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Introducción

Una introducción y base para nuestro


estudio…
En el capitulo uno, hace mención de porque,
a pesar del comportamiento que tenían los
corintios, Pablo los pudo llamar “santos.” (1
Co. 1:2, 2 Co. 1:1). “En la actualidad, la
palabra santo se usa muy poco fuera de la
iglesia católica romana u ortodoxa.” Cuando
referimos a una persona llamándole “santo”
usualmente pensamos en una persona
“amable y llena de gracia que lee su Biblia a
diario, ora, y es conocida por sus buenas
obras para los demás.” Esto nos lleva a
preguntar, “¿cómo es que el apóstol Pablo
pudo referirse a los caóticos creyentes de
Corinto como santos?” “La respuesta radica
en el significado que tiene esa palabra en la
Biblia.”
La frase de Pablo “a los santificados en
Cristo Jesús y llamados a ser santos,”
provienen de la misma familia de términos
griegos y significa literalmente “el que ha
sido separado para Dios.” En español se
diría algo así “a los separados en Cristo
Jesús, llamados a ser separados.” Cada
creyente verdadero ha sido separado o
apartado por Dios, para él” (Tito 2:14; 1 Co.
6:19-20). Entonces, ¿cómo llegamos a ser
santos, si no es por medio de nuestra
conducta? “Si juntamos estos dos pasajes
podemos entender el significado de un
santo. Es alguien a quien Cristo compró con su
propia sangre derramada en la cruz y lo ha
separado para sí mismo para que sea de su
propiedad.”
“¿Qué significa, entonces, estar separados o
apartados?” “Cada nuevo creyente ha sido
apartado por Dios, separado para él para ser
transformado a la semejanza de su Hijo
Jesucristo.” Así llegamos a entender como la
Biblia puede referirse a cada creyente como
un santo posicionalmente delante de Dios
por los cambios realizados en su vida
después de la salvación (2 Co. 5:17). Este
cambio se describe de manera profética
en Ezequiel 36:26.
No pasan muchos momentos cuando no
pecamos en pensamiento, actitud, palabra o
hecho. Es una tendencia de la carne, seguir
los deseos engañosos de nuestro corazón
(Gá. 5:17; 1 Pe. 2:11), estamos en un cambio
progresivo que nunca termina en esta vida.
Esto podemos usarlo como una excusa para
seguir pecando, una tendencia de seguir
haciendo lo malo, un pretexto para vivir en
conformidad con nuestro pecado y así
generar los pecados respetables. “La guerra
constante entre la carne y el Espíritu que se
describe en [estos pasajes] se libra todos los
días en el corazón de todo creyente.”
De alguna manera todos somos parte de los
corintios, santos llamados a ser santos, pues
nuestro carácter, obras, pensamientos,
motivaciones, actitudes demuestran la
presencia de pecado. “Podríamos resumir la
carta de Pablo con la siguiente declaración:
‘Ustedes son santos. Por favor, ¡Actuen
como tales!” Todo pecado en nuestra vida,
toda conformidad con el, toda pequeña
acción, actitud, pensamiento que vaya
acompañado de pecado, “es una conducta
indigna de un santo, de un cristiano”, por lo
tanto no hay pecado aceptable para los
santos, no hay pecado que no ofenda a
Dios. “Uno de nuestros problemas es que no
estamos conscientes de que somos santos y
mucho menos de la responsabilidad que
conlleva esa nueva posición que exige que
vivamos como tales.”Todo pecado va en
contra de la santidad de Dios, va en contra
de lo que es y se espera de nuestra
santidad. “Así que sigamos adelante con
nuestro estudio y hablamos del pecado y la
forma en que negamos que existe en
nuestra vida.”

La desaparición del Pecado

En un libro escrito en el año 1973


llamado Whatever Became of Sin?(¿Qué
Sucedió con el Pecado?), el autor Karl
Menninger escribió: “La palabra ‘pecado’,
que parece haber desaparecido de nuestro
vocabulario, fue un término orgullosos, muy
fuerte, siniestro y grave… Pero la palabra se
ha ido. Casi ha desaparecido por completo;
tanto ella como lo que evoca. ¿Por qué?
¿Será que nadie peca? ¿O será que ya
nadie cree en el pecado?” El autor Peter
Barnes escribió lo siguiente en un artículo
titulado, “What! Me? A Sinner?” (“¡Cómo!
¿Yo? ¿Un Pecador?”): En la Inglaterra del
siglo veinte, C. S. Lewis escribió: ‘El
obstáculo que más encuentro es el total
desconocimiento que tienen acerca del
pecado quienes me escuchan; no tienen
la más mínima noción de lo que este
significa.’ Y en el año 2001, el erudito en el
Nuevo Testamento D. A. Carson comentó
que el aspecto más frustrante de evangelizar
dentro de las universidades es que los
alumnos no tienen idea de lo que es el
pecado, ‘Saben muy bien cómo cometerlo,
pero no entienden lo que significa.’” Estas
citas sólo confirman lo que es muy claro a la
vista de los observadores: El pecado y todo
lo que representa, literalmente ha
desaparecido de nuestra cultura.
Lamentablemente, la idea del pecado
también ha desaparecido de muchas
iglesias. De hecho, hemos dejado de usar en
nuestro vocabulario las palabras bíblicas
fuertes acerca del pecado. La gente ya no
comete adulterio, ahora tiene una aventura.
Los ejecutivos de las compañías no roban,
sólo cometen fraudes. En nuestras iglesias
conservadoras, en muchos casos la idea del
pecado se aplica sólo a aquellos que
cometen pecados tan flagrantes como el
aborto, la homosexualidad y el homicidio, o
los crímenes escandalosos de los ejecutivos
de empresas. Es muy fácil condenar a
quienes cometen esos pecados tan obvios y
al mismo tiempo ignorar nuestros propios
pecados de chisme, orgullo, envidia,
amargura y lujuria.

Es común observar que estamos más


preocupados
por el pecado de la sociedad
que por el que cometemos los santos.
De hecho, con frecuencia nos permitimos
cometer lo que llamo pecados “respetables”
o “aceptables sin ningún remordimiento. Es
muy fácil salirnos por la tangente diciendo
que estos últimos pecados no son tan malos
como los más vergonzosos de nuestra
sociedad. Pero Dios no nos ha dado
autoridad para establecer distinciones entre
los pecados (Santiago 2:10).

Acepto que algunos pecados son más graves que


otros. Según nosotros, es preferible que nos
culpen de haber mirado a una mujer con lujuria, a
que nos acusen de adulterio (Mateo 5:27-28).
Creemos que es preferible enojarnos con alguien
que matarlo. Pero el Señor dijo que el que asesina
o se enoja con su hermano es igualmente culpable
de juicio (Mateo 5:21-22). Según nuestros valores
humanos con sus leyes civiles, consideramos que
hay una gran diferencia entre un “ciudadano que
cumple la ley” y que ocasionalmente recibe una
multa de tránsito, con alguien que vive una vida
“sin ley”, en desacato y abierta rebeldía a todas
las leyes. Pero la Biblia no hace tal diferencia
entre personas. Más bien, simplemente dice que
el pecado, sin excepción, es infracción de la ley
(1 Juan 3:4).

En la cultura griega, la
palabra pecado significaba originalmente “errar
al blanco”, es decir no atinarle al centro del
blanco. Hay algo de verdad en esa idea en la
actualidad. Sin embargo, en muchas ocasiones
nuestros pecados no se deben a nuestro fracaso
por lograr algo [el blanco], sino a la ambición
interna de satisfacer nuestros deseos (Santiago
1:14). Decimos un chisme o codiciamos porque el
placer momentáneo es mayor que nuestro deseo
de agradar a Dios.

El pecado es pecado. Aun los que toleramos en


nuestra vida. Todos son graves delante de los ojos
de Dios. Nuestro orgullo religioso, la crítica, el
vocabulario agresivo contra los demás, la
impaciencia y el enojo; aún nuestra ansiedad
(Filipenses 4:6). Todos estos son pecados graves
delante del Señor. Solo la obediencia perfecta
cumple el elevado estándar de la ley (Gálatas
3:10). Cristo fue hecho maldición por nosotros
para redimirnos de la maldición de la ley (Gálatas
3:13). Aún así, el hecho persiste: consentimos
pecados en nuestra vida que parecen
insignificantes pero que merecen la maldición de
Dios.

Si esta observación parece muy ruda y punzante


para aplicarla a todos los creyentes, permítame
responder con rapidez diciendo que hay muchas
personas piadosas y humildes que son las
honrosas excepciones a esta regla. De hecho, la
paradoja es que esas personas cuyas vidas reflejan
mejor el fruto del Espíritu son las más sensibles y
gimen internamente por los pecados “aceptables”
que cometen. Pero también hay una gran multitud
que está pronto para juzgar el pecado flagrante de
la sociedad y que, sin embargo, permanece
orgullosamente insensible a sus propios pecados.
Y muchos de nosotros vivimos entre los unos y
los otros. El punto principal es que todos nuestros
pecados, son reprensibles a la vista de Dios y
merecen castigo.
La malignidad del Pecado

¡Cáncer! Es una palabra aterradora que


provoca una sensación de desmayo y, en
muchas ocasiones, desesperanza. Otro
término para describir el cáncer
es malignidad. En el ámbito médico esa
palabra describe un tumor que tiene un
extraordinario potencial para crecer y se
expande invadiendo los tejidos contiguos.
Sistemáticamente provoca metástasis en
otros lados del cuerpo. Si se le deja sin
atender, la malignidad tiende a infiltrarse y
extenderse por todo el cuerpo. Finalmente,
provoca la muerte. No nos sorprende
entonces que el cáncer y la malignidad sean
palabras tan temibles.

