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VATIU KORALSKY
Diplom ingenieur

La historia la escriben

los vencedores: ¿y la verdadera?

EL SOBREVIVIENTE
de Alemania en llamas y del terror soviético

***
Testimonios presenciales

4ª edición ampliada y actualizada


Editorial dunkEn
Buenos Aires
2008
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Koralsky, Vatiu
El sobreviviente de Alemania en llamas y del terror soviético. La historia la escriben
los vencedores: ¿y la verdadera?
4a ed. - Buenos Aires: Dunken, 2008.
320 p. 23x16 cm.

ISBN 978-987-02-2933-9

1. Testimonio. I. Título
CDD 863

Página web de la obra: www.vatiukoralsky.com


E-mail: vvkoralsky@gmail.com

Primera Edición - Diciembre 2001


Segunda Edución - Abril de 2003
Tercera Edición - Abril de 2005
Cuarta Edición - Mayo de 2008

Impreso por Editorial Dunken


Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal
Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300
E-mail: info@dunken.com.ar
Página web: www.dunken.com.ar

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723


Impreso en la Argentina
© 2008 Vatiu Koralsky
ISBN 978-987-02-2933-
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DEDICATORIA

Dedico este libro con tomo mi corazón a los millones de seres humanos de
todas las banderas, que han sufrido y muerto durante y después de la Segunda
Guerra Mundial.
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CITAS

• “Las guerras me repugnan, no porque en ellas muera mucha gente, sino por- que las
personas que mandan a las demás a la muerte quedan vivas”
Dr. Duffe Booth

• “Después de la Tercera Guerra Mundial, la que sigue se llevará a cabo con piedras”
Albert Einstein

• “Matar a un hombre es asesinato, mientras que matar millones es estadística”


Robert Kennedy

• “En tiempos de paz, los hijos entierran a los padres; en las guerras, los padres
entierran a los hijos”
Herodotus

• “El enemigo sólo es grande cuando estamos de rodillas”


Gral. San Martín

• “No son amantes de la guerra los pueblos, sino sus líderes”


Ralph Bunche
• “Si ustedes han visto un día de guerra, van a rogar al Todopoderoso Dios a no ver
nunca más otra
El Duque de Wellington

• “Yo no gobierno a Rusia; decenas de miles de empleados la gobiernan”


Nikolai I

• “Los errores que la Humanidad comete, la Historia no los perdona”


Bogomil (El autor de este libro)

• “La verdad es siempre la primera víctima de la guerra”


Harry E. Burns
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Prólogo
Un testimonio, una conciencia

Un narrador

Por Bernardo Ezequiel Koremblit

Es lúcido, sensible, valiente sin eufemismos el autor de este libro, al que se leerá
con ansiosa impaciencia por conocer no sólo como fueron los hechos relatados sino
también como continúan; declara en el emotivo y conceptuoso comienzo de su
primera página, que en su lengua materna un proverbio afirma que quien en su casa
se queda nada le pasa, pero si el mundo sale a recorrer algo le sucederá. Más que una
sentencia popular, ésta es una verdad irrefutable, escrita en el cielo. Debo repetir las
palabras del lúcido Ingeniero Vatiu Koralsky: en correspondencia con el proverbio
búlgaro, los barcos están seguros en el puerto, pero los barcos no han sido
construidos para eso. También imaginamos que el cielo es un lugar apacible, pleno
de paz y bonanza, y sin embargo ¿en qué cielo y bajo qué cielo no hay tormentas?
El bien documentado, el muy informado autor de “El sobreviviente” –cuyos
trece capítulos henchidos de ardientes relatos constituyen un testimonio tan es-
tremecedor como revelador– posee el arte de la narración, la privilegiada facultad de
atrapar al lector, de conmoverlo llevándolo a la ansiedad de sumirse en una lectura
que le mostrará un caleidoscopio de un siglo cuyos acontecimientos Vatiu Koralsky
ha vivido en su condición de fidedigno y sufrido testigo, revelando que quizás la
tierra sea el infierno de otro planeta por las atrocidades que han pasado y pasan en la
historia de la Humanidad.
El don de comprender y razonar, el don de análisis y la interpretación pro- funda
están presentes en Vatiu Koralsky, que no por mirar mucho el panorama se atrasa
en la labranza. “El sobreviviente” es un viaje a través de hechos, dramas,
ferocidades que pertenecen a la historia del “inhumano” género humano. El autor
creador de estas páginas es ingeniero, es un espíritu romántico por una parte y
clarividente por otra, es un testigo cuyo inventario hace con una prolijidad y
objetividad de quien quiere decir verdades, mostrar evidencias y ofrecer realidades.
Las dice, las muestra y las ofrece.
Pero eso no es todo y no es sólo eso. Evocador, tanto en los sucesos objetivos
como en el cálido campo de la ternura, el insomne Vatiu Koralsky hace un tor-
naviaje a su patria, a los orígenes y los devenires del pueblo búlgaro, a la infancia rica
de todo lo que es sustancia emotiva.
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Fidedigno relato de la contemporaneidad que nos ha sido dada vivir: la familia, la


historia, la política, el engendro del nazismo, los horrores del comunismo y la sutil
falacia del marxismo, con los capítulos que, interesante es señalarlo, ha subtitulado
con admirable acierto.

Con verdad relata paisajes dramáticos, otros con suspenso que envidiaría el cine.
Que no pueda hacer referencia a ellos es una de las injusticias de la actividad
literaria, como la que padece ahora el prologuista que se complacería en adelantar
relatos que el lector saboreará después. Pues he de decirlo de una vez: El
sobreviviente –“de una Alemania en llamas y del terror soviético” es un muy
indicado y pertinente subtítulo– es lo que se entiende y califica como narración de
atrapador interés.
El ansioso lector agradecerá una obra pletórica de subyugación, de ininte-
rrumpida atracción, con caracteres imborrables, propios de una conciencia, un
espíritu y una sensibilidad que florece merced a un hombre, un escritor, un testigo
elocuente como es él mismo, el escritor, el hombre que tiene por sobrenombre
Bogomil y es, en esencia y existencia Vatiu Koralsky a quien el Señor y la litera- tura
testimonial premiarán por la excelencia de sus intensas y fecundas páginas, que
terminan por ser pocas considerando el interés que ellas contienen.

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Palabras del Autor


Si bien el tiempo borra el pasado y lo sepulta en el olvido, cuando reflexio-
namos en profundidad afloran los recuerdos con vigor, con esplendor, y a veces,
también con todo su horror. De regreso nuevamente a la realidad, es posible que
aparezcan, sin darnos cuenta, algunas lágrimas en nuestras mejillas.
Desde hace tiempo he sentido la necesidad de escribir este libro y poner al
alcance del lector la vivencia singular que la providencia puso a mi alcance y en mi
camino. No logro precisar, en verdad, si lo que protagonicé en mi larga y apasionada
existencia fue pura casualidad o un mandato del destino. Tantas circunstancias
conjugadas me hacen suponer que cuando me hallaba al borde del colapso, Dios me
extendió su mano. Por ello me considero un “Bogomil” (Que- rido por Dios),
teniendo en cuenta que de muchacho fui un fervoroso cristiano y luego me
transformé en un empecinado comunista estalinista y absoluto ateo.
En mi lengua materna un proverbio antiguo dice: “El que en casa se queda nada
le pasa, mas si al mundo sale a recorrer, algo le sucederá”. En rigor, es lo que a mi
me ocurrió.
Ya sea como una virtud o por desgracia, así como existen personas adictas a
distintos vicios, también hay otras con una espiritualidad más grande que la que el
pecho puede cobijar y, por consiguiente, necesitadas de encontrar una vía de escape.
En algunos seres la inquietud se canaliza escribiendo, y es justamente lo que me
viene sucediendo en estos últimos años.
todo lo puntualizado en estos escritos es real: lo vivido y sufrido, visto y
escuchado personalmente de fuentes fidedignas, por lo que quiero dejar mi
testimonio. Fui protagonista de mis propios éxitos y fracasos. Residí por diversas
razones en siete países y por necesidad aprendí ocho idiomas. Ello me posibilitó
conocer mejor el mundo en su real dimensión. No son desconocidos para mi los
sufrimientos, la orfandad, el hambre y la miseria. Padecí horrores durante y después
de la Segunda Guerra Mundial, así como regímenes tan despóticos como el nazismo
y el comunismo.
Ese extenso trayecto me brindó experiencias y anécdotas, algunas crueles y
dolorosas. Desde luego, hubo también momentos de gozo y plena felicidad, tan- to
de los apasionados amores de mi juventud, como por ejemplo en el año 2005 haber
sido distinguido en un solemne acto, como “Mayor Notable de Tucumán” con
Diploma y Medalla de Oro, por lo cual sería desleal no consignarlos en estas
páginas. Y bien, lector amigo, espero que este libro lo lleve a experimentar las
emociones de las tragedias y felicidades vividas.

Dipl. ing. Vatiu KoralsKy


( Bogomil, “Querido por Dios”)
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El sobreviviente de Alemania en Llamas

Y del Terror Soviético

INTRODUCCIÓN

Como es sabido, los fundamentos de la historia los escriben los vencedores, de


acuerdo a lo que les conviene. Muchos afirman que el mundo se sostiene so- bre
tres pilares: la paz, la verdad y la justicia. Solamente conociendo la verdad,
podremos lograr la paz y alcanzar la justicia.
Por eso he decidido volcar en estas páginas la verdadera, triste y estremece- dora
historia de la Europa del siglo XX. Como testigo presencial de los hechos
acontecidos en la Segunda Guerra Mundial, tengo un compromiso ineludible
conmigo mismo, por todo lo vivido y sufrido en mi larga y accidentada vida. Escribí
estas páginas porque no me moriría tranquilo sin dejar este testimonio. Y además,
para ser sincero, también quería aclarar algunas situaciones que me tenían a veces
muy preocupado.
1) Como mi apellido termina en “sky”, para mucha gente, aún gente culta y mis
propios colegas, me tildaban de judío, hasta tal punto que a veces llegaba a tener
dificultades en mis tramitaciones ante las oficinas públicas. Esa impresión estaba
reforzada por las muchas amistades que tenía con gente de esa colectividad, porque
al llegar a la Argentina y no hablar el castellano, con ellos me entendía en alguno de
los siete idiomas que ya conocía. Además, nunca entendí por qué me dejaron tan
inexplicablemente cesante en la Caja Popular de Ahorro de Tucumán esgrimiendo
que ya no había dinero. Como también al prescindir de mis servicios en la
Municipalidad de San Miguel de Tucumán como jefe de revisación y aprobación de
los planos de construcciones, donde trabajaba solo hasta los sábados para acelerar
las tramitaciones. Sin embargo, con pretexto de “reorganización”, para realizar el
mismo trabajo debían emplear dos profesionales con afiliación peronista. Todo eso
sin duda respondió a las suposiciones sobre mi origen, como muchos opinaban.
2) Como explicaba que soy búlgaro y estudiaba en Alemania bajo los nazis y en
plena guerra, muchos decían “¡Ahhh... entonces usted es nazi!”, especialmente los
comunistas al escuchar que me había escapado luego de Bulgaria al ser invadida por
los tanques soviéticos.
Pero lo más desagradable de esta confusión fue cuando empecé a jugar golf
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y por años no me querían admitir como socio en la cancha propiedad del Jockey
Club de Tucumán, por ser una institución tradicional donde no se admitían jamitas
ni semitas –o sea “turcos”– ni judíos como socios. Sin embargo, al aclarar mil y una
vez que no pertenecía a ninguna de esas dos etnias, y al escalar una notable posición
social y económica, fui admitido como “socio propietario”. Sin embargo, hasta el día
de hoy debo soportar las miradas sospechosas cada vez que pronuncio mi apellido;
eso significa que a los judíos no se los quiere en muchas partes. Si bien esto pasó ya
muchos años atrás (aunque todavía se repite) me vi obligado a escribir ciertas
páginas manuscritas de este libro que estaban esperan- do, dadas mis múltiples
ocupaciones, para ordenarlas, depurarlas y editarlas.
Esta locura humana exacerbada por el incontenible deseo de poder, sumergió a
Europa en la angustia, la desesperación, el hambre y la muerte de millones de
inocentes, en la locura nazi y en el terror soviético. Lo más lamentable fue sin duda
la persecución y el Holocausto de los judíos, y en especial el colosal e infernal
Holocausto desatado por los implacables “benditos” bombardeos de los aliados
sobre toda Alemania. Sobre un indefenso pueblo abandonado por el enloquecido
Hitler, quien había soñado con grandes conquistas. O sea, derrotar a las potencias
coloniales que en parte consiguió, y la amenazante penetración en Europa del terror
soviético, que lo obligó a suicidarse por haberse apresurado demasiado y sin estar
preparado para esa gran guerra.
Las tristes consecuencias vividas en la Segunda Gran Guerra fueron tomadas por
los vencedores en provecho propio, como los únicos herederos de la verda- dera
historia, sin tener en cuenta los sufrimientos de tantos millones de seres humanos.
No es justo que el siglo XX haya terminado como si hubiera ocurrido un solo
suceso, el Holocausto de los judíos y nada más, cuyas verdaderas causas y trágicas
consecuencias explicaré detalladamente mas adelante. ¿Acaso no habría que
acordarse de que hubo una Primera Guerra Mundial? ¿Que sus vencedores y
armamentistas prepararon el terreno para que surgiera un agitador ávido de poder y
preparara a Alemania para una nueva e inevitable guerra para recuperar lo perdido?
O sea, todo lo que le habían saqueado.
Como si los aliados, durante la Segunda Guerra, no hubieran destruido e
incendiado a sangre fría a todo un gran país. ¿Y no mataron, despedazaron y
quemaron vivos a muchos millones de indefensos seres humanos? (muchos de ellos
mujeres y niños). Que no eran para nada nazis ni responsables del proceder del
odiado partido obrero nazi, para lo cual yo soy un testigo presencial. ¿Hay que
olvidarse de que los rusos arrasaron la provincia alemana de Prusia Oriental, cuya
población de entre 4 y 5 millones de personas fueron masacradas por completo y
desaparecieron, y cuya capital Königsberg, hoy se llama Kaliningrad? Tampoco
debemos olvidarnos de que nuestros seis países de Europa Central fueron
entregados por los aliados al terror de Stalin y de los soviets, que masacraron a
millones de inocentes para quitarles los bienes e implantar y mantener
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su despótico régimen. Muchos, como yo, a duras penas tuvieron que abandonar
sus patrias y ser “gringos” el resto de su vida. Qué juego del destino: siendo un
fanático comunista y estalinista en la secundaria, al conocerlo bien tuve que es-
caparme de aquel infierno.
Este libro es una cuarta edición con ampliaciones y aclaraciones, de mi ante- rior
“Bogomil”, que es una crónica de vivencias personales, escrita con la verdad, el
corazón y los sentimientos, por haberme encontrado inmerso en aquellos trágicos
acontecimientos.
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Estimados lectores

Ustedes conocen la historia de Europa del siglo XX, escrita y propagada hasta el
cansancio por los vencedores y sus socios, a su gusto y según sus intereses. Yo
trataré de presentarles la historia verdadera, de acuerdo a lo que realmente suce- dió
y de lo que pude ver, escuchar y sufrir, personalmente en el mismo escenario; con
toda su crueldad y desesperación, tanto del fanatismo nazi, como del terror soviético
y de la crueldad aliada. “La historia debe escribirse de nuevo, pero esta vez la
verdadera: tal como sucedió”, como dijo el gran poeta y político francés Lamartine,
en su diario “Consejo del Pueblo” de 1849.
Debo aclarar que no soy un escritor que vive de historias, muchas veces
imaginadas, para ganarse la vida. Tampoco pertenezco a ninguna ideología o
colectividad interesada en revelaciones sensacionalistas poco fundadas. Estudié tres
años en Alemania, durante la guerra y un año después de ella. Es por ello que
conozco bien al dictatorial régimen nazi por una parte, y al sufrido, laborioso,
callado y resignado pueblo alemán, junto al cual yo SOBREVIVÍ por obra y gracia
del Todopoderoso.
Quisiera expresar mi indignación con la prensa internacional, que con tando
empeño sigue machacando al pueblo alemán de haber sido nazi y antijudío. Esas
maliciosas afirmaciones son totalmente inexactas, son puras mentiras; yo viví y sufrí
junto a ellos en plena guerra y los conocí muy bien. En un 90% el pueblo alemán no
era nazi y muchos de ellos eran antinazis, pero debían cuidarse; y yo nunca escuché
a nadie pronunciarse contra los judíos, salvo la prensa nazi. Nin- gún escritor puede
afirmar que observó, como yo, a Hitler pasar despacio, a un metro de distancia,
frente a un grupo de estudiantes extranjeros, un año antes de terminar la guerra,
cuando ya parecía un demente acabado, con la mirada perdida en el infinito. Un
idiota.
Es difícil que alguien haya vivido tantas experiencias a la vez. Porque además,
para salvar mi vida de los bombardeos y de la artillería de los dos frentes que
cercaban a Alemania, tuve que abandonarla, como la mayoría de los estudian tes
extranjeros. Sin pensarlo mucho, un grupo decidió volver a nuestra patria. Tuvimos
que cruzar por IugoSlavia tan convulsionada por los guerrilleros y contraguerrilleros
que tiraban de todas partes, más los bombardeos ingleses, todos concentrando sus
metrallas contra las vías terrestres y el ferrocarril inter- nacional que la cruzaba de
Oeste a Este. La angustiosa odisea que sufrimos allí fue espantosa, y será bien
detallada más adelante.
Como si todo eso fuera poco, al llegar a mi patria, el 8 de septiembre del ´44, me
topé con los temibles ejércitos soviéticos que habían cruzado el Danubio e
invadido Bulgaria, por más que había sido neutral y no había participado en la
guerra. La libertad que teníamos en Alemania los estudiantes extranjeros bajo el
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régimen nazi se terminó de golpe. En mi propia tierra, bajo los soviéticos, reinaban
el miedo y el terror.
Debido a las experiencias vividas, considero con humildad que difícilmente se
pueda encontrar, en un solo libro, toda la verdad historica, las injusticias co- metidas
y el miedo vivido en Europa la cuna de la civilización occidental. Pocos autores han
escrito la verdad sobre el “paraíso soviético” y el despiadado “cama- rada” Stalin,
porque muchos de ellos siguen siendo izquierdistas, esperando con eso que algún
día se les dé la oportunidad para apoderarse de ese régimen, para siempre. Yo tuve
la suerte o la desdicha de vivir en esas dos ideologías extremas: el fanatismo de los
soberbios y vanagloriados nazis, que se acabó al terminar la guerra, o sea, “muerto el
perro, muerta la rabia”, y el terror soviético que se extendió nada menos que setenta
y tres largos años, amenazando al mundo entero.
En el último capítulo, el número XIII, el lector encontrará revelaciones que
muchos no conocen y quizás ni se imaginan. Quisiera compartirle también mi gran
satisfacción de escuchar y recibir correspondencia de personas de buen nivel
cultural, afirmando que mi libro será un valioso tertimonio histórico.
En este libro el amable lector encontrará y verá la real dimensión del nazismo y
el comunismo. Porque a mí nadie me lo contó, sino la verdad histórica que yo
mismo viví y sufrí bajo esos dos regímenes. Conocí bien a los dos grandes dic-
tadores del siglo XX. Como uno, de un soñador y luchador por la justicia social y
nacional y contra la amenaza marxista, es recordado, como el asesino más repudiado
. Y el otro, del asesino más grande de la historia de la humanidad, se convirtió en
vencedor, aceptado por el sitema internacional.
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CAPÍTULO I
MI TURBULENTA INFANCIA

Nací en Bulgaria el 3 de marzo de 1918 (día de la liberación de mi vieja patria de


los turcos), cuando todavía se olía la pólvora de la Primera Guerra Mundial, en un
remoto pueblo de unos mil habitantes, Chercovo, a cuarenta Km del Mar Negro y a
setenta de la frontera con Turquía. Considero que la coincidencia de mi cumpleaños
con la fiesta patria más importante del pueblo búlgaro levantaba mi espíritu de
superación.
Me produce mucha tristeza recordar los helados inviernos, cuando a los siete
años, tiritando, temprano por las mañanas, debía atender a los distintos animales.
Teníamos una iglesia, escuela primaria, captación y cañería para agua potable y
también un puente de piedra de dos arcos, sobre el riachuelo, que crecía violen-
tamente en la época de lluvias y el deshielo. Todo eso, construido por los propios
campesinos que además habían levantado sus propias casas.
Se trabajaba sin cesar. Cuando no podían ir al campo y durante los sábados,
domingos y feriados, trabajaban en la huerta familiar. Sólo los gitanos vivían en
ranchos, que hacían con palos trenzados y con una capa de tierra mezclada con paja,
para resguardarse de los intensos fríos del invierno, mientras los búlgaros
moldeaban y cocían el barro para hacer los ladrillos. Buscaban una veta de piedra
caliza para quemar su propia “cal”. Aprendían los unos de los otros, para hacer todo
tipo de trabajo de albañilería.
Fui huérfano de padre a los tres años y quedamos bastante pobres. Por eso,
desde chico aprendí de todo. La gran necesidad me obligó a ser curioso y obser-
vador. Aprendí a arar con los bueyes, sembrar con la mano, cosechar y trillar.
Muchos dicen hay que separar la paja del trigo sin tener idea de que eso se hace en
realidad; para eso yo tiraba la paja trillada contra el viento, con lo que el trigo que es
más pesado caía al suelo, mientras la paja era arrastraba por el viento.
Supe lo que era plantar vides y árboles frutales, podarlos, injertarlos y hacer vino,
todo en pocas cantidades, claro está. Me cosía mis zapatos de cuero de animales
faenados, nuestros o de algún vecino. Mirando a los padres de los otros chicos
aprendí a hacer mis propios juguetes. En los veranos, mientras llevaba los bueyes a
pastar, de noche en el campo, muchas veces me quedaba dormido sobre el caballo.
Aprendí a trasquilar ovejas, sacarles la leche, el rico y debidamente ma- durado
queso blanco, sacar la manteca y hacer la famosa leche cuajada búlgara, que hago
hasta hoy, por lo cual espero llegar a una larga vejez. También aprendí a cantar y
hablar el turco, ya que este país está cerca de mi pueblo, y había muchos de ellos.
Eran años de gran crisis y sufrimiento, especialmente después que el desalmado
“camarada” Stalin resolvió hacer el dumping con el trigo ucraniano, para
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someternos al hambre. Este genocidio lo detallare más adelante.


También era el cantor en el salón de la escuela de mi pueblo (en el teatro in-
fantil), por lo cual coseché muchos aplausos; eso me hacía sentir muy contento y
seguro de mi mismo. Quizás por eso, una maestra le repetía a mi madre: “Aunque
deba economizar en todo, a Vatiu hay que hacerlo estudiar”. Con los estudios y
gracias a ella, pude conseguir los éxitos obtenidos hasta el día de hoy.
Pensando en mi adolescencia, me viene a la mente la siguiente reflexión: mientras
yo me sentía contento y feliz de ver el resultado de mis ocupaciones, gran parte de la
juventud de hoy pierde su valioso tiempo en mirar televisión, con programas vacíos
de enseñanzas y llenos de violencia, sexo y tonterías, o encuentran placer parándose
en las esquinas para tomar cerveza y vaya a saber qué otras substancias mas,
altamente nocivas.
Reforzando ese buen ánimo de chico, cuando desde la más temprana infancia
llevaba las ovejitas a pastar, cantaba la siguiente canción popular que decía: “Cuando
era pastorcito / y llevaba la oveja a pastar, / estaba muy agradecido / aún siendo
muy pobre”. Esa canción infantil en búlgaro es muy melodiosa, y todavía la tarareo
acordándome de mi pasado.
Estoy totalmente convencido de que la pobreza y el sufrimiento han sido la base
de mi progreso y éxito posterior.

LA VIEJA PATRIA

Antes de continuar con mi vivencia personal, me gustaría relatar el lector algo


referente a mi pequeño y bello país búlgaro, ubicado en el centro de la península
balcánica. Hacia el Este lo custodia el Mar Negro; el Danubio, por el Norte, lo
separa de Rumania; Grecia y Turquía son sus vecinos del Sur y Sudeste respecti-
vamente, mientras Macedonia y Serbia son sus vecinos del Oeste.
Bulgaria tiene 8.500.000 de habitantes y 110.000 kilómetros cuadrados; dos
terceras partes de ellos son montañas pobladas de ríos y valles. La cadena balcánica,
que ofrenda su nombre a la península, divide el país en dos zonas típicas: Norte y
Sur, ambas con topografía y climas distintos. Las estribaciones balcánicas
descienden en tres ramales hacia las bellas playas del Mar Negro, frente al cual
crecen hermosos bosques de robles plantados por el régimen comunista. Quedó
algo útil.
En el legendario valle de los tracios, al sur de los Balcanes, protegido de los
vientos siberianos, tiene asiendo la fértil cuenca del río Maritza. Allí, protegidos por
las montañas, los tracios y sus antepasados han desarrollado una notable cultura. De
los tesoros hallados en las escondidas tumbas se destacan los adornos de “oro
trabajado” más viejos del mundo, de 4.000 años antes de Cristo, más viejos que
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el oro elaborado en Egipto.


Los vasos con carros y el bronce trabajado muestran una antigüedad cultural de
6.000 años. El fantástico museo histórico de Bulgaria se encuentra en la im-
presionante residencia del ex presidente comunismo y acérrimo dictador Todor
Zivkov en Boyana, cerca de Sofía. Allí encontrarán guías en todos los idiomas,
incluso español. De los 5.000 túmulos (Mogilas) que existen en Bulgaria, hasta ahora
sólo han sido descubiertos 460.
No es menos famoso el conocido Valle de las Rosas, ubicado a lo largo de la
cadena balcánica y la montaña Credna Gora. Allí se cultivan rosas, aunque no muy
bellas, pero famosas en cambio por su intenso perfume. Desde tiempos
inmemoriales, con sus pétalos, se elabora un aceite de gran valor para la industria del
perfume. Cabe destacar que, por más de mil años, Bulgaria estaba compuesta por
cuatro provincias: los misios, tracios, ilirios y macedonios. Estos dos últimos
territorios han sido mutilados en la Guerra de los Balcanes (1912) contra los turcos,
y en la Primera Guerra Mundial.
Hacia el Sudoeste existen varios macizos: el mayor es Rila, con su pico máxi- mo,
el Musala, de 2.925 metros de altura.
Sofía, antiguamente llamada Sérdica, es la capital de Bulgaria. Se caracteriza por
ser una de las ciudades europeas más arboladas. Próxima a ella se erige Vtosha, una
montaña de 2.300 metros: centro turístico en cuya ladera prosperan villas y lugares
de recreación y veraneo. Son muy interesantes de observar las morenas, grandes
piedras bien redondeadas de granito, del antiguo escurridero de un glaciar.
La segunda ciudad del país, Plovdiv, llamada en la antigüedad Philipopolis, es
reconocida desde hace un siglo por organizar las ferias agroindustriales de mayor
relieve que se lleven a cabo en el Sudoeste europeo.

INÉDITA HISTORIA DEL PUEBLO BÚLGARO

En el siglo II de nuestra era, un intrépido pueblo que provenía de Asia, que vivía
al norte de los otros pueblos que hablaban sánscrito, lengua considerada la cuna de
los idiomas, se instaló en la cuenta del río Volga, lugar de donde proviene su
nombre actual: Bulgaria. Llegó a formar un imperio y valorizó esa región; sin
embargo, soportó durante siglos las constantes invasiones a Europa de los bár-
baros, que se precipitaban desde Asia, la cuna de las civilizaciones.
En el siglo VII, al morir el gran Kahn Kubrat, sus cinco hijos se dividieron el
imperio, y bajo las oleadas de los invasores Hasares se vieron obligadosa llevar en
distintas direcciones a sus pueblos. Uno de ellos, Kahn Asparuj, cruzó el Danubio
en el 681 e invadió el Imperio Bizantino. Luego de vencer a sus poderosos ejércitos
en épicas batallas, ayudado por la población eslava que estaba subyugada y explotada
por el Imperio Bizantino, se radicó en el Norte de la Bulgaria actual.
Su sucesor, con el propósito de consolidar el reino y extender pacíficamente sus
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dominios sobre la península balcánica por entonces poblada en su gran mayoría de


eslavos que dos siglos antes habían inundado la península, dictó una ley que tendía a
preservar las instituciones nacionales búlgaras, incluyendo la monarquía; pero
implantó la lengua eslava como idioma oficial, sus tradiciones, y convalidó
solamente matrimonios entre búlgaros y eslavos. El Dios pagano de los búlgaros se
llamaba Tangra, y la cola de caballo era su estandarte.
Siglo y medio después, el emperador bizantino Nikifor con un enorme ejér- cito,
decidió atacar y aniquilar el nuevo y poderoso Estado búlgaro, entonces bajo el
reinado del Kahn Krum. Se dirigió a su capital, Plisca (al norte de Bulgaria), que
encontró abandonada. Nikifor, ante su impotencia, ordenó su total destrucción bajo
las llamas, que no quedara “piedra sobre piedra”. Muy contento, creyendo que los
búlgaros se habían asustado y dispersado, emprendió su regreso triunfal. Lejos
estaba de sospechar que, al penetrar en los desfiladeros de los Balcanes, caería en
una mortal trampa tendida por los búlgaros que lo aguardaban. A consecuencia de
ello, el emperador bizantino fue tomado prisionero y decapitado, con lo que el
Estado búlgaro se extendió hasta Constantinopla y gran parte de los Balcanes.
En el siglo IX (año 865) el rey Boris I oficializó en Bulgaria la religión cristiano
ortodoxa, dependiente de Constantinopla. A su vejez, por propia voluntad, se
enclaustró en un monasterio dejando a cargo del reino a su hijo mayor. La
disposición paterna sobre el culto cristiano no fue acatada por el nuevo monarca, y
con la complicidad de un grupo de señores feudales, retornó a las prácticas paganas,
a causa de lo cual Boris ordenó arrancar los ojos de su díscolo heredero y dejó en su
lugar a su hijo menor, Simeón.
Los santos venerados por el pueblo búlgaro, Cirilo y Metodio, nacieron en
Soloniky, sobre el mar Egeo, hijos de madre búlgara. A ellos debemos el culto
ortodoxo que se extendió, junto con el alfabeto conocido como cirílico (en home-
naje a Cirilo su creador), en los pueblos eslavos de la península balcánica y en las
naciones hermanas de Rusia, Bielorrusia y Ucrania; se utiliza hasta la actualidad. El
alfabeto cirílico tenía como base el griego pero constaba de 32 letras, ya que estaba
adaptado para la fonética del antiguo idioma búlgaro.
Simeón extendió su reino sobre la totalidad de la península balcánica. Se inició
con él un siglo de oro de las letras nacionales. Hasta él mismo se deleitaba
escribiendo poesías. En la gran batalla de Ajeloy (20 de agosto de 917), al derrotar a
los bizantinos, es nombrado “Simeón el Grande”. Fundó la primer universidad de
idioma eslavo y una de las primeras en Europa, con tres mil estudiantes, en la ciudad
de Ojrid (Macedonia) sobre el cristalino lago del mismo nombre, sobre la frontera
con Albania.
Varios reyes búlgaros llegaron hasta las altas murallas de Constantinopla (hoy
Estambul) pero por carecer de una poderosa flota no pudieron asediarla por el lado
asiático y el estrecho del Bósforo que divide los dos continentes, Europa y Asia. Tan
bien fortificada estuvo Constantinopla que los turcos atacaron Europa pasando por
el estrecho de los Dardanelos en 1390, ocupando Bulgaria en 1393 y avanzando al
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Oeste, y recién en 1453 con una táctica largamente estudiada, embistieron a


Constantinopla. Esa fecha divide la historia medieval de la moderna.
A la muerte de Simeón el Grande, el esplendor cultural y militar búlgaro decayó y
coincidió con la época del famoso emperador bizantino Basilio, de origen griego,
conocido como “matador de búlgaros” por su ferocidad. En una batalla en Tesalia,
al Norte de Grecia, derroto a los ejércitos búlgaros, debilitados por las luchas
internas, y llevo a cabo, con cruento ensañamiento, un acto perverso. Entre los que
quedaron con vida, a catorce mil indefensos prisioneros les arrancaron los ojos y a
uno de cada cien les dejaron sólo uno, con el fin de que sirvieran como guías de sus
desdichados compañeros. Las leyendas cuentan que el rey búlgaro, desde su
fortaleza en Ojrid, en Macedonia límite con Albania, cuyas impresionantes murallas
todavía sobreviven, al ver las largas filas de sus desdichados soldados y recibir la
trágica noticia de lo que había sucedido, cayó muerto al instante de un infarto. A
partir de estos sucesos, en 1014 se instauró el dominio bizantino por espacio de un
siglo y medio.
En 1167, los hermanos Asen de Tarnovo (la tercera capital búlgara), en las
estribaciones Norte de los Balcanes, apoyados por los húngaros (o sea los magiares),
que para entonces estaban asentados al Norte del río Danubio en la Rumania de
hoy, recién llegados de Asia, en feroces batallas liberaron a Bulgaria de los crueles
bizantinos.
Los cruzados, en sus marchas hacia Jerusalén, encontraban beneplácito por parte
de los reyes cristianos ortodoxos búlgaros. En 1230, el arrogante rey Bal- duino de
Flandria, en el Norte de Bélgica, con los ejércitos más poderosos de aquellos
tiempos integrados por 125.000 cruzados, al arribar a Constantinopla, fue seducido
por su esplendor y decidió coronarse emperador del Imperio Bizantino. En lugar de
dirigirse a Jerusalén, a fin de liberarla de los “infieles” musulmanes turcos según era
su misión, decidió someter primero al fuerte rey Kaloian de Bulgaria, que se negó a
pagarle tributos. Sin embargo, la caballería ligera de los búlgaros aliada con los
cúmanos (pueblo bárbaro que entonces vivía al Norte del Danubio), resultó más
eficaz que las prestigiosas y pesadas corazas.

El rey búlgaro derrotó a los cruzados e hizo prisionero al propio emperador


Balduino, quien fue conducido a Tarnovo y alojado en una torre que aún lleva su
nombre. La misma subsiste a orillas del río Iantra, al Norte de los Balcanes. Pero, en
razón de que la mujer del rústico Kaloian visitaba al culto prisionero, el celoso
monarca ordenó arrojarlo desde la torre al impresionante precipicio del turbulento
río. La torre hasta hoy es una atracción turística. Sus escalones de duro granito, a
causa del incesante uso, se hallan cóncavos. De esa manera la codicia del hombre, la
sed de poder, hizo fracasar usa histórica misión, la liberación de la Tierra Santa que
quedó bajo el dominio turco musulmán hasta el fin de la Primera Guerra Mundial.
A fines del siglo XIV, Bulgaria cayó bajo el yugo turco, pueblo en extremo cruel
y sanguinario. En sus correrías exterminaban pueblos enteros, arrancando de sus
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padres a los niños de siete a ocho años y, luego de una instrucción espartana, los
convertían en enicheres que tenían como “único padre” al sultán. Eran soldados
muy despiadados que utilizaron los otomanos en la conquista de Europa
sudoriental, llegando a las puertas de Europa Occidental.
Al frente de una gran coalición, las fuerzas del comandante polaco Ian Sobeski
derrotaron en 1676 a los otomanos frente a las murallas de Viena, salvando así a
Europa Occidental de tan inhumana esclavitud. Sin embargo, el poderoso rey
francés de entonces, Luis XIV, no quiso prestar ayuda si no le reconocían la
ocupación de la zona alemana de Alsacia. Esta actitud provocó gran indignación en
toda Europa, frente al tamaño peligro contra el que combatía.
La independencia de Grecia, en 1829, repercutió en Bulgaria recrudeciendo las
sublevaciones y luchas por la liberación, seguidas por violentas represiones. Sólo en
la ciudad de Batak, en el Sur de Bulgaria, fueron degollados, frente a la Iglesia, sus
diez mil habitantes en un espantoso río de sangre. El legendario Vasil Levsky es
recordado como el incansable organizador, en toda Bulgaria, de los comités de
sublevación. Traicionado por un cura, encontró la muerte en la horca.
Otro famoso héroe, en la larga lista, fue Hristo Botev quien, además de ser un
gran luchador, era un fogoso poeta. Entre los veinte bellos poemas que compuso,
uno titulado “Vive él vive”, describe cómo muere un héroe malherido en los
Balcanes. Como una maldición del destino, él mismo encontró allí la muerte. Hoy,
éstos héroes serían llamados guerrilleros, subversivos o terroristas, como los kurdos,
los chechenos, los afganos, los irakíes, y tantos otros que luchan por su liberación.
Pero gracias a ellos, Bulgaria es un país libre y soberano.
El zar ruso Alecander II, liberó a Bulgaria con un ingente sacrificio de hombres;
solamente en la fortaleza turca de Pleven, en el Norte de Bulgaria, sucumbieron cien
mil soldados rusos. Sobre los Balcanes existe un monumento que exhibe los rostros
congelados de los soldados rusos y patriotas búlgaros, que defendían el paso de los
refuerzos turcos que venían desde Constantinopla. El 3 de marzo de 1878, en San
Stéfano, lugar próximo a Estambul, los otomanos fueron obligados a firmar la
liberación de Bulgaria, que por entonces abarcaba gran parte de la península
balcánica, incluso toda Macedonia hasta el Mar Egeo.
Sin embargo, por temor a un nuevo e importante Estado aliado a los rusos, las
potencias occidentales convocaron a una conferencia en Berlín, a consecuencia de la
cual el territorio búlgaro quedó mutilado a la mitad, hasta el día de hoy.

BRUJERÍAS Y CURANDERISMO

Cuando tenía unos siete años, murió un amiguito repentinamente. No entendí


por qué. Días después, encontré en la calle a su madre, una mujer morena de ojos
negros y profundos. Me miró tan insistentemente que quedé inmóvil. Escuché que
murmuraba: “Mi hijo está muerto y tú estás con vida”. Tuve una sensación extraña,
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como si me golpearan la cabeza y los pies se me aflojaran. Luego de esta impresión


reaccioné, y sin contestarle una palabra eché a correr hacia mi casa. Me arrojé a la
cama y me acometieron los vómitos. Experimentaba un malestar espantoso, sentía
que se me partía la cabeza. Mi madre, con explicable aflicción, me preguntó la causa
de mi dolencia. Al referirle lo sucedido respondió escuetamente: “¡Ah! Esa bruja”.
Es que, en aquellos tiempos, la gente creía en brujerías, malos espíritus, talis-
manes, etc. Las prácticas populares de curación eran notables. Hasta mi propia
madre las utilizaba para curar a los chicos. Por ejemplo, eran comunes entonces las
enfermedades de garganta por la infección en las amígdalas. A propósito, recuerdo
un típico remedio casero que ella utilizaba en estos casos: nos hacía morder un palo
con el objeto de que mantuviéramos la boca abierta para no morderla, y con un
dedo nos exprimía el pus acumulado en las amígdalas. Al poco rato salíamos a jugar,
salvos ya de la enfermedad.
Otro tanto solía hacer contra los malestares de cabeza y vómitos. Para com-
batirlos mojaba con saliva sus pulgares, fregaba y soplaba sobre nuestras frentes,
luego volvía a efectuar la práctica. Mientras repetía varias veces la operación,
balbuceaba palabras que nadie entendía. Lo cierto es que, después de las curas, se
iban los males y quedábamos restablecidos, como nuevos.
En una ocasión me sobrevino un malestar de vientre sumamente intenso. Te- nía
diez años. Mi madre no podía ayudarme y hasta temía por mi vida. Ya tarde en la
noche, con urgencia, ataron los caballos al carro para que me revisara un médico de
Karnobat, nuestra ciudad departamental, a 20 km. de distancia.
Al salir del pueblo pasamos por un lugar donde vivían los pastores de ovejas.
Entre ellos estaba un pariente nuestro; después de saludarlo mi madre le contó mi
dolencia. De inmediato me acostó sobre una cama de paja, y comenzó a realizar
masajes suavemente sobre mi vientre, con las manos embebidas en aceite. Poco a
poco mis intestinos comenzaron a chiflar. Al percibir los sonidos el hombre dijo:
“¡Ajá! Allí está el mal”. Luego de quince minutos de masajes sobre mi vientre, sentí
alivio. Abrí lentamente los párpados y al mirar con asombro y gratitud al viejo, éste
exclamó: “ Ya estás curado, jovencito”, y a mi madre: “Doña Valca, pueden regresar
al pueblo ya no necesitan médico sino un buen jarro de leche caliente”. Por mi
parte, ya le había echado el ojo a una jarra de leche que observé en el suelo. De más
está decir que, de inmediato, habían desaparecido los malestares.

DE FERVIENTE CRISTIANO,

A FANÁTICO MARXISTA Y ATEO

A pesar de las tantas labores que debía realizar fui un buen alumno, y además un
ferviente cristiano que soñaba con ser cura. De chico, mi pobre madre me llevaba a
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la iglesia a rezar, con todo fervor, arrodillado. Asimismo, ella observaba con todo
rigor los ayunos, según la Iglesia Cristiana Ortodoxa. Me acuerdo cómo, muchas
veces, le contaba a mi madre que había hablado con Jesucristo. A pesar de que ella
me decía que eso era un sueño, yo le aseguraba que era verdad. Por eso estudié con
ahínco y terminé la primaria como el mejor alumno; al salir de la escuela el sol
brillaba en mis lágrimas con esplendor y esperanza.
Sin embargo, al querer entrar al seminario ortodoxo mi solicitud fue rechazada
por haber pasado el límite de los 14 años. Había empezado tarde la escuela. Esto me
hizo sentir muy mal, como si Dios, a quien yo tanto adoraba, me hubiera
defraudado. Lloré desconsoladamente, no sabía qué hacer. No me quedaba otra
opción que inscribirme en el primer año del secundario, en Karnobat (la ciudad
departamental). Desilusionado de todo, en mi clase me sentaba en los últimos
bancos junto a un muchacho armenio, Agop, que tenía la cara llena de marcas de
viruela. Era más feo que el diablo, pero un chico muy inteligente. Del otro lado se
sentaba un muchacho judío, del gueto de la ciudad. Trabé, con los dos, una buena
amistad. El segundo de ellos me invitó a una reunión que no sabía de qué se trataba.
Hablaban de la injusticia entre ricos y pobres. Aunque en Bulgaria, en esos
tiempos, no se notaba tanto esa diferencia, me gustó mucho. Con suma habilidad, el
instructor hablaba de que la religión era un invento del hombre y que era el opio de
los pueblos. Me llenaron de literatura marxista y anticristiana. Como era pobre y
huérfano al poco tiempo, sin darme cuenta, me había transformado en un fanático
comunista salinista y ateo absoluto.

De tanto leer esa clase de libros, no pude rendir y perdí el año. Debía repetirlo.
Dos años después nos estaban preparando para tirar al blanco, sin duda, para ser
futuros subversivos o guerrilleros. Como Rusia estaba cerca, a 600 km cruzando por
el Mar Negro, proveía a los subversivos material bélico y de instrucción sobre
sabotajes. Con lo que el comunismo era una grave amenaza.
El sufrimiento de mi madre me preocupaba: era ya de edad avanzada, de escasos
recursos y sufría tensión alta. Muchas noches en casa, al acostarme a dormir, mi
pobre madre me bañaba la cara con lágrimas pidiendo que abandonara era peligrosa
utopía, cuyos subversivos seguidores terminaban en la cárcel, o colgados por
cometer algún crimen.
En los años siguientes debía continuar mis estudios en la ciudad de Burgas, el
segundo puerto búlgaro sobre el Mar Negro. Los instructores marxistas nos habían
dicho que en el “paraíso soviético” no existía el dinero porque no era necesario,
todo era del Estado. La gente trabajaba y tenía todo lo que necesitaba. Me parecía
que era lo más justo y lo que yo anhelaba. Menos mal que un compa- ñero de
estudio en Burgas, de padres pudientes que me invitaban a su casa, me mostró un
billete soviético con el rostro de Lenín. Igual que cuando me rechazaron del
seminario, el marxismo se me cayó al suelo, haciéndose mil pedazos como una jarra
de cristal.
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Otro impacto para mi fue el siguiente: El hábil secretario general del Co-
minform, el búlgaro Jorge Dimitrov desde Moscú, había organizado una gran
propaganda comunista antimonárquica. Nuestro rey, Boris III, muy querido por
todo el pueblo, había sufrido dos graves atentados. Uno de ellos dentro de una
iglesia, en el cual salvó su vida; todo eso agregado a las súplicas de mi desesperada
madre. Con lo que, sin darme cuenta, poco a poco me retiré de los camaradas
comunistas subversivos que me rodeaban, y me convertí en un liberal independiente
y apolítico hasta el día de hoy.

PERDIDO EN EL VIENTO BLANCO – LOS LOBOS

Mientras cursaba la escuela secundaria en Karnobat, me solicitaron un certi-


ficado de domicilio. Era invierno, época de vacaciones, y necesitaba trasladarme a
otro pueblo, distante unos siete kilómetros, donde funcionaba una oficina de
estadísticas que expedía las cédulas de los pueblos vecinos. Pensaba retornar antes
del anochecer. Me demoré conversando y, a pesar de que era tarde, decidí regresar.
A poco de andar se complicó la marcha. Soplaba el famoso “viento blanco”
que impedía la visibilidad y barría las huellas, tapando el camino. Arrastraba la
nieve, que se había acumulado en los lugares altos, y la depositaba en los bajos,
nivelando parejo la superficie, pero ocultando las depresiones. Poco a poco so-
brevino la desesperación, y también el miedo a meterme en una trampa de nieve.
Frisaba entonces los dieciséis años. Hubo momentos en que me hallaba exhausto. El
tiritar y castañetear los dientes me ocasionaba fatiga. No tenía fuerzas para avanzar.
Deseaba arrimarme a un árbol para descansar, aunque esto pudiera resultar fatal.
El helado viento me atravesaba. No quería ni debía detenerme, porque corría el
riesgo de congelarme y ser presa de la muerte blanca, que nos mata con la sonrisa en
los labios a causa de la helada contracción. No sólo era esto. La noche avanzaba y
podía ser devorado por los lobos. No tenía con qué defenderme, ni siquiera un garrote.
La única alternativa, ante la presencia de una fiera, era subir a un árbol y prolongar la
vida solamente unos minutos antes de caer congelado. Al avanzar, a los arbustos que
divisaba alrededor los confundía con lobos, por lo que temblaba de miedo. Meditaba
sobre la manera en que se acercaría la bestia, en círculo, sin apuro, lentamente, y de
pronto se lanzaría sobre mi.
Los lobos, para sobrevivir en el excesivo frío siberiano y ante la carencia de
alimentos, suelen practicar un juego macabro. Corren en filas, uno detrás de otro,
formando un círculo. Al principio, el juego tiene como propósito calentarse, pero poco
a poco de iniciarse se torna despiadadamente cruento. El animal que se caer por el
cansancio tiene su suerte echada, porque terminará despedazado y devorado por la
hambrienta manada. En estas implacables leyes de juego, sobre- viven sólo los
animales más fuertes.
El lobo no acostumbra atacar directamente a la presa que avista. Es muy precavido,
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no tiene apuro. Ensaya una vuelta alrededor, luego otra más cercana, hasta que al fin,
con toda velocidad, se lanza contra la presa y muerde su garganta ya que es el lugar
más vulnerable. Tenía visiones de lobos, lobos por todas partes. De tanto correr se
había ausentado el frío. Mejor dicho, no lo sentía pensando quizás que los colmillos de
un lobo interrumpirían mi último suspiro.
Sonámbulo y perdido proseguí avanzando, cada vez con mayor lentitud. Al fin,
percibí las luces de mi pueblo. Me sobrevino la esperanza, abrí los ojos y el frío
retornó a mi cuerpo pero esta vez para darme fuerzas. Era cuestión de un esfuerzo
extra. Avanzar un poco más. El ladrido de los perros me impulsó en el último tramo.
Mi casa estaba ubicada en las orillas del pueblo. Al llegar no tenía vigor ni para abrir la
puerta. Con cara de asusto y asombro me recibió mi madre. No podía creer ni
entender cómo me había arriesgado a regresar solo, tan tarde, y con el peligro de
despedazado y devorado por los lobos.

***
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LA HISTORIA DE EUROPA EN LOS DOS ÚLTIMOS SIGLOS

A principios del siglo XIX Europa fue devastada, ensangrentada y convertida en un


cementerio, como consecuencia de la Revolución Francesa y de las innumerables
guerras, lideradas por el ambicioso y obsesionado Napoleón, general a los 26 años.
Este, con la riqueza que quitó a los Estados italianos y a Egipto, arrasó con toda
Europa, desde Gibraltar a Moscú, hasta que fue derrotado definitivamente en
Waterloo, en 1815, por las tropas inglesas y alemanas. Sin embargo, hoy, Napoleón es
el máximo héroe francés, que fomentó aún más su conocido chauvinismo.
Luego de la derrota napoleónica, y durante casi un siglo después, reinó una
aparente calma con el dominio de la flota inglesa en los mares del mundo, y cada vez
más cerca de Francia como segunda potencia industrial. Juntas atacaron a Rusia en la
Guerra de Crimea entre 1854-56; tras un prolongado y sufrido ase- dio, con un invento
de artillería, los rusos derrotaron a la poderosa flota anglo- francesa, agregada a ellos
también la turca. Con toda seguridad la cantidad de buques de guerra más grande
jamás concentrada hasta entonces. Sin embargo, los rusos se alzaron con la victoria. El
invento consistía en un nuevo proyectil con cabeza de plomo, de manera que, al
impactar en la carcasa del barco, el plomo se pegaba a la superficie y ayudaba al
proyectil a seguir derecho, perforarla y explotar dentro del barco.
En la larga y sangrienta Guerra de Crimea, como estrategia militar se utilizó el
bloqueo naval que produjo la muerte de muchos civiles especialmente por el hambre y
las enfermedades. Fue un conflicto que introdujo novedades:
• Por primera vez se usan los rifles con cañón estriado en vez de los lisos, con
lo que se pudo luchar y matar a una mayor distancia.
• Por primera vez se utilizaron proyectiles explosivos, en lugar de proyectiles
macizos. Además los rusos agregaron plomo a la punta de los obuses, cosas
que los historiadores suelen pasar por alto.
• Por primera vez en el Mar Báltico se utilizaron minas marinas.
• Desde entonces, y por esa razón, se comenzó a acorazar a los buques de guerra
• En esa guerra, por primera vez, se usan en gran escala las trincheras
• Por primera vez, también, los globos aerostáticos se usan con fines bélicos.

En la Guerra de Crimea murieron 450.000 rusos. Franceses y turcos perdieron


cerca de 95.000 hombres cada uno, y otros 20.000 los ingleses. El 80% de las muertes
fue por las pestes y la ineficiencia para atender a los heridos en combate. Por todo eso
se puede considerar como la primer guerra total.
Mientras tanto Alemania, compuesta por muchos reinos, se unificó. Se sa- cudió de
la era agraria con un rápido desarrollo industrial, y empezó a competir en los mercados
mundiales. Además llevaba el progreso a sus colonias, y eso fue intolerable para las
potencias occidentales. Porque ellas trataban de sacar el máximo provecho de sus
25

dominios y vivir en la opulencia, como seres superiores. Al parecer, consideraban a sus


dominados como gente de segunda clase. Por el contrario, los alemanes repiten un
dicho que no escuché en ninguna otra parte del mundo: “leben und leben lasen”, “vivir
y dejar vivir”. Era evidente que los anglo-franceses no lo compartían. Primero ellos, y
siempre ellos.
Por otro lado, las coronas occidentales miraban con envidia el presigio del soberbio
káiser alemán y el esplendor y bienestar del Imperio Austro-Húngaro.
Por si todo eso fuera poco, Francia pretendía los territorios alemanes de Al- sacia y
Lorena, que históricamente pasaban de un lado a otro. La atmósfera era demasiado
densa. Además, los eternos fabricantes y traficantes de armamento y los grandes
financistas esperaban ansiosos ese espléndido hipernegocio de un conflicto armado de
gran escala. Ya lo conocían muy bien y muchas veces lo habían orquestado y
aprovechado al máximo.
Los EEUU adquirirían una gran importancia en la economía mundial gracias a las
inversiones de grandes capitalistas conocidos de origen hebreo. Así como también la
evolución de Rusia hacia una potencia industrial no representó ningún alivio para la
política exterior alemana. Al contrario, Gran Bretaña contempla- ba a Alemania como
la potencia que ascendía en el comercio y, con eso, en la política mundial. A
consecuencia de su formidable capacidad de trabajo e industrialización, se convertiría
en una gravísima competencia. O sea, la conquista de los mercados del mundo, merced
a la “penetración pacífica” del ingenioso y laborioso pueblo alemán.
Por lo tanto, para neutralizar a Alemania parecía ser que una gran guerra era
inevitable. Faltaba sólo la chispa que buscaban los aliados, y la encontraron. El
asesinato por encargo del príncipe heredero del trono del Imperio Austro- Húngaro,
Franz Ferdinand y su esposa, en Sarajevo, el 15 de junio de 1914, perpetrado por la
organización militar secreta serbia llamada “Mano Negra”. Austria-Hungría quiso
vengarse atacando Serbia, pero Inglaterra y Francia fue- ron a defenderla. Entonces
Alemania quiso ayudar a sus connacionales. Atacó Francia y llegó cerca de París. La
guerra fue larga y sangrienta.

Los aliados recurrieron a todo tipo de mentiras y ardides posibles; eran es-
pecialistas en propaganda antialemana. Tiraban panfletos sobre las trincheras para
provocar la rebelión de los soldados alemanes y sobre Alemania instigando a las
huelgas y revolución en su territorio. Culpaban a los altos mandos alemanes de todo
tipo de atrocidades; incluso de que sus soldados se comían a los bebés belgas: aunque
parezca increíble, esa atroz mentira todavía se repite.
Después de la guerra, los aliados reconocieron que en estos casos la propaganda era
válida. Que los alemanes usaban gas venenoso, por ejemplo, cuando eran ellos quienes
arrojaban gas mostaza que afectaba la vista. Esto ha sido comprobado, después de la
guerra, por las consecuencias en los veteranos alemanes, algunos de los cuales
perdieron la visión.
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Socavaron su estabilidad, se desabastecieron las tropas de alimentos, ropa y


municiones, y bajaron su moral. En los panfletos, siempre renovados, los aliados
sostenían que la guerra duraría mucho y, poco a poco, sería perdida. Que los únicos
culpables, que debían desaparecer, eran el káiser y el “militarismo prusiano”. Que las
democracias acogerían luego a Alemania en la Liga de Paz perpetua. En la gran batalla
final de Verdún, con la aparición de los tanques americanos, cayeron seiscientos mil
soldados alemanes. Además, los aliados consiguieron sus propósitos. El 3 de
noviembre de 1918, en la ciudad nórdica de Kiel, sobre el Báltico, se desencadenó la
revolución. Con eso el káiser alemán, al ver el desastre que se avecinaba, a la semana
tuvo que abdicar y se proclamó la República. Dos días después capituló Alemania, por
lo que cesaron las hostilidades en el frente occidental. Seguidamente capituló el
Imperio Austro-Húngaro.
Rusia entró también en la Primera Guerra por su rivalidad con Alemania en la
región, atacándola por la espalda. Pero sus tropas fueron derrotadas con enor- mes
bajas, con lo cual los comunistas aprovecharon la situación para realizar la sangrienta
revolución bolchevique en Rusia, en noviembre de 1917
Aunque los pueblos de los vencedores pensaban que con esa gran guerra acababa la
posibilidad de otras en el futuro, se equivocaron. Porque los magnates financistas y
armamentistas no pensaban lo mismo. Con toda habilidad influyeron para que se
crearan las condiciones para una nueva, más devastadora y lucrativa guerra. Total sus
capitales, sus industrias y sus fastuosas y palaciegas residencias, estaban lejos, en el
inalcanzable continente americano.
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LOS ABERRANTES TRATADOS DE PAZ DE VERSAILLES

Los vencedores de esa gran guerra, Inglaterra, Francia, EEUU e Italia (que se alió
primero a Alemania en las dos guerras mundiales y luego se dio vuelta), no tuvieron la
grandeza necesaria para con los países vencidos, y no asumieron –o no les interesó–
que la paz también se consolida con el respeto a los venci- dos. Convocaron a sus
representantes en el Palacio de Versailles, en las afueras de París. Cuando el Kanzler
alemán leyó los Tratados de Paz exclamó: “Señores, esto es una brutalidad; esto no se
puede aceptar”. La orden había sido “O firma, o las tropas aliadas marcharán sobre
Alemania”. Lo mismo le sucedió al premier de Austria-Hungría.
Bulgaria había entrado también en la Primera Guerra al lado del Imperio austro-
húngaro; porque dos años antes, en la Guerra de los Balcanes, en 1912, se había
constituido la alianza balcánica: Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro, para expulsar a
los turcos de Europa y liberar a la población esclavizada. Mientras las tropas búlgaras
soportaban encarnizadas batallas contra los turcos, los vecinos Serbia, Rumania y
Grecia, al ver a Turquía derrotada, se aprovecharon y mutilaron sus territorios
instigados por Inglaterra, por recelo de una Bulgaria fuerte en los Balcanes, con salida
al Mar Egeo, y tradicionalmente hermana de los rusos por haberlos libertado de la
esclavitud turca.
Cuando el primer ministro búlgaro, Alexander Stamboliysky quiso leer la sen-
tencia, le dijeron: “No perdamos tiempo; o firma o cuando vuelva encontrará a su
patria ocupada por sus vecinos”. Stamboliysky quiso suicidarse, pero no pudo. Con
lágrimas y manos temblorosas, tuvo que firmar. Con eso Bulgaria quedó, hasta hoy,
con la mitad del territorio que tenía al ser liberada por los rusos.
Los aliados destronaron al famoso káiser Francisco José y desmembraron el
esplendoroso Imperio Austro-Húngaro. Sin embargo, fueron aún más duros con
Alemania. No sólo liquidaron al Imperio y a su káiser, sino que le quitaron colonias, le
confiscaron la flota, le mutilaron los territorios, le prohibieron tener fuerzas armadas,
etcétera. La región de Saar quedó bajo el dominio de Francia, los Sudetes fueron
entregados a Chequia, y quitaron la costa báltica, que unía Alemania con Prusia
Oriental. La importante ciudad de Danzig (hoy Gdansk) pasó a tener status
internacional; y, encima de todo eso, le aplicaron severas contribuciones de guerra. Sin
duda, querían convertirla en un nuevo país agrícola de segundo grado, porque los
fanáticos franceses de entonces, no toleraban que hubiera otro Estado vecino más
fuerte que ellos. Fue el único país de Europa occidental que quedó sin colonias.
Mientras todos los demás Estados, aún los más chicos, tenían amplios dominios en
ultramar, de donde extraían baratas materias primas explotando a sus pueblos.

Para los países vencidos era como el fin del mundo; lloraron no sólo su destino,
sino también el de sus hermanos, masacrados en una trágica limpieza étnica, de la cual
28

nadie quiso saber ni escribir una sola página.


Considerándose dueños de la suerte de los pueblos, los aliados crearon a su antojo,
y por la fuerza, dos Estados artificiales: Checo-Slovaquia, que fue parte de los
dominios austro-húngaros, o sea Eslovaquia y la región germana de los Sudetes, bajo la
tutela de los checos, sin duda para tener otro Estado grande fuera de Polonia, a la
espalda de Alemania; y también Iugo-Slavia (los eslavos del Sur), compuesta de ocho
pueblos milenarios y con tres religiones, bajo la tutela de los serbios, con capital en
Belgrado. Todo al parecer como recompensa por el asesinato, por los serbios, del
príncipe heredero del Imperio Austro-Húngaro. Con la guerra que buscaron, los
aliados consiguieron sus viles propósitos.
Los vencedores de aquélla Primera Gran Guerra lanzaron al pueblo alemán a la
hiperinflación, desconocida hasta entonces. El hambre y la miseria en los sectores
humildes eran desesperantes.
Los aliados fueron los únicos culpables de crear una situación tal que una revancha,
una nueva gran guerra, era inevitable: y eso era justamente lo que querían. Había un
clima ideal para que un exaltado agitador y oportunista como Adolf Hitler aprovechara
esta situación, y forjara al NAZIONAL SOCIALISTICHE DEUTSCHE ARBEITS
PARTAI, Partido Nacional Socialista de los trabajadores alemanes (del cual proviene el
término “ NAZI” ), que era opuesto al partido obrero socialista inter- nacional ruso
que instaló el terror soviético. Lamentablemente la clase trabajadora ha sido la causa de
los regímenes dictatoriales en muchas partes del mundo.

HITLER Y SU MOVIMIENTO OBRERO NACIONAL SOCIALISTA

Se trata de un personaje que llegó a dominar gran parte de Europa. Un idea- lista e
ingenuo soñador de grandeza, un fanático perseguidor de sus enemigos y opositores
incluyendo a los judíos, considerándolos la base intelctual del comunismo que
amenazaba tanto a Alemania como a toda Europa.
Al pensar en Hitler me invade la melancolía al ver la fatalidad de los grandes
hombres del mundo, que a pesar de haber conseguido encumbrarse, encontramos
detrás de ellos la mediocridad, la envidia, los celos, la venganza y la sed de gloria
personal.
Hitler nació en Austria el 20 de abril de 1889, en la ciudad de Braunau, sobre el río
Inn, en la frontera con Alemania. Su padre, Alois, era hijo ilegítimo (según algunos
autores, de María Anne Schickelgruber, quien había sido sirvienta en la casa de un
judío rico, por lo que consideran que Hitler poseía 25% de sangre judía, pero esto se
ha ocultado celosamente), por lo que Alois ha llevado el apellido de su madre. Sin
embargo, al casarse ésta con Johann Hieder, el joven Alois toma el apellido de su
padrastro, siendo corregido en las actas de nacimiento. Por lo que, a su vez, su hijo
Adolf lleva este nombre, pero modificado: Hitler. Se sabe que su padre fue un gran
mujeriego. Quizás esto influyó para que el joven Adolf fuera una persona muy
reprimida y poco ubicada con el sexo opuesto, formando un carácter obstinado,
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arrogante, intransigente y fogoso, entre lo que no se destacaba la audacia sexual.


