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El Jusnaturalismo teológico : Francisco Suárez, S. J.

La gran compilación que hizo Justiniano de toda la teoría jurídica romana desde antes del
Imperio fue cristianizada al integrarse con el propio Código de Justiniano que era el de un
imperio “cristiano”. Por otra parte, como se vio en capítulos anteriores, tanto el Derecho
Romano como el Derecho Imperial “Cristiano” bebieron en una misma fuente filosófica
moral que fue el Estoicismo, para el cual, el sometimiento a la naturaleza y al destino
(luego cristianizado como “providencia divina”) era la regla de oro. Por todo esto no es
extraño que el derecho occidental esté tan amalgamado en sus orígenes con la teología
cristiana.

Los primeros teóricos de un derecho internacional fueron expertos en teología y varios de


ellos teólogos de profesión.

Voy a tomar como exponente del Jusnaturalismo Teológico a Francisco Suárez, teólogo
español jesuita (1548 – 1617) quien pasó la mayor parte de su vida enseñando filosofía y
teología en Salamanca, Valladolid, Alcalá, Roma y Coimbra, permaneciendo en esta
universidad sus 20 últimos años. Escribió una obra monumental filosófico teológica,
comparable a la de Tomás de Aquino cuyos puntos más controvertidos desarrolló y
reinterpretó.

En su tratado “Sobre las Leyes y Dios como Legislador”, Suárez aborda el tema del
Derecho Natural y del Derecho de Gentes.1 Sus grandes tesis se pueden agrupar así:

a) Sobre el Derecho Natural (DN)

Dentro de su método característico de controversia, muy similar al de Tomás de Aquino,


Suárez define sus posiciones en confrontación con otras tesis. Tres campos controversiales
le dan ocasión para precisar el concepto de DN: qué es y dónde ubicarlo; qué fuerza y
carácter atribuirle; en qué materias se expresa.

1. Ante todo hay que decir que para Suárez el término “Ius” (Derecho) es equivalente a
“Lex” (Ley) y puede ser preceptivo o aprobativo, o puede señalar un atributo o facultad
para disfrutar de algo o abstenerse. Por eso Suárez rechaza las tesis que tienden a identificar
el DN con la simple naturaleza racional o razón natural del ser humano, lo que le daría el
carácter de “autoevidentes” a los preceptos del DN. Si esa identificación fuera válida –dice-
no habría espacio para una voluntad legisladora (la de Dios) y el mismo Dios no tendría
libertad frente a su propia naturaleza. Suárez defiende que entre el Derecho y sus
fundamentos hay que dejar algún espacio2.
1
“Selections from three works of Francisco Suarez, S. J. , De Legibus ac Deo Legislatore, 1612; Defensio
Fidei Catholicae et Apostolicae adversus Anglicanae Sectae Errores, 1613; De Triplici Virtute Theologica:
Fide, Spe et Charitate, 1621”. Volume Two, The Translation, Oxford: At The Clarendon Press, London:
Humphrey Milford, 1944 (Versiones del ingles: JG).
2
Selections ..., o.c., chap. VI, pg. 191 ss
Sin embargo Suárez acepta que, si en esa naturaleza racional humana se distinguen dos
niveles: uno como fundamento de la conformidad de las acciones con ella y otro como
poder discriminatorio de las acciones (el que juzga cuáles están en armonía con esa
naturaleza y cuáles no), en este segundo nivel, que se llamaría razón natural, sí reside el
DN. De todos modos tiene que residir en el ser humano, no en Dios. No puede ser externo
al ser humano (pues no está escrito en códigos sino en el corazón). Tampoco puede residir
en la voluntad humana, dado que ésta se siente en realidad “coaccionada” por el DN, lo que
muestra que es distinto de ella. Tampoco se puede confundir con la conciencia, pues la
función de ésta es más bien la de aplicar el DN a situaciones particulares, pero no sólo
aplica el DN sino también el derecho positivo, divino o humano, y no sólo impone
obligaciones hacia el futuro sino que acusa sobre el pasado; finalmente puede darse una
“conciencia errónea”. Así, pues, el DN reside en la razón natural sin identificarse con ella.
Ella lo alberga, recibiéndolo de un legislador: Dios.

2. El segundo conjunto de tesis con las cuales se confronta Suárez respecto al DN tienden,
unas a considerarlo como exclusivamente indicativo; otras a considerarlo como
exclusivamente preceptivo. Para los defensores de la primera posición, el DN no se
originaría en Dios como legislador sino como causa última de la naturaleza y tendría el
carácter de algo intrínsecamente necesario. Para los defensores de la segunda posición, el
juicio de la razón solamente ayudaría a revelar una ley divina o voluntad de Dios cuyos
preceptos podrían ser modificados por él mismo.