El pecado es una malignidad espiritual y


moral. Si se la deja sin control, puede
diseminarse por todo nuestro interior y
contaminar todas las áreas de nuestra vida. Y lo
que es peor, con toda seguridad provocará una
“metástasis” a partir de nosotros y se extenderá
hacia los creyentes que nos rodean. Nadie vive en
una isla espiritual o social. Nuestras actitudes,
palabras, acciones y hasta nuestros pensamientos
más íntimos, afectan a nuestro prójimo.

Nuestra manera de hablar, sea acerca de otros o


con ellos, destruye o edifica a los demás (Efesios
4:29). Nuestras palabras pueden corromper la
mente de los oyentes o pueden impartirles gracia.
Ese es el poder de nuestro hablar. Sin embargo, el
pecado es mucho más que un hecho… es un
principio o fuerza moral que se anida en
nuestro corazón y ser interior. El Apóstol Pablo
llama a este principio la carne (o naturaleza
pecaminosa). Pablo habla de ella como si se
tratara de una persona (Romanos 7:8-11;Gálatas
5:17).
La siguiente es una verdad que necesitamos
entender muy bien:

Aunque nuestros corazones han sido renovados


y hemos sido liberados del dominio absoluto del
pecado, y aunque el Espíritu de Dios mora
dentro de nuestro cuerpo, el principio del
pecado todavía nos acecha por dentro y libra
una guerra contra nuestra alma.

Si no reconocemos esa realidad desastrosa,


estamos abonando una tierra fértil donde crecerán
y florecerán nuestros pecados “respetables” o
“aceptables.” Los que somos creyentes tendemos
a evaluar nuestro carácter y conducta con base en
el comportamiento moral de la cultura en que
vivimos. Puesto que por lo general vivimos bajo
una norma moral más alta que la de la sociedad,
es muy fácil sentirnos bien con nosotros mismos
y asumir que Dios siente exactamente lo mismo.
Nos resistimos a reconocer la realidad de que el
pecado todavía mora en nosotros.

El cáncer es una buena analogía para entender la


manera en que opera el pecado en nuestra vida,
especialmente cuando nos referimos al que
aceptamos y consentimos. El pecado aceptable es
sutil en el sentido de que nos engaña al pensar
que no es tan malo o haciéndonos creer que no es
pecado. Piense en los pecados que consentimos
como impaciencia, orgullo, resentimiento,
frustración y auto-conmiseración. ¿Le parecen
odiosos y perniciosos? Tan peligroso es tolerar
esos pecados en nuestra vida espiritual como
ignorar el cáncer que ha invadido nuestro cuerpo.

Hasta ahora hemos visto al pecado desde el punto


de vista de cómo nos afecta. Vimos su tendencia
maligna en nuestra vida y en la de nuestro
prójimo. Sin embargo, el tema más importante es
cómo nuestro pecado afecta a Dios. Alguien ha
descrito al pecado como una traición cósmica. Si
esto parece una exageración, considere un
momento lo que significa la palabra transgresión
en la Biblia, en especial en Levítico 16:21. Su
significado es rebelión contra la autoridad, en este
caso, la del Señor. Así que cuando digo un
chisme, me estoy rebelando contra Dios. Cuando
albergo resentimiento contra alguien en vez de
perdonar en mi corazón, estoy en franca rebelión
contra él.

En Isaías 6:1-8 el profeta tuvo una visión acerca


de Dios en su grandiosa majestad. La triple
repetición de la palabra santo (v. 3) se dice que
Dios es infinitamente santo. Cuando se usa para
describir a Dios, el término santo habla de su
majestad infinita y transcendente. Describe su
soberanía para reinar sobre toda la creación. Por
lo tanto, cuando pecamos, es decir, cuando
violamos la ley divina en cualquier forma, ya sea
que la consideremos leve o no, nos rebelamos
contra su soberana autoridad y su transcendente
majestad. Para decirlo en pocas palabras, nuestro
pecado es un atentado contra el reino
majestuoso y soberano de Dios.

Observe el uso de la palabra menospreciar en


los versículos 2 de Samuel 12:9-10. Podemos ver
entonces que el pecado es menosprecio de la ley
divina. Pero también entendemos que
menospreciar la ley del Señor significa
despreciarlo a Él. Por tanto, cuando nos
permitimos cometer cualquiera de los así
llamados pecados aceptables, no solamente
damos evidencia de rechazar la ley divina, sino
que al mismo tiempo menospreciamos al Señor.
Dios conoce nuestros pensamientos (Salmo
139:1-4). Esto significa que toda nuestra rebelión,
el menosprecio de Dios y su ley, la tristeza que
provocamos al Espíritu Santo, la presunción de su
gracia y todos nuestros pecados, se llevan a cabo
ante la presencia de Dios. El Señor perdona
nuestro pecado porque Cristo derramó su sangre
por él, pero no lo tolera. Más bien, cada
transgresión que cometemos, aun el pecado sutil
en el que ni pensamos, fue puesto sobre Cristo al
llevar en sí la maldición de Dios en nuestro lugar.
Por sobre todas las cosas, en esto es en lo que
radica la malignidad del pecado. Cristo tuvo que
sufrir por causa de él.

El remedio para el pecado

John Newton escribió un hermoso himno


llamado, “Sublime Gracia.” No obstante, en
su juventud fue un comerciante de esclavos
y capitán de una nave que los transportaba
desde África hacia los Estados Unidos de
América. Por cuestiones de salud, renunció
a la vida en alta mar y se hizo oficial de
aduanas. Estudió teología y después se
convirtió en ministro. Pero aún siendo
pastor, Newton nunca pudo olvidar la terrible
naturaleza de su maldad cuando comerciaba
con esclavos. Al final de su vida compartió
con un amigo:

“Estoy perdiendo la memoria, pero sí recuerdo


dos cosas:

soy un gran pecador y

Cristo es un gran Salvador.”

Siglos antes, Saulo de Tarso se convirtió en


el gran Apóstol Pablo pero también sentía
culpable por haber cometido graves
pecados. Hechos 7:54-8:1 describe su
complicidad en la lapidación de Esteban.
Hacia el final de su vida, Pablo escribió que
en su vida había sido “blasfemo, perseguidor
e insolente” (I Tim. 1:13). Pero en este
mismo contexto dijo I Timoteo 1:15. John
Newton y el Apóstol Pablo se percibían
como grandes pecadores, pero con un
grandioso Salvador. La mayoría de los
creyentes no podemos identificarnos con
ninguno de ellos en cuanto a la gravedad de
nuestros pecados pasados porque tal vez
nunca hemos cometido adulterio, asesinado,
traficado de drogas o estafado a la empresa
donde trabajamos. Sin embargo, aunque no
he cometido pecados grandes y
escandalosos, sí he participado de chismes,
he criticado a los demás, he albergado
resentimientos, he sido impaciente y egoísta,
he desconfiado en Dios en situaciones
difíciles, he sucumbido al materialismo y aun
he permitido que mi equipo favorito de fútbol
se convierta en un ídolo para mí. Tengo que
estar de acuerdo con Pablo en que soy el
primero de los pecadores. O para
parafrasear las palabras de John Newton:
“Soy un gran pecador, pero tengo un gran
Salvador”.

Tanto Pablo como Newton se describieron a


sí mismos como pecadores, en el tiempo
verbal presente. Ninguno de ellos dijo fui;
más bien dijeron que soy. Podemos estar
seguros de que desde que se convirtieron
hasta que murieron, el carácter de Newton y
Pablo se fue haciendo semejante al de
Cristo. Pero el proceso de crecimiento
involucraba ser cada vez más conscientes y
sensibles a las expresiones pecaminosas de
la carne que todavía influían en ellos. Por
eso John Newton pudo decir: “Fui y
todavía sigo siendo un gran pecador, pero
tengo un grandioso Salvador”. Y cuando
empecemos a confrontar nuestros pecados
aceptables, podremos decir lo mismo.