Hitler tenía una personalidad solitaria y obsesa, con una gran intolerancia hacia la
oligarquía, a los no alemanes y más tarde a los judíos. Probablemente todo esto lo llevó
a ser un gran lector de libros de distintas ideologías. Con mucha razón sostenía que los
partidarios que son conquistados con la palabra escrita, son mucho menos que los
conquistados con la palabra hablada. Que todos los grandes movimientos que hubo en
el mundo fueron obra de grandes oradores y no de grandes escritores. Para mi, él, sin
decirlo, había seguido el ejemplo tanto de Lenín como de Trotzky, que eran los
máximos oradores de la revolución bolchevique.
No obstante, Hitler consideraba que, al menos en la unidad o en la base de cualquier
doctrina, es necesario que los principios sean formulados por escrito, por lo que
escribió su único libro “Mi lucha” y, con eso, parece que quiso imitar a Karl Marx de
quien se sabe que era un resentido anticapitalista y antijudío –a pesar de tener la misma
procedencia–.
En un pasaje del libro, entre otros argumentos, para justificar su antijudaísmo, Hitler
aduce que durante la guerra, mientras todos debían estar en el frente de las batallas,
“las oficinas estaban llenas de judíos. Que todos los empleados eran judíos y todos los
judíos eran empleados”.
En su trayectoria pública demostró una gran ambición de poder. Después de
terminar los estudios secundarios se fue a Viena, pero no encontró una ocupación
estable, más que pintar carteles de publicidad. Al pasar allí algunos años, prácticamente
en la miseria, en 1913 se fue a vivir a Munich, que era la ciudad universitaria de
Alemania y albergue de los grandes agitadores ideológicos, como el mismo Lenín,
aunque en distintas épocas. Al principio, se mantuvo pintando cuadros. Fue
convocado al servicio militar provisorio, pero fue rechazado como no apto.
Al empezar la Primera Guerra Mundial, se alistó como voluntario en el ejército de
Baviera. Luchó en las trincheras alemanas, donde sufrió el impacto negativo del
desastroso desabastecimiento de ls tropas, por los continuos sabotajes y la revolución
provocada en el territorio alemán, en plena guerra. Además fue herido dos veces y
sufrió las consecuencias del gas venenoso tirado por los aliados, por lo que debió ser
hospitalizado. Hitler consideraba que la derrota alemana se debía a la maliciosa
propaganda aliada antialemana, a la gran especulación y enrique- cimiento de los judíos
durante la guerra, y a la agitación comunista apoyada por sus intelectuales, ya que
muchos de ellos realizaron la revolución comunista y ocuparon altos puestos en la
cúpula soviética.
Al final de la guerra, por las heridas recibidas, se encontró nuevamente en el
hospital. Por el heroísmo demostrado en las batallas, en 1914 recibió la Ordende
Hierro de 2ª clase y, en 1918, fue condecorado con la Orden de Hierro de 1ª clase, lo
que era poco común para un efreitor (cabo). El tormentoso período después de la
derrota alemana y el impresionante castigo por parte de los aliados fueron una
obsesión y un trauma para Hitler.
En septiembre de 1919 se unió al pequeño Partido Obrero Alemán, en Munich,
30

como encargado de propaganda. Con su impetuoso y avasallador carácter siempre se


impuso en las resoluciones, amenazando que lo iba a abandonar. El 25 de febrero de
1920 presentó un programa de veinticinco puntos. Hasta que en julio de 1921 se erigió
como presidente, con poder irrestricto, y comenzó una gran propaganda en los
meetings y con el diario “Völkischer Beobachter” (Observador del pueblo). Pronto
este partido, de un puñado de afiliados, llegó a tener dos mil. Consiguió atraer a su
auditorio con su penetrante mirada, magnéticas palabras y gesticulaciones.
El partido de Hitler tenía como propósito poner orden en Alemania, sacarla de la
frustración y la miseria en la que estaba sumida, formar una fuerza armada acorde con
su país y poder así oponerse a los injustos dictados y al pago de las tremendas
contribuciones de guerra. Y una vez conseguido el bienestar de todo el pueblo alemán,
lanzarse a la liberación de sus hermanos subyugados bajo Polonia y chequia, y
unificarlos en un gran Reich (Estado), incluyendo a los austríacos que también son
auténticos alemanes. Estos eran uno de los tantos reinos alemanes que ellos mismos
llaman “Österreich” (el Estado del Este), y no Austria como figura internacionalmente.
Algo parecido a la República Oriental del Uruguay.
Prusia Oriental era una provincia de más de cuatro millones de habitantes, sobre el
Báltico, al Norte de Polonia. Quería así también recuperar a los muchos alemanes del
Volga traídos, pero engañados, por la emperatriz rusa Ekaterina, la que les había
prometido tierras óptimas para la agricultura a las orillas del gran río Volga, así como
también amplio apoyo financiero. Sin embargo, una vez que llegaron con gran
sacrificio hasta allí, fueron abandonados, como escudos humanos, contra las
invasiones tártaras. “Los alemanes del Volga” son conocidos como “El pueblo que
emigró dos veces”, ya que muchos de ellos debieron llegar hasta la lejana Argentina,
mayormente a la provincia de Entre Ríos.
De chico escuchaba decir: “Una revancha, una segunda Gran Guerra dentro de 20
años, es inevitable”. Y así fue. Sin duda los grandes capitalistas, los fabricantes y
traficantes de armas, se frotaban las manos. Con toda seguridad, ellos mismos
mandaban a sus agentes para preparar el ambiente de guerra.
Que Hitler estaba apoyado por capitales foráneos se puede deducir, entre otros
hechos, de lo siguiente. El residente búlgaro en Oregón, EEUU, Nicola Nikolov, un
gran analista de la historia europea, en su libro “Las máscaras de las celebridades”,
escribe lo siguiente: “Los progresos de la familia Bush, varios de ellos presidentes de
EEUU, no obstante su origen hebreo, dependieron mucho de los planes de Hitler, que
fueron los planes de sus socios: el rey alemán del acero Thyssen, quien interviene con
importante capital, asociado a los industriales Harriman y Prescott Bush. Thyssen es
miembro oficial del partido nazi. Él, en su libro “ Yo pago a Hitler”, reconoce que lo
financió desde el año 1923. Un análisis realizado en los EEUU, constata que el Banco
Bush fue el defensor de los intereses de los “Fereinigte stahlwerke” (industria unificada
del acero) de Alemania, de Franz Thyssen y sus dos hermanos. Lo que en la guerra ha
producido una gran parte del acero necesario para la industria armamentista nazi” 1.
En otro párrafo del mismo libro, el Sr. Nicolov relata: “En la Primera Guerra
31

Mundial, las familias Rorhschild y Rockefeller, de origen hebreo, embolsaron unos


cien mil millones de dólares-oro. Además, la familia del zar ruso, Romanov, tenía unos
cincuenta mil millones de la misma moneda en depósitos en Francia, que después de la
revolución bolchevique, como es sabido, nadie pudo reclamar por el asesinato de toda
la familia real” 2. Conociendo el nexo entre los revolucionarios soviéticos y los
banqueros internacionales, es fácil pensar que hubo una orden para ese exterminio.
Cabe destacar que entre 1919 y 1923, el Partido Comunista había hecho varios intentos
de apoderarse del gobierno en Alemania. En enero de 1923, con la hiperinflación,
quebró el marco alemán. En noviembre de ese año, Francia ocupó de nuevo la región
Sudoeste de Alemania del Ruhr, con el pretexto de asegurarse el cobro de las
reparaciones de guerra, fijado por los dictados de Versailles. En esos tiempos, en
Alemania, se habían producido incluso brotes de separatismo en varias provincias,
unas impulsadas por los comunistas y otras por distintos intereses.
Desesperado, Hitler arriesgó el tan comentado como criminal Putsch, que en
realidad no era mas que un intento de tomar el poder en el Estado de Baviera, que se
llevó a cabo el 8-9 de noviembre de 1923, al parecer alentado por el famoso general
Ludendorff, reconocido como héroe nacional de la Primera GranGuerra, pero fracasó

1 Nikoloc, Nicola M., Las máscadas de las celebridades, 1ª edición, 1994, pág. 232 traducido del búlgaro
por mí.
2 Ibídem, pág. 233.
32

Posiblemente fue también inspirado por la marcha de Mussolini sobre Roma. En el


juicio, Hitler tomó toda la responsabilidad, por lo que fue condenado a 5 años de
cárcel y su partido fue prohibido. Sin embargo, el 12 de diciembre de
1924 fue dejado en libertad provisional por buen comportamiento. En la cárcel
escribe “Mein Kampf” (Mi lucha).
Compré ese libro por pocos marcos en Alemania pero, con la zozobra vivida,
nunca lo leí. En la Argentina lo volví a comprar, en castellano, pero recién lo leí a los
70 años, estando enfermo y aburrido en la cama. No encontré nada nuevo, porque ya
conocía todo de sus discursos y de su extravagante proceder. Me llamó la atención que
en su juventud, en Viena, Hitler no era todavía un antisemita, como se puede leer en su
libro (traducido al español por Alberto Saldívar P.). En la página 18 Hitler dice: “Es
difícil, por no decir imposible para mi, decir, ahora, cuándo comenzó la expresión “judío” a sugerirme
ideas especiales. Ni aún recuerdo haber oído pronunciar este vocablo en mi hogar, en vida de mi
padre... Tampoco encontré, en la escuela, razón alguna que contribuyera a modificar el cuadro impreso
en mi mente, por lo vivido en mi hogar. En el Realschule conocí a un muchacho judío, a quien
tratábamos todos con mucha con- sideración; pero como diversos lances nos abrieron los ojos con
respecto a su reticencia, llegamos a no fiarnos mucho de él” 3.
Aún más me llamó la atención que en la página 20 expresara: “No diré que la forma en
que yo habría de trabar relaciones con los judíos me resultó muy confiable. Yo seguía mirando al
judaísmo como una religión y, en consecuencia, por razones de humana tolerancia. De suerte, pues, que
a mi entender, el tono adoptado por la prensa –y en especial el de la prensa antisemita de Viena–, era
indigno de las tradiciones culturales de esa gran nación.
Agobiábame el recuerdo de ciertos sucesos de la Edad Media, que por nada del mundo deseaba ver
reproducidos. Desde que todos los periódicos carecían por lo general de buena re- putación” 4.
El comportamiento de Hitler, en el juicio y en la cárcel, le dieron cierta autoridad a
él y a su partido, que durante el encierro se encontraba estancado. Con la experiencia
adquirida, se dio cuenta de que debía conseguir el poder con los votos de la clase
obrera, por lo que comenzó una gran campaña de difusión de su programa. Pero eso
no le gustó al gobierno bávaro, y sus meetings fueron prohibidos, tanto en Baviera
como en el resto de Alemania, con lo que el partido nazi se estancó nuevamente.
Según él, la raza más digna era la aria, y el enemigo más grande el comunismo. Hitler
era propenso a las ciencias ocultas, por eso usó

3 Adolf Hitler, “Mi Lucha”, traducción de Alberto Saldívar P. Luz, Ediciones Modernas, Bs.As., pág.
18 y 19.
4 Ibídem, pág. 20.
33

como emblema de su partido la Hacken Kreutz (cruz svástica), símbolo religioso de


la India, utilizado antiguamente como diagrama de buen augurio.
Detrás de marxismo, consideraba sus más grandes enemigos a los intelctuales
judíos por haber creado el comunismo y haberlo establecido en Rusia y ocupado los
mejores puestos de jerarquía en el poder soviético. Según él, fueron una mí- tica figura
que le causaba gran temor por su enorme poder político y económico ya que la
mayoría de los grandes banqueros eran también de esa colectividad.
Su más grande aflicción, según se lee en “Mi Lucha”, fue la política exterior. Su
ambición era unir a todos los alemanes de Europa. Su ideal era conseguir una cruzada
europea contra el comunismo y, al final, construir una Europa unida. A la fascista Italia
de Mussolini la miró como su aliada más natural. Además, tenía un gran respeto por
Inglaterra y esperaba atraerla como aliada, pero con la condición de que dejara de ser
árbitro y componente de las fuerzas de Europa, y limitara su exorbitante poder más
allá de los océanos.
Mientras a Francia la consideraba enemiga eterna, por haber usurpado territorios
alemanes. Usó, hábilmente, los pesados e injustos dictados de Versailles, de la Primera
Gran Guerra, y ganó amigos no sólo en Alemania, sino en varios otros países. Seguro
es desconocido que en muchas naciones de Europa había movimientos estudiantiles
con plataformas del socialismo nacional, en contrapartida para frenar de alguna manera
el tremendo avance del comunismo entre la juventud europea. Con su incansable
oratoria, lo vi mostrarse como el líder europeo contra la amenaza soviética. Para
proteger mejor sus meetings de los ataques comunistas, en noviembre de 1925 el
Führer (líder) creó sus propias tropas, llamadas más tarde “Sturm Soldat” (Soldados de
ataque), o sea, los tan nombrados “SS” que en realidad representaban el poder nazi.
Otro gran impacto, para los males de Alemania de entonces, fue sin duda la quiebra
de la Bolsa de Nueva York, en octubre de 1929. Con todo esto, el estanca- do partido
de Hitler, prohibido en Alemania, empezó a crecer de nuevo cuando desbordó la gran
crisis económica, el hambre y la miseria, entre la población con escasos recursos y la
clase obrera. A todo eso se sumó un nuevo acontecimiento. En los años 1929-32, por
el juego asesino de Stalin para someter al comunismo a través del hambre y a los
díscolos ucranianos con el trigo, que ellos mismos producían en su patria (que fue la
triguera de la Unión Soviética), hacía dumping hasta los demás continentes, incluso la
lejana Argentina.

Con eso, el astuto y cruel Stalin conseguía varios propósitos:

- Primero: someter a los ucranianos al comunismo, con un plan fríamente


calculado, ocasionando la muerte de 7 millones por el hambre. Eso fue con-
firmado por el presidente Boris Yeltsin, al caer el comunismo.
34

- Segundo: mostrar al mundo entero la bondad del sistema soviético, donde


según la tremenda y eficaz propaganda sobraban los alimentos, que yo mismo
había creído y propalado ya que nadie podía penetrar en el “paraíso soviético”,
ni salir de allí para contar la verdad. Todo estaba celosamente planeado y
escondido.
- Tercero: arruinar las economías mundiales, provocar hambrunas y masivos
disturbios, preparando la penetración y revolución comunista. En aquel tiem-
po, yo tenía 12-13 años y trabajaba como agricultor. Me acuerdo cómo, por
el cercano puerto de Burgas, pasaban barcos rusos cargados de granos, para
ofrecerlos a precios más baratos que el costo del grano que nosotros produ-
cíamos. No teníamos dinero ni para comprar las cosas más esenciales como
azúcar, fósforos, sal, etcétera. La gran necesidad se instaló en nuestras casas.
Con todo eso, los aliados no se compadecieron y cobraban compulsivamente,
sin clemencia, los tributos de guerra que debía pagar cada familia. Quizás por eso
yo nunca pude sentir aprecio por los ingleses. Tan agobiantes eran las contribu-
ciones que yo mismo observé muchas veces las banderas rojas de los remates y la
angustia pintada en los rostros de los desesperados campesinos. Era evidente que
las potencias coloniales tenían práctica en este vil sometimiento y explotación,
sin interesarles el sufrimiento ni la dignidad humana.
Para conocer mejor la situación de entonces, sería conveniente recurrir a los
autores que realizaron estudios a fondo, como por ejemplo M.J. Thornton, quien
en su libro “El nazismo 1918-1945” dice: “El principio de autodeterminación nacional
del presidente norteamericano Wilson, podía argumentarse. Para los alemanes, había sido
aplicado sólo allá donde convino a los aliados. El corredor polaco, para no olvidar uno de los
tradicionales enemigos de Alemania, cortaba al Reich (al Estado) alemán en dos. Las colonias
de ultramar, habían sido asignadas, en mandato, a varios de los aliados, pero también ello
podía interpretarse como acción del imperialismo franco-británico. El ejército estaba reducido
a 10.000 hombres, su Alto Mando había sido recortado y se le había privado de aviación y
tanques. Las sanciones eran exigidas en marcos, oro, carbón, barcos, madera, ganado y otros
conceptos...” 5.
“...Con la República en evidente fase de desintegración, los nazis podían ya hacerse de la
oportunidad esperada por tan largo tiempo (...) También a los industriales supo dirigir palabras
halagadoras. En enero de 1932,Fritz Thyssen se las ingenió para que Hitler hablara en el Club
de la Industria de Düsseldorf. Enfáticamente, afirmó a su auditorio su ‘inexorable decisión de
destruir el marxismo en Alemania’, con tal persuasión, que aquellos magnates de la industria,
duros de roer, que le habían acogido con frialdad, le concedieron una calurosa ovación cuando

5
Thornton, M.J., “El nazismo 1918-1945, 1ª edición en español 1967, Editorial Globus, pág.
59.
35

acabó su discurso. La oposición del nazismo a la amenaza del comunismo era el elemento más fuerte
de su llamada a las clases propietarias. “Los oradores nazis, con aguda habilidad, alimentaron y
dirigieron los resentimientos del empobrecido y desesperado pueblo alemán. La República estaba
corrompida; Francia se aplicaba a esclavizarlas; los especuladores prospera- ban a expensas de la
clase obrera; los marxistas predicaban el odio de clase para dividir a la nación... Los partidos y los
políticos existentes estaban teñidos del ‘sistema’ y Alemania debía poner sus miras en nuevos
hombres, para recobrar su lugar bajo el Sol” 6.
El artífice de la futura propaganda nazi fue el ministro Josef Göbbels que, antes
de aliarse a Hitler, lo consideraba un burgués. Mientras él, con otros que lo
consideraban un intelectual muy inteligente, había organizado otra rama nacional,
pero más de izquierda. Sin embargo, al ver un Hitler triunfante se alió a él, y al llegar
éste al poder, fue nombrado Ministro de Propaganda.
Lo he escuchado muchas veces hablar por la radio pero, como yo era un ex
comunista, siempre tuve hacia él una profunda antipatía. Me parecía una pro-
paganda mentirosa y sin fundamentos. Después, me di cuenta de que no todas eran
mentiras, como por ejemplo la intención aliada de entregar los países de Europa
Central al terror de Stalin y los soviets, entre cuyas desesperadas víctimas estaba yo
también.

LA LLEGADA DE HITLER AL PODER

En junio de 1929 se publicó el Plan Young de los Aliados para la reducción de


las reparaciones de guerra pero sujeto a ciertas rígidas condiciones. Contra esto, se
desplegó una gran campaña, tanto por el presidente Hindenburg como por Hitler,
con lo que pasa a ser una figura conocida en toda Alemania.Por eso, en las
elecciones parlamentarias del 14 de setiembre de 1930, los nazis alcanza- ron cierta
importancia al elevar sus escaños de 12 a 107, ya que había muchos millones de
desocupados.
En esos años reinaban el caos, el hambre y la miseria, que favorecieron a Hitler,
con su incansable oratoria. Lo he visto en los noticieros, que pasaban en los cines
antes de empezar las películas (ya que en ese entonces no existía la televisión).
¡Cómo gritaba y gesticulaba el loco para conseguir enfervorizar a su auditorio!
Parecía un autómata, con gran agitación y propaganda. Cabe destacar que Hitler,
recién el 25 de febrero de 1932 consiguió la ciudadanía alemana, o sea, un año antes
de llegar al poder.

6
Ibídem, págs. 60-61.
36

Muchos amigos me han preguntado: ¿por qué yo detesto tanto a Hitler? No es


porque él no tuviera razón, en cuanto a las reivindicaciones nacionales y terri- toriales,
por su lucha para implantar el orden y la seguridad, atraer inversiones y elevar el
bienestar del pueblo, sino por cómo estropeó todo, con su personalidad psicótica, con
su arrogancia, su altanería y su egolatría. Él, y nadie más, dio pie de nuevo a los aliados
para que, esta vez, toda Alemania fuera convertida en es- combros y todos nuestros
países, del centro europeo, fueran entregados al terror soviético... Hitler, por haber
derrotado en pocos dias a Polonia y en cuarenta y cinco dias a la poderosa Francia, se
consideró invencible y, sin prepararse, se lanzó contra la enorme Rusia.
En las elecciones presidenciales del 13 de marzo del ’32, Hitler se postuló entre
otros candidatos, pero fue derrotado por amplio margen por el Gral. Hindenburg,
quien ganó su segunda presidencia. En esta época los sindicatos, tanto de la izquierda
como los nazis, no cesaban de organizar huelgas de un ex- tremo al otro. El país estaba
convulsionado. En las elecciones de julio de 1932, los nazis consiguieron 230 escaños
en el Reichstag, (Parlamento), compuesto de
608 diputados. Hitler se presentó para el cargo de canciller, pero el presidente
Hindenburg lo rechazó. El 6 de noviembre de ese año, la cantidad de escaños nazis en
el Reichstag se reduce a 196.
En poco tiempo dimiten tres sucesivos cancilleres: Bruening, Papen y Schleicher.
En las elecciones presidenciales el partido obrero de Hitler había conseguido el
36,7% de los votos; aunque era tan sólo un poco más de un tercio, pero con eso estaba
en segundo lugar, el presidente Hindenburg se vio obligado, el 30 de enero de 1933, a
nombrar a Hitler como canciller de Alemania, a pesar de las protestas de mucha gente
de alto nivel. Un destacado mariscal, que sin duda no quería someterse a las órdenes de
un arrebatado, escribió una carta a Hindenburg diciendo: “Ese Hitler arrebatado
arrastrará al Reich al abismo”.
Cabe acotar que por aquel entonces la ciudadanía alemana estaba muy
desmoralizada por las penosas circunstancias vividas en los últimos años, y en realidad
no prestó demasiada atención a estas elecciones. Tanto es así, que la llegada de Hitler
al poder apareció en sexto lugar en el noticiero cinematográfico, por de trás de un
concurso de salto de esquí y de una carrera de caballos. El pueblo no imaginaba su
destino.
“Actor talentoso, dominaba las relaciones personales y el arte de la entrevista.
Era capaz de representar multitud de papeles, posando como alguien indignamente vejado o
justificándose, a sí mismo, en una explosión de decorosa indignación. Aun ganado en apariencia
por una rabia ciega, en un instante podía sosegarse y continuar la conversación en tononormal.
37

En ocasiones, dio prueba de un gran encanto personal y muchos testigos no han


olvidado la magnífica cualidad de su personalidad, que se servía, al parecer, de un
poder casi hipnótico.
“Poseía una memoria notable, aunque con fallas, capaz de recordar los detalles, que
utilizó para impresionar a sus generales cuando vertía torrentes de estadísticas en las
conferencias militares. Aunque muchas de éstas demostraran más tarde ser inexactas, la
primera impresión de concentración mental, que era lo que Hitler pretendía, no
faltaba.
“Fue uno de los oradores más eficaces de todos los tiempos. Su voz era áspera,
frecuentemente repetía y divagaba, pero su entrega arrastraba tal impacto emocional,
que las audiencias alema nas se le abrían e, incluso, escépticos periodistas extranjeros
quedaban impresionados...”7.
El día 27 de febrero de 1933, apenas con un mes en el poder, se produjo un gran
incendio en el Reichstag, por lo que el nuevo canciller, Hitler, decide la suspensión de
las garantías y libertades individuales y empezó la persecución de los comunistas. Con
eso, algunos se plegaron al partido nacional socialista, pero otros, más firmes
activistas, fueron enviados a campos de concentración
para trabajos forzados. Entre los cuales habría, seguro, no sólo alemanes sino
bastantes judíos, que pertenecían al partido comunista, porque lo consideraban su
aliado natural al verse perseguidos por los nazis y por su buena posición en la Rusia
comunista.
Entre otras iniciativas, los nazis crearon institutos para la educación de los adultos,
se reglamentaron las vacaciones y los deportes eran tan organizados que muchos
millones podían competir. En las últimas elecciones, virtualmente libres, los nazis
consiguen 288 escaños parlamentarios, que tampoco eran mayoría, ya que, como
mencioné, el total era 608, pero consiguen que se apruebe la Ley de Poderes.
Hitler copió la mayor parte de su actitud de Stalin, “al que hable más de la cuenta
hay que cerrarle la boca para siempre”. Pero la diferencia era que los ru sos trabajaban
por el miedo, mientras los alemanes hacían todo por su amor al trabajo, su disciplina y
su natural respeto a la autoridad para acatar las órdenes.
Por eso, Hitler se aprovechó de ese maravilloso pueblo. Los mandó a luchar y
morir adonde se le antojaba.
Al poco tiempo de instalarse el nazismo en el poder, fue sancionada la ley por la
cual los profesionales y los funcionarios públicos debían ser sólo arios y no semitas
porque, como ya mencioné, Hitler consideraba que entre ellos había muchos
comunistas.
El 17 de mayo de 1933 Hitler prohibió por ley las huelgas que asolaban el país y el
lock-out. Con eso el nazismo logró atraer una sostenida inversión, ya que los
capitalistas en aquellos tiempos preferían un país seguro, con orden. Entre

7 Ibídem, págs. 87-77.


38

ellos, sin duda, había muchos inversores judíos. En julio, el Partido Nacional
Socialista fue declarado como único partido legal, al mejor estilo soviético. El
comunismo quedó prohibido.
Al estar vacío el Banco Central, sin divisas fuertes ni la tenencia de oro, ya
entregado por las contribuciones de Guerra, Hitler declaró que el laborioso pueblo
alemán respaldaría el valor del marco alemán con el trabajo y la producción. Así, evitó
una futura inflación y aun en la cruel guerra, el marco alemán mantuvo intacto su
valor. Eso me consta a mi.
El 14 de junio de 1934 se encontraron por primera vez Hitler y Mussolini en
Venecia, dando comienzo a la integración de los dos sistemas: el fascismo y el
nacionalsocialismo, como socios inseparables hasta la muerte de ambos.
Al morir el presidente Hindenburg, Hitler asumió la presidencia, el 2 de agosto de
1934, y el ejército alemán le juró fidelidad. Al año siguiente, introdujo el servicio militar
obligatorio y, fiel a su ánimo de establecer pactos estratégicos con Inglaterra, el 18 de
junio se formalizó el acuerdo naval anglo-alemán, que duró varios años.
Mientras tanto, en España, los líderes ávidos de poder agitaron al frustrado pueblo
con todo tipo de propaganda, con lo cual, el 18 de julio de 1936, estalló la Guerra Civil
Española.
En consecuencia, tanto Hitler como Mussolini –el líder de Italia–, prestaron activa
ayuda al Gral. Franco, el máximo luchador contra el nuevo orden republicano, pro
marxista, quien, con la ayuda de los intrépidos moros de la guarnición de Tánger,
emprendió una sangrienta contrarrevolución. El 18 de noviembre de
1936 Hitler reconoció al nuevo gobierno de Franco como un poderoso bastión
anticomunista en la Península Ibérica.
Cabe destacar que el Dr. Schacht fue el arquitecto de la recuperación de la
economía alemana bajo el régimen nazi; con lo que el empleo aumentó y se aceleró el
consumo interno. Al estar más estabilizada la economía atrajo más inversiones. Al
empezar el crecimiento económico se proyectó el famoso coche Volkswagen (el coche
del pueblo), que se decía fue diseñado por Porsche, con la ayuda personal del Führer,
quien aseguraba que cada obrero alemán tendría un auto. Ese nuevo modelo debía ser
económico y no necesitaría usar agua para la refrigeración. Yo mismo leí esas
alabanzas.
Al ponerse en marcha el Plan Cuatrienal, bajo la dirección de Göring, se inició la
economía de guerra y el Dr. Schacht fue nombrado director general de la Economía
Bélica. Pero al no avanzar mucho en esa dirección renunció, porque se dio cuenta de
que preparar a Alemania para la guerra en cuatro años era una empresa demasiado
ambiciosa y difícil. Así como ordenar las importaciones necesarias, construir fábricas
de caucho y textiles sintéticos con recursos que no eran suficientes, teniendo en cuenta
que Alemania recién se levantaba del desastre económico y que no poseía riquezas
naturales ni colonias. Por eso al empezar la guerra el alborotado Führer, Alemania no
estaba preparada más que para una “Blitz Krieg”, o sea, “guerra relámpago” (o rápida).
Como el imperio ruso, y luego soviético, había ocupado las islas japonesas de
39

Sajalin, y por otro lado, Hitler tenía miedo de la avalancha comunista en Europa, el 25
de diciembre de 1936 se firmó el pacto Anti-Komintern, entre Alemania y Japón. El
“Komintern” era la difusión, desde Moscú, del comunismo internacional y en
noviembre de 1937, Italia también se adhirió a ese pacto.
Mientras tanto la economía de Alemania siguió en ascenso, dada la prohibición de
las huelgas que provocaba el partido comunista. Por lo tanto, con los sindicatos en su
mano y con el esforzado e ingenioso pueblo alemán, Hitler consiguió una gran
producción, con lo cual llevó rápido a Alemania a ser una de las primeras potencias de
Europa, con un evidente alto nivel de vida. Eso, poco a poco, hizo que su régimen en
Alemania, aunque no deseado, fuera tolerado. Si bien el nazismo sostenía que era una
doctrina nacional y no para la exportación, como el comunismo, el éxito obtenido y
una hábil propaganda habían logrado movimientos en otros países de Europa que
simpatizaban con el socialismo nacional que contrarrestaba el peligro marxista.
En los años 1937-38 llegaba, a veces, algún barco de Rusia al puerto de Burgas, en
Bulgaria, sobre el Mar Negro, donde yo terminé el secundario. Eran turistas bien
vestidos que querían impresionar con el tan propalado “paraíso soviético”. En esa
misma época empezó a demostrarse el bienestar en Alemania, con los nutridos
contingentes de obreros que viajaban de vacaciones a distintos países de Europa.

CONTACTO CON LOS NAZIS

Me acuerdo que un día, en 1938, había llegado un barco con turistas alemanes. Era
una novedad para la ciudad. Se pensaba que Alemania todavía era un país pobre. Se
había congregado mucha gente en las veredas por donde tenían que pasar. Con un
grupo de amigos decidimos ir también. Apareció un primer grupo de alemanes; eran
altos, rubios, con ojos celestes, como expresión de una raza superior, los nazis.
Estaban bien vestidos, con traje azul marino y guantes blancos, caminaban bien
erguidos. Impresionaban muy bien, por lo que arrancaron muchos aplausos. De
repente, uno de mis compañeros gritó “nazi, nazi”. De improviso uno de ellos subió a
la vereda y le dio una trompada tal, que lo tiró al suelo. Aunque yo me había salvado
del fanatismo marxista, que me dominó varios años, esa agresión física me impresionó
muy mal. Por eso mi antipatía, no sólo contra los nazis sino también contra todos los
alemanes, prosiguió por mucho tiempo más, hasta conocerlos bien. Porque yo,
ingenuamente, no podía distinguir entre el alemán común y los soberbios nazis de los
que después, en Alemania, vi muy pocos.
El 12 de febrero de 1938, el presidente de Austria, Schuschnigg, visitó al Führer en
su residencia en Berchtesgaden, en los Alpes bávaros. En la entrevis- ta, Hitler le pidió
que se legalizara el partido nazi en Austria, pero como éste no aceptó –o aceptó pero
no cumplió, porque las comunicaciones fueron muy confusas– quiso hacer un
plebiscito. Yo tenía por entonces 20 años y seguía con fervor los acontecimientos en
Europa. En respuesta por el incumplimiento del presidente austríaco, un mes más
40

tarde, el 12 de marzo, las tropas alemanas invadieron Austria. Resistencia, al parecer,


no hubo y el día siguiente se proclamó el Anchluss (La Unión) y un mes después, fue
incorporada como un nuevo estado alemán.
Al ver el éxito de Alemania, el 10 de abril, el líder de los nazis en los Sudetes,
Henlein, presentó un plan al gobierno Checo, con petición de que se le otorgara una
autonomía dentro de la federación Checo-Slovaca. Lord Runciman llegó a Praga, como
mediador británico, pero no logró un acuerdo. En consecuencia, Hitler pidió la
autodeterminación de los Sudetes, pero no la obtuvo, por lo cual, el 15 de setiembre,
invitó al premier británico, Chamberlain, a Munich, para discutir el problema de los
Sudetes, que el 29 de setiembre del 1938 se anexaron a Alemania. Hoy forman parte de
la República Checa.

EL COMIENZO DE LA PERSECUCIÓN JUDÍA

LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS

Aunque Hitler demostró un notable antisemitismo al excluir a los judíos de los cargos
públicos por considerar que entre ellas había muchos comunistas pero, no hubo al
principio una persecución ya que necesitaba de su notable actividad económica y
siertamente ellos invertían mucho aprovechando la estabilidad del orden establecido,
ya que en el resto de Europa el comunismo causaba huelgas y gran desorden e
inseguridad. Lamentablemente, algo totalmente inesperado sucedió: el día 7 de
noviembre de 1938, el joven judío Herschel Grynszpan asesinó, dentro de la Embajada
alemana, en París, al secretario Ernst Von Rath (insistía en ver al embajador, al cual
había decidido matar, pero por error disparó al primero que se le presentó).
La propalación de esa trágica y confusa noticia que yo también leí (que habían
asesinado al Embajador), sacudió a toda Europa, trajo serias y desgraciadas
consecuencias de represalia, que se llevaron a cabo, con la mayor virulencia, el penoso
día 9 de noviembre. Ese día, oleadas de enardecidos seguidores de Hitler cometieron
una serie de vandálicos ataques contra los más destacados y elegantes negocios judíos,
rompieron vidrieras, saquearon e incendiaron. En muchas partes pegaron áticos con
slogans que veíamos en los cines. “Alemanes, defiéndanse, no compren a judíos.”
También fueron atacada y quemadas varias sinagogas y cultos religiosos. Fue un
momento de gran zozobra para esa colectividad. A ese trágico acontecimiento lo
llaman “la noche de los cristales rotos”, o “Kristallnacht ”, o “El primer pogrom
nazi”, en rememoración a cuando el zar ruso ordenó que los hebreos se fueran de
Rusia o se convirtieran a la religión cristiana ortodoxa, justificando que ellos eran muy
ágiles en los negocios y se aprovechaban del ignorante pueblo ruso.
Sin duda, el zar imitó a los reyes católicos de España, que ordenaron su ex- pulsión o
su conversión al catolicismo. Después de esa bárbara reacción de los nazis, mucha de
esa gente, tanto los ricos como los de buena posición, previendo el futuro, empezaron
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una masiva emigración de Alemania (eso significa que ellos tenían plena libertad
económica). Sin duda, desde ese momento, muchos de los israelíes de los países de
Europa que preveían la invasión nazi, se apresuraron a emigrar; y otros apoyaron
activamente su acción guerrillera. Por si el asesinato en la Embajada alemana en París
fuera poco, otro hecho trascendental complicó mucho más su situación, como
veremos más adelante. El 5 de setiembre de 1939 el máximo dirigente sionista, Chaim
Weitzmann, declaró en nombre del judaísmo mundial la guerra sin fronteras contra
Alemania, y sumió en una situación catastrófica a sus connacionales.
Sin duda, el lector se dará cuenta que sin el asesinato en la Embajada no habría
empezado la persecución y los judíos seguirían haciendo excelentes negocios; y sin la
declaración de guerra a Alemania, los judíos no habrían terminado en los campos de
concentración que, con el posterior desastre de Alemania, se convirtieron en campos
de la muerte.

LA TRÁGICA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL LA INVASIÓN A POLONIA

En los años 1938-39 leíamos muchas veces en los diarios que la población alemana de
los territorios mutilados y entregados a Polonia y Checoslovaquia, en la Primera Gran
Guerra, clamaba su liberación por la represión que recibían en esos países. Al parecer
se quería hacer una limpieza étnica, mucho peor e injusta de la que hicieron ahora los
serbios con los albaneses. Los serbios querían sacar a los albaneses de su milenario y
sagrado territorio,

porque allí, su héroe nacional, Marcos, luchó hasta morir contra la dominación turca;
además los albaneses como tienen muchos hijos –fieles a la cultura islámica–, luchaban
por anexar Kosovo a Albania.
Mientras los polacos y los checos querían echar a los alemanes de su propia tierra, que
le usurparan en la Primera Guerra Mundial. Para entonces se cumplían los 20 años de
paz, pronosticada por la vox populi. Del 10 al 16 de marzo de 1939, los nazis
liquidaron el estado checo y establecieron el Protectorado de Bohemia y Moravia, con
lo cual los eslovacos aprovecharon la invasión para se- pararse de Checoslovaquia y
establecer su propio Estado independiente y neutral, Eslovaquia, encabezado por el
presidente Monseñor Tiso. El 24 de agosto, Von Pappen y Molotov suscriben el pacto
de “no agresión” entre Alemania y Rusia.

Hitler, halagado por su éxito económico y por haber logrado los buenos resultados con
la anexión de Austria que es un pueblo alemán y luego a Chequia, decidió liberar a sus
compatriotas, subyugados bajo el fanatismo de los polacos. Esa decisión, según la
prensa de entonces que yo mismo leí con sumo interés, ya que tenía más de 20 años, se
consideraba la única solución a la grave situación y al clamor de la gente después del
fracaso de la diplomacia. Algunos diarios escribían: “Es sabido, por milenios, que lo
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que se quita por la fuerza, por lo general, si no ayuda la diplomacia, se recupera


también por la fuerza”. Además, era conocido el fanatismo checo y polaco.
Como la provincia de Prusia Oriental, sobre el Báltico, estaba separada de Alemania y
la ciudad alemana de Danzig (hoy Gdansk), fue puesta por los aliados bajo un control
internacional. Hitler pretendía obtener de Polonia un corredor terrestre para
comunicarse con sus hermanos (de Prusia Oriental). Sin embargo, los polacos se
opusieron tenazmente a ese corredor, máxime teniendo un tratado de defensa con
Francia e Inglaterra. En consecuencia, los nazis resolvieron recurrir a la fuerza militar y
como desenlace, el 1º de setiembre de 1939 invadieron Polonia. La prensa de entonces
no consideraba que este hecho desencadenaría una tremenda conflagración mundial.
Sin embargo, Hitler no tuvo en cuenta que los magnates capitalistas y armamentistas
anglo-norteamericanos esperaban ansiosos ese momento. Desmembrar
Checoslovaquia y derrotar a Polonia era cosa fácil. Pero ingenuamente, o por ser un
individuo de mucha ambición pero de poca cautela y visión, no creía que los ex
aliados, Francia e Inglaterra, a los dos días, le declararían la guerra. Y si pasaron unos
diez meses sin atacarlo, era porque esperaban para armarse bien. El 28 de setiembre de
1939 se firma el acuerdo, entre los soviéticos y los nazis, sobre la división de Polonia.
En noviembre del mismo año, se produjo la primera conspiración contra Hitler que
terminó en fracaso.
Después de muchos intentos de salvar un conflicto de gran proporción en Europa, se
realizaron innumerables encuentros diplomáticos, especialmente entre Hitler y el
premier de Gran Bretaña, Chamberlain, pero nunca se llegó a un acuerdo válido. Los
armamentistas “enturbiaban el agua”; esperaban ansiosamente una guerra total, y lo
consiguieron.
En todas esas reuniones al Führer se lo veía con “la sonrisa hasta las orejas”, que a mí
me parecía cínica, tratando por todos los medios de convencer a los ingleses de sus
buenas intenciones con ellos. Los quería atraer a su principal objetivo, que fue
combatir la amenaza comunista. Ya bajo el miedo de que los aliados tomaran
posiciones en las costas del continente europeo, en abril de 1940, Hitler ordenó al
almirante Röder ocupar Dinamarca y Noruega. A fines de abril de 1940, se estableció
el gran gueto de la ciudad polaca de Lodz (del que hace referencia el escritor judio que
estuvo en campo de concentración Jack Fuchs en su libro “Tiempo de recordar ”, que
citaré más adelante), sin duda para evitar sabotajes.
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LA INCREIBLE DERROTA DE FRANCIA

Para asegurar su frontera norte frente al progreso de Alemania bajo los nazis, Francia
había construido su entonces famosa línea Maginot, considerada la última palabra en
fortalezas defensivas.
Los nazis querían asegurarse y empezaron la construcción de la muralla defensiva,
llamada Siegfrid, en memoria de su legendario héroe popular. Pero al ver que eso
llevaría mucho tiempo e insumiría muchos recursos, Hitler creyó que debía ganar
tiempo y demostrar su poderío. Por eso, el 10 de mayo de 1940 ordenó la invasión de
Francia, pero sin tratar primero de quebrar la línea Maginot, sino que puso en marcha
su plan de pasar por las Ardenas, en Bélgica, y así avanzar rápido hacia París, hecho
por el que después recibió alabanzas de sus partidarios y generales.
Su estrategia consistía en atacar por aire la línea Maginot con los famosos
cazabombarderos Stukas, que se largaban de gran altura sobre los objetivos para
descargar sus bombas, que atemorizaban a los defensores franceses con su infernal
silbido. Me acuerdo que en los cines, al escuchar esos silbidos, debía taparme los oídos.
Eran insoportables. Se observaba que los pilotos quedaban casi desmayados, los
Stukas, al parecer, se levantaban automáticamente al bajar hasta cierta altura y
descargar su mortífera carga.
Considero que los colegas franceses, al calcular la resistencia de la protección de las
defensas, seguro tenían en cuenta el impacto de las bombas, por la caída libre desde
cierta altura. Sin embargo, los alemanes, al inventar los modernos Stukas, tenían en
cuenta que el impacto de las bombas lanzadas desde gran altura, impulsadas y
aceleradas por la velocidad del avión, sería mucho mayor y varias veces más
destructivo, por lo que las formidables defensas duraron poco. Al abrir algún hueco,
las tropas alemanas cruzaban rápido la línea defensiva francesa y atacaban por atrás.
De manera que esa elogiada línea francesa no les sirvió mucho. Sin embargo, el avance
principal de las tropas alemanas sobre el norte de Francia fue invadir Holanda y
Bélgica.
Mientras tanto, Mussolini se encontraba eufórico con el gran éxito que obtenía su
aliado. El 10 de junio de 1940 le declaró la guerra a Francia, que mantenía territorios
italianos ocupados. Con eso el Führer esperaba tener, a su lado, un valioso aliado. Sin
embargo, con el fracaso que tuvo Italia al invadir Grecia, el 28 de octubre del mismo
año, y en el norte de África, en vez de que Italia ayudara a Alemania resultó ser
contraproducente. Por lo que debía disponer de valiosas fuerzas y material bélico,
enviando al norte de África al famoso mariscal Von Römmel, más tarde conocido
como “Zorro del desierto”.

El poder nazi era tan grande, que Francia no pudo resistir más que unos cuarenta días,
de manera que el día 22 de junio se firmó el Armisticio franco alemán. Por orden del
Führer ese acto se realizó en el mismo vagón en el que tuvo lugar la firma de la
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rendición incondicional de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Se dijo que,


después de este acto, Hitler ordenó que se volara por los aires ese vagón, para que no
sirviera de tumba para los dos pueblos. Él creía, ingenuamente, que con tratar bien a
los derrotados franceses, con ir a rendir un homenaje e inclinarse ante sus tesoros
culturales en Paris, ganaría su apoyo a la causa principal, hacer frente a la amenaza
soviética.
He visto a Hitler quizás cien veces en los noticieros de los cines (ya que no existía la
televisión), pero nunca lo vi tan sonriente y desbordado de felicidad. Supongo que fue
por dos razones: primero, por haber derrotado al principal enemigo de Alemania y
segundo, por la gran oportunidad de mostrar a los franceses que las rivalidades entre
las dos naciones se habían terminado y que les extendía una mano par una futura
cooperación mutua en una Europa unida, como señalaba el loco Hitler.
Efectivamente, Hitler trataba que los franceses del Norte y del Oeste (la costa atlántica)
de la Francia ocupada, se sintieran atraídos por su discurso y pudieran, además,
desarrollar sin problemas sus actividades productivas. Eso se comprobó después.
También se opuso ingenuamente a la intención de sus generales de darles un ultimátum
a los 350.000 soldados ingleses atrincherados en el puerto de Dunkerque, para que se
rindieran o, caso contrario, serían aniquilados, y ordenó la detención al avance de los
tanques, permitiéndoles escapar hacia la isla británica. Esperaba llegar a un acuerdo
con Inglaterra y que lo ayudaran a derrotar al coloso soviético que era una amenaza, no
sólo para Alemania sino para toda Europa.
Sin embargo, el ingenuo y vanagloriado Hitler se equivocó amargamente.
Se encontró entre dos poderosos enemigos. Por un lado el gran orgullo inglés, con su
enorme flota y poder en ultramar al otro lado de La Mancha, apoyada
incondicionalmente por el poder económico y militar de EE.UU. (libre de la presencia
de soldados extranjeros), y en la espalda la enorme Unión Soviética, con su riqueza y
gran caudal humano, una importante industria bélica y una gran ayuda en alimentos y
pertrechos bélicos de la poderosa e invulnerable industria norteamericana.

INGLATERRA, EN JAQUE

En todo momento, Hitler insistía en que unificaría el continente en torno a Alemania y


al fascismo de Mussolini en Italia. Sólo entonces llegaría el momento del gran acuerdo
con el único pueblo que era digno de compartir los delirios del Führer, que era
Inglaterra. Es sabido que en junio de 1935 se firmó un acuerdo marítimo con la corona
ya que el Rey, duque de Windsor, y su hermosa amante y modelo norteamericana
Wallis Simpson, se decía entonces eran admiradores de Hitler –especialmente Wallis,
quien influyó al rey Eduardo VIII–. Pero al casarse con ella, Eduardo se vio obligado a
abdicar en 1936, lo que desorientó y cambió los planes de Hitler.
Sin embargo, al parecer por lo irresponsable e imprevisible que se mostró en toda la
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guerra, Hitler, al no poder llegar a un acuerdo con Inglaterra, con cuya diplomacia
había realizado numerosas conversaciones, decide los preparativos para invadirla, algo
parecido a lo que quería hacer Napoleón, pero su gran flota fue destruida por los
ingleses. Pero el Comando Supremo alemán le advirtió que no estaba preparado para
esa aventura y del gran peligro que esa empresa significaba, con la Unión Soviética a
sus espaldas. Por lo que resolvió cambiar de estrategia, doblegar a Inglaterra con su
poderosa fuerza aérea y su moderna flota submarina.
Leía entonces en la prensa que Hitler amenazaba con cubrir con sus aviones el cielo de
Gran Bretaña. Asimismo esperaba tener pronto una bomba atómica fabricada por los
genios alemanes, como Von Braun y otros. Pero Inglaterra era un hueso duro y difícil
de roer. Sin embargo, ni su fuerza aérea ni sus submarinos pudieron doblegar a
Inglaterra tan fácilmente como él pensaba. Como tenía un poderoso ejército a
disposición, tanques y artillería, resolvió una nueva “blitz krieg”–guerra relámpago– y
como era un creído, soñador y arrebatado, sin pensarlo mucho decidió liberar a
Europa del “peligro rojo”, a pesar de que Von Ribentropp y Molotov habían suscripto
un pacto de no-agresión.
Muchos quedaron asombrados por la facilidad con la que el astuto Stalin aceptó ese
pacto que, como se comentaba en la prensa de entonces, era una trampa para que
Hitler emprendiera un desembarco a Inglaterra y entonces atacarlo por atrás. Stalin era
ladino, muy inteligente, buen estratega, muy cauteloso y precavido que, como ya
mencioné, por más que fuera un empecinado perseguidor y asesino de los jerarcas
judíos en la cúpula soviética, por precaución y para no ser tildado de antisemita no
mencionaba esa identificación. Para alertar a sus más fieles camaradas rusos que lo
cuidaban día y noche, decía “ellos” o los “extranjeros”, culpándolos siempre de ser
contrarrevolucionarios. Él tenía bien en claro que, derrotando al nazismo, tendría el
camino abierto al resto de Europa lo que sería convertir en realidad su preciado sueño
de extender el comunismo en toda Europa.
Al verse en la guerra, la marina alemana entró de inmediato en acción contra la inglesa,
cuya primera pérdida fue el transatlántico Athenía, torpedeado por un submarino. A
pesar de su superioridad marítima, Inglaterra fue atacada por submarinos,
bombarderos, las nuevas minas magnéticas y por navíos corsarios. Con eso,
numerosos buques, durante días y noches, iban al fondo del mar. El 14 de octubre de
1939 se difundió una impactante noticia. El U47 había burlado la dificilísima entrada
de la base inglesa más segura, Scapa Flow, torpedeó y hundió al acorazado Royal Oak y
salió ileso. Éste fue un duro golpe para el prestigio inglés. Más tarde, en una de las
notables batallas marítimas, el moderno acora- zado alemán Bismarck, con su
impresionante poder de fuego, consiguió hundir al orgullo de la flota inglesa, el
enorme acorazado Hood, de 110.000 toneladas, el mas poderoso del mundo, que se
consideraba una fortaleza flotante.
Los ingleses organizaron los convoyes, escoltados por buques de guerra, pero éstos
fueron atacados por grupos de submarinos llamados “Manadas de lobos” que atacaban
a un convoy, se retiraban, y luego de nuevo se lanzaban al ataque, haciendo una
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verdadera masacre hundiendo decenas de buques en cada opera- ción. Como estaban
equipados con motores diesel, podían salir a la superficie y desarrollar una gran
velocidad, superior a los cruceros ingleses. Entre otras tantas pérdidas, ocho de estos
UB habían hundido nada menos que treinta y dos barcos de un convoy, en ataques que
duraron cuatro noches consecutivas. Esos éxitos enloquecen a cualquiera, y en especial
al altanero Hitler.
Al derrotar a Francia y ocupar sus costas occidentales, los bombarderos alemanes
hacían estragos en los buques de cabotaje, en el litoral oriental y en el Canal de la
Mancha, y en pocos meses hundieron 192 barcos. Aparecieron tam- bién las rápidas
lanchas torpederas. Hasta fines de 1940, según una publicación posterior a la guerra,
Inglaterra había sufrido las siguientes pérdidas: buques hundidos, por UBoot,
2.600.000 tn; por las minas, 772.000 tn; por bombarderos 583.000 tn; por buques
corsarios 514.000 tn y por las rápidas lanchas torpederas 48.000 tn. De esa cantidad,
sólo en 1940, fueron hundidos 1.059 barcos.
Al ver que la flota inglesa perdía cada día más y más buques y la Luftwaffe ganaba los
cielos sobre Inglaterra, tal era el temor a una invasión alemana, que en las ciudades
costeras cambiaban las indicaciones del tráfico para desorientar a los invasores.
Leíamos en los diarios las declaraciones del premier inglés, Winston Churchill, quien
aseguraba que Inglaterra no se rendiría jamás. Si Gran Bretaña era invadida, él
trasladaría el gobierno a Canadá y desde allí proseguiría la guerra.
Hace poco salió en la prensa que, en junio del año 1940, Inglaterra estaba casi a la
deriva. Justo en esa época se escuchó, en Europa, el famoso discurso de Winston
Churchill, en el Parlamento británico: “Seguiremos luchando hasta el fin, lucharemos
en los mares y en los océanos, lucharemos en el aire y defenderemos nuestra isla,
cueste lo que cueste. Lucharemos en los campos y en las montañas, lucharemos en las
calles y en las casas; ¡ jamás nos rendiremos!”.
Sin embargo, dos hechos levantaron el ánimo de los británicos: uno, sin duda, fue la
evidencia de que los nazis preparaban la suicida operación Barbarroja (el ataque a
Rusia) y otro, que sorprendió a medio mundo, el no esperado por nadie vuelo a
Inglaterra del Reichsministro, Rudolf Hess.

EL ENIGMA DE RUDOLF HESS

Nació en 1894 en Alejandría –Egipto–, donde su padre operaba como comerciante. Al


escuchar a Hitler hablar en un meeting, Hess había dicho: “Éste es el hombre que
salvará a Alemania”. Se afilió al partido “Nazional Socialista” y pronto llegó a ser el
hombre de mayor confianza del Führer, nombrado como el segundo en la jerarquía
nazi. Sin embargo, el nombre de Hess lo escuchaba rara vez. Fue un hombre de poca
publicidad y no le gustaba la aparición pública.
Antes de ponerse en marcha el ataque a Rusia, Rudolf Hess decidió volar a Escocia en
su excéntrica misión de paz, para entrevistarse, según se comentaba, con el duque de
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Hamilton, a quien había conocido en los juegos olímpicos de 1936, en Berlín. En la


tarde del día 10 de mayo de 1941, cuarenta días antes del ataque a Rusia, desde el
aeropuerto militar de Ausburg, en Baviera, R. Hess se preparó para un vuelo solitario.
Como experto piloto abordó un avión de combate, Messerschmitt, para dirigirse a los
dominios del Duque. Como el gobierno nazi no dio ninguna información oficial, se
tejieron entonces muchas hipótesis; los ingleses tampoco proporcionaron datos
fehacientes.
En ese vuelo, Hess pasó dos veces sobre los terrenos de Dungavel House, el hogar del
Duque, pero para desorientar cayó en paracaídas a 45 km de distancia. Fue capturado e
interrogado antes de llegar a su proyectado destino. Como no quería dar su verdadero
nombre, se identificó con nombres apócrifos, lo cual perjudicó su credibilidad y su
misión “personal”, al tratar de convencer a los ingleses de llegar a un pacto contra
Rusia. Pero el enojo de los ingleses por los eficaces ataques aéreos y marítimos nazis
no daba lugar a ninguna reconciliación.
Hess no logró su extravagante y ambicioso propósito y se sumió en una profunda
depresión. Quedó prisionero durante cuatro años, en Inglaterra, bajo estricta vigilancia.
Los médicos que lo atendían nunca sabían con seguridad si los males de los que se
quejaba eran reales o imaginarios; si las sensaciones de persecución que parecía sufrir
eran genuinas o simuladas; si estaba mentalmente desequilibrado o perfectamente
cuerdo. Se llegó a creer que el verdadero Hess había muerto al estrellarse su avión, o
abatido sobre el Atlántico, y que el prisio- nero era un sustituto enviado por los nazis,
como se comentaba entonces.
En el juicio de Nüremberg, Hess permaneció durante horas estático, con la mirada
perdida. Fue condenado a cadena perpetua, quedó varios años como el único
prisionero en la enorme cárcel de Spandau que los cuatro aliados se turnaban cada mes
para custodiar, bajo el impresionante y costoso operativo que el pueblo alemán tuvo
que soportar, además de los gastos de todos los ejércitos de ocupación de las cuatro
potencias.
La duda acerca de la identidad del prisionero Nº 7 nunca se disipó. Se sa- bía que el
verdadero Hess tenía una herida en el pecho, de la Primera Guerra Mundial, pero a
éste no se le encontraba. Incluso por años se negó a recibir a su esposa, Frau Hess.
Tampoco quiso reunirse con Albert Speer, el ex ministro de producción de guerra, que
fue otro de los reclusos. El preso Nº 7 no podía recordar su pasado, y el enigma de
Rudolph Hess quedó para siempre.

LA OPERACIÓN FÉLIX Y EL ASTUTO GENERAL FRANCO

Durante la segunda mitad del año 1940, una vez derrotada Francia, se inicia- ron
febriles conversaciones entre Hitler y Franco para la ocupación del estrecho de
Gibraltar. Los españoles estaban de acuerdo con entrar en la guerra, pero que- rían que
Hitler les asegurara tres cosas: armamentos, alimentos que les faltaban y en especial la
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reivindicación sobre las colonias francesas en el norte de África.

La estrategia de bloquear el Mar Mediterráneo consistía en un ataque simultáneo de la


flota italiana y la ocupación del Canal de Suez. Alemania, con todo su poder aéreo y de
submarinos, atacaría a la flota inglesa en las inmediaciones de Gibraltar. Además, con
un ataque en gran escala, de artillería de todo tipo, y con bombardeos stukas (de
picada) demolería a la fortaleza de Gibraltar. Para eso se trasladaría también artillería a
la ciudad de Tánger, en la costa de África, y se contaría con la flota española y quizás
con la francesa, ya que las relaciones del Führer con el mariscal Petain (jefe del
gobierno autónomo francés en Vichy) eran muy cordiales.
Para la entrevista acordada, para el día 23 de octubre de 1940, en Hendaya, Franco ya
se había reunido con sus generales, quienes le manifestaron que no debía aceptar
imposiciones de Hitler, por temor a quedar dominados. En la entrevista Franco le
declaró que la situación económica de España era muy difícil. Sería necesaria una
ganancia territorial sustancial para poder unir a los españoles y no dividirlos aún más.
Al escuchar todas las pretensiones territoriales de Fran- co, Hitler le manifestó que por
más que Francia se encontrara derrotada, para mantener un equilibrio, el nuevo orden
de Europa no podía construirse sin la cooperación de los franceses y era necesario
conversar con el mariscal Petain, el viejo héroe francés de la Primera Guerra Mundial,
al cual Hitler trató con suma consideración después de la derrota.
Por entonces la opinión general en Europa era que Alemania pronto invadiría
Inglaterra. Mientras duraban estas maratónicas tratativas con España, el 28 de octubre
de 1940 Italia atacó a Grecia, lo que se convirtió en un verdadero desastre; con lo que
la toma necesaria de Suez, por parte de Italia, era imposible. El terco caudillo español,
Gral. Franco, insistía en sus demandas territoriales; Hitler no quería ofender a los
franceses, por lo que prefería destruir Gibraltar con sus poderosos bombarderos
“Stukas”. Pero los rápidos e imprevistos avances de los acontecimientos frustraron sus
propósitos. Sin duda, el astuto gallego daba tantas vueltas porque quería ver cómo se
desarrollaría la batalla contra Inglaterra. Además, la situación se complicó aún más con
la invasión a Rusia. En consecuencia, la España de Franco se quedó sin Gibraltar, pero
se salvó de entrar en la guerra y ser perdedora, con las consecuencias que eso
significaba frente a los poderosos e insensibles aliados.

MIS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS EN BELGRADO

Por haber empezado a ir tarde a la escuela, y perdido un año con el comunismo, recién
en mayo de 1939, a los 21 años, concluí mis estudios secundarios. Mi gran dilema era
qué estudiar. Me gustaba mucho la ingeniería, pero en Sofía no existía esa disciplina.
Alemania desde siempre atraía a los estudiantes búlgaros con becas y además con la
gran ventaja del 33% de descuento que hacían en el precio del marco alemán.
Sin embargo, la situación en aquel momento no era para pensar en eso, debido a la
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guerra que desataron los nazis. Además, no hacía mucho que yo me había despegado
de mi fanatismo marxista y les tenía todavía odio a los alemanes. Los consideraba a
todos nazis, o sea que para mí Alemania estaba llena de la tenebrosa Gestapo (policía
secreta) y de los soberbios S.S., hacia los cuales los instructores marxistas nos habían
inculcado un miedo y odio espantosos. A pesar de que me aseguraban que los
estudiantes extranjeros, allí, no tenían problemas de ninguna clase, ese miedo me costó
estudiar casi tres años en universidades de segunda categoría. ¡Un grave error!
Como ya había cumplido la mayoría de edad pude vender una hectárea de la pequeña
fracción de tierra heredada, lo que me sirvió para iniciar la carrera universitaria. Con un
amigo decidimos comenzar los estudios en Belgrado, capital serbia y de Yugoslavia, un
país limítrofe y de aparente tranquilidad, donde esperaba poder trabajar y
desenvolverme con mis humildes recursos.
El viaje a Yugoslavia fue particularmente trascendente. Visitaba Sofía, la capital búlgara
por primera vez y además, por primera vez salía de las fronteras de mi patria, con lo
cual me convertía en un “ciudadano del mundo”, según decíamos en el Comsomol
(juventud comunista). Ese año resultó durísimo. Administraba mis escasos recursos
con tacañería. Belgrado, (la ciudad blanca), es una bella capital; la mayoría de sus
edificios son de color blanco, de allí se origina su nombre. A fin de gastar lo menos
posible, busqué una habitación en la casa de una familia humilde. Allí me encontraba
cómodo y en ocasiones solía compartir un plato de comida en la mesa familiar de
gente obrera.
El invierno, de 1939-40 fue riguroso y me sorprendió sin ropa adecuada, por lo que me
enfermé de neumonía; pasé un tiempo en cama y para no afligir a mi madre no le hice
mención de ello en mis cartas. Me cuidaba solícitamente una agraciada jovencita. Le
agradaba cantar sentada junto a mi lecho. Resultaba placentero escuchar sus
melancólicas canciones folclóricas de Serbia y Macedonia. Por lo que la cama no
parecía ya tan molesta. A pesar de mi restablecimiento continuó buscando mi cercanía.
Al levantarme, su padre, un celoso serbio, sin preámbulos ni explicaciones dispuso que
me mudara de su departamento.
Aunque buscaba trabajo no se conseguía, y menos para un estudiante extranjero. En un
restaurante conocí a un búlgaro que trabajaba en calidad de mozo. Intenté hacer
exactamente lo mismo en un pequeño comedor. A los pocos días me pasaba de listo
con la bandeja haciendo piruetas, hasta que un día salió un plato volando y fue a dar
sobre un atónito cliente. Cuando se apaciguó el escándalo, estaba ya despedido.

Como yo era un admirador de Francia, por eso estudié francés en el secunda- rio y no
alemán o inglés, como hacían los demás alumnos, quería alistarme en el batallón que se
preparaba para ir a defenderla. Sin duda era una locura. La guerra terminó mucho antes
de lo que uno se imaginaba. Claro, yo era un admirador de los principios de la
Revolución Francesa. Los gritos de: Liberté, égalité y fraternité me llenaban de
satisfacción.
En esos tiempos perdía fácil de vista que esa misma revolución costó la vida de
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millones de seres humanos. Que poco después, en 1804, la revolución llevó al


ambicioso Napoleón Bonaparte nada más ni nada menos que a ser emperador de
Francia. Con un gran poder y una fastuosa aristocracia que no existía hasta entonces.
Sin embargo los franceses siguen adorándolo. Napoleón, Hitler y Stalin
ensangrentaron a toda Europa.

LA NECESARIA INVASIÓN A YUGOSLAVIA

Los estudiantes, generalmente, estábamos al tanto de lo que sucedía en política


europea. Como yo tenía ya 22 años y estaba bien informado, me interesaba mucho
saber qué pasaba en Europa con la guerra que desataron los nazis. Se insistía en que
Hitler tendría que pasar por Yugoslavia, no por meros intereses expansionistas, sino
por una necesidad estratégica, porque constituía un paso obligado hacia Grecia y,
desde allí, a sus islas en el Mediterráneo y así aliviar la situación del legendario mariscal
Rommel, que luchaba desesperadamente, en África del Norte, contra los aliados y
porque estaba prácticamente sin municiones. Sus famosos tanques no tenían
combustible para avanzar.
Abandonado y hasta saboteado por los italianos, sus propios aliados, la flota enemiga
tenía libre circulación por el Mediterráneo, desde Gibraltar, Egipto y el Canal de Suez.
El gobierno de Yugoslavia y representantes de los pueblos metidos en la bolsa serbia
querían dejar pasar a las tropas alemanas para Grecia. Incluso se firmó un acuerdo con
Alemania, pero ese gobierno fue derrocado por los chauvinistas serbios, que se
oponían tenazmente. Por lo que era inevitable una invasión. En consecuencia,
proseguir en Belgrado sería una imprudencia y no nos equivocamos. Todo sucedió tal
cual se pronosticaba. El dilema era qué hacer, adónde ir. Aunque Alemania había sido
la mejor alternativa para muchos que se fueron allí, para mí, el miedo a los nazis era
más fuerte.

MIS ESTUDIOS EN BRATISLAVA - SLOVAQUIA

Hitler había invadido Checoslovaquia, para liberar a la región de Sudetenland, poblada


por alemanes, de la que los checos se apoderaron después de la Primera Guerra
Mundial, como un obsequio de los aliados. Por ello el pueblo eslovaco aprovechó la
oportunidad para independizarse y formar su propio Estado. Cabe destacar que tanto
la región Checa como Slovaquia formaban parte de del Imperio Austro-Húngaro. El
primer presidente de Slovaquia fue un demócrata, un prelado de la iglesia católica,
monseñor Tiso. En consecuencia, con varios com- pañeros decidimos proseguir
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nuestros estudios en Bratislava, su capital. La gente de Eslovaquia era encantadora y


singularmente acogedora. A pesar de haber sido liberada por los nazis del poder checo,
se mantuvo totalmente neutral, al igual que Bulgaria, si bien los nazis utilizaban
también su territorio para llegar a Rusia. Sólo algunos voluntarios fueron a luchar
contra el comunismo.
Se gozaba allí de una libertad que, ciertamente, empezaba a perderse en otras partes de
Europa. El nivel de vida se mantenía prácticamente como en la pre- guerra.
Funcionaba, en la capital eslovaca, un instituto de apoyo a los estudiantes pobres,
“Y.M.C.A.”, que me benefició mucho. En la federación checoslovaca todo estaba
concentrado en la región checa de Brno y Praga, mientras en la capi- tal de Slovaquia,
Bratislava, sólo se podía cursar la primera parte de ingeniería. Al cabo de los cuales se
otorgaba un certificado de “Candidato a Ingeniero”, con las asignaturas aprobadas y
las notas obtenidas. Este hecho, y muchos otros, explican por qué los eslovacos se
independizaron del fanatismo checo, los cuales por ocupar la zona de los Sudetes
alemanes fueron la causa de la invasión nazi. Un día se propaló que el mariscal Keitel,
uno de los máximos lideres nazis, estaría en Bratislava.
Todo el mundo se dio cita en la gran avenida por donde iba a pasar. Yo, como siempre,
era muy curioso, así que no podía faltar. Escuché los aplausos y vi que se acercaba un
Volkswagen descubierto y, parado allí, se desplazaba el por entonces renombrado
mariscal, que fuera uno de los más íntimos del Führer. Debo reconocer que tenía una
pinta bárbara. Alto, bien plantado, como un buen nazi, aunque era un militar de los
viejos cuadros prusianos. Estaba ornamentado con quien sabe cuántas órdenes
militares. Mientras que en la mano izquierda sostenía el bastón de mariscal, con la
derecha, bien estirada, hacía el famoso saludo nazi. Si bien me impresionó mucho, no
por ello me sedujo como para aplaudirlo, como lo hacía todo el mundo, quizás por
gratitud de haber sido liberados del dominio checo.

EL EXTRAÑO EXAMEN DE GEOLOGÍA, Y LA HORA 10

Prosiguiendo con mis estudios en Bratislava, mi último examen fue Geología. El


profesor era un “ruso blanco”, inmigrante de la revolución bolchevique, viejo y de mal
genio. Había convocado a examen final justo un día antes de que se reuniera el consejo
que nos otorgaría el preciado certificado que acreditaría la aprobación de la primera
parte de la carrera de Ingeniería. Cuando el asistente pronunció mi nombre y antes de
que yo subiera al podio, ya el profesor había lanzado la pregunta: “Koralsky, ¿cómo se
llama el agua lechosa que existe en algunas costas de Australia y se forma a
consecuencia del batido de las olas contra las formaciones rocosas de corales?” La
verdad es que jamás había escuchado nada de eso. Tuve la sensación de que el piso se
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me hundía. Tenía memorizado el nombre de más de doscientas piedras y minerales que


se exhibían en la sala de práctica. Con sólo ver la mues- tra, podía identificar y hablar
del período de formación, peso, resistencia a la presión y hasta el sabor de cada
mineral, pero nada de eso me preguntó.
Acto seguido se lanzó con la segunda pregunta. “Dígame: ¿Cómo se denomina la nieve
gris que se encuentra en el polo Norte, cuyo color proviene del polvillo suspendido en
el aire de la arena del África y que los vientos transportan a gran altura hasta el Polo?”
Mis com- pañeros y yo quedamos atónitos. Faltaba el golpe de gracia y era éste. No
sabía nada de la nieve gris. No tuve otra alternativa que reaccionar y exclamé:
“¿Profesor, por qué no me interroga sobre Geología?” Encolerizado me replicó:
“¡Usted no sabe nada, retírese!”, y llamó al siguiente estudiante. Tendríamos que
repetir el semestre los que reprobábamos y, en mi caso particular, resultaba
catastrófico.
Esa noche tuve un sueño premonitorio: un río profundo y turbio me arrastraba. La
orilla estaba a mi alcance. Estiraba las manos para sujetarme a los arbustos que había,
hasta que, finalmente, podía salir de las correntadas. Me senté en la orilla a observar el
turbulento río. Me desperté y al pensar en mi sueño, rápida- mente interpreté su
sentido. El río furioso era mi fallido examen. “Entonces voy a aprobar”, pensé.
Riéndome como un loco grité a mi compañero de habitación Dimo: “Mañana voy a
obtener el bendito certificado”. “Estás en la lona, así que déjame dormir”, contestó él
enojado.
Al día siguiente fui a la politécnica a ver qué novedades había. Antes de tras- pasar el
umbral miré el gran reloj que había encima del portal. Marcaba las diez de la mañana.
Justo al traspasar el umbral, desde el fondo del largo pasillo, una voz gritó:
“Koralsky...” Era el asistente del profesor. “Traiga el estampillado”, requirió. Mientras
yo, corriendo a su encuentro, pregunté: “¿Y el profesor?”, interrogué con la suposición
de que debía rendir nuevamente. “Traiga urgente el estampillado que se hace tarde, el
Consejo se reúne a las once.” Considero que el estimado lector habrá interpretado que
mi intensa aflicción y mi estado de relajación sobre el lecho produjeron una empatía
con la mente de aquel injusto y arbitrario profesor.

