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Biografía de Germán Rozenmacher (1936-1971)

Nació y se crio en el barrio de Once en el seno de una humilde familia judía. Estudió en la Facultad
de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires. Ejerció el periodismo en las revistas
Compañero, Así, Panorama y Siete Días y en el diario Crónica.

En 1961 realizó una publicación personal de una colección de cuentos suyos bajo el título Cabecita
negra, que ante el éxito que tuvo fue vuelta a publicar por la editorial de Jorge Álvarez en 1963.

Su militancia transitó siempre la proscripción. Junto a Rodolfo Walsh creía que peronismo y
revolución eran lo mismo aunque rechazaba la violencia. Colaboró en la revista Así (1964), en
crónicas policiales y políticas junto Leónidas Lamborghini y Juan J. Sebreli, y también en Panorama,
Siete Días y Crónica.

Obras

 Cabecita negra (1962), libro de cuentos. Incluye el conocido cuento Cabecita negra (texto
completo)
 Réquiem para un viernes a la noche, obra de teatro estrenada en 1964.
 Los ojos del tigre (1966), libro de cuentos.
 El Caballero de Indias (1970), obra de teatro estrenada en 1982 por Luis Brandoni.
 Cuentos completos (1971), que recopila sus dos libros anteriores y tres cuentos sueltos.

Germán Rozenmacher: escritor, periodista, dramaturgo.


El 6 de agosto de 1971, moría Germán Rozenmacher. Uno de los narradores y dramaturgos que en
los años sesenta contribuyó a definir una época; también fue un periodista excepcional. Aquí
nuestro recuerdo.

Germán Rozenmacher estaba muerto.

Certero; neto, el cable de agencia no dejaba lugar a dudas. El redactor quedó estupefacto. Miró la
máquina de escribir. Titubeó. Levantó el cigarrillo del cenicero que flanqueaba a su máquina de
escribir, porque allí, en el diario, casi todos fumaban. Al menos todos los que lo rodeaban. Aspiró
fuerte y saboreó el humo. Buscó la mirada de los otros. Dolidos, tanto como él. Impactados. "No
puede ser", repetían.

Era. Germán Rozenmacher había muerto. Eso decía el cable. Decía, también, que junto a él había
muerto Juan Pablo, su hijo mayor. Esa mañana hacía un frío intenso en Mar del Plata; ciudad en la
que como cronista había recalado muchas veces, y hasta había sido escenario de algunos de sus
cuentos. Por el frío encendió las hornallas de la cocina del pequeño departamento que ocupaba;
pero no abrió una ventana. Un ridículo escape de gas le arrebató la vida, en la mañana del 6 de
agosto de 1971. A los 35 años, mientras preparaba unas notas en Mar del Plata.

"Tomáte el día, si querés", escuchó Roberto Cossa que le decía su jefe. Él, nuevamente, clavó sus
ojos en la máquina. Las teclas se le desdibujaron. Una lágrima, tal vez, intentaba jugarle una mala
pasada; dijo que no, enseguida dijo que no, que se quedaba; y se sentó a escribir.

La nota se publicó al día siguiente, en la contratapa del diario La Opinión. Así Roberto "Tito" Cossa
se despidió de su amigo Germán Rozenmacher.

Lloraron, también, sus compañeros de Siete Días. "Muchos lloramos por un gran amigo, y por lo
que esa pérdida significaba para la literatura argentina. Germán era ya reconocido como el autor
más talentoso de su generación", recordó Jorge Lafforgue.

Germán Rozenmacher, para 1971, había escrito dos libros de cuentos, Cabecita negra y Los ojos del
tigre; tres obras de teatro, Réquiem para un viernes a la noche, Caballero de Indias y El avión
negro -en colaboración con Roberto Cossa, Ricardo Halac y Ricardo Talesnik- y adaptado otra, El
lazarillo de Tormes. Era un escritor respetado, y un periodista excepcional.

Había nacido en el Hospital Rivadavia. En 1936. Y se crió en un conventillo. Su padre había sido
cantor de sinagoga, al igual que su abuelo. Él había decidido emprender otro camino, cuando a los
dieciocho años se enamoró de una máquina de escribir.
Germán Rozenmacher en todo lo que escribió puso de manifiesto sus propios conflictos
existenciales. Lo que se evidencia en Réquiem para un viernes a la noche, obra que estrenó en
1964.

"Lo que en otros escritores judíos está mediado por la poesía o por la ironía, en Germán es
crudamente trágico. Rozenmacher literalmente se abrasa al escribir. Casi nada atenúa en
Rozenmacher el conflicto entre el padre ortodoxo y rígido y el hijo cuestionador", sostiene Álvaro
Abós.