El remedio de nuestro pecado, ya sea éste


escandaloso o aceptable, es el evangelio en
su aspecto más amplio. El evangelio es un
mensaje; estoy usando la palabra evangelio
para definir la obra completa de Cristo
durante su vida, muerte y resurrección a
favor nuestro y su obra actual en nosotros a
través de su Espíritu Santo. Cuando hablo
del evangelio en su aspecto más amplio, me
refiero al hecho de que el Señor, en su obra
a favor nuestro y en nosotros, nos salva del
castigo del pecado, pero también de su
dominio y poder reinante en nuestra vida. A
partir del capítulo 7 trataremos
específicamente los pecados respetables en
nuestra vida. Pero antes de hacerlo,
tenemos que examinar bien e evangelio.
Esto es necesario porque:

En primer lugar, el evangelio solo es para


pecadores (I Tim. 1:15). Pero la mayoría de los
creyentes tienden a pensar que el evangelio es
para los incrédulos, para los que necesitan ser
“salvos”. Sin embargo, aunque somos verdaderos
santos en el sentido de haber sido separados para
Dios, todavía somos practicantes del pecado. Así
que el primer uso del evangelio como remedio
para nuestros pecados es labrar el terreno de
nuestros corazones para que podamos ver nuestra
iniquidad. Si estamos dispuestos a aceptar
cada día nuestra condición de pecadores
necesitados del evangelio, nuestro
corazón que consideramos muy justo
queda desprotegido y nos preparamos
para enfrentar y aceptar la realidad de la
impiedad que todavía reside en nosotros.
En segundo lugar, el evangelio so sólo nos
prepara para enfrentar nuestro pecado; también
nos libera para hacerlo. Generalmente, el hecho
de reconocer nuestras iniquidades nos hace sentir
culpables. Por supuesto, nos sentimos culpables
porque losomos. Nuestro instinto es tratamos de
minimizarlo. Pero no es posible pretender
resolver alguna manifestación particular de
maldad, como la ira, hasta que reconozcamos
abiertamente su presencia e influencia en nuestra
vida. Así que necesitamos tener la seguridad de
que nuestro pecado ha sido perdonado para
comenzar a enfrentarlo y, claro, corregirlo
después. Necesitamos tener la seguridad de que
ese [pecado] ha sido perdonado; es decir, que
Dios ya no lo toma en cuenta. El evangelio nos
provea esa seguridad (Romanos 4:7-8). ¿Por qué
Dios no nos inculpa de nuestro pecado? Porque es
una deuda que Él ya puso sobre Cristo (Isaías
53:6). En la medida en que entendamos en lo
profundo de nuestro ser esta gloriosa verdad del
perdón divino de nuestros pecados a través de
Cristo, quedaremos libres para enfrentar honesta
y humildemente las manifestaciones particulares
del pecado en nuestra vida. Por eso es útil afirmar
cada día lo que Newton decía: “Soy un gran
pecador, pero tengo un gran Salvador”.
En tercer lugar el evangelio nos motiva y da
energía para enfrentar nuestro pecado. No es
suficiente aceptarlo con honestidad. Para usar una
frase de las Escrituras, significa que debemos
hacerlo morir (Rom. 8:13; Col. 3:5). No podemos
comenzar a enfrentar laactividad del pecado en
nuestra vida hasta que hayamos lidiado con la
culpabilidad que resulta de este. La seguridad de
que Dios ya no nos inculpa de nuestros pecados
produce dos cosas. Primero, nos asegura que Él
está por nosotros y no contra nosotros (Rom.
8:31). Dios no nos está mirando desde su trono
celestial diciendo “¿Cuándo vas a cambiar?
¿Cuándo comenzarás a erradicar ese pecado?”
Más bien, Él viene a nuestro lado diciendo:
Vamos a enfrentar este pecado, pero mientras
tanto quiero que sepas que no te inculpo por él.”
Dios ya no es nuestro Juez; ahora es nuestro
Padre celestial, quien nos ama con un amor
infinito. Y aún más, la seguridad de que Dios ya
no nos inculpa de pecado y que Él está con
nosotros en nuestra lucha contra este, nos produce
una mayor gratitud por lo que ya ha hecho y está
haciendo a favor nuestro a través de Jesucristo.

El Poder del Espíritu Santo


En [la lección] anterior vimos que Dios eliminó la
culpa de nuestros pecados por medio de la muerte
de su Hijo. Él no nos perdonó porque sea blando
con nosotros, sino porque su justicia ha sido
satisfecha. El perdón absoluto de nuestros
pecados es tan real y firme como la realidad
histórica de la muerte de Cristo. Es importante
entender esta maravillosa verdad del evangelio
porque sólo podemos enfrentar nuestros pecados
“respetables” cuando sabemos que ya han sido
perdonados. En ocasiones nos encontramos
luchando con alguna expresión particular de
iniquidad y entonces nos preguntamos si el
evangelio puede ayudarnos a contrarrestar el
poder que esta ejerce en nuestras vidas.
Para responder a esta [duda] debemos
entender que la limpieza del poder del
pecado se realiza en dos etapas. La primera
es cuando quedamos libres del dominio del
pecado. Esto sucede de una vez y para
siempre y es completa para todos los
creyentes. La segunda es la libertad de la
presencia y actividad del pecado, la cual es
progresiva, continua y dura el resto de
nuestra vida en esta tierra. Pablo nos ayuda
a ver esa doble libertad en Romanos 6.
En Romanos 6:2 Pablo dijo que estamos
muertos al pecado y en el verso 8, que
estamos muertos con Cristo. Es decir, a
través de nuestra unión con Jesucristo en su
muerte morimos a la culpabilidad del
pecado, y no solo a eso sino también
morimos al poder que reinaba en nuestra
vida. Sin embargo, Pablo también nos insta
en Romanos 6:12. ¿Cómo podría reinar el
pecado si hemos muerto a él? Por decirlo de
alguna manera, seguimos librando una
guerra de guerrillas en nuestro corazón.
Pablo describió esa lucha en Gálatas 5:17.
Todos los días libramos esa batalla entre los
deseos de la carne y los del Espíritu.

En ese punto de nuestra lucha podemos


llegar a pensar: Está muy bien decir que el
pecado ya no tiene dominio sobre mí, pero
¿qué de mi experiencia diaria con lo que aún
queda en mí de la presencia y la actividad
del pecado? ¿Será posible que el evangelio
también me limpie de eso? ¿Puedo esperar
algún progreso en mi vida al hacer morir los
pecados sutiles con los que lucho? La
respuesta de Pablo a esta cuestión tan vital
se encuentra en Gálatas 5:16. Andar en el
Espíritu significa vivir bajo la influencia y el
control del Espíritu, en dependencia estrecha
de Él. Pablo dice que si hacemos esto no
satisfaremos los deseos de la carne.
Hablando en términos prácticos, vivimos
bajo la influencia y el control del Espíritu
cuando continuamente exponemos nuestra
mente a su voluntad moral y buscamos
obedecerla tal como está revelada en las
Escrituras. Y ¿qué otra actividad?
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Hay un principio fundamental de la vida


cristiana que yo he denominado el principio
de laresponsabilidad dependiente. Es decir,
somos responsables ante Dios de obedecer
su Palabra y de hacer morir los pecados de
nuestra vida. Al mismo tiempo, nosotros no
tenemos la capacidad de llevar a cabo esa
responsabilidad. Cuando andamos en el
Espíritu, vemos que Él obra en y a través de
nosotros para limpiarnos de los vestigios del
poder del pecado que tenemos. Nunca
lograremos la perfección en esta vida, pero
sí podemos ver algún progreso. Si con toda
sinceridad queremos enfrentar y corregir los
pecados sutiles de nuestra vida, podemos
estar seguros de que el Espíritu Santo está
actuando en y a través de nosotros para
lograrlo Filipenses 1:6. La verdad es que los
tres miembros de la divina Trinidad están
involucrados en nuestra transformación
espiritual, pero son el Padre y el Hijo quienes
obran a través del Espíritu Santo que mora
en nosotros I Corintios 6:19. No es
necesario creer de manera activa en esa
gran verdad acerca del Espíritu Santo. Lo
que sí necesitamos creer es que cuando
estamos procurando resolver nuestros
pecados sutiles, no estamos solos.

Una de las formas en que esa divina


persona obra en nosotros es produciendo
convicción del pecado. Es decir, Él hace que
comencemos a aceptar que nuestro
egoísmo, impaciencia o actitud de crítica en
realidad son pecados II Timoteo 3:16. Otra
manera en que el Espíritu Santo trabaja en
nosotros es capacitándonos y dándonos la
fuerza para confrontar nuestro
pecado Romanos 8:13; Filipenses 2:12-13.
Es decir, Él nos invita a trabajar confiando en
que está obrando en nosotros.
En Filipenses 4:13 leemos la declaración de
Pablo. Por tanto, nunca debemos darnos por
vencidos. Aunque parezca que no estamos
mejorando, Él sigue actuando en nosotros.
Una manera más en la que el Espíritu Santo
produce nuestra transformación es
permitiendo circunstancias en nuestra vida
para hacernos crecer espiritualmente. Si
somos propensos a estallar en ira
pecaminosa, se nos presentarán
circunstancias que nos harán enojar. Si nos
sentimos ansiosos con facilidad, tendremos
muchas oportunidades para enfrentar el
pecado de la ansiedad. Dios no nos tienta
para que pequemos (Sant. 1:13-14), sino
que permite circunstancias en nuestra vida
que nos dan la oportunidad de hacer morir
algún pecado sutil en particular que se ha
convertido en una característica de nuestra
vida. Romanos 8:28 es un versículo que
muchos usamos para animarnos en tiempos
difíciles. El “bien” del v. 28 se refiere al v. 29
donde habla de que seamos conformados a
la imagen del Hijo de Dios. Esto significa que
el Espíritu Santo está obrando en nuestra
vida a través de las circunstancias que nos
rodean para hacernos más semejantes a
Cristo.