A Suárez no le convence ninguna de las dos posiciones y opta por una intermedia: el DN es
a la vez indicativo y preceptivo. En efecto, la mera indicación no es vinculante y por eso no
podría llamarse Derecho. Pero a la vez toda trasgresión de algo prohibido está siempre
precedida de un juicio mental que indica que la cosa o acción es mala, y ese juicio no es
ley. Sin embargo, aunque ambos momentos son necesarios en el DN, lo que es más
constitutivo de Derecho es la imposición de una obligación vinculante por un legislador.
Un juicio indicativo podría venir, además, de un igual o de un inferior, y no necesariamente
de un superior.

3. El tercer conjunto de controversias a este respecto gira alrededor de la materia del DN.
Algunos sostienen que el DN solo puede referirse a principios generales que son
autoevidentes; otros sostienen que también toca con deducciones, conclusiones o
aplicaciones de ellos, las cuales serían cambiantes. Suárez también toma aquí argumentos
de ambas partes y afirma que el DN se refiere a todo lo que tiene que ver con la rectitud
moral, incluyendo principios primarios autoevidentes a la vez que conclusiones o
inferencias de los mismos, no tan evidentes. Anota que los principios del Decálogo, por
ejemplo, no son todos autoevidentes.

Suárez defiende un carácter universal del DN, pues en todo ser humano hay una sindéresis
que en sustancia es la misma, aunque el conocimiento puede variar. Los principios
universales nadie los puede ignorar. Sólo los principios particulares pueden ser ignorados.
b) Sobre el Derecho de Gentes (DG)

Suárez define el DG como el que “se funda en una costumbre común a los humanos”3 y lo
ubica en un nivel intermedio entre el DN y el Derecho Positivo, aunque más cercano al
primero.

No acepta del todo la tesis del Derecho Romano, según la cual, el DN sería “común con los
animales”, mientras el DG sería “más propio de los humanos”. Si bien los animales no
tienen capacidad de obediencia o de justicia, con ellos se comparte (según San Alberto
Magno y Torquemada) un Derecho Natural materialmente, que no formalmente. En efecto,
los “dictados de la razón natural” a veces se originan en inclinaciones de origen animal,
como por ejemplo, el repeler la fuerza con fuerza, que brota del instinto de conservación,
común con los animales, pero aún en estos casos asumen un carácter racional.

Para Suárez es claro que los preceptos del DG se originan en la voluntad libre de los
humanos aunque se refieran a la comunidad total de los humanos y a su mayor parte 4 y en
ese sentido son inferencias menos evidentes del DN y no mandan nada como necesario en
sí para la rectitud, ni prohíben nada como intrínsecamente malo. Pero no acepta, sin
embargo, que se compare el DG con el DN afirmando que éste es preceptivo mientras el
DG es concesivo, pues ambos son preceptivos y concesivos.

Lo que a Suárez le parece más específico del DG es que el ejercicio de Derecho se haga “en
razón de la costumbre de todas las naciones”. No cree que se pueda llegar a separar
tajantemente lo preceptivo y lo concesivo, ni lo convencional y lo natural, pues, por
ejemplo, una concesión convencional (de Derecho Civil) puede tener consecuencias
preceptivas en Derecho Natural: no violar ese derecho concedido.

Muchas de las tesis que examina Suárez en este tratado colocan al DG en una posición
intermedia entre un DN y un Derecho Civil. Unas lo acercan más al primero, otras al
segundo. Para Suárez la principal diferencia con el Derecho Civil está en que éste
corresponde a un Estado o a un Reino, mientras que el DG es común a todos los pueblos5
y en que el Civil está escrito, mientras que el DG no está escrito sino fundado en la
costumbre de las naciones.

La base racional del DG la pone Suárez en la unidad que conserva la especie humana a
pesar de estar dividida en cantidad de naciones, reinos, etc., y unidad no solo de especie
sino moral y política, plasmada en el precepto natural del amor mutuo y de la misericordia
o compasión que se aplica a todos6. Dada esa relación cercana con el DN, el DG se ha ido
introduciendo sin necesidad de consensos simultáneos (pactos, tratados, convenciones) sino
por la costumbre o imitación natural. Pero mientras el DN prohíbe todo acto malo y no
tolera ninguno, el DG puede permitir algunos males7 y estar sometido a cambios que
dependen del consenso humano. Sin embargo, para Suárez la esclavitud sólo podría
3
Cfr. o.c., pg. 326
4
Cfr. o.c.., pg. 332
5
O. C. , pg. 345
6
O. C. , pg. 348
7
O. C. , pg. 353
fundarse en el Derecho Positivo, no en el DG como muchos lo sostienen, pues no puede
fundarse en el ejercicio de la razón.

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