleza, tendrán un sentido metonímico de
la experiencia de la libertad, allí donde sobrevivir es el único aprendizaje posible para
escribir.

En el 57 la librería Assandri de Córdoba me dio el segundo premio de un concurso por mi


libro de cuentos Artistas de variedades. Lo publicaron tres años después, cuando yo ya me
había ido a vivir a La Rioja.

En 1963 se publica La lombriz3, relatos que varían temáticamente alrededor de la familia en


la figura perenne de un tío con un carácter indefinible. Para Moyano la tarea del escritor
consistía por entonces en construir la dimensión que la realidad le había negado: un tío
humanizado, sensible, salvado. La paradoja se revela más que como un experimento de la
escritura, como una actitud vitalista que intenta redimir los referentes que la animan. El
oficio de escritor es un medio para interpretar y explicar un entorno, y por ende un tiempo
que el hombre, fuera del oficio, lleva en sus hombros.
Córdoba lejana

Isamael, el personaje de Una luz muy lejana4 es un hombre desnudo puesto en una ciudad.
Un hombre sin prejuicios ni elementos de juicio siquiera. No sabe razonar. Apelo a ese
hombre que el obispo Angelelli define como el que no tiene voz. Esa gente que no puede
hablar, ni va a hablar nunca.

[En esta novela] traté de proteger a mis personajes de una ciudad carnívora.

Quizás es en esta primera novela de Moyano cuando entró Kafka al laberinto de la


identidad. El proceso es la ciudad, un monumento cuya voz es un silencio que atrofia la
identidad de sus habitantes. ¿Quién es Ismael? se preguntaría Ismael como mozo en un bar
o leyendo a Almafuerte en la soledad de la pensión, aún sin poseer la conciencia del
interrogante. En el relato «La columna» incluido en el volumen El fuego interrumpido, un
niño trepará por una columna para ver el monumento de un héroe en el parque y verá sin
embargo otra realidad. Para el lector atento es aquella misma pensión -y también es el
mismo niño que vio a los artistas- y que sentado en el umbral aguarda a su padre en «La
espera». Pero por sobre todo es la misma situación kafkiana que Moyano muestra como un
paisaje saturado de incomprensión ingenua, de un absurdo que impregna con tristeza, y no
con bronca o ironía, la construcción del tiempo en la infancia.

Kafka

Iluminó una parte de la realidad. Hoy cualquiera dice: Ésta es una situación kafkiana. Él
supo ver esa realidad desde un ángulo desconocido. Y digo vio, porque él no inventó nada,
sólo vio. Cuando se ve sólo resta ordenar palabras de acuerdo con un código. La función del
artista sería ir viendo otros aspectos de la realidad para que, entre todos, alguna vez,
hagamos de éste mundo algo coherente.
En 1968 obtuvo el primer premio en el concurso de novela de la revista Primera Plana y la
editorial Sudamericana con El oscuro. García Márquez, Marechal y Roa Bastos fueron los
jurados que consagraron al albañil que ya hacía unos años intentaba armar una orquesta
municipal en La Rioja.

En El oscuro hice lo que pude para demostrarle a mi personaje que lo que él llamaba el mal
no era más que una confusión de su conveniencia, y lo rescaté, me parece, devolviéndole al
padre que él había rechazado y despreciado, como para que por lo menos pudiera vivir en
paz consigo mismo.

La humanidad de un coronel de la policía que ha perdido su entorno familiar por el poder, la


intriga y la obsecuencia que implica su oficio, permite al narrador indagar el absurdo de la
configuración de la institución policial y militar, pero por sobre todo el de la sociedad que la
padece y la justifica. Moyano se introduce en la psicología de este hombre que para lograr
un lugar en este mundo ha tenido que negar sistemáticamente su origen, es decir su
identidad. El oscuro no es solamente un adjetivo que define el carácter necesario del
personaje para las fuerzas de seguridad, sino también la pigmentación de un provinciano
que se ha visto obligado a autosubestimarse para alcanzar el reconocimiento del poder.
Kafka en la Argentina adquiere una resemantización en la subestimación de la identidad.

El cuento

Yo andaba por los llanos riojanos, escenario de las guerras civiles, buscando material para
unas notas5. Un maestro me contó de una familia que había tenido que dar todos sus hijos.
No lo dije en la nota. Quería contarlo tranquilo, con tiempo. Me senté a escribirlo un día a
las diez de la noche. A las seis lo había terminado. Empecé a llorar. No quería publicarlo y lo
guardé. Me parecía una profanación publicarlo, e incluso escribirlo. Pero no es así. Hay que
publicar y hay que divulgar.
El cuento es «Cantata para los hijos de Gracimiano», y apareció en el volumen El estuche
del cocodrilo, en 1974. Entre relatos que sarcásticamente se narra el absurdo de la
cotidianidad en una ciudad-pueblo olvidada históricamente por la Nación, Gracimiano y sus
hijos provocan en el lector una densa carga de responsabilidad: el presente está ahí, en lo
que no se puede obviar en la humanidad. La miseria (moral y material) y sus consecuencias,
irónica o crudamente, es la escenografía vulnerable de este libro, quizás uno de los más
candentes de la década del 70.