Hice según se me ordenaba y vi cómo agregaba la estampilla sobre el certificado que


estaba firmado por el profesor. No entendía nada de nada. En aquel papel se
consignaba que había aprobado Geología. Pero “¿Y el examen?”,
–pregunté–. “Nada de examen”, replicó el asistente. Mi angustia había influido
telepáticamente en la mente del lunático profesor haciéndole entender la injusticia
cometida conmigo. Al salir de la politécnica, como si volara de felicidad, pensé: “ya soy
candidato a Ingeniero”. “Dios es inmenso”, repetía al modo de los árabes: “Allah
Akbar”.
Me sentí rebosante de felicidad, avizoraba un futuro brillante porque Dios estaba junto
a mí y me lo demostró. “Soy un BOGOMIL”, pensaba, “un querido por Dios”,
porque el día anterior habían reprobado varios compañeros y sin embargo yo era el
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único, el “elegido”. Esa sensación me acompañó prácticamente toda la vida. A los tres
días estaba en posesión del anhelado certificado. La hora “diez”, de aquel día se habría
de grabar en mi subconsciente, una marca indeleble, como veremos más adelante.
Para proseguir con mis estudios me quedaban dos caminos. Ir a Praga, controlada por
el nazismo, o ir directamente a Alemania. Me decidí por la segunda opción, como lo
hacían miles de estudiantes búlgaros. La vida en el Tercer Reich era barata, nuestros
cigarrillos se consideraban el “oro blanco” búlgaro y, en el mercado negro, se
cotizaban muy alto. Esperaba noticias de unos condiscípulos que se habían trasladado
a la ciudad alemana del noroeste: Braunschweig, donde funcionaba la prestigiosa
Politécnica “Duquesa Caroline”. Las noticias demora- ron mucho y en lugar de
estudiar alemán, que tanto necesitaba, por la antipatía que sentía contra los nazis, me
dedicaba a jugar ajedrez en las dependencias del Y.M.C.A.

***
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CAPÍTULO III

LA CATASTRÓFICA INVASIÓN A RUSIA

Hitler, al verse impedido de invadir fácilmente a Inglaterra, optó por lo más factible:
atacar a Rusia. Estaba cebado por los éxitos contra Polonia y Francia y quería seguir
con la Blitz Krieg. Nadie podía pararlo. Era omnipotente. En la primavera europea de
1941, los nazis, con toda prisa, se alistaban para esa empresa. Por los suburbios de
Bratislava, día y noche se escuchaba la marcha de los trenes de carga, sobre los cuales
se observaba que transportaban grandes cajones de madera. Para ninguno de nosotros,
los estudiantes, era novedad que la invasión a la Unión Soviética fuera inminente.
En las vacaciones de junio de 1941, una veintena de estudiantes búlgaros, en lugar de
atravesar Hungría y proseguir por el territorio de la desmembrada Yugoslavia para
llegar a nuestra patria, según lo hacíamos siempre, decidimos realizar el viaje por
Hungría, Transilvania y de allí a Bucarest, la capital de Rumania. Era una monarquía
constitucional viciada de libertinaje. Tenía especial interés en conocer a nuestro vecino
del norte, la nación más rica de la región, de la cual sabía muy poco.
Rumania explotaba la agricultura, la madera de sus hermosos bosques y sus pozos de
petróleo. Dicha riqueza era importante para la maquinaria bélica de Hitler, con la
promesa de devolverle la provincia de Moldavia, arrebatada por los rusos, que hoy
quedó independiente por el poder de la comunidad que allí reside. En la noche del 20
de junio de 1941, al llegar a Bucarest, nos avisaron que el tren no proseguiría para
Bulgaria. La mayoría dormimos en los vagones, estacionados frente a la estación,
ahorrándonos así el alojamiento. Despertamos por la mañana del trágico 21 de junio,
un día sábado, en medio de un gran alboroto. Observábamos trenes que cruzaban en
todas direcciones colmados de soldados, algunos sobre los techos o colgados de los
pasamanos. No entendíamos lo que sucedía, pues no encontrábamos quien nos
explicara. Resultaba extraño que en un país rico sus soldados vistieran uniformes
rotosos. Sin duda, la corrupción generalizada que lo aquejaba podía explicarlo. Además
se comentaba que los grandes capitalistas ya conocidos eran los dueños de todo el país.
Al ver los diarios entendimos. Hitler había ordenado la invasión a Rusia. Una
inexplicable barbaridad. Parecía el fin del mundo. A pesar de la gran amenaza soviética,
nadie hubiera imaginado que se llevaría a cabo una locura semejante, tan deprisa. Con
esto Hitler demostró su inestabilidad e inmadurez estratégica. Después de haber
firmado dos años antes un tratado de no-agresión con Rusia.

Algo así hizo Napoleón, quien había firmado un pacto de amistad “eterna” con el zar
ruso Alejandro I y, sin embargo, lo atacó y pagó caro su falta de palabra. Los éxitos
obtenidos en los primeros meses eran grandes; al tener un gran territorio dominado,
con cuatro millones de prisioneros capturados, según se propagaba; la mayoría de ellos
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eran ucranianos que se resistían al comunismo de Stalin. El Führer enloqueció y se


consideraba invencible, pero se equivocó: el invencible era Stalin.
Sin embargo, Hitler había extendido por miles de kilómetros los frentes de batalla y no
sólo contra el coloso soviético, sino contra Inglaterra, en las costas atlánticas y hasta en
las lejanas costas africanas, y con eso había distraído mu- chas fuerzas militares. Como
las tratativas con Yugoslavia y con Bulgaria para pasar a Grecia con permiso, sin
guerra, demoraron más de la cuenta, Hitler empezó tarde la campaña contra Rusia.
Cabe destacar que por más que al norte del Danubio, el Feldmarschal List, con
700.000 hombres, en Rumania esperaba la orden del Führer para cruzar por Bulgaria
hacia Grecia, eso no se llevó a cabo hasta que nuestro rey, Boris III, se decidió, cuando
Hitler prometió entregarnos los territorios que nos habían sido usurpados en la
Primera Gran Guerra, tanto por Serbia y Grecia como por la misma Rumania. Este
logro justifica por qué los ejércitos alemanes eran vitoreados con flores a su paso. Al
conquistar el territorio de Bielorrusia de hoy y su capital, Minsk, los ejércitos alemanes
se dirigieron a Smolenks, en dirección a Moscú. Aunque la invasión parecía cosa fácil,
al llegar allí los nazis encontraron algo totalmente imprevisto.

EL COMIENZO DEL DESASTRE

La fortaleza de Smolenks estaba defendida por la nueva y famosa artillería rusa


“Katiuscha”, cuyos proyectiles, vistos por primera vez, explotaban en el aire y las
esquirlas herían, por debajo suyo, todo a su alrededor. Los alemanes tuvieron muchas
víctimas y demoraron como dos meses su avance. Esa liviana artillería, de corto
alcance, era más eficaz que los grandes cañones. Porque al herir tan solo un tercio de
los atacantes, los demás compañeros debían sacarlos a salvo. Era un desastre, mientras
los grandes cañones podían matar a la mitad de los soldados atacantes pero los demás
seguían su avance. Causa gracia que 60 años después los llamados “Hezbollah” en el
Líbano, con esas viejas y oxidadas armas, ata- caban Israel. Por más que los alemanes
llegaron a 25 km de Moscú, sus tanques no pudieron avanzar más por las intrincadas
defensas y trampas que los rusos habían aprovechado construir durante días y noches.
Además, había empezado el tiempo de las lluvias y el barro.

Al avanzar los ejércitos alemanes sobre Rusia se encontraron con un gran


inconveniente. Las trochas de los ferrocarriles europeos eran más angostas que las de
los rusos, por razones estratégicas. No sólo debían ajustar los rieles y colocarlos a la
distancia necesaria, sino que el equipo rodante, los vagones y las locomotoras rusas no
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podían ser utilizadas. La gran movilidad automotriz necesitaba mucho petróleo, ya que
los pozos de Rumania no bastaban. Por eso, mientras Hitler quería llegar a los pozos
petroleros rusos en Batum y Bakú, los ingeniosos alemanes se vieron obligados a
destilar el carbón natural del Rhur y, de él, sacar combustibles líquidos. Un trabajo
extremadamente difícil y costoso. Por entonces todo el mundo comentaba que
Alemania no estaba preparada ni pertrechada para una guerra contra el enorme
“coloso soviético”, contra el formidable poder de Stalin.
Leíamos que el mariscal Walter von Brauchitsch, comandante general del ejército
regular alemán de los viejos cuadros, propuso un retroceso de al menos 100 km para
pasar mejor el invierno. Sin embargo, el ya vanagloriado y desequilibrado Hitler
gritaba: “El ejército alemán no retrocederá jamás”. El hasta entonces triunfante
Führer, en todo lo que emprendía no podía admitir un fracaso por más lógico que
fuera.
Por ello gritaba y culpaba a sus generales, alabándose de que la fácil derrota de Polonia
y Francia se debía a sus planes. Por eso, empezó a tomar las decisiones él mismo, sin
tener en cuenta los consejos de los viejos y experimentados generales. Sin pensarlo
mucho destituyó al mariscal von Brauchitsch, y se nombró él mismo como
comandante general de toda la fuerza armada de Alemania. ¡Qué locura! Un ex cabo en
la Primera Guerra Mundial, hoy comandante general de un formidable ejército regular.
Todo el mundo comentaba que los nazis estaban preparados solamente para una
guerra relámpago. Creían ingenuamente que, en dos meses, podían arrasar Rusia,
tomar Moscú y derrocar a Stalin. El principio
del desastre no se demoró y le cayó encima. Al no estar preparados para un invierno
tan crudo, que llegó a 40°C bajo cero, solo frente a Moscú, murieron cien mil soldados
regulares alemanes por congelamiento. Una impresionante tragedia, causada por un
enloquecido dictador.
Otros tantos miles quedaron inválidos. Las indefensas tropas sufrieron constantes
embestidas por parte de los rusos, que estaban bien pertrechados con ropa bien
preparados para los ataques por sorpresa. Algo parecido a lo que hicieron cuando
Napoleón se retiraba de Rusia. Me acuerdo que en ese tiempo se pedía con urgencia
ayuda de ropa de abrigo y frazadas a los países amigos. Sin em bargo, hasta que se
organizaron las donaciones, que no eran muchas, y llegaron al lejano frente, lleno de
obstáculos y, sumado a eso, también el congelamiento de los motores de los vehículos,
hicieron que el sufrimiento de los millones de soldados alemanes por falta de
alimentos, abrigo adecuado, pertrechos militares y medicamentos en los lejanos frentes
del inmenso territorio enemigo, fuera espantoso.
Mandar a morir congelados y de hambre a cientos de miles de soldados regulares
alemanes fue sin duda el peor crimen cometido por Hitler al imponer su necia
voluntad. Porque no fue sólo el desastre frente a Moscú, sino en muchos otros frentes,
como la tragedia de Stalingrado y Leningrado. Lo que los ejércitos lucharon y
sufrieron, era realmente una obra titánica. Todo eso por salvar a Europa del
comunismo que tenía una tremenda propaganda y demoledora penetración, pero
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apresurado y mal preparado. Hitler creía que al destruir el comunismo sería


proclamado “el Salvador de Europa”. Por eso no debe sorprender ni extrañar que
muchos europeos, sin ser nazis, se alistaran como voluntarios junto con los ejércitos
alemanes en los frentes de batalla. Fuera de la activa participación de países como
Hungría y Rumania, en la guerra estaba también el famoso general zarista Vlasov,
quien había organizado un ejército de 200.000 hombres, especialmente entre los
llamados “rusos blancos”, o sea los que fueron contrarios a los “rojos” y que muchos
estaban exiliados en los países europeos.
Había también regimientos de voluntarios provenientes de Italia, la ex Yugoslavia,
Bélgica y Holanda, entre otros. La unidad más memorable de todas era el regimiento
francés “Charlemagne”, que luchó encarnizadamente para la defensa de Berlín contra
la embestida soviética. Hasta el padre del general norteamericano John Kaligaschvily,
que era comandante de la NATO y comandante en jefe de las fuerzas armadas de
EE.UU., era uno de esos voluntarios.
El resto lo ha registrado la historia, al gusto e interés de los aliados. Lo ri- sueño era
que, en los primeros tiempos de la guerra, Stalin se quejaba de que desconocía el
propósito nazi, por el cual sufrió inicialmente tantos reveses militares. Otro tanto
ocurrió con Hitler de quien, después de sus fracasos para el año nuevo de 1943, lo
escuché quejarse amargamente en su discurso: “Wir haben nie geglaubt dass die
Rusen...”. Algo así como: “Nosotros jamás creímos que los rusos tuvieran tantas armas
y divisiones en pie de guerra; tantos tanques y artillería”. Al loco de Hitler quizás se le
puede creer, porque Rusia era realmente impenetrable. Pero que Stalin se sorprendiera,
cuando había tantos agentes soviéticos infiltrados en toda Europa, era difícil de creer.
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MIS ESTUDIOS EN ALEMANIA EN GUERRA. UNA SORPRESA

Con el fin de viajar a Braunschweig tomamos inicialmente el tren desde Bratislava a


Viena, donde llegamos de noche. Ninguno de los tres compañeros de viaje hablábamos
alemán, por lo que debimos arreglarnos en lengua eslovaca, ya que Viena y Bratislava
están muy cerca y por siglos formaban parte del majestuoso Imperio Austro-Húngaro.
Corría marzo de 1942. Lo que más nos llamó la atención era que la por mí temida
Gestapo (policía nazi) no apareciera. Y ese fenómeno prosiguió en todos los años que
estudié en Alemania. En plena guerra nunca nadie me pidió documentos de identidad;
parece mentira. El lector verá más adelante cómo se mantenía el orden. A la
medianoche ascendimos a otro tren, vía Breslau, hacia Berlín. Dejamos en la estación
nuestros equipajes, y aprovechamos para conocer la capital de ese gran país durante
dos días.
Los aviones aliados ya hacían incursiones para bombardearla, pero todavía con menos
severidad. Visitamos la célebre confitería “Vaterland”, de ocho pisos. Cada uno estaba
dedicado a una colectividad extranjera. Era un símbolo de la cultura y convivencia
alemana. Desde luego, los búlgaros junto con los yugoslavos también tenían, allí, su
representación. Lo que se podía beber era cerveza y, por cierto, barata; pero no faltaba
también la bebida fuerte que traían los visitantes. No nos iríamos de Berlín sin haber
visitado la famosa Avenida Unter den Linden, arbolada de tilos, y sin haber caminado
bajo la puerta triunfal de Brandemburgo. Con el correr de los años esa arteria
adquiriría celebridad, pues dividiría las dos Alemanias. Sobre ella, además, se erigiría el
tristemente famoso muro de la vergüenza, echado abajo finalmente en 1989.
Según lo previsto, viajamos a Braunschweig. Descendimos en su estación como si
viniéramos de Marte. Llevábamos con nosotros direcciones de amigos, pero
ignorábamos cómo ubicarlos. En aquella Alemania no había taxis y utilizar tranvías
resultaba dificultoso a causa del idioma. Por eso dejamos el equipaje en los
guardarropas y nos bañamos en el vestuario de la estación ferroviaria. Como los
alemanes son un pueblo muy pulcro, esas instalaciones estaban en todas las estaciones.
Felizmente pudimos asegurarnos un sitio para dormir aquella noche. Al día siguiente,
me hallaba alojado en casa de Frau Henschel.
Cuando quedé solo advertí cuán indispensable era aprender el alemán. Llevaba
conmigo un diccionario, un manual sobre preguntas y respuestas y un texto de
gramática bilingüe búlgaro-alemán, pero sin abrirlo siquiera. En realidad me manejaba,
discretamente, en varias lenguas, incluso francés y ruso, pero no en alemán. Un grave
error, fruto de mi anterior fanatismo marxista y erróneamente anti-alemán, del cual me
dí cuenta al vivir entre ellos y conocerlos bien.

MARGOT – UNA NIÑA BONITA


59

El idioma alemán me resultó decididamente impenetrable, pero necesitaba aprenderlo a


toda costa. “Debes buscarte una novia”, me aconsejaban mis compañeros. Pero yo era
tímido, en tal grado que ni siquiera sabía cómo iniciar la búsqueda. Días después
decidí, no obstante, dar unas vueltas en el centro y como no logré ningún adelanto
entré a un cine. Deseaba escuchar alemán. Observé alrededor con detenimiento y
distinguí a una muchacha entre los contados espectadores que había en la sala. Tomé
coraje y me senté a su lado. Era bonita. Nos miramos repetidas veces. Comencé a
transpirar. La intranquilidad me obligaba a cambiar de postura en la butaca a cada
instante. Me olvidé que quería ver la película, hasta que tomé la iniciativa. Los jóvenes
de aquella época no poseían la facilidad de la juventud actual. Junté fortaleza de donde
no la tenía y tomé su mano. Reaccionó sorprendida. “Gut, sehr gut”, dije señalando la
pantalla y como queriéndole expresar que mirara la película, que era muy buena.
Debo hacer notar que a causa de la guerra había pocos jóvenes, por lo que suponía que
se sintió halagada de tener uno a su lado. “¿De dónde eres?”, búlgaro, le repetí varias
veces, mientras me apuntaba el pecho con el dedo índice. Al encender las luces y antes
de que se marchara me presenté: “Vatiu, estudiante búlgaro”. Era una estimable carta
de presentación. “Margot”, me respondió de la misma manera. La invité a caminar
pero ya anochecía y deseaba regresar pronto a su casa. Ya oscurecía y la iluminación
estaba prohibida por los bombardeos. Me ofrecí a acompañarla y ella hizo esfuerzos
para darme a entender que vivía en un sitio retirado en los suburbios. Sin embargo, yo
no quería separarme de ella por miedo a perderla y no verla más; era muy bonita.
Subimos a un tranvía y via- jamos un tiempo prolongado hasta la estación terminal.
“Bien, puedes volverte ya”, me dijo, o al menos, es lo que entendí. Me valía de gestos,
del movimiento de las manos y de las pocas palabras que tenía aprendidas. El manual
con las preguntas y respuestas que llevaba me resultaba inútil en la oscuridad de las ca-
lles. Mis vacilaciones y torpezas idiomáticas le producían mucha gracia. Se reía
muchísimo y poseía una voz dulce. Insistíen acompañarla hasta su casa. Pronto me
percaté de la distancia considerable que había entre la terminal y su domicilio. “Bien,
hasta acá no más. Vivo a la vuelta.” Trató de explicar que pasado un día nos
encontraríamos nuevamente frente al cine. Me dio rápidamente un beso y se alejó
contenta con un “chau, querido Vatiu.” Quedé suspendido en el aire. Tan
inesperadamente había conocido una bonita muchacha que tanto anhelaba.
Lo más notable de una mujer alemana es que cuando llegue el momento de ir a la cama
le diga a un hombre: “Heute nicht ” (hoy no). Eso se debe a que son un pueblo tan
pulcro que una chica quiere estar bien limpia y adecuadamente vestida. No tienen nada
que ver con las francesas, que no quieren perder tiempo y siempre llevan un frasquito
de perfume que tapa todo.
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PERDIDO EN LA NOCHE ROGUE POR ENCONTRAR LA GESTAPO

“...Y ahora, ¿cómo regreso?” La larga explicación que me hiciera, rato antes, Margot no
la podía descifrar. Hice lo único que podía hacer: apelé a mi instinto de orientación. En
principio ubicaría, de ser posible, la estación terminal del tranvía. Caminé largo trecho
sin éxito. Era pasada la medianoche y en Alemania, después de las diez, las calles
quedaban desiertas. Intenté hacer ruido con el propósito de llamar la atención de
alguien, así fuera de la misma policía. ¿Y la maldita Gestapo, de la que tanto miedo nos
inculcaron los instructores marxistas, dónde demonios estaba? Desde mi llegada nunca
los había visto en las calles, y eso me producía una especial tranquilidad. Pero en
aquellos momentos los necesitaba imperiosamente. Cómo podía ser, un país bajo un
régimen dictatorial, en plena guerra y sin policía –me preguntaba–, ¿era un mito?
Pensé en golpear la puerta de una casa, cualquiera, al azar, aun sabiendo de antemano
su inutilidad, dado que hombres casi no había y una mujer sola no se hubiera atrevido
a salir en la oscuridad. Con el agravante de que mi desastrosa pronunciación del
alemán la habría asustado aún más; iba a creer que era un prisionero escapado. Me
detuve para reflexionar. Por suerte escuché unos pasos a la distancia y desesperado me
dirigí a su encuentro. Me aterraba pensar en la posibilidad de que se fueran.
Finalmente, cuando divisé una figura, ordené mis preguntas, me acerqué a él y le dije:
“¿Adónde centro?”. El trasnochado caminan- te parecía ser un obrero. Escuchó
pacientemente mi pregunta y, sin pronunciar palabra alguna, levantó su mano
indicándome, así, la dirección aproximada y prosiguió su camino.
Aproveché para tomar aliento. Eran como las dos de la madrugada. Tropezaba en la
oscuridad, me detenía, descansaba y proseguía adelante. Mis pies no soportaban más,
finalmente me encontré con una avenida que me llevó al centro. Me senté en un banco
de una plazoleta a descansar. Comencé a tiritar, porque estaba sin abrigo adecuado.
Pero la suerte no me abandonó. Topé con un alemán amable, toda una rareza en
aquella zona de Alemania poblada mayormente de prusianos, gente fría y hosca. Le
hice entender adónde vivía: “gut, gut”, dijo el buen alemán y me acompañó unas
cuadras, señaló las vías del tranvía que debía tomar. Le expresé mi agradecimiento y
cuando se alejaba, corrí tras él. “Perdón, señor, ¿desearía un cigarrillo búlgaro?”; desde
luego, me agradeció el gesto su- mamente complacido.
Al día siguiente visité a un compañero, que estudiaba en Braunschweig, a fin de que me
pusiera al corriente de los estudios y la vida en Alemania en guerra. Aproveché para
preguntar sobre la ausencia de la policía en las calles. En el Consomol me habían
instruido de que Alemania estaba llena de la maldita Gestapo y resultó que no la vi
nunca, incluso cuando más la necesitaba. “Una cosa es la propaganda –dijo él– y otra
es la realidad. Alemania nunca estuvo llena de policías pero, eso sí, el único que
encuentra aquí a un policía es precisamente quien le huye, y no hay que tener ningún
miedo. A los estudiantes extranjeros los reconocen desde lejos. No se meten con
61

nosotros. Por más que sepan que tenemos algunos simpatizantes marxistas, jamás les
damos motivos. Además los nazis saben que muchos ingenieros alemanes sucumbirán
en la guerra, por lo que nosotros seríamos una posibilidad para reemplazarlos y además
sus universidades no tendrían que cerrar sus puertas.” Antes de irme, le pregunté: “¿Y
qué hay que hacer con el saludo oficial heil Hitler (viva Hitler)? ¿Se hace levantando la
mano derecha?” “En este país –respondió– sin ese saludo en las oficinas públicas, es
imposible vivir, por consiguiente hay que hacerlo automáticamente, sin pensar”. Al
despedirme, y salir a la calle, reflexioné. Todos los regímenes dictatoriales saben lo que
les conviene: no meterse con los estudiantes. Esa charla me sirvió mucho porque,
después de aquel momento, nunca más les tuve miedo a los nazis. Fue siempre un
orgullo para mí decir que era estudiante búlgaro. Efectivamente, en tres años, en plena
guerra en Alemania, nunca nadie me paró.
En esos años estudiaban allí, en distintas disciplinas, más de diez mil estudiantes
búlgaros, que procedían en su mayor parte de hogares humildes, como en mi caso. Los
que pertenecían a familias pudientes, si no podían entrar en la Universidad de Sofía
(porque existía numerus clausus, o sea cupo limitado), iban a estudiar en lugares más
seguros, aunque fueran muy caros. Tanto en Italia como en Francia.
En Alemania escaseaban muchos productos para los que tenían cierto vicio: un
cigarrillo costaba cincuenta veces más que en mi tierra. Con uno o dos paquetes
mensuales se pagaba una habitación. Ninguno de los estudiantes concurría a los
bancos a cambiar sus monedas por marcos alemanes, a pesar de la obligación que
existía, además del 30% de descuento que nos hacían. Sin duda los nazis lo sabían,
pero lo toleraban. Las autoridades alemanas sabían de qué vivíamos y también que,
gracias a los estudiantes extranjeros, especialmente búlgaros, yugoslavos e italianos, sus
universidades funcionaban. Y gracias también a nuestros cotizados cigarrillos, los
viejos alemanes se daban el gusto de fumar, a veces, un buen tabaco. De los italianos
conseguían el café y de los yugoslavos el chocolate tan deseados. Por más que les
costaba mucho porque son gente buena y melancólica.

Prosiguiendo con Margot, como establecimos, nos encontramos en la puerta del cine.
Parecía ansiosa. Pude observarla entonces con mayor detenimiento. Era delgada pero
proporcionada y dueña de un rostro muy bonito. Al verme llegar se puso contenta.
Besé su mano, con el obligado guten tag, según correspondía a un caballero de la
época. Nos miramos emocionados sin pronunciar siquiera una frase. De pronto
rompió el arrobo y sugirió: “¡Mi querido Vatiu, ahora, a estudiar alemán!”. De
inmediato nos sentamos en un bar. En ese tiempo, principio de
1942, Braunschweig no era todavía bombardeado.

SOLO EN CLASE - UN BOCHORNO


62

A los quince días de practicar el idioma con mi encantadora amiga, decidí entrar a la
Politécnica. De acuerdo a los horarios de las cátedras y por satisfacer mi curiosidad
concurrí a una clase de hidráulica. Yo conocía sobre la puntualidad germana, de suerte
que estuve a la hora exacta en aquella aula totalmente vacía. No entendía por qué no
había asistido nadie, y antes de pensar qué hacer, por detrás entró el profesor y me
sentí atrapado. Cumplió con el clásico saludo heil Hitler, al que respondí. Alistó sobre
el pupitre sus apuntes y comenzó a desarrollar sobre el pizarrón fórmulas, esquemas y
a hablar sin parar. Con un solo alumno, sin embargo el profesor cumplía con su deber.
Para una exposición académica el alemán me resultaba todavía tan incomprensible
como la lengua china. No podía hacerle un desplante al disertante, un excelente
profesor, y aguardé que concluyera la clase. Pero ante mi sorpresa giró la cabeza y me
interrogó. Repitió la pregunta. Le respondí con un alemán chapurreado: Ich, spreche
nicht Deutsch, es decir: “No hablo alemán”. El pobre me miró desconcertado y sin
más juntó sus papeles y se marchó no sin antes murmurar algo así como: “No
concurre nadie a clase y para colmo el único que viene es sordo y mudo”.
Pronto me di cuenta de que siendo Braunschweig una ciudad fácilmente al alcance de
la aviación inglesa, muchos estudiantes se estaban yendo. Mi alemán progresaba. Con
mi adorada Margot visité en diversas oportunidades la bella ciudad de Hannover,
ubicada no lejos, al Oeste. Era el único lugar adonde podíamos amarnos con delirio; yo
era su primer hombre.
Le expliqué a Margot que el pueblo búlgaro merecía también no poca admiración por
su historia y laboriosidad. Le manifesté que Hitler mismo en su famosa organización
“Tod”, con la cual inundó de obras y caminos al país alemán, estaba inspirada en un
modelo búlgaro. Tanto a Alemania como a nosotros, finalizada la Primera Guerra
Mundial, se nos había prohibido mantener fuerzas armadas, salvo en una proporción
muy reducida para la seguridad interna. Por esta razón en Bulgaria se formaron
cuerpos tipo militar sin armas, para realizar diversas obras. Se capacitaba a los jóvenes
en tareas y oficios útiles, a los analfabetos se les impartió instrucción y a los
muchachos del campo a expresarse en forma clara y precisa.
Muchos jóvenes salieron de allí capacitados en oficios como carpintería, herrería,
electricidad, etcétera. Tanto la organización como el vestuario eran de estilo militar.
Aquellos batallones de trabajo, no sólo levantaron nuestro país, sino el nivel del
pueblo. Nuestra juventud llegó a ser una de las más capacitadas en esa región de
Europa, a pesar de que Bulgaria fue la última nación que se liberó de la esclavitud
otomana, en 1879. Pese a las compulsivas contribuciones de guerra, se pudieron
construir obras públicas de magnitud que de otra manera no hubiera sido posible
emprender. Por eso quizá la gente, al capacitarse desde joven, podía construir no sólo
sus casas sino las escuelas e iglesias, porque se los había instruido.
Con Margot aprendí a admirar a los alemanes por su tenacidad, capacidad y honestidad,
e incluso la resignación para enfrentar la vida y la muerte. Quisiera aclarar que mi
delicada novia trabajaba como telefonista en el correo central y por sus manos pasaban
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órdenes militares. Sin embargo, nunca tuvo algún problema por la intimidad que
mantenía con un extranjero. Más tarde, bajo los soviéticos, me di cuenta de que en un
caso similar la hubieran expulsado y hasta enviado a un campo de concentración.
El régimen nazi se hallaba tan ensoberbecido por los logros obtenidos en los años
anteriores a la guerra y a principios de ella, que a modo de burla cruel afirmaban que, si
los judíos eran los elegidos por Dios en el cielo, ellos lo serían en la tierra. Sin ninguna
duda eran ateos, como los marxistas, y la primera vez que entré a una iglesia alemana
recuerdo haber visto al ingresar un busto de Hitler.

LOS PRIMEROS BOMBARDEOS

Braunschweig era un centro industrial de cierta relevancia, por lo que llegó a su turno.
Una noche, las mortíferas cargas se precipitaron sobre una gran fábrica de aviones.
Según los boletines aliados, había sido arrasada por las bombas. A los estudiantes
extranjeros de la Politécnica nos invitaron a conocer las instalaciones de la fábrica, y
poder así desmentir las noticias. Trabajaban en ella cinco mil operarios. A pesar de
haber sufrido, en efecto, dos días atrás, el rigor del bombardeo, el complejo industrial
funcionaba a pleno de acuerdo, claro está, con lo que se nos mostró. Almorzamos en
el comedor obrero. Con la escasez de alimentos, no olvidaré jamás el menú: un
exquisito y bien elaborado guisado de porotos y tocino.
En la ciudad, como en toda Alemania, funcionaban pocos restaurantes y la comida que
se servía era bastante mala. A los jefes que estaban en nuestra mesa, mientras
comíamos, les gastamos una broma: “¡Ojalá pronto haya otro bombardeo! Así nos
invitarán nuevamente a comer”. Los gremialistas nazis se vanagloriaban de que ese tipo
de comida era la que normalmente comían los trabajadores en el nuevo orden
nacionalsocialista. Ciertamente, antes de empezar la guerra contra Rusia los obreros del
régimen nazi tenían un envidiable bienestar. A propósito, nos informaron además que
el propietario de la fábrica había lucrado con los alimentos asignados a los comedores
y como castigo, Hitler lo había enviado al frente de batalla. Era fácil entender que la
gran mayoría de la población alemana no era nazi, pero no tenía otra alternativa que
obedecer y maldecir en voz baja. Por otra parte, mucha gente que había admirado los
logros de Hitler quedó espantada frente a la locura del dictador al declarar la guerra a
media humanidad.

MIS ESTUDIOS EN MUNICH:

LA CUNA DEL NAZISMO


64

Al recrudecer los bombardeos en el oeste de Alemania casi todos los estudiantes


extranjeros abandonamos Braunschweig. Yo fui a abastecerme de algunos víveres no
tan perecederos y de cigarrillos a Bulgaria y al volver me fui a München (Munich). Mi
gran aspiración era estudiar ingeniería en esa renombrada universidad técnica, la más
importante de Alemania y de toda Europa. Allí habían estudiado muchos búlgaros. En
Munich conseguí alojamiento rápido, una habitación en el departamento de una señora
de edad. Los primeros días quería conocer la ciudad y sus bellezas. El “Englische
garten”, el famoso Deutsche Technische Museum, las pinacotecas y el palacio de
Ninfenburg, etcétera. La ciudad todavía no había sido bombardeada y conservaba
muchas bellezas.
Al llevar a una joven a mi habitación, la vieja dama del alojamiento me avisó que
“Damen besuch ist nicht erlanbt ” –“visita de mujeres no está permitido”–. Resolví
buscar otro alojamiento, no era difícil todavía encontrar una pensión sobre Theresien
Strasse, a dos cuadras de la Politécnica. Allí vivían varios estudiantes extranjeros. Los
estudios en la Politécnica se desarrollaban con normalidad y mi entusiasmo era grande.
Todos nosotros nos sentíamos más seguros, por cuanto Munich estaba bastante lejos
de las incursiones aliadas. Pero eso no duró mucho.

Como en Braunschweig no noté la presencia de nazis, esperaba que en Mu- nich, que
era la cuna del movimiento Nazional Socialista del Partido Obrero Alemán, seguro iba
a encontrarme con muchos seguidores de Hitler. Sin embargo me quedé sorprendido,
porque prácticamente no vi ni sentí su presencia ni existencia, como sucedía en todo el
resto de Alemania por donde viajé, mientras en Bulgaria, bajo el comunismo, no se
podía salir de la casa sin que lo vigilaran y pidieran documentos. Por lo tanto, para ser
honesto, debo manifestar que no era la mal llamada ALEMANIA NAZI, sino muy al
contrario, el estimado lector debe saber que era ALEMANIA BAJO LOS NAZIS,
pero que tampoco se los veía. Sin duda estaban super ocupados por el desastre que
trajo la guerra.

EL PRIMER Y DESPIADADO BOMBARDEO SOBRE MUNICH

A ustedes, madres y padres, que tienen seres muy queridos, les pido que trasaden sus
mentes allí, tarde en la noche, y se imaginen el pánico, la desesperación y el terror de la
gente al escuchar de repente, por primera vez, un prolongado y trágico aullido de mal
augurio de las sirenas, el tronar de la artillería antiaérea, el ensordecedor trueno de los
enormes aviones de cuatro motores de explosión y las tremendas explosiones de las
bombas: ningún infierno podrá compararse con éste... La gente de nuestra pensión
corría desesperada por la larga escalera desde el tercer piso para bajar al sótano,
apuntalado con gruesos tirantes de pino apoyados en tablones contra el piso y el techo.
Como sabrán, las casas, en casi toda Europa, tienen sótanos para distintos usos. Allí
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podrían ver el infierno mismo desatado sobre Munich. La ciudad de las universidades,
de los estudiantes, de las pinacotecas y del mayor museo tecnológico del mundo de
entonces, el Deutsche Museum. Aterrorizados en el subsuelo del edificio de
alojamiento nos esperaba quedar sepultados bajo los escombros y morir aplastados y
asfixiados, quemados vivos por las llamas o volar en pedazos por los aires por un
impacto directo al edificio.
Además de las pesadas bombas de destrucción, los aliados arrojaban toneladas de
bombas incendiarias de fósforo, que al estallar convertían todo en llamas. Re- cuerdo a
dos soldados regulares, probablemente de vacaciones, murmurar: “Esto es mucho peor
que el frente ruso”. Desesperados, mujeres, niños y ancianos, todos nosotros
suplicábamos a Dios que salvara nuestras almas. El momento culminante del terror fue
al escuchar una tremenda explosión cercana, cuya onda expansiva arrancó y tiró al
suelo la pesada puerta del sótano, fuertemente apuntalada. Una furia de aire y polvo
nos tiró a todos al suelo, iluminado por las lenguas de fuego que se desataban afuera. A
algunos de los estudiantes que estábamos allí nos costó mucho poder levantar la puerta
de nuevo.
Al anunciar las sirenas que el enemigo se alejaba, pueden imaginarse la desesperación,
los pisotones y golpes para salir del sótano antes de que las llamas que veíamos afuera
nos abrasaran. No sabíamos si nuestro edificio no estaba también en llamas. Como en
Alemania hay muchos bosques de pino los viejos edificios eran construidos el 90% con
su madera, sostén de la estructura, pisos, cielos rasos, escaleras, techos, muebles,
etcétera. Al salir a la calle con algunos colegas de la pensión, entre ellos un portugués,
pude observar el espectáculo más fantástico de mi vida, de esplendor y de horror que
nunca podré olvidar al ver miles de edificios, de tres y cuatro pisos, toda una ciudad de
800.000 habitantes convertida en un mar de llamas de veinte y treinta metros de altura.
Trastornados por el terror y el espectáculo dantesco, decidimos recorrer el centro con
sumo cuidado, porque de los edificios en llamas, al calentarse el aire adentro por el
inmenso calor, se escuchaban violentas explosiones que propagaban el fuego a los
edificios colindantes.
En la cuadra siguiente observamos cómo una cuadrilla sacaba de debajo del fuego a
una persona; en ese momento se escuchó una fuerte explosión dentro del edificio y
vimos cómo una parte del mismo en llamas se les precipitó encima, cubriendo con
fuego a los desafortunados socorristas. Yo me tapé los ojos para no ver algo tan
horroroso. Frente al inmenso calor debimos retroceder y tomar otra calle apurando el
paso frente a los altos edificios abrasados por el fuego. El espeluznante olor de
cuerpos quemados se percibía por todas partes. Era un espantoso Holocaustos, en
griego “todo quemado”.
Amanecimos dando vueltas, esquivando las llamas por donde pudimos para llegar a la
Politécnica. Estaba muy dañada. Frente a la plazoleta de ésta, dos mujeres ofrecían una
taza de café (de cereales, por supuesto) al que se acercaba. Nunca alcanza mi
admiración al valor, coraje y abnegación del pueblo alemán. Al volver a la pensión, que
estaba parcialmente destruida, la conserje nos avisó que las dos hermanas dueñas de la
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pensión se encontraban muy golpeadas por los pisotones y estaban internadas, por lo
que iban a cerrar la pensión. Debíamos sacar nuestras pertenencias. Al día siguiente la
radio BBC de Londres, propagó (en alemán) con orgullo: “Anoche la ciudad alemana
de Munich fue arrasada por 1.200 superfortalezas, los daños son enormes”. Hay que
tener en cuenta que los grandes aviones podían cargar veinte toneladas de bombas, o
sea nada menos que unas 20.000 toneladas de explosivos, y al menos mil toneladas de
bombas incendiarias.
Claro, sembrando el terror, fuego, destrucción y muerte. Con ese impresionante poder
destructivo, los aliados no fueron a destruir objetivos militares ni fábricas de
armamentos, sino que fueron a arrasar a una ciudad de 800.000 habitantes y matar a la
mayor cantidad de población que pudieran. Eso se repetía todas las noches en distintas
ciudades. No había paz para nadie. Con toda seguridad los aliados (Francia ya no),
ingleses y norteamericanos asesinaron a sangre fía no menos del 20% de la población
de Alemania, o sea unos 15 millones de indfensos seres humanos. La búsqueda de otro
alojamiento con mi compañero de habitación duró todo el día, hasta que al final, con
gran suerte, cerca de la estación central encontramos una pequeña habitación para cada
uno. Era un milagro. Se trataba de la memorable pensión “Central” sobre Prielmeyer
Strasse Nº 5, que se había salvado intacta junto a algunos edificios colindantes. Me alo-
jaron en el último piso, el 4º bajo el techo; ascensor no había. Tiempo antes me llamó
la atención que frente de la pensión, cruzando la calle, en una plazoleta se estaba
construyendo uno de los muy pocos bunker. Observé sus gruesos muros de hormigón
que servían de apoyo de la enorme losa de más de un metro de espesor que se
preparaba encima. No pensé que allí salvaría más de una vez mi desdichada vida.
Antes de invadir Rusia, los alemanes disponían de mucha aviación. Incluso en la batalla
aérea con Inglaterra destruyeron la ciudad de Coventry, con lo que se creó el verbo
“coventriren”. Sin embargo, los ingleses no se quedaron atrás y en varias noches de
duros ataques destruyeron por completo la importante ciudad portuaria de Hamburgo
y crearon el verbo “hamburguiren”.

LA VIDA EN ALEMANIA DURANTE LA GUERRA

Antes que nada quisiera aclarar que la entrada y salida de Alemania era totalmente libre
solo con un sello de “entrar” ó “salir”. Con el único requisito de revisar las valijas
rapidamente en el vagon, para evitar contrabando. Visas entonces no existía.
La comida que podíamos encontrar en los ya precarios restaurantes era cada día más
pobre. Todos los días, mañana y tarde, papa hervida con chucrut y un plato de sopa
color negruzco, al parecer de harina tostada (la nombrada “ochs schwanzen supe”,
supuestamente de cola de buey) pero que no tenía más que algunas gotas de grasa, no
sé de qué. Ingiriendo ese supuesto almuerzo día tras día, meses tras meses uno
quedaba con el estómago hecho pedazos.
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Las raciones de alimento con cupones fueron mermando cada vez más. Antes de
abandonar Alemania, siete meses antes de terminar la guerra, a los estudian- tes nos
entregaban por mes 2 kg de pan, 200 gramos de carne, 50 gramos de manteca cuando
había, y nada más. Con gran lamento a veces entregábamos en los ya miserables
restaurantes 50 g de cupón de carne para recibir algo de comida más pasable.
Solamente en el comedor universitario –aunque semi destruido– todavía una vez por
mes nos servían un buen plato de pato con papas al horno que podíamos repetir con
un recorte de cupón de 50 gramos de carne y a veces sin eso. Con la juventud y el
hambre que teníamos, quizás después de tanta papa hervida con chucrut, que ya “nos
salía por la nariz”, hasta el día de hoy me parece que nunca había comido cosa tan
exquisita. Según el encargado y revisor del comedor, un inválido de la guerra, siempre
nos recordaba que eso era un obsequio del Führer.
Claro, los patos los traían de la laguna adonde iba el desagüe cloacal. Pero
lamentablemente, un año y medio antes de terminar la guerra ni el precario comedor
universitario existía más. Todo había volado por los aires. Lo que recuerdo de
entonces con cariño es la popular canción Lili Marlen, que se la escuchó con mucha
alegría en toda Europa, en todos los frentes de ambos bandos. Me puedo imaginar el
hambre que habrían pasado en Alemania en los últimos meses de la infame guerra,
cuando yo había vuelto a mi patria que cayó bajo el poder soviético: con la producción
por el suelo y los transportes destruidos.
Con toda seguridad los innumerables campos de concentración en Alemania, Austria,
Chequia y Polonia, tanto de prisioneros de guerra como de los opositores al nazismo y
de los judíos, habrán quedado totalmente desabastecidos, sucumbiendo de hambre y
de enfermedades. Los gritos del enloquecido Führer de que debía atenderse a los
prisioneros incluyendo a los judíos y aumentar la producción, ya no entraban en los
oídos de nadie. Con la pequeña bolsa negra (que nadie nos prohibía), teníamos
suficiente dinero para gastar, pero no había nada para comprar. En todo el tiempo de
la guerra en Alemania los precios no sufrían ningún aumento. Mientras Alemania
progresaba, la gente toleraba a Hitler, pero cuando los gobernantes nazis
emprendieron la locura de la guerra, el pueblo alemán se retrajo y enmudeció.
Trabajaban día y noche sin abrir la boca. Nunca escuché en Alemania a nadie que
protestara, pero tampoco que justificara la guerra.
Nunca escuché a ningún alemán expresarse a favor de Hitler ni contra los
judíos, como sucedía y sucede en otras partes de Europa y del mundo .
Porque los judíos se sentían muy integrados con los alemanes. Pero eso sí, todos,
incluso los estudiantes extranjeros, en público o en las universidades, teníamos la
obligación de hacer el saludo “heil Hitler” con la mano ligeramente levantada
automáticamente, aunque lo hacíamos como de mala gana, pero debíamos cumplir con
la orden. Me causa risa cuando me acuerdo cómo las mujeres que se juntaban en los
escasos puestos de compra de víveres protestaban entre sí en voz tan baja que no se las
podía escuchar a un metro de distancia. Las mujeres “schimfen” protestan, decía Frau
Ketty, mi última y apre- ciada ama de casa. El pueblo alemán vivía sin esperanza,
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estaban resignados a cualquier sacrificio y a cualquier muerte más dolorosa y


espantosa. Sin embargo nunca escuché gritos o llantos como sucedería en un país
latino.

LOS ESTUDIANTES EXTRANJEROS EN LA GUERRA

Aunque desde siempre la técnica y la ciencia de Alemania atraían a muchos estu-


diantes extranjeros, al llegar al poder el nacionalsocialismo quiso atraer aún más con el
objeto de mostrar al mundo su superioridad frente al avance del comunismo. Para eso
se extendían becas a los estudiantes pobres y además, como ya mencioné, se nos
otorgaba un 30% de rebaja en el cambio del marco alemán. Al comenzar la guerra, los
miles de estudiantes extranjeros provenían de los países que no estaban en guerra con
el régimen nazi ni que pudieran resultar peligrosos como guerrilleros.
Por eso los estudiantes extranjeros, durante la guerra, gozaban de ciertos privilegios. La
entrada y salida en las fronteras era totalmente libre, salvo en casos extremos, la
circulación dentro del país era libre, sin habernos pedido alguna vez documentos de
identificación. Para mí era como si la policía secreta, la Gestapo, nos individualizara de
lejos y tuviera órdenes de no tener roces con nosotros. Teníamos en todo sentido
muchos más derechos que la propia población alemana. Ellos tenían que trabajar,
callarse y no pensar, al mejor estilo soviético. Mientras, nosotros podíamos escuchar
las radios y las propagandas aliadas; teníamos toda la libertad en ese sentido. Lo único
que no podíamos hacer era expresarnos públicamente contra el régimen. La
martirizada población alemana nos acogía de muy buen ánimo. Nunca nadie de
nosotros tuvo ni los más mínimos problemas. Está de más decir que las mujeres
jóvenes y viudas recibían con sumo agrado nuestra compañía. Pero como la
alimentación escaseaba al máximo, debido al exceso sexual muchos compañeros se
enfermaron de tuberculosis. Incluso un amigo mío que se divertía mucho tocando el
violín, tuvo que abandonar este mundo.
Salvar la vida a toda costa era lo principal porque muchos desaparecieron sepultados
vivos bajo los escombros, o con muertes más horrorosas, quemados vivos por las
bombas incendiarias o despedazados por las explosiones de las enormes bombas. Eran
momentos por demás desesperantes, de mucho sufrimiento. Escuché a mucha gente
comentar que preferiría estar en un campo de concentración, donde seguro llegaba
poco para comer, para no sucumbir de hambre, pero vivirían al menos sin el
insoportable terror diario porque los campos de concentración no fueron
bombardeados. Por eso allí se producía hasta que fueron prácticamente abandonados
antes del final de la guerra. Ya que los pocos nazis que los gobernaban preferían ir a
luchar contra los temibles soviéticos rusos que se acercaban. Sin duda preferían, de
acuerdo a su arrogancia morir luchando y no esperar ser acorralados, azotados,
violados y acribillados. Los estudiantes ya estaban obligados a vivir en los pueblos más
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alejados, cerca de las montañas, o volver a sus patrias.

LA VIDA EN LA POLITÉCNICA

La Politécnica de Munich fue una Universidad Técnica, se llamaba Technische-


Hochschube. Tenía un rector y todas las facultades: de Ingeniería, Diplom Inge- nieur
–como es mi título–, Arquitectura, Ingeniería Electrónica, Agrimensura, Ingeniería
Industrial y otras. La gran mayoría de los estudiantes eran extranjeros y algunos
alemanes inválidos. La casa central era una manzana dividida en dos por un pasaje. En
los seis frentes contaba con edificios compuestos de sótano, planta baja y primer piso,
además de algunas dependencias fuera de la ciudad.
Los profesores eran gente sumamente amable, se dirigían hacia nosotros con “Herr
Colege” (“Sr. Colega”). Todos ellos se mostraban apolíticos y de ningún modo
partidarios de Hitler. Al saludarlos con el obligatorio “heil Hitler” nos contestaban de
la misma forma en presencia de más personas. Pero si se encontraban solos, los
saludábamos con “Gruss Got ” algo como “te saluda Dios” y ellos nos respondían de
la misma manera. Me acuerdo de un solo asistente, Dr. Lange (asistente del profesor
de Resistencias de los suelos). Era un Diplom. Ingenieur, doctor en Ingeniería Civil. Al
saludarlo era el único que contestaba en voz alta “heil Hitler” y estiraba bien la mano,
como un verdadero nazi.
Era joven, como todos los “SS”. El Dr. Lange se mostraba muy estricto y puritano.
Rechazaba con suma facilidad cualquier error de los trabajos prácticos. Era el terror de
nuestra facultad, por lo que nadie se atrevía a pedirle un favor, y por eso tampoco
nadie lo quería, ni los estudiantes extranjeros ni los alemanes. Fue gracias a la rigurosa
disciplina que los egresados de las universidades alemanas alcanzamos un buen nivel
profesional. Al visitar los sótanos que pertenecían a nuestra facultad quedé con la boca
abierta. Allí se podían ver, en maquetas, obras civiles de gran envergadura, con todos
los más mínimos detalles de construcción que las empresas adjudicatarias estaban
obligadas a presentar, para poder hacer con eficiencia las inspecciones en su
construcción.
Había puentes de varios metros de largo en los que se podían ver hasta los últimos
barrotes de hierro. Los túneles y diques que allí estaban me fascinaban. Me resultaba
especialmente divertido cuando hacíamos trabajos prácticos con canales de agua que
en cantidad hacíamos circular de un lugar para el otro. Eso me recordaba cuando de
chico jugaba con el agua que corría del deshielo, en las primaveras. Hacía “diques” con
tierra y ramitas y desviaba el agua en forma de canales. Era muy divertido.

¿CÓMO SE MANTENÍA EL ORDEN?


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En Alemania en guerra, como ya mencioné, no se observaban policías en ninguna


parte, debido a la idiosincrasia del pueblo alemán y a las estrictas órdenes impartidas.
1) Había muchos letreros que decían: “Reder roller für den Sieg” (“Las ruedas dan vuelta
para la victoria”), que impulsaban el transporte, que tanto necesitaban, por lo que
debían mantenerlos permanentemente en condiciones.
2) Letreros que mostraban a un operario que exclamaba maldiciendo: “Donner wether
past nicht”, que trataba de acoplar dos mangueras frente a un incendio, pero las medidas
no coincidían; por eso se impusieron las conocidas normas DIN ( Deutsche Industri
Normen), que hasta hoy están en uso en muchos países del mundo.
3) Como los nazis tenían mucho miedo al sabotaje, alertaban a la población con
letreros con una gran figura negra en posición sigilosa, con la inscripción: “el enemigo no
duerme”.
4) Había muchos letreros que decían “Eintrit Verboten” (“Prohibido entrar”), y como los
alemanes son muy disciplinados, nadie entraba para ver por qué. Y nosotros, a pesar
de nuestra curiosidad, aprendimos rápido a imitarlos.
5) Los letreros más severos y contundentes en lugares visibles rezaban: “Ver plündert
wird erschösen” (“El que roba será fusilado”) y nada más. Pero nunca escuché que eso
hubiera sucedido, porque a ningún alemán se le ocurría robar y tampoco a ningún
estudiante u obrero extranjero.
6) El que no trabajaba o no estudiaba no recibía cupones de alimento y tenía que dejar
el país. Pero al empezar la guerra ni los alemanes ni los hebreos podían irse, y debían
trabajar y aguantar la situación. Debían trabajar porque Hitler gritaba e insistía que
necesitaba producción. Por eso, a pesar de infundadas y maliciosas versiones, no había
en Alemania ni un solo gitano antes ni durante la guerra, pues no les gustaba trabajar.

LOS NAZIS “SS”

UN REGIMEN AUTODESTRUCTIVO

Los nazis, durante la guerra, casi no se veían y no se sentía su presencia en toda


Alemania. Su origen empieza con los grupos que el nacional-socialismo formó para
defender los meetings del Führer, como ya mencioné, que fueron constantemente
atacados por los comunistas, o sea los famosos camisas pardas.
Más tarde, a modo de la juventud comunista a la cual yo también pertenecía,
“Comsomol”, Hitler instauró la renombrada “Hitler Jugend”, de los que se selec-
cionada a los jóvenes más aptos para la raza superior, principalmente los hijos de los
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obreros más fieles al Partido Nazi. Esos cuadros formaron los soldados de elite
llamados Sturm Soldat, soldado de choque, o sea los “SS”. Quisiera hacer una
comparación aunque sideralmente opuesta; en China se venera a Confucio que decía
“El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Para los nazis, el que no vive para
servir al Führer, es el que no sirve para vivir. Esa fuerza no tuvo más que 8 a 10% del
ejército regular, el que debía luchar y morir en los frentes de batalla; mientras las tropas
de elite “SS” con sus comandantes organizaban la producción, el transporte a los
frente, organizaban los campos de concentración para los prisioneros y la lucha contra
las guerrillas apoyadas por los judíos en muchos países de Europa, contra la resistencia
francesa y luego la italiana, contra la gran resistencia del mariscal Tito, etc.
Se consideraban los caballeros de la raza superior. Eran arrogantes, imperturbables,
seguros de sí mismos. Aunque pretendían ser amables y correctos, se percibía su
odiosa prepotencia. Por más que su Führer predicara en su máximo slogan “Mente
sana en cuerpo sano”, sin embargo, por lo que pude comprobar personalmente,
parecía que sus mentes estaba perturbadas por el exceso de fanatismo y soberbia.
Se los veía pulcros, robustos, altos, rubios, de ojos celestes, tratando de mostrarse
superiores, y no solo con los extranjeros sino con los mismos alemanes. Lo he
observado mucho; eran tan distintos de los demás alemanes, como si se consideraran
seres de otro planeta. Aunque no eran como los comunistas, que sospechaban y
perseguían a toda persona que no compartía su ideología, los nazis eran antipáticos por
el solo hecho de observarlos, o al menos, así me parecía a mi, por la adquirida fobia
como ex marxista. Usaban uniformes especiales, con “SS” a cada lado del cuello de las
chaquetas. Eran inconfundibles, se los distinguía de lejos por su porte y por los
parches de cuero que llevaban en los codos y las rodillas; sin duda para poder
arrastrarse por el suelo. La diametral diferencia con sus adversarios comunistas
consistía en que mientras los “SS” caminaban como en exposición, sin fijarse en los
demás, los comunistas se fijaban bien para ver quien “los miraba mal” para ponerlo en
la lista negra o azotarlo sin piedad.
Como eran una minoría bien seleccionada de unos 8-10% de la población, al parecer
para ellos, el honor de ser “SS” estaba sobre todo. Tenían inculcado que en todo
momento debían mostrarse más caballeros y superiores a los demás.
Eran tan consentidos como si se consideraran seres de otro mundo. Me consta que la
población alemana no los quería y los evitaban, y menos los toleraban los soldados y
oficiales del ejército regular.
El que haya leído el libro “Hora 25” recordará cómo el escritor describe al capitán nazi
al ver ya el nefasto fin de la guerra que nunca esperó. Se refugia en una casa, se da un
baño, se afeita, se viste y coloca todas las condecoraciones, se pone la gorra. Luego
limpia, engrasa y carga su pistola. Al final se mira bien al espejo,
levanta bien estirada la mano derecha y exclama “¡Heil Hitler!”, y luego apunta con la
pistola a su sien, y dispara. Con toda seguridad los nazis (SS) que no habían caído en
las batallas para defender a su Führer y su vida terminaron pegándose un tiro para no
ver el desastre final, sabiendo además que nadie les daría refugio, ni los mismos
72

alemanes. Por eso, cuando escucho decir que la Argentina está llena de nazis, es
demasiado exagerado. No fueron más que los pobres marinos del acorrrasado alemán
Graf Spee hundido frente a Montevideo y uno que otros pocos verdaderos nazis
iscuridos desde Italia después de la guerra.
Para mayor definición del tipo nazi, citaré la opinión de un sobreviviente judío de los
campos de concentración, el escritor Jack Fuhs, quien en su libro “Tiempo para
Recordar”, dice: “Los nazis, simplificando, fueron individuos fríos e in capaces de amar. Y esa
incompetencia hizo que se volcaran hacia la supremacía de los medios.
Toda su libido se dirigió al orden, las máquinas, la puntualidad... Se ha hablado, casi hasta el
cansancio, sobre sus habilidades organizativas. Esto produce la sensación de que esa estructura, más
que las armas, fueron las que hicieron realidad una sociedad de dominación total. Pero la cultura
humana separada de la dimensión moral, puede ser demoníaca”8. (1)
Cuando después de la guerra conocimos las atrocidades y los abusos que co-
metían los soldados soviéticos y los aliados, recién nos dimos cuenta de que más
allá de que los nazis fueran detestables, nunca escuché de las emisoras aliadas que
se hubieran dedicado al robo y depredaciones, y menos la violación, sencillamen-
te porque se consideraban superhombres. Mientras, claro está, que los soldados
regulares alemanes eran un ejemplo de comportamiento, digno de su origen. Por
eso me animo a decir que si Alemania ganaba la guerra, con Hitler ya muerto, el
mundo de hoy sería muy distinto, mucho más justo y sin interminables guerras que
inventan los yanquis y los armamentistas.

8 Fuchs, Jack, “Tiempo de Recordar”, Editorial Milá, 1995, pág. 6.

LOS ALEMANES, UN PUEBLO CON DESGRACIAS

Para muchos, el pueblo alemán es poco conocido. Para otros, influidos por una
constante, tendenciosa, distorsionada y demoledora propaganda aliada, mantenida
durante decenios, es tildado como un pueblo belicoso e intolerante. Para otros, los
alemanes son racistas, antisemitas y “nazis”. Los que han viajado a Alemania o Austria
saben que los alemanes son el pueblo más amable del planeta.
Y no exagero si digo que de cada tres frases una es “bitte schon” –“por favor”– o
“Danke schon” –“gracias”–. Nunca durante mis cuatro años de estudio en Alemania –
tanto en la guerra como después de ella– escuché un solo alemán que cantara su himno
nacional. Salvo, claro está, por las radios durante el régimen nazi. Pero no puedo decir
lo mismo de los franceses, con su “Vive la France”, que conocí bien durante mi corta
estadía allí, así como también de los hermanos rusos, que son sumamente imperialistas
y aunque parezcan sentimentales con el grito “Rusia”... son capaces de cometer
73

barbaridades con los demás pueblos, como el caso actual de Chechenia, un heroico
pueblo milenario que sigue sub- yugado y pisoteado, sin esperanza y totalmente
destruido.
Yo conocí a los alemanes en el peor momento de su historia. Un régimen totalitario de
la clase obrera había tomado el poder y al levantar el nivel de vida, se vanaglorió y los
llevó a una guerra total para recuperar lo perdido en la Iº Gran Guerra, supuestamente
para salvar a Europa de la amenaza comunista. La guerra se extendió por los cuatro
puntos cardinales de Europa, algo que las grandes masas populares no deseaban. Pero
era imposible oponerse a ese régimen tan rígido. Sólo eran posibles varios atentados
contra Hitler de los que estaban cerca de él, pero los cómplices fueron fusilados sin
piedad. Al conocer bien a los ale- manes me di cabal cuenta de que ha sido y es un
pueblo nacido y que vive para trabajar como símbolo de una cultura, mientras conocí a
muchos otros pueblos que trabajan porque tienen que vivir, y si pudieran vivir de las
dádivas y sin tra- bajar nada, sería mejor aún. Los alemanes tienen un gran sentido del
deber, son honestos, ingenuos, pacíficos y carecen de viveza. Les gusta decir: “Leben
und lebenlasen” “Vivir y dejar vivir”, cosa que a los países coloniales no les entraba en la
cabeza. Además, en varios años de suma necesidad nunca escuché que algún alemán
hubiera robado algo ajeno.
La fama de que constituyen un pueblo autoritario y agresivo no tiene fundamento
histórico, por lo que citaré las opiniones de algunos estudiosos. El historiador inglés
Frederick William Meitland opina que “los alemanes son seres senti- mentales, que se deleitan
con la música, el cigarillo y el café”. También la escritora francesa Madame de Staël tenía
una buena opinión de los alemanes, muy distinta de la que tenían los aliados de las dos
guerras mundiales. Según ella “los alemanes son un pueblo de escritores, poetas,
músicos, estudiosos e investigadores. Son una raza no muy práctica y tampoco
chauvinista. Ellos no poseen ningún tipo de deseo de guerra, como otros pueblos”. Es
bien sabido que el alemán es totalmente con- trario a tomar lo ajeno, lo considera un
robo propio de los bárbaros, de gente de baja cultura. Por eso en plena guerra, y aun
con grandes necesidades, me consta que nadie tomaba algo ajeno por más que estaba a
la intemperie.
En cuanto a las guerras, Madame de Staël se pregunta si acaso no es Francia la culpable
del desastre europeo del siglo XIX. Según el historiador británico Russell Grinfeld, en
el período desde Waterloo hasta Sarajevo Inglaterra ha iniciado 10 guerras, Rusia 1,
Alemania 3 (pero era Prusia y no Alemania, ya unificada), Austro-Hungría 3 y Francia
5.
Todos culpan a Alemania por la Segunda Guerra Mundial, pero pocos reco nocen que
fue una trágica e inevitable consecuencia de la Primera Gran Guerra.
Todos decían que sólo Alemania se preparaba para la guerra, mientras Inglaterra y
Francia dormían. Eso no es verdad. Porque dos años antes de la guerra, Chur chill
declaró que dinero para la defensa de Gran Bretaña se juntaba por todas partes.
En 1939, Alemania no estaba preparada para una guerra tan prolongada. Los
acontecimientos muestran que los nazis se preparaban para una inevitable guerra
74

recién en el año 1944, pero el fatalismo y el lunático Fhürer la adelantó. Los fran ceses
estaban mucho mejor preparados para una guerra, hasta habían construido la
formidable línea Maginot; pero no tuvieron buenos comandantes ni estrategas Los
alemanes sólo estaban preparados para un Blitz Krieg de dos meses.

LAS CRUELES TÁCTICAS DE LOS BOMBARDEOS

Con la invasión a Rusia y en los primeros meses de batalla, los nazis, al verse en
grandes dificultades, necesitaban de toda su aviación y poder militar. Con eso los
aliados se adueñaron de los cielos y podían enviar miles de bombarderos
“superfortalezas” con decenas de miles de toneladas de bombas destructivas e
incendiarias. Al faltarle aviación, los científicos alemanes inventaron los cohe- tes. El
primer cohete era el V1, pero era más chico y de poco alcance y después inventaron el
V2 (ese signo proviene de la palabra alemana “Vergeltung”, o sea “arma de venganza” ),
que era en realidad para entonces de poca envergadura y precisión.