Entonces, al estudiar la siguiente sección de


este libro donde veremos con detalle los
pecados aceptables, consuélese. Recuerde
que Cristo ya pagó por la penalidad de
nuestros pecados y ganó el perdón de ellos.
Después, envió a su Espíritu Santo a residir
en nosotros para capacitarnos y enfrentarlos.
Asimismo, esté preparado para humillarse.

Instrucciones para confrontar


Hemos visto cuál es el remedio para el pecado así
como el poder del Espíritu Santo que actúa a
nuestro favor. También vimos que debemos
participar activamente para enfrentar nuestra
iniquidad. El Apóstol Pablo escribió que debemos
“hacer morir” las diferentes expresiones del
pecado en nuestra vida:
“Porque si vivís conforme a la carne, moriréis;
mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de
la carne, viviréis” (Rom. 8:13).

“Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros:


fornicación, impureza, pasiones desordenadas,
malos deseos y avaricia, que es idolatría” (Col.
3:5).

Esto abarca tanto los pecados evidentes que


tratamos de evitar, así como los que son
más sutiles y tendemos a ignorar. No es
suficiente con aceptar que en efecto
toleramos algunos de ellos. Tal vez nuestra
actitud es como la de otros que dicen:
“después de todo, nadie es perfecto”. Pero
enfrentar honestamente esos pecados es
muy diferente. No podemos continuar
ignorándolos como en el pasado. Antes de
estudiar algunas áreas específicas de los
pecados aceptables de los creyentes,
quisiera presentar algunas instrucciones en
cuanto a cómo confrontarlos.

1. Siempre debemos poner cualquier


pecado bajo la luz del evangelio.

Nuestra tendencia es que tan pronto como


comenzamos a trabajar en un área de
pecado en nuestra vida, olvidamos el
evangelio. Olvidamos que Dios ya ha
perdonado ese pecado gracias a la muerte
de Cristo.

“Y a vosotros, estando muertos en pecados y en


la incircuncisión de vuestra carne, os dio vida
juntamente con él, perdonándoos todos los
pecados, anulando el acta de los decretos que
había contra nosotros, que nos era contraria,
quitándola de en medio y clavándola en la cruz”
(Col. 2:13-14).

El Señor ha perdonado nuestros pecados,


pero no solo eso sino que ha acreditado a
nuestra cuenta espiritual la justicia perfecta
de Cristo. En todas las áreas de la vida en
las que hemos desobedecido Jesús fue
perfectamente obediente. Él fue crucificado
por nuestros pecados. Tanto en su vida sin
pecado como en su muerte expiatoria, Jesús
fue perfectamente obediente y justo, y esa
es la que nos ha sido acreditado a todos los
que creemos en Él.

“Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado


la justicia de Dios, testificada por la ley y por los
profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en
Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque
no hay diferencia” (Rom. 3:21-22)

“ y ser hallado en él, no teniendo mi propia


justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe
de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe”
(Fil. 3:9).
No hay motivación más grande para
confrontar el pecado de nuestra vida que
saber estas dos gloriosas verdades del
evangelio.

2. Debemos aprender a depender del


poder habilitador del Espíritu Santo.
Recuerde: es por medio de esa divina
persona que podemos hacer morir el
pecado. “porque si vivís conforme a la carne,
moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir
las obras de la carne, viviréis” (Rom. 8:13).
No importa cuánto hayamos crecido en lo
espiritual, jamás lograremos superar nuestra
necesidad constante del poder del Espíritu
Santo. Nuestra vida espiritual puede
compararse con el motor de un aparato
eléctrico. El motor hace el trabajo, pero para
funcionar depende del la fuente de poder
externa que es la electricidad. Por tanto,
debemos cultivar una actitud de
dependencia continua del Espíritu Santo.

3. Aunque dependemos totalmente del


Espíritu Santo, al mismo tiempo debemos
reconocer que tenemos la gran
responsabilidad de dar pasos prácticos
para enfrenta nuestro pecado.

La sabiduría de un escritor antiguo nos


puede ayudar: “Trabaja como si todo
dependiera de ti, y al mismo tiempo confía
como si no trabajaras.”
4. Debemos identificar áreas específicas
de pecados aceptables.

Al ir leyendo cada capítulo, pida al Espíritu


Santo que le ayude a ver si existe algún
patrón de pecado en su vida. Algo que
puede ayudarle a hacer morir el pecado es
precisamente anticiparse a las
circunstancias o acontecimientos que lo
provocan.

5. Debemos emplear algunas Escrituras


específicas que se apliquen a cada uno
de los pecados sutiles.

Debemos memorizar, reflexionar y orar por


el contiendo de esos textos y pedirle a Dios
que lo use para capacitarnos a confrontar
nuestro pecado. “En mi corazón he guardado
tus dichos, para no pecar contra ti” (Sal.
119:11). Guardar significa depositar para
una necesidad futura. Eso es lo que
hacemos cuando guardamos versículos
bíblicos en nuestro corazón.
6. Debemos cultivar la oración para pedir
por los pecados que toleramos en
nuestra vida.

1. Orar por los pecados sutiles de manera


planificada y consisten.
2. Orar brevemente cada vez que nos
encontramos en situaciones que podrían
inducirnos a cometer el pecado.
7. Debemos involucrar a otros creyentes
en nuestras luchas contra el pecado sutil.

“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor


paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno
levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que
cuando cayere, no habrá segundo que lo
levante” (Ecl. 4:9-10).

Cuando llegue el momento en que empiece a


seguir estas instrucciones recuerde que su
corazón es el campo de batalla entre su carne y el
Espíritu “Porque el deseo de la carne es contra el
Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y
éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo
que quisiereis”(Gal. 5:17).
Impiedad

Cuando hablo sobre el tema de las áreas


específicas de pecados honorable, algunos
dicen que el orgullo es la causa y raíz de
todos ellos. Sin embargo, creo que existe
otro pecado que es aún más básico, más
común y que tal vez es la verdadera raíz de
todos los demás. Se trata del pecado de la
impiedad y en mayor o menor grado, todos
somos culpables de él. ¿Le sorprende esta
declaración o quizá se siente ofendido por
ella? Nunca pensamos de nosotros mismos
como gente impía. Después de
todo, somos cristianos, no somos ateos o
gente malvada. Asistimos a la iglesia,
evitamos caer en pecados escandalosos,
llevamos vidas muy respetables. Según
nuestro modo de pensar, los impíos son los
que viven vidas abiertamente inmorales.
Entonces, ¿cómo puedo yo decir que todos los
creyentes somos impíos en cierto grado?
Contrario a lo que generalmente se
piensa, la impiedad y la maldad son
diferentes. Alguien pude ser un ciudadano
amable y respetable y, al mismo tiempo, ser
impío (Rom. 1:18). Observe que el apóstol
Pablo hace una diferencia entre impiedad e
injusticia. La impiedad describe una actitud
hacia Dios. Un ateo o un secularista
declarado es una persona obviamente impía,
pero también lo son muchas personas
moralmente decentes aun cuando afirmen
que creen en Dios. La impiedad puede
definirse como un estilo de vida que no toma
en cuenta a Dios, ni su voluntad, ni su gloria,
ni la dependencia de Él. Así que fácilmente
podemos ver que alguien puede tener una
vida muy respetable y seguir siendo un impío
en el sentido de que Dios es totalmente
irrelevante en su vida. Todos los días
andamos entre tales personas. Quizá van a
la iglesia varias horas el domingo, pero viven
el resto de la semana como si Dios no
existiera. Lo triste de esto es que muchos
creyentes también tendemos a vivir sin
pensar en Dios. En raras ocasiones
pensamos en nuestra dependencia de Él o
en nuestra responsabilidad para con Él. En
ese sentido, no hay diferencia alguna entre
nuestro prójimo amable y decente, pero
incrédulo, y nosotros.

Si leemos con cuidado el NT podremos


reconocer cuán lejos estamos de vivir a la
altura del estándar bíblico de la piedad (Stg.
4:13-15). El apóstol Santiago no condenó a
la gente por hacer planes. Lo que sí condenó
es que lo haga sin reconocer que depende
del Omnipotente. Hacemos nuestros planes
sin reconocer nuestra total dependencia del
Señor para llevarlos a cabo. Esa es una
manifestación clara de impiedad. De la
misma manera, pocas veces pensamos en la
responsabilidad que tenemos ante Dios de
vivir de acuerdo a su voluntad moral según
se revela en las Escrituras. Pocas veces
pensamos en la voluntad divina (Col. 1:9-
10). El apóstol Pablo quiera que los
colosenses fueran gente piadosa. ¿Se
parecen las oraciones que hacemos por
nosotros, nuestra familia y amigos a la de
Pablo a favor de los colosenses? ¿O son
más como una lista de peticiones que
presentamos a Dios para que intervenga en
las necesidades físicas y económicas de
nuestros familiares y amigos? Nuestras
oraciones se centran en lo humano, no en
Dios, y en ese sentido somos impíos hasta
cierto punto.