Rabelais o El diablo es provinciano

Él me decidió a escribir El trino del diablo. [...] lo único que quise fue mostrar a qué grado
de locura hemos llegado.

En 1974 apareció esta novela que narra cómo La Rioja fue fundada por equivocación y
luego desapareció por decreto del gobierno Nacional. El sarcasmo del absurdo y el
anacronismo configuran la alegoría de la historia argentina. Triclinio es un violinista
condenado a tocar folklore porque es riojano, y sin violín porque las notas que un músico
pueda extraer de él pueden ser subversivas. Triclinio está condenado a imaginar su música.
Para los proyectos de organización institucional de la Nación todo está determinado: el
centralismo condena un destino. Triclinio no tendrá ni siquiera una provincia en donde
imaginar su identidad.

Los condicionamientos impuestos a la historia por quienes la hicieron y la escribieron impidió


la formación de ese país que hoy la imaginación de los novelistas procura reconstruir. La
fragmentación no fue sólo continental sino en cada país. Argentina, por ejemplo, no es un
país integrado. Los intereses portuarios de Buenos Aires, basamentados ya en la época del
virreinato, han impedido la integración. La Rioja, la provincia o estado donde yo vivo, está
atrasada en cien años con respecto a Buenos Aires, en vías férreas, caminos,
comunicaciones, salud, cultura y educación, electricidad, vivienda, etc. Mi provincia se
levantó en armas durante 40 años para impedir esa centralización, pero perdió la guerra y
sus caudillos fueron asesinados por los ejércitos de Buenos Aires. Nosotros ahora somos
paisaje, folklore, un lugar de week-end para los habitantes de Buenos Aires, con los índices
más bajos de producción y consumo y los más altos de mortalidad infantil y enfermedades
endémicas y una densidad de medio habitante por kilómetro cuadrado6.
Jauretche

Cayó un día por acá escapando un poco a Buenos Aires. Había tenido un duelo con un
militar y fue después de eso que se vino, y andaba buscando un dactilógrafo para dictarle
sus memorias. Yo me enteré, lo llamé por teléfono y me ofrecí. [...] Fue una convivencia
muy linda. Yo sentía mucho cariño por él, por su actitud combativa. Él creía en cosas en las
que yo no puedo creer. Creía en la lucha. La literatura para él era secundaria. Para mí la
literatura es lo importante, porque la literatura es ahistórica. La literatura no va con la
historia que quería contar Jauretche. Va con ese hombre primitivo y elemental que ha sido
sumerio y ahora es norteamericano, hindú o ruso. Yo creo que en lo que escribo no eludo;
me comprometo con el hombre. Pero no con el hombre histórico, dogmático y condicionado.

Estas palabras son de 1975. Un año después, sus palabras fueron consideradas por la
dictadura militar como un compromiso que desestabilizaba su poder. Fue preso
kafkianamente y liberado a pocas horas de un barco que se lo imaginó como un teatro
donde se representaba la historia de un matadero. Jauretche le ayudó a ver, también, que
la violencia en el país es un personaje ahistórico que redunda sus efectos en cada golpe
militar.

El vuelo del tigre

[En esta novela] tuve que subir más las cuerdas y ampliar la geografía para poder nombrar
la violencia de América Latina, que nos desborda. He tratado de nombrarla como quien la
borra, para que no exista más. Por eso la acción se ubica en un país imaginario. He tratado
de encerrar la violencia fuera del tiempo y del espacio, en Hualacato, con la esperanza de
que se quede ahí para siempre. A falta de filósofos, en América la novela, especie de
brujería, es nuestra ciencia por ahora para intentar saber qué somos.
Una familia entera se ve obligada a un exilio absoluto dentro de su propia casa, debe
inventar nuevas formas de sociabilidad y también un lenguaje para comunicarse porque hay
un sicario del gobierno que ha invadido su intimidad para custodiarlos y reprimirlos. La
novela trata simbólicamente sobre las formas que inventa la cultura popular para resistir el
avasallamiento y la censura. Cada palabra inventada es un sonido articulado que refiere a
una nueva forma de la libertad, y de la esperanza.

Exilio

Mi tema de ahora es, naturalmente, el exilio. En la novela que terminé en estos días, el salir
se va convirtiendo poco a poco en un volver, como si no hubiera exilio. [...] Y se trata de un
exilio afirmativo, es decir, procuro quitarle su naturaleza destructiva. Mi constante ha sido
tratar de modificar lo real, volver más humanas las cosas para poder verlas de más cerca.