Conociendo en “carne propia” lo que significaba un bombardeo aliado, que hacía


temblar la tierra y sembraba el terror, la destrucción y las muertes, puedo imaginar el
terror y la destrucción que provocan hoy el super sofisticado y pode- roso armamento
aliado en las naciones que hoy están atacando con el pretexto del terrorismo, pero para
destruirlos y apoderarse de sus riquezas.
Los bombardeos continuaban día y noche sobre toda Alemania como un “safari”, con
tanta saña para sembrar el pánico, la desesperación y la destrucción, martirizar y
aniquilar a la indefensa población alemana, y por qué no decir también a los
estudiantes extranjeros. Lo más atroz era cuando a media noche los bombarderos se
dirigían a una ciudad; las sirenas sonaban trágicamente y la gente se levantaba
corriendo desesperada para buscar un refugio, el más ele- mental que fuera, y de
repente giraban y atacaban otra desprevenida ciudad sin darle tiempo para accionar las
sirenas siquiera. Siempre me llamó la atención que los sobrevivientes de los campos de
concentración no mencionaran el terror de los implacables bombardeos. Al parecer los
aliados estaban bien informados y tenían en cuenta adónde había campos de
concentración para los prisioneros de guerra y los judíos.
Siempre tuve la sensación de que a Hitler se le ocultaba muy celosamente las derrotas,
porque era evidente que la información le llegaba muy atrasada. Los máximos jerarcas
nazis manejaban la situación a la deriva prolongando su propio poder y su vida a
expensas de la destrucción de su propia patria. Hitler estaba ya desbordado y limitaba
con la demencia.
Seguramente pocos saben que las grandes industrias de armamento fueron sólo
dañadas, pero no destruidas, como lo fuera el resto del país. Porque a los influyentes
magnates armamentistas anglonorteamericanos muchos de ellos de orígen hebreo, por
interés y otro tanto de odio, no les convenía que los nazis se quedaran sin armas y la
75

guerra, ese magnífico negocio, pronto terminara. Querían tener tiempo para arrasar
con todo, destruir por completo a toda Alemania y diezmar y matar a toda la
población que pudieran.
Querían pulverizar los monumentos de un gran pueblo, sus museos, sus uni-
versidades, sus grandes edificios públicos, y borrar todos sus tesoros nacionales, con
una increíble sangre fría. Era admirable ver que la gente grande, hombres y mujeres,
día y noche trataban de reconstruir algo para poder sobrevivir. Parece mentira, pero las
cervecerías de Munich, propiedad vaya a saber de quién, fue- ron sólo parcialmente
destruidas. Me acuerdo que en Gräfelting, donde vivía, pasaban día por medio carros
tirados por gordos caballos de patas anchas, haciendo tal trac-trac que se les escuchaba
de lejos; proveían de cerveza (de papa) sin problemas, tanto en la guerra como
inmediatamente después de ella. Por eso yo nunca tomé agua en Alemania. Además era
muy barata.
76

UN AMOR A PRIMERA VISTA:

MI BELLA URSULA

Al llegar a Munich empecé la búsqueda de otra amiga alemana para proseguir el


aprendizaje del idioma y poner fin a la soledad. Mientras mis colegas se alababan de
tener las novias que quisieran, sin embargo mi timidez me impedía concretar mi deseo.
La señora del director de mi escuela de Cherkovo suponía que en Alemania era factible
conseguir medias finas sin costuras, según le habían comentado. La disuadí
asegurándole que allí no se conseguía en absoluto nada de nada, ni siquiera medias con
costura. Pero ella insistió en que le comprara a cualquier precio. Pregunté al respecto a
la conserje de la pensión, Frau Guerber, porque yo no estaba vinculado aún con los
estudiantes italianos, que solían con- seguir lo que uno les solicitaba.
Un día, la conserje me llamó al hall de la recepción y me presentó a una mu- chacha
muy bonita de ojos azules. Al contemplar a la rubia germanita supuse que era algo así
como recibir imprevistamente un regalo del cielo. Por mirarla tanto no retuve su
nombre. Las medias sin costuras que buscaba, de pronto se esfuma- ron de mi mente.
“Soy Ursula Bergmann”, repitió ella, que en alemán significaba Osa. Me pareció muy
inadecuado el nombre para una tan bella joven.
Como yo estaba asombrado y con mi penetrante mirada no terminaba de observarla y
salir de la sorpresa, me preguntó: “¿Usted busca medias sin costuras, verdad?” Sí, sí –le
repliqué– Así es. “Aquí tiene un par.” Antes de examinarlas me interesé acerca del
precio. “Un paquete de cigarrillos búlgaros.” “Muy bien”, contesté yo sin pensar, y de
inmediato corrí a mi habitación para traérselo. Simpatizamos mucho, nos estábamos
mirando uno a otro sin pronunciar palabra hasta que me salió del corazón: “¡Qué bella
que sos!”; parecía como si ambos hubiéramos estado esperando una maravillosa
oportunidad como aquélla por lo que no la desaprovechamos. Sin ninguna “mala
intención”, la invité a mi habitación para conocernos mejor. Al conversar de los
feroces bombardeos, llegamos a la conclusión de que no debíamos perder la
oportunidad, ya que al día siguiente podíamos no existir más. El amigo lector se puede
imaginar como terminó este tan feliz encuentro. Ella ocupaba una habitación en el
primer piso, puesto que no siempre podía regresar de noche a su casa fuera de Munich.
Ella tenía 20 años y yo 25, nos enamoramos perdidamente. Para mí la vida cambió por
completo. Aprendí de Ursula a resignarme, ya que la muerte podía arrancar mi vida en
cualquier momento. Aprendí que para el hombre enamora- do la muerte no existe.
Ursula, días después, me sugirió que los libros y la ropa que no utilizaba todos los días
la llevara a Tützing, un poblado sitiado frente a Starnbergersee, a unos 40 km de
Munich, donde vivía con su madre viuda y una tía, alquilando una casa de un pudiente
campesino. Un día sábado fuimos a lle- var mi valija, pero las damas no estaban, de
modo que decidimos quedarnos allí gozando de la tranquilidad, la intimidad y de una
noche inolvidable de amor..
77

Al día siguiente, me llevó al gran depósito de forrajes. “Vos sos de confianza, por lo
que te voy a mostrar algo”, me dijo mientras empezaba a sacar las pajas, y de pronto
apareció un auto completamente nuevo. Lo habían escondido para que los nazis no lo
requisaran para uso militar. “En lindo lío se metieron”, le dije, “si los nazis se
enteraran”. Seguro que su madre no se salvaría de ir a parar a los campos de trabajos
forzados. Las hermanas tenían una gran tienda en la ciudad de Dusseldorf, pero en los
primeros, todavía esporádicos bombardeos ingleses, había sido destruida. Para
entonces Hitler todavía indemnizaba a los damnificados. Sin embargo esa ayuda
desaparecería rápidamente.
En Feldafing, una estación anterior, cerca del mismo lago, vivía su otra tía, Fraulein
Elwine, una dama ya madura e inválida de una pierna. Úrsula y yo esperábamos con
ansia los fines de semana para estar juntos en su casa. Porque al ser única hija, su
madre trataba de alejarla de mi por miedo a que algún día la lleve a Bulgaria. Cada vez
que llegábamos, la tía Elwine nos esperaba impaciente en la puerta de su pequeña pero
acogedora “villa”. Y siempre tenía preparada una cómoda cama para los dos. Cada fin
de semana yo dejaba todo para viajar a Feldafing, lejos del terror que cada tanto se
desataba sobre Munich. Ursula, bien vestida y muy coqueta, me esperaba en la estación
ferroviaria. Abrazados y llenos de felicidad caminábamos las tres cuadras bastante
empinadas, sin darnos cuen- ta. Al escuchar nuestros pasos, la tía Elwine salía rápido,
aunque rengueando, a abrirnos la puerta. Estaba tan feliz con nosotros como si
fuéramos los hijos que no tenía.
Cuando ya teníamos mucha confianza, su tía contaba un chiste o un cuento de los
nazis. De Goering decía que era morfinómano, que aceptaba sobornos por otorgar
favores políticos o a algún judío rico para sacar su riqueza, aún empezada la guerra.
Decía que Hitler predicaba una cosa, pero hacía otra; quería que los hombres y mujeres
se casaran y tuvieran muchos hijos y sin embargo él mismo no se casó, ni tuvo hijos.
A veces repetía una rima más o menos como la siguiente:

“Gobierna a la manera rusa


Se peina a la francesa
Se corta el bigote a la inglesa
No nació en Alemania

Enseña el saludo romano


Quiere que tengamos muchos hijos
pero él no es capaz de tener unos.
Ese es el dueño de Alemania”.

Mientras las mujeres preparaban la comida con algún ingrediente que la muchacha
podía conseguir entre los campesinos, yo trabajaba con gusto como jardinero en la
pequeña huerta que había atrás de la casa, cosa que conocía muy bien. Ursula vivía
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tanto en Tützing con su madre, como en Feldafing con su tía. Cada vez que las iba a
visitar era un huésped muy querido. Después del almuerzo y la cena le regalaba un
cigarrillo a la tía Elwine. Ella prendía el viejo gramófono, colocaba un disco con una
canción melancólica, se sentaba cómodamente en un sofá, y encendía el cigarrillo al
mejor estilo alemán. Mientras escuchaba la música y saboreaba el cigarrillo inspiraba
profundamente y exclamaba “O Got, o Got, wie gross ist mein glüch” (“Qué grande es mi
felicidad”). Eso era una clara demostración de que los alemanes son sentimentales y
melancólicos.
A pesar de mi desagrado, los lunes temprano por la mañana debíamos tomar el tren
para Munich y bajar hasta donde podíamos llegar. Ursula trabajaba como dibujante en
la Municipalidad de Munich y no quería faltar, salvo que las vías férreas estuvieran
bombardeadas y totalmente interrumpidas. En esos casos, se nos complicaba la vida.

LA ESCANDALOSA FIESTA PATRIA EN MUNICH

Se acercaba el 3 de marzo de 1943, aniversario de la liberación búlgara del yugo turco.


La fecha nacional más significativa y, desde luego, para mí con mayor razón, porque es
el día de mi cumpleaños. Los compatriotas deseábamos celebrarla con entusiasmo.
Solicitamos un salón en la única chopería que aún subsistía, aunque medio destruida.
El gerente, Herr Franz, nos manifestó que en tiempos de guerra las reuniones estaban
prohibidas. Insistimos. Nos indicó que pidiéramos la autorización ante la Gestapo.
Respondimos que si la gestionábamos, era seguro que nos la negarían. Le
manifestamos que la fiesta no sería bulliciosa y no daríamos lugar a ninguna queja. En
Munich había unos 1.200 estudiantes búlgaros, y tanto su conducta como sus
comportamientos habían sido siempre inobjetables. Sin embargo, la contestación era
negativa.
Por mi iniciativa juntamos varios paquetes de cigarrillos y regresamos al día siguiente.
Herr Franz no quiso recibirnos, pero le manifestamos que teníamos en mente otra idea
para proponerle. Al sentarnos le pusimos, frente a él, 6 paquetes de 20 cigarrillos cada
uno: “Sr. Gerente, dada su gentileza resolvimos hacerle este obsequio, si nos facilita la chopería”. El
hombre abrió los ojos con sorpresa. No podía creer lo que veía: tanta cantidad de
cigarrillos inesperadamente de su propiedad. Para un alemán en aquellos tiempos era
un sueño.
Era sin duda una viveza, casi un soborno encubierto. Aproveché entonces su
desconcierto, y con tono de inocencia añadí: “¿No nos va a decir que no, verdad? Por otra
parte, somos estudiantes de un país neutral y amigo”; le aseguramos que todo saldría bien, que
“no haremos bulla y seremos prudentes”.
Cuando concluí, Herr Franz no sabía qué decir ni qué hacer. Miraba los paquetes de
cigarrillos, luego a nosotros hasta que se decidió: “Gut, abgemacht ” (bien, trato hecho).
El grupo encargado de la fiesta concurríamos a diario para organizarla.
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Comprometimos un conjunto musical de veteranos y finiquitamos todos los detalles,


adónde correríamos a dispersarnos en caso de un ataque aéreo, rogando a Dios que
para ese día el cielo estuviera muy nublado y nos protegiera.
Conforme con la puntualidad alemana, a las veinte la sala estaba llena. Mila-
grosamente los aviones aliados aquella noche llevaron el terror a otras ciudades y las
sirenas estuvieron silenciosas. De no haber sido así habría sido un desastre, pero ya
estábamos resignados. Esa noche se vaciaron muchísimos barriles de cerveza, que en
Alemania nunca faltó, y bebidas de todo tipo que los comensales llevaron consigo.
Había entre nuestros invitados compañeros, amigos alemanes y profesores. Llevé
lógicamente conmigo a mi adorada Ursula, quien estuvo aquella tarde frente al espejo,
cambiándose peinados y vestidos que todavía poseía de las grandes tiendas de su
madre, por lo que llegamos un poco más tarde. Mi acompañante despertó un visible
interés, se daban vuelta los asistentes y compañeros a contemplarla, no sólo por su
belleza, sino porque estaba elegantemente vestida. Aquello era un bochinche. Los
búlgaros suelen ser bulliciosos. Se fumó como en los mejores tiempos, se tomó y cantó
en exceso a pesar de la prohibición de hacerlo. Celebramos mi cumpleaños entre los
que me acompañaban en la mesa que, como todas, estaba adornada con tempranas
flores. Ursula no ocultaba su alegría, luego de aquellos tiempos grises, penosos y de
angustia. Al concluir la fiesta y ya en plena calle, prosiguió el alboroto y los cantos en
búlgaro, cada cual como mejor podía. Nos habíamos olvidado que nos hallábamos en
un país en guerra, y que las fiestas, los bailes y los escándalos estaban estrictamente
prohibidos, que la gente trabajaba y temprano estaba de pie. Considero que los
estudiantes son iguales y poco responsables en todas partes del mundo.
Afortunadamente nada ocurrió; tampoco hubo quejas de ninguna índole.
Salvo el diario local Völkischer Beobachter que publicó un comentario sobre el
“festejo ruidoso” en el día patrio de los estudiantes búlgaros. Supongo que lo hizo para
mostrar que ninguna noticia le era ajena y otro tanto, para poner de relieve que el
gobierno “Nazional Socialista” era tolerante con los estudiantes universitarios.
De regreso a la pensión nos dirigimos a la pieza de Ursula. Allí encontramos a su
madre, a quien ya conocía, ella había arreglado bien la pieza. Luego de enterarse de los
pormenores de la fiesta y al vernos tan contentos, se despidió con un beso y se fue a
dormir a otra habitación, no sin antes darse vuelta, mover un dedo y con una pícara
sonrisa advertirnos: “Kinder machen sie keine dummheit ” (Chicos, no hagan
tonterías).

LA CARTA DE DOÑA SARA

En las vacaciones de verano del norte de 1943 encontré en Karnobat al Sr. Isaac,
comerciante en granos, de quien me había hecho muy amigo y le vendía mi pequeña
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cosecha cuando trabajaba en agricultura. Me pidió que llevara una carta a una familiar
anciana que residía en Munich, lo que acepté sin problemas.
En realidad no me interesó mucho quién fuera el destinatario. Estaba preocupado con
los tortuosos trámites cada vez que salía de Bulgaria, en razón de que no había
cumplido con el servicio militar por ser estudiante. A mi llegada a Munich tomé mi
bicicleta y corrí para entregar la carta de Doña Sara. Era una zona alejada del centro.
Me recibió una mujer de edad y repitió varias veces su agradecimiento. Por mi parte,
no le hice ninguna pregunta y me fui contento.
Hecho eso me despedí y me sentí muy satisfecho de haber cumplido con la palabra
empeñada a don Isaac. Había hecho además una obra humanitaria.
Al llegar a la Politécnica relaté a mis compañeros las novedades con los ins pectores
austríacos de la frontera, que nos dejarían entrar con cuarenta paquetes de cigarrillos
sin problema, si dejábamos el 20% para los soldados en los campos de batalla, pero sin
recibo, lo cual fue recibido con alegría. Claro está que con ese arreglo no éramos
revisados y podíamos esconder todo lo que queríamos.
Sin embargo, cuando comenté que había traído una carta a una señora judía, me
hicieron severos cargos a causa de la imprudencia cometida. Una cosa era el sentido
humanitario y otra distinta correr riesgos de esa índole. Según ellos nadie estaba en
condiciones de saber si dentro de ese sobre se escondía un mensaje en clave con fines
desconocidos. El temor provenía del hecho de que si entrábamos en sospecha de la
Gestapo comprometía no sólo a mí sino a toda la colonia estudiantil y, a partir de allí,
seguramente habría una más estricta fiscalización en la frontera.

El temor nazi al sabotaje o espionaje era enorme ya que el sionismo le había declarado
la guerra sin fronteras, por lo que en todas partes se leían leyendas de prevención:
“Cuidado, el enemigo no duerme”. La maquinaria de propaganda hitleriana estaba provista
de slogans. Por eso también al empezar la guerra trataban de llevar a los campos de
concentración a todos los judíos a su alcance, y de esa manera, evitar los sabotajes
además de tener mano de obra calificada y gratis. Debo reconocer que pasé días de
angustia. Por mucho tiempo las pesadillas de que la Gestapo me perseguía no me
abandonaban, me reflotó el viejo miedo que le tenía. Pero con el tiempo, la
preocupación fue perdiéndose.

MI PAPELÓN CON UN CAPITÁN NAZI

Mi amiga Margot de Braunschweig no se resignaba a que nuestros caminos se hubiesen


distanciado. Incluso antes de partir de allí ella estaba bastante alegre y me dijo “Ich bin
mal gespant”, algo así como “estoy segura que vos vas a volver”, y teniendo un
teléfono a mano, me hablaba muy seguido.
81

En el otoño de 1943, alegando que me extrañaba, decidió viajar a Munich para verme y
de paso conocer Baviera. “No estás en tu juicio” –contesté–. “Con tantos bombardeos
y aviones aliados en los cielos arrasando todo lo que encuentran y complaciéndose en
bombardear las estaciones y ametrallando los trenes de pasajeros no puedes
arriesgarte.” Te van a matar, le repetía. Traté inútilmente de convencerla, al final le
confesé que tenía otra amiga para que no cometiera tonterías. Ni siquiera me escuchó:
“Una sola vez en la vida se muere y además ya adquirí el boleto, viajo el próximo
sábado, pero ignoro cuándo llegaré, de cualquier manera te buscaré en la pensión”, fue
la respuesta, y el teléfono se cortó. “Otra mujer sin miedo de morir”, reflexioné.
Consiguientemente no quedaba otra salida que desaparecer por una semana de los ojos
de Ursula.
En efecto, el lunes siguiente, al entrar en la pensión, sorprendí a Margot sentada en el
hall. La recibí con el afecto que merecía. A pesar de sus escasos veinte años su rostro
de muñeca parecía desmejorado, con signos de cansancio. Enumeró los peligros y
contratiempos a los cuales se había expuesto para llegar a Munich. Frau Guerber me
reprochó porque la muchacha había aguardado varias horas. La llevé a mi habitación.
Mientras Margot se quedó a cambiar y descansar, aproveché para salir en mi vieja
bicicleta a buscar un restaurante de los pocos que quedaban en pie. Recordé uno en el
paseo de Munich, frente a la Rathaus, la Alcaldía de la ciudad, de los pocos en pie,
reacomodado.
Era una chopería donde a veces se conseguía, con un precio mayor, comer algo sin la
entrega de cupones de racionamiento. Tuve suerte. Corrí a la pensión con el propósito
de regresar antes de las 20 horas. Después de ese horario no se encontraba nada.
Tomamos el tranvía y pronto llegamos a Marien Platz. Antes de entrar, contemplamos
la majestuosa Rathaus, y aunque había sido víctima de bombardeos y mostraba un ala
destrozada, aún presumía su colosal estructura. Poseía un reloj corso con “bing beng”
que resonaba cada quince minutos, cada treinta asomaban algunas figuras danzantes y
cada sesenta un desfile de damas y cortesanos danzaban al compás de la ronda. Margot
no pudo dejar de expresar su admiración ante ese notable atractivo visual; nos
demoramos en entrar al restaurante, y el bar estaba colmado.
Es costumbre en Alemania, aún lo es, ubicarse en cualquier lugar con asientos
disponibles, compartiendo la mesa con desconocidos. Tomé la mano de Margot y nos
dirigimos a una mesa que parecía vacía. Una columna impedía ver quién es- taba del
lado izquierdo. Antes de llegar, Margot, que se encontraba a mi derecha, apretaba
inquieta mi mano, pero yo no presté atención; en un primer momento, por la poca luz,
no pude advertir quién estaba allí. Supuse que era un oficial del ejército regular.
Después de saludar y acomodar a mi dama, al levantar la vista, con gran sorpresa vi
que al frente teníamos nada menos que a un capitán de la SS. Además de lo
inconfundible de su porte y mirada, eran visibles las dos SS en cada lado del cuello de
su chaqueta y las condecoraciones que lucía. Muchas veces me he sentado a pensar;
más allá de que uno ha odiado a los nazis, debo reconocer que –me guste o no–, los de
mayor jerarquía tenían metido en la ca- beza que debían mostrarse como caballeros.
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Margot me miraba con ojos de súplica, como implorándome que nos fuéramos. Yo, en
cambio, no estaba dispuesto a admitir signos de temor. Pero al observar al nazi erguido
como una estatua de bronce e ínfulas de superhombre, con su pecho adornado de
condecoraciones y una cruz colgada de su cuello, no
sé de qué maldita orden, como en las calles se los veía muy rara vez y los observaba
con curiosidad ahora me invadieron los nervios. Si bien jamás había tenido problemas
con los intocables y temibles SS, les profesaba un marcado recelo. Me indignaba su
insolencia, pues no había quitado la mirada de Margot desde que nos sentamos. Habría
deducido, sin mayores esfuerzos, que se trataba de una joven alemana en compañía de
un extranjero. Además, al verse solo, frente a un extranjero tan bien acompañado,
seguro que los celos lo invadieron. La sensación de inseguridad que invade a un
individuo sentado sobre una canasta de huevos, en esos momentos yo la
experimentaba. Me hallaba confuso. Supuse, no sé por qué, que el imponente varón
estaba por marcharse. Al parecer la columna impidió a la servidora colocar el chop
frente al orangután con charretera, por lo que lo colocó frente a mí.
Mis nervios me hicieron cometer una torpeza infantil e imperdonable. Para recuperar el
ánimo, de inmediato levanté la jarra e hice un trago sin aguardar ni siquiera que le
sirvieran la limonada a mi compañera. “La cerveza no era para ti”, me reprochó
Margot en voz baja, invadida de un gran nerviosismo. Recién me di cuenta de que el
individuo no se retiraba, sino que había llegado poco antes que nosotros. Caí en la
cuenta de que me había portado como un mal educado, yo que tanto me esmeraba en
ser un caballero. “Perdón señor”, le dije. Me con- templó con una soberbia no exenta
de una ráfaga de odio. “¿Usted es extranjero?”, preguntó con un gesto altanero.
Repliqué con orgullo: “Soy estudiante búlgaro”. “¿Y de este modo se comportan los
soldados alemanes con las muchachas búlgaras?” agregó. Con toda seguridad lo
embargaron los celos, ya que un insignificante extranjero estaba acompañado por una
bella mujer mientras él, con semjante jerarquía, contaba solo con el acompañamiento
de su soledad. Era igual a que me introdujeran una espina en alguna herida. A mi lado,
Margot, que adivinaba el desenlace, lagrimeaba. Acaso pensé: ¿este tipo tiene el
derecho de hacerme esta clase de pregunta? Lleno de odio y sin justificación contesté
una barbaridad: noch wie (más que esto), y lo peor del caso fue que al gesticular yo con
las manos, rocé la alta jarra con cerveza que se volcó contra el orgulloso nazi y lo bañó
íntegro.
Cobré entonces conciencia de que estaba haciendo un tremendo papelón. El capitán no
pronunció palabra alguna, se irguió como un autómata. Sacudió tranquilamente su
uniforme empapado, en momentos en que la moza servía la jarra destinada a mí
dándose de plano con el incidente. El energúmeno entonces sacó una moneda de dos
marcos, que excedía el cuádruple del valor del chop, la depositó sobre la mesa, levantó
su gorra y el sable que tenía puesto sobre una silla a su lado, se inclinó levemente ante
Margot y se marchó con militar desplante. Mientras, mucha gente miraba sin entender
lo que pasaba. El maldito nazi se dio el gusto de mostrarse como un caballero, como
siempre pretendían. Me sentí violento e incómodo por haber protagonizado aquel
83

accidente tan bochornoso ante un esbirro hitlerista. Nunca antes me había sentido tan
mal desde mi llegada a ese país. Mi vergüenza no tenía límites. No me animaba a mirar
a Margot, pero percibía sus sollozos.
Debo reconocer que había exagerado en cuanto al comportamiento de los alemanes
con las chicas búlgaras. Las tropas regulares germanas, a su paso por nuestro país para
llegar a Grecia y de allí al Mediterráneo para ayudar a sus compatriotas que luchaban
en el Norte de Africa prácticamente abandonados por sus propios aliados italianos,
levantaban suspiros entre las muchachas. Soñaban con estos soldados apuestos y
gustaban exhibirse con ellos en los bares y en las calles. Los jóvenes sentíamos la
impotencia y el fastidio de los celos. Lo cierto es que no se veía allá a estos SS, quizás
porque éramos un país neutral y para no causar rechazo. Se sabía además que las
tropas alemanas entraban en los países dominados con desfiles militares y con orden y
respeto hacia la población, como era la vieja costumbre del ejército germano. “Vamos
–le dije a Margot–, porque ahora lo único que falta es que esos pájaros de mal agüero
nos despedacen.” Pasamos por la cercanía de la basílica Frauen Kirchen, que exhibía
sus dos altas cúpulas pero sin poder disimular por dentro las huellas del feroz incendio
que la había calcinado. Era lo que quedaba de la iglesia erigida en homenaje a la mujer
y símbolo de München. En silencio retornamos a la pensión.
Esa noche no pude conciliar el sueño. Estaba abatido por no haber podido controlar
mis nervios y demostrar al nazi mi habitual caballerosidad, digna de un estudiante
universitario de aquellos tiempos. No podía olvidarme de otro capitán que conocí en
un viaje a Bulgaria. Al pasar el tren por Budapest, un capitán del ejército regular
alemán se sentó a mi lado. Conversamos muy amablemente, como corresponde a dos
personas civilizadas. En todo el trayecto hasta Belgrado, adonde bajó, conversamos
sobre el desastre de la guerra en la que Hitler había metido y sacrificado al pueblo
alemán. Le pregunté si estaba de acuerdo conmigo en que Alemania no podía ganar
nunca esa guerra frente a tantos ejércitos enemigos, por más que tuviera razón de
liberar sus territorios mutilados en la Primera Guerra.
Que al invadir Rusia, Hitler cometió un error imperdonable, por apurarse sin estar bien
preparado, y porque Stalin y el comunismo eran invencibles. El pobre capitán me
escuchó atentamente, diciendo: “Todos los alemanes, incluso los mismos nazis, somos conscientes
y resignados de que perderemos la guerra, pero no tenemos otra salida que sufrir y morir atrapadas por
las órdenes del Führer y del alto mando nazi”. Considero que el mundo nunca entenderá en
toda su dimensión los sufrimientos del pueblo alemán en las dos guerras mundiales y
sus trágicas consecuencias. Lamentablemente muchos me consideran como un judío
renegado diciéndome: “Los aliados cosecharon grandes ventajas en la Iº Guerra
Mundial, pero a los judaísmo de la 2ª le serviría por siglos, repitiendo el pretexto del
Holocausto ” Porque el antisemitismo es muy grande en la Argentina, a veces me da
ganas de cambiar el apellido pero eso no es fácil.
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EL POBRE SOLDADITO ALEMÁN

Después de las vacaciones de verano, de 1943 en mi patria, me aprovisioné con víveres,


con unos cuarenta paquetes de cigarrillos y algunos medicamentos (porque en
Alemania ya no se encontraba nada). La única posibilidad para entonces era el
ferrocarril por la desmembrada Yugoslavia, con el pertinente riesgo. En Yugoslavia
operaban todo tipo de facciones guerrilleras y antiguerrilleras separatistas y tropas del
gobierno títere en Belgrado. Además, las tropas búlgaras que custodiaban la vía férrea,
para asegurar el necesario tránsito a occidente.

Como es sabido, la guerrilla más famosa de todas las que había en Europa durante la
Segunda Gran Guerra estaba bajo el mando del mariscal Josef Broz, “Tito”, oriundo
de Croacia. Su apelativo venía de su costumbre de impartir órdenes a cada uno de sus
subordinados acerca de lo que debían hacer: “tito” o sea: “tú esto” y “tú aquello”.
Mientras viajábamos, el tren detuvo de repente su marcha, antes de cruzar un río
bastante caudaloso. Al asomarme por la ventanilla pude observar que un tramo del
puente se hallaba colgando sobre el lecho del mismo. El día anterior la aviación inglesa
lo había bombardeado. El tren estaba repleto de todo tipo de pasajeros civiles y
algunos militares búlgaros. Comenzamos a bajar con los equipajes a cuestas. Para bajar
por el empinado terraplén, la pesada puerta me molestaba. Con toda la fuerza que tuve
la tiré para cerrarla.
Escuché un grito. Al darme vuelta vi un joven soldado del ejército regular alemán que,
con gran expresión de dolor, me mostraba su mano derecha bañada en sangre. Su
pulgar estaba completamente seccionado. Al parecer, al estar la puerta abierta el
soldadito tenía su mano apoyada sobre el filoso bastidor, para ver qué pasaba abajo.
“Señor –me reclamó el muchacho, que sin duda no tenía más de
20 años–, mire lo que me ha hecho.” Yo sólo atiné a expresarle mis disculpas,
asegurándole que había sido sin querer. Levanté los hombros y, en medio de la
confusión y el griterío de la gente, bajé como lo hacía el resto de los pasajeros, crucé el
río a través de tablones acondicionados sobre la retorcida estructura de hierro. Era
pleno verano. Entre el gentío, el calor y las pesadas valijas, era como si me hubiese
olvidado, sin ningún remordimiento, del dolor que había ocasioado a un desdichado e
indefenso soldadito, que de seguro tenía permiso por unos pocos días para ver a sus
seres queridos.
Las iniquidades de la guerra habían endurecido los corazones. Hasta el día de hoy no
me puedo perdonar que no haya ayudado en nada a un ser abandona- do en la
desgracia. El pobre soldado posiblemente no sabía hablar más que su idioma, mientras
yo hablaba ya varios idiomas, incluso el serbio. Yo, un antiguo idealista-marxista,
criado en la humildad cristiana, hice un daño irreparable sin conmoverme, dejándolo
librado a su desdicha mientras yo ya tenía veinticinco años, podía hablar el idioma y
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encontrar quién lo puede auxiliar. Porque si bien yo era un antinazi, de ningún modo
era antialemán. Menos mal que el pobre chico no era un soldado de elite de la “SS”,
porque entonces quizás me hubiera costado un gran dolor de cabeza por considerarlo
un daño intencional.

LA TERRORÍFICA FUGA AL REFUGIO

Una noche Ursula llegó a la pensión y me invitó a visitarla en su cuarto del primer piso.
Estando abrazados con un apasionante amor en su cama, de improviso las aterradoras
sirenas comenzaron su trágico sonar sin cesar. El prolongado ulular evidenciaba que de
nuevo los bombardeos se lanzaban sin piedad sobre sus víctimas, que éramos nosotros
también. A pesar de mi intranquilidad, abrigaba aún la remota esperanza de que se
tratara de una falsa alarma, ya que, como dije, frecuentemente nos aterrorizaban
dirigiéndose de repente a otro objetivo. Sin embargo, al percibir los lejanos estallidos
de las baterías antiaéreas (que todavía existían algunas) no hubo dudas de que las aves
del terror estaban ya sobre nosotros. “Úrsula, vamos” –le dije–, “esto va en serio”.
“¿Dónde?” –respondió–. “Al búnker, mi amor.” “¿Tanto miedo tienes? Para morir ésta sería la
mejor ocasión”, me respondió, abrazándome con todas sus fuerzas.
A duras penas me liberé de sus brazos y le pedí que se vistiera de prisa mientras yo
subía a mi pieza en el cuarto piso, corriendo por la crujiente escalera de madera para
buscar mi valijita, que siempre estaba lista. Cuando bajé para buscarla los estallidos
estaban muy cerca, prácticamente sobre nosotros. Ella, tranquila, estaba todavía a
medio vestir. De pronto, un estallido tremendo sacudió el edificio. Me entró pánico.
Tomé su mano y la arrastré por la escalera: ella se quejaba, protestaba y me
reprochaba ser un búlgaro torpe. Yo más me aferraba a su mano. En plena calle
corríamos desesperadamente al refugio mientras las ondas expansivas, con brutal
fuerza, nos lanzaban de un lado para otro.
El fragor de la violencia era indescriptible, pavorosas las explosiones de las bombas,
el repiqueteo de las baterías, la conmoción de la tierra por los impactos y el
ensordecedor rugido de las oleadas de los gigantescos aviones cuatrimotores, que
volaban a baja altura. Teníamos la gran suerte de contar quizás con el único búnker
de Munich, fuera del nazi. Hoy mis palabras resultan pálidas para lograr describir el
infierno que vivíamos entonces a cielo abierto con Ursula, aferrada a mi mano.
Nunca me había visto amenazado de muerte a tal extremo. A duras penas pudimos
embocar la larga escalera del búnker, que se encontraba en la plazoleta al otro lado de
la calle frente a la pensión. Al bajar, nuestros corazones estaban por estallar. La
respiración se nos cortaba por la agitación. Escuché a una persona decir a otra:
“¿Viste cómo volaron por los aires el puesto de la batería antiaérea con sus soldados que estaba
emplazada sobre la torre de la cuadra siguiente, cerca de la estación?” Muchas veces había
estado en ese refugio y nunca lo había sentido tan estremecido, como si fuera víctima
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de un pavoroso terremoto. Parecía que en cual- quier instante el búnker se


desplomaría. El pánico se apoderó de todos. Aquel sector de la ciudad, cerca de la
Estación Central del FF.CC., sufría una implacable descarga de explosivos. Se
apagaron las luces y empezó a funcionar el equipo electrógeno. El enemigo, saciado
de sembrar tanto horror y muerte, se alejó de Munich y las sirenas nos devolvieron el
alivio y la esperanza de vivir. Salimos apresurados para ver que por un milagro
nuestra pensión, por más que estaba dañada, era el único edificio en pie de la
manzana, en escombros y llamas, llena de enormes cráteres, como toda la ciudad. Ese
bombardeo lo recordamos con mi amada Ursula como “el bombardeo del terror”.
Hasta donde alcanzaba la vista todo estaba a ras del suelo, donde reinaba la muerte.
La señora conserje conjeturó que la escalera no estaba en condiciones y podía
derrumbarse en cualquier momento, por lo que Úrsula sugirió que viajáramos a
Tützing: “Mi madre está allí con mi otra tía, que desde hace tiempo desea conocerte. Deben estar
muy afligidas”. La estación central ya no existía, convertida en escombros, razón por la
cual debíamos caminar varios kilómetros fuera de la ciudad adonde, después de
aguardar hasta la madrugada, pudimos finalmente abordar un improvisado tren. A
pesar de que gran parte de los edificios de la Politécnica estaban en ruinas, las
actividades seguían cumpliéndose, aunque en condiciones muy precarias, en las aulas
que tenían las paredes sin derribar y techadas con chapas recogidas de los edificios
destruidos.

EL BÚNKER NAZI

En el invierno de 1943/44 los bombardeos masivos sobre Munich merma- ron,


sospecho que porque quedaba poco para destruir, incendiar y convertir en
escombros. Pero se sucedían en cambio incursiones aisladas que nos mantenían en
constante zozobra. La consigna de la aviación aliada parecía ser la de barrer con todo
lo que estaba en pie y aniquilar todo lo que quedaba con vida.
Cerca de la Politécnica se había construido un búnker, un refugio que quedaba en el
ámbito del santuario nazi. Aunque estuviera cerca, nadie de la Poli- técnica lo usaba,
ni aun los mismos profesores, claro, ellos no eran nazis. Nos teníamos que conformar
con el refugio en el sótano de la Politécnica, que era seguro siempre y cuando no le
cayera una bomba encima y nos hiciera volar en pedazos o sepultara vivos como
sucedía en muchos lugares.
Cierto día, de manera imprevista y mientras conversábamos en la cercanía con unos
compañeros, nos sorprendió el terrorífico aullido de las sirenas y con nitidez
escuchamos la proximidad de los enormes aviones superfortalezas y los estallidos de
las bombas casi sobre nuestras cabezas. Sin pensar nos dirigimos corriendo al cercano
búnker nazi. Acostumbrábamos hablar en voz alta en búlgaro y mientras
descendíamos la larga escalera, nos dimos de frente con dos guardias de los odiosos
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“SS”, con sus bayonetas caladas apuntándonos al tiempo que gritaban: “Halt!, nicht
für Ausländer” (Paren, no para extranjeros).
En ese mismo instante cayó una poderosa bomba en las inmediaciones y la onda
expansiva nos levantó violentamente tirándonos sobre los guardias, que cayeron con
estrépito, de espaldas. Las puertas del refugio permanecían todavía abiertas y los
refugiados adentro, en su mayoría mujeres, que percibieron el tremendo impacto,
promovieron un pánico que se agravó con la indignación al ver la intervención de los
“SS” en contra de nosotros, dándose cuenta de que éramos estudiantes. Tuvimos
suerte, el escándalo se sosegó, quizás porque de pronto sonaron las sirenas indicando
que el peligro había pasado. Después de eso nunca más a alguno de nosotros se le
ocurrió buscar refugio allí.

***
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CAPÍTULO IV

BORIS III, REY DE BULGARIA

Y EL ALMA HUMANA DE LOS ALEMANES

Al capitular Bulgaria en la Primera Guerra Mundial, el rey Ferdinand, de la realeza


germana, abdicó y dejó a su hijo como zar Boris III, con grado militar de teniente
general por su heroísmo y abnegación. Boris luchó en las trincheras junto con las
tropas para defender a Macedonia, arrebatada por Serbia y Grecia en la guerra de los
Balcanes, en 1912. Al reunirse los excombatientes, el rey Boris se presentó con las
insignias de general pero con el uniforme de las trincheras.
Esa humildad hizo al nuevo rey muy popular y querido por el pueblo. Al hablarse
tanto de una nueva guerra, en el año 1938 el rey Boris fue invitado tanto por el rey de
Inglaterra como por el gobierno de Hitler. Nuestros soberanos fueron recibidos
personalmente por el rey de Inglaterra. según el libro de un escritor búlgaro,
amigo personal de nuestro monarca, boris III: “En Inglaterra ya han organizado
unas formidables maniobras marítimas”. Al ser primo del rey de Inglaterra y soberano
de Bulgaria, fue especialmente invitado como la única personalidad extranjera, lo que
llamó mucho la atención.
El comando naval inglés había desarrollado con suma eficacia una impresionante
demostración de defensa. Los buques de guerra se han representado como fortalezas
flotantes. El propio almirante inglés explicó a Boris la abruma- dora defensa de la
flota inglesa contra un ataque enemigo por buques de guerra, submarinos y aviación
combinados. En medio de todo ese despliegue estaba el acorazado, insignia de la flota
inglesa de entonces, el más grande y famoso del mundo, el “Hood”, de 110.000
toneladas (sin embargo más tarde, en la guerra, fue hundido por el moderno crucero
alemán Bismarck). Después de las maniobras nuestro rey fue invitado por el premier
inglés Chamberlain, para preguntarle su opinión sobre el poderío inglés. “Estoy
impresionado por vuestro formidable poder marítimo” –dijo el monarca. “Su
Majestad, nosotros sabemos que usted ha sido invitado también por Hitler, le rogamos decirle que
sus amenazas no nos asustan, tenemos cómo responder y repeler sus ataques.”
Al llegar a Berlín y contarle de las maniobras que había visto y la misiva del premier
inglés, Hitler se rió diciendo: “Es que los ingleses no saben el poder secreto de fuego de nuestras
fuerzas armadas”. De Berlín, el rey búlgaro viaja a París. Allí lo esperaban unos grandes
amigos, el presidente del gran banco francés, monsieur Duval, casado con la joven y
elegante búlgara Lili Gülemesova. Esa vez el matrimonio lo recibió muy desanimado
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y apagado, a pesar de sus enormes riquezas y sus bellas residencias. “Alemania seguro va
a atacar Francia y será ocupada, y a mí, como un judío tan conocido, me van a detener y confiscarán
mis bienes.” Pero con tiempo el señor Duval transfirió todos sus capitales a Suiza y
América, teniendo todo listo para partir cuando llegase el momento. Sin embargo, se
demoró demasiado en marcharse; como sufría del corazón, al escuchar por la radio
que los alemanes rápidamente derrotaron a los ejércitos franceses y se dirigían a París,
recibió un infarto mortal.

Lo interesante es que la señora Lili recibió un formulario traído por los franceses para
llenar los datos como sucesora del banco. Como su madre era de origen hebreo tuvo
miedo y pidió que volvieran al día siguiente. De inmediato cargó su valija con joyas y
se dirigió a su refugio secreto –un lujoso departamento en París, frente al Sena–. No
obstante, a los dos días fue ubicada. La visitó un oficial, segundo jefe de la Gestapo
en París, el capitán Kluger. Después de presentarse muy amablemente le pidió que lo
acompañara. “Está bien”, dice ella, “pero me gustaría esta noche, por última vez , preparar una
linda cena para los dos”. Entre el deber y la tentación, el oficial se quedó un rato
pensativo y decidió sentarse y esperar tranquilamente. Después de saborear una
agradable comida y haber elegido un vino de sus propios viñedos, la señora Lili lo
esperó perfumada en la cama. Sin embargo, Herr Kluger se acostó en el diván. “Allí
no”, le dijo Lili. “Venga a mi cama”, lo invitó ella. Aunque tenía cinco años de viudo,
la rígida disciplina militar alemana le impedía atreverse con una mujer de los países
ocupados, las- timarla y ni siquiera caer en la tentación. Con toda astucia, ella se le
acercó hasta provocarlo. Y esto no es un cuento. Se sabe bien que los soldados
alemanes, y con mas razón los nazis que se consideraban unos caballeros, se portaban
con sumo cuidado. Además les fue totalmente prohibido caer en la tentación, y era
un delito violar una mujer. Unica moral de soldados que se respeta en el mundo, la
alemana.
Mientras los soldados rusos y los aliados (especialmente los negros) han sido un
terror en Alemania, donde hasta se podían dar la libertad de asesinar a una mujer si se
resistía a la violación, o a cualquier otro que se interpusiera. Pero de eso la prensa
internacional nunca se ocupó, nunca hizo la más mínima intención. Si eran alemanes,
¡que aguanten!
Temprano por la mañana el oficial se levantó y empezó a vestirse diciendo a su dama:
“Lo lamento, señora, pero hoy debe acompañarme a la Gestapo, caso contrario pagaré muy caro el
placer vivido”. La señora Lili lo abrazó y le pidió que dijera en su oficina que no la había
podido localizar. El alemán, aunque fuera nazi, titubeó un largo rato entre el deber y
el sentimiento humano, le hizo una venia y se fue. La bella Lili tomó su valija con las
joyas y se zambulló en los suburbios de París.
Después de conocer personalmente a los “camaradas rusos”, pensé que en un
caso como ése un oficial de la KGB no la dejaría escapar por nada del mundo.

Encima se habría llevado la valija con las joyas, y con toda seguridad la habría violado
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sin esperar que lo sedujera. Por eso no se puede negar el alma humana del ser alemán.

LA PROTECCIÓN DE LOS JUDÍOS BÚLGAROS Y LA MUERTE DEL REY

En la primavera del año 1940 Hitler pidió paso a Bulgaria para avanzar con sus tropas
hacia Grecia y sus islas en el Mediterráneo para poder atacar desde allí a la flota
inglesa y aliviar la situación al mariscal Rommel, que avanzaba en el norte de África.
Como ya mencioné, Hitler había prometido protección a Bulgaria para no pagar más
las pesadas contribuciones de guerra a los aliados. Además, había asegurado la
restitución de sus territorios mutilados en la guerra de los Balcanes, en 1912 y en la
Primera Guerra Mundial, por los serbios, griegos y rumanos, cosa que cumplió. El
pueblo búlgaro apreció ese gesto de solidaridad para recuperar sus tierras sin un solo
disparo. Eso explica por qué, cuando las tropas regulares germanas pasaron por su
suelo, en avance hacia Grecia, se las recibiera con flores y festejos en todo el país.
Hasta los mismos marxistas lo hicieron, sencillamente porque en aquellos tiempos
todavía Stalin y Hitler estaban en buenas relaciones a causa de haberse repartido
Polonia.
Al atacar a Rusia, y verse en dificultades, Hitler exigió la participación de Bulgaria,
como lo hicieron varios otros países, y máxime como una recompensa por los tan
importantes servicios prestados. Sin embargo nuestro sabio rey, Boris III, se opuso
con sumo valor y claridad. Si bien nuestro pueblo agradecía el gesto del Führer, no
olvidaba el sacrificio hecho por el pueblo ruso en las encarnizadas batallas contra el
imperio otomano para la liberación de Bulgaria en 1878, de quinientos años de
sangriento yugo bajo el dominio turco.
Durante años los nazis prosiguieron la presión para la entrega de los hebreos,
alegando que integraban la guerrilla subversiva búlgara, de filiación comunista, que
atacaban y acribillaban a los soldados alemanes heridos en el frente ruso que muchos
de ellos, teniendo en cuenta el cercano frente ruso y nuestra floreciente economía,
estaban instalados en barracas o carpas para su curación, ya que Bulgaria estaba cerca
del frente ruso y era un país neutral. El gobierno búlgaro se resistía justificando que
los guerrilleros capturados, sean quienes fueran, se juzgarían por nuestra justicia, y en
caso de asesinato se los ahorcaba.
A causa de tantos sinsabores, la salud de nuestro querido rey se debilitó mucho.
Encima de todo, Hitler, al verse acorralado por todos lados, en agosto de 1943 lo citó
de urgencia en su fortaleza “la Madriguera del lobo”, en Prusia Oriental. Lo recibió
con gritos y amenazas para que con urgencia enviara el ejército búlgaro contra los
soviéticos. El monarca, impasible, categóricamente le respondió que ¡no! Para
pernoctar allí, Hitler le destinó, en el búnker, un pequeño habitáculo entre cuatro
paredes de hormigón.
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El rey regresó de aquella entrevista con la salud muy afectada y falleció a los pocos
días. Fueron tiempos muy duros para el pueblo búlgaro, que lloró desconsoladamente
su muerte. En ese momento yo estaba en Bulgaria para proveerme del “oro blanco”
(los cigarrillos búlgaros). Circulaban comentarios asegurando que Hitler, en sus
acostumbrados arrebatos, le descargó un tiro.
Por las dos páginas de una revista alemana de esa visita, que mi hermosa y amada
Ursula me había guardado (y que hasta ahora pude conservar), de la ida y la vuelta del
rey, indican que esa posibilidad no tuvo lugar. Pero sí podría ser la que supone que en
el vuelo de regreso se ordenó que abrieran la compresión del avión, con lo cual el
monarca, que tenía dolencias de corazón, habría sufrido una grave crisis cardíaca.
Como siempre, al volver de vacaciones de Bulgaria pasaba por la ciudad de Burgas,
sobre el Mar Negro, adonde terminé el secundario. Allí por todas partes se veía en las
veredas hombres y mujeres derramar lágrimas. Era el 28 de agosto de 1943.
Como reconocimiento por la salvación de los judíos para que no sucumbieran en los
improvisados campos de concentración nazis, el Estado de Israel erigió un busto de
nuestro rey en Tel-Aviv y recientemente se inauguró en la nueva parte de la ciudad de
Jafa un jardín llamado “Pueblo búlgaro”, de acuerdo a lo que leí en la prensa búlgara.

En la primavera del año 1940 Hitler pidió paso a Bulgaria para avanzar con sus tropas
hacia Grecia y sus islas en el Mediterráneo para poder atacar desde allí a la flota
inglesa y aliviar la situación al mariscal Rommel, que avanzaba en el norte de África.
Como ya mencioné, Hitler había prometido protección a Bulgaria para no pagar más
las pesadas contribuciones de guerra a los aliados. Además, había asegurado la
restitución de sus territorios mutilados en la guerra de los Balcanes, en
1912 y en la Primera Guerra Mundial, por los serbios, griegos y rumanos, cosa que
cumplió. El pueblo búlgaro apreció ese gesto de solidaridad para recuperar sus tierras
sin un solo disparo. Eso explica por qué, cuando las tropas regulares germanas
pasaron por su suelo, en avance hacia Grecia, se las recibiera con flores y festejos en
todo el país. Hasta los mismos marxistas lo hicieron, sencillamente porque en
aquellos tiempos todavía Stalin y Hitler estaban en buenas relaciones a causa de
haberse repartido Polonia.
Al atacar a Rusia, y verse en dificultades, Hitler exigió la participación de Bulgaria,
como lo hicieron varios otros países, y máxime como una recompensa por los tan
importantes servicios prestados. Sin embargo nuestro sabio rey, Boris III, se opuso
con sumo valor y claridad. Si bien nuestro pueblo agradecía el gesto del Führer, no
olvidaba el sacrificio hecho por el pueblo ruso en las encarnizadas batallas contra el
imperio otomano para la liberación de Bulgaria en 1878, de quinientos años de
sangriento yugo bajo el dominio turco.
Durante años los nazis prosiguieron la presión para la entrega de los hebreos,
alegando que integraban la guerrilla subversiva búlgara, de filiación comunista, que
atacaban y acribillaban a los soldados alemanes heridos en el frente ruso que muchos
de ellos, teniendo en cuenta el cercano frente ruso y nuestra floreciente economía,
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estaban instalados en barracas o carpas para su curación, ya que Bulgaria estaba cerca
del frente ruso y era un país neutral. El gobierno búlgaro se resistía justificando que
los guerrilleros capturados, sean quienes fueran, se juzgarían por nuestra justicia, y en
caso de asesinato se los ahorcaba.
A causa de tantos sinsabores, la salud de nuestro querido rey se debilitó mucho.
Encima de todo, Hitler, al verse acorralado por todos lados, en agosto de 1943 lo citó
de urgencia en su fortaleza “la Madriguera del lobo”, en Prusia Oriental. Lo recibió
con gritos y amenazas para que con urgencia enviara el ejército búlgaro contra los
soviéticos. El monarca, impasible, categóricamente le respondió que ¡no! Para
pernoctar allí, Hitler le destinó, en el búnker, un pequeño habitáculo entre cuatro
paredes de hormigón.
El rey regresó de aquella entrevista con la salud muy afectada y falleció a los pocos
días. Fueron tiempos muy duros para el pueblo búlgaro, que lloró desconsoladamente
su muerte. En ese momento yo estaba en Bulgaria para proveerme del “oro blanco”
(los cigarrillos búlgaros). Circulaban comentarios asegurando que Hitler, en sus
acostumbrados arrebatos, le descargó un tiro.
Por las dos páginas de una revista alemana de esa visita, que mi hermosa y amada
Ursula me había guardado (y que hasta ahora pude conservar), de la ida y la vuelta del
rey, indican que esa posibilidad no tuvo lugar. Pero sí podría ser la que supone que en
el vuelo de regreso se ordenó que abrieran la compresión del avión, con lo cual el
monarca, que tenía dolencias de corazón, habría sufrido una grave crisis cardíaca.
Como siempre, al volver de vacaciones de Bulgaria pasaba por la ciudad de Burgas,
sobre el Mar Negro, adonde terminé el secundario. Allí por todas partes se veía en las
veredas hombres y mujeres derramar lágrimas. Era el 28 de agosto de 1943.
Como reconocimiento por la salvación de los judíos para que no sucumbieran en los
improvisados campos de concentración nazis, el Estado de Israel erigió un busto de
nuestro rey en Tel-Aviv y recientemente se inauguró en la nueva parte de la ciudad de
Jafa un jardín llamado “Pueblo búlgaro”, de acuerdo a lo que leí en la prensa búlgara.

LA VOLADURA DE LA PENSIÓN CENTRAL Y EL PINTORESCO GRÄFELFING

Por un tiempo más mi querida pensión era el único edificio en la manzana que, aún
muy dañada, quedaba en pie. Hasta que al final una noche las sirenas empezaron de
nuevo su trágico e insistente aullido. Me levanté de la cama y me dirigí rápido al
bendito búnker, que pronto empezó a sacudirse por los tremen- dos estallidos de las
poderosas bombas en las proximidades, que no cesaban. Con toda seguridad estaban
destinadas a la Estación Central y sus alrededores.
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Al finalizar la orgía, apretujándome entre la ya poca pero desesperada muchedumbre,


salí rápido. Con horror me fijé allí donde estaba “mi pensión”, adonde con mi amada
Úrsula, a pesar de las zozobras, habíamos pasado momentos inolvidables: quedaba
sólo una montaña de escombros en llamas. Allí seguro habían sucumbido, calcinados
o aplastados, los que se habían refugiado en el sótano ya que había gente de edad,
como los mismos dueños y la conserje que no podían correr para llegar a tiempo al
bunker.
No me quedaba ya nada más que una valija con libros técnicos y algunas pocas ropas
que estaban en la casa de la madre de Ursula, y mi valijita en las manos. La gente del
búnker ya se había dispersado. Estaba solo contemplando atónito las fogatas, sin
saber qué hacer. El espeluznante olor a cuerpos quemados me revolvía el estómago.
Decidí dirigirme a la cercana estación central para buscar algún vagón, aunque medio
destrozado, para pasar la noche acurrucado, aunque fuera sin poder conciliar el
sueño. Me acordaba de la desdichada conserje Frau Guerber, cuando, al volver de
Bulgaria, había traído un poco de uva. Cuando comí los granos sanos del último
racimo, dejé el resto en un plato para que ella lo tirara a la basura. Sin embargo, la
mujer, pasada de hambre, empezó a espulgar el racimo y comerse con ganas los
granos ya en descomposición. Eso me había hecho sentir muy mal por no haberle
ofrecido todo el último racimo. Me acordaba también de mi pobre madre que me
escribía y suplicaba que volviera a Bulgaria.
Al amanecer estaba tiritando por la fría mañana de la temprana primavera del año
1944, sin saber qué hacer. Un buen hombre, alemán viejo, al que pregunté me
aconsejó ir a un lejano centro gubernamental “büro” de alojamiento. “Quizás ellos
tienen algo” –me sugirió–. Como ya no tenía mi vieja, pero muy útil bicicleta, y había
pocas líneas tranviarias, debía caminar mucho hasta llegar allí. Esperé bastante en la
calle hasta que al final pude llegar al mostrador. Le expliqué a la empleada que me
atendió que era estudiante búlgaro y deseaba hablar con el jefe. Me hizo pasar. Me
recibió muy amablemente una señora rubia, alta y delgada –bien presentable– que me
ofreció asiento. Al explicarle mi situación, la Frau Director me explicó que ni en
Munich ni en la cercanía, ya no existían más posibilidades de encontrar ningún
alojamiento “ni bajo los escombros”. Lo único que estaba a su alcance era una vivienda
particular distante veinte kilómetros. Como gesto de agradecimiento, le ofrecí un
cigarrillo que aceptó muy satisfecha e incluso me acompañó hasta la puerta de su
oficina.
Me dirigí a la dirección indicada con la orden oficial que decía: Familia Färber,
Gräfelfing, Spitzelbergerstrasse Nº 3. Era de un bello pueblo situado en el trayecto a
Starnbergersee. Al llegar allí a duras penas, vi una antigua y señorial residencia. La
observé un largo rato pensando: “ Yo que salí de un remoto y humilde pueblo podría llegar a
residir en ella, y nada menos que en una Alemania en guerra y ya totalmente destruida”. Cuando
toqué el timbre, apareció una distinguida señora sorprendida de mi presencia, y al
explicarle el objetivo que me llevaba quedó atónita. Después de leer dijo: “Será un
error, nunca declaré que poseía comodidades para ofrecer ”. Luego frunció el rostro:
94

“Ah, Frau Brunner, vive cerca de acá, ahora me explico”. Al parecer sabía que
pertenecía al partido nazi de Hitler.
Me hizo pasar a un confortable hall donde observé los muebles, cuadros y adornos.
Me ubicó en un cuarto del primer piso: “Ésta será su habitación, Herr Koralsky, pase por
favor, mi nombre es Ketty. Si necesita algo avíseme. ¿Cuándo piensa traer su equipaje?” “Esta
valijita que traigo conmigo es todo lo que tengo”, le respondí. Al quedar solo observé
por la ventana el amplio y bien arbolado parque. Con el correr de los días traté de
ganar la confianza tanto de Frau Ketty como de sus dos hijas: Hellen y Angélica, a
quienes les divertía sobremanera la pronunciación de mi alemán. Semanas después,
mi amigo y compañero Dimo consiguió también allí una habitación, gracias a la
amable Frau Ketty.
Gräfelfing era una zona netamente residencial, con propietarios de buen nivel
económico y todavía con poca destrucción. A la vuelta del pueblo existía un nutrido
bosque de pinos con ejemplares tan frondosos que el sol jamás penetraba entre sus
tupidas ramas. Cuando caminaba por las sendas descubría imágenes pintadas de
vírgenes, apóstoles y cazadores enanos, lo que atestiguaba una cultura de un elevado
nivel que nunca volví a ver en ninguna otra parte. La gente de allí poseía una marcada
devoción religiosa.
De sus bosques se extraía madera que servía para la construcción y para fortificar
muchos sótanos. La casa de los Färber contaba con uno. Cierta tarde las sirenas
sonaron intensamente. “Rápido al Keller” gritó la Frau. Cuando se escucharon algunos
cercanos estallidos la señora alertó: “Van a volar las cosas, me olvidé las ventanas abiertas en
el primer piso”. Supongo que para demostrar valentía ante las damas y pese a sus
protestas corrí por las escaleras. Recuerdo que en el preciso momento en que estiré
los brazos para tomar las persianas, un fuerte impacto me sorprendió. A unos
quinientos metros explotó una poderosa bomba, seguramente de una tonelada. La
onda de succión me levantó y poco faltó para hacerme volar desde la ventana. Si bien
en estos casos la onda expansiva es violenta, la contracción no lo es menos. De
regreso al sótano los vi asustados. Me decían que mi cara estaba amarilla como un
trapo.
Hellen trabajaba en la Municipalidad del pueblo y Angélica, más joven aún, cursaba
todavía el secundario, mientras que el hijo varón, Armín, debió interrumpir sus
estudios de medicina convocado por el ejército. Estaba combatiendo en el frente ruso
y no sabían si estaba aún con vida. Frau Ketty era una buena pianista. En los
primeros días la oí tocar con talento la serenata de Schubert. Me encantó, por lo que
bajé despacio al hall para escucharla. Ella estaba como transportada a otra esfera. Al
terminar la aplaudí diciéndole: “¡La felicito Fray Ketty, es usted una gran pianista!” Desde
ese día yo me transformé en un confiable amigo para la familia. Trataba de viajar
menos a Munich y retornaba lo más pronto que podía.

EL DISTINGUIDO DR. FÄRBER


95

El esposo de Frau Ketty, Dr. Herbert Färber, se desempeñaba como mayor del
ejército y jefe de la defensa antiaérea de Stuttgart. Venía a su casa los fines de semana,
una o dos veces al mes. Tendría cincuenta años, y era doctor en Ciencias
Económicas. Me asaltó la curiosidad de saber si era nazi, y no me costó mucho
trabajo descubrirlo. Era un hombre culto y no tenía nada que ver con el régimen. Nos
sentábamos en la Verande, la terraza frente al parque.
Conversábamos durante horas sobre distintos temas y naturalmente, lo referente a lo
político no estaba ausente. Mi condición de búlgaro le daba seguridad y discreción.
Había sido tiempo atrás uno de los auditores de la Deutsche Farben Industrie de
Dusseldorf, que producían las conocidas anilinas para la elaboración de pinturas. No
toleró el atropello del sindicalismo nazi y decidió retirarse. Me relataba con lujo de
detalles el surgimiento de Hitler facilitado por el hambre, la miseria, y la caótica
situación germana, las pesadas contribuciones de guerra, las colonias enajenadas y sus
territorios mutilados. Cada vez que pronunciaba el nombre de Hitler, el Sr. Färber se
enfurecía gritando “¡es un Ferükt!” repitiendo “es un loco”. Le hacía notar que
Alemania perdió la guerra en el mismo momento de atacar Rusia y verse frustrada al
Oeste.
Existen en esta triste historia circunstancias que, a mi entender, resultan
incomprensibles. Nadie en su sano juicio, una vez iniciadas las acciones bélicas,
despreciaría la rendición de cuatro millones de soldados, en su mayor parte ucra-
nianos, que aspiraban no solamente a luchar por la independencia de su patria, sino
contra la dictadura soviética y el despotismo de Stalin. En vez de entregarles a
muchos de ellos un arma para combatir contra el común enemigo, los llevó a trabajar
donde se le antojaba.
Armín, el hijo de los Färber, sorpresivamente nos visitó en Gräfelfing hacien- do uso
de una corta licencia. Contó las atrocidades que había vivido en aquella experiencia en
el frente en Ucrania. Que los nazis no otorgaron las libertades y el derecho de
propiedad que tanto anhelaban los pueblos subyugados por el comunismo. Su
arrogancia, en lo que atañe a diplomacia y política, frustró esta oportunidad histórica
y mantuvo sin variar los koljos existentes y para que produjeran los alimentos que
necesitaban. Sabiendo del ejemplar comportamiento de los soldados regulares
alemanes, especialmente con las mujeres, pregunté a Armín: “ Y qué dices tú de los SS”;
se rió y contestó: “Ellos son unos maricones, viven en pareja como lo hacían los soldados
romanos”
96

HITLER PASÓ DESPACIO AL ALCANCE DE MI MANO

Transcurrían los primeros días del verano de 1944. Una noche sobrevino un
tremendo ataque que parecía estar destinado a pulverizar y llenar de cráteres los
cascotes que todavía quedaban en la plaza del santuario nazi. A la mañana del día
siguiente trascendió por la radio que Hitler llegaría a nuestra ciudad para inspeccionar
lo sucedido como un acto nostálgico. Alguien dijo que el Führer, seguro pasaría por
la famosa chopería Hofbräuhaus de Agustiner Strasse, donde se había acuñado el
movimiento nacionalsocialista de los obreros alemanes, liderado por él, y donde había
preparado el tan renombrado putsch en Baviera, en el año 1923. Además, al salir de
allí debía doblar por Theresienstrasse, o sea delante de la Politécnica.
Cuando escuchamos las sirenas de la comitiva un grupo de estudiantes extranjeros
corrimos hacia la vereda y lo vimos aparecer a una cuadra de distancia. Llevaba
delante por escoltas dos motocicletas de la “SS” y otras dos detrás de su vehículo.
Venía por nuestra izquierda dentro de un Volkswagen descubierto. A medida que se
acercaba, yo me puse prácticamente sobre el cordón de la vereda. Lo miré tan
fijamente como si mis ojos quisieran salirse de sus cavidades; no podía creer lo que
veía. Estar frente a frente con Adolf Hitler, el hombre que arrasó con toda Europa.
Viajaba sentado detrás, a la derecha. En el vehículo venían en total cuatro personas,
incluyendo el chofer. Como buen alemán, el conductor conservaba su derecha, de
manera que pasaron tan cerca y lentamente al lado nuestro, que de haber estirado la
mano podría haberlo tomado por los pelos que le caían sobre la frente. No había
nadie en la calle para ver el otrora gran líder: estaba solo. Tantas veces que lo
habíamos contemplado en la pantalla del cine, en las fotografías de la prensa, en los
carteles callejeros y escuchado por las radios. Ahora lo teníamos al Führer sólo para
nosotros, como únicos espectadores. Sin duda, todos se sentían defraudados,
derrotados e insensibles. Ya nada les interesaba: ni la gran nación, ni el bienestar
conseguido, ni las conquistas relámpago. Ahora sólo existía la destrucción, los
incendios, el hambre y la muerte. Nadie podía evitar el desastre total que se
avecinaba. Tantas veces habíamos hecho el famoso saludo “heil Hitler” y ahora a
nadie de nosotros se le ocurría hacerlo. Lo mirábamos atónitos, indiferentes.
Confieso que me desilusionó, esperaba ver algo digno de contar.
Abría los ojos para descubrir en aquella personalidad alguna expresión, algún detalle
que mostrara al genio, al criminal o al demente... La impresión que me causó era de
un enajenado con la mirada perdida. El gran líder de otrora, genial, altanero, violento,
el gran orador, había perdido definitivamente su brillo, su imagen y su vigor. Estaba
inmóvil, silencioso, más que un ser humano parecía un muñeco en desuso, con sus
ojos hundidos y la mirada extraviada en la lejanía. Ni reparó en que unos diez
jóvenes, cerca del cordón de la vereda, tenían puesta una enorme curiosidad sobre su
persona. Deseo insistir en esa histórica experiencia vivida frente al tan comentado
97

dictador. Había en aquel rostro una sensación de cansancio, de abatimiento, o quizás


la que correspondía a un ser anormal. Nos parecía inverosímil que aquel individuo
con bigotitos chaplinescos, bajo, hosco, pudiera haber arrastrado al infierno a una
gran nación.
¿Acaso no se daba cuenta de que no era un verdadero estratega, sólo un arrebatado
soñador, y que su lucha y su causa habían de llegar irreversiblemente a un trágico
final? Sólo su egoísmo o terquedad lo mantenían en pie. La escolta que llevaba era
insignificante para un dictador como él en una guerra total, mientras Stalin rara vez
salía de la fortaleza del Kremlin, y si lo hacía era escoltado por un gran operativo. Era
evidente que un año antes de que la guerra terminara ya no le interesaba ni su propia
vida. Hay que tener en cuenta también que bajo la sombra de los grandes personajes
de regímenes dictatoriales o despóticos, hay muchos jerarcas de distintos niveles que
son los que ostentan el verdadero poder y de ninguna manera desean capitular por
temor a perder no sólo su status y sus privilegios, sino también su vida. Son notables
los dichos del Zar ruso: “ Yo no gobierno Rusia. Miles de funcionarios la gobiernan”. Ellos
son los que empujan al dicta- dor por todos los medios a que siga y no se rinda.
Puedo pues, considerarme un afortunado. No mucha gente ha tenido la oportunidad
de ver tan de cerca y con toda tranquilidad a personajes históricos como
indudablemente lo fue Hitler.
Regresé a Gräfelfing y no se me iba del pensamiento el capitán nazi, el mito de la raza
superior y el Führer que tantas veces había visto sobre un palco con uniforme pardo,
brazalete con la cruz esvástica estirando al máximo su brazo derecho, mientras que
con la izquierda se sujetaba de su ancho cinturón sostenido por una bandolera. Lucía
un recortado bridge y botas altas de cuero bien lustradas. Un porte espléndido y
brillante. Poseía el don de exaltar a las masas. Sin duda por eso la clase obrera lo llevó
al poder con sus votos.
Hitler no era ni alto, ni rubio, ni poseía ojos celestes. Ni siquiera había nacido en
Alemania y hasta tenía cabellos negros. Era más bien de baja estatura, por eso
siempre se erguía sobre un podio. Pensaba en aquel trastornado vidente que soñó con
un Tercer Reich de mil años, como él declamaba. También en la amiga de un
estudiante búlgaro (amigo mío) quien, meses atrás, recibiera la orden de acostarse con
un oficial de la SS designado para concebir con ella un hijo perfecto para una raza
superior. Esos atropellos los había escuchado antes, pero me parecían meras
fantasías; sin embargo era cierto, ya que vi la orden con mis propios ojos. Ella era
soltera, alta, rubia y apta para el fin buscado.
Una madre soltera que concebía un hijo para la “raza superior” gozaba de privilegios
tales como vacaciones extra, Marken, o sea, doble cantidad de cupo nes alimenticios,
etcétera. Se pretendía disimular a través de estas prebendas el avasallamiento a la
dignidad del ser humano.
Según el investigador Nicolás Nikolov, en su libro “Las máscaras de las celebri- dades”,
donde dice: “La trágica situación de Alemania, las derrotas en los lejanos frentes, el arresto de su
aliado e íntimo amigo (Mussolini), su rescate con un comando nazi, etc. so- brepasaron al pequeño
98

gran hombre que fue el Führer. Su más íntimo colaborador y secretario privado, Martín Bormann,
se convirtió en un filtro de información, de modo que sólo le llegaran las noticias benignas. Además
Hitler se hace muy dependiente de su médico personal, quien le mantiene los nervios controlados con
inyecciones diarias”. Me parece que ese día, cuando pasó frente a la Politécnica, no le
pusieron la inyección, o más bien estaba dopado para que no le viniera un paro
cardíaco al ver el soberbio y desbordante de poder “santuario nazi” con las enormes
banderas, convertido en un cementerio con enormes cráteres, escombros y cenizas.
Cabe destacar que después de la invasión a Polonia hubo varios intentos para
derrocar e, incluso, asesinar a Hitler. Ya en noviembre del año 1939, fue el primer
atentado llamado la fallida conspiración Rossen. Más conocida fue la conspiración
“Rote Kapelle” contra el gobierno nazi en 1942, que fue totalmente desbaratada. Como
también la conspiración llamada “Cartas de la Rosa Blanca” en febrero de 1943, cuyos
organizadores fueron arrestados y ejecutados.
Sin embargo, la conspiración de más alto nivel fue la de los viejos generales, del 20 de
junio de 1944 (unos dos meses después que yo lo vi), la que por poco no tuvo éxito.
El principal autor fue el héroe del Tercer Reich, coronel Karl Klaus Stauffenberg, que
colocó una valija con explosivos bajo la mesa de deliberación frente a Hitler, quien al
explotar el artefacto sólo recibió algunos golpes y rasguños. Después de aquel
atentado fueron fusilados varios altos oficiales, incluso el famoso mariscal Von
Rommel. Las represalias prácticamente duraron hasta el final de la guerra. De todos
estos atentados conocidos se desprende que tanto el pueblo alemán como los altos
mandos del ejército regular querían liberarse del maniático Fhürer y de su cúpula nazi.
Por lo cual los que culpan al pueblo alemán por el desastre cometido por Hitler, son
malintencionados que lo usan como pretexto para generar lástima, o sacar ventajas.