1962. Germán Rozenmacher tiene 26 años, y ya ha cocinado su primer libro de cuentos. Cabecita
negra. En el verano de ese año recorrió las librerías, junto a Amelia Figueiredo, su mujer, de quien
se había enamorado en la Facultad de Letras de la Universidad de Buenos Aires, ofreciendo el libro
del sello Anuario, lo que encubría una edición de autor; agotó 2000 ejemplares. Aunó éxitos de
críticas y ventas.

Los comentarios destacan el "Gato dorado"; él prefería "Raíces": una novela corta, ambientada en
un pueblo de frontera, cuyo argumento se centra en la historia de unos judíos bolicheros,
inmigrantes desarraigados que sólo piensan en acumular dinero, y su hijo, decidido a romper con el
universo de valores de sus padres.

El libro no pasó desapercibido. Para nadie. Menos aún, para uno de los hombres que marcaría la
industria editorial argentina de los años sesenta: Jorge Álvarez. Hace más de cuarenta años,
Álvarez fundaba su editorial. Hace más de cuarenta años, Cabecita negra era relanzado por la
Editorial Jorge Álvarez.

Germán Rozenmacher, al igual que otros escritores, en ese momento, adhirió al peronismo; pero
siempre desde un costado crítico. Dice Abós: "Sobre Rozenmacher las demandas eran intensas,
porque no era indiferente lo que hiciera o escribiera. De allí las asperezas que lo golpearon. Por
judío, incomodaba a algunos peronistas que sospechaban al sionista. Por peronista, incomodaba a
ciertos judíos. Por defender a los palestinos fue tachado de traidor. Por peronista, defraudaba a la
izquierda y era insoportable para la derecha. Por revolucionario, para los amantes del orden".

Germán Rozenmacher buscó siempre una mirada independiente. Por eso cuando la escena teatral
de los años sesenta se polarizó, siempre que pudo hizo sentir su voz. Realismo. Vanguardismo.
Esas fueron las dos vertientes sobre las que se sentaron todas las disputas estéticas teatrales de los
años sesenta en argentina. Germán Rozenmacher decía, apuntando a la crítica: "Crearon una
conciencia artificial sobre el fenómeno, y en realidad no había ningún camino, ninguna escuela, ni
nada; había un tanteo, simplemente, y no una bifurcación de rumbo en dos direcciones, como se
empeñaban en establecer los gacetilleros".

La primera vertiente, que había recibido el influjo de La muerte de un viajante, de Arthur Miller, era
el boom teatral del momento. El Instituto Di Tella fue la égida de los segundos.

El Di Tella, reducto de la denominada vanguardia, no fue ajeno a Germán Rozenmacher; aunque su


teatro era realista, y sus compañeros no iban por allí, a él le interesaba conocer todo lo que
acontecía en la escena. "¿Quién hará la síntesis?", se preguntaba por esos días Germán
Rozenmacher, objetando el enfrentamiento. "Lo que yo busco es expresar la verdad", manifestaba
casi con desesperación. Por eso, tal vez, no aceptó la dicotomía tan en boga durante la década.

Esa mirada del autor, la rememoró ante este cronista, allá por el 2001, la escritora y dramaturga
Griselda Gambaro. El comentario surgió tangencialmente. Casi como de pasada; pero pinta un
momento. Donde la pasión se entreveraba con las búsquedas y las miradas estéticas. "Lo encontré
precisamente en las oficinas del Di Tella, estaba adentro, y hablé y uno siente cuando no hay
desconfianza en el otro. Yo siempre recuerdo esa charla, que ni siquiera sé si hablamos de teatro.
Pero siempre recuerdo la cordialidad de Germán".

En 1962, tras una convocatoria del director teatral Augusto Fernández, varios escritores se habían
reunido para leer sus obras en un departamento de la calle Sánchez de Bustamante. Ni bien
comenzó a leer Rozenmacher empezaron a relojearse; descolocados. Con la boca comenzó a
ejecutar la música que quería para su obra. "Recuerdo que él empezó haciendo con la voz la
trompeta, como sentía la música. No estábamos habituados a eso. ¿Qué es esto? ¿Cómo empieza?
Lee, lee... se termina la obra. Quedamos todos impactados. Elogios", recordó Tito Cossa.

Esa noche se encontraban reunidos, además de Cossa, Emilio Jáuregui y Ricardo Halac, que
escucharon atentos Réquiem para un viernes a la noche, que se estrenaría en 1964, en el teatro
IFT, y estaría tres temporadas en cartel.

(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº51-Agosto 2006)

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