De 1983 es Libro de navíos y borrascas, novela del exilio en ultramar. El viaje en un barco
es el espacio de un cuerpo exprimido por la violenta historia argentina, y a la vez un símbolo
del regreso, esperanza que Moyano no podrá sustentar definitivamente. Hay un faro y un
barquito, niños, amantes, artistas, renacidos en la conciencia de los exiliados, que al
implicarse en el emergente de sus representaciones logran sobrevivir a la angustia del
destierro. En la novela late la búsqueda de un interrogante: ¿Cómo narrar el destierro? ¿Qué
decir para sostener lo inexplicable de esta situación?

Hará un par de años vi en la calle Goya, de Madrid, a una pareja que llevaba una bañadera.
Serían las dos de la mañana, eran los únicos en la calle. Los oí hablar. Eran argentinos, de
Córdoba. Contaron que la hallaron en la basura. Vivían en un último piso, con terraza
grande, y la querían para plantar un sauce, como el que tenían en la casita de Cosquín. El
edificio no tenía ascensor, la subieron siete pisos. Esto fue la nebulosa de una novela que
iba a tratar de un grupo de exiliados en Madrid. Dentro de la nebulosa estaba el barco que
los trajo de Argentina. Pensé: bueno, un capítulo para contar que vinieron en un barco y
enseguida entro de lleno en el tema. Trabajé la novela durante catorce meses, escribiendo
tres horas diarias a la salida del trabajo, con el apoyo crítico de mi hijo Ricardo, que hurga
todos mis papeles y es un lector hedónico. «-¿Y la banadera?», me dijo cuando leyó el
último capítulo. «Mira, eso va a quedar para otra novela». Pasó que la travesía del barquito
por el Atlántico ocupó trecientas páginas y la novela acaba cuando llega a Barcelona. [...]
Durante esos catorce meses mis únicas lecturas han sido sobre navegación, especialmente
los relatos de naufragios de los navegantes portugueses del siglo XVI. Y el sauce de mis
amigos cordobeses ha crecido una barbaridad7.

La gramática de Nebrija

Mi mesa de trabajo está junto al ventanal. Sobre ella hay un candelabro, un tintero, un
diccionario, la Gramática de don Antonio de Nebrija. [...] El estudio de ese antiguo tratado
del lenguaje me ha enseñado a querer a las palabras. Las escribo viéndolas florecer, tocadas
por la intensidad o desnudez de la altura; las oigo sonar en el silencio virgen de la
expansión. Y son música, como afirma el gramático. Cada vez que escribo una, siento el
latido del objeto encerrado por los signos. Las oigo vivir. Las palabras sacan a las cosas del
olvido y las ponen en el tiempo; sin ellas, desaparecerían. Los cóndores, por ejemplo,
caerían en mitad de su vuelo. Por eso cada vez que escucho el aleteo con que estas grandes
aves se lanzan al espacio, digo cuidadosamente «cóndor», de modo que suenen bien todas
sus letras, para que la palabra, además de alas, ayude a sostenerlo.

(Tres golpes de timbal8)

Su última novela refiere una historia mítica en que el tiempo es apenas una variación
musical del espacio habitado por el artista. Cualquier hombre puede ser nombrado apenas
con una letra para sonar en el sentido del universo, y cualquier pueblo puede ser Minas
Altas para no perderse en el olvido de la historia. El hombre (un astrónomo, un arriero, un
gramático, un músico), para Moyano, es una nota única en la armonía que consagra el
cosmos para la alegría, actitud primordial para enfrentarse a la muerte. Cada nota es un
mundo imprescindible de la partitura del universo. Por eso la violencia, la censura, el
autoritarismo, no forman parte de la naturaleza, son un artificio (ignorancia, prepotencia) de
aquellos que creen «ser dueños de la muerte y a través de ella llegar a ser dios, esa forma
nítida del poder».
Cuarteto de cuerdas

[...] formaba así: J. J. Hernández y yo, violines; Antonio Di Benedetto, viola; y Haroldo Conti
violoncello. Un cuarteto si se quiere arbitrario, elegido así por simpatía, amistad o
preocupaciones parecidas. Sobre todo porque mirábamos más dentro del país que de
Buenos Aires; más para Juan Rulfo, Carpentier o García Márquez, que para el lado de
Borges, Éramos como provincias que se integran a la unidad nacional. Hacíamos oír las
voces del interior sin folclorismos ni panfleto político. A partir del año 60 el país empezó a
aceptarnos. «No tocan mal los muchachos, son bastante afinados», concedieron las
editoriales, la crítica y el público atorado de best-sellers extranjeros. Con el tiempo fue
ampliándose este modesto conjunto interno, con miras a una orquesta de cámara. Y ya
teníamos, entre muchos otros, a Héctor Tizón, Juan José Saer, Abelardo Castillo, Amalia
Jamilis, Rodolfo Walsh... [...] Orquesta un poco rara porque nos veíamos muy poco, cada
uno ensayaba en su provincia.