EL FAMOSO DÍA “D”

La invasión de los aliados a Europa era esperada y deseada por muchos países,
incluso por el mismo pueblo alemán. Con eso, todos esperábamos que esa tremenda
pesadilla de la guerra y los implacables bombardeos aliados sobre Alemania
terminaran de una vez. Todos esperábamos que la invasión se produjera en la costa
de Calais, que era la zona más angosta del Canal de la Mancha y por lo tanto la parte
más cercana a Inglaterra. Allí los nazis habían preparado grandes defensas y
concentrado la mayor parte de sus ejércitos occidentales.
Sin embargo, los aliados engañaron a Hitler con algunos ataques esporádicos. Al final,
recién el 6 de junio de 1944 los aliados pusieron en marcha el renom- brado Día “D”.
99

Se propaló la noticia de que cientos de buques de guerra, unos cargados con tropas,
otros bombardeando se acercaban a la costa francesa de Normandía. Aún más
impactante fue que once mil superfortalezas bombardea- ran las fortificaciones
alemanas de la costa. Conociendo sus mortíferas explosiones, y que miles de
paracaidistas se lanzaban tras la línea defensiva alemana, pensábamos que la invasión
sería arrasadora y que en pocos días la parte ocupada de Francia sería liberada.
Sin embargo no fue así. Después del primer impacto de una victoria fácil se propaló
una cerrada defensa y las grandes bajas aliadas, a pesar de su formidable poder aéreo,
marítimo y de tanques y artillería. El esperado rápido avance de las tropas aliadas
sobre una Alemania destruida tampoco se produjo era por demás tortuoso y lento.
Los mortíferos bombardeos proseguían cada día con más crueldad, para poder
destruir y quemar lo que aún quedaba en pie. Todos se acordarán de la serie de T.V.
“Combate”, donde se mostraba con qué facilidad hacían volar por los aires a las
tropas alemanas. Sin embargo, a pesar de tanto poder militar aliado, recién después de
tres meses, el doble del tiempo de la derrota de Francia, pudieron invadir el territorio
alemán, y su avance prosiguió por demás tortuoso.
Referente a esa bravura de los soldados aliados que por años se exhibió en dicha
serie, podemos leer en la revista News Week en español del 08/02/03, en las páginas
24/25, con el título “Temor en el frente” y subtítulo “Todos los soldados son valientes
hasta que comienza la batalla”, donde entre otros el historiador de la Segunda Guerra
Mundial S.I.A.Marshall escribe: “Todos los hombres sentían miedo”. Marshall encontró que
“no más de un cuarto de los combatientes llegó a disparar sus armas en el campo de batalla por los
escrúpulos religiosos. Otro gran factor fue el shock. En un estudio de una división que vivió fuertes
combates, una cuarta parte de los soldados admitieron haber sentido tanto miedo que vomitaron, casi
una cuarta parte se defecó y un 10% se orinó en los pantalones”... Así eran de valientes los
soldados aliados frente a los sufridos y resignados a morir soldados alemanes

MI ADMIRACIÓN POR LOS JUDÍOS Y LOS ALEMANES

Con los alemanes he vivido y sufrido el duro régimen nazi y los crueles bombardeos
aliados, mientras mi admiración por la comunidad hebrea fue y es por- que son gente
muy trabajadora, y obsesionados por progresar y ganar dinero, un pueblo luchador,
progresista y bien informado. Son tan unidos que por cualquier reunión o evento que
les conviene ellos están presentes y ganan el escenario aún siendo una minoría. Sin
duda Alemania es la cuna de muchos de sus grandes hombres, porque en
Alemania podían instruirse bien, sin problemas, y no eran mal vistos como en
muchos otros países. Debo resaltar que manejan a la perfección la política, el
comercio y las finanzas. Incluso los más grandes banqueros de EE.UU. como las
dinastías de los Rothschild y los Rockefeller, los banqueros J.P. Morgan, John Loeb y
Cia., Lehman Brothers, etc. desde hace más de siglo y medio manejan las finanzas del
mundo; además de los nuevos hipermillonarios como George Soros, Bill Gates y
100

muchos otros, lo que demuestra la habilidad y la visión para aprovechar la


oportunidad. Incluso sus operaciones más arriesga- das, por lo general, son bien
remuneradas porque saben como manejarlas y son muy hábiles, bien informados y
unidos.
En cuanto a la ciencia, las artes, la música y la cultura en general, tuvieron
personalidades del más alto nivel en todas las partes del mundo. Ningún otro pueblo
del mundo es tan dedicado a los distintos partidos políticos, a los distintos medios de
difusión. Nadie puede negar que son muy hábiles diplomáticos y utilizan todos los
medios a su alcance pero al final consiguen lo que quieren. Todo eso depende
también de que “la unión hace la fuerza”, por lo que nadie podrá superarlos.
Ellos estaban tan bien integrados con los alemanes que su idioma, el idisch, es el
alemán de la época medieval que habían llevado y conservado en Rusia como propio
al emigrar de Alemania. Con este idioma desarrollaron por siglos una verdadera
historia de literatura y poesía, como su gran escritor Amiel, al que admiro y leí con
sumo interés. Incluso después de la Gran Guerra, con los salidos de los campos de
concentración, me resultaba muy interesante intercambiar algunas palabras con ellos
en ese viejo idioma, que yo captaba con facilidad. Entonces entendí por qué a la
mayoría de la gente del gueto de la ciudad cabecera de mi pueblo, se los consideraba
como gente muy rara. Se discriminaban. En su barrio no podía entrar nadie que no
fuera de su comunidad; se sentía como un extraño. Porque ellos se entendían en
otros idiomas o escribían en alfabetos incomprensibles para nosotros. Además vivían
encerrados, se frecuentaban poco con los cristianos y mahometanos (que era una
colectividad aún mayor), se casaban sólo entre ellos.
Al parecer eran grandes racistas, aunque la prensa de entonces no mencionaba ese
término, cosa que nadie entendía ni objetaba. Ahora, al leer el libro “Tiempo de
recordar”, de Jack Fuchs, cuenta que su bisabuelo tuvo siete varones y una hija en
Widam, Rusia, “probablemente fue un sitio tan hostil para los judíos como cualquier localidad en
Polonia. Sin embargo, la convivencia por generaciones fue posible” 9. Lo que significa que los
rusos y los polacos son antijudíos, pero no los alemanes, donde antes de Hitler no
existían esos sentimientos, que fueron usados por sus más estrechos seguidores. Es
común que muchos de los descendientes de los emigrantes a distintas partes del
mundo se fundan con los autóctonos, como los millones de alemanes en EEUU.
Sin embargo los judíos, vayan donde vayan, a la fuerza o por su propia voluntad, se
juntan, conservan sus tradiciones de milenios. Es admirable que esa gente, a pesar de
que han sido considerados no gratos en algunos países o pueblos, han seguido sus
viejas tradiciones a pesar de todo, como si fueran del día de ayer. Quizás por eso hoy
son no sólo unidos, sino poderosos.
Quisiera aclarar por qué en muchos países ocupan importantes puestos públicos. En
setiembre de 1999 estuve en mi vieja patria, Bulgaria. Me llamó la atención un
reportaje de una página, en el semanario “El Faro”, de la ciudad de Burgas, sobre el
Mar Negro, del conocido dirigente hebreo Leon Alkalai. En la pregunta: “¿Por qué
ustedes son tan talentosos en el mundo entero?”, el Sr. Alkalai responde: “No considero que esto
101

sea genético. Más bien otro. Ahora que viene el comienzo de las clases, todos nuestros chicos vendrán
a nuestro club de la cultura. Todos recibirán un regalo. Pero antes de eso, el chico subirá a la tribuna
para decir lo que sabe. De la sala todos lo van a aplaudir, sea o no satisfactorio su relato. Con eso
los chicos se esmeran cada vez más para sobresalir y recibir un mejor regalo y más aplausos. A los
mejores se los apoya para estudiar en los mejores institutos y universidades”.
Está claro que con un excelente método, como ése, en todas partes del mundo los
jóvenes de ese origen se desarrollan mejor y se preparan para ocupar puestos públicos
de todo tipo y ser grandes líderes, especialmente de las masas y el comunismo en
cuyo régimen se puede llegar a vivir como principe sin arriesgar un solo cobre. Por
eso no hay que extrañarse de que personas de ese origen ocupen puestos altos y
mejor remunerados, tanto en el aparato gubernativo como en la educación, en la
salud, en organismos de derechos humanos, en los medios de comunicación, etcétera.
Basta con nombrar a destacados hombres como Theodor Herzl, el italiano Primo
Levi, el Nobel de Fisiología y Medicina, etc

9 Fuchs, Jack. En diálogo con Laura Isod, “Tiempo de recordar”, Editorial Milá, 1995, pág. 60

Ernst Boris Chain, el mismo Leon Trotzki, el genial dramaturgo Arthur Miller, el
escritor checo Franz Kafka, el brillante cineasta polaco Roman Polans- ky, la pintora
Frida Kahlo, el sociólogo francés Emile Durkheim, la socialista revolucionaria Rosa
Luxemburg, el Nobel de Química Roal Hoffmann, Albert Einsteins, Spinoza,
Mendelssohn, Karl Marx y muchos otros, cuya lista resulta innumerable para estas
páginas.
Todo su éxito social y económico es debido a que son ambiciosos y mejor
preparados. Además son un pueblo tenaz, consecuente y perseverante. Que no se
desanima frente a los fracasos. Por eso no hay desocupados de esa colectividad en
ninguna parte. Como ya están instalados en todos los partidos, en todas las
actividades culturales y humanitarias en casi todos los países, me arriesgo a
pronosticar que, para bien o para mal, el mundo ya está poco menos que en sus
manos; y que el futuro depende en gran medida de ellos; por lo tanto, es de esperar
que los judíos con visión humanitaria se impongan a los grandes capitalistas y
armamentistas, ávidos de riquezas y poder a toda costa. Eso provoca el resentimiento
y por eso cada día hay más antisemitismo. Y con mi apellido, repito, yo temo por el
futuro de mis descendientes.

***

¿Y qué decir de los alemanes? Trazar un esbozo de la cultura alemana no pue- de


dejarse de lado en el contexto en una obra como ésta, porque mucha ha sido la
confusión a lo largo de la (manipulada) historia. La tragedia del pueblo germano,
personalizada en la psicótica figura de Adolfo Hitler, no puede ni podrá nunca
102

empañar la matriz forjadora de grandes genios e inspiradores alemanes.


Todas las áreas del intelecto y la acción humanas siempre han tenido figuras
sobresalientes que han sido sostén de la ciencia, las artes y la política más allá de sus
fronteras. Es en Alemania donde nacerá un Gütenberg, inventor de la imprenta, uno
de los avances más significativos de la Historia para la comunicación humana. De ella
provienen personajes filosóficamente combativos, espiritual- mente independientes
como Lutero, padre de todas las corrientes posteriores del Protestantismo en
rebelión, no con el Dios Cristiano, sino con las autoridades romanas. La nueva
vertiente de la fe arraigará fuertemente en toda Europa (Holanda, Suiza, Gran
Bretaña, etc.), trascendiendo el continente para llegar a otros, especialmente América
del Norte.
En estas tierras florecerá el Arte de manera incomparable y mundialmente
reconocida. La música encontró en Alemania poco menos que su residencia
preferencial, y fue allí adonde Wolfgang Amadeus Mozart desplegó su atormentado
genio. Donde Behetoven superó su limitación acústica para transformarse la cumbre
de la música clásica. Donde Johann Sebastian Bach decoró su tiempo con un estilo
inconfundible que sigue despertando admiración. Alemán es Johannes Brahms, que
hizo de su arte musical un compendio de profundidad. Alemán es Richard Wagner, el
gigante operístico que volcó en su obra el espíritu de los Dioses y la Historia
Nibelunga, sin olvidarse del gran compositor Johan Strauss que si bien nació en
Austria, pero es también un pueblo alemán, y muchos otros.
Nadie puede ignorar el impacto en la Filosofía que fue Emmanuel Kant con su
perspectiva idealista; o la marca que dejó Hegel con su particular perspectiva de la
Historia como “la marcha de Dios sobre la Tierra”; o la matriz creadora de ideología que
fue Karl Marx, o la insondable búsqueda de las profundidades del hombre de
Nietzsche.
Todos nacieron de la misma Alemania, nutridos de su envidiable cultura, que puede
seguir agregando nombres a su nómina de hombres ilustres. Alexander von
Humboldt un pionero entusiasta y un científico inspirador de uno de los Centros de
Estudios Universitarios más prestigiosos del mundo. Albert Einstein el padre de la
relatividad y del mundo atómico; fue Max Planck su amigo, pero también objetor con
su Teoría Cuántica, llave increíble para interpretar las leyes más complejas de la Física
más avanzada de la actualidad. Y sin mencionar al genial Werner von Braun, el
creador de los cohetes espaciales que revolucionaron la ciencia.
Y qué decir de Goethe, de Lessing, de Schiller, poetas y escritores que son cita
permanente en cualquier círculo literario, coronando recientemente con el Premio
Nobel de Literatura a otro “grande” alemán como Gunther Grass. O genios de la
Arquitectura, el Diseño y la Pintura como lo fueron los creadores de la Escuela de la
Bauhaus, que marcaron una época tanto en Europa como en América, proveyendo de
nuevas y revolucionarias ideas estéticas. Por eso es importante este reconocimiento,
esta máxima expresión del espíritu trabajador
y consecuente del pueblo alemán, esa convicción para superar cada crisis con un
103

ímpetu que merece ser tomado de ejemplo por otras naciones del mundo.
En 1991 con mi hija y nieta abordamos un crucero, “Enrique Costa”, y fuimos por
los canales fueguinos y Ushuaia. En la parte delantera del barco, sobre lacubierta,
había una gran confitería donde conocí mucha gente. Vi varias veces a un matrimonio
de gente mayor sentado solo en una mesa. Al pasar cerca de ellos escuché que
hablaban alemán. La mujer estaba bien provista de joyas de oro, de manera que no
me costó mucho adivinar su origen. Siempre me gustaba trabar amistad con gente de
esa comunidad. Al saludarlos en alemán me invitaron a su mesa. Los dos eran
dentistas jubilados y de esmerada cultura.
Me contaron que en Alemania bajo los nazis estaban mal los que ocupaban puestos
públicos, pero los que desarrollaban actividades privadas lícitas de cualquier índole y
no estaban en el partido comunista, no tuvieron ningún problema. Hasta el asesinato
en la Embajada alemana en París, y la trágica “noche de los cristales rotos” (que ya
relaté); los dentistas se vinieron a la Argentina. “Pero, ¿cómo todavía están hablando en
alemán?”, les pregunté. Entonces el hombre muy ceremoniosamente dijo: “No hay
alemán más alemán que un judío alemán”. Esta frase lo resume todo… Nunca la voy a
olvidar.
Eso me dio a entender aún mejor que realmente el pueblo alemán nunca tuvo nada
contra los judíos, y éstos se sentían muy bien entre ellos. Ese distinguido matrimonio
era tan amable conmigo que en los días siguientes siempre me sentaba a su mesa, y
nunca me permitieron que yo pagara la consumición. Nos hicimos muy amigos.
Lástima que yo postergaba pedirle la dirección, y el último día era un alboroto tan
grande que no los encontré mas.
Siempre me pregunto: si los judíos de entonces se sentían tan alemanes ¿por qué los
actuales, que ni siquiera conocieron a Hitler y sus malditos nazis, deben exigirles a los
descendientes alemanes, que tampoco los conocieron, que paguen lo que no deben?
Toda esa trágica historia fue por culpa de los aliados, que en la Primera Guerra
Mundial dictaron tan drásticos castigos sobre Alemania. Que llevaron al abismo de la
miseria y la desesperación a la clase trabajadora, lo que preparó el clima para llevar al
poder a un alborotado dictador llamado Hitler. Al final debo recalcar que tanto he
conocido a los alemanes y a los judíos que tengo especial aprecio y admiración, por
distintas razones, por estos dos pueblos

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

Como ya mencioné, el sionismo por intermedio de su máximo dirigente Chaim


Weitzman había declarado la guerra sin fronteras contra Alemania, por lo que Hitler,
según se decía, se valió de los tratados internacionales para apresar en campos de
concentración a sus enmigos. Del mismo modo, los norteamericanos pusieron en
centros de detención a los japoneses al entrar en guerra. Lo para- dójico fue que en
los EUU sobraba de todo, allí nunca cayó ni una sola bomba, mientras que en
Alemania reinaba la destrucción, el caos y la miseria.
104

Mucho se habla de los lamentables y terribles campos de concentración insta- lados


apresuradamente y por necesidad por los nazis en plena guerra, y no tengo ánimo de
defenderlo porque los he detestado toda mi vida. Pero nada se dice de los que
existían a lo largo y ancho de los países satélites rusos y la inmensa y helada Siberia en
la ex U.R.S.S., donde murieron muchos millones, y no sólo en el tiempo de la Gran
Guerra sino antes y después de ella. Alguien se hace esa pregunta?
El mundo se olvida de los seis países centroeuropeos que, justamente al terminar la
guerra, los benditos aliados regalaron al terror de Stalin y de los so- viets; conocí
personalmente la instalación del cruento régimen marxista. Conocí cómo,
compulsivamente, con amenazas y torturas, la población debía entregar al Partido
Comunista todos los bienes que poseía y convertirse en sus esclavos con la boca
cerrada.
Su slogan: “El que no está con nosotros, está contra nosotros y hay que liquidarlo”, se imponía
por todas partes. Los campos de concentración soviéticos no sólo eran para trabajos
forzados, sino también para insoportables interrogatorios y torturas. Era fácil caer
adentro, pero muy difícil salir con vida. Existía un miedo terrorí- fico de saber que
alguien del soviet le podía tener bronca o envidia, que deseara algo que tú poseyeras,
y que podría ser hasta tu propia mujer o hijas. Pocos eran los que sobrevivían a tantos
tormentos, de hambre, frío y enfermedades. Todo ese mar de sufrimientos en el
llamado “paraíso soviético” era velado y escondido para el mundo exterior hasta el
día de hoy. Conocí hasta dónde pueden llegar el sadismo y la perversidad humana en
un régimen despótico, inventado e instala- do por notables intelectuales –
”extranjeros” como decía Stalin–, y financiado y explotado junto con los banqueros
internacionales. Conocí a ese régimen como a las palmas de mis manos y tuve la gran
suerte de poder escapar de ese “infierno terrenal” que no tiene comparación con
ningún otro régimen
Los sufrimientos y muertes en los campos de concentración del régimen nazi,
especialmente durante el último año de la guerra, eran enormes, debido a la
desastrosa situación. En una Alemania destrozada todo escaseaba al máximo. Por lo
que los campos de concentración, se convirtieron en campos de la muerte. Muchos
me preguntan ¿Si el judaísmo no hubiera declarado la guerra a Alemania no hubiera
habido campos de concentración ni el llamado Holocaus to? Pero otros, más sagaces,
me dicen: “No entiendo por que los nazis debían buscar, juntas, trasladar por los destrozados
transportes tanta gente, raparlos, fumigarlos, meterlos en la cámara de gas para matarlos, sacarlos,
llevarlos a los hornos crematorios, estando tan ocupados y atareados con la guerra que estaban
perdiendo”. ¿No era mucho más fácil y rápido, cada vez que encontraban un judío
pegarle un tiro y listo? A estas preguntas ya me costaba responder. Ese planteo lo
hizo también, no hace mucho, nada menos que un genral francés.
Muchos autores presentan aquellos acontecimientos a su manera. Además de todo lo
que yo personalmente sabía durante ese triste período, y no perdía oportunidad de
conocer algo más por los sobrevivientes. Por eso con gran interés asistí a la
conferencia y la presentación del libro “Tiempo de recordar”, de Jack Fuchs.
105

–un sobreviviente de aquellas espantosas muertes–, que adquirí dedicado por el autor,
y leí con gran interés más de una vez. Porque quería saber, de primera mano, cómo se
manejaban tantos campos de concentración; ya que los nazis SS –o sea los cuadros
especiales de Hitler– no eran numerosos. Esas tropas fieles al Führer debían estar
desparramadas por todas partes, donde más se necesitaba; especialmente para
organizar los destrozados transportes y escoltarlos hasta los lejanos frentes de batalla.
Debían proveer a los desesperados soldados de víveres, armamentos y municiones,
debían combatir las numerosas guerrillas y obligar al ejército regular que luchara
hasta la muerte y no se rindiera ni retrocediera, como quería su Führer, e incluso
entrar en las batallas cuando era más imperioso. Con todas esas colosales necesidades
no podía admitir que los soldados de elite “SS” estuvieran parados de guardias o
encargados como capataces, para los grupos de trabajo, y esperar que los soldados
regulares sucumbieran sin alimentos, sin armamentos ni municiones, y que los
ejércitos enemigos vinieran para acribillarlos. Del mencionado libro se desprende con
claridad a quiénes delegaban los comandantes nazis el cuidado y el orden en los
campos, y cómo estos guardias cumplían esos encargos.
Había escuchado que los guardias y encargados de los grupos de trabajo eran otros
prisioneros, pero por ingenuidad o por el odio a los nazis, no lo podía creer. Ahora
entiendo, de seguro que era una norma de los comandantes nazis, ya que los
soldados “SS” no alcanzaban.
El distinguido escritor Jack Fuchs relata, en preguntas y respuestas con Liliana Isod,
los sufrimientos que tuvo que atravesar, que me emocionaron mucho.
Me resultaron estadísticamente interesantes las afirmaciones del Sr. Fuchs de que
en “Alemania había sólo 1% de judíos, mientras que en Polonia llegaban al 10%, por lo que
había una “situación de mayor ‘competitividad’, diferente religión, idioma, vestimenta...” 10. La
pregunta de L. Isod es: “¿Cree que la población polaca, checa o ale- mana –por
citar algunos ejemplos– sabía de la existencia de campos de concentración y
de exterminio?”, a lo que responde: “Campos de concentración hubo en Polonia, desde antes
de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Y, también en Alemania destinados a los revolucionarios
judíos y otras personas que se oponían al régimen en Polonia y Alemania.
“Esto no era ningún secreto. Mucha gente que estuvo algún tiempo recluida, salía y contaba. El caso
de Bruno Betthelheim es de los más famosos. Pero antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial
fue liberado...” 11.
El Sr. Fuchs considera que el mundo libre sabía más de los campos que la población
alemana debido a su desesperante situación. También cuenta que la

10 Jack Fuchs, “Tiempo de Recordar”, conversaciones con L. Isod, copyright 1995 y Edit. Meliá, Ayacucho
632 1º piso (1026) Bs.As., Argentina
11 Ibídem, pág. 46
106

relación con los polacos era poca y que a veces recibían gritos y hasta pedradas de
ellos. De manera que debía transitar por otro camino para no verlos.
Ante la pregunta: “¿Cómo se produjo la guetoización de Lodz?”, el Sr. Fu- chs
responde: “Al principio el gueto estaba semiabierto. La gente se mudaba pensando que sería algo
pasajero; que pronto terminaría la Guerra. Imagino que calculaban: ‘Bueno; vamos a vivir juntos.
No es la primera vez que pasa con los judíos’. Por más fanático que fuera, nadie imaginó lo que
vendría después”12.
El Sr. Fuchs cuenta también cómo vivían al venir al gueto: “Ocupaban las casas que
dejaban los polacos, que a su vez , fueron a vivir en las casas que dejaban los judíos. Hacer tantos
cambios, con los enormes problemas que tenían los nazis, sólo se puede llegar a una conclusión; que
ya se habrán vuelto locos o llenos de miedo por los sabotajes”. Justamente en todas partes de
Europa donde había alemanes, sean nazis o tropas regulares, había guerrilleros y actos
de sabotaje.
En la pregunta “¿Hubo algún tipo de organización para resistir?”: “En 1943
algunos bundistas formamos un grupo. Nos reuníamos con ‘alguien’ que había estado en el ejército
polaco. Él se encargó de enseñarnos cómo se manejaba un arma. Todo era con la imaginación,
porque yo nunca vi ni un revólver...” No fue como en Varsovia que tenía canales, diversas formas de
entrar y salir, de introducir armas...” 13.
Cuando L. Isod pregunta: “¿De qué se ocupaban?”, el Sr. Fuchs responde:
“Rápidamente se formaron grandes talleres. Mi madre trabajaba en uno en que se hacían zapatos de
paja, muy grandes, especiales para los soldados del ejército que debían estar parados mucho tiempo.
Esos calzados protegían del frío. Mi padre trabajaba haciendo calzado... Un tiempo trabajé en la
cocina del Bunol. Mi hermanita colaboraba en algo referido al cuero. La pequeña no cobraba.” 14
“¿Me puede hablar sobre la alimentación, en ese período en que vivió en el
gueto?” “Se empezó a racionar la comida, la mayoría de la carne era de caballo, también escasa
(tal vez comíamos una vez cada dos semanas). Durante los cinco años en que permanecimos
encerrados, nunca vi un huevo o una fruta... Los rabinos autorizaban a comer carne de caballo,
siempre que no se chupase el hueso. La mayoría de los judíos religiosos no comieron, aunque se la
servían a sus hijos” 15.
“¿Cuándo los deportaron a ustedes?”: “Lo más dramático y doloroso fue cuando se
ordenó la liquidación del gueto y, con ella, el fin de los últimos judíos, incluida mi familia.
Es algo que aún no puedo entender. Habíamos escuchado que los rusos estaban al lado, a cien o
ciento treinta kilómetros de Lodz... Detuvieron su avance por el levantamiento de los polacos,

12 Ibídem, pág. 74.


13 Ibídem, pág. 76.
14 Ibídem, pág. 80.
15 Ibídem, pág. 80

en Varsovia. Si no hubiese sido por esa rebelión, hubieran entrado en Lodz y nos hubiéramos
107

salvado. Pero los rusos no querían, en ningún caso, que los polacos se liberaran solos. Una vez que
los alemanes hicieron su trabajo los rusos entraron. Creo que nos deportaron el 5 u 8 de agosto de
1944...” 16 .

***
108

DE AUSCHWITZ A LA LIBERACIÓN
“¿recuerda cómo fue la entrada en Auschwitz?” “Llegamos a Auschwitz en agosto
de 1944. Era verano. Inmediatamente nos aislaron; los hombres por un lado y las mujeres y niños
por el otro. Todo se hizo con tanta rapidez que no nos dimos cuenta de nada.
Hicieron la ‘selección’. Yo estaba junto a mi padre. Nos dividieron. Un kapo* judío le dijo a mi padre
que era mejor que nos separásemos. Mi papá me empujó para que me fuera. No sé si sabía cuál iba
a ser su destino. Nos llevaron a las duchas. Previamente nos sacaron las ropas. Nos raparon
totalmente...”17. Para evitar confusiones: ese trabajote rapado se realizaba para evitar que
los piojos se multiplicaran por falta de higiene. Pero esa tarea no se hacía por los nazis,
sino por otros prisioneros y por sus “capos”(*) los jefes judíos. Para evitar la
tremenda peste bubónica. Incluso después se le gasificaba la cabeza para matar los
huevos de los piojos.
“En Auschwitz estuve diez días o, tal vez , una
semana. Después nos enviaron a Dachau, en Alemania. Antes de subir a los vagones
nos registraron con un número. En mi caso fue el 95.798, sin tatuarnos. Nos dieron pan y algunas
ropas. Y los kapos judíos dijeron: “Ustedes se salvaron” 18. Sin duda los capos tenían cierto
poder y privilegios en ropas, comidas, etc.
Cabe destacar que Auschwitz ha sido un gran centro industrial construido con toda
prisa por los nazis. Porque ha sido un lugar más lejos de los bombardeos y más cerca
del frente ruso, y como territorio amigo no fue bombardeado. Además han podido
atestarlo con prisioneros de guerra. Y para no escaparse los metían en campos de
concentración.
En cuanto al campo de concentración de Dachau, el Sr. Fuchs relata que era un
campo de trabajo. Que tenía un centro y varios satélites a la vuelta y que al principio
no fue tan difícil, pero con el tiempo la situación había empeorado; especialmente en
el helado invierno de 1944-45, con lo cual muchos prisioneros

16 Ibídem, pág. 87-88.


17 Ibídem, pág. 91.
(*) Nombre de los prisioneros que tenían cierta autoridad sobre otros prisioneros en los
campos generales, responsables por grupos de trabajo.
18 Ibídem, pág. 95

habían enfermado. Es conmovedor cuando el Sr. Fuchs relata que cuanto más cerca
estaban de la liberación, más inalcanzable parecía, que el desastre en los campos de
concentración en los últimos tiempos de la guerra fuera total, cuando los nazis
estaban acorralados y desesperados. Con toda seguridad, los coman- dantes de los
campos ante la grave situación (al no tener provisiones ni poder producir),
impotentes, esperaban el final por lo que muchos de ellos preferían ir a luchar contra
109

los soviéticos, que esperar su llegada y que los acribillaran. Nunca pude entender tanta
irresponsabilidad de parte de la cúpula gobernante nazi, seguir la guerra sabiendo
que la iban a perder.
A la pregunta : “Sí. Se convirtió en un campo de enfermos... a
principios de marzo de 1945. Primero comenzó el tifus. No fue lo único: hubo disentería, tuberculosis y
desnutrición. La fiebre era altísima. Todo el campo se colocó en ‘cuarentena’. Nos enfermamos. Cada
vez había menos comida. Nos alimentábamos una vez por día y casi nada. La gente se moría. Los
cadáveres eran llevados a Dachau central para cremar...” 19.
Es triste el relato del Sr. Fuchs cuando a unos días de la liberación estaba muy mal,
sentía cómo poco a poco se iba muriendo. En el campo, de unos 2.000 prisioneros,
veía a su alrededor cómo amigos y compañeros se iban apagando. Tan grande ha sido
el desorden en el campo, que por eso pudo escapar hasta llegar a un galpón, donde
pasó la noche en una parva de heno. Al ser encontrado por los habitantes de la casa,
éstos, sin hacerle ninguna pregunta, lo alojaron en una pie- za, lo calentaron y le dieron
comida. Entonces pesaba nada más que 38 kilos.

RECUPERANDO LA VIDA

“Tras esos dos o tres días me llevaron a Saint Ottilien ( Bavaria): fue un
monasterio transformado, durante la Guerra, en hospital. Fue utilizado para la internación de los
soldados alemanes heridos. Los americanos lo ocuparon. Trasladaron a los germanos a otros lugares,
agrupando allí a los ex prisioneros de campos de concentración” 20. “...Las monjas y médicos –
alemanes– nos trataban bien, con cariño. Nuevamente el misterio del ser humano. Si dijese otra cosa,
mentiría...” 21.
“Luego me enviaron a un sanatorio especial para
tuberculosos, en el que permanecí seis meses, ubicado en Gauting ( Bavaria), no lejos del anterior.
Esa institución estaba bajo supervisión de los americanos. Antes había sido destinada a aviadores
germanos. ...Era un lugar en el que se reponían los asmáticos de la Fuerza Aérea

19
Ibídem, pág. 100.
20
Ibídem, pág. 105.
21
Ibídem, pág. 106

Alemana. Nuevamente retiraron a todos los enfermos alemanes. Nos asignaron ese lugar para
nosotros. Había rusos, polacos... La mayoría éramos sobrevivientes de Dachau.” 22
Me permito una reflexión: me parece bien que se haya dado buena atención a los
enfermos de los campos de concentración. Pero como conocí bien la crueldad de los
aliados durante
la guerra, puedo imaginarme que a los enfermos o heridos alemanes los habrán
echado sin misericordia, “fuera” y se acabó. Como si el ser alemán, que en un 90% no
era nazi, no tuviera alma, no sintiera dolor ni tuviera sufrimientos. Esos eran los
110

“derechos humanos” de los implacables aliados y sus socios.


Quisiera aclarar que después de la presentación, el libro del escritor Jack Fuchs
desapareció y nunca nadie pudo encontrarlo en ninguna librería del país. Me alegro
de haber sido uno de los primeros adquirentes y tener además una dedicatoria con la
firma de ese sincero autor.
Sobre esa triste historia se ha desarrollado lamentablemente una gran industria,
altamente lucrativa para algunos. Me resulta llamativo que en algunas películas se han
mostrado una “montaña” de dientes de oro. Sin embargo, cualquier persona que
pueda reflexionar llega a la conclusión de que es una fantasía cinematográfica
macabra.
El proyecto es llenarse de dinero y hacer quedar pésimamente mal no solo a los nazis
que ya no quedaron después de terminada la guerra, sino a los pobres alemanes para
quitarles dinero con algunas tergiversaciones históricas. Y para colmo, muchas veces
al hablarse de esto, algunos que creen que soy judío hasta el día de hoy, muestran su
indignación por esos abusos. Muchas veces he notado alguna mirada incriminatoria.
En ningún libro documental de los sobrevivientes de los campos de concentración
mencionan algo semejante. Sí hubo casos de sustracción de ropas, de objetos
personales o de dentaduras, han sido casos individuales de los “capos” o de sus
compañeros. Las SS, por un lado no manejaban directamente a los prisioneros y por el
otro, si se tiene en cuenta su arrogancia ególatra y su ínfula de seres superhombres,
uno no puede imaginárselos metiendo las manos en la boca de un prisionero muerto.
Además se sabe que a vecs en un campo había un solo capitán nazi; pero para ganar
dinero se inventan cosas que realmente dan asco.
He visto como los nazis, en su desesperación, sacaban las campanas de las grandes
iglesias para fundirlas, porque no tenían con qué comprar los metales que
necesitaban. Por eso, me resulta llamativo cuando veo en los cines la monta- ña de
dientes de oro supuestamente sacados de los prisioneros sin fundirlos.
***

22
Ibídem, pág. 10

Para esclarecer más la verdad sobre el holocausto y la muerte de gente ino- cente,
sería interesante también mencionar el testimonio de otro sobreviviente, el
distinguido Dr. Víctor Frankl, psiquiatra, renombrado analista y creador de la
Logoterapia, que escribió, entre otros, el libro “El hombre en busca de sentido” 23, donde
relata su penoso cautiverio.
Citaré sólo algunos pasajes del mencionado libro en donde presenta los su-
frimientos, la vida y la muerte por falta de alimentos, ropa y medicamentos (que
tampoco había en toda Alemania), así como también los comportamientos, a veces
sádicos, de los guardias, los “kapos”, que eran otros prisioneros seleccio- nados por
el comandante SS. Presenta un drama desolador.
111

El Dr. Frankl escribe: “Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermos de tifus; los
delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando. Apenas acababa de morir
uno de ellos y yo contemplaba sin ningún sobresalto emocional la siguiente escena, que se repetía una y
otra vez con cada fallecimiento. Uno por uno, los prisioneros se acercaban al cuerpo todavía caliente de
su compañero. Uno agarraba los restos de las hediondas patatas de la comida del mediodía, otro
decidía que los zapatos de madera del cadáver eran mejores que los suyos y se los cambiaba. Otro
hacía lo mismo con el abrigo del muerto, y todo esto yo lo veía impertérrito, sin conmoverme lo más
mínimo...”
Luego agrega: “Mientras mis frías manos agarraban la taza de sopa caliente de la que yo sorbía
con avidez , miraba por la ventana. El cadáver que acababan de llevarse me estaba mirando con sus
ojos vidriosos; sólo dos horas antes había estado hablando con aquel hombre. Yo seguía sorbiendo mi
sopa.”
En otro párrafo nos relata: “Afortunadamente el «capo» de mi cuadrilla se sentía obligado hacia
mi; sentía hacia mí cierta simpatía porque yo escuchaba sus historias de amor y sus dificultades
matrimoniales, que me contaba en las largas caminatas a nuestro lugar de trabajo. ... “me había
reservado un puesto junto a él en las cinco primeras hileras de nuestro destacamento, que normalmente
componían 280 hombres. Era un favor muy importante. “...”Todo el mundo tenía miedo de llegar
tarde y tener que quedarse en las hileras de la cola. Si se necesitaban hombres para hacer un trabajo
desagradable, el jefe de los «capo» solía reclutar a los hombres que necesitaba de entre los de las últimas
filas. Estos hombres tenían que marchar lejos a otro tipo de trabajo, especialmente temido, a las órdenes
de guardias desconocidos. Todas las protestas y súplicas eran silenciadas con unos cuantos puntapiés que
daban en el blanco y las víctimas de su elección eran llevadas al lugar de reunión a base de gritos y
golpes.

23
Frankl V.E., “El hombre en busca de sentido”, 19ª ed., Edit. Herder 1998, págs. 43, 48 y 68.

Antes del macabro final el Dr. Frankl cuenta que a veces improvisaban un
espectáculo de cabaret: “Se despejaba temporalmente un barracón, se apiñaban o se clavaban
entre sí unos cuantos bancos y se estudiaba un programa. Por la noche, los que gozaban de una
buena situación –los «capos»– y los que no tenían que hacer grandes marchas fuera del campo, se
reunían allí y reían o alborotaban un poco; cualquier cosa que les hiciera olvidar. Se cantaba, se
recitaban poemas, se contaban chistes que contenían alguna referencia satírica sobre el campo.” 24
En “¡Quién fuera un preso común!” el Dr. Frankl cuenta cómo al ver a un grupo de
convictos pasar por donde estaban trabajando, se les hizo patente lo que era la
relatividad del sufrimiento y llegaron a envidiar a esos prisioneros, ya que su
existencia era feliz, segura y relativamente ordenada. Añoraban los beneficios que
estos seguramente tendrían: bañarse regularmente, cepillos de dientes, colchones,
ropas, y el correo que les traía noticias de sus familiares, saber si estaban vivos o
muertos. Incluso envidiaban a aquellos que podían entrar a trabajar en una fábrica, al
resguardo de la intemperie, en lugar de chapotear en el fango durante doce horas
diarias, expuestos a sufrir accidentes fatales al vaciar los artesones de un pequeño
112

ferrocarril. Así también se alegraban al no tener como capataz a uno que


acostumbraba a tratarlos a los golpes. Al parecer ésos eran “prisioneros de guerra” y
no políticos, opositores al régimen, o judíos que le declararon la guerra a Alemania,
sino contrarios de Stalin como fueron los ucranianos que estaban convocados para la
guerra por sus amigos los rusos.
En el relato: “La psicología de los guardias del campamento” se pregunta cómo podía ser que
los hombres trataran a sus semejantes en la forma en que contaban que eran tratados
los prisioneros. Llega a la conclusión de que por increíbles que parecieran estos relatos,
eran verídicos. Que entre los guardias había algunos sádicos (pero en un sentido
estrictamente clínico). Y ese criterio de selección se repetía también entre los propios
prisioneros, los cuales desempeñaban la función de kapos, que resultaban ser los más
brutales y egoístas. He visto que en la guerra y en las grandes desgracias el ser humano
se hace insensible, hasta inhumano.
Me resultó muy llamativo lo que el Dr. Frankl cuenta en las págs. 124-1 25: “Al acabar
la guerra y ser liberados por las tropas norteamericanas, tres jóvenes judíos húngaros escondieron al
comandante del campamento en los bosques bávaros. A continuación se presentaron ante el
comandante de las fuerzas americanas, quien estaba ansioso por capturar a aquel oficial de las SS,
para decirle que únicamente bajo determinadas condiciones le revelarían dónde se encontraba; el
comandante norteamericano tenía que prometer que no se haría ningún daño a aquel hombre. Tras
pensarlo un rato, el comandante prometió a los jóvenes judíos que cuando capturara al prisionero se
ocuparía de que no le causaran la más mínima lesión y no

24
Idídem

sólo cumplió su promesa, sino que, como prueba de ello, el antiguo comandante del campo de
concentración fue, de algún modo, repuesto en su cargo, encargándose de supervisar la recogida de
ropas entre las aldeas bávaras más próximas y de distribuirlas entre nosotros.”
Al leer ese libro uno llega a la conclusión de que, durante las guerras y en los
campos de concentración, sucedían tantas calamidades que en la vida real, uno no
se puede imaginar. Le recomiendo al lector la lectura de este libro del distinguido
Dr. Víctor Frankl.

UN ASESINO ACTO DE LOS ALIADOS


EL BOMBARDEO: MÁS QUE UNA BOMBA ATÓMICA

Muchos lectores no sabrán que la hermosa ciudad de Dresden, llena de mo-


numentos, estaba declarada abierta. No tenía ninguna defensa antiaérea: allí no hubo
ni un soldado nazi (SS) y ni siquiera un soldado regular. Por eso muchos cientos de
miles de civiles alemanes que vivían en los países limítrofes habían abandonado todos
sus bienes, y corrían despavoridos ante el avance de los ejércitos soviéticos se
113

refugiaron allí, pensando que esa ciudad no sería bombardeada. Muchos se ampararon
en barracas, en las escuelas, plazas y hospitales. Antes de terminar del todo la guerra,
al parecer para no dejar bombas sin utilizar y gente sin aniquilar, los aliados
mandaron durante un día tres mortíferos ataques con
1.200 bombarderos superfortalezas cada uno, como era su costumbre, masacran- do
más de 300.000 seres totalmente indefensos. Escuché que el último ataque había sido
para ametrallar a los sobrevivientes que corrían desesperados de un lado para otro.
Siempre me acuerdo que en un torneo de golf seniors en Chile, en la cena de
despedida en la cancha del “Prince of Wales”, estaba yo sentado en una mesa con un
irlandés que había sido aviador de la RAF (Royal Air Force) que, según él, en principio
tenían mucho miedo de los veloces cazas alemanes. Pero después ya desaparecían. No
pude aguantar decirle que, mientras para ustedes: “volar sin resistencia sobre un
territorio enemigo y tirar bombas adonde querían era una diversión más. Pero para
nosotros abajo, era un terror indescriptible”. Nos miramos un momento y yo me
sonreí. Alguien del grupo le preguntó por qué destruyeron Dresden, que era una
ciudad abierta, a lo que él contestó: “Se decía que los nazis guardaban allí armas
secretas y había que destruirlas”. Lo mismo sucedió con Saddam Hussein, cuando los
aliados insistían falsamente en que él tenía armas secretas de destrucción masiva y
destruyeron todo un país, Irak, que no tenía ni siquiera armas para defenderse como
cualquier otro país del mundo

Sus tanques y su aviación estaban oxidados; sin embargo los norteamericanos, como
los ingleses, votaron por segunda vez a George W. Bush y a Anthony Blair. Eso
significa que hay importantes pueblos que prefieren las guerras, la destruc- ción,
matanza y dominación de las riquezas ajenas.
Todo el mundo se acuerda de la bomba atómica que el 6 de agosto de 1945
el avión estadounidense, llamado “Enola Gay”, dejó caer sobre Hiroshima y
Nagasaki (el día 9). Si tenemos en cuenta que una bomba atómica de entonces
tenía un poder de explosión de 20.000 ton de TNT, mientras cada oleada de
1.200 superfortalezas llevaban unas 20 ton de bombas cada uno, quiere decir que
arrojaban unas 24.000 ton., estará claro para el lector el poder de destrucción que
arrojaron los aliados, en un día, sobre Dresden.
Con ese solo crimen, los aliados mostraron que no tenían alma. Hay que re-
cordar la opinión del líder francés, Daladier, quien decía antes de empezar
la 2ª guerra mundial que Alemania debía ser reducida a un país agrícola,
con no más de cuarenta millones de habitantes. Con toda seguridad eso
justificaba la matanza despiadada de la gente indefensa. Porque los franceses
no se podían conformar con la existencia de un pueblo tan grande, trabajador
y vigoroso como son los alemanes. Así Inglaterra quedaría dueña de los mares
del mundo, y Francia, la potencia dominante en Europa que fue el legado de
Napoleón. Todo estaba fría e inhumanamente calculado. Derrotar por todos
los medios a Alemania y mantenerla ocupada para siempre. Y efectivamente la
114

ocuparon las cuatro potencias, nada menos que por 45 años, casi medio siglo. Sin
embargo se dieron cuenta al final de que el coloso soviético era una verdadera y
latente amenaza, y no sólo para Europa sino para el mundo entero.
¿Se puede justificar el feroz bombardeo de la capital de Bulgaria, Sofía, en
el último tramo de la guerra, teniendo en cuenta que Bulgaria no entró en ella
y quedó neutral? Además, por las hábiles tratativas de nuestro rey, fueron de-
morados varios meses los ejércitos alemanes para pasar a Grecia y atacar a la
flota inglesa en el Mediterráneo. Eso demoró la campaña de Hitler contra Rusia.
Llegó el tremendo invierno y fracasó el rápido avance del ejército alemán y la
toma de Moscú. Además Bulgaria no entregó al nazismo ni un solo judío que,
en vez de estar muchos de ellos integrando la guerrilla, Hitler los quería para
que le trabajaran y evitar que maten a sus soldados heridos que se reponían en
Bulgaria. Pero como en Inglaterra había abundancia de bombas, de aviones y
pilotos acostumbrados a destruir y matar gente y sin tener ya nada que hacer, es
que el “pulgar” se bajó sobre Sofía.

***
115

CAPÍTULO V

LA PELIGROSA GRAN ODISEA


Los bombardeos sobre toda Alemania eran mortíferos, crueles e insoportables.
Temerosos por sus vidas muchos colegas habían viajado para sus patrias. Aunque
Ursula aún me retenía, la precaria Politécnica y las devastadas líneas férreas (el único
medio de transporte para llegar a Munich) ya que al no haber combustible tampoco
había transporte de ómnibus, y el peligro de los sorpresivos ataques aéreos doblegaron
mi voluntad de proseguir allí. Cansado de cuidar mi vida, un día arreglé mi valija y
decidí viajar en el primer tren internacional que viniera de París en dirección al
Oriente. Con las pesadas valijas llenas de libros que tenía en la casa de la madre de
Ursula (taxis no había) y con la lengua afuera, llegué tarde a la estación. Como tenía
suficiente dinero por la venta de cigarrillos, había comprado por primera y última vez
pasaje en la lujosa Segunda Clase, que aún existía de la preguerra.
El tren estaba repleto de gente que quería salvar sus vidas, viajando en dirección al
Este, por el ferrocarril “El expreso de París”, que pasaba por Munich, Viena,
Budapest, Belgrado, Sofía y llegaba a Estambul. Como yo llegué tarde, el tren estaba
atestado de gente sin respetar la clase, y próximo a partir. Ayudado por unos
compañeros, después de levantar las valijas por la ventana, me tiraron de los brazos y
fui a tumbarme al suelo. En el tren viajaban unos treinta estu- diantes búlgaros. En el
trayecto por Austria, Hungría, y a lo largo de la independiente Croacia viajamos
tranquilos, sin inconvenientes: Parece mentira que en plena guerra y de un régimen
nazis, centrales en la frontera como ya mencioné no había más que un sello en el
pasaporte de “salió” ó “entró” y nada más.
Por eso ahora cada vez que tendo que viajar en avión, no de un país para otro, sino de
una ciudad para otra debo soportar los humillantes controles policiales. Sin embargo,
al llegar a Belgrado el tren se detuvo. Nos avisaron que el expreso no proseguiría hacia
Sofía. Que las líneas férreas no eran seguras porque de no- che estaban en manos de
los guerrilleros, y de día bombardeadas por la aviación inglesa. Nos acomodamos para
pasar la noche en los vagones del tren abandonado. A la mañana siguiente unos
veinte estudiantes, incluidas las muchachas, resolvieron volver atrás, hacia Hungría y
Alemania.
Los restantes varones decidimos seguir a toda costa adelante hacia nuestra patria.
En una peligrosa y novelesca odisea proseguimos por Yugoslavia hacia Sofía, con
un improvisado tren de pocos vagones, principalmente con pasajeros serbios y unos
cuantos soldados alemanes. A unos 100 km, el tren paró en una estación de campo.
De repente vimos que los experimentados soldados saltaban por puertas y ventanas y
se alejaban del tren a toda carrera.
Percibimos recién entonces el característico zumbido de los aviones y pronto sus
metrallas lanzaban fuego sobre nosotros. Despavoridos saltamos por donde pudimos.
Yo corrí con todas mis fuerzas para esconderme. Al escuchar que los aviones se
116

alejaban recién me di cuenta que me encontraba en un pequeño depósito de carbón.


Me acordaba que en el momento de mayor terror trataba de meter mi cabeza en algo
que resultó ser carbón. Al salir del cuarto, mientras intentaba limpiar mi cara vi un
soldado alemán con un saco colgado en un dedo que tranquilamente preguntaba: “Wem
gehört das” (de quién es esto). Me di cuenta de que era el mío. Le pregunté dónde lo
había encontrado: “allí”, dijo él mostrándome el cerco de púas trenzadas y postes con
puntas filosas. No entendía cómo había saltado por encima de aquel cerco tan
peligroso. Recordaba que el equipaje lo había dejado en el vagón y el saco lo tenía
colgado en mis hombros, pero el soldado demostró un solidario gesto humano. Era
evidente que ese sol- dado no hacía ya mucha diferencia entre la vida y la muerte. Se
ocupó de un saco ajeno, que podría no tener en cuenta. Más tarde, cuando conocí a
los soldados soviéticos, me di cuenta de que la diferencia era como del día y la noche. O
mejor desde la Tierra a la Luna.
Los vagones estaban acribillados y de la locomotora saltaban chorros de agua y vapor
por los agujeros causados por los impactos. Mientras nos agrupamos y pensábamos
qué hacer, los pasajeros se iban dispersando.
Como por milagro divisamos dos camiones militares alemanes a cierta distancia.
Nos dimos cuenta de que cargaban a los soldados que viajaron en nuestro tren. Era
evidente que seguirían viaje al Este para ayudar a sus camaradas que retrocedían de
Grecia, o a los enfermos que se encontraban en Bulgaria. Des- esperados, con
valijas en mano y a duras penas, corrimos hacia ellos antes de que se marcharan.
Encarecidamente le pedimos al oficial que nos acercara hacia Bulgaria lo más que
pudiera. El pobre trató de convencernos de lo peligroso que sería para nosotros,
porque ellos eran blanco de ataques guerrilleros o de la aviación enemiga. “Es que
no nos queda otra alternativa”, le explicamos. “Porque de noche los guerrilleros nos atacarían y
matarían.” Al final el buen hombre se rindió y aceptó. “Suban rápido que partimos, no
hay tiempo para perder.” ¿Qué les esperaba a estos desdichados soldados obligados por
el enloquecido Hitler a sacrificar su vida por nada, en una Yugoslavia infectada de
guerrilleros y ataques aéreos in- gleses que los obligaban a saltar de los camiones
desesperadamente con lo puesto y quedar con el transporte destruido? Eso resalta
aún más el valor de su actitud humanitaria. Viajábamos parados, tambaleando de un
lado para el otro. El sol yugoslavo era abrasador bajo la carpa del camión, entre los ya
demasiado sufridos soldados alemanes. El calor y la tierra que saltaba por todas
partes era tan sofo- cante que me ahogaba, me parecía que iba a desmayarme. De
haber sido tropas de elite SS, no creo que nos hubieran aceptado. Porque ellos,
aunque pretendían ser caballeros desconfiaban de todos.
A unos 60 km el camión paró frente a otra estación del ferrocarril en el cam- po.
El oficial saltó del camión y nos pidió que bajáramos, haciéndonos rápido la venia
militar, subió al camión y se marcharon. No tuvimos tiempo de darle las gracias por
la atención tan grande y tan humana.
Vimos un pequeño tren que seguro sería el último en dirección a nuestra patria.
El maquinista hacía silbar la locomotora para apurar a los pasajeros, por lo que
117

corrimos para no perder esa gran oportunidad.


Aunque la capacidad del pequeño tren se había colmado con gente serbia de la zona, nos
acomodamos con cierto alivio pensando: “ahora no hay soldados alemanes, así que no hay que
temer un ataque inglés”, pero nos equivocamos. Los que manejaban los aviones se habían
convertido en asesinos, no hacían diferencia. Al parecer, cuanta más gente mataban,
más contentos se iban. Seguro que no les importaba que hubiese gente inocente e
indefensa y que la mayoría fuesen serbios, sus aliados. No tenían sentimientos.
Al prepararse para arrancar, el tren se detuvo. De repente los que estaban sentados
hacia las ventanillas empezaron a gritar “¡Allí vienen!”, y ya se percibía el trágico
zumbido de los aviones que volaban a baja altura, ya que defensa antiaérea no existía.
Las metrallas y las muertes eran espantosas e interminables.
Con mis compañeros teníamos siete vidas, todos nos salvamos. Como éramos más
jóvenes y corríamos más rápido, nos habíamos alejado más y escondido mejor. Sólo
uno estaba herido en la mano y a otro le habían volado la punta de la nariz. Se veía
nuestra locomotora, que vomitaba chorros de agua y vapor por los agujeros en la
caldera.
Al bajar nuestro equipaje, sin prestar atención a los heridos y muertos, nos alejamos
lentamente de la estación. Estaba anocheciendo. Como yo sabía serbio, al ver una casa
cercana nos dirigimos allí para pedir albergue, pero la gente no quiso saber nada con
forasteros.
De pronto un hombre anciano se acercó y nos dijo: “Allí, a dos km por la vía hay un
puesto de soldados búlgaros”. Suponía que todavía no se habían ido. Nos aconsejó que
nos apuráramos porque pronto empezarían los tiroteos; aquella zona estaba infestada
de guerrilleros del Mariscal Tito. Al caminar entre los rieles y tropezar en la oscuridad
con las valijas en las manos, el cansancio nos agobiaba. De repente escuchamos una
voz que dijo: “Alto o disparo”. Nos dimos cuenta de que era un soldado búlgaro. En
voz baja le pedimos que nos llevara al refugio. Fue espantoso llegar hasta allí bajo el
silbido de las balas de los dos bandos.
En el momento de entrar en el precario “fortín” en pleno campo abierto, se
descargó una ráfaga de ametralladora guerrillera, por lo que nos tiramos al suelo.
Unos 20 soldados estaban apostados a la vuelta del parapeto de bolsas de arena de
un metro de altura, respondiendo al ataque con tiros de fusiles. Todos se sor-
prendieron con nuestra inesperada llegada. Su jefe, un teniente primero, al saber que
nosotros éramos estudiantes sin rumbo exclamó: “Ahora sólo esto nos faltaba, y encima
ya se nos terminan las municiones”. De inmediato envió al sargento con dos soldados
para ir a traer (por la fuerza) a un campesino con un carro, para cargar el poco
equipaje que había.
Al lado del fuerte se divisaba una torre de madera para observación, pero no
había nadie arriba. Pasó una tensa y prolongada espera. El sargento no volvía. Un
soldado preguntó: “Teniente, y si los guerrilleros han degollado al sargento y a los dos soldados,
¿qué hacemos? ¿Esperamos una embestida?”. Visiblemente el teniente se mordía los labios,
pero no pronunció palabra. La noche era oscura.
118

Al final llegó el carro. Muy sigilosamente cargamos nuestras valijas y la poca


pertenencia militar. “Ahora caminen todos rápido pero agachados, sin hacer ruidos”, ordenó
el jefe. Al alejarnos escuchamos un furioso ataque sobre el fortín. Gracias a Dios ya
no estábamos allí.
El teniente ordenó que el sargento con unos soldados se separaran de nosotros y
trataran de distraer y desorientar a los guerrilleros.
Llegamos a un bosque donde nos tiramos en el suelo, muertos de cansancio y
sueño. Al amanecer vimos que los soldados habían hecho ya un caldo de poroto y
carne de oveja que seguramente habían traído de las cercanías con toda seguridad no
pagadas, sino robadas o llevadas por la fuerza. Mirábamos cómo tragaban el
contenido con rapidez, mientras nosotros tragábamos saliva. Al terminar nos
prestaron sus tarros y sirvieron el aguado caldo que quedaba con algunos pedacitos
muy grasosos. Pero “cuando hay hambre no hay pan duro”, dice el refrán.
El teniente bromeó: “Ahora estamos tranquilos: los guerrilleros son como los vampiros.
Duermen de día y salen de noche”. Teníamos que proseguir el camino paralelo a las vías
del ferrocarril, que ya no funcionaba.
Llegamos al puente derribado por la aviación, en donde yo corté el pulgar del
soldadito alemán. Allí el teniente liberó al serbio con el carro. Nosotros rá-
pidamente juntamos unos pesos y se los ofrecimos. El tosco hombre se negaba a
recibirlos, hasta que aceptó.
Cruzamos por los tablones al lado del puente y proseguimos el largo y penoso viaje a pie
con las valijas a cuestas. Nuestros brazos estaban ya al final de su resistencia. Le
rogamos al jefe que parara un rato la marcha. Hasta que llegamos a la sombra de un
árbol. Los soldados la ocuparon rápidamente. Nos conformamos con tirarnos al suelo
y poner la cabeza sólo a resguardo del fulminante solazo
Pero pronto proseguimos. Con las pesadas valijas en las manos, el viaje resultaba
insoportable. Yo quería abandonar mi valija, pero no quise ser el primero. Los
estudiantes nos estábamos arrastrando y el jefe nos apuraba y alentaba.
Al final el teniente dijo: “Ya llegamos”. Era otra pequeña estación con un tren de
tres vagones de carga, listo para marcharse. El oficial que nos esperaba preguntó si
venían más soldados búlgaros. “Somos los últimos”, contestó el teniente: los que
quedaron, cayeron prisioneros o degollados por los guerrilleros. Nos acomodamos
rápido en un vagón sobre algo duro. El tren era militar, seguro llevaba proyectiles de
artillería. Proseguimos sin problemas hasta llegar a una importante estación de la
ciudad de Nish, que los serbios nos la habían usurpado en la Primera Guerra
Mundial.
Al lado derecho de la vía, bajo el alto terraplén vimos muchas barracas con
heridos, soldados alemanes que habían salido de Bulgaria por orden de nuestro
gobierno, para que no fueran motivo de que los rusos nos invadieran.
En ese momento vino una motocicleta con sidecar, donde un soldado búlgaro se
retorcía de dolor. “¿Qué pasa?”, resonó la voz de un coronel. “En una pelea
119

–dijo el motociclista– los alemanes lo han herido”. “¿Y qué diablos han ido a hacer allí? A
provocarlos seguro. Llévalo de nuevo a ellos y pídeles que lo curen, porque nosotros ya no tenemos ni
médicos ni remedios”.
El convoy estaba listo para arrancar en dirección a Sofía. Estábamos acostados
sobre la misma carga dura. De pronto escuchamos explosiones y vimos que los
soldados corrían a toda prisa. Desesperado yo salté del vagón y di varias vueltas;
corríamos por unos campos de girasoles cuyos discos me daban justo en la cabeza. Al
llegar a una hondonada, me tiré al suelo. Metía la cabeza bajo la alta vegetación y me
di cuenta de que mi nariz estaba en un charco de agua. Aunque no podía respirar
aguantaba lo más que podía, mientras cientos de esquirlas silbaban sobre nosotros.
Al cesar las explosiones y salir hacia arriba, vi que de los dos últimos vagones
donde estábamos con nuestro equipaje, quedaban sólo hierros retorcidos. Las valijas
que sufrimos tanto para traer, habían volado por los aires. Quedamos sólo con lo
puesto encima, y un compañero tenía la oreja arrancada.
Se dio orden de abordar los vagones que se salvaron. Me tocó subir al vagón donde
estaban el coronel y los oficiales. El tren marchaba a paso de hombre. Varios soldados
caminaban a lo largo de la vía como escoltas ante posibles ataques guerrilleros.
En el gran silencio un oficial dijo: “¿No habrán sido los alemanes que dispararon a los
vagones con los proyectiles?”. El coronel respondió: “Eso es poco probable, los alemanes no son
capaces de eso. Pero de lo que estoy seguro es de que ustedes no observaron la pólvora
desparramada en el piso de los vagones. Alguien tiró un cigarrillo sin apagar, o una chispa de la
locomotora que maniobraba provocó las explosiones”.
“Además –prosiguió el alto oficial–, mientras ustedes corrían para salvar sus vidas, el
conductor del tren y yo salvamos estos vagones. Si no tendríamos que caminar a pie 200 km. hasta
llegar a nuestra patria ¿No tienen conciencia de que yo también tengo alma y tengo mujer e hijos que
me esperan?”. Era evidente que la moral entre las rígidas tropas búlgaras había caído
muy bajo. Sentado a un lado del vagón me dormí profundamente. Desperté al
escuchar los ruidos de una gran estación: la capital de Bulgaria, Sofía. Era el 8 de
setiembre de 1944.

LA LLEGADA DE LOS TANQUES SOVIÉTICOS


Vi la gente muy asustada y desesperada. Los vendedores de diarios gritaban: “Los
tanques rusos cruzaron el Danubio e invadieron Bulgaria arrasando con todo”. Subí al primer
tren que iba para el Mar Negro, atestado de gente sin boleto y sin control alguno.
Al día siguiente, el memorable para los comunistas y trágico para el resto de la
población búlgara, “9 de setiembre de 1944”, un nuevo gobierno pro soviético declaró
la bienvenida a los ejércitos invasores y ordenó la cordial recepción, con flores, a las
tropas; con eso la población respiró aliviada al evitarse los ataques, violaciones y
desmanes. Esa fecha fue convertida por los comunistas en el máximo feriado
nacional. Ni siquiera superado por el día patrio de la liberación de la esclavitud turca,
conmemorándolo con grandes desfiles militares.
120

Una columna de los ejércitos rusos pasó por nuestro pueblo. Por la noche, las
dos fondas que vendían bebidas alcohólicas estaban repletas con soldados rusos.
Con un amigo a quien le gustaba mucho el aguardiente, fuimos a uno de esos
lugares. Al vernos, unos siete u ocho soldados que estaban sentados en la primera
mesa a la izquierda nos invitaron a sentarnos con ellos. Tomaban la “vodka búlgara”
en vasos de vino. De inmediato pidieron uno para cada uno de nosotros.
Brindaban a cada rato: “Na sdorove bratushka” (Salud hermano). Yo apenas mojaba
mis labios. En eso entró un coronel. Algunos de las otras mesas hicieron la venia.
Uno de la nuestra, “por lo bajo”, dijo: “Eta jit” (judío) “ebe o mat” (un insulto a la
madre, en ruso). Todos se hicieron los distraídos, pero nadie saludó. Aunque ya
sabía que los rusos eran antijudíos me llamó mucho la atención. Con el pretexto de
que me iba al baño aproveché para irme, mientras mi amigo se quedó brindando.
Stoian, mi sobrino, era un marxista fanatizado. Uno de los tantos jóvenes que yo había
adoctrinado en mis años de ilusión ideológica. Al día siguiente llegó a casa en
compañía de soldados rusos. Era obvio que les había informado que yo recién
llegaba de Alemania.
Esa misma noche dos soldados vinieron a buscarme. Me llevaron a las afueras del
pueblo, a una tienda de campaña donde funcionaba el comando ruso. No puedo
ocultar que me entró miedo y mis rodillas empezaron a temblar. Al rato se presentó
un capitán para interrogarme. Quería saber cuándo, cómo y por qué había estado en
Alemania. Una luz intensa me dañaba los ojos. Se cansó de for mular preguntas y
desapareció. Me invadían los nervios. Estaba solo. Conjeturé que era observado por
alguna abertura de las lonas. Hacía esfuerzos indecibles por mantenerme sereno y
distraído. Resultaba el colmo de las paradojas, sobrevivir a las colosales bombardeos,
metrallas, explosivos y riesgos de muerte en Alemania y en aquel tormentoso viaje,
regresar al pueblo natal y de pronto sentir amenazada mi existencia a manos de los
hermanos rusos.
Luego ingresó un jefe de mayor graduación. Cumplía el interrogatorio en forma
más agresiva. Le respondía de la misma forma que lo hiciera con el capitán.
Cualquier diferencia podía costarme caro. En medio de la desesperación me alumbró
una chispa de coraje y decidí reaccionar; yo no era reo, además, no tenía qué temer y
de nada me podían culpar.
Comencé a hablar con decisión y en voz alta relaté mi indignación al haber visto a
mujeres rusas llevadas a la fuerza por los nazis, para limpiar y lavar las calles de las
ciudades. (Después me enteré de que en la U.R.S.S. ese trabajo era realizado
justamente por mujeres). A continuación largué una tanda de insultos contra los nazis
que me perseguían, hacían mis estudios imposible, y otras mentiras de modo que le
impedía hablar al oficial.
Recalqué que debí interrumpir mis estudios de ingeniería para volver a la patria,
esperanzado en que el poderoso ejército soviético los aplastaría cuanto antes. Mi
enérgica acusación contra los nazis lo serenó. Me observó un rato y con una seña hizo
comparecer a un sargento dándole una orden que no entendí. El suboficial indicó que
121

lo acompañara. Me despedí del jefe con una inclinación.