Según el apóstol Pablo, debemos vivir


pensando que estamos en la presencia de
Dios buscando agradarlo en todo. Por
ejemplo, observe lo que el mismo apóstol
dijo a los esclavos de la iglesia de Colosas
en cuanto a cómo debían servir a sus amos
para ser piadosos (Col. 3:22-24). El v. 23
establece el principio de que debemos
esforzarnos para vivir piadosamente en el
contexto de nuestra vocación o profesión.
¿No es verdad que en lugar de ello [muchos
creyentes] desempeñan su trabajo como sus
compañeros incrédulos o impíos que sólo lo
hacen para sí mismos, para que los
asciendan o les aumenten el sueldo, sin la
menor intención de agradar a Dios?

O consideremos a la iglesia de Corinto (I


Cor. 10:31). La palabra todo en el enunciado
significa que se trata de todas las
actividades del día. Ese es el distintivo de
una persona piadosa. ¿Qué significa hacer
todo para su gloria? Significa que cuando
comemos, manejamos, compramos o nos
relacionamos con los demás, tenemos una
meta doble. Primero, deseamos hacer todo
lo que agrada a Dios. En segundo lugar,
hacer todo para la gloria de Dios significa
que deseamos que todas las actividades del
día honren a Dios ante los demás (Mt. 5:16).
¿Anhelamos de manera consciente y en
oración darle gloria en lo que decimos o
hacemos cada día? ¿O actuamos sin tener
consciencia del Creador? Alguien puede ser
moral y correcto y estar ocupado en el
servicio cristiano, pero aun así puede
mostrar poco o ningún interés en tener una
relación íntima con Dios. Esa es una de las
evidencias de la impiedad.
La pregunta que debemos hacernos de
manera honesta es la siguiente: ¿Cuan impío
soy? ¿Cuántas actividades diarias realizo
que no tienen relación con el Señor? Si
nuestro hábito impío de pensar es parte
integral de nosotros, ¿cómo podemos
confrontarlo? Pablo escribió a Timoteo:
“Ejercítate para la piedad” (I Tim. 4:7). El
entrenamiento implicaba, entre otras cosas,
compromiso, consistencia y disciplina.
Nuestra meta en la búsqueda de la piedad
debe ser vivir conscientes de que estamos
ante la presencia de Dios cada segundo de
nuestra vida, que somos responsables ante
Él y que a Él daremos cuentas. Ore para que
Dios lo ayude a ser más consciente de que
vive cada día ante sus ojos que todo ven.

Ansiedad y Frustacion

La vida es difícil y, en ocasiones, muy


dolorosa. Si estuviera de vacaciones y mi
auto se descompusiera en el camino, sería
una situación difícil de afrontar. Si fuera
víctima de un accidente y quedara
discapacitado, sería muy doloroso. Por
supuesto sabemos que hay diferentes
grados de dificultades y, hasta cierto punto,
también de dolor. Los problemas se dan en
el contexto de las actividades rutinarias de la
vida y las responsabilidades cotidianas, pero
el dolor es provocado por eventos fuera de lo
común. Así que, en este capítulo nos vamos
a enfocar en las dificultades de la vida diaria
y cómo reaccionamos con frecuencia ante la
ansiedad y la frustración.

Ansiedad
Hace algunos años busqué en todo el Nuevo
Testamento cuáles son las cualidades de
carácter cristiano que se enseñan por
precepto o por medio de ejemplos. Encontré
que son veintisiete. No le sorprenderá saber
que el amor es el que menciona más (50
veces). Pero sí le sorprenderá saber que
lahumildad le sigue muy de cerca (40
menciones). No obstante, lo que en realidad
me asombró más fue saber que la confianza
en Dios en todas las circunstancias de
nuestra vida se encuentra en tercer lugar (13
veces). Lo opuesto de confiar en Dios se
manifiesta en alguna de estas dos actitudes:
ansiedad o frustración. El pasaje más
prominente en el que enseña sobre el tema
es Mateo 6:25-34, pues usa la
palabra afánseis veces. Otra expresión que
el Señor Jesús utilizó en cuanto a la
ansiedad es: “No temáis”, o “no tengan
miedo” (ej. Mt. 10:31; Lc. 12:7). Pablo
reforzó esta amonestación acerca de la
ansiedad en Filipenses 4:6. Y Pedro nos
exhortó en I Pedro 5:7. Cuando usted y yo
decimos a alguien “no te anfanés” o “no
temés” tratamos de amonestarlo y darle
ánimo. Pero cuando Jesús (o Pablo o Pedro)
nos dicen: “No os afanéis”, lo hacen con la
fuerza de un mandato moral. Es decir, la
voluntad moral de Dios es que vivamos sin
ansiedad. O, para decirlo de manera más
explícita, la ansiedad es un pecado.
Es pecado por dos razones. Primero, cuando
somos presa de la ansiedad, mostramos que
creemos que el Altísimo no puede cuidar de
nosotros y que no lo hará en la circunstancia
que nos está preocupando. [Segundo] El afán
es pecado porque significa que rechazamos la
provisión divina en nuestra vida. La provisión
de Dios puede definirse de forma sencilla
diciendo que Él prepara todas las
circunstancias y eventos del universo para
gloria de Él y beneficio de su pueblo.
Tendemos a centrarnos en las causas
inmediatas que nos provocan ansiedad en
vez de recordar que ellas están bajo el
control soberano de Dios. Puesto que he
tenido que luchar con la ansiedad en [cierta]
área de mi vida, he llegado a la conclusión
de que mi ansiedad no se debe a que
desconfío de Dios, sino a mi falta de
voluntad de someterme y aceptar con gozo
su agenda para mi vida. El mandato de
Pablo de no estar afanosos va acompañado
de la instrucción de orar en cualquier
situación que nos tiente a estar ansiosos
Filipenses 4:6. Puede que usted sea o no
tentado con frecuencia a caer en la ansiedad
como yo. Pero si así fuera, ¿puede usted
reconocer cuáles son las circunstancias que
lo hacen ponerse ansioso?

Frustración
Un pecado relacionado con la ansiedad es el
de la frustración. Por un lado, la ansiedad
incluye el temor, pero la frustración implica
estar a disgusto o enojado por cualquier cosa o
persona que se interponga en nuestros planes.
No acepto la actuación invisible de Dios en
cualquier cosa que enciende mi frustración.
En el calor del momento, tiendo a no pensar
en el Señor sino que me enfoco en la causa
inmediata de mi frustración. El pasaje de la
Biblia que me ha ayudado a enfrentar la
frustración es el Salmo 139:16. “Todo
aquello” se refiere no sólo a todos los días
de mi vida, sino que incluye los eventos y
circunstancias de cada día. Este
pensamiento produce gran ánimo y
consuelo. Así que cuando algo sucede que
me produce frustración, puedo citar el Salmo
139:16 y decirle a Dios: “Esta circunstancia
es parte de tu plan para mi vida en este día.
Ayúdame a reaccionar con fe, de manera
que honre tu nombre y tu voluntad
providencial. Y, por favor, dame la sabiduría
para saber cómo enfrentar esta situación
que me está provocando frustración”.
Observe cuales son los recursos que
podemos utilizar para afrontar la
circunstancia que nos produce frustración: la
aplicación específica de las Escrituras y la
dependencia del Espíritu Santo expresada a
través de la oración; estos nos ayudan a
responder de manera piadosa. A
continuación, pidámosle sabiduría práctica
para saber cómo enfrentar la situación. En
ocasiones Dios utiliza eventos que nos
producen frustración para llamar nuestra
atención o para ayudarnos crecer en un área
específica.
La ansiedad y la frustración son pecados. No
debemos tomarlas a la ligera o minimizarlas
considerándolas sólo reacciones para
enfrentar los acontecimientos difíciles de
este mundo caído. Es cierto que nunca
lograremos completa libertad de la ansiedad
o frustración en esta vida. Pero tampoco
debemos aceptarlas como parte de nuestro
temperamento.

Falta de contentamiento

El descontento es el sentimiento que surge


cuando las circunstancias adversas se
prolongan sin cambio alguno y no podemos
hacer nada para modificarlas. Es un hecho
que las advertencias más frecuentes de la
Biblia contra el descontento tienen que ver
con el dinero y las posesiones, pero aquí me
gustaría hablar de un tipo de descontento
que tal vez es más común entre los
cristianos comprometidos con Dios. Es decir,
la actitud que resulta de circunstancias que
se alargan sin cambiar y que se convierten
en una prueba para nuestra fe.
> Un empleo que no satisface o por el que
recibe un salario bajo

> Soledad en la edad madura o vejez

> Infertilidad

> Infelicidad en el matrimonio

> Discapacidad física o salud precaria… y


hay otras.

Sus circunstancias quizá sean mucho más


difíciles que las que me han tocado vivir,
pero la verdad es que lo que determina si
tenemos falta de contentamiento o no, es
nuestra reacción a las circunstancias y no
tanto el grado de dificultad de ellas.
A fin y a cabo el descontento es un pecado.
El propósito fundamental de este estudio es
ayudarnos a enfrentar la presencia de
muchos de los pecados sutiles que hay en
nuestra vida y reconocer el hecho de que los
hemos ido tolerando y aceptando cada vez
más.

Salmo 139:16 puede ayudarnos a enfrentar


las circunstancias que pueden tentarnos a
estar descontentos.
Mi embrión vieron tus ojos,
Y en tu libro estaban escritas todas aquellas
cosas
Que fueron luego formadas,
Sin faltar una de ellas.