La música comenzó a sonar a principios de los sesenta. No hubo un líder de banda o


director de orquesta: las notas sonaban dentro de una partitura que al principio nadie quería
escribir, como conjura contra la preceptiva de los regionalismos o de los realismos que
equiparaban dentro del texto la sensibilidad social y la conciencia histórica regional con la
retórica del manifiesto político.

Daniel Moyano murió en Madrid el 1.º de julio de 1992, en un exilio que se había convertido
en el devenir de un tiempo que no le permitió volver.
Bibliografía

Bibliografía de Daniel Moyano

Moyano, Daniel, Artistas de variedades, Córdoba, Editorial Assandri, 1960 (Cuentos).

——, «El rescate», Buenos Aires, Burnichón Editor, 1963 (Cuento).

——, La lombriz, Buenos Aires, Nueve 64 Editora, 1964 (Cuentos).

——, Una luz muy lejana, Buenos Aires, Sudamericana, 1966, 2.ª ed., Córdoba, Alción
Editora, 1985 (Novela).

——, El fuego interrumpido, Buenos Aires, Sudamericana, 1967 (Cuentos).

——, El monstruo y otros cuentos, Buenos Aires, Sudamericana, 1967 (Cuentos).

——, El oscuro, Buenos Aires, Sudamericana, 1968 (Novela).

——, Mi música es para esta gente, Caracas, Monte Ávila, 1970 (Cuentos).

——, El trino del diablo, Buenos Aires, Sudamericana, 1974 (Novela).

——, El estuche del cocodrilo, Buenos Aires, Ediciones del Sol, 1974 (Cuentos).

——, El vuelo del tigre, Madrid, Legasa, 1981 (Novela).

——, Libro de navíos y borrascas, Buenos Aires, Legasa, 1983 (Novela).

——, «Relato del halcón verde y la flauta maravillosa», Crisis, n.º 43, Buenos Aires, junio de
1986 (Cuento).

——, El trino del diablo y otras modulaciones, Barcelona, Ediciones B, 1988 (Novela y
cuentos).

——, Tres golpes de timbal, Madrid, Alfaguara, 1989 (Novela).

Bibliografía crítica

Barufaldi, Rogelio, «Los mitos narrativos de Daniel Moyano», en Moyano, Di Benedetto,


Cortázar, Crítica 68, Santa Fe, Colmegna, 1968.

Bueno, Mónica L., «La utopía: entre la historia y la ficción», en Elisa T. Calabrese (dir.),
Itinerarios entre la ficción y la historia, Buenos Aires, Grupo Editor Latinoamericano, 1994.

Castelli, Eugenio, «Dimensiones míticas de un cuento de Daniel Moyano», Megafón, n.º 4,


1976.

Colautti, Sergio, «La escritura como desexilio (Apuntes sobre la obra de Daniel Moyano)»,
en Apuntes sobre la narrativa argentina actual, Río Tercero, IDAC Ediciones, 1992.

Gilio, María Esther, «La música que brota de la tierra», Crisis, n.º 22, 1975.
Heredia, Pablo, «Los discursos simbólicos del texto de la realidad nacional. Acerca de
Haroldo Conti y Daniel Moyano», en El texto literario y los discursos regionales, Córdoba,
Ediciones Argos, 1994.

——, «Exilio y región. Los discursos de la resistencia cultural (Un estudio de la narrativa
argentina de los '70 y '80)», en Jorge Torres Roggero y María E. Legaz (dirs.), Calíbar sin
rastros. Aportes para una historia social de la literatura argentina, Córdoba, Solsona, 1996.

León, Olver Gilberto de (coord.), Novela y exilio. En torno a Mario Benedetti, José Donoso y
Daniel Moyano, Montevideo, Signos, 1989.

Roa Bastos, Augusto, «El realismo profundo en los cuentos de Daniel Moyano», en Daniel
Moyano, La lombriz, Buenos Aires, Editorial Nueve 64, 1964.

Romano, Eduardo, «Presentación y análisis de "Una partida de tenis" y "El rescate", en


Narradores argentinos de hoy I, Buenos Aires, Kapelusz, GOLU, 1971.

Seminario de crítica literaria «Raúl Scalabrini Ortiz», «Daniel Moyano o las vicisitudes de una
identidad», en Las huellas de la imaginación, Buenos Aires, Puntosur, 1990.

Schweizer, Rodolfo, Daniel Moyano. Las vías literarias de la intrahistoria, Córdoba, Alción
Editora, 1996.

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