Aquella orden de marcharme trajo a la vez alivio y temor. Confieso que mis
primeros pasos fueron intranquilos y temerosos; temía recibir en cualquier mo-
mento un disparo por la espalda argumentando luego que yo me había fugado.
Caminé un trecho despacio y al zambullirme en la plena oscuridad eché a correr igual
que si mil fieras feroces me mordieran los talones. O como si los temibles disparos no
hubieran dado en el blanco. Corrí sin parar hasta el pueblo.
Mi madre, aquejada de tensión arterial, al temer por mi vida se hallaba
descompuesta. Pasé una noche de pesadillas. Este episodio fue demasiado fuerte y
no podrá jamás desaparecer de mi mente ni pasar al olvido. Al día siguiente decidí
viajar a Karnobat, nuestra ciudad cabecera, y alojarme en casa de algún amigo hasta
que las tropas rusas se marcharan. Mientras recorría a pie los veinte kilómetros de
distancia cambiaba de planes, sin saber adónde ir. Por aquellos días la gente
atemorizada se golpeaba el pecho jurando su lealtad al partido de Lenin. Antes que
los rusos invadieran Bulgaria había muy pocos comunistas. Ahora todo el mundo
decía serlo.
Ya en Karnobat pasé por el frente del negocio de don Varban, dueño de una
sombrerería. Entré a saludarlo, años atrás le había comprado gorras estudian-
tiles cuando la usaba volcada hacia la izquierda, como lo hacían los fanáticos
marxistas. Nunca supe su afiliación política. Simpatizaba conmigo, y si bien yo había
abandonado el marxismo, cada vez que pasaba por Karnobat solía verlo
Le relaté con detalles mi problema. Respondió que me quedara sin ningún re-
celo en su casa. Entendí entonces por qué se mostraba tan bueno conmigo. Él
también, alguna vez, se había dejado seducir por el paraíso comunista. Vivía
junto a su esposa e hija. Al día siguiente, mientras él atendía su negocio –pues
esperaba vender mucho a los rusos– las acompañé a ver un contingente de tro-
pas rusas que llegaban. Con flores arrancadas del jardín fuimos frente al parque
donde desfilaron con marcial postura, los vivamos y aplaudimos, yo no sería
una excepción.
Mientras tanto los rusos habían abierto los bancos, sacado el dinero y distri-
buido entre sus soldados. Cabe aclarar que, como Bulgaria no entró en la guerra,
había de todo. El pueblo se había enriquecido porque vendía bien su producción
a los alemanes. Los negocios estaban repletos de mercadería. Pero ahora todo se
dio vuelta. Los soldados rusos entraban y salían de ellos comprando lo que veían.
A un comerciante de bebidas, en un santiamén no le dejaron ninguna botella. En
cuatro días los negocios quedaron vacíos. Intenté sin éxito comprar una valija
para reponer la que había perdido en la explosión del vagón, pero ya era tarde.
Don Varban me trajo una. No me quiso cobrar, pues un amigo se la había
regalado antes de que se la “compraran los soviéticos”. El comercio quedó sin
mercaderías y el dinero acumulado no les servía de nada, ya que no se encontraba
nada para comprar. Bulgaria no conocía prácticamente la inflación, el costo de
la vida había aumentado tan sólo 40% durante los cinco años de la guerra. Las
tropas germanas que pasaron por Bulgaria sólo podían cambiar en los bancos
122

una limitada cantidad de marcos, lo que no permitió vaciamiento y un alza en los


precios. La situación ahora había sido distinta; los camaradas repartían el dinero
entre sus tropas “haciendo el comunismo”.
Cuando los rusos advertían negocios cerrados, con los camiones enganchaban
las persianas y las arrancaban de cuajo. Luego cargaban lo que encontraban a
mano. Al finalizar acomodaban las persianas y se marchaban. Lo cierto es que
no quedó comercio en el país con existencias, sólo algunos pudieron esconder
algo de mercadería y evitar el saqueo total

Al llegar los rusos, el 5% de comunistas que había en Bulgaria se multiplicó. Unos


por miedo, y otros por interés. En todos los poblados y en varios sectores de las
ciudades se formaron los temibles soviets (comités), que implantaron rápida- mente el
control y el terror sobre la población. Empezó la persecución y matanza de todos los
gobernantes chicos y grandes anteriores, de los ricos y los opositores y hasta los
enemigos personales. Hasta en un armado juicio sumario colgaron a nuestro príncipe
Kiril, hermano del rey Boris III, ya muerto, que nunca se me- tió en política y como
regente del rey infante, Simeón II, también se opuso a la inquisición de los nazis de
entrar en la guerra. Es digno de comentar que antes de ser colgado, el príncipe le
regaló su reloj de oro a su verdugo.
La propaganda de los comunistas era una desmesurada falsedad y mentira.
Justificaban la invasión rusa para perseguir a los alemanes y liberar a Bulgaria de
los nazis. Todo el mundo sabía que no había soldados alemanes, salvo algunos
enfermos o heridos, ¿qué iban a hacer allí? Y mucho menos nazis. Ni siquiera había
ya soldados heridos. A los pocos que había, el gobierno búlgaro les había ordenado
salir del país; los que nosotros vimos en la estación de Nish, seguro nadie podría
haberlos rescatado y fueron masacrados por los guerrilleros serbios.
Los soviéticos no venían a liberarnos de nada, sino a quitarnos la libertad y
felicidad de que el pueblo búlgaro gozaba. Después de instalarse un riguroso
control sobre toda la población, me enteré de que en la Rusia comunista nadie
podía desplazarse de un lado a otro sin un permiso por escrito que se llama putovka, o
sea derecho de “caminar”, de “desplazarse”. Ese régimen había existido antes de la
revolución bolchevique, cuando los terratenientes prohibían un viaje sin permiso.
Lenin vivía escribiendo slogans, repetía a menudo algunos, como:
“Los pobres no perderían nada, salvo sus cadenas”, y el más popular era “Pan, paz y li-
bertad”; sin embargo, después de terminar la revolución, se comprobó la falsedad de
toda la demoledora propaganda.
Quisiera aclarar que todo este relato lo realicé para que el lector conozca de primera
mano lo que ha sido el comunismo.
123

FUI ELEGIDO PARA EL COLEGIO DE OFICIALES ROJOS


El nuevo gobierno, por orden de los soviéticos, no sé por qué declaró la guerra a
Alemania, porque necesitaba más soldados. Pronto fui convocado al servicio militar
(porque al estudiar fui liberado del mismo). Me acuerdo que había llegado tarde al
distrito y tuve que pernoctar en un hospedaje. Temprano por la mañana, cuando
aún estaba oscuro, me dirigí hacia el cuartel. Lo que se comentaba resultó cierto, vi
gente acribillada tirada en las calles. Entonces me di cuenta de lo que le esperaba al
pobre pueblo, un siniestro futuro. Al rendir un excelente examen en los cuarteles, no
tener ningún antecedente dudoso y quizás estar todavía registrado como comunista,
fui elegido para el Colegio Militar, para oficiales rojos. Éramos tres mil. Allí aprendí
a cantar la marcha del camarada Stalin, que todavía la tarareo. Me gustaba mucho.
Es la única que me liga con mi pasado comunista.
Nos dieron lindos nuevos uniformes. En los francos que recibíamos los días
domingos, íbamos a la capital, Sofía, que estaba cerca. Nos sentíamos como los
elegidos del nuevo régimen. Las jóvenes nos miraban con admiración y suspiros, y los
muchachos con envidia.
Sin embargo, entre los jóvenes ex guerrilleros que abundaban en el Colegio,
muchos de ellos no tenían ni el secundario. Me sentía muy mal, como prisionero; yo
era más grande y con una educación distinta. Había estudiado en Alemania y estado
en contacto con ese maravilloso pueblo y no era un subversivo guerrillero que había
estado escondido en los montes de los Balcanes. Por lo que quería salir de allí, pero
no sabía cómo. Al final me decidí a pedirle permiso a nuestro Capitán (que era
todavía de los viejos cuadros) para hablar con el comisario comandante del Colegio.
El comandante me recibió muy bien. Era abogado de profesión, le expliqué que
yo ya no era comunista, que seguro en el futuro lo sería de nuevo, pero prefería ser
ingeniero, que me faltaba poco para recibirme. Eso sería más útil para la construcción
de una nueva patria, que siendo oficial del nuevo ejército. Además, me sentía mal
entre esos jóvenes que todas las noches subían a las mesas de estudio para hacer sus
acostumbrados discursos, los cuales estaban fuera de lugar. El comandante,
evidentemente un hombre de cierta cultura, se sonrió y me dijo: “A muchos de los que
hoy son gobernantes de muy alto nivel les he enseñando a hablar y, sin embargo, hoy se golpean el
pecho como grandes ideólogos, mientras yo estoy relegado aquí para enseñar a otros que vienen de
abajo”.
El hombre no titubeó ni un minuto. Me felicitó y me expidió una orden para
volver a mi regimiento.
124

LOS JUICIOS POPULARES - UN TEATRO SINIESTRO

Lo que más me impresionó y nunca olvidaré fue que al volver a mi unidad de servicio,
en una ciudad en el sudeste de Bulgaria, a todo el batallón nos llevaban, de noche, a la
plaza pública. Allí estaban convocadas miles de personas. Nadie se animaba a faltar
En un balcón, encapuchados, estaban paradas entre 10 y 15 personas. Un “fiscal
del pueblo” empezaba a nombrarlos uno por uno y acusarlos de delitos contra el
pueblo, de explotadores y nunca faltaba la acusación de colaboración con los nazis, y
preguntaba: “¿Qué condena merece este reo?” Abajo del balcón, en la oscuridad, había
unas 30-40 personas que de inmediato gritaban: “Muerte, muer- te”. Así a cada uno,
sin conocerlo, todo el mundo gritaba muerte; los ecos de los soldados retumbaban en
la plaza.
La primera vez me sentí muy mal, se me revolvió el estómago de gritar muerte a
gente que no conocíamos y que seguro no tenían culpa alguna. O siendo
anticomunistas era suficiente para condenarlos a muerte, ya que era la única
condena para todos. Se escuchaban comentarios de que los “condenados” ya estaban
todos muertos, liquidados las noches anteriores. Porque los soviets (comités) eran
todopoderosos e implacables, ávidos de poder. Ellos no tenían obligación de rendir
cuentas por sus actos a nadie. Disponían de la vida y la muerte en su “territorio”.
Entonces entendí por qué los encapuchados –supuestos reos– nunca protesta- ron,
nunca gritaron o lloraron, no se les escuchaba decir nada. Seguro era gente del
partido que se prestaba al escenario. Después de terminar el “gran show” seguro
iban a festejar su hazaña y dedicarse a buscar y matar a los anotados en las listas
negras.

JORGE DIMITROV Y SU SOBRETODO DE MADERA

Por el gran desorden reinante y la falta de autoridad constitucional legítima y popular,


el nuevo régimen de Bulgaria llamó a elecciones. Los comunistas aspiraban ampararse
en las elecciones para adueñarse del poder por el voto popular, que sabían como
conseguirlo. Próximo a las elecciones, el viejo dirigente comunista búlgaro regresó de
Rusia: era el gran camarada Jorge Dimitrov. Tenía cumplidos importantes servicios en
el Estado Mayor de Stalin en calidad de secretario general de la “Comintern”
(Internacional Comunista) en Moscú. En Karnobat se organizó una concentración y
el principal orador fue él. Estuvo magistral, creo que por primera vez aplaudí con
ganas, porque tuvo la virtud de hacerme revivir los años de mi idealismo marxista
que había experimentado alguna vez. En consecuencia muchas de las políticas del
otrora poderoso partido agrario se pintaron de rojo y se unieron a un gobierno de
coalición que subsistió hasta el fin del comunismo. Se suponía que la coalición ganaría
por abrumadora mayoría, por lo cual no sólo voté por ella, sino que traté de que se
125

supiera. George Dimitrov fue elegido presidente.


Al año siguiente, 1946, por decisión de aquel brutal y demagógico régimen, se llevó a
cabo un plebiscito de la manera más coercitiva posible y con el pretexto de que,
habiéndose Bulgaria convertido en una República Socialista, el joven rey Simeón
debía abandonar el trono y marcharse al exilio. Sin duda por gran mayoría se impuso
la tendencia republicana antimonárquica. Eso hace recordar lo dicho por Stalin: “No
importa por quién se vota, sino quién recuenta los votos”.
No pasó mucho tiempo y el legendario mariscal Tito de Yugoslavia cortó el nexo que
lo unía a Stalin, y éste temió que Dimitrov hiciera lo propio y formara la federación
Eslava del Sud, o sea, una “Gran Yugoslavia” incluyendo a Bulgaria. Antes de que
Dimitrov viajara a Belgrado invitado por Tito se difundió la noticia de que se
encontraba enfermo y que Stalin estaba afligido por su salud. Sin duda, todo estaba
orquestado por el comando ruso que existía en Bulgaria. Fue invitado a Moscú, o
quizás llevado a la fuerza, para que se sometiera a exámenes y, de ser necesario, a una
intervención quirúrgica. Volvió de Rusia dentro de un suntuoso ataúd. Sus funerales en
Bulgaria ya estaban preparados. Stalin manejaba con suma habilidad sus métodos para
“operar” a sus colaboradores íntimos, y especialmente cuando adolecían de “malos
pensamientos”. Sabía deshacerse de ellos con cumplidos honores. Como más tarde
relataré, en el centro de Sofía, en la plaza frente al ex Palacio Real, se levantó un
ostentoso mausoleo en su honor, muy parecido al de Lenin en Moscú, desde donde las
máximas autoridades de la República presidían los pomposos desfiles militares.
Como el dictador ruso no había logrado convencer al mariscal Tito de que fuera a
conversar con él, mandó una comitiva a Belgrado. Desafortunadamente para Stalin, el
avión que transportaba a la delegación rusa entre los cuales viajabaun general de su
plena confianza, “se estrelló” antes de aterrizar. Sabedor de alguna traición en su
contra, Tito jugó quizás una partida decisiva y riesgosa para evitar ser secuestrado en
su propia casa, como le sucedió a Dimitrov. Stalin se violentó muchísimo, a tal
extremo que circuló la noticia de que se preparaba una invasión a Yugoslavia. No pasó
nada. Las potencias occidentales le sugirieron que evitara un nuevo conflicto.
Además, el déspota sanguinario sabía bien que Tito era el guerrillero más experto de
la historia contemporánea.

KARL MARX – CREADOR DEL COMUNISMO

Nació en Alemania el 5 de mayo de 1818, descendiente de rabinos. El padre de Karl


Marx había sido abogado y asesor de juzgado en Trier, norte de Alemania, con el
nombre de Henrich Marx, aunque su verdadero nombre era Herschel Levi. Pero como
es sabido, los judíos por conveniencia al emigrar de un país a otro, muchos se
cambiaron el nombre y apellido. Solo yo, que tengo mi característico apellido por el
que muchos creen que soy judío, no lo hice. En el año
126

1817 el padre de Marx se pasó a la religión protestante y años más tarde, tanto
su madre como él y sus hermanos tomaron la nueva religión.
En el libro “Las máscaras de los célebres”, Nicola Nicolov comienza su exposición sobre
Marx diciendo: “La primera parte del siglo XX se define con el movimiento marxista y el
vertiginoso desarrollo del imperio financiero de la dinastía Rockefeller... Karl tuvo un gran complejo de
inferioridad debido a su ascendencia. Él siempre consideró que por eso la gente no puede dar valor a
su dignidad. De todo eso culpaba a su origen, al que ha profesado un profundo odio. Sus sentimientos
son expuestos en sus publicaciones de 1844 en ‘Deutsch Französishe Jarbuch’ en la que hace
preguntas a las cuales él mismo contesta (en forma muy agresiva): ‘¿Quién es el Dios de los judíos?
–el dinero. ¿Cuál es la base del judaísmo? –el egoísmo, la altanería y la avaricia, etc...” 25
El Sr. Nicolov prosigue: “Con todas estas declaraciones el renegado Karl Marx se hace fundador y
padre no sólo del comunismo sino del nazismo, el que más tarde Hitler y sus íntimos utilizan…” ...
“En la universidad de Derecho, Marx en un principio hace ostentación de su religión cristiana y
estudia las bases de las leyes canónicas y religiosas, con lo que con euforia es cribe una carta a su padre,
el 10 de noviembre de 1837: ‘Yo me baso en las ciencias exactas…’
Más tarde se define no sólo como antijudío sino antirreligioso, especialmente contra el catolicismo en
particular. En muchos de sus escritos calificará a la religión cristiana como religión judía; él ataca a la
religión y la califica como ‘opium’ de las masas, pero a la vez roba su doctrina diciendo que ‘si se
produce para obtener ganancias es un pecado muy grande –haciendo de esta afirmación la base de su
nueva religión marxista, ateísta o comunista…” 26. De sus lecturas de Hegel, Marx aprendió
la dialéctica de la tesis, antítesis y síntesis. Sin embargo, se define por la idea del
materialismo dialéctico.
Por un lado había quedado muy pobre y por otro, por ser un hombre muy ocupado y
apresurado, Marx no aguantaba sentarse en la peluquería para que le cortaran el
cabello y la barba. Como más tarde fue famoso por su rebeldía, se puso de moda que
para ser rebelde y obsesionado por algo, para ser izquierdista y parecerse a Marx, debía
dejarse crecer la barba.
Marx tenía muy claro que la riqueza de los capitalistas se debía a la explotación de los
proletarios, o sea la plusvalía que obtenían por el trabajo mal pagado.
(La verdad es que hoy yo no soy para nada marxista, pero estoy en gran parte de acuerdo
con ese pensamiento.)
Escribió un voluminoso tratado en alemán, “Das Kapital” que fue para él una obra
magna –aunque para mí, muy extensa y un poco aburrida. Marx y Engels, un
importante intelectual del mismo origen, en el famoso “Manifiesto Comunista”

25
Nicolov, Nicola M.: op. cit., pág. 50.
26
Op. cit., págs. 51-52

vaticinan: “Una sombra se avecina sobre Europa y hace temblar a la burguesía. Proclamando así la
lucha de clases”.
Sin duda, el comunismo no es para pueblos atrasados. El comunismo era para
127

pueblos con un nivel cultural mucho más alto, pueblos que aman el trabajo y la
dedicación útil y provechosa. Pueblos que han nacido para trabajar como son los
alemanes, incluyendo Austria y los países nórdicos de Dinamarca, Noruega, Suecia y
Finlandia.
Pero los capitalistas que financiaron y después explotaron la revolución bol-
chevique lo hicieron además con otra visión, la dominación del mundo con la
democracia. Les sirvió de buena experiencia al ver cómo se maneja, desde arriba, a las
masas populares, y como se aprovecharon del sistema al máximo, como lo verán más
adelante. Porque eso les puede servir, en el futuro, cuando tengan en sus manos el
poder total mundial, el económico-financiero y, con eso, el poder político; y eso ya
no es novedad para nadie.

STALIN, EL ASTUTO Y DESPIADADO DICTADOR NUNCA DECÍA “LOS JUDÍOS”,


SINO “ELLOS” O “LOS EXTRANJEROS”

José Visarionovich Zhugashvili –apodado Stalin– nació en Gori, Georgia, el


22 de diciembre de 1879 al sud de la cadena caucásica, por lo tanto era un asiá-
tico. Stalin, sin ninguna duda, fue el dictador y político más vivo, astuto, preve-
nido y calculador que ha existido en la historia humana. Sus crueldades fueron
fríamente meditadas y ejecutadas; nadie en la historia humana ha podido supe-
rarlo. No se escribe, no se difunde mucho. Sencillamente porque él fue aliado de
“los aliados”. Y porque gracias a él “los aliados” pudieron descargar injustamente
su odio al sufrido pueblo alemán, tanto en la guerra y aún mucho peor después
de terminar la misma. Stalin empezó sus estudios en la Escuela Tecnológica y
luego (desde 1894-99) en el Seminario Cristiano Ortodoxo en Tbilisi, capital de
Georgia. Siendo muy propenso a las discusiones a los 19 años fue reclutado por
los marxistas de esa ciudad, como colaborador en la publicación de su diario. El
24 de noviembre de 1901 fue elegido miembro del Comité de la Social Democra-
cia. Por las actividades subversivas Stalin fue deportado varias veces a Siberia,
de donde se evade con facilidad. Conoció a Lenin en la conferencia del Partido
Comunista en Finlandia en 1905.
En febrero de 1912 fue elegido en el Comité Central dirigido por Lenin y
pronto preparó, con otros, el lanzamiento del famoso diario soviético Pravda
( Verdad), pero por quinta vez fue arrestado y deportado a Siberia. Por el duro
carácter que tuvo Stalin, Lenin, que sabía bien el alemán, le puso de apodo
Sthal(acero) que al final se modificó a estilo ruso por Stalin. Después de la revolución
de febrero de 1917 y al abdicar el zar ruso, nació el gobierno provisional social
demócrata con Lvov, Miliukov y Kerenski. Al volver del cautiverio a Petrogrado se
incorporó de nuevo a la redacción del Pravda. En mayo del mismo año, Stalin formó
parte del prohibido Comité Central Revolucionario.
128

El 7 de noviembre de 1917 estalla la revolución bolchevique al abrirse ca- mino


por la noche aguas arriba, en el río Neva, el acorazado ruso Aurora y el bombardeo
al Palacio de Gobierno, en San Petersburgo, con lo que masacran al gobierno
socialdemócrata y someten toda la enorme Rusia a un pandemónium de destrucción
y muerte que duró varios años.
El 7 de mayo de 1920 Rusia soviética firmó un tratado de amistad con Georgia.
Sin embargo, el 11 de febrero del año siguiente, por orden de Stalin, el ejército
soviético invadió su patria.
En marzo de 1922 empezó la enfermedad de Lenin y el XI Congreso del Partido
se declara en oposición a su grupo y Stalin fue elegido secretario general, con Molotov
y Kuibishev como asistentes.
El 8 de diciembre de 1923 Trotzky (Bronstein) fue acusado de traición por su
conexión con “elementos occidentales”. El 21 de enero de 1924 murió Lenin y dos
días después, en el IIº Congreso del Soviet, Stalin hizo el juramento de fidelidad. En
1925 surgió la primera diferencia entre la fracción de Stalin y de Zinoviev (Apfelbaum)
y Kamenev (Rosenfeld). Estos dos se unieron a Trotzky, hijo del rico judío David
Leontievich Bronstein. Esa procedencia le ha servido para destacarse como un buen
escritor, muy hábil orador y el principal organizador del ejército rojo. Su mas grave
error fue que primero era menchevique, minoría socialdemócrata que en las
reuniones se sentaba a la derecha, y luego se convirtió en bolchevique, mayoría que se
sentaba a la izquierda. A quien Stalin consideraba su más encarnizado enemigo y
obstáculo en el poder, repitiendo las palabras de Lenin, quien había dicho: “Trotzky
es un charlatán de quien no se puede estar seguro ni confiar en él”. Pero también cuando
Lenín se enojaba se refería a Stalin diciendo: “El hombre que puede destruirlo todo con su
brutalidad”. Sin embargo, tanto Trotzky como Stalin fueron sus más cercanos
colaboradores.
Quizás ésta fuera la primera actitud encubierta, contra los jerarcas judíos, del
astuto y precavido Stalin. Como es sabido, la gran mayoría de los intelectuales de esa
procedencia tenían los apellidos cambiados para no llamar la atención al pueblo
ruso. Ese proceso fue lento pero sostenido. En 1927 estos tres visibles opositores de
Stalin fueron expulsados del Partido Comunista y dos años más tarde, Trotzky fue
expulsado de la Unión Soviética.
Después de esconderse en distintos países, atacando a Stalin, años más tarde es
asesinado en México por orden del implacable dictador. El 1º de diciembre de 1934
el miembro del politbüro Kirov es asesinado, quizás por los mismos opositores, por
admirar a Stalin y afirmar que era “El hombre más grande de todos los tiempos, de todas las
épocas y de todos los hombres”. En 1935 fueron procesadas 19 per- sonalidades
bolcheviques, casi todas de origen hebreo con nombres cambiados, acusadas de
actividad contrarrevolucionaria y cómplices del asesinato de Kirov, por lo que son
encarcelados; entre ellos Zinoviev y Kaménev, que fueron nada menos que
integrantes del 1er. Triunvirato del poder soviético junto a Stalin.
En 1936 Zinoviev, Kaménev y otros 14 bolcheviques acusados de conspiración
129

trotskista fueron condenados a muerte y ejecutados. Ésa fue la más conocida de las
acusaciones y ejecuciones de las tantas que realizó Stalin para liberarse de jerarcas
“extranjeros” (como él decía) con nombres rusos, por desviación y trotskismo. En
todos esos años Stalin, por su rudo carácter, tuvo muchos enemigos dentro del
partido y el politbüro. Pero también siempre tuvo a sus espaldas muy fieles
camaradas. Nunca se escuchó de un atentado directo contra su persona, como tantos
atentados se cometieron, en tan poco tiempo, contra Hitler. Stalin estaba siempre
fuertemente custodiado detrás de las altas murallas de la fortaleza del Kremlin por
“verdaderos rusos”, como él decía, y alertándolos para que vigilen a “ellos”, los
extranjeros. Salía de allí sólo en raras ocasiones, muy de imprevisto, por cualquiera
de los múltiples puertas del Kre- mlin, con una gran escolta.
El proceso de la más ínfima “desviación” siguió hasta el año 1938, cuando fue
eliminada toda forma de oposición. Mientras tanto, la industrialización pesada de
Rusia estaba en pleno desarrollo. En 1939 Stalin reemplazó a Litvinov al que no le
tenía mucha confianza a causa de su origen, y nombró en su lugar, para más
seguridad, a su más fiel amigo ruso, Molotov, como ministro de Relaciones
Exteriores de la Unión Soviética, y con él se firmó un pacto de no agresión con
Alemania bajo los nazis. El 1º de setiembre de ese año comenzó la invasión a Polonia y
su posterior repartición con Rusia. El 29 de noviembre de 1939 estalló la guerra entre
Rusia y Finlandia, donde a los rusos les sucedió algo parecido como en Afganistán,
años después. En Finlandia perdieron por el intrincado territorio de los innumerables
lagos, y en Afganistán, por las grandes montañas y el invalorable apoyo logístico,
económico y de armamentos brindado por los E.E.U.U. a los tan nombrados
talibanes, que años después debieron ir a combatir.
El 22 de junio de 1941, mientras las tropas alemanas invadían Rusia, Stalin
forma el Comité de Defensa Nacional bajo su presidencia, con lo que se nombró
comandante de las fuerzas armadas de la U.R.S.S. y comisario de Defensa. En
1942 Stalin firmó el tratado de alianza con Inglaterra y más tarde con EE.UU. Ya
fracasada la ofensiva nazi ordenó el contraataque. Ese año, el 19 de noviembre, los
ejércitos alemanes, compuestos por 600.000 soldados bajo la orden del famoso
general Von Paulus, habían atacado Stalingrado, sobre el legendario río Volga, y
ocupado la orilla occidental. Stalin, temeroso de perder el dominio de la ciudad que
lleva su nombre, con toda prisa transportó los 900.000 soldados soviéticos que tenía
en el lejano oriente, en Vladivostok, que estaban como reserva por temor a un ataque
japonés. Sin embargo, con una enorme concentración de fuerzas militares, tanque y
artilleria pesada, desde la costa oriental del Volga, bien pertrechados con artillería de
grueso calibre, los rusos atacaban sin cesar a las tropas alemanas.
Dado que Hitler desparramó sus fuerzas por toda Europa, el ejército del Gral. Von
Paulus carecía de abastecimiento. De nuevo se desató un crudo invierno y cientos de
miles murieron de frío y de hambre.
A pesar del pedido de Von Paulus de retroceder, el Führer, como siempre, se
130

opuso tenazmente a ello, nombrándolo mariscal de campo, título que él no quiso usar.
Al fin, después de tantos sufrimientos y muertes, el 30 de enero de 1943
Von Paulus se rindió, llevando al cautiverio a los restantes 110.000 sobrevivientes y
maltrechos soldados.
En noviembre de 1943 se realizó la conferencia entre Stalin, Roosevelt y
Churchill en Teherán, donde echaron las bases del nuevo orden internacional.
Mientras, en febrero de 1945, ante el fin de la guerra, Stalin convoca a la Confe-
rencia de Yalta, en Crimen sobre el Mar Negro, donde los líderes occidentales le
entregan en forma oficial como “regalo”, como ya mencioné, los seis países de
Europa Central, desde el Mar Negro hasta el Báltico. O sea: Bulgaria, Rumania
Hungría Slovaquia, Chequia, Polonia y Alemania Oriental, incluso los tres países
bálticos. Con eso Stalin se erigió como el gran triunfador. Por todo el éxito
obtenido en la guerra fue nombrado “Generalísimo Stalin”.
Derrotada Alemania, y al ocupar todos los países centroeuropeos, comenzó el
terror para instalar el duro régimen soviético: todo en manos del Estado. Después de
obtener todos los honores y provisorias aspiraciones territoriales, Stalin emprendió
una dura política de penetración ideológica en todas las posiciones de Occidente. Al
final ese excepcional político, estratega, ideólogo, extremo y cruel dictador de todos
los tiempos, murió el día 2 de marzo de 1953 de un ataque al corazón a los 74 años.
Fue uno de los más grandes dictadores que se mantuvo por más de treinta años en
el poder y murió por causas naturales.
Considero que por los enormes dominios rusos obtenidos en tiempos de Stalin, tarde o
temprano será reivindicado como el héroe más grande de su historia, por cuanto los
rusos son un pueblo muy imperialista. Siendo nacido y criado en Georgia, con un
idioma diferente, él nunca había aprendido a expresarse bien en ruso. Por eso sus
discursos fueron muy pausados pero concretos
Sería interesante mencionar que, en el Organismo de las Naciones Unidas
(O.N.U.), las cinco potencias mundiales aliadas por conveniencia, EE.UU., Rusia,
Inglaterra, Francia y China, tenían derecho de “veto”, o sea, al oponerse su re-
presentante a algunas de las resoluciones del organismo, ésta quedaba sin efecto. Así
disponían de la suerte del mundo. Qué “dictadores democráticos”, ¿verdad?
Como el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Molotov, hacía exagerado
uso de este derecho, con el término ruso “NIET”, se ganó el apelativo “Mr. Niet”.

ALEMANIA Y SU CRUEL DESTINO

Cuando vi a Hitler pasar tan despacio frente a nosotros, era como si quisiera
decirnos “si quieren ver un moribundo andando, aquí estoy”. Era totalmente al revés de lo
que sucedió con el legendario héroe español “El Cid”, quien aun muerto, puesto
erguido sobre su caballo, parecía un guerrero invencible, inmortal.
131

Tanto el Führer como cualquiera en estos casos que representaba el máximo


poder se convirtió antes del final en un prisionero de su propio poder y de sus
soberbios seguidores.
Nadie de la cúpula gobernante ni de las fuerzas de elite “SS” quería ver su poder
y sus privilegios extinguidos, y menos verse en manos de los implacables enemigos.
Todos preferían luchar hasta el último día de su vida. Tanto se había instalado en
ellos el “berretín” de la soberbia y el orgullo, que se habían olvidado de que había un
país entero que sufría los implacables bombardeos de destrucción, fuego y muerte.
El poder enceguece al ser humano, lo hace insensible al dolor ajeno. Eso lo
vemos hoy con los capitalistas, los banqueros y los magnates armamentistas que
oprimen a los pueblos, empobreciéndolos cada día más.
Parece mentira que un Hitler que se mostró durante años como idealista y
luchador por la clase obrera y los pobres, que levantó del caos a una gran nación que
al perder la Iº Guerra Mundial fue severamente castigada por los tratados de
Versalles con una gran pobreza y miserable existencia, pero después de levantarla
como la primera potencia económica y militar, la haya llevado a la total destrucción.
Después que Rudolf Hess, el segundo en la jerarquía nazi, voló a Escocia en 1941
en su excéntrica misión de paz, la cúpula partidaria nazi se recompuso. Hitler fue
rodeado por Martin Bormann, el jefe de la policía secreta (la Gesta- po), Heinrich
Himmler, el comandante de las tropas de elite “SS”, Albert Speer, que desde 1941
fue ministro de producción de armamento, y Josef Göbbels como ministro de
propaganda. Todos ellos se esmeraban por ser más cercanos y confidentes del
Führer. El que la llevó mal fue el otrora preferido por Hitler, Herman Göring,
ministro de las fuerzas aéreas, quien era la estrella de la guerra aérea contra Polonia,
Francia e Inglaterra antes de empezar la invasión a Rusia. Con las enormes distancias
en tantos frentes de batalla, inclusive sobre la misma Alemania, la Luftwaffe (la
aviación) llega prácticamente al colapso. Ya que los ataques aéreos aliados estaban
dirigidos más sobre la industria aeronáutica que sobre la restante producción
armamentista, para poder así neutralizarla y evitar posibles ataques aéreos sobre
Inglaterra, o derribar sus aviones.
En la prolongada guerra se habían sucedido muchos fracasos para Hitler: la
frustrada ocupación de Moscú, la derrota del famoso mariscal Von Römmel en El
Alamein, en Egipto, la amarga derrota de Stalingrado, la destrucción de las
instalaciones para la bomba atómica, las derrotas en todos los frentes rusos más la
invasión, por los aliados, de Italia y la costa de La Mancha en Normandía habían sido
duros golpes, uno tras otro, al régimen nazi y en especial al antaño vanagloriado
Führer.
En los últimos tiempos de la guerra, mientras toda Alemania estaba hecha
escombros y la muerte danzaba sobre su pueblo, Hitler estaba encerrado en el
búnker del Reichstag. Qué hacía y qué esperaba ese trágico personaje, nadie sabe.
Recién cuando ya los cañonazos soviéticos se escuchaban en la cancillería Hitler
resolvió tomar sus últimas decisiones. El día 30 de abril de 1945 se casó con su
132

compañera, Eva Braun; nombró como su reemplazante al almirante Dönitz; se


despidió de sus allegados y puso fin a su vida y la de su flamante esposa.
No dejó ni un mensaje ni una palabra de disculpas al pueblo alemán, que su-
frió tanto, que dio tantos muertos y que quedó a merced de la ocupación de los
aliados, que habían demostrado su crueldad en los bombardeos. Las promesas de
Hitler de un Reich por mil años, la destrucción del comunismo ateo y la creación
de una Europa unida tuvieron el mismo fin que un plato de cristal que se cae al
suelo y se hace mil pedazos. No sé si por haberse suicidado Hitler se lo puede to-
mar como un acto heroico, o una decisión egoísta. Pero de lo que sí estoy seguro
es de que llevó a Alemania al desastre total y, ya desesperado, no le quedaba otra
alternativa que quitarse la vida, y todo por haber atacado a Rusia.
El nombrado sucesor, almirante Dönitz, se vio obligado una semana después
a suscribir el 8 de mayo de 1945 la rendición incondicional más humillante que se
conozca en la historia de la humanidad al entregar en manos de los implacables
aliados la otrora gran nación, que quedó dividida. Saqueada de todo lo que que-
daba en pie y en especial de sus mejores cerebros como Von Braun, y ocupada
durante casi medio siglo por nada menos que los ejércitos de las cuatro potencias
enemigas. ¿Habrá peor suerte que eso?
133

Lo que el mundo no sabe y yo tampoco lo sabía, hasta el año pasado, 2006, fui a
presentar mi libro en alemán. No podía creer que Alemania, hasta el día de hoy, no
tiene firmado con los vencedores de la IIª Guerra Mundial un Tratado de Paz,
adonde figure lo que debe perder y lo que debe pagar. Por eso, de esa manera,
además de las indemnizaciones nunca definidas del famoso Holocausto de cientos de
miles de millones de dólares de un mayor valor ya pagados, se le agregaron: oro
nazi, pago de trabajos esclavos, pago de joyas y cuadros supuestamente robados
(¿por quién y cuándo?), etc., etc.
Desgraciadamente, todas las aberraciones cometidas por Hitler y su piara
tuvieron que ser injustamente pagadas por el sometido pueblo alemán, primero por
el duro régimen nazi y después por los crueles vencedores. Nunca me cansaré de
repetir que el pueblo alemán no era nazi, ni antisemita. En tres años viviendo con
ellos, nunca escuché a alguien que alabara a Hitler ni decir una palabra contra los
judíos. Aunque hoy prácticamente no tengo amigos alemanes pero sí muchos judíos,
me llamó mucho la atención y me dolió ler el diario “La Nación” del 27/08/2007, pag.
9: “La comunidad judía da un paso para reconciliarse con Alemania”. Después de
más de 60 años, “el presidente de la DAIA nunca había ido a Alemania ni planeaba
hacerlo. Hasta procuraba evitarlo como no pocos miembros de la comunidad judía,
cuando el aeropuerto de conexión para ir a Israel era Frankfurt”. Qué fanatismo,
¿no? ¡Pobres alemanes!

DESESPERADO, QUISE ABANDONAR BULGARIA

Como último recurso, en el otoño de 1945 mi pobre madre me entregó las pocas
joyas que tenía guardadas. “Es todo lo que tengo, hijo, tómalas y márchate lejos de aquí.” A los
68 años y sin medicamentos su salud estaba quebrantada. Me resultaba doloroso
alejarme de ella. No tenía otra alternativa: o partía o me quedaba atrapado para
siempre.
El nuevo gobierno había abierto una facultad de Ingeniería. Pero sus profeso- res
poseían poca experiencia y carecían hasta de programas de estudios. Además, con el
estallido de los vagones al regresar por Yugoslavia, mis certificados de estudio habían
desaparecido. Encontré en Sofía a otros estudiantes de Alemania en la misma situación
que la mía. En los primeros meses después de la guerra algunos habían logrado salir del
país (mientras yo estaba haciendo el servicio militar), y antes de que los comunistas
cerraran las fronteras, pero en esos momentos era ya imposible. Después de haber
soportado los tormentosos bombardeos, de ningún modo me resignaría y triplicaría los
esfuerzos que fueran necesarios para escapar de aquella barbarie. Sabía que la peor
derrota era la falta de acción.
134

Concurrí a la Central de Policía para gestionar el pasaporte. Desde fuera del


edificio entreví ametralladoras en ambos lados del amplio hall. No me permitieron
ni siquiera entrar. Busqué amigos, conocidos o parientes. Alguna salida debía haber.
A fin de economizar pernoctaba aquí y allá, en casas de ocasionales amigos. Sufrí el
rigor del crudo invierno de los años ’45 al ’46. Caí en cama, víctima de un cruel
resfrío, con temperatura de 40°C y una tos similar a la de un tísico. Me acogió un
amigo que vivía solo con su madre. Quedé afónico, sin habla. Una noche la señora
me aconsejó que me envolviera el cuello con un diario mojado en agua fría, por
encima un papel seco y, sobre los dos envoltorios, una toalla. Soporté el frío, me
cubrí la cabeza con un grueso acolchado, dormí toda la noche como angelito. Al
despertar mi garganta estaba sana y mi voz como si nada hubiera sufrido. Mi fe en la
sabiduría popular seguía afirmándose cada vez con mayor convencimiento. Recorrí
como antes los bares de la capital, en ellos circulaba mucha gente; sin embargo,
nada útil pude recoger de ellos.

TEODORO, MI INOLVIDABLE PRIMO

Me anoticié de que mi primo querido Teodoro Zelev, de Kazanlak, la principal


ciudad del famoso Valle de las Rosas, se hallaba en Sofía. Me puse en el empeño de
ubicarlo; costó bastante, pero lo encontré. Si bien nos escribíamos, hacía tiempo que
no nos veíamos. Sentía por él mucha estima. Igual que el resto de sus hermanos, era
un profesional que estaba afiliado al PC (Partido Comunista). Un marxista no
obstante muy especial: era internacionalista y bastante pragmático. Coleccionaba
sellos postales y practicaba el esperanto. Regresaba mi primo de un congreso
mundial de esa lengua realizado en La Haya.
La compañía de Teodoro en Sofía me dio mucha esperanza: le pedí encarecidamente
que me ayudara a regresar a Munich. Había sufrido mucho como para resignarme al
fracaso. Me dio tranquilidad. A los dos días fuimos a entrevistar a un amigo que se
desempeñaba en la Central de Policía. En cuanto se identificó y mencionó el nombre
que quería entrevistar, nos hicieron pasar a la temible milicia del pueblo. Superamos las
ametralladoras de los pasillos. Teodoro caminaba con naturalidad, como si lo hiciera
en su propia casa. Yo en silencio, a su lado, lo hacía tan bien que parecía una sombra
muda pegada a él. Llegamos al primer. piso frente a una puerta con la inscripción: Chef
Konz-Laguer ( Jefe de campos de concentración). Se me erizó la piel. Pensé que
estábamos entrando en la boca del mismo diablo. Teodoro golpeó la puerta y sin
aguardar respuesta la abrió y se introdujo en el despacho.
Encontramos un hombre atento detrás de un amplio y lujoso escritorio. Habría
apostado que pertenecía a una familia adinerada. “¡Hola camarada Yelev, qué alegría
verte!”. El jefe se interesó por su viaje a Europa Occidental. Teodoro abordó de
inmediato mi problema, o sea, volver a Alemania para concluir mi carrera
135

interrumpida. El hombre no se extrañó por la índole del pedido, solamente se


interesó por mi afiliación política. Tenía decidido decir la verdad, porque siempre
me daba resultados positivos. Le conté que de joven había sido comunista, aunque
últimamente estaba vinculado con grupos nacionalistas monárquicos (término
indigesto para un marxista), pero que mi legajo estaba limpio. Nunca había sido
funcionario ni colaborador de nada ni de nadie, sino un humilde estudiante en
Alemania, igual que miles de compatriotas.
Le expliqué que como se tornaba difícil proseguir los estudios allí preferí
regresar a mi patria y esperar hasta terminar la guerra. “Deseo obtener el título de
ingeniero y le aclaro que no quiero jurar que regresaré porque a lo mejor usted no me lo cree”. “De
lo que estoy seguro –agregué– es que en nuestra patria hay mucho por hacer y necesitará muchos
ingenieros.” El funcionario nos miró pensativo: “Me gusta la franqueza de tu primo, hablo
todos los días con individuos que juran y rejuran que van a volver y me doy cuenta que mienten.
¿Tiene Ud. dos fotografías?” preguntó. “No”, respondí inundado de alegría. “Bien, mañana
las lleva a la secretaria tal, de la planta baja”. Nos despedimos muy agradecidos. Mientras
yo volaba de alegría, mi primo caminaba muy confiado, como un triunfador.
Al día siguiente presenté las fotografías a una señora que sacó de su cajón un
pasaporte, anotó en él mis datos personales, adhirió una foto, y estampó los
sellos. Con sorpresa advertí que estaba firmado en blanco. Al entregármelo
comentó: “Se ve que usted posee buena recomendación”. Pregunté cuánto debía
abonar. “Nada, absolutamente nada”, contestó. El estampillado y los trámites de un
pasaporte en cualquier lugar de la tierra cuestan dinero. No lo podía creer. No sabía
a quién expresar mi agradecimiento. Salí a la calle. Mis pies de nuevo no tocaban el
suelo, parecían volar. Me tocaba el cuerpo para cerciorarme de que no era un sueño.
Tanta alegría en tan poco tiempo.
El pasaporte extendido bajo el número 58 de fecha 12 de enero de 1946 que aún
conservo rezaba: “En nombre de su Majestad el Rey Simeón II”. Cada vez más,
tenía la indiscutible convicción de que yo era un Bogomil, protegido, un querido
por Dios. Horas después, al encontrar a Teodoro, éste levantó su pulgar en señal de
victoria. “No puedes ocultar tu alegría”, dijo. Le exhibí el pasaporte, estampé un beso
sobre el mismo y lo guardé nuevamente. Acabé abrazado con él como si lo hiciera
con un padre que no tenía.
Teodoro, antes de marcharse a Kasanlak, observó que faltaba algo esencial:
los visados del Ministerio del Interior, del comando ruso, por cuanto Bulgaria se
encontraba ocupada por sus ejércitos, y finalmente por la Embajada de los Estados
Unidos, pues Munich estaba en la zona bajo su jurisdicción. Me aconsejó que fuera a
ver directamente al ministro del Interior, un profesor de Derecho que no era todavía
tan comunista y se trataba de un hombre accesible del gobierno izquierdista todavía
de coalición. Resultó cierto, pero costó llegar a su despacho. Debí alegar que lo
buscaba por razones personales –ya que seguramente sus secretarias marxistas
habrían obstaculizado mi visado–.
Mientras conversábamos olvidé que era sordo como una tapia. Me pidió que me
136

acercara y hablara más alto. Me escuchó con especial deferencia y expliqué

detalladamente mi problema. Pedí, le supliqué que de él dependía que yo cum-


pliera mi sueño de ser ingeniero y llegar a ser útil a mi patria. “Veré qué hago, véngase
mañana”, respondió. Retorné según lo indicado y tras varias consultas, el
secretario pidió el pasaporte indicándome que volviera al cabo de dos días. Antes de
salir sospeché que fuera una trampa y se quedaran con el documento. “¿Obtendré
la visa?”, pregunté temeroso. El secretario levantó los hombros: “Espero que sí”. La
obtuve, por suerte, dos días después con lo que di las gracias y partí rumbo a la
Embajada de Rusia.

EL REPULSIVO “NIET” RUSO

El recepcionista de la Embajada rusa me informó que las visas estaban defi-


nitivamente suspendidas. Lo miré atónito, sin saber qué responder.
Me di cuenta de que los rusos, a quienes tanto admiro, carecen de alma y
corazón, nada ni nadie les importa, hay que obedecerlos o sucumbir. Sin otra
alternativa debía insistir primero en la Embajada norteamericana (quizás con su visa
los rusos aflorarían) donde, sin vueltas, también rechazaron mi pedido.
Hacía años que no entraba a rezar en una iglesia: ese día lo hice. Pedí a Dios valor,
sabiduría y paciencia para enfrentar a los rusos. Me cansé de intentar hablar con el
embajador; no había caso. Mi indignación con ellos era inmensa, nunca más los
perdoné. Me venía a la mente iniciar una huelga de hambre frente a la Embajada
soviética y llamar así la atención de los corresponsales occidentales, pero Teodoro se
negó. Aquello lo afectaría también a él. Aunque el solo pensar en el intenso frío que
hacía afuera me hacía tiritar. Al final decidí escribir una carta al embajador ruso. A
mi primo le pareció una buena idea. Ocupamos un día entero para redactarla,
hicimos borradores tras borradores. Al final, la carta quedó bien fundamentada y
con la debida consideración. Hice alusión al buen corazón de los rusos que con
tantos sacrificios nos liberaron de la esclavitud turca, a quienes el pueblo búlgaro
quería y admiraba, y que de ninguna forma deseaba recurrir a una huelga de
hambre, sino que el Sr. embajador se enterara de lo justo de mi pedido.
Después de llevar la carta me acosté a dormir temprano. Soñé con un torrente que
parecía aumentar. Daba la impresión de que me arrastraba. Sin embargo, al mirar
hacia delante, el suelo estaba escarpado pero seco. Como siempre, basándome en
mis sueños premonitorios tuve la impresión de que los rusos me deja- rían
abandonar el país, que se convirtió en un enorme campo de concentración, como
todos los países que cayeron bajo la bota soviética.
Al obtener la visa rusa salí poco menos que corriendo a la calle, levanté la vista y
exclamé: “¡Oh Dios, cuánto te agradezco!” Una vez más me sentí un Bogomil. Después de
137

ese episodio jamás me dejé vencer por el contratiempo ni menos me resigné. Había
conseguido algo que los demás compañeros no podían ni soñar. Mi autoestima me
hacía pensar que “a Dios rogando y con la cabeza pensando se podían remover
montañas”. Con el pasaporte y las visas en mis manos mi alegría era inmensa, pero

olvidaba que me encontraba encerrado en el “paraíso soviético”, porque faltaban


todavía innumerables escollos por superar.
Confiado me fui a la Embajada de Estados Unidos. Sin embargo su impe-
rialismo era grande e insensible. “Vaya a Viena”, me dijeron, y “allí obtendrá el
permiso para viajar a la zona americana de Alemania y a Munich”. Sin embargo, era
una gran mentira.
***
138

CAPÍTULO VI

1946: LA CAPITANA POLÍTICA STEFANK A, MI ENAMORADA PROTECTORA

En aquel invierno frío no había transporte de pasajeros desde Bulgaria al


Occidente. Tampoco quién los utilizara. Las fronteras estaban cerradas, los pueblos
subyugados. Por suerte, unos días atrás había conocido a un hombre que me
comentó acerca de un tren fantasma con destino a Viena. Fui a buscar- lo. Se
llamaba Jorge, un viejo servidor de la Embajada búlgara en Viena. Seis meses atrás
había regresado para aprovisionarse de “oro blanco” (cigarrillos) y otras
necesidades. Había obtenido los permisos para volver, pero no tenía con qué
hacerlo. Los trenes para Occidente se hallaban interrumpidos, y por orden de
Stalin, las relaciones con Yugoslavia estaban sumamente resentidas. Tras la muerte
de nuestro líder Dimitrov comenzó la desconfianza del mariscal Tito hacia el
gobierno búlgaro, ligado estrechamente a los soviéticos.
Jorge me ratificó la salida del “tren especial”, pero para viajar debía pre-
viamente pedir permiso a un viejo general búlgaro. Agregó que buscarlo en el
cuartel resultaba imposible y sugería que lo intentara a la salida de su domicilio.
Anoté el nombre y dirección. Debía actuar sin demora. Con mis pies en un grueso
colchón de nieve me instalé una madrugada muy temprano en la puerta de su casa.
Con veinte grados bajo cero, el vapor de mi respiración se congelaba en la bufanda,
de tanto tiritar mis dientes traqueteaban. Imploré que no demorara, pues sentía que
me helaba y me podía desplomar. Un auto se detuvo al frente y renació mi
esperanza. Rato después apareció el distinguido general. Lo abordé, exhibía el
pasaporte autorizado; le rogué que me permitiera viajar en el tren que saldría a Viena.
Lo perseguí hasta el automóvil y, seguramente compadecido de verme temblar de
frío me indicó que entrevistara a una mujer con rango de capi- tana política. Le
agradecí respetuosamente. Fui de inmediato al cuartel.
Cuando la dama escuchó mi drama, con un gesto amistoso respondió: “No
permitiremos que vaya caminando, vendrá con nosotros” y me señaló que estuviera pre-
parado, porque la partida era inminente. Pregunté cuánto debía pagar. Sonrió
aclarándome que no se trataba de un tren de pasajeros y por consiguiente sería
gratis.
Me despedí muy agradecido. Mientras me alejaba di vuelta la cabeza y vi que la
capitana me miraba; seguro pensaba: qué recomendación de alto nivel poseía para
obtener un permiso de viajar al extranjero.
Debía vender las joyas que me había dado mi madre y adquirir cigarrillos, que
escaseaban, alimentos y otros efectos personales. Los rusos se habían llevado
también nuestros excelentes cigarrillos y en su reemplazo trajeron un tabaco negro
de pésima calidad que ahogaba a quienes lo fumaban. Jorge me presentó a un amigo
israelita de su confianza, don Abraham, que me trató con mucha con- sideración.
139

Adquirió las joyas y me consiguió cincuenta paquetes de cigarrillos de igual calidad a


los que traficábamos en tiempos de la guerra, así como también varios otros víveres
que necesitaba para el incierto viaje y que ya no se encontraban. Ahorré dinero
gracias a la gentileza de don Abraham. Además, Teodoro me regaló una abrigada
frazada. Con eso ya estaba listo para viajar.
A la hora señalada para la partida del “convoy”, estuvimos con Jorge en la es-
tación. El tren “famoso” se componía de una vieja locomotora de pequeño porte con
tres vagones de carga. Uno de ellos con carbón, en el segundo viajaban los soldados,
el tercero reservado a “los pasajeros” y la plana mayor. Esto era Jorge, un subteniente
y un teniente (todavía del anterior régimen), la capitana política y yo. Para decirlo con
exactitud: la mujer era nuestro “comisario de a bordo”. Nos pusimos en marcha.
Comenzaba la tarde del 10 de febrero de 1946. Esperábamos que la locomotora en
algún momento aceleraría la marcha pero jamás, en toda la travesía, pasó los treinta
kilómetros por hora. La nieve cubría los rieles y se tornaba riesgoso el viaje.
Las únicas comodidades “espartanas” que ofrecía nuestro vagón eran tres camas
turcas y ningún otro mobiliario. Quizás los oficiales que compartían el viaje nunca
habrían imaginado que en tiempos de paz pudieran realizar un “viaje internacional”
en condiciones tan deplorables. No obstante, era una ocasión oportuna para saber
en qué forma empezábamos a gozar del “nuevo orden”, del “paraíso soviético” No se
trataba de una mejor vida o mayor riqueza, sino la cruda cara de la extrema pobreza
después de la guerra y ya bajo el comunismo. Los confortables vagones de nuestros
ferrocarriles, seguramente prestaban servicios en la hermana Rusia. Jorge y yo
dormimos en el piso; la noche se tornó larga y fría en el vagón en movimiento. Me
acosté vestido con el sobretodo encima, me calcé dos pares de medias y me envolví
en la colcha que llevaba. Todo era en vano.
La energía que utilizaba al tiritar proporcionaba más calor en el cuerpo que toda la
ropa. Con la salida del sol los pasajeros del vagón se levantaron: los mi- litares por
hábito, Jorge probablemente a causa de la vejez, todos menos yo, que tenía fama de
dormilón. Alcancé a percibir que alguien me cubría la espalda. A pesar del traqueteo
de la marcha y la conversación de mis acompañantes continué durmiendo hasta que la
locomotora, al frenar de golpe en una estación, sacudió los vagones. Desperté.
Estaba avergonzado. “Buenos días, joven ingeniero”, era el saludo de la muchacha. “¿Ha
descansado?” “Muy bien, sobre todo gracias a la colcha que me tiraron encima”. “Se lo hice para que
se calentara”, aclaró. La miré con la intención de expresar mucho más que un formal
agradecimiento. Tuve la impresión de que su femenina perspicacia descifró mi mudo
mensaje. Le pregunté cómo se llamaba. Stefanka, dijo alegremente. Era una chica
guapa.
Al llegar a Belgrado la capitana se alistó y descendió del tren junto a uno de los
oficiales y se dirigió a la jefatura de la estación con el propósito de programar el
sucesivo viaje. Jorge padecía una tos persistente, por lo que Stefanka le cedió su
cama y sugirió que nosotros dos durmiéramos en el suelo, espalda contra espalda,
para generar calor entre ambos. Teníamos aproximadamente la misma edad, 28
140

años. No usaba el uniforme militar tradicional, sino uno de color oliva con insignia
de comandante de guerrilla. “¡Buena nena debía haber sido para merecer tal distinción!” dijo
despacito mi viejo amigo. No dormí cómodo, más aún, simulaba hacerlo
profundamente para evitar tentaciones. La jefa movía el cuerpo constantemente sobre
mi espalda y yo rehuía cualquier temerario compromiso.
Al despertarnos, el teniente preguntó con sorna cómo había sido nuestro
descanso. “Bueno”, respondió ella sonriente, “a pesar de que el ingeniero me tenía miedo
porque cada dos por tres aflojaba la espalda”.
Fuera del frío que padecíamos en aquel vagón de carga soportábamos además el
problema sanitario. Jorge, a causa de sus males, orinaba junto a la cama, en una
esquina del vagón. Que no se inquiete el lector, porque con el intenso frío todo se
congela y sin originar mal olor. Los restantes aprovechábamos la oscuridad para
abrir discretamente la puerta corrediza. Stefanka, en cambio, esperaba que el tren se
detuviera en las estaciones del trayecto. Cada vez que el tren paraba en alguna
estación nos apurábamos a buscar el “toilette”.

EN BUDAPEST, DESTRUIDA Y OCUPADA POR LOS RUSOS

Al cuarto día nos detuvimos en una estación próxima a Budapest: Shorokshar.


Dicho nombre no se me borró jamás. Por cuestiones diplomáticas paramos allí varios
días. La jefa, en compañía de los oficiales, fue a informarse dónde estacionaríamos.
Cumplido el trámite, los cuatro fuimos a la capital. El boleto del tranvía nos costó
200.000 “pengües”. Observamos los billetes remarcados varias veces, lo que indicaba la
galopante desvalorización de la moneda.
Con Stefanka fuimos a la Embajada de Bulgaria. El edificio deteriorado atestiguaba
los bombardeos soportados por Budapest. En realidad, aquella zona correspondía a
Buda, la parte oeste del Danubio más elevada que Pesta en la zona oriental. Ocurría
que en Buda se habían atrincherado las fuerzas alemanas mucho tiempo,
bombardeadas ferozmente por los rusos, lo que explicaba las escasas construcciones
en pie. Fui presentado al embajador en calidad de “secretario privado”. Dialogamos
en su despacho. En cierto momento expresó que para visitantes como nosotros tenía
reservado slivovitza, aguardiente de dulces ciruelas blancas búlgaras. Brindamos por el
éxito de la revolución y de puro intruso agregué: “Y por nosotros también”. Mi
protectora explicó que el objeto del viaje era localizar a nuestros soldados, prisioneros
de guerra caídos en manos de los alemanes, ahora en poder de los aliados. Antes de
despedirnos, el embajador nos invitó a almorzar el domingo siguiente.
Esa noche, pretextando que había tomado demasiado frío, me acosté sobre una
punta de la colcha y me envolví en ella. “Pareces una momia”, dijo la capitana. Respondí:
“¿No es mejor que soportar el frío?” Por cierto, envuelto de ese modo era inviolable y
coherente con el proverbio que enseña: “Es mejor caer en brazos de una mujer, que en sus
manos”, y yo, por las dudas, me cuidaba de ambas sorpresas. Fuimos ese sábado a
141

almorzar juntos a la ciudad y ella no permitió que yo pagara la parte de mi


consumición. “Eres estudiante y además mi huésped”, insistió. Cada gentileza de ella me caía
como un martillazo. Aquella noche celebraban en Shorokshar una fiesta húngara.
Según acostumbran en Europa, por las bajas temperaturas invernales, las fiestas
comienzan temprano.
Nos ubicamos en una esquina del local y no lejos de la pista de baile. Mientras ojeaba
alrededor, descubrí que una hermosa rubiecita miraba hacia nuestra mesa. Mi jefa de
viaje se sintió, ante ese intercambio de miradas, desplazada y molesta. No me importó
su incomodidad, así reventara de fastidio. Hice señas a la chica húngara y respondió
afirmativamente. Me levanté sin decir nada y bailamos alejados de la mirona
uniformada. Los húngaros integraban el antiguo imperio austro-húngaro, razón por
la cual la gente con cierto nivel entendía el idioma alemán. Conversamos
animadamente en alemán, mirándonos apasionadamente a los ojos y sintiendo como
si estuviéramos solos en el mundo. De pronto, dos individuos me tomaron de los
brazos obligándome a acompañarlos, haciéndome volver a la realidad.
No sabía cómo reaccionar, quedé sin habla, sucedía todo tan súbitamente que no
precisaba en qué idioma me haría entender. Lancé un grito desesperado en búlgaro de
socorro: “¡Sálvenme!”, hacia nuestra mesa. Los oficiales se levantaron pero quien llegó
junto a mí fue Stefanka, y dirigiéndose a los hombres en ruso, pidió mi liberación.
Sería tal vez a causa del uniforme o de la pronunciación rusa, la cuestión fue que,
entendiendo o no lo que se les decía, obedecieron a la jefa militar. En la mesa tuve
luego que escuchar la recriminación, asignándome la culpabilidad del incidente por
haber intimado con una “mocosa”. “Debí dejar que te llevaran”, expresó indignada.
Traté de reparar mi desafortunada actitud y la invité a bailar. Me rechazó: “¡Vaya, vaya,
pídaselo a la rubiecita!”. La fiesta no daba para más y salimos en medio de una callada
tensión.
El domingo fuimos a la casa del embajador a almorzar. Su esposa había pre-
parado una exquisita comida búlgara. El almuerzo concluyó con las inevitables copas
de slivovitza y mucha alegría, brindamos exclamando “Na sdrave” (salud, en búlgaro). Al
salir, mi compañera me tomó del brazo y nos alejamos de la Embajada como si fuéramos
novios. Discretamente noté que el matrimonio permaneció en la puerta,
observándonos. Esta inesperada intimidad confieso que me agra daba, aunque me
esforcé por disimularlo. A la vuelta conté a Jorge las recientes novedades con
Stefanka. No le llamó la atención pues, en oportunidades, ella había preguntado
sobre mí, cómo y dónde me había conocido en razón de que le resultaba un buen
muchacho. “A propósito, Vatiu –respondió el viejo–, ella tiene poder y si aflojas caerás en sus
garras y te llevará de vuelta a Bulgaria.” Me retumbó la cabeza. De pronto cobraba
conciencia del espinoso lío en que podía meterme.
Reanudamos el viaje ferroviario rumbo a Viena. Al franquear la frontera austríaca
me sentí liberado y con una sensación de seguridad. Se produjo un silencio; aproveché
para abrir la puerta del vagón y contemplar el campo cubierto de nieve, donde brillaba
el sol. “¡Qué hermoso día!”, exclamé, pues significaba un buen augurio. Nos
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acercábamos a Viena sin detenernos en ninguna estación intermedia. Luego de ocho


días contemplaríamos la suntuosa y bella ciudad imperial. Sentí vergüenza de la
pobreza miserable de nuestro tren y le hice notar a la jefa que era necesario poseer
orgullo nacional, a fin de valorizarse uno mismo.
“Vatiu, no seas desagradecido, gracias a él llegamos hasta aquí.” Me callé, tenía razón. Detenido
el tren, la mujer y los oficiales saltaron al andén para averiguar la ubicación que nos
darían. Al parecer, Jorge se restableció de sus males en un santiamén porque se
levantó de inmediato y, al cerciorarse de que los oficiales se alejaban, pidió que le
ayudara a abrir la puerta del vagón del lado opuesto.
Evidentemente aquella estrategia la había pensado minuciosamente. “Marchemos pronto,
antes de que nos vean los soldados.” Rápidamente levantamos las maletas. Teníamos que
atravesar una sucesión de vías hasta alcanzar un andén distante, donde podíamos
ocultarnos detrás de unos vagones. Las valijas estaban pesadas y la estación alejada,
nuestros brazos estaban al borde de su resistencia. Por suerte distinguí un empleado
ferroviario que se acercaba por detrás nuestro, con un carrito vacío. Parecía enviado por
Dios y constituía nuestra salvación. Lo esperamos y le expliqué que éramos búlgaros
recién llegados. Necesitábamos urgentemente salir de allí y llegar a la ciudad. Si nos
sacaba de este apuro le obsequiaríamos dos paquetes de veinte cigarrillos búlgaros. Abrió
los ojos cuando escuchó nuestro ofrecimiento. En un papel pequeño anotamos la
dirección.
Jorge aprovechó para transmitirme sus inquietudes: “Vatiu, estaba sumamente
preocupado. La capitana se interesó en ti y ¡quién sabe si se resignará a regresar sola! Sabrás que
nos encontramos en zona ocupada por los rusos”. “Sí, lo entiendo”, respondí. “ Y de verdad te
agradezco el haberme alertado y programado también esta genial escapada.” Prose- guimos en
silencio.
Todas Estas peripecias fueron quizás la explicación de mi futuro éxito.

EN LA VIENA IMPERIAL

El almanaque señalaba 17 de febrero de 1946. Resultó extenso por demás el


trayecto entre la playa ferroviaria y la casa de Jorge. A pesar de su edad, no pare- cía
sentir el cansancio. Antes de preguntar por tercera vez si estábamos cerca, observé que
el hombre que llevaba las maletas sacó el papel del bolsillo y verificó la dirección. Mi
amigo, adelantándose, levantó y tocó la pesada aldaba de la puerta. Una joven mujer
que salió se confundió en un abrazo con él. Calculé que sería la hija, aunque en
ningún momento mencionó que la tuviera; era bonita. Sospeché que el cuidado que
puso para alejarme de Stefanka tenía que ver con ella. Pero pronto me daría cuenta
de mi error. “Te presento, Vatiu, a mi mujer.” Tanta fue mi sorpresa que respondí: “¿Tu
mujer?”, y la observé sin disimulo de arriba abajo. No entraba en mi cabeza que un
portero jubilado con tantos achaques encima y voz gangosa tuviera una mujer tan
linda y joven como ella. Parecía inverosímil, pero las calamidades de la guerra
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explican situaciones todavía peores.