Salmo 139:13 dice lo siguiente para quienes


viven con discapacidades físicas.
Porque tú formaste mis entrañas;
Tú me hiciste en el vientre de mi madre.

Job 1:21 nos ayuda cuando nos toca


experimentar la decepción terrible y
humillante.
y dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y
desnudo volveré allá. Jehová dio, y Jehová quitó;
sea el nombre de Jehová bendito.

Al tratar con la falta de contentamiento,


probablemente he tocado fibras sensibles.
Quizá la situación se agrava más porque he
dicho que la falta de contentamiento es
pecado. Tal vez usted está pensando: si él
conociera mí situación, no sería tan radical ni
me sermonearía. Es verdad, no conozco su
situación particular, pero he luchado contra
la falta de contentamiento y se ha esforzado
por vencerla con las verdades bíblicas.

La ingratitud

Lucas registra una ocasión en la que Jesús se


encontró con diez leprosos.Véase Lucas 17:13-
19. Cuando leemos esta historia
pensamos:¿Cómo pudieron aquellos nueve
hombres ser tan malagradecidos y no volver a
darle gracias a Jesús? Sin embargo, muchos de
nosotros somos culpables del mismo pecado de
ingratitud.
Espiritualmente hablando, nuestra
enfermedad era mucho peor que la
enfermedad física de la lepra. No estábamos
enfermos; estábamos muertos
espiritualmente. Pero en su gran
misericordia y amor, Dios nos atrajo hacia sí
mismo y nos dio vida espiritual (Ef. 2:1-5).
Además, perdonó nuestros pecados a través
de la muerte de su Hijo y nos cubrió con la
justicia impecable del mismo Jesucristo.
El hecho de haber recibido la vida espiritual
de Jesús es un milagro mucho más grande y
sus beneficios son infinitamente mayores
que haber sido sanados de la lepra. No
obstante, ¿cuántas veces hemos dado
gracias por nuestra salvación? ___________

Y si ha dado gracias, ¿lo hizo de manera


superficial, como cuando mucha gente
agradece por los alimentos, o fue una
expresión sincera de gratitud por lo que Dios
hizo a favor suyo en Cristo? ___________

La verdad es que toda nuestra vida debería


ser una constante acción de gracias. “ni es
honrado por manos de hombres, como si
necesitase de algo; pues él es quien da a
todos vida y aliento y todas las
cosas” (Hechos 17:25).

Todo lo que somos y tenemos es un don de él.


Necesitamos estar atentos a la advertencia
que Dios hizo a los Israelitas (Deut. 8:11-14,
17, 18).
La mayoría de la gente [espiritual] reconoce
que todo lo que posee proviene de Dios,
pero, ¿cuán a menudo hace una pausa para
agradecérselo? __________________

Uno de los pecados “aceptables” es no


agradecer a Dios la provisión temporal y las
bendiciones espirituales que nos ha prodigado
ricamente, porque damos por hecho que las
merecemos. Es más, demasiados cristianos
no pensarían que este es un pecado. Sin
embargo, Pablo describe a la persona
controlada por el Espíritu y dice: “dando
siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el
nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Ef.
5:20).
Dar gracias al Creador por Sus bendiciones
físicas y espirituales no es sólo algo amable
que hacemos, sino que es la voluntad moral
de Dios. Si no le damos a él lo que merece,
entonces pecamos.

La vida está llena de eventos que nos


retrasan, nos importunan, obstruyen y
bloquean alguno de nuestros planes. En
medio de ellos, debemos luchar contra la
ansiedad y frustración. Pero cuando Dios
nos da la salida, o cuando vemos su mano
librándonos de la posibilidad de un evento
parecido, debemos tomar un tiempo especial
para agradecérselo.

¿En Todas Las Circunstancias?


¿Debemos dar gracias a Dios cuando las
circunstancias no resulten como nosotros
esperábamos?

La respuesta es _____ por diferentes


razones (1 Tes. 5:18). Pablo nos instruye a
dar gracias EN toda circunstancia, aun por
las que no sentimos gratitud. ¿Nos está
pidiendo Pablo que demos gracias
obligadamente y sólo por la fuerza de
voluntad cuando nos sentimos realmente
decepcionados? ________
La respuesta a la pregunta radica en las
promesas divinas que encontramos
enRomanos 8:28-29 y 38-39.
Pablo está diciendo que el Señor quiere que
todas nuestras circunstancias, sean buenas
o sean malas (pero en el contexto que Pablo
tiene en mente, está hablando
específicamente de las malas), sean un
instrumento de santificación para hacernos
crecer más y más a la semejanza de
Jesús. Así que en situaciones que no
resultan de la manera que esperamos,
debemos darle gracias a Dios porque él
usará esa situación de alguna manera para
desarrollar en nosotros el carácter cristiano.

En resumen, debemos tratar de desarrollar


el hábito de dar gracias a Dios
constantemente. Pero por sobre todas
cosas, debemos agradecerle nuestra
salvación y las oportunidades que tenemos
para crecer espiritualmente y ministrar.
Asimismo, debemos darle gracias por la
abundancia de bendiciones materiales que
nos provee. Y luego, cuando las
circunstancias se tornan amargas y las
cosas no resulten como hubiéramos querido,
debemos hacerlo por fe, por lo que él está
haciendo a través de las circunstancias para
transformarnos a la imagen de su Hijo.

“Cuando muere la gratitud sobre el altar del


corazón del hombre, aquel es casi sin
esperanza”
Bob Jones

El orgullo

De todos los personajes desagradables de la


Biblia, probablemente ninguno sea tan
repulsivo como el fariseo que se creía muy
justo en la parábola de Jesús. Él oraba en el
templo diciendo; “…Dios, te doy gracias
porque no soy como los otros hombres,
ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como
este publicano” (Lucas 18:11). Pero la ironía
es que, al condenar a ese orgulloso fariseo,
podemos caer fácilmente en la misma actitud
de creernos muy justos.

En esta lección trataremos el pecado del


orgullo, pero no del orgullo en general, sino
de ciertas expresiones que son una
tentación muy particular para los creyentes.
Se trata del orgullo de creernos muy justos,
de pensar que tenemos la doctrina correcta,
de ser exitosos, o de tener un espíritu
independiente. Uno de los problemas del
orgullo es que podemos verlo en otros, pero
no en nosotros. Estoy muy consciente de las
palabras de Pablo cuando dijo: “Tú, pues,
que enseñas a otro, ¿no te enseñas a ti
mismo? Tú que predicas que no se ha de
hurtar, ¿hurtas?” (Romanos 2:21).

ORGULLO POR CREERNOS MUY


MORALES
Es fácil cometer este pecado de la
superioridad moral y de auto-justicia en la
actualidad, cuando la sociedad en general
comete abiertamente o condona pecados
flagrantes tales como la inmoralidad, los
divorcios fáciles, el estilo de vida
homosexual, el aborto, el alcoholismo ya
drogadicción, la avaricia y otros pecados
escandalosos. Pero dado que nosotros no
cometemos esos pecados tendemos a
sentirnos moralmente superiores y vemos
con desdén y rechazo a quienes sí los
cometen. Puedo aventurarme a decir que, de
todos los pecados sutiles que trataremos en
este estudio, el más común de todos es el
orgullo a la superioridad moral, y sólo le
gana el pecado de la impiedad. ¿Cómo
podemos guardarnos de caer en este
pecado? Primero, desarrollando una actitud
de humildad basada en la verdad que dice
que “por la gracia de Dios soy lo que soy”.
Todos deberíamos decir con David: “He
aquí, en maldad he sido formado, y en
pecado me concibió mi madre.” (Salmo
51:5). Otro medio por el cual podemos evitar
el orgullo de sentirnos mejores es
identificándonos con el Señor ante la
sociedad pecaminosa en que vivimos, “y
dije: Dios mío, confuso y avergonzado estoy
para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti,
porque nuestras iniquidades se han
multiplicado sobre nuestra cabeza, y
nuestros delitos han crecido hasta el
cielo” (Esdras 9:6). Al ver hoy en día a la
sociedad en su degradación moral,
necesitamos asumir la actitud de Esdras.
Hacerlo nos ayudará a no caer en la
tentación de creernos justos.

ORGULLO DE TENER LA DOCTRINA


CORRECTA
Íntimamente relacionado con el anterior, está
el orgullo doctrinal. Consiste en creer que
nuestra doctrina es la única correcta y que
cualquiera que crea algo diferente tiene una
teología inferior. Aquellos que nos
preocupamos por la doctrina somos muy
susceptibles a caer en esta forma de orgullo.
En otras palabras, esta forma de orgullo se
basa en la ignorancia; creemos que nuestro
sistema particular de creencias, cualesquiera
que sean, es el correcto y adoptamos una
actitud de superioridad espiritual sobre los
que creen otra cosa. “En cuanto a lo
sacrificado a los ídolos, sabemos que todos
tenemos conocimiento. El conocimiento
envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios
8:1). Pablo estaba de acuerdo con su
“conocimiento”; es decir, con la creencia
doctrinal respeto a no comer carne
sacrificada a los ídolos, pero los acusó de
orgullo doctrinal; su “conocimiento” los había
envanecido. Si su convicción – ya sea
calvinista, arminiana, dispensacionalista – o
su posición respecto a los últimos tiempos, o
su rechazo a cualquier posición doctrinal le
hacen sentirse superior a quienes tienen
otros puntos de vista, entonces usted está
cometiendo el pecado de orgullo doctrinal.