Su puesto en la Embajada en Viena durante la guerra y aun después le posibilitó
conseguir cigarrillos, café, chocolate, fiambres, etc., y era más que suficiente y
explicable para elegir la belleza que se le antojara. Entre tanto saqué dos paquetes de
cigarrillos, los entregué al changador y se marchó más que contento. La mujer de
Jorge vivía con su madre en una casa acogedora. Me acompañó hasta el dormitorio,
interesándose por las penurias del viaje.
Advertí que le agradaba ser codiciada y también conquistar lo que deseaba. Sus
insinuaciones de evidente coquetería las desplegó mientras almorzábamos. En la
mesa se sentó frente a mí. Había calefacción y vestía con ropa liviana. Al servir se
inclinaba exageradamente sobre la mesa, lo que obligaba inevitablemente a lanzar
miradas sobre sus exuberantes senos. Por fortuna pronto concluyó el almuerzo.
Me apresuré a agradecer la comida y salí en busca de un antiguo condiscípulo, Dimo
Gürov: con él habíamos compartido estudios en Bratislava y Munich. Era mayor que
yo en edad, no así en estudios, pues le llevaba alguna diferencia. Al ocupar los rusos
nuestro país, había sido enviado como muchos otros a combatir contra los alemanes,
y al concluir la guerra le fue fácil obtener las visas para trasladarse al extranjero.
Conocía su dirección. El encontrarnos fue una sorpresa. Yo, porque lo creía ya en
Munich y él porque me creía en Bulgaria.
La situación era complicada, según me adelantó, porque tanto Viena como toda
Austria estaban divididas en cuatro zonas; similar a Berlín y Alemania. Los rusos,
dominaban una considerable porción. Por si fuera poco, los norteamericanos no
permitían que los búlgaros fueran a su zona de Alemania en razón de que nos
consideraban afines a los rusos y por consiguiente presuntos espías, y eso que en
Sofía me aseguraron que aquí conseguiría sin problemas la visa que necesitaba para
llegar a Munich, lo que significaba que su palabra no valía nada. Dimo se había
inscripto en la Politécnica de Viena para continuar sus estudios y no perder tiempo.
En ese caso, ¿qué podía hacer si únicamente me restaba rendir las últimas materias?
En Viena los exámenes eran parciales y se rendía por separado en distintas
fechas. En Munich, contrariamente, las pruebas semestrales se tomaban todas al
mismo tiempo. Pero como los programas de estudios eran similares me resultaba más
ventajoso rendir todo lo que más pudiera en Viena. Le participé a Dimo lo que me
sucedía en casa de Jorge y que no deseaba quedarme allí, sino salir de inmediato.
A pesar de que Viena no sufrió muchos bombardeos, pero como muchísimos
extranjeros del Este no deseaban regresar a sus países, se tornaba difícil encontrar
habitaciones. Regresé a la hora de cenar. El problema suscitado con la mujer lo
llevaba en la cabeza. Jorge se había comportado como un verdadero padre y yo por
ninguna causa lo lastimaría. En la mesa se repitió el jueguito seductor. Cuando Jorge
contó los sucesos acontecidos con la joven capitana, ella exclamó: “¿Así que dormían
juntos?”. Yo dirigí la conversación a su madre, pero me traicionaba el inconsciente y
correspondía a su insistente mirada. Era una situación embarazosa. La veía tan joven
y linda que me daba vuelta la cabeza. Me apresuré a retirarme en busca del
144

dormitorio argumentando fatiga por el extenso viaje.


El desparejo matrimonio pidió que me quedara a vivir en su casa durante un
tiempo, hasta encontrar alojamiento. Sin embargo, saltaba a la vista que con aquella
provocadora mujer no se podía convivir bajo un mismo techo. Después de un rato
de haberme acostado y apagado la luz, se abrió la puerta sin llamar. Grande fue mi
sorpresa al prender la luz y ver a aquella joven y atractiva mujer apenas cubierta con
un baby-doll. Con una picaresca sonrisa me preguntó: “¿No necesita Ud. algo?” Fue un
instante de tensión. La miré desconcertado y respondí: “Nada Sra., muchas gracias”.
“Te deseo entonces lindos sueños”, ensayó una sugestiva sonrisa y se retiró.
Me quedé un largo rato pensando. Me sentía acorralado entre la tentación y el deber
hacia Jorge. Llegué a una conclusión: cuanto antes debía salir de allí, antes de
enloquecerme. Al día siguiente, para evitar “encontronazos” me levanté antes que los
demás y salí en busca de alojamiento. Después de caminar mucho y tiritando de frío
había perdido las esperanzas, cuando de repente, en una callecita divisé un pequeño
cartel que ofrecía una habitación en alquiler. La casa era antigua y su propietaria una
mujer de edad. La anciana dormía en la cocina con el propósito de alquilar las dos
piezas que tenía. Una de ellas la alquilaba un oficial norteamericano. Esa vecindad
no me llamó la atención. Con ingenuidad pensé que aquella gente se conformaba con
vivir austeramente, en una pieza tan modesta.
Acordé las condiciones con la propietaria y me marché a la Politécnica. Con
buena voluntad accedieron requerir a Munich mis antecedentes e inclusive el titular
de la materia “Ferrocarriles” me dio fecha aproximada de examen. Re- torné a la
casa de Jorge y afortunadamente no estaba su mujer; me ahorré así dar
explicaciones. Le dije que un amigo había reservado alojamiento y debía
lamentablemente marcharme. Dejé un paquete de cigarrillos para su mujer a modo
de reconocimiento por las gentilezas recibidas, encareciendo la saludara con afecto.
Prometí visitarlos: jamás lo hice por temor a exponerme a situaciones
comprometedoras.

OTRO REPUDIABLE PROCEDER DEL PODER AMERICANO

En la vieja habitación me dediqué a estudiar con ahínco. Pero como no tenía


calefacción tenía que ponerme encima todo lo que poseía, incluso el sobretodo y
sombrero. La primera noche dormí bien, sin embargo tarde en la segunda unos
gritos y alaridos de desesperación de mujer, en la habitación contigua, que ocupaba un
capitán yanqui me hicieron saltar de la cama temblando. Estaba claro que el capitán,
con varias copas de whisky encima violaba brutalmente o castigaba a una jovencita.
Estaba dispuesto a golpear la puerta que separaba ambas habitaciones, pero
consideré más adecuado alertar a la dueña. Los gritos la habían despertado también,
y con seguridad a todo el vecindario.
La anciana, desde la puerta de la cocina donde tenía la cama me hacía señas con
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los dedos sobre la boca indicando silencio. Me explicó que el sujeto había traído a
una jovencita. “¿Ud. no escucha esos gritos de desesperación de la muchacha?”, le dije. “El
capitán es un buen inquilino y no deseo perderlo”, contestó la viejita. Mis nervios estaban de
punta.
Sucedía que en Viena, como en toda Austria y Alemania, el hambre y las
necesidades eran enormes. Mientras tanto reinaba la opulencia en el casino de los
oficiales norteamericanos, provisto de buena comida, bebida, café, chocolate,
cigarrillos, etc., que eran tan codiciados, por lo que las muchachas merodeaban de
noche en procura de encontrar quien las invitara. Poco a poco apaciguaron los
gritos, no así los sollozos. Dormir no podía, estudiar tampoco, y menos salir a la calle
en medio del frío intenso de la madrugada, así que comencé a caminar por la
habitación como animal enjaulado. Me acerqué otra vez a la cocina para preguntar a
la viejita si aquellos escándalos se repetían con frecuencia, pues sería imposible en
tales condiciones dormir y estudiar. “El capitán viene a menudo con muchachas y nunca se
sabe cuándo lo hace con una novicia.” “Caramba, si las novicias gritan de esa forma será para
enloquecer.” Hasta que el sueño me invadió, se escuchaban los sollozos de aquella
pequeña víctima de la necesidad. Participé a Dimo la experiencia vivida. Me dijo
que no era para alarmarse demasiado, existían tragedias aún peores. “A su llegada los
rusos arrasaron con todo, no quedó mujer sin ser violada y ultrajada, desde las criaturas hasta las
viejas. Los norteamericanos hacen lo suyo ahora, de otra forma: con su opulencia.”
No era fácil encontrar otra habitación en pleno invierno. Debía resignarme.
Cuando percibía bullicio de faldas o gritos de desesperación en la pieza del yanqui,
tosía con fuerza. Al abusivo seductor no le importaba un rábano. Me asaltó la
curiosidad y me puse en el trabajo de conocer personalmente al autor. La señora me
explicó que se trataba de un oficial de cuarenta años aproximadamente que llegaba
tarde en la noche y salía de madrugada. Caí entonces en la cuenta de por qué un
oficial del ejército de los EE.UU. se conformaba con aquella mísera habitación. La
hacía funcionar como “bulín” para satisfacer sus deplorables instintos. Terminé
resignándome a escuchar cualquier escándalo. Era cierto que el hombre es como el
perro: por un trozo de comida soporta los golpes del amo.
Habían transcurrido dos semanas desde mi llegada a Viena. Una tarde, mientras
aguardaba el tranvía en el Ring-Boulevard, que rodea el centro de la capital donde
estuvo erigida la muralla circular que le servía de defensiva, escuché: “¡Vatiu!”.
Era la capitana, de quien me había olvidado a causa de mis problemas. Gritó desde la
acera opuesta y ya se aprestaba a cruzar la avenida en dirección a mí. Me asusté. Un
tranvía que arrancaba me sirvió de salvavidas. La despedí con la mano pero alcancé a
escuchar: “Me defraudaste”. Ojalá hubiera sido aquella la mayor defraudación que
cometí en mi vida, pensé yo.
Ya me había enterado de que aquel miserable tren no era para transportar,
después de tanto tiempo, prisioneros de guerra búlgaros, sino a los compatriotas que
se habían escapado de Bulgaria y eran secuestrados con la ayuda de los rusos. Con ella
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todavía en Viena y sabiendo que yo no había viajado a Munich, surgía otra seria
preocupación.
A partir de allí me encerré en la habitación y extremé los cuidados. Alerté a la
señora de que por ningún motivo permitiera el paso de desconocidos, así insistieran
con pretextos.

EL TRÁGICO RELATO DE AGOP DEL SALVAJISMO SOVIÉTICO

Una tarde divisé en la calle un perfil que me miraba con insistencia. Sentí terror.
Supuse que alguien me seguía por orden de la “uniformada”. Por suerte, al mirarlo
bien lo reconocí. No era otro que mi apreciado amigo Agop, de Karnobat. Hacía
mucho que no veía al armenio.
Agop estudiaba ingeniería industrial en Viena y no había regresado a Bulgaria,
quizás por haber tenido más información de sus connacionales dispersos por toda
Europa y prever lo que iba a suceder allí. Cabe notar que los armenios eran y aún
son una colectividad muy adinerada y de un alto nivel cultural. Los armenios son
cristianos ortodoxos igual que los rusos, ucranianos, bielorrusos, búlgaros, serbios y
macedonios.
Los armenos eran un pueblo tan importante que una cuarta parte de la ciudad
sagrada de Jerusalem entre las viejas murallas les pertenece. O sea, musulmana,
judía, católica, y el “armenian quarter”. Fue una gran alegría reconocernos. Nos
sentamos a recordar viejos tiempos en un banco frente al Ring. Evidenciaba un gran
nerviosismo.
Agop me relató sobresaltado que una hora antes, mientras hablaba algo con un
soldado ruso, percibió que éste no le sacaba la vista a su anillo de oro. Cuando quiso
despedirse, el ocasional interlocutor le ordenó: “davay colzi” (entrégame el anillo). “Al
principio no le di importancia. Sin embargo empecé a temblar cuando con gesto duro me repitió la
frase y comenzó a desenfundar la bayoneta. Con dificultad saqué el anillo para entregárselo, ya que
sabía de muchos casos en que habían cortado los dedos de la gente para robarle.” Junto a ese
episodio relató, además, las iniquidades que cometieron en Viena los soviéticos a su
invasión. “Al lado de mi domicilio, en un edificio de varios pisos, los brutales y desalmados soldados
rusos subían buscando mujeres para violarlas. Se escuchaban desesperados llantos de sus víctimas, así
como también disparos acribillando a los hombres que veían por las escaleras. Sin la más mínima
contemplación pasaban por encima de sus cuerpos. Era aterrador ver a un soldado ruso con una
metralleta que se podía ver de lejos por el tambor que cargaba los proyectiles.”
Según mi amigo Agop, que sin duda había igualmente conocido bien a los nazis, me
dijo: “Mira Vatiu, yo a los nazis no los quiero, porque fueron tan fanáticos, altaneros y orgullosos
de sí y porque estúpidamente fueron antisemitas, pero debo reconocer que fueron unos niños de
pecho en comparación con todos estos vandálicos soldados rusos”. Me confirmó que al invadir los
rusos Alemania y Austria empezaron el pillaje Stalin decretó 15 días de “plündert freit”,
o sea derecho a saqueo y abuso (que yo escuché secretamente en Bulgaria). Después
147

me confirmaron que hubo una masiva y desenfrenada violación de mujeres desde la


más temprana edad, durante día y noche, ya que no tenían más con quien luchar, sino
sólo emborracharse y violar.
Para ellos todo era un botín de guerra, que se prolongó por largo tiempo. En los
primeros tiempos, me dijo Agop: “Los rusos se llevaron todo lo que se les antojaba.
Arrancaban hasta los teléfonos y los inodoros de los baños”. Como ya mencioné, mientras los
soldados alemanes, hasta los mismos nazis “SS”, donde llegaron se mostraron como
verdaderos caballeros. Yo nunca escuché de las emisoras de radio aliadas que algún
soldado alemán hubiera violado a una mujer. Porque eso para el alma alemana es
indigno, pero para los aliados todo es un botín de guerra.
Le comenté a Agop del tremendo Holocausto que los aliados desataron sobre toda
Alemania, del que yo sobreviví. Le pregunté qué opinaba sobre el Holocausto
cometido sobre los judíos ya que, a los seis meses de haber terminado la guerra,
en los diarios soviéticos (búlgaros y rusos) propalaban que los nazis habían
asesinado 2.000.000 de judíos, que me parecía monstruoso. “Cuál fue la cantidad de
judíos en los países ocupados por el nazismo, después que muchos emigraron o se dispersaron frente
a su avance y expansión, cuántos muertos en la guerra, así como también cuántos lograron
sobrevivir en la desastrosa situación en los campos de reclusión –dijo el bien informado
armenio– quizás nunca se sabrá, pero lo cierto, como vos habrás escuchado desde
1943, es que Hitler gritaba desesperadamente que necesitaba más producción, porque escaseaba de
todo por los desvastadores bombardeos aliados. No sólo destruyeron toda Alemania, sino que
mataron a muchos millones de alemanes y él necesitaba más mano de obra porque las tropas estaban
desabastecidas. Pero lo malo fue que en los últimos tiempos de la guerra, los campos prácticamente
fueron abandonados a su suerte.”
Me contó también indignado que las atrocidades de los soldados soviéticos en
los países en guerra que ellos ocuparon, como Rumania, Hungría, Austria y
Alemania, no tenían parangón en la historia de Europa después de los hunos, los
vándalos y los tártaros de Genghis Kahn. Era realmente una vergüenza para la
doctrina marxista, de la cual yo también estuve tan convencido, por creer que era la
más humana entre todas las que han existido.
Al escuchar todas estas barbaridades, me despedí de Agop muy consternado. Fui a
buscar alguna habitación que se hallara fuera del sector ruso. Me di cuenta de que
estaba en juego mi vida. Luego de trajinar el día entero, únicamente encontré una
pensión en el centro de la vieja ciudad, a poca distancia del “Stefans Dom”, la
histórica iglesia gótica del Imperio Austro-Húngaro.
La pensión era un edificio de madera de cuatro pisos, se encontraba en Jäguerstrasse 5.
Había servido antiguamente como colegio de señoritas y por entonces se hallaba
clausurado antes de llegar los rojos. Me atendió una mujer mayor de apariencia
severa. La ex directora dijo que no admitían pensionistas ni alquilaban habitaciones, e
ignoraba el destino que daría al edificio. Expliqué mi necesidad de alquilar un cuarto
por poco tiempo y que pagaría con cigarrillos búlgaros. Dio un salto en el sillón.
“Trato hecho”, dijo sin vacilar. Me instalaron en una habitación confortable en el tercer
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piso, era el único inquilino. Estudiaba intensamente, sin salir a la calle. Dimo
constituía mi única visita.
Los alimentos traídos desde Bulgaria los había consumido y la posibilidad de
conseguir comida en los restaurantes vieneses era escasa, por lo que el hambre me
apretaba.

LA INOLVIDABLE JOSEFINE, UNA DELICADA BELLEZA

Concurría a la Politécnica sólo cuando precisaba textos, o caso contrario, para


rendir. Una tarde sorprendí en un banco del jardín a una muchacha rubia vestida de
blanco y sombrero de aspecto delicado, cosa rara por aquellos tiempos. Leía un
libro. La contemplé desde lejos, parecía una princesa. No me iría sin observarla
desde más cerca. La cuestión residía en saber qué decirle a una muchacha tan bella
sin recibir a cambio un gesto de desaire o bien que directamente me mandara a
pasear. Tal vez un piropo de admiración por su elegante vestido o zonceras por el
estilo. Seguramente, una chica así podía darse el lujo de elegir el hombre que quisiera
y quizás en una de esas estaba aguardándolo. Me arriesgué. Al fin de cuentas... no
resultaría tan grave la cosa. Me aproximé, “permiso”, dije, y me senté a su lado.
No dejé transcurrir demasiado tiempo y con no poca indiscreción pregunté si
esperaba a alguien. “Nein”, contestó con un tono de voz que era la esencia de la
misma dulzura. Ya mi coraje no tenía límites, pues al punto me interesé por el
título que tenía entre sus manos. “¿Es interesante?” Cerró el volumen y me dirigió
una mirada, sus ojos eran excepcionalmente bellos. Preguntó sobre mi nacionalidad
y, según había sucedido otras veces, el acento de mi alemán le so- naba gracioso. Le
resumí mi vida; asimismo, la intención de proseguir a Munich para graduarme y
finalmente emigrar a otro continente, lo más lejos, quizás a la fabulosa Argentina.
En Europa no veía futuro, sino miseria y sufrimiento. Me seguía con atención y esto
me infundía mayor seguridad. “Me llamo Vatiu, ¿ y tú?” “Josefine”, contestó sonriente. Mi
emoción, para qué contar. Su elegancia y atracti- vo sobrepasaban cualquier
ponderación. Ninguna beldad de las tantas que había conocido hasta entonces se
comparaba a ella. Si bien Ursula era bella, Josefine era muy bonita, bellísima. Estaba
anocheciendo; no quiso que la acompañe. Le di mi nombre y dirección, y nos
despedimos con un juramento de estar unidos para siempre.
El día de la cita, una tarde brumosa y con llovizna, Josefine no apareció. Esperé
nerviosamente su llegada en vano. Regresé decepcionado y con el corazón hecho
trizas, a tal punto había crecido mi ilusión. Su recuerdo, día tras día, se
intensificaba. Podía asegurar: primero que era hermosa, segundo que conocía su
nombre y finalmente, que me encontraba trastornado por ella. Al menos, de
haberle sucedido un contratiempo, podría haberme dejado un mensaje en la
pensión. Pero ocurrió que Josefine fue a buscarme y al no encontrarme, dejó un
mensaje con hora y día en que regresaría. A la directora no le agradaban las visitas.
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Frau Carmen, la camarera, al cabo de varios días, me confirmó que la muchacha


vino dos veces y en la segunda, la directora le contestó que yo no vivía más allí. De
esta manera perdí la posibilidad de tener a mi lado el ideal supremo de cualquier
hombre. Una pérdida que lamenté por muchos años. El tiempo, pese a todo, enseña
que algunos reveses que nos suceden, al fin pueden resultar beneficiosos. Las
penurias que soporté pasado el tiempo y las extremas necesi- dades que sorteé, con
una mujer tan delicada a mi lado, hubieran transformado nuestras existencias en una
tragedia.

LA PICARESCA SALIDA DE VIENA

Regresar a Munich fue como el cuento de nunca acabar. Para hacerlo des- de
Viena, indefectiblemente necesitaba otra vez una visa rusa, además de una
americana. En la comandancia soviética escuché otra vez el antipático niet. No
dejaban que ni un alma bajo sus extensos dominios se les escapara, porque querían
aprovechar su trabajo y sudor. Los yanquis respondían otra vez: “Primero la visa rusa y
luego veremos”.
Recordaba al gran escritor ruso hebreo Amiel, al que admiré por siempre, quien
en su diario íntimo del 1º de julio de 1856 escribió: “¡Qué amos terribles serían los rusos si
alguna vez extendieran la noche de su dominación sobre los países del Mediodía! Todo cuanto ellos
podrían traernos habría de ser el despotismo polar, una tiranía tal como el mundo no ha conocido
todavía, muda como las tinieblas, cortante como el hielo, insensible como el bronce, con exteriores
amables y la claridad fría de la nieve, pero la esclavitud sin compensación y sin alivio... Si ellos
pueden convertir su dureza en firmeza, su astucia en gracia, su moscovitismo en humanidad, cesarán
de inspirar aversión o temor y se harán amar, pues salvo su natural hereditario, los rusos tienen
muchas cualidades de fuerte atracción” 27.
Mientras iba y venía recogía algunas informaciones entre los estudiantes, quienes
sugirieron que para llegar a Munich debía cruzar el Tirol (los Alpes austríacos),
zona ocupada por los franceses que controlaban el paso a Baviera y Munich, es
decir, al territorio alemán bajo el dominio yanqui. Por casualidad conocí a unos
estudiantes austriacos que iban de vacaciones al Tirol y solicité que me llevaran. Me
dijeron que el control ruso a la salida de su zona para el resto de Austria no era muy
riguroso y quizás, con alguna suerte, se podía llegar a la parte francesa. Caso
contrario, nos enviarían a Viena. Fui a avisarle a Dimo, quien de inmediato decidió
acompañarme. Era el mes de julio de 1946. “Vamos con rumbo desconocido”,
comenté. Adquirimos los boletos para estar a la hora de partida.
Los muchachos viajaban acompañados de chicas, que al enterarse de nuestro
propósito vinieron a sentarse con nosotros. En el control ruso desplegaron sus
coqueterías, sonreían a pleno, alzaban sus piernas y lograron un clima festivo. Un
soldado ruso pidió los documentos para entregarlos al sargento que lo acompañaba y
150

éste, cuando observó el barullo y las piernas de las chicas, acortó la inspección
aduciendo que se trataba de estudiantes austriacos. Nos abrazamos y obsequié a mis
ocasionales amigos con lo único que podía: un cigarrillo a cada uno. Al fin
estábamos en la zona francesa, en el Occidente. Nos alojamos en el Hotel Alpen
Gluen, en plena montaña del Tirol. Debimos caminar un trecho para llegar. Nos
hallábamos lejos del mundo. Los chicos se divertían, algunos acompañados de sus
novias. Paseábamos de día y bailábamos de noche. Con Dimo divertíamos a las
muchachas sin acompañantes. Pese a la alegre vida, nuestra preocupación principal
estaba cifrada en el puesto fronterizo. A los pocos días fuimos a ver cómo se
realizaban los controles. Un teniente a cargo del puesto francés, al enterarse de
nuestro proyecto de cruzar por allí en dirección a Baviera, dejó en claro que ellos
controlaban pero no estaban autorizados para dejar pasar sin visas. Reiteramos,
suplicamos, pero la respuesta era: “No, monsieur, deben soli- citarlas en Viena”.
Retornamos desilusionados al hotel con la perspectiva de caer nuevamente en las
manos de los rusos y de los americanos.
Las muchachas nos animaron a insistir y que al día siguiente nos acompaña- rían
al puesto para convencer a los franceses. La única forma de llegar allí era a pie, por

27 Amiel, Diario Intimo, Edit. Sopena, Bs.As, 1941, pág. 53

lo que caminamos hasta el mediodía. Cuando el teniente concluyó su almuerzo,


nos atendió. Se mantenía impasible, pero poco a poco fue cediendo ante las súplicas
de las muchachas, que trataban con insinuaciones de seducirlo. Remarcaban la vieja
amistad francesa-austriaca y que los rusos, al fin de cuentas, jamás se enterarían y que,
una vez más, el sentimiento de libertad de los franceses se pondría de manifiesto,
etcétera. Cuando cansado el teniente dijo bon, explotó al unísono de nuestros labios
Vive la France. De regreso en el hotel, esa noche brindamos con una botella de
champagne que el hotelero tenía reservada para casos especiales.
Nos anoticiamos de que en la ciudad de Innsbruck funcionaba la única fábrica de
piedritas de esmeril para encendedores del ex Tercer Reich, por lo tanto en Alemania
escaseaban y su precio era mucho más alto que los cigarrillos y el propio oro. A la
mañana temprano viajé a Innsbruck en una bicicleta que compré en el hotel. Vendí
allí la mayor parte de los cigarrillos que aún poseía. Con el dinero adquirí las
codiciadas piedritas.
Un día, después de concluir el desayuno, nos despedimos de aquel maravilloso
grupo juvenil y de los propietarios del hotel, por cierto tan hospitalarios y
serviciales. Cargamos lo que pudimos sobre la bicicleta con rumbo al puesto
fronterizo. Llegamos tarde y aguardamos dos horas, hasta que el jefe despertara de su
siesta. Cuando llegó, a pesar de nuestro saludo, pasó junto a nosotros sin mirarnos.
Quizás no nos reconoció, o estaba arrepentido de la promesa y evitaba el encuentro.
Pedimos hablar con él: a duras penas nos recibió en su despacho. Mientras
permanecíamos de pie, ensayé algunas palabras sin éxito. El francés seguía leyendo
151

sin dirigirnos la mirada. Estábamos atemorizados ante su negativa. Luego de una


larga y angustiosa espera pidió los pasaportes, les puso un sello y los devolvió sin
emitir una sola palabra. Le expresamos nuestra gratitud. Partimos hacia la próxima
estación ferroviaria con la bicicleta y nuestras pertenencias, sin que revisaran
absolutamente nada, hacia el territorio bávaro. En el primer recodo del camino,
apresurado, saqué las malditas piedras que estaban escondidas en mis zapatos, como
clavadas en las plantas de los pies. Supongo que, al fin, teníamos de sobra motivos
para estar contentos. Aguardamos hasta el oscurecer un tren que cumplía el recorrido
hasta Munich. Viajamos apretujados y nos turnábamos con Dimo para dormir,
porque teníamos desconfianza de que nos sustrajeran las valijas. Al otro día
llegamos a Haupt Bahnhof, la estación central de Munich, que se encontraba
ligeramente reacondicionada.
***
152

CAPÍTULO VII

LA VUELTA A MUNICH EN ALEMANIA YA ESCLAVIZADA

Cabe aclarar que tanto Austria como Alemania durante la guerra estaban
sometidas bajo las rígidas normas del partido Nazi. Muchos alemanes, inge-
nuamente, esperaban que una vez terminada la guerra serían liberados por los
aliados del régimen nazi, que no habría más guerras, sino paz y libertad para todos.
Pero sucedió todo lo contrario. Fueron ocupados por los cuatro vence- dores:
Inglaterra, Francia, EE.UU. y Rusia; toda Alemania se convirtió en un enorme
campo de concentración. Cada uno consideraba su zona de ocupación como un
botín de guerra, donde podían disponer a su antojo de la vida y la muerte de la
población, a la que trataban como esclavos. El paso de una zona a otra estaba bajo
un severo control, pero pasar al sector soviético era totalmente imposible. La ciudad
de Berlín, que se encontraba en Alemania del Este, o sea en el territorio de
ocupación rusa, estaba a su vez dividida y ocupada por las cuatro potencias
vencedoras.
Desde Viena había escrito no sólo a Margot y Ursula sino, de modo especial a la
familia Färber. Hellen, la hija mayor, respondió ofreciéndome nuevamente su casa.
Al retornar a Munich, sin demora partimos, con mi amigo Dimo, a Gräfel fing. Los
Färber, siempre cordiales, nos recibieron muy bien. Mi gran urgencia era ver a
Ursula, pero al llegar a Feldafing, “tía Elwine” me informó que estaba en Tutzing, a
pocos kilómetros, en la casa de su madre, frente al lago Standberg. Al llegar me
divisó un muchachito que había conocido tres años atrás y que se lanzó a correr
gritando: “el Schwarzmann”. El “hombre negro” era yo. Pues allí todos eran rubios.
Recibí abrazos y muestras afectuosas de Ursula y los demás. Fue aquel un día muy
feliz.
Había conocido Munich en todo su esplendor. La ciudad de las universidades más
destacadas de Alemania, de la renombrada Politécnica, donde también yo estudiaba,
del Deutsche Technisches Museum más grande de Europa y de las pinacotecas, y “ahora”,
al mirar ese mar de escombros en el que había quedado toda Alemania, me acordaba
de los contundentes discursos de aquel altanero Führer cuando gritaba: “Denme diez
años y no conocerán a Alemania”. Evidentemente pasó como él predicaba. En cinco años
de rígido régimen Nazional Socialista, realmente transformó aquel país. Lo sacó del
desorden y la miseria, y levantó Alemania como el país más desarrollado de Europa.
Pero en otros cinco años el pueblo alemán, tan ordenado, aplicado al trabajo,
respetuoso de las leyes y las normas, sufrió la total destrucción y muertes,
desconocidas hasta entonces en la historia humana. Al final fueron sometidos
totalmente y esclavizados.
Además, el Führer sembró con tumbas, de sus propios soldados, todos los
153

rincones a lo largo y ancho de Europa, y hasta en el continente africano. Sin


duda nadie podría reconocer más a la Alemania de antaño. Y aún peor, los que
sobrevivieron después de tanto sufrimiento y terror de los furiosos bombardeos
fueron ocupados, esclavizados, humillados y sometidos a nuevos sufrimientos,
sin esperanzas, por los implacables y crueles vencedores. Por todas partes se
observaban hombres y mujeres mal vestidos que removían los escombros de-
sechos o hierros retorcidos. En las plazas públicas se acumulaban montañas de
escombros. Por las largas rampas subían los camiones volcadores. Era muy triste
ver gente con esos rostros sufridos; eran mucho peor que los esclavos medieva-
les. Como maquinarias prácticamente ya no quedaban y cada vencedor se había
llevado lo que quería, los hombres, ancianos y mujeres destrozaban a martilla-
zos los bloques y con palas manuales cargaban los camiones. Por retribución
recibían salarios viles, fuera de los gastos de transporte y un guiso aguado al
mediodía. Se escuchaban voces diciendo: “Eso parece una venganza sin límites, quizás
por el hambre y las pestes que sufrieron los prisioneros en los campos de concentración durante
la guerra. Pero de eso el pueblo no tiene ninguna culpa, porque fuimos también víctimas de los
malditos nazis, que se metieron en una guerra contra Rusia”.
Por otra parte, alimentos y transportes escaseaban al máximo para todos,
mientras entonces los aliados eran los dueños del mundo y tenían de todo. Sin
embargo, en la esclavizada Alemania no se conseguía nada. La tenían desconec-
tada del mundo.
Durante la guerra los alemanes sufrieron, además de la gran escasez y el
rudo trabajo, los furiosos bombardeos aliados. Pero “ahora”, trabajaban en con-
diciones infrahumanas y seguían sufriendo un hambre aún mayor, y sometidos
además a un terror moral. No tenían ningún derecho y por muchos años fueron
humillados en una esclavitud total. ¿Puede el lector entender la brutalidad de los
defensores de la libertad y los derechos humanos?
A veces los relatos eran aterradores, como por ejemplo: al entrar en un local
escuché a un hombre sobresaltado relatar que “hace rato en un tranvía un soldado de
color, norteamericano, discutió con un hombre y sacó una bayoneta, se la clavó en el pecho y le
partió el vientre en dos”, o que “anoche un soldado negro había arrinconado a una chica para
violarla. Mientras ella gritaba desesperada socorro, él le decía: ‘ Yo darte chocolate vos darme
amor’ ”. Y eso se repetía todas las noches en las distintas partes de las ciudades,
en la zona ocupada no sólo por los norteamericanos, sino por todas las tropas de
ocupación. Lo triste era que nadie se animaba a ayudar por temor a una puñala-
da o un balazo, así que nadie se podía quejar de nada. Total, los alemanes eran
esclavos; algo parecido a la feroz esclavitud turca

Eran tiempos de gran tristeza y sin esperanzas. Antes esperábamos que la guerra
terminara, pero ahora, ¿qué hacer?
154

EXTREMA HAMBRE EN LA ALEMANIA YA DERROTADA

En la Politécnica me reconocieron sin dificultad los exámenes rendidos en


Viena. Pero aún quedaban cuatro materias para lograr mi ansiado título. Entre ellas,
una especialmente me preocupaba: Estática Superior.
Estábamos en agosto de 1946. Los exámenes estaban fijados para setiembre y los
siguientes, para marzo del otro año. Estática Superior era la principal materia para
recibirme; pero carecía de apuntes apropiados y algunos conceptos básicos. Decidí
apelar a la ayuda de un compatriota amigo: Stefan Dobrev, que se había quedado en
Munich y ya estaba graduado. Había sido un estudiante muy aplica- do. Vivía
precariamente en la parte opuesta de la ciudad. Lo encontré. Trabajaba en una
empresa constructora, pero en realidad se dedicaba a la remoción de escombros.
Betty, su mujer, me contó que a causa de la timidez y de los salarios magros que
percibía Stefan, después de llegar los americanos y por más que era ingeniero
diplomado, pasaban hambre tanto ellos como la criatura que tenían. Mi amigo me
prometió repasar conmigo Estática y yo conseguir cupones de alimento en la bolsa
negra con las piedritas de encendedor que había traído. Era preciso, por lo tanto,
estar en su casa diariamente a las veinte, hora en que volvía de sus ocupaciones.
Estudiábamos hasta medianoche. Regresaba a la estación central mediante dos
tranvías y desde allí en el tren nocturno a Gräfelfing; finalmente caminaba tres
cuadras hasta la casa de los Färber. Tiritando llegaba a mi habitación, que
generalmente estaba más helada que yo.
A veces, mientras iba a lo de Stefan me detenía en algunos bares reacondicionados.
Encontraba algunos yugoslavos, italianos, búlgaros y gente del Este que se negaba a
retornar a sus patrias, ocupadas por los bolcheviques. Había también muchos jóvenes
judíos que llamaban la atención con sus cabellos largos y de mal vestir. Parecían haber
salido días antes de los campos de concentración, pese a que la guerra había concluido
un año y medio atrás. A pesar de que ellos disponían de medios para conseguir ropa o
quizás lo hacían para ser distinguidos y tratados con diferencia. Llenos de joyas, pero
daban lástima; era una viveza. En las barracas de los soldados americanos ellos tenían
acceso a la compra de toda clase de comidas y delikatessen, a precio de Estados
Unidos, y podían venderlas en el mercado negro a los precios que querían. Era un
saqueo, pero sin violencia. Para entonces la comida estaba racionada al máximo, por lo
que no satisfacía las mínimas necesidades. Era mucho peor que durante la guerra. Con
razón Margot, cuando me escribía a Viena, expresaba: “Vatiu, el inglés nos está matando de
hambre”
se refería a los británicos que ocupaban la zona noroeste de Alemania, donde se
encontraba Braunschweig. Más tarde entendí con claridad que diezmar al pueblo
alemán proseguía de toda forma.
Los “bares” eran lugares donde se realizaba toda clase de transacciones y
trueques. Era un verdadero mercado persa. Escaseaban al máximo cigarrillos, café,
chocolate, carne envasada, etcétera. A cambio de estos productos, los alemanes
entregaban objetos valiosos como anillos, alhajas de oro, brillantes, etc., porque el
155

dinero no tenía valor.


Los aliados sabían que los alemanes se desprendían de todo lo que tenían de valor
para sobrevivir. El tráfico de cupones ya no pasaba por las manos de los estudiantes
italianos sino por la “mafia italiana”, que aprovechaba el hambre y la desesperación de
la gente. Ursula a veces cambiaba en el campo algunas piedritas que llevé de Austria
por víveres, algunos de los cuales llevaba a lo de Stefan. Se me helaba la sangre
cuando escuchaba que muchos alemanes, mujeres y niños, removían los desechos
tirados por los aliados en los basurales para buscar algo que pudieran devorar,
aunque fuera en descomposición.

HOLOCAUSTO – SIGNIFICA “TODO QUEMADO”

Volviendo la mirada atrás, los que hemos vivido y sufrido durante y después de la
trágica Segunda Guerra Mundial podemos distinguir con claridad dos tipos de
holocaustos. Uno, cometido por los nazis contra el pueblo judío y opositores y
prisioneros de guerra en los apresurados, improvisados, y al final mal abastecidos
campos de concentración. Y otro, cometido por los aliados contra el pueblo alemán.
Personalmente soy un sobreviviente, un testigo presencial del colosal holocausto
consumado sobre toda Alemania y su indefensa población bajo la destrucción y el
fuego, y la posterior ocupación y esclavización.
Holocausto, según la Enciclopedia Universal Sopena, tomo V, pág. 4.376
(Barcelona, 1972), es una palabra griega compuesta de “Holos”, todo, y “kaustos”,
quemado. Que también significa “sacrificio especial entre los hebreos en que se quemaba
totalmente a la víctima”. Quisiera aclarar también que este término proviene de los
tiempos antiguos, cuando los persas invadieron Tesalia, al norte de Grecia, y
quemaron varios poblados. Un mensajero corrió a Atenas gritando “Holoskaustos”, o
sea, todo quemado.
Ciertamente, toda Alemania fue totalmente destruida y abrasada por las llamas.
Porque los aliados arrojaban no sólo bombas destructivas, sino también cientos de
miles de bombas incendiarias, convirtiéndola en un espantoso y pavoroso
“Holoskaustos”. Allí, desesperado, estaba yo también. Al respecto alguno dicen que
por más que la gran mayoría del pueblo alemán no era nazi, ellos trabajaban para los
nazis. Yo pregunto: “Si ésa era la lógica, debían entonces también bombardear los
campos de concentración de prisioneros tanto de guerra como de Judios que también
trabajaban para el aparato nazi”, sin embargo no los bombardearon; los cuidaban
celosamente.
Mientras, el nombrado Holocausto contra el pueblo judío fue causado por la
obstinada persecución cometida por los partidarios de Hitler del régimen nazi,
después del (ya comentado) asesinato en la embajada de Alemania en París co-
metido por un joven judío (en el umbral de la guerra), y después que el judaísmo le
156

declaró a Alemania la guerra sin fronteras Con eso apoyaban, integraban y


financiaban a las distintas guerrillas en muchos países de Europa.
Agregando a todo eso que los malditos nazis “SS” no eran muchos y estaban
rebalsados por los implacables bombardeos, destrucción de la producción y el
transporte, además de las guerrillas en muchas partes.
En los lejanos y enormes campos de batalla los soldados regulares morían a
causa del frío, del hambre y de las pestes, antes que por la acción de las balas
enemigas, sin estar en campos de concentración. El vanagloriado Hitler fue el
imperdonable causante de aquellos brutales sufrimientos y muertes de alemanes,
judíos y prisioneros de guerra. A los judíos que no habían emigrado antes de la
guerra los veíamos limpiar las calles de las ciudades, con brazaletes “jude”.
Sin embargo, después del fin del año ’42, esa desdichada gente desapareció. Se
comentaba que al recrudecer la guerra, y necesitar el régimen más producción, fueron
enviados a campos de trabajos forzados; con toda seguridad porque esta- ban más
capacitados para la producción industrial calificada que los rústicos prisioneros rusos,
y además hablaban bien el idioma, por lo que eran más valiosos. Mientras, muchos
de los prisioneros de guerra de los pueblos contrarios al régimen stalinista tenían
mayor libertad y obedecían a sus propios comandantes.
Para Año Nuevo del ’43 escuché al enloquecido y desesperado Hitler gritar por la
radio diciendo que recibió quejas (tal vez de la Cruz Roja Internacional) de que a los
judíos, en los campos de concentración, no se les proporcionaban suficientes
alimentos para poder trabajar y producir y que no se les daba suficiente abrigo ni
medicamentos para los enfermos. “Wir brauchen production”, nosotros necesitamos
producción, se lo escuchaba gritar al loco. Como es sabido, los campos de concentración
se vieron convertidos realmente en zonas industriales, como Auschwitz, por ejemplo,
que era más cercano de los frentes de batalla de Rusia, más lejos para los bombardeos
desde Inglaterra, y además, estaba situado en un país amigo de los aliados. Se decía que
Hitler quería utilizar su trabajo además de evitar los sabotajes ya que le habían
declarado la guerra, y después del conflicto (creyendo que lo iba a ganar), debían
empacar sus valijas para irse de Europa.
Mientras estaba en Sofía, Bulgaria, a fines del año 1945 a 7 meses de la termi-
nación de la guerra (haciendo los tortuosos trámites para obtener el permiso y
volver a Alemania), leí con sorpresa en los diarios comunistas búlgaros y rusos, con
enormes titulares: “Los nazis han matado 2.000.000 de judíos”. Según los textos, se lo
presentaba como el genocidio más grande en la historia de la humanidad. Con los
colegas que pude encontrarme allí nos parecía increíble, una monstruosidad. Otros
consideraban que podía ser una propaganda o una expresión del odio de los marxistas
hacia los nazis, para cubrir sus propias atrocidades.
Sin embargo, al llegar a Munich, en el ’46, a año y medio después de la derrota y la
ocupación de Alemania, quedé shockeado al leer en los diarios que, según las
últimas estadísticas, los judios muertos por los nazis ascendían a 4.000.000. Esos
titulares me consternaron, por mi aprecio a esa colectividad. Parecía una barbaridad,
porque según algunos, bajo el dominio directo de los nazis, no podía haber tantos,
teniendo en cuenta los que se fueron antes de empezar la guerra y los
157

sobrevivientes después de ella. Muchos consideraban que ir los nazis a buscar


judíos de los países ocupados, cosa demasiado difícil, (como es lógico, ellos seguro
se desparramaron y escondieron, con lo que para hallarlos eran necesarios conocer el
idioma y la colaboración de la gente o la policía de los países ocupados); además
debían dejar abandonadas sin abastecimiento a sus soldados. Yo mismo leí, en 1943,
que Hitler le había pedido personalmente a su aliado, el regente húngaro Horthy, que
le juntara y enviara 100.000, que necesitaba urgente trabajadores para la producción.
Pero al parecer Horthy no pudo satisfacer todo ese pedido, porque no quería, o
porque necesitaba mucho personal policial, para buscar y apresar, para el transporte,
alimento, etc., y el fragor de la encarnizada guerra no era para dedicarse a eso. Qué
habrá pasado después, no me enteré. Sin duda Hitler no se lo podía exigir porque era
un país amigo, y además no escuché de guerrilleros en Hungría.
Diarios alemanes nazis de la época aseguraban que el apresar a esa gente era
conforme a los tratados internacionales con respecto al trato a los enemigos, para
evitar sabotajes. Efectivamente, las distintas resistencias antinazis estaban
integradas en gran parte con miembros de esa comunidad. La más activa era la
resistencia francesa, y la más numerosa eran los partisanos del mariscal Tito, donde
se consideraba que había unos 20.000 combatientes judíos.
Estando ya en la Argentina, en 1948, todavía como un pobre, desorientado
inmigrante, de nuevo me sorprendieron las últimas noticias que se publicaron: que los
muertos ascendían a 6.000.000. No podía estar tranquilo sin saber en realidad qué
había pasado para ese cambio en las cantidades, ya que el pueblo hebreo son un
pueblo unido, informado, y de gente culta. Entre mis colegas y amigos decidí
dirigirme a Agop, el fiero pero muy inteligente búlgaro-armenio

Al recibir la contestación –lástima que después perdí la dirección–, Agop me


explicó: “Como se puede calcular, durante la guerra, bajo el dominio de Hitler, seguro no había tres
millones de israelitas” (eso escribió después un historiador británico). Además, “el loco”
de Hitler gritaba que necesitaba producción.
Los nazis envueltos en el gran desafío y la falta de colaboración, no podían ir a
buscar, juntar y apresar todos los judíos que seguro procuraron donde pasar
desapercibidos y otros, como es lógico, pasaron a formar parte de las guerrillas.
Además de los que pudieron sobrevivir, aunque habían quedado solo con su “piel y
huesos”.
El vivo armenio, entre la verdad y la mentira, me escribe: “Vos sabes que justo ahora
en Palestina se formó un nuevo Estado Israelí, y para su construcción, según calculaban, con la
indemnización de dos millones de muertos no sería suficiente. Pero después de tener en cuenta los
enormes costos y gastos, y el mayor interés de los inmigrantes, aumentaron el número al doble, y después
al triple”. Tantos eran mis problemas con esa declaración que resolví no pensar más en
ello. Además que cada día tenía más amigos de esa notable comunidad, y entre ellos
me sentía muy bien. Aunque hasta el día de la fecha la gente escarbe estos hechos,
para mi ya son cosas pasadas. Aclaro que muchos son los que me han preguntado
como sucedió todo ese genocidio, porque yo había estado allí y, como muchos
158

creían que yo pertenecía a esa comunidad, cómo había logrado salvarme.


Más allá de la cantidad y las causas, yo, que he sufrido tanto, considero lamentable y
repudiable el sufrimiento de cualquier indefenso ser humano, cualquiera fuesen los
números, se trate de las víctimas de ayer como las de hoy, en muchas partes,
causados por los poderosos contra los debiles e indefensos.

Los responsables, los jerarcas nazis, fueron derrotados, capturados y conde-


nados por el Tribunal Internacional de Nüremberg por los crímenes que habían
cometido. Con eso cabe una definición: “Muertos los perros, muerta la rabia”.
Además, sabemos que desgraciadamente fueron una híbrida consecuencia de las
injusticias cometidas en los Tratados de Paz por los aliados en la Primera Guerra
Mundial. Allí debe buscarse todo el origen de los posteriores y trágicos sucesos,
tanto sobre el pueblo alemán como sobre la guerra y los prisioneros judíos.
El lector debe saber que la culpa de los sufrimientos y de los millones de
muertos no fue del pueblo alemán, que a su vez fue la máxima víctima del mismo
trágico destino. Primero sufrió la derrota de la 1ª Guerra Mundial y luego soportó
miseria y el desastre nacional, fue sojuzgado bajo el rígido y despótico régimen
Nazional Socialista, fue cruelmente bombardeado durante la 2ª Gran Guerra y
esclavizado después, por el dominio de las cuatro potencias vencedoras, por casi
medio siglo. Todos sus tesoros nacionales fueron saqueados. Cada uno de los
vencedores se llevó los mejores cerebros de los científicos alemanes. Ade- más
tuvieron que soportar que su escaso territorio fuera, de nuevo, severamente mutilado.
Hoy ese noble pueblo de unos 85 millones, el mayor de Europa, fuera de Rusia, tiene
menos territorio que muchos otros países de Europa occidental como Francia,
España, Italia. Mientras que Polonia está asentada hoy sobre una vasta zona alemana
hasta cerca de Berlín. Encima de todo debían trabajar día y noche para reconstruir

de nuevo todo un país. También tenían que mantener los grandes ejércitos de
ocupación y pagar los pesados tributos de guerra. Para fina- lizar, no queda otra
deducción: que los pueblos más afectados, a consecuencia de los tratados de
Versailles, fueron en definitiva el pueblo alemán y los judíos, que sufrieron
horrorosamente y murieron unos bajo los implacables bombardeos o en los lejanos
campos de batalla, y otros de hambre y de pestes en los desabastecidos y finalmente
abandonados campos de concentración.
Las atrocidades cometidas durante y después de la 2ª Guerra Mundial y el
Holocausto no abandonan mi mente. Por eso, para mayor conocimiento men-
cionaré las investigaciones realizadas por el estudioso de las ciencias europeas,
residente en Portland, EE.UU., Nicola M. Nicolov, de su libro “Las máscaras de las
159

celebridades”. “Los judíos han sido muy útiles en la producción de guerra nazi y de su interés ha sido
que se mantengan vivos. Por lo que la administración de todos los campos de concentración, incluso
Auschwitz , el 3 de diciembre de 1942, envía una orden con críticas a la alta mortan- dad de los
campos, que se debía a diferentes enfermedades.Se ordena a los médicos disponibles que tomen todas
las medidas a su alcance para mermar la mortandad. Se insiste también que observen la comida de
los prisioneros y que recomienden, a las distintas administraciones, que mejoren las condiciones del
trabajo” 28.
Al final de esa directiva subraya que el Reichführer de las SS ordenó que la
mortandad debía mermar a toda costa y que eso está en el documento de Nür-
emberg P.S. 2171, Anexo NCBA red. Series, Vol. 4, págs. 833-834.
Por otro lado, el jefe de los SS destinado a los campos de concentración, Ri-
chard Glück, el 20 de enero de 1943 manda circulares a todos los comandantes de
los “lagers” ordenando: “Como ya he subrayado deben tomarse todas las medidas posibles para
mermar las muertes en los lagers” 29. A pesar de la búsqueda –afirma Nicolov– no existió ni
un solo documento ni constancia en los archivos del proceso de Nür- emberg, para
la liquidación masiva de judíos.
Luego el Sr. Nicolov continúa diciendo: “Muchos lectores saben que el gobierno de
EE.UU. prohibió a la Cruz Roja Internacional y a la Comisión Central Sueca de observadores
que publicaran sus conclusiones referentes a los campos de concentración de la Segunda Guerra
Mundial, porque sus cálculos de muertes han sido muchísimo menores que los de seis millones
tomados como cifra oficial” 30

28
Nicolov, Nicola M., “Las máscaras de las celebridades”, 1ª edición, Sofia, 1994, traducción
del búlgaro realizada por el autor.
29
Documento de Nüremberg, Nº 1.523, Green series, Vol. 5, págs. 372-373
30
Nicolov, Nicola M., Ibídem, pág. 155

Me llama la atención que todavía hoy en día hay gente culta e incluso pro-
fesionales que no pueden distinguir entre el régimen nazi y el pueblo alemán,
escuchando culparlo injustamente, por ejemplo, de que masacraron a los gitanos.
Cuando yo aclaraba que en Alemania gitanos no había ni uno porque allí el que no
trabajaba y producía se moría de hambre. Entonces me decían: “Sí, pero los llevaban
de Hungría”.
Eso ya limita con una mente macabra, ya que ni los malditos nazis abandona- rían
las tropas que luchaban por su supervivencia e irían a buscar gitanos en otro país tan
sólo para matarlos. Es cierto que con la ignorancia no se puede luchar; con razón
decía el gran poeta ruso Pushkin al final de sus famosos poemas: “y con duraku ne
spori”, con el imbécil no se discute –perderás tiempo y te harás mala sangre–.
Parece mentira pero hace más o menos 7 u 8 años, estando en Bulgaria, leí en un
160

diario que el auto-llamado “Rey de los Gitanos” manifestaba que si los judíos habían
conseguido que los alemanes le abonaran indemnización por seis millones de muertos,
por qué ellos no podían reclamar el pago por quinientos mil gitanos asesinados por
los nazis. Faltaba sólo golpear a la puerta de Alemania. Sin duda el que leía el
artículo se reiría de la ocurrencia gitana.
Sin embargo observé algo ya mucho más serio en esta parte del mundo “civi-
lizado”, y es que se pueden publicar en la prensa de primer nivel, en el prestigioso
diario “La Nación” del día 16 de junio de 2004, en la página 17, un artículo con
letras grandes: “La Europa de los Gitanos”. La cronista, en casi una página, de- talla
el origen, modo de vivir, las mañas, etc. y dice que “su historia se parece a la de quienes
fueron sus vecinos durante siglos, sobre todo en Moldavia: los judíos (no entiendo por qué allí)”.
“El estereotipo del gitano ladrón y el del judío avaro y peligrosamente inteligente, tienen su origen en
el modo de vida obligatorio debido a la condición minoritaria”.
“Por eso cuando Teodoro Herzl o el barón de Hirsch hablaron de “normalizar” las masas judías
que escapaban de los progroms, lo primero que imaginaron fue darles tierras. Cualquiera, donde fuese,
pero tierras... Volviendo a los gitanos y la sempiterna incapacidad de adaptación de estos curiosos
viajeros, ¿forzará a Bruselas a pensar en algún sitio del mundo apto para un “país gitano”? Los
seis millones de judíos muertos por los nazis influyeron en la creación de Israel; los dos millones de
gitanos que dicen ellos que fueron asesinados en las mismas circunstancias, no influyeron en nada.
Quién sabe si la creación de una Europa amplia no tendrá por consecuencia la de una Gitania o
una Romia coronada de estrellas”.
Al leer ese artículo y ver cómo se quiere golpear a los alemanes de hoy, le escribí
al jefe de publicaciones del diario “La Nación” diciéndole: “Ahora veo por qué los
nazis han perdido la guerra. Para encontrar y para asesinar 6.000.000 de judíos”. Por
razones obvias y respeto a mis amigos de esa colectividad, no deseo analizar ni
poner en duda; pero por la supuesta matanza de 2.000.000 de gitanos, que no había
entonces esa cantidad en toda Europa, sí digo que es una mentira descarada. Si la ley
nazi era “el que roba será fusilado”, valía para toda Europa y los gitanos seguro lo
sabían y no se atreverían a robar a los nazis. Pero se puede suponer que
sorprendieron robando y fusilaron, en distintas ocasiones, quizás 20 o 30 gitanos;
pero dos millones es una mentira demasiado mal intencionada. Además, en
Alemania seguro que no había ni un gitano. Pero la periodista Dujovne escribió
también de la matanza de muchos homosexuales que, para los estudiantes de
entonces, era difícil saber quién era homosexual porque la sociedad lo repudiaba y
quizás linchaban, y considerábamos que los únicos probables gay eran los nazis que,
por cuidarse del incurable sífilis, quizas vivían en pareja como los soldados romanos.
Lo que yo puedo testimoniar es que si los nazis hubieran tenido un macabro interés
en buscar, transportar y matar gitanos para no aburrirse, lo más fácil hubiera sido
llevar a los gitanos que deleitaban a los pasajeros ferroviarios hasta el final de la
guerra, con las hermosas rapsodias húngaras ejecutadas por sus virtuosos violines.
Para el que no conoce la historia y la verdad, todo da lo mismo. Pero yo me
pregunto por
161

qué se desfiguran cuestiones tan sensibles como son las muertes a través de la
historia. ¿Será para dejar mal parados a los alemanes? ¿Pero hasta cuándo?
Me acuerdo muy bien que en una presentación en la televisión el fiscal nacional
Luis Moreno Ocampo, quien enjuició a la junta militar argentina, entre otras cosas
no sé por qué habló del holocausto diciendo: “Se dice que los nazis mataron seis
millones de judíos, y quien sabe si no fueron diez millones”. Me quería caer de
espaldas cuando vi en el diario “La Nación” del día sábado 7 de mayo de 2005 una
gran foto del distinguido fiscal tomando café y afirmando tener el cargo más
importante del mundo como Fiscal-general de la Corte Penal Internacional. O sea,
podría enjuiciar a cualquier personaje mundial. Qué fantástico. Hay que ver quién lo
propuso y quienes lo nombraron.
Hoy nadie puede poner en duda los 6.000.000 de judíos que al final fueron
publicados en 1948 como muertos o asesinados en los campos de concentración. Por
eso hay que tener en cuenta que los judíos han conseguido que Alemania dicte una
ley para castigar con 3 años de cárcel en juicio sumarísimo al que pone esos
guarismos en duda públicamente.
Según la prensa, en el Parlamento europeo se ha presentado un proyecto en ese
sentido. Teniendo en cuenta la gran influencia de los diputados de esa colectividad,
aunque sean 10%, con su oratoria es fácil imponerse.

UNA PREGUNTA MUY DIFICIL

Como ya aclare de mis problemas por tener el apellido que termina SKY, como
a muchos judíos que han vivido en Polonia o han pasado por allí, después del
“POGROM” hecho por el Zar ruso al expulsarlos de sus territorios sin
documentos. Como se sabe la gran mayoría en Polonia, tiene apellido que termina
SKI.
Lamentablemente el antisemitismo (ante judaísmo es cada día mas grande). Se
los considera ser dueños del dinero, de las grandes empresas y política
internacional, en especial de ser crueles contra los palestinos.
Es conocido que yo como ingeniero, he sido un exitoso empresario en la
construcción, hablo varios idiomas por lo que cuando llegue a Argentina, y no
conocía español, podía conversar con ellos y por eso tuve muchos amigos y clientes
de esa comunidad.
Por ser un aficionado escritor y conocido golfista, tengo relación con muchas
personas de distintos niveles. No puedo evitar que a veces reciba preguntas que me
cuestan contestar, sabiendo que estudie Ingeniería en Múnich, Alemania, durante la
segunda gran guerra, y de haber visto a Hitler a un metro de distancia, (hecho un
demente; al pasar despacio frente a la Universidad Técnica de Múnich), debía saber
bien lo que sucedió allí, pero eso era muy difícil.
162

Como el lector sabrá que hay muchas y muy diferentes opiniones sobre el
Holocausto, cosa que esta bastante bien detallado en el libro, lo que yo conocí.
Quisiera referirme sobre una de las preguntas mas difícil que he recibido, algunos
dicen esta bien aceptar que hubo 6 millones de judíos ejecutados en los campo de
concentración, pero también hay por lo menos 2 millones sobrevivientes, que han
emigrado a distintas partes. Lo que quiere decir (me dicen) que en los campos hubo
mas de 8 millones de judíos y la pregunta difícil de contestar es de donde los nazis
encontraron y apresaron tantos millones , a saberse que Europa entera no estaba
ocupada por Hitler. Lo que se sabe (yo ya tenia 21 años de edad) que el 9 de
noviembre de 1938, se produjo la noche de los cristales rotos, por los fanáticos
obreros nazis, contra los elegantes negocios judíos, como venganza por el asesinato
en la embajada Alemana en Paris, dos días antes, hecho por el joven judío Herschel
Grinspan que produjo una gran incertidumbre en toda Europa de entonces, como
describí detalladamente antes.
Quiero mencionar que hubo países como mi vieja patria, Bulgaria que quedo
neutral y a pesar de la guerrilla antinazis, en la cual había ,bastantes judíos. Nuestro
rey Boris III, no permitió que ni un solo judío fuera sacado de Bulgaria. Él decía que
si se comprueba que de la guerrilla, un judío asesina a un soldado alemán (muchos
de los cuales estaban en hospitales por ser heridos, en la guerra con Rusia) el
culpable será juzgado en los tribunales de nuestro país, donde se aplicaba la pena
capital.
Pero en definitiva merced a SKY, de mi apellido, sigo recibiendo preguntas o
malas miradas, en especial en las oficinas publicas. Además dejo un problema a mis
descendientes, por el antisemitismo que se agranda bajo la alfombra. Por lo que
considero, que las autoridades judías, tengan en cuenta esa amenaza que
lamentablemente con el tiempo puede ser peor.

LA PELÍCULA: LA LISTA DE SCHINDLER

Después de escuchar tanto sobre el éxito de esa película fui a verla con sumo
interés. Quería saber qué había de verdadero y rescatable. Pero la verdad es que no
me pareció un acontecimiento tan impresionante como tantos otros que hubo en la
guerra.
El personaje parecía más un playboy que un nazi, a los que yo conocí bien y
distinguía de lejos. Mientras todo lo demás me parecía una composición de una
película que ha sido muy publicitada y asistida. Se comentaba que Spielberg había
pagado tres millones de dólares por los relatos de la esposa de Schindler.
Al propalarse por la prensa que la viuda vendría a Tucumán traída por la
colectividad israelita y que habría un acto, yo no podía faltar. Todos los temas
163

relacionados con mis amigos de esa colectividad, con los que tuve muchas rela-
ciones, me interesan sobremanera. Después que los oradores se expresaron sobre el
Holocausto y celebraron ritos religiosos de esa comunidad, todos esperábamos
ansiosamente que la Señora, seguro, iba a hacer un novelesco relato de salvación
tantas vidas inocentes. Sin embargo, me llamó la atención que la distinguida pero ya
anciana señora no quiso decir ni una sola palabra, como si la hubieran traído a la
fuerza.
Solamente murmuró algo al oído de su asistente, la que dijo: “La señora está muy
cansada y les agradece por su presencia”, y nada más. Con razón se le veía la cara de
molesta, como si la hubieran traído contra su voluntad. Con razón se corrían
rumores de que, según la señora, los relatos en la película no eran ciertos, tal como
en la realidad sucedieron.
Pero aún más me llamó la atención cuando un miembro de la delegación pi- dió a
la concurrencia que pasara y dejara lo que pudiera para ayudar a la notable señora,
que vivía en la pobreza. Eso muestra, por otra parte, que era cierto que Spielberg le
prometió tres millones de dólares para que ella confirmara y apoyara sus relatos. Sin
embargo, al parecer, después de llenarse los bolsillos con millo- nadas de dólares, se
olvidó de cumplir con su promesa. Además se deduce que los que la trajeron
también se olvidaron de recompensar su evidente molestia. Es lamentable que
aquellos trágicos acontecimientos sean explotados hábilmente por algunos para sacar
el máximo provecho monetario. La señora Schindler murió en la pobreza.
164

LA TRISTE HISTORIA Y LA GRAN INJUSTICIA

Para muchos contemporáneos, la historia del siglo XX nos resulta triste y


desgraciada; queremos sepultarla en el olvido y mirar para adelante hacia la con-
cordia, el entendimiento, la paz y la justicia entre los pueblos. Por eso es injusto
responsabilizar al pueblo alemán por algo que no cometió, y pagar con el sudor de
su frente cientos de miles de millones de dólares como indemnización por los
sucumbidos en los campos de concentración, por el “oro nazi” y luego por los
trabajos esclavos, por riquezas sustraídas, por supuestas pinturas y cuadros, etc.
Mucha gente me pregunta si eso tendrá fin alguna vez, o si seguirá hasta el
cansancio, por muchos decenios, incluso por siglos.
Debemos tener en cuenta que el pueblo que está pagando no fue nazi, que
algunos eran chicos y otros ni siquiera habían nacido ni conocieron aquel régimen.
Tienen sólo en mentes y oídos el lavado de sus cerebros y la demoledora
propaganda mundial para hacerlos creer en la culpabilidad de sus antepasados
aunque no fueran nazis, reírse de ellos, o avergonzarse, agachar la cabeza, aguantar y
pagar todo lo que se invente. Con todos los libros, películas y espectáculos hubo y
sigue un feroz lavado de cerebros, que no tiene fin.
Debe tenerse en cuenta que, mientras más se insista y se remueva esa triste y
distorsionada historia, más fácil será que surjan algunos movimientos antisemitas y no
digo en Alemania, sino en Europa y América como se está viendo. Mientras tanto me
siento afectado, porque mi apellido despierta miradas de suspicacia en cuanto mi
origen, y aún peor cuando me empiezan a preguntar si soy ruso o polaco –por no
decir judío, y no digo lo que a veces escucho a mis espaldas–, y he notado que esto,
en vez de disminuir con la activación de “la memoria activa”, más se potencia. Por lo
que tengo miedo por el futuro de mis descendientes.

EL INHUMANO HUMANISMO DE LOS ALIADOS

Si hoy el tema de los derechos humanos es tan candente, es un estandarte del


mundo occidental y de los eternos aliados, cabe una pregunta: ¿ese mundo civi-
lizado, durante la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra, acaso no existía?
¿Cómo pudieron los aliados tratar de una forma tan inhumana a todo el gran
pueblo alemán, forjador de la cultura occidental? Un pueblo que tuvo la desgracia de
caer bajo la dictadura nazi, un pueblo que no tuvo la culpa de su trágico destino, ya
que era el soberbio Hitler el culpable de todo, con o sin derecho Nunca puedo
olvidar los desgarradores relatos de entonces: luego de la inva- sión aliada, cientos
de miles de soldados regulares alemanes que se habían entregado quedaron
encerrados en campos de concentración, mal abastecidos, dejándolos perversamente
morir de hambre y pestes. Con toda seguridad, los aliados sabían que entre ellos
165

había muy pocos o nada de soldados de elite, o sea “SS nazis”. Porque éstos,
seguro lucharon hasta el fin para defenderse y no entregarse, sabiendo que serían
acribillados in situ.
Tampoco puedo olvidarme de los impactantes relatos del investigador Ni- colov,
quien refiriéndose a David Eisenhower, escribe: “Al conocer a la hija del presidente
Roosevelt, de ser un desconocido coronel, empieza un rápido ascenso hasta llegar nada menos que a
comandante general de los ejércitos aliados que invadieron Europa y Alemania. Ese “luchador por
los derechos humanos” paró a los ejércitos aliados, antes de llegar a Berlín, para satisfacer el pedido
de Stalin de que fueran “los heroicos ejércitos rojos” los que ocuparan la capital del nazismo” 31.
Esto prolongó la guerra varias semanas y no sólo las “SS” sino también los
soldados regulares, que pensaban rendirse, al llegar el momento, a los aliados
occidentales, preferían morir luchando antes que rendirse al terror del ejército
soviético. Lo mismo sucedía con los combatientes extranjeros, que lucharon a la
par de los alemanes y sacrificaron sus vidas. No era para defender la capital nazi,
sino parar el avance de los rusos, en el corazón de Europa Occidental. Eso causó la
inútil caída de cientos de miles de soldados de ambas partes, ante los ojos impávidos
de los benditos aliados occidentales.
Esos últimos días costaron severísimos estragos y depredaciones contra la
desdichada población civil, que fue tratada como un botín de guerra. Aún algo peor,
el renombrado Gral. Eisenhower dejó todo en la palabra de su amigo el general
Zukov, comandante supremo de los ejércitos soviéticos. La entrada a las zonas
aliadas en Berlín sería sencillamente por una autopista para llegar a Berlín cruzando
una amplia zona alemana ocupada por los rusos, o sea la conocida “Alemania
Democrática del Este”, sin definir un corredor expresamente delimitado. ¿Podemos
creer y tener confianza en la palabra de los soviéticos? Como es público y notorio,
más tarde los rusos cerraron la única entrada y los ejércitos aliados y toda la
población civil de sus zonas, en Berlín, debía ser abastecida por el famoso “puente
aéreo” que costó muchos miles de millones de dólares al pueblo alemán.
Cuando uno hoy conoce el escalofriante esfuerzo de miles de aviones entrando y
saliendo a Berlín y llevar hasta 5.000 toneladas de alimentos por día (muchos se
estrellaron) es de preguntarse: ¿Eso no constituyó un deliberado error estratégico
de la comandancia aliada? ¿O hubo como siempre un interés, una mano negra por
atrás de todo eso?..