ORGULLO DEL ÉXITO


“El alma del perezoso desea, y nada
alcanza; mas el alma de los diligentes será
prosperada” (Proverbios 13:4). El apóstol
Pablo exhortó a Timoteo en cuanto a su
ministerio: “Procura con diligencia
presentarte a Dios aprobado, como obrero
que no tiene de qué avergonzarse, que usa
bien la palabra de verdad” (2 Timoteo 2:15).
Las escrituras también enseñanza que el
éxito en cualquier área está bajo el control
soberano de Dios. “Jehová empobrece, y él
enriquece; abate, y enaltece” (1 Samuel 2:7).
La capacidad de victoria o éxito en cualquier
área proviene, en última instancia, de Dios.
Desde el punto de vista humano, podría
parecer que hemos triunfado como resultado
de nuestra gran tenacidad y trabajo arduo.
Pero, ¿quién nos dio ese espíritu
emprendedor y el buen juicio para los
negocios que nos permitió lograrlo? Dios.
“Porque ¿quién te distingue? ¿o qué tienes
que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por
qué te glorías como si no lo hubieras
recibido?” (1 Corintios 4:7) Por lo tanto, ¿qué
tiene usted que no haya recibido? Nada.
Otro aspecto del orgullo del éxito es el deseo
desmedido de que se nos reconozca. ¿Cuál
es nuestra actitud cuando hacemos bien un
trabajo específico y no recibimos
reconocimiento? ¿Estamos dispuestos a
quedar en el anonimato, trabajando para el
Señor, o nos ponemos furiosos por la falta
de alabanza? “Así también vosotros, cuando
hayáis hecho todo lo que os ha sido
ordenado, decid: Siervos inútiles somos,
pues lo que debíamos hacer,
hicimos” (Lucas 17:10).

ORGULLO DE TENER UN ESPÍRITU


INDEPENDIENTE
Este se expresa en dos áreas principales: la
resistencia a la autoridad, especialmente a la
espiritual, y la enseñanza. Por lo general
estas dos actitudes van de la mano. Cuando
somos jóvenes tendemos a pensar que lo
sabemos todo. “Obedeced a vuestros
pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos
velan por vuestras almas, como quienes han
de dar cuenta; para que lo hagan con
alegría, y no quejándose, porque esto no os
es provechoso” (Hebreos 13:17).

El egoísmo
Podemos ser muy conocedores de la
teología y correctos en nuestra moralidad
pero ser un fracaso en demostrar las
virtudes del carácter cristiano al cual Pablo
llamó el fruto del Espíritu (Gálatas 5:22-23).
Podemos ser ortodoxos en nuestra teología
y sobrios en nuestra moralidad y aun así
estar tolerando en nuestra vida algunos de
los pecados sutiles y “aceptables” de los que
hemos hablado. Creo que todos tenemos
“puntos ciegos”, defectos de carácter, o
pecados sutiles de los cuales no estamos
conscientes. Quiera Dios que los
enfrentemos, en especial el egoísmo que
hay en nosotros.
Al estudiar este pecado, será de mucha
ayuda comenzar presentando la verdad de
que hemos nacido con una naturaleza
egoísta. Aún después de llegar a ser
cristianos, todavía poseemos la carne que
batalla contra el Espíritu y una de sus
manifestaciones as el egoísmo. Es difícil
exponer el egoísmo porque es más fácil
detectarlo en los demás que en nosotros
mismos. Además, hay distintos grados de él
así como de la sutileza que empleamos al
demostrarlo. El egoísmo de una persona
podría ser burdo y obvio. En general, a
alguien así no le importa lo que los demás
piensen de él. Sin embargo, en la mayoría
de nosotros sí nos importa la opinión de los
otros, así que nuestro egoísmo es
más delicado y refinado.
El egoísmo se demuestra en muchas
maneras, pero voy a centrarme en cuatro
áreas que podemos observar en nuestra
vida como creyentes.

La primera es el egoísmo que se relaciona


con nuestros intereses. “no mirando cada uno
por lo suyo propio, sino cada cual también
por lo de los otros” (Filipenses 2:4). Cuando
usó las palabras “lo de los otros,” Pablo se
estaba refiriendo, sin lugar a dudas, a las
preocupaciones y necesidades de los
demás. ¿Cuáles son las cosas que nos
interesan? _________________
Usando cualquier ejemplo específico
podemos ilustrar nuestra tendencia de
centrarnos de tal modo en nuestros asuntos
que mostramos poco o ningún interés en los
de los demás. Una buena prueba para medir
el grado de egoísmo que muestra por sus
intereses sería que reflexionara en alguna
conversación que haya sostenido con alguna
persona (o pareja). Pregúntese cuánto
tiempo pasó hablando de sus intereses
comparado con el tiempo que invirtió en
hablar de los de la otra persona. El egoísmo
demuestra que lo único que nos preocupa
son nuestros asuntos. En 2 Timoteo 3:11-5,
Pablo da una lista de pecados realmente
grotescos que se manifestarán en “los
últimos días”, es decir, nuestra época actual.
El amante de sí mismo es una buena
descripción de un egoísta. Está preocupado
sólo en sí mismo y sus conversaciones lo
reflejan.
Una segunda área donde se demuestra el
egoísmo es en cuanto a nuestro tiempo. Este
es un don precioso y cada uno de nosotros
poseemos sólo una cantidad determinada de
él cada día. Todos estamos muy ocupados,
así que es muy fácil volvernos egoístas con
nuestro tiempo. Podemos ser demasiado
egoístas con nuestro tiempo y también
podemos serlo queriendo tomar
innecesariamente el tiempo de los demás.
En cualquier caso, estamos pensando
solamente en nosotros y nuestras
necesidades. Es raro escuchar a alguien
decir: “yo haré tal cosa por ti”. No obstante la
Biblia dice “Sobrellevad los unos las cargas
de los otros, y cumplid así la ley de
Cristo” (Gálatas 6:2). Esto incluye que
podemos hacer algo más por alguien que
sólo lo que nos corresponde.
Una tercera área donde se expresa el
egoísmo es con nuestro dinero. Este es un
tema especialmente crucial para los
creyentes. El apóstol Pablo escribió en
Romanos 12:15, “Gozaos con los que se
gozan; llorad con los que lloran.” Y el apóstol
Juan escribió en 1 Juan 3:17, “Pero el que
tiene bienes de este mundo y ve a su
hermano tener necesidad, y cierra contra él
su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en
él?” Si los tomamos juntos, estos versículos
nos dicen que debemos tener corazones
compasivos hacia los que están en
necesidad y luego debemos poner esa
compasión en acción por medio de nuestras
contribuciones. Debemos ser buenos
mayordomos del dinero y no gastar todo, o la
mayoría, en nosotros. Hacerlo así es ser
egoísta con nuestro dinero y evidenciamos
que no nos interesan las necesidades de los
demás.
La cuarta área de egoísmo que
estudiaremos es ladesconsideración. Esta
característica puede mostrarse de varias
maneras. La persona desconsiderada nunca
piensa en el impacto que sus actos pueden
tener sobre las demás personas. Cuando
somos indiferentes al impacto que tienen
nuestras acciones sobre los demás, estamos
siendo egoístas y desconsiderados porque
sólo pensamos en nosotros. También
podemos ser desconsiderados en cuanto a
los sentimientos de los demás. La persona
cuya actitud es “digo lo que pienso, pésele a
quien le pese” es desconsiderada y egoísta.
Entonces, una persona que no es egoísta siempre
equilibra sus necesidades y deseos con los de los
demás. Sospecho que todos tenemos inclinaciones
egoístas de una u otra manera, porque todavía
vivimos en la carne pecaminosa que libra una
batalla contra nuestra alma. Así que, por favor,
no deseche este estudio como si no aplicara a
usted.

Falta de Dominio Propio


En los tiempos bíblicos, lo más importante para
una población eran los muros. Si estos estaban
fracturados, el ejército enemigo podía entrar y
conquistarla. Recordemos el relato de la caída de
Jericó en el que Dios provocó que los muros se
derrumbaran y el ejército de Israel pudo avanzar
con facilidad y tomar la cuidad (Josué 6).
En la misma manera que una ciudad sin
muros es vulnerable ante un ejército
invasor, así lo es la persona que carece de
dominio propio, pues queda expuesta a todo
tipo de tentaciones. Lamentablemente,
Salomón, que fue quien escribió esa verdad
de Proverbios 25:28, comprobó con su vida
en forma triste y dolorosa esas palabras. La
Biblia registra que ese rey tuvo seiscientas
esposas y trescientas concubinas de todas
las naciones de las cuales el Señor había
dicho al pueblo de Israel que no debían
tomar mujeres (1 Reyes 11:1-3). Pero
Salomón dio rienda suelta a sus pasiones e
ignoró por completo la prohibición divina.
Puesto que era el soberano más poderoso
de su época, tenía acceso a todo lo que
deseaba.
Pero, en vez de ejercer dominio propio,
ignoró sus propias palabras de sabiduría que
sus pasiones se desbordaran. Salomón pagó
un alto precio por su falta de dominio propio.
Sus mujeres apartaron su corazón de Dios.
Fue por esa causa que el Señor dividió su
reino en los días de su hijo Roboam.

Proverbios y las cartas del Nuevo


Testamento tienen mucho que decir acerca
del dominio propio. Pablo lo menciona como
uno de las demostraciones del fruto de
Espíritu (Gal. 5:22-23) y también lo incluye en
la lista de los desenfrenos que serán
característicos de los últimos días (2 Tim.
3:3). Por otro lado, en varias ocasiones en
sus dos cartas, Pedro instó a los creyentes a
ser sobrios, o auto controlados (1 Pe. 1:13;
4:7; 5:8; 2 Pe. 1:5).
A pesar de la enseñanza bíblica del dominio
propio, sospecho que esta es una virtud que
no recibe atención concienzuda de parte de
la mayoría de los cristianos. Hemos
establecido límites en nuestra cultura
cristiana con los cuales evitamos cometer
ciertos pecados abiertos, pero dentro de
esas fronteras podríamos decir que vivimos
como se nos antoja. Pocas veces nos
negamos a satisfacer nuestros deseos y
emociones. La falta de dominio propio bien
podría ser uno de nuestros pecados
“respetables”. Y al tolerarlo nos hacemos
más vulnerables a otros más.

¿Qué es el dominio propio? Es el control


prudente o gobierno de nuestros deseos,
apetitos, impulsos, emociones y pasiones.
Es saber decir “no” cuando debemos
hacerlo. Es la moderación de los deseos y
actividades legítimas y un freno absoluto en
las áreas que son a todas luces
pecaminosas.
El dominio propio que aparece en la Biblia
abarca todas las áreas de la vida y requiere
una guerra incesante contra las pasiones de
la carne que batallan contra nuestra alma (1
Pe. 2:11). Podríamos decir que el dominio
propio no es dominarnos por nosotros
mismos gracias a nuestra fuerza de
voluntad, sino que es el control de uno
mismo gracias al poder del Espíritu Santo
que opera en nosotros.
Aunque debemos ejercer dominio propio en todas
las áreas de la vida, en este estudio vamos a
estudiar tres aspectos donde los cristianos fallan
con demasiada frecuencia.
El primero es el de comer y beber de mas. A lo
que me refiero es la tendencia constante de
ceder ante nuestros deseos de ingerir ciertas
comidas y bebidas. No estoy tratando de
hacer sentir culpables a los que les encanta
comer helados o beber gaseosos, o a
quienes les encanta ir a su cafetería favorita
a tomar café todos los días. A lo que me
refiero es la falta de dominio propio, a la
tendencia de controlar nuestros deseos de
tal manera que estos nos controlen, en vez
de ser nosotros quienes los controlemos.
Una segunda área de falta de dominio propio
es el carácter del cristiano. A algunos se les
conoce por ser enojones o de mecha corta.
Los estallidos del temperamento están
dirigidos, por lo general, a cualquiera que
hace algo que nos desagrada. Miren las
advertencias contra la persona de mecha
corta enProverbios 14:17 y 16:23. Santiago
amonesta a los creyentes a ser tardos para
airarnos (1:19).
La tercera área en la que muchos cristianos
carecen de dominio propio es en el área de las
finanzas personales. No sólo los que están
endeudados fallan en el ejercicio del dominio
propio en cuanto a lo que gastan. Mucha
gente adinerada, incluyendo algunos
creyentes, gastan en todo lo que su corazón
desea. Son como el escritor de Eclesiastés
2:10.
Hay otras áreas en las que necesitamos
aprender a autocontrolarnos, así que le
animo a reflexionar en su propia vida. ¿Hay
deseos, apetitos o emociones que, en cierta
medida están fuera de su control?

La ira

Por lo general manifestamos nuestra ira con las


personas que más amamos; es decir, nuestro
cónyuge, hijos, padres y hermanos, así como con
nuestros verdaderos hermanos en Cristo dentro de
la iglesia. En una ocasión conocí a un creyente
que era el epítome de la gracia hacia las demás
personas, pero de continuo estaba airado contra
su esposa e hijos. Afortunadamente, después de
algunos años Dios lo redarguyó y le ayudó a
resolver su ira.
¿Qué es la ira? Muchos de nosotros
podríamos decir: “No puedo definirla, pero la
reconozco cuando la veo, especialmente si
se dirige hacia mí”. Mi diccionario define la
ira diciendo simplemente que es un fuerte
sentimiento de desagrado acompañado de
antagonismo. Añadiría que por lo general va
acompañada de emociones, palabras y
acciones pecaminosas que hieren al objeto
de nuestra ira.
El tema de la ira es amplio y muy complejo, y
el propósito de este estudio no es tratarlo a
fondo. Para mantenernos dentro del objetivo
de ayudarnos a confrontar los pecados que
toleramos en nuestras vidas, voy a
centrarme en el aspecto de la ira que
inconscientemente consideramos como un
pecado “respetable. Para lograr ese
propósito, necesito mencionar el tema de la
ira justificada.

Algunas personas razonan diciendo que su


ira es justa. Creen que tienen derecho a
estar enojadas, dependiendo de la
situación. ¿Cómo sabemos si nuestra ira es
justa o no?En primer lugar, la ira justa surge
de una percepción correcta de la verdadera
maldad; es decir, de una violación a la ley
moral de Dios. Se centra en Él y su voluntad, no
en nosotros y la nuestra. En segundo, la ira
justa siempre se autocontrola. Jamás provoca
que alguien pierda la cabeza o discuta de
manera vengativa. El enfoque central de la
enseñanza bíblica acerca de esa emoción
tiene que ver con nuestras reacciones de ira
pecaminosa ante las acciones o palabras de
los demás. El hecho de que respondamos al
pecado real de otro no significa que nuestra
ira sea justa.
Otro tema en cuanto a la ira que no es parte
del propósito de este libro es la de la
persona que está airado de continuo, o cuya
ira le hace abusar verbal o físicamente de
otros. Esa persona necesita recibir buena
consejería bíblica y pastoral. Así que
mantenemos nuestro enfoque en lo que
podríamos llamar ira común, la cual
aceptamos de alguna manera como parte de
nuestra vida, pero que en realidad es pecado
ante los ojos de Dios.

Al enfrentar nuestra ira necesitamos reconocer


que nadie nos provoca a ella.Quizá las
palabras o acciones de alguien podrían ser
un pretexto para enojarnos, pero la
verdadera causa radica muy dentro de
nosotros, generalmente en nuestro orgullo,
egoísmo, o deseo de controlarlo todo.
Podemos enojarnos porque alguien nos
maltrata. O alguien dice un chisme a
nuestras espaldas y cuando nos enteramos
nos enojamos. ¿Por qué? Muy
probablemente porque nuestra reputación o
carácter están en tela de duda. Una vez más
la causa es el orgullo.

18 Criados, estad sujetos con todo respeto a


vuestros amos; no solamente a los buenos y
afables, sino también a los difíciles de soportar.

19 Porque esto merece aprobación, si alguno a


causa de la conciencia delante de Dios, sufre
molestias padeciendo injustamente.

20 Pues ¿qué gloria es, si pecando sois


abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo
bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es
aprobado delante de Dios.

(1 Pedro 2:18-20)
Las instrucciones de Pedro para los esclavos
son una aplicación específica de un principio
bíblico más general: Debemos responder a
cualquier trato injusto como si viniera del
Señor. ¿Se encuentra esta situación difícil o
trato injusto bajo el control soberano de Dios,
y él en su infinita sabiduría y bondad lo está
utilizando para conformarme más a la
imagen de Cristo? (Romanos 8:28; Hebreos
12:4-11).

Con demasiada frecuencia nuestra


respuesta inmediata a una acción injusta es
la ira pecaminosa. Pero después del
momento difícil, podemos decidir si vamos a
continuar airados, o podemos reflexionar en
las preguntas que he sugerido y permitir al
Espíritu Santo que erradique nuestro enojo.

Así que, ¿cómo tenemos que manejar la ira de


tal forma que honre a Dios?
1. Debemos reconocerla sabiendo que es
pecaminosa. Necesitamos arrepentirnos no
sólo de la ira, sino también del orgullo, el
egoísmo y la idolatría.
2. Después, necesitamos cambiar nuestra actitud
hacia la persona o las personas cuyas palabra
o acciones la provocaron. (Efesios
4:32; Colosenses 3:13) Si ya externando
nuestra ira, procuremos que nos perdone la
persona a quien herimos con nuestro enojo.
3. Finalmente, debemos entregar a Dios la
ocasión de nuestra ira. Debemos aceptar que
cualquier situación que nos tiente a airarnos
puede llevarnos a una ira pecaminosa por un
lado, o bien, a Cristo y su poder santificador.
Al principio de este estudio admití que el
tema de la ira es complejo y que el propósito
no es agotarlo. Pero espero que le haya
ayudado a reconocer que la mayoría de
nuestro enojo es pecaminoso, y aunque lo
justifiquemos y toleremos en nuestra vida, no
es aceptable delante de Dios.

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