31
Nicolov, Nicola M., Ibídem, págs. 164-165
166

El presidente de EE.UU. Wilson ha sido considerado como un gran humanista y


sin embargo, con sus “14 puntos” de los tratados de paz después de la Primera Gran
Guerra, calculó y preparó fríamente el camino para la devastadora Segunda Guerra
Mundial. También el reconocido humanista Roosevelt dejó la base naval de Pearl
Harbor, en Hawai, el 7/12/1941, insólitamente desprevenida ante un previsible ataque,
en un momento de gran tensión con Japón. Esto salió a la luz en todo el periodismo
americano. Algunos medios de prensa llegaron más allá al decir que se dio la orden
de que en la base queden sólo buques de carga y viejas naves de guerra de segunda
clase. Ese esperado ataque fue bien aprovechado para la Gran Guerra, en el Pacífico,
a causa de la cual millones sufrieron y murieron, pero también unos pocos se
enriquecieron fabulosamente. Todo estaba fríamente calculado por los famosos
banqueros y armamentistas.
Otro notable humanista fue Harry Truman, el mismo que mandó una bomba
atómica que destruyó Hiroshima y otra sobre Nagasaki, con lo que mató sin
misericordia a varios cientos de miles de personas de la indefensa población civil
japonesa y causó graves daños de radiación nuclear, con sus consecuencias hasta el
día de hoy.
Mientras todavía estaba en Munich, escuché en los bares comentarios de los
prisioneros del Este; la gran mayoría de ellos, después de la guerra, que querían
quedarse en Alemania y no querían regresar al “paraíso soviético”, fueron obliga- dos a
irse. Incluso, para complacer a Stalin, muchos fueron cargados en camiones del
ejército de EE.UU. y enviados a Rusia, terminando con toda seguridad con su vida,
unos fusilados y otros enviados a campos de concentración en Siberia. Muchos
pedían, con lágrimas en los ojos, no ser repatriados y algunos hasta preferían
suicidarse. Quiero recordar que, en los primeros meses de la guerra contra Rusia,
varios millones de soldados soviéticos, enemigos al régimen, se rindieron a los
alemanes.

IAKOB, UNO DE LOS SOBREVIVIENTES LLENOS DE ORO

Conocí a Iakob un día al salir para la estación de Gräfelfing. Estaba frente a una
casa cercana, en la misma vereda. Tuve la sensación de que lo había visto antes,
probablemente de ida o vuelta en el tren. Nos saludamos. Parecía aguardar a alguien.
No me resultaba difícil darme cuenta de quién podía ser al haber visto tantos como él
en los bares. En varias oportunidades nos encontramos en el tren y caminamos
juntos a nuestros respectivos domicilios. Nunca entendí por qué estando llenos de
tesoros, esos sobrevivientes seguían viviendo tan descuidados; quizás para que los
americanos los reconocieran de lejos, y en los bares les vendían de todo sin
problemas. O para inspirar lástima y que no los odiaran cuando vendían las
delikatessen solo por oro.
Una tarde que regresaba de Munich observé a una pareja caminando delante de
167

mí. Identifiqué a Iakob por la ropa vieja, la larga cabellera y los tacos gastados de sus
zapatos. Todo hacía suponer que era un pobre sobreviviente. La muchacha se detuvo
imprevistamente, le dio un beso y cruzó corriendo la calle. Hacía frío. Apuré para
alcanzarlo y felicitarlo por la compañía; era una hermosa rubia. Me respondió que
las chicas eran muy interesadas. Me invitó a visitarlo a su casa, a
20 metros de la mía. Ocupaba una habitación en un semisótano, después de un
estrecho patio. Abrió la puerta con una llave común. Su único mobiliario: una cama
turca, un ropero viejo y una pequeña mesa, sillas no había. Nos sentamos sobre la
cama y me invitó con un trozo de chocolate, el que saboreé con todo gusto. Le
confesé mi envidia por la ventaja de su condición de judío. Habían padecido mucho
pero ahora podían acudir a las barracas de los soldados norteamericanos, donde
conseguía, como ya mencioné, toda clase de mercaderías críticas a precios similares
a los de Estados Unidos.
Iakob se sintió halagado por mis felicitaciones y por mi visita a su humilde
cuarto. En medio de la charla y como en un acto de confianza, se agachó y arrastró
de debajo de su cama un cofrecito viejo y maltratado de madera. Con una
herrumbrada llavecita abrió el candado. Lo que vi al levantar la tapa me hizo
parpadear, abrí los ojos asombrado. No creía lo que estaba viendo. Iakob sonrió.
“¿Todo es tuyo, amigo?”, pregunté, entre asombrado y perplejo. “Así es”, contestó
humildemente. Hasta la mitad, el viejo cofre estaba lleno de joyas de oro de formas
y calidades diversas, piedras preciosas, etcétera. “Tu tesoro es mayor que el del legendario
Sir Francis Drake, ¿Hace mucho que lo tienes?” “No”, respondió Iakob. “¡Ojalá pronto lo
llenes!” Una vez más me convencí de que los alemanes, aunque parezcan un pueblo
frío, son gente muy sentimental que, por un poco de placer que puedan conseguir al
fumar un cigarrillo o tomar una taza de café, son capa- ces de entregar todo lo que
tienen. Aproveché la circunstancia para pedirle que me vendiera algunas de mis
piedritas para encendedores que traje de Austria, ya que yo estaba estudiando todos
los días. “Con mucho gusto”, contestó Iakob. Varias veces después viajamos por lo que
nos hicimos muy buenos amigos. Lo notable era que no sentí ninguna envidia; todo
lo que sucedía entonces se lo veía normal y corriente.
Al volver a mi frío habitáculo, me puse a pensar. Los alemanes sufrieron una dura
dictadura, una aberrante guerra, millones de muertos, destrucción total de su patria,
la derrota total, las humillaciones y el saqueo y la esclavización por los invasores. Al
final me pregunté: ¿qué les quedaba? Nada de nada!...
Entonces no me imaginaba que después debían seguir pagando lo que les
exigían los vencedores, y aguantar reproches sin fin, sin alivio.
168

LA ENTREGA DE TÍTULOS
EN DEPLORABLES CONDICIONES

La otrora solemne y pomposa ceremonia de graduación de ingenieros di-


plomados, el 22 de marzo de 1947, se llevó a cabo bajo condiciones sumamente
precarias, para no decir miserables, en una “amplia aula” que era igual a las
demás, paredes de ladrillos recuperados, sin revoque ni cielo raso, totalmente
desprovista de mobiliario; contaba solamente con una estufa eléctrica en cada
esquina. Los asistentes estábamos abrigados hasta el tope porque todavía hacía
mucho frío. Los profesores, parados en fila con el rector en el medio; atrás, los
asistentes e invitados especiales. A tres metros, al frente en fila, al mejor estilo
alemán, estábamos los veintidós egresados; lógicamente, también atrás de nosotros
nos escoltaban parientes, amigos y el público. Empezó con la entrega de los
diplomas y un apretón respectivo de manos a cargo del rector, que felicitaba a cada
egresado con un “viel glück Herr diplom Ingenieur”. “Mucha suerte señor ingeniero
diplomado.”
Este título lo obtenían quienes estudiaban en la Politécnica, que hoy es una
Universidad Técnica. Si bien existía el título de ingeniero, era de menor jerarquía ya
que el nuestro es superior.
Cuando recibió el título el segundo egresado, comenzó a deslizarse sangre por
mi nariz. Escuché mi nombre en el preciso momento en que ya corría por mi rostro.
Advertido de lo que sucedía, en lugar de adelantarme yo, como lo hacían los demás
graduados, el rector se adelantó diciéndome: “Lamento mucho, colega, pero no era una
obligación estar presente”. Con una mano recibí el preciado título enrollado, y como la otra
estaba cubierta de sangre, me impidió retribuir su gentileza. Me tuve que conformar
con una respetuosa inclinación. Además de este accidente, me sentí aún peor porque
como mi sobretodo tenía un agujero, yo lo cruzaba al revés reteniéndolo con las
manos, con el objeto de ocultarlo. Concluyó el acto con pocas palabras de
circunstancia. Mi promedio de 8,80 me colocaba en cuarto lugar entre los recién
egresados. Dimo compartió mi relativa alegría.
En casa de los Färber me aguardaba un sencillo agasajo. Conocí aquella tarde a un
teniente y un teniente coronel del ejército de los EE.UU., los dos pretendientes de
las hijas. Al haber comprobado que provenían de una distinguida familia, que sus
padres eran declarados antinazis y que sus dos preciosas hijas tanto Ellen, de 24
años, como Angélica, de 20, nunca se habían acostado con un hombre, a pesar de que
dos estudiantes vivían en su casa, contrajeron matrimonio con ellas y las llevaron a
América del Norte.
Al poco tiempo, soporté un estado depresivo debido a la situación paradójica. Con
el título en las manos, fruto de infinitos sacrificios y aun arriesgando mi vida a cada
instante, no me servía para nada. Ni para comer y vivir con dignidad, ni siquiera
para calentarme. Todo estaba derrumbado, destruido, pero para hacerlo de nuevo era
menester contar con materiales, capitales, empresas, equipos, etc., que no existían.
169

El único cambio que experimenté fue escuchar de labios de los Färber el Herr
diplom Ingenieur. El título profesional en Alemania merece altísima consideración,
tanto es así que el tratamiento profesional se extiende a las esposas. Recuerdo que a
Frau Ketty la saludaban así: “Grüssgott, Frau Doktor Farber” o sea “saludo a la señora
doctor Färber”.
Me hallaba ante una opción inevitable, tratar de emigrar lo antes posible de
Europa. Pensé en Canadá o bien en Australia pero me anoticié de que los ingleses
desconfiaban del comunismo ruso y ponían trabas a los inmigrantes de origen
eslavo. En toda Alemania, según comprobé, no funcionaba ninguna embajada, ni
siquiera un consulado. Era un pueblo totalmente incomunicado con el mundo
exterior. Como si se repitieran de nuevo los tiempos en que los otomanos, al
conquistar un país, borraban todos sus derechos nacionales. La victoria de los
aliados, sin dudas, les permitía disponer además de los vencidos, de cualquier otro
ser humano que viviera bajo su poder. El período de la guerra fue sumamente cruel,
pero el de la posguerra era humillante, desesperante. Como si el tiempo, bajo la
esclavitud, se hubiera detenido.
Para mayor contrariedad, la situación de nuestro hospedaje se complicó tanto para
Dimo como para mí. Ellen y Angelica, ya próximas a casarse, necesitaban las
habitaciones. Nos costó conseguir alojamiento en una casa que antaño fuera de la
servidumbre. No estaba dispuesto a engrosar la fila de los esclavos que removían los
escombros de la ciudad. Pero mi ilusión de trabajar como profesional en grandes
obras se esfumó. Ya tenía el título que ansiaba pero no tenía ni cigarrillos ni
piedritas. La única posibilidad viable de sobrevivir era oficiar de revendedor en la
bolsa negra por pocas monedas.
Mi salud se resentía, cada vez más, por la falta de alimentos.

ELSE, MI INESPERADA SALVADORA

No recuerdo con qué motivo pasé con nostalgia frente a la vieja “Pensión
Central”. De ella no quedaban ni los escombros; crucé vagamente la calle,
trecho que había realizado muchas veces con pánico, y me dirigí a la plazoleta del
Bunker. Allí observé a una joven señora, sentada en un banco con una nena
tomando sol. Las alemanas son afectas al sol y al aire libre, sobre todo durante la
primavera. Me senté a su lado. Conversamos sobre el drama que se vivía, así como
también sobre nuestros propios problemas. Era viuda de guerra, se llamaba Else y su
pequeña, Renate. Me contó además que su tío era dueño de un pequeño negocio de
comestibles y ella lo atendía en las mañanas. Al escuchar “almacén”, “comida”, paré
las orejas y abrí los ojos, justo lo que necesitaba más que el aire. Las ventas se
realizaban por medio de cupones. Pero “el que tiene los dedos en la miel...” dice el
proverbio... La joven viudita me pareció más bella que Ursula y que todas las chicas
bonitas del mundo. Era un ángel salvador. Vivía en Ninfen- burger Strasse 2800. Me
170

invitó a cenar en su departamento al día siguiente, re- comendándome puntualidad y


que anotara correctamente su domicilio, bastante distante del centro. Era un edificio
que por encontrarse en las afueras de Munich, estaba sólo medio destruido. “Pierda
cuidado –le respondí–, tanto su rostro como su domicilio no los olvidaré jamás.” En un
momento tan precario para mi, encontrar qué comer era un milagro.
Estuve frente a su puerta tocando el timbre, tan puntual como el chofer de un
general. Se respiraba en el ambiente un olor exquisito. Contenta por la visita, me
recibió con un cariñoso beso. Me encontré con una mesa arreglada, de buen gusto,
en el centro una botella de vino. Después de tanta hambruna, cuando degusté el
primer bocado, no pude menos que exclamar: “¡Qué sabor tan delicioso!” Noté en su
rostro una inocultable felicidad. En aquella mesa nos juntamos una viuda de
veinticuatro años, joven y agraciada, con lo suficiente para comer y un ingeniero
diplomado de veintinueve años, sin dinero ni ocupación, a punto de morirse de
hambre. No dejaba de ser para ella un buen candidato. Todos mis colegas –pensé– se
morirían de envidia si pudieran sentir este aroma y saber que brindamos con vino
espumante una felicidad eterna. La conversación fue animada y se hizo tarde, yo de
pícaro me levanté para despedirme. “No” dijo ella. “En el dormitorio hay una cama
perfumada que nos espera, no sólo esta noche, sino todas las que quieras”. Sin duda pasamos
una noche apasionada de la que nunca me olvidaré. Mi suerte no podía ser mejor. La
bella Ursula en un santiamén se me había esfumado de la mente. Mientras regresaba
a casa, al día siguiente, no se iba de mi pensamiento que en un momento tan
dramático la providencia de nuevo me lanzaba una cuerda de salvación. ¿Cómo no
agradecer al Todopoderoso?, más me convencía que soy un Bogomil.

UNA TRAGICA EXPERIENCIA CON SOLDADOS DE COLOR

Transcurría el verano de 1947. Un domingo invité a Boris, un compañero que se


había graduado mientras yo estaba en Bulgaria, a la playa de Starnbergersee, donde
Else con una amiga nos esperaban. Mientras viajábamos sentados en un
compartimiento del tren, un soldado negro nos exigió que desocupáramos los
asientos para ellos. Nos miramos asombrados ante el atropello y como no
reaccionábamos otro soldado de color se asomó y esgrimiendo una bayoneta gritó:
¡raus, raus! (“¡fuera, fuera!”); aterrorizados salimos disparados de allí. En ese
momento, pese a mi distinguido título, me sentía un ser humano de tercera
categoría, mucho menos que cualquier negro.
Me acordaba que como adolescente había leído con lágrimas en los ojos el
conocido libro “La cabaña del Tío Tom”, sobre los sufrimientos de los negros como
esclavos en EE.UU., y ahora yo era esclavo de ellos. Sin duda habrá gente de color
buena y bondadosa, pero mis recuerdos de terror no desaparecen. Al ver hoy un
negro, de inmediato, sin pensarlo, aflora frente a mí aquel desgraciado cuadro. El
negro vencedor, ¡él como amo! Llegamos a la playa deshechos. Estas injusticias y
atropellos las instauraron los “benditos” aliados, la crema de la civilización occidental
171

y defensores de los derechos humanos.


Con Boris decidimos huir de aquel enorme campo de concentración, no sólo de
Europa del Este, bajo los temibles soviets, sino también de Alemania, donde nos
sentíamos prisioneros. Quien haya leído el libro “La Hora 25” tiene una idea clara de
lo que fue ese enorme campo de concentración de los benditos aliados. La única
esperanza consistía en llegar a Francia; los refugiados la consideraban como una
puerta de salida de Europa. ¿Pero cómo cruzar la frontera?

EL VIAJE ILEGAL A FRANCIA

Desde la ceremonia de graduación habían transcurrido cinco meses. No se


vislumbraba posibilidad alguna de emigrar. Un día Boris me visitó en Gräfelfing y
resultaba extraño que lo hiciera. Como él estaba en contacto con los yugoslavos me
traía una esperanza. De boca de amigos se enteró de que podíamos cruzar la
frontera francesa, pero vestidos con uniformes de soldados de aquel país, que
habían luchado al lado de los aliados y que se desplazaban sin problemas entre
Alemania y Francia. La noticia me pareció, además de absurda, riesgosa y tanto
peor hacerlo clandestinamente, con uniformes y documentación falsos Al final me
convenció de los escasos riesgos, pues otros habían pasado antes sin
problemas.
A cambio de los uniformes completos, documentos falsos con nombres su-
puestos y fotografías auténticas, debíamos entregar una suma bastante elevada
de nuestros pobres bolsillos. El proyecto comenzó a entusiasmarme. Desde
siempre profesaba abierta simpatía hacia los franceses. Escuchaba durante la
guerra “La Voz Libre” de Francia, además de la BBC de Londres y la poderosa
radio de Moscú. Al fin de cuentas, lo nuestro tenía como único objeto la super-
vivencia, y en caso de que nos detuvieran no habría de ser tan grave como para
fusilarnos. El problema era encontrar dinero. No nos quedaba otra variante sino
vender gran parte de nuestros valiosos libros técnicos, que habíamos adquirido
durante la guerra con los cigarrillos. Los cuales en la posguerra eran difíciles de
conseguir, porque en verdad no había ni lápices, todo estaba quemado. También
resolvimos vender parte de nuestra ropa en una casa de “ocasión”. Con ello
logramos juntar el dinero exigido y a cambio recibimos la “documentación” y
los uniformes militares. Me quedé de nuevo prácticamente con lo puesto y una
valijita con un juego de ropa interior, mis enseres personales, una regla de cálculo
y algunos pocos libros especializados.
Me debía despedir de mi viejo amigo Dimo, que un año después terminó sus
estudios y con ayuda mía emigró a Brasil. El adiós a Ursula no fue doloroso, ya
que hacía un tiempo que no nos veíamos. Para celebrar la despedida no deseada
por Else fuimos a un baile e invitamos a un señor Franz y su novia Gertrude.
172

Él vivía en el mismo piso y al frente de Else. Era una rareza, por ser un hombre
bajo y con unos gruesos anteojos. Una vez sentados en el local, mi amiga salu-
dó a un tipo joven, grandote, que se parecía al comentado capitán de la SS. Le
pregunté, un tanto por curiosidad y otro por celos, de dónde lo conocía. “Era
mi novio antes de que te conociera” contestó. “¿Y por mí dejaste semejante hombre?” “Es
pura pinta, torpe y consentido”, agregó. No quedé satisfecho, aunque tampoco tenía
nada que observar.
Después de beber un par de chops de cerveza y bailar hasta cansarnos em-
prendimos a pie el regreso. Adelante caminaban, tomados del brazo, Franz y
Else, y por atrás, a cierta distancia, su novia conmigo. Cada tanto se paraban,
quizás para que pudiéramos alcanzarlos. En la poca luz nos parecía que se esta-
ban besando, por lo que no me costó convencer a Gertrude de hacer lo mismo.
Este juego de avanzar y detenerse se repitió varias veces hasta llegar a casa. No
bien entramos al departamento observé que a Else le caían las lágrimas. “¿Por
qué?”, pregunté afligido y celoso, “si ustedes hacían lo mismo que nosotros”. Llo-
rando me aseguraba que estaba totalmente equivocado y afirmaba que “mann mit
briele meine letzte viele”, o sea que “hombre con anteojos sería mi último deseo”

Establecido en la Argentina cambiamos cartas, tanto con Ursula como con Else,
quien al poco tiempo me escribió que se casaba con Franz. Lo que demues- tra que no
hay que confiar en las mujeres ni en sus juramentos. Una mañana, a mediados de
agosto, partimos con Boris a Offenburg, una ciudad alemana en Saar, cerca de la
frontera con Francia. Else no podía resignarse a perderme y me suplicó dejarla viajar
más tarde, al salir de su trabajo, para estar juntos por última vez, antes de abandonar
Alemania.

¡LA INCREÍBLE DISCRIMINACIÓN FRANCESA!

Se comentaba que los franceses son muy chauvinistas y discriminadores pero yo


no podía creerlo, por la admiración que les tenía. No podía suponer que te- nían
tranvías para alemanes y extranjeros y otros sólo para ellos. No entraba en mi cabeza
que los franceses practicaran esa barbarie.
Al bajar del tren nos encontrábamos en la zona Saar Brücken poblada en su
mayoría por alemanes pero usurpada por Francia. Debíamos tomar un tranvía para
llegar al hotelucho que nos recomendaron. Al ver que se acercaba un coche nuevo y
me alisté a subir. “¿No ves que el letrero dice ´pour français´?”, me dijo Boris. “Vamos”, le
dije, “yo hablo bien francés.”
Al parar el tranvía subí rápidamente, a pesar de la protesta de mi compañero. El
controlador, al escuchar nuestra voz y darse cuenta de que éramos extranje- ros me
gritó “afuera”. “Pardon, Monsieur”, le dije, “nosotros no somos alemanes, somos búlgaros”.
“Fuera”, repitió el enardecido francés, como si tuviera la intención de lanzarme un
173

puntapié. Di un paso atrás, pero como el tranvía arrancaba, perdí el equilibrio y caí
al suelo con la valija encima de mí. Con los golpes que recibí quedé aturdido,
avergonzado e indignado. “Te advertí”, me recriminó Boris. “¿Acaso no sabías que tus
entrañables amigos franceses son grandes chauvinistas? Yo los conocí bien. No puedes compararlos con
la amabilidad alemana y con su trato humano. Ya tendrás tiempo para conocerlos.” ¿Dónde
estaban sus principios de “liberté, egalité et fraternité” con los que engañaron al mundo
hasta el día de hoy? Pero era evidente que, para un francés, todo aquel que no es
francés era un “sale étranger” (extranjero sucio). En mi cabeza daba vuelta la pregunta:
¿Cómo hubieran sido los franceses si les hubieran sucedido las injusticias que le
tocaron a Alemania y con un Hitler fran- cés? Toda Europa se habría derretido.
Al rato se acercaba un viejo y destartalado tranvía que arriba rezaba: Pour
étrangers. “Este es para los alemanes y para nosotros, cabeza dura”, exclamó Boris. Enton- ces
me di cuenta que los franceses discriminaban a todos los extranjeros.
Al llegar al hotel tomamos dos habitaciones, dejamos nuestro equipaje y sa-
limos para ir a caminar a la estación y comprar pasajes hasta Strasburg, ciudad
alemana que fue arrebatada después de la Primera Guerra Mundial y en la que hoy
se encuentra la sede del Parlamento de la Unión Europea. Mientras tanto Else había
llegado con los ricos pasteles. Sin embargo, Boris no quería por nada del mundo que
la muchacha nos viera con los ilegales uniformes.
Me costó derramar muchos mimos hasta que la convencí de que volviera a
Munich antes del anochecer. Después de una apasionada despedida de amor, que
tampoco olvidaré, con lágrimas en los ojos, mi última amante alemana tomó el tren
de regreso.
Aquella tarde iniciamos los preparativos para el riesgoso viaje. Vestimos los
viejos uniformes, nos pusimos las botas y las gorras, preparados para asumir el rol
de soldados disciplinados y efectuar las venias que fueran necesarias ante cualquier
oficial que apareciera. Por suerte no vimos ninguno. El tren estaba casi vacío y nos
sentamos en un compartimiento, aparentando suma tranquilidad. Aunque éramos
poco creyentes, rezamos fervientemente por el éxito. El tren arrancó despacio, pero
poco a poco comenzó a volar sobre las vías. Escuchamos al fin la temida pero
necesaria palabra “¡Pasaporte!” en los labios del inspector, quien miró con
detenimiento nuestras cédulas militares; el silencio se volvió eterno. Cuando
pronunció “Bon” empezamos nuevamente a respirar.
A partir de allí, y conforme con las instrucciones recibidas, el siguiente paso se
limitaba a lanzar los uniformes por la ventanilla junto con la documentación
falsificada. El plan marchaba a la perfección. En Estrasburgo, mientras Boris
cuidaba los asientos y el equipaje, fui con urgencia a adquirir los boletos a París.
Después de la hazaña merecíamos un descanso.
La verdadera incógnita era París, y con no poca ansiedad esperábamos
descubrirla. Al llegar nos refugiamos en un pequeño hotel de mala muerte, que no
olvidaré nunca, en el 315 de la Rue de Belleville. Teníamos además en cuenta una
advertencia: que evitáramos ser identificados por la policía en las calles antes de
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presentarnos voluntariamente a las autoridades de inmigración como exiliados.


Contaba con suficiente tiempo para repetir la versión que tenía preparada. Relaté al
sargento que nos atendió, que cruzamos la frontera arrastrándonos en la oscuridad, a
fin de no ser descubiertos y que desde Strasburg en tren llegamos a París. A fin de
comprobar mi testimonio exhibí los pasajes. Me invadía la ansiedad de explicar que en
el cruce de la frontera habíamos perdido la documentación, como nos habían instruido.
Era evidente que los testaferros estudiaban hasta el último detalle. Nos quedaban por
suerte los diplomas de ingenieros. “¿De modo que carecen de pasaportes y cédulas de
identidad?”, preguntó. “Así es, sargento.” Nos condujo ante su superior que escuchó de
mi boca exactamente el mismo cuento.
Después nos encerraron en una habitación hasta la tarde. Estábamos cansados de
esperar, Boris preguntaba impaciente si estábamos detenidos. “Puede que sí, puede que
no”, le respondí ambiguamente. “Pero si así fuera, tendríamos asegurada la comida, lo que
para nosotros es decisivo en estos momentos.” Boris no podía disimular el malhumor que le
provocaba mi tranquilidad.
Cinco horas debimos aguardar en aquella oficina hasta que la policía termi-
nó los trámites con los que quedamos en libertad. En París no racionaban los
alimentos, pero sus costos eran inalcanzables para nosotros. Comíamos “pan
flauta”, que además de su rico sabor, nos resultaba gracioso por su forma y su
nombre. Agregábamos a ese “menú”, algunas veces, una botella de vino tinto
cuyo precio era accesible. Con cada bocado bebíamos un sorbo. La botella nos
alcanzaba para dos días.
Unos meses tuvimos que andar con los documentos provisorios, hasta que
finalmente nos entregaron los preciados documentos “Titre D’Identité et de Voyage
Nº H.K. 95.386 del 14/11/1947”. Era gracioso, una cartulina doblada como fuelle
en diez paños con doble carilla. Merecía, muy a nuestro pesar, que exclamara una
vez más: “Vive la France”, que tanto les gusta a los franceses. En Alemania, tan
culpada de xenofobia, no existía una expresión similar.
Liberados de preocupación y con los papeles en nuestras manos pasamos
frente a la Embajada de Bolivia y sin perder tiempo pedimos hablar con el em-
bajador, quien nos atendió con mucha amabilidad. Aseguró que su país poseía
mucho futuro para la explotación de sus preciosos minerales. Nos parecieron
extraños y sumamente exóticos los nombres de algunas de sus ciudades: Oru-
ro, Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra o su gran lago Titicaca. Sin demora
llenamos los formularios para las visas para emigrar a su país. Igual diligencia
cumplimos ante las embajadas de Venezuela y Argentina. Por culpa del apetitoso
roast-beef paladeado en Viena que llevaba adherido la etiqueta “made in Argentina”
me sentía atraído más por este país, a pesar de que Boris prefería Venezuela. Nos
advirtieron que los trámites serían lentos. En consecuencia, diligenciamos las
tres visas optativas para viajar al nuevo continente.
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LA ESPANTOSA HAMBRE EN PARÍS.


(LA CONTRAPRODUCENTE LIBERACIÓN)

Debíamos procurar una ocupación, de inmediato, fuera cual fuese, para poder comer y
pagar el alquiler de una habitación en el mísero hospedaje del suburbio parisino. La
situación de la alimentación, de seria se transformó en gravísima. Recuerdo que al
salir de Munich me vi obligado a cambiar en la campiña de Baviera mi nuevo y
abrigado chaleco de cuero de cordero por medio kilo de tocino ahumado. Nos
duró más de diez días. Lo trozamos en fetas delgadas que lamíamos comiendo pan,
con el objeto de que duraran eternamente. Éramos más pobres que las ratas.
De tanto trajinar las calles en busca de cualquier trabajo, llamó mi atención
una placa: “Arq. David Davidoff ”. Al observar la placa se me ocurrió que tanto
el nombre como el apellido del arquitecto debían pertenecer a un hombre hebreo
emigrado de Bulgaria, y no me equivocaba. En cuanto abrió la puerta le pregunté
si hablaba búlgaro. Claro que sí, dijo, entre sorprendido y risueño. Le relaté mis
contratiempos y respondió que en Francia, sin libreta de trabajo, no consegui-
ríamos ocupación y sin trabajo, no podríamos conseguir libreta. O sea, el cuento
tramposo de nunca acabar. La prohibición era rígida; es una táctica dictatorial
muy usada por los comunistas. El arquitecto prometió entregarme los cálculos
de hormigón de una vivienda para la próxima semana. Por esa tarea cobré poco,
pero era al menos algo y gané un amigo.
Buscábamos por todas partes compatriotas para que nos arrimaran algunos
francos y también ropa, pues llegaba el invierno. Tiritábamos todo el tiempo por
la falta de los abrigos que vendimos en Munich. Nos habíamos convertido en
unos simples mendigos, nada menos que dos Diplom Ingenieurs en mi querida
Francia. Los ojos se desprendían de nuestras órbitas cada vez que parábamos
la marcha ante vidrieras que exhibían productos destinados al paladar, muchos
de los cuales no recordaba haberlos visto jamás. Una tarde Boris, que manejaba
nuestro escaso dinero, se detuvo frente a un frutero ambulante y sacó la bille-
tera. “¿Te has vuelto loco, gastar el dinero en eso?” Desde luego, compró una banana y
comimos con pan la mitad cada uno; con eso bastaba para la cena.
Mi compañero esperaba que un francés le diera trabajo clandestino, sin libre-
ta, en un taller donde reparaban motores eléctricos. En tal caso, debía hacerlo
fuera del horario habitual, para evitar que se enterara el resto del personal. Pero
la promesa se demoraba. Al volver a verlo de nuevo el hombre se declaró preocu-
pado porque su mujer, “pobrecita”, no tenía quién le hiciera compañía. Cosa de
franceses, sin duda. Cuando Boris la conoció me previno: “Con esa vieja no...”
Nos contaron que durante la ocupación de Francia había orden, no faltaba
trabajo y la economía era floreciente porque lo que más necesitaban los nazis era
la producción de alimentos. Sin embargo, al ser liberada, la muy activa “Resisten-
cia francesa” tomó de inmediato el gobierno. Pero como en sus filas abundaban
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los marxistas, la iniciativa privada, por temor a un giro al comunismo, se había


resentido al máximo. En consecuencia, si bien Francia había recuperado la liber-
tad, carecía de fuentes de trabajo, con el creciente descontento de la población.
“La France est mort”, solía escuchar en las calles junto a otros epítetos irreproducibles.
Cuando se enteraba la gente de que veníamos de Alemania expresaba que en Francia
faltaba disciplina, orden, anhelaban que viniera un “Hitlér”, cómicamente ponían el
acento en la “e”. Al oír semejantes barbaridades no sabía decididamente qué pensar.
Resultaba evidente que la democracia sin disciplina y moral no sirve al pueblo, sino
sólo a los gobernantes. Al dormir con la imaginación alerta bus- cando un
salvavidas, Iakob, mi ocasional amigo de Gräfelfing, quizás hubiera sido la clave.
Pensaba en su ingenuidad y en la confianza que había depositado en mí. ¿Por qué no le
había pedido prestadas algunas joyas? Tarde o temprano, aquí o en cualquier lugar del
mundo, conseguiría trabajo y saldaría mi deuda.
En caso de una negativa, pensaba que me hubiese sido fácil penetrar en su
habitación con la endeble cerradura. Mi imaginación volaba, no podía dormir, daba
vueltas en la cama. La morbosidad no me abandonaba recordando que la puerta de
la calle no tenía llave y la que sacó para abrir su cuarto era de las viejas y comunes.
Hasta el día de hoy no comprendo cómo en aquella extrema necesidad que pasé
en Munich no se me ocurrió ni siquiera ensuciar mis pensamientos con algo parecido.
Eso se debía, ineludiblemente, al hecho de que era impensable, para un profesional de
entonces, cometer un hecho de esta naturaleza y mucho más con los característicos
principios éticos de los alemanes que había adquirido; habría preferido morir de
hambre antes de robar lo ajeno Muy por el contrario el secreto de Iakob, tan de buena
fe que era sagrado, no lo confié a nadie, ni a Dimo y me- nos a Boris, por temer que
me incitaran al robo o que lo hicieran ellos mismos.
Bailösov, que era un arquitecto búlgaro que se había recibido y vivía en París, con
quien nos hicimos amigos, nos llevaba a conocer la Ciudad Luz. Alto, rubio, elegante,
se jactaba de vivir más a costa de las mujeres que de su trabajo. A veces nos invitaba
con unas salchichas que devorábamos como desesperados. Igual que otros
desocupados vagábamos con Boris por los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo, los
jardines de las Tullerías, la Torre Eiffel y los museos donde la en- trada era gratuita.
Felizmente, el dueño del taller mecánico le dio trabajo a Boris y aunque el pago era
miserable pero al menos alcanzaba para pagar la pensión, además de recibir algo de
comida de lo que sobraba de los obreros.
El hambre que yo soportaba era espantosa. En mi organismo se notaban los signos
de la desnutrición. Carecía de defensas orgánicas y a menudo me apare- cían granos
purulentos en la piel, que hacía tratar en un hospital. Uno de ellos se posesionó de mi
nuca y el dolor me impedía descansar. La enfermera lo limpió y quiso curarlo con un
lápiz de nitrato de plata; de inmediato percibí la quemazón de la piel. El dolor me
provocó mareo y antes de caer al suelo me tomé de ella y ambos nos tumbamos
sobre el piso. Todavía conservo el agujero de la cicatriz en la nuca.
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Tenía la dirección de un compatriota que poseía un negocio de productos


lácteos; pasé por allí, me regaló un trozo de queso que saboreamos durante va- rios
días. Hacía frío y cuando advirtió que tiritaba me regaló un viejo sobretodo. Bailösov
había estudiado en París y conservaba relaciones. Me llevó ante un cura polaco. El
sacerdote escribió una esquela dirigida al comedor de ex soldados polacos ya
desmovilizados que aún permanecían en París, sin querer regresar a su país, que
estaba bajo el comunismo. Estaban convertidos en unos parias, igual que yo. El
encargado del comedor sólo podía ofrecerme un plato de comida, al mediodía, de
lunes a viernes. “Será suficiente para no morirme de hambre”, le contesté. El trayecto hasta
el comedor en el suburbio era alejado. Por suerte el Arq. Da- vidoff me dio de
nuevo un trabajito con lo cual abonaba el transporte. Aunque en un tiempo había
sido ferviente cristiano ortodoxo, si a consecuencia de aquel trágico padecimiento
debía cambiar de credo, lo hubiera hecho sin pensar dos veces. Como un mendigo,
le pedía al cocinero, los días viernes, que pusiera en un tarro algo de comida y la
llevaba conmigo en el subte hasta la casa.
Hacia fines de 1947, ni la ONU ni el gobierno polaco deseaban mantener
abierto el comedor, porque tanto los nuevos gobernantes filomarxistas franceses
como el gobierno marxista de Polonia querían que esos ex soldados, acosados
por el hambre, regresaran a su país. Con la clausura de ese comedor comenzó
nuevamente mi drama. París estaba paralizada y las huelgas hacían estragos. El
Metro y el transporte público no funcionaban, y en camiones del ejército trasla-
daban a la gente. Si bien era gratuito, por imperio del frío los apretujones resul-
taban horrorosos. En la lucha por subir a los camiones no había diferencia entre
hombres y mujeres. De esa desesperada población escuché, más de una vez, que
era mejor la ocupación. ¡Qué ironía del destino!

FUI UN “GRASIENTO” OBRERO EN LA FÁBRICA CITROËN

En forma casual conocí a otro sacerdote, también católico, que era croata. Los
croatas son buenos amigos de los búlgaros, pues su país no limita con el nuestro
sino al lado opuesto, con los serbios, que fueron siempre belicosos. Le encarecí me
buscase trabajo, antes que abatido por el hambre entregara mi pobre alma a Dios. A
su pedido me tomaron como obrero extranumerario en la fábrica Citroën. Cumplía
mi tarea con un antiguo obrero en calidad de ayudante; jun- taba los bulones que
producían unas máquinas grasientas en pesadas bandejas metálicas. Debía llevarlas
sobre un mesón. Hacía el recuento, los colocaba en bolsas y colocaba tarjetas con
sus datos. Las cargaba sobre mis hombros y las apilaba en un depósito. Cada día las
máquinas arrojaban miles y miles de bulones y las bandejas me tenían agobiado. La
suciedad de la grasa cubría mi cara, mis manos: parecía un carbonero. El sueldo no
era gran cosa, pero el hecho de comer al mediodía en la fábrica me mantenía de pie.
178

Era el último entre otros miles de obreros de la fábrica sin derecho alguno. Mi título
no servía para nada, al contrario, me daba vergüenza confesarlo.
Lo paradójico era que eso sucedía en mi otrora admirada Francia. Asistí
varias veces a los meetings del general Charles de Gaulle, que hostigaba al nuevo
gobierno de posguerra copado por los activistas de la “Resistencia” contra la
ocupación nazi, en su mayoría marxistas, como ya mencioné. El general, al regresar
a Francia con las tropas aliadas, creía que lo recibirían como héroe y le correspondía
asumir el gobierno de Francia. Sin embargo, encontró que éstos habían tomado el
poder y ocupado los puestos clave de la administración. Nadie invertía, lo que
achicaba las fuentes de trabajo y las empresas funcionaban a media máquina.
Algunas de ellas, acusadas de colaborar con los nazis, fueron nacionalizadas o
confiscadas. Entonces entendí por qué mucha gente afirmaba haber estado mejor
bajo la ocupación alemana.
La ayuda económica norteamericana, a través del Plan Marshall, produjo mi-
lagros en las naciones derrotadas en la guerra, como Alemania y Japón; en Fran-
cia no alcanzó sus objetivos. El aparato estatal francés consumió los fondos y la
corrupción clavó sus garras en las arcas del Estado y dilapidó el dinero fresco.
La desocupación, la inseguridad y delincuencia aumentaban en tal medida,
que en las calles de París era peligroso aventurarse a caminar de noche. Algo muy
raro para entonces, ya que en la ocupación alemana tuvieron plena seguridad.

LAS TAN AÑORADAS VISAS

Llegaron finalmente las visas para emigrar a Bolivia y Venezuela, pero demoraban
las de la República Argentina; sin embargo el escollo insalvable para nosotros no eran
tanto las visas, sino los recursos para viajar. Las Naciones Unidas a través del I.R.O.
(International Refugee Organization), subvencionado por los Estados Unidos, que se
enriquecieron con la guerra, transportaba sin cargo a los refugia- dos hacia los países
del Nuevo Mundo, donde eran admitidos. Nuestra situación no se encuadraba en sus
estatutos, no estábamos catalogados como tales, por lo tanto, para conseguirlo hubo
que derramar lágrimas. Después de pedir y rogar día tras día, al final, en enero de
1948, conseguimos orden para dos pasajes en un barco viejo. Nuestras alegrías se
congelaron cuando advertimos que sin coimas no conseguiríamos lugar.
Convenimos con Boris en que cada uno buscaría por su cuenta lo que necesitaba Mi
pensamiento estaba fijo en el viejo caballero, el Arq. Davidoff. Quizás se apiadara
de mí. Siempre pensé que se trataba de un hombre bueno y, por lo demás, las veces
en que trabajé para él, cuando tratábamos los honorarios le respondía: “Arquitecto,
pague lo que supone que es justo”. Este comportamiento me había granjeado su simpatía.
Sin perder tiempo lo fui a buscar. Planteé mi dilema y la esperanza depositada en él.
“Bien”, dijo. “¿Cuánto necesita?” “Doscientos francos nuevos”, respondí. Luego de un corto
179

silencio que duró una eternidad y mirando el suelo respondió: “Bon”. Esta palabra,
en esa circunstancia tan extrema, sonó como si viniera de mi propio padre.
Al día siguiente me entregó un sobre con el dinero. Me despedí de él emo-
cionado y agradecido. Le había prometido que el primer dinero que ganara sería para
devolver el préstamo. Regresé, muy contento, al ver que Boris también tenía ya
reunida su parte.

BUENA COMIDA, PERO... AMENAZADO DE MUERTE

El encargado de Navivie France nos entregó los pasajes para un camarote doble
con destino a la República Argentina con la comida incluida. Otra mano de Dios,
que siempre me ponía a prueba pero también me salvaba cuando estaba a punto de
sucumbir. Tres días después, el 28 de enero de 1948, nos trasladaron al puerto de
Bordeau y de inmediato abordamos el “transatlántico”; un viejo barco de transporte
de tropas de guerra, adaptado ahora por el griego Onassis, según se decía, para
viajes de pasajeros. Zarpamos antes del anochecer, afuera hacía mucho frío pero
había buena calefacción dentro de la nave. Buena, además, la comida. En la cena
nos invitaron a brindar por un feliz viaje. Nuestra vida había cambiado del día a la
noche. La atención en el barco para dos pobres como nosotros, era una maravilla.
Con el cansancio acumulado nos zambullimos en un placentero sueño.
Me desperté al amanecer asustado. Por primera vez viajaba en un artefacto
flotante. El viento y las altísimas olas zamarreaban el barco como si fuera una
cáscara de nuez, empecé a sentir malestar. Me parecía que con esa embarcación
podíamos naufragar en cualquier momento. Boris, que tenía experiencia, re-
comendó que llevara conmigo un limón para combatir los mareos. Así lo hice pero
no fue suficiente, mi estómago se convulsionó y me atacó una catarata de vómitos
interminable. Mi amigo se burlaba indignándose conmigo:
“Me produce asco verte”. Sin embargo, al anochecer él también debió sujetarse a las
barandas del barco expulsando de su estómago más de lo que había comido Me
mortificaba degustar la excelente comida que se servía y que a causa de mi malestar no
podía siquiera probar. Sufrir hambre es una tortura, pero ignoraba que los vómitos
eran peor. Pensaba que mi destino era morir en alta mar. Me parecía que Dios se
había cansado de socorrerme y se quería desligar de mí. Por fortuna, al acercarnos al
Ecuador, el mar se fue tranquilizando hasta convertirse en un espejo. Paulatinamente
pasó el malestar y empezamos a saborear la exquisita comida francesa. En mi
tiempo libre procuré estudiar el español ya que, salvo algunas frases como “Mucho
gusto” y “Tengo hambre”, mi sabiduría lingüística castellana, la lengua que hablarían mis
descendientes, era nula.
Habíamos trabado amistad con dos ingenieros, uno ruso y el otro ucraniano, que
eran prisioneros de guerra en Alemania y ahora huían del régimen comunista. Con
ellos hablábamos todo el tiempo en ruso. En aquel viaje, aprendí mucho más sobre el
180

comunismo de lo que ya sabía.

LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE
EL PODER GENERA DINERO Y RIQUEZA

Me parece importante comentar más detalles sobre esa ideología. Como


entusiasta marxista en el secundario, y luego acérrimo anticomunista, conocí en
carne propia ese veneno para la desprevenida e idealista juventud. Además conocí
bien sus métodos, sus mentiras y crueldades. Me gustó mucho el libro “The world
conspiracy”, del estadounidense de origen búlgaro Nicola M. Nicolov. Está basado en
recopilaciones de libros, durante diez años, de decenas de autores internacionales y
registrado en el Congreso de EE.UU. con el N° 90-91468; está traducido a varios
idiomas, incluso al búlgaro.
“Mucho se decía antes que el comunismo y el capitalismo se comunicaban por la puerta trasera. Los
ingenuos consideraban puro invento que el comunismo fuera una perversa creación del capitalismo.
Pero era la pura verdad, no hay ninguna duda. Todo empezó cuando en 1883 los rusos descubren
los inmensos yacimientos petrolíferos en “Baku”, sobre el Mar Caspio, y rápido comienzan la
explotación de esa riqueza. Un poco antes, en 1878, el Sr. Rockefeller, el hábil magnate (de origen
judío), tenía la compañía “Standard Oil” y controlaba el 90% de las refinerías norteamericanas,
con ambición de tener el control mundial. Sin embargo encuentra serias competencias rusas, que en
1888 estaban apoderándose del comercio mundial. Mientras la producción de petróleo en EE.UU.,
en 1860, era de 700.000 toneladas anuales, los rusos alcanzaban solamente 1.300 tn. Sin embargo,
en 1901 la producción se eleva a diez millones y doce millones respectivamente. Con eso, Rusia
empezó a industrializarse rápidamente, con un mejoramiento de la clase media. Eso no le gustó nada
ni a Rockefeller ni a los demás magnates banqueros, como la famosa dinastía Rothschild, oriunda del
gueto de Frankfurt-Alemania. La otra causa es que el partido Social Demócrata de los obreros
rusos, se transforma en Partido Comunista bajo el lideraz go de Lenín y Trotzky”. Muchos
confunden Karl Marx con la revolución comunista en Rusia. Marx quería el
derrumbe del capitalismo pero lo que menos pensaba era que primero se produciría
en Rusia, un país todavía agrícola. Simplemente los intelectuales revolucionarios y
los capitalistas se unie- ron explotando el marxismo para destruir una Rusia moderna
y aprovechar que la mayoría de los intelectuales marxistas eran de origen hebreo, y
poder saquear a los pueblos subyugados.
Como prosigue Nikolov, “Algunos banqueros de Nueva York y Londres le conceden
una importante donación a los bolcheviques. Por el otro lado, los banqueros Morgan y otros le
dan un empréstito a Japón, de treinta millones de dólares (mucho dinero para entonces) para
que ataquen Rusia por el este y faciliten una revolución, que empezó el 1º de mayo de 1905,
pero no encontró eco en la clase obrera y fracasó. Con eso Lenin se tuvo que fugar a Suiza,
181

Trotzky a EE.UU., Stalin a Siberia. Por el importante servicio del préstamo Japón condecora
al banquero Kenan con la “Orden Militar de Oro” y el “Santuario del Tesoro...” 32
En la Primera Guerra Mundial Rusia atacó a Alemania pero pronto entró en
una fase crítica y eso provocó un gran descontento en la población: el zar se vio
obligado a abdicar el día 15 de marzo de 1917. El socialista Kerensky formó un
gobierno provisorio y dio amplia amnistía. Seguro creyó, como muchas veces
sucede, que al ser más liberal se puede descomprimir la presión revolucionaria.
Con eso Lenin, Trotzky y Stalin volvieron a Rusia. El primero dejó Suiza y con
un acorazado tren alemán y con 32 colaboradores cruzó la línea de fuego germa-
na escoltado por soldados alemanes. Además le entregaron una buena suma de
dinero con la esperanza de que él ganara la revolución y firmara un armisticio.
Lenin gastó rápidamente los marcos alemanes y solicitó urgente préstamo
al presidente Wilson, el que de inmediato le envió veinte millones de dólares
del fondo especial para la guerra. Mucho dinero de entonces de dollar-oro. Ese
préstamo a Lenin está inscripto en el Congreso bajo el N° H.J.8714.U5 con la
aclaración de dónde provinieron los fondos33. En noviembre de 1917 triunfó la
revolución bolchevique. Poco tiempo después se propala que toda la familia real
había sido fusilada en Ekaterinenburgo. Así no quedaba nadie que podía recla-
mar la inmensa fortuna del zar en los bancos franceses.
Según el libro documental “The world conspiracy”, la persona mejor informada
de los acontecimientos antes, durante y después de la revolución bolchevique es
el corresponsal del “Times” Robert Wilton, quien vivió y estudió en Rusia. En

32
Nicolov, Nicola M., “La conspiración mundial” - el original en inglés, registrado en EE.UU.,
bajo el Nº 90- 91468. Printed in USA-TOP5 10170 S.W.Nimbus - Oirtland, O.R. 97223- 2
33
Ibídem, pág. 193
su libro “Los últimos días de la dinastía de los Romanov”, editado en francés, Wilton
describe la nómina de los 12 hombres que han gobernado Rusia en 1918, en las
páginas 136, 137 y 138.
Ellos son Bronstein ( Trotzky), Aptelbaum (Sinoviev), Luri ( Larin), Uritzki, Volodarski,
Rosenfeld ( Kamenev), Smidovich, Sverdlov ( Iankel), Nakjamkes (Steklov), en total nueve de origen
judío, algunos con nombres cambiados y los tres restantes, Ulianov ( Lenin), Kirilenko y
Lunacharski, de origen ruso. El Comité Central Ejecutivo estaba compuesto por 61 miembros de los
cuales 5 eran rusos, 6 lituanos, 1 alemán, 2 armenios, 1 checo, 2 de Grusia, 1 karaim, 1 de Ucrania,
y los 42 restantes miembros de origen hebreo” 34. Hay varias listas mas extensas para los
distintos y amplios organismos centrales, incluso para el politburö, pero para no
abrumar al lector no las mencionaré.
Eso significa la gran capacidad de avanzada y viveza de esos formidables
intelectuales Revolucionarios, sabiendo de antemano que un régimen totalitario les
aseguraría mientras viven a ellos y sus descendientes un gran poder político, un
suntuoso bienestar, considerándose verdaderos dueños de un país y sus riquezas,
182

usando suntuosos automóviles, lindas secretarias pagadas por el Estado que podían
cambiar cuando quisieran, suntuosas residencias de la vieja oligarquía, y elegantes
restaurantes bien custodiados en lugares privilegiados, etc. Además tenían la
posibilidad de amasar fortunas sin arriesgar ni un solo cobre, haciendo negociados
con los banqueros. Hace medio siglo yo no entendía cómo se realizaban esos
procederes. Pero con tantos viajes al bloque soviético y mi vieja patria tratando de
cerca con mis viejos “camaradas”, despejé todas mis dudas sobre cómo se puede
amasar grandes fortunas sin dejar rastros, haciendo negociados con los banqueros,
explotando al máximo a la clase obrera presentándose como sus fieles defensores
contra la explotación capitalista. Una perversa falsedad.

PARALELO ENTRE EL COMUNISMO Y EL NAZISMO


HITLER Y STALIN: SIMILITUD Y DIFERENCIA

La historia del mundo fue testigo de innumerables ejemplos de despotismo,


crueldad y derramamiento de sangre. Motivaciones no faltaron: disputas territo-
riales, religiosas e ideológicas fueron las de mayor expresión de la vigésima cen-
turia. Aún hoy, al escribir este libro, no consigo olvidar aquellas crueles vivencias y
recuerdos, ya que conocí no sólo por fuera sino también por dentro esos dos
despóticos regímenes. Hace un siglo, una ideología impetuosa conquistó el idealismo
de los obreros, estudiantes e intelectuales como si fuera una verdad única e
irrecusable. Me refiero a Karl Marx, Engels y Trotzky, incluyendo a muchos de sus
compatriotas intelectuales de alto nivel. La teoría de Marx era en definitiva resaltar
que de no existir ricos en el mundo, no habría pobres que fueran explotados.
Paradójicamente, en los países ensangrentados por las revoluciones marxistas, al
aniquilarse los ricos, todos quedaron más pobres que antes. Marx murió sin enterarse
del éxito, pero también del estrepitoso fracaso de su doctrina.
Tampoco sobrevino el colapso del capitalismo que tanto predicaba ni tuvo lugar
el vaticinio de Lenin que decía: “El capitalismo nos facilitará la cuerda para
ahorcarlo”. También instigaba a los obreros para destruir todo. Nada, decía él, que
esté en pie es de los proletarios. Hay que destruirlo para construirlo después, para que
sea de la clase obrera. Lo que provocó el fanatismo y el resentimiento de una
implacable y sangrienta revolución bolchevique. Al terminar la revolución nadie tenía
nada y murieron muchos millones de hambre y enfermedades, pero los jerarcas
quedaron con su poder.
34 Wilton, Robert. Los últimos días de la dinastía de los Romanov. Editorial Trotón Butterworth,
1925
El gran capitalismo le ayudó a instaurar el marxismo destruyendo el imperio del
zar aprovechando por décadas el trabajo y el sudor de la clase obrera, y al final lo
estranguló y derrumbó porque no lo necesitaba más. Para la reconstrucción había
necesitado de enormes préstamos y jugosos retornos y no por los intereses, sino por
un buen porcentaje sobre las ventas brutas de la producción, ya que era fácil
183

sobornar a los altos funcionarios soviéticos y hacerlos socios necesarios para la


explotación. También estaba previsto que tarde o temprano el comunismo se
derrumbaría y que sería necesario privatizar..., que fue previsto como otro fabuloso
negocio.
Mientras tanto el capitalismo se renovó, fortaleció y demostró ser más eficaz y
próspero. El artífice de la revolución bolchevique fue Lenin, seudónimo adoptado en
Munich, Alemania, a fin de eludir la persecución. Su nombre verdadero: Wladimir
Ilich Ulianov.
Revolucionario incansable y obcecado que se pasaba los días y noches com-
poniendo slogans, incitando a la destrucción, incendio y asesinatos.
“Hay que girar la carreta de la historia bruscamente para derrumbar la monarquía y el
Estado”, y es lo que indudablemente consiguió. Se comentaba que Lenín arengaba a los
rudos e ignorantes “Mujik”, que al terminar la revolución y destruir el viejo y podrido
sistema todo sería del Estado, o sea del pueblo, incluso las mujeres serían
nacionalizadas y de uso para todos.
En ese crucial momento apareció desde las sombras un singular personaje llamado
Adolf Hitler. Curiosamente, el partido de Hitler, el Nazional Sozialistische Deutsche
Arbeits Partei, N.S.D.A.P. (Partido Obrero Nazional Sociallista Alemán) está
compuesto de cinco palabras como el partido leninista, P.O.S.D.R. (o sea Partido
Obrero Social Demócrata Ruso), salvo que uno se denominaba social- demócrata y
el otro, nacionalsocialista.
Hitler era el fundador e indiscutido Führer (líder), mientras Lenin desarrolló la
doctrina de Karl Marx, hasta caer enfermo y posibilitar que Stalin se impusiera en el
poder y lo ejerciera con toda crueldad hasta su muerte. El nazismo se basaba en la
propiedad privada; quería reconstruir el país sobre la base de lo existente. Era eufórico
y prometía que cada obrero debía dormir con almohada y colcha de plumas y con la
laboriosidad alemana lo podría haber conseguido, de no haberse metido en aquel
Holocausto bélico. El marxismo, en cambio, abolía por completo tanto la iniciativa
como la propiedad privada. Lenin arengaba a los analfabetos y ariscos campesinos
rusos, que no tenían nada que perder, salvo sus cadenas. Pero, no fue así. Todos
perdieron, unos lo poco y otros lo mucho que tenían a cambio de nada. Convirtió a
Rusia en un inmenso campo de concentración, bajo el terror de los soviets (consejos)
que querían conservar y acrecentar su poder.
El nombre “bolchevique” se debe a que en 1903, los delegados que apoyaban a
Lenin se sentaban en los bancos de la izquierda y como constituían la mayoría
(bolshinstvo) el término se transformó en “bolchevique”, o en la mundialmente
conocida izquierda; posteriormente en “comunismo”. Cabe añadir que quienes se
sentaban en la derecha eran los “menshinstvo” (minoría), la odiada “derecha” que
tanto persiguieron.
Hitler parecía un aprendiz, un soñador que evidenciaba la locura de un ma-
niático arrebatado. Lo he visto que gritaba y gesticulaba con las manos por todas
partes. Se decía que su éxito se debía al hábil manejo de sus manos. Mientras Stalin,
184

en cambio, era un témpano, un ser superinteligente, muy cauto, que calculaba sus
pasos fría y despiadadamente.
A los dos dictadores, tanto a Stalin como luego a Hitler, no les tembló el pulso
para enviar a la cárcel o a la muerte a sus más allegados colaboradores y amigos.
Los dos tenían incondicionales y sanguinarios títeres como los triste- mente célebres
Himmler, jefe de las SS, y Martín Bormann, de la Gestapo a la que yo tuve tanto
miedo. Pero durante la guerra, mientras estudiaba en Alemania vi a muy pocos de
ellos. Por su parte los rojos habían creado la “Checa”, la policía secreta que sembró
terror en la Unión Soviética, que luego se denominó N.K.V.D., con su nefasto jefe
Lavrenti Beria, que impuso la crueldad y el terror con el objeto de salvaguardar la
implacable revolución proletaria, el poder de los soviets y del propio Stalin. Al morir
Stalin y caer Beria la policía secreta pasó a llamarse K.G.B., que duró hasta el
derrumbe del comunismo.
Tanto Stalin como Hitler eran, por distintas razones, antijudíos. Stalin porque el
pueblo no lo quería y por miedo a ser desplazado y hasta enviado a Siberia, mientras
Hitler no los quería porque entendía que entre ellos había intelectuales más
inteligentes que él, y sostenía que durante la guerra se aprovecharon ama-
sando fortunas, considerándolos afines al comunismo.
La gran diferencia entre ellos era que mientras Stalin nunca aprendió bien el
ruso, hablaba poco y no movía las manos porque tenía una muñeca atrofiada,
Hitler era considerado un incomparable orador que conquistó a medio mundo, y era
un artista moviendo las manos y brazos. Mientras Stalin era muy inteligente,
un hombre con mucha viveza y precavido: cuatro veces fue enviado a Siberia y
encontró como evadirse; me parece que si eso le hubiera ocurrido a Hitler, quizás no
hubiera regresado jamás.
Durante el terror soviético, cada mes camiones especializados recorrían los
distintos establecimientos de la enorme Rusia. Allí cargaban como ganado a los que
eran seleccionados por los soviets como sospechosos, opositores o inadaptables al
régimen, y los transportaban a los campos de concentración, en las heladas regiones del
inmenso Sibir. De allí nadie podía escaparse porque no sabían dónde estaban ni
adónde podían ir, además del terrorífico control.
Además sus parientes no tenían derecho de preguntar qué había pasado con sus
seres queridos, que no regresaron a sus hogares. La respuesta era “está donde debía
estar”. Si alguien lloraba en público o se ponía molesto e insistía, lo esperaba el mismo
destino.
El vanagloriado Hitler engañó al pueblo alemán: le trajo orden, bienestar y
recuperó sus territorios mutilados, pero lo metió en una guerra que nunca podría
haber ganado. El sufrimiento del pueblo ruso se extendió sobre muchos otros
pueblos que soportaron el terror soviético por más de setenta años y sufren aún las
consecuencias de la era soviética.
Muchos autores sostienen que el comunismo es una maléfica creación del ca-
pitalismo. Analizándolo bien, fríamente, uno llega a la conclusión de que tienen toda
185

la razón, porque como verán más adelante, en contubernio con los jerarcas
soviéticos, explotaron el sudor de casi 400.000.000 de oprimidos.
En la U.R.S.S., Lenin aniquiló 3.000.000 de seres humanos entre la vieja aris-
tocracia, las autoridades gobernantes, los intelectuales y opositores. Sin contar los
millones que se murieron de hambre y enfermedades. Cabe aclarar que el astuto
Stalin transportó muchos rusos a las repúblicas periféricas soviéticas que con el
tiempo aprendían sus idiomas, cambiaban sus nombres (como lo hicieron muchos de
los intelectuales revolucionarios) y, apoyados por el poder central, entraban en los
politburos y en el aparato gobernante y la policía secreta de estos pueblos, de donde
nadie los podía sacar. Hoy en día esos rusos se transformaron en peligrosas minorías
en muchas ex repúblicas soviéticas, y con poder económico.
Con la revolución proletaria la tierra y los bienes pasaron a manos del Estado,
manejados por los omnipotentes soviets y los jerarcas, y el pueblo quedó
desposeído. Debía: “rabotit molchat y ne rosozdat” (trabajar, callarse y no razonar), como
decía Stalin cada vez que se enfurecía. Observé a Hitler gritar y gesticular en sus
fogosos discursos que el Tercer Reich y el nuevo orden que implantaría en la
Europa Unida perdurarían mil años. Lenin, por su parte, pronosticaba el paraíso
soviético para la eternidad. Sin embargo, las dos doctrinas sucumbieron y no
quedaron ni cenizas de ellas.
El ideal comunista se sintetizaba en la expresión: “Cada uno dará de sí mismo lo que
puede para la comunidad y percibirá lo que necesite de acuerdo con su condición social”, pero
Stalin al ver que eso no era posible cambió los términos: “Cada uno producirá lo
que pueda y recibirá lo que merezca”. Sin duda, creó la dictadura mejor organizada
que se conoce en la historia, que perduró después de su muerte.
Para el adoctrinamiento y la militarización de la juventud comunista, Stalin
implantó el Comsomol, organización que inculcaba a la juventud disciplina férrea y
lealtad infalible. Para asegurar un poder eterno se aceptaba en el partido un máximo
del 10% de la población, y tras severa selección. Ello posibilitaba que entraran en el
partido los hijos de los jerarcas, de algunos encumbrados científicos y militares de
alta graduación. Debían demostrar ser fieles, despiadados y hasta ofrendar sus vidas
y la de los suyos si el partido lo exigiera. Con tener un mínimo porcentaje de
afiliados y privilegiados, el duro régimen comunista se aseguraba fidelidad en los
soviets, en el aparato gubernamental, en la oficialidad de las fuerzas armadas (como
yo podía haber llegado a ser si hubiera proseguido en el colegio militar) y muy en
especial en la policía secreta, que era el órgano con más poder en el Estado soviético.
No hubo ninguna autoridad más poderosa que ella. De esa manera, en el régimen
comunista, más del 90% de la población debía trabajar duramente sin poder
protestar por lo más mínimo.
De igual manera, Hitler creó la recordada hitlerjugend (brigadas juveniles na- zis),
escalón previo a la militancia en el partido, del cual seleccionaba a los más
confiables, llamados “SS”. En consecuencia, la gran mayoría del pueblo alemán no
era nazi, como se insiste en afirmar hasta el día de hoy, para poder cobrarle lo que se
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les antoja, bajo distintas protestas e inventos.


Entre tantas diferencias y coincidencias entre ambos dictadores, está también que
mientras Stalin se murió de viejo en la cama, Hitler en cambio, terminó dramá-
ticamente suicidándose. Stalin, considerado el dictador y asesino más grande que
existió sobre la Tierra, consolidó la Unión Soviética como segunda potencia mundial,
extendiendo sus fronteras no sólo en Asia sino hasta el corazón de Europa.
Muchos consideran que la historia la hacen los pueblos, eso es cierto, pero no es
menos cierto que son los líderes quienes la imponen, mientras los pueblos son los
medios para tal o cual fin.

DENTRO DE LO NEGATIVO, ALGO POSITIVO


(UNA FICCIÓN PARA PENSAR)

Más allá de todos los males que trajo el comunismo, su aporte fue grande. Hizo
trastabillar las bases mismas del capitalismo, al cual no le quedaba otra salvación que
humanizarse y cambiar de metodología. En lugar de crecer a expensas de la mano de
obra barata y de la explotación de las masas, se encaminó hacia una estrategia nueva.
Afincó su prosperidad en la producción y en la sociedad de consumo. Para ello
necesitaba que la clase trabajadora tuviera mejores salarios y mayor poder
adquisitivo, convirtiéndolos en sus propios clientes.
Lo dije ya, Hitler surgió de la nada, constituyó un enfervorizado partido obre- ro
antimarxista, y con su elocuencia galvanizó su nacionalismo. Sin embargo, el tan
recio Führer que yo vi tantas veces en los noticieros de los cines y escuché por las
radios, al verlo en persona pasar tan cerca, hundido en su Volkswagen, quedé
impresionado. Parecía realmente un loco, con la mirada perdida. Un muñeco en
desuso, Hitler era muy cambiante, se decía que era adicto a las profecías y a los
misticismos. Por eso los que creían en el destino fatal pensaron que ese misterioso
personaje realmente podía ser un “poseído”. Era un autómata incansable, que nunca
sonreía. Sin embargo, pensándolo bien, con el tiempo, y todo lo que sucedió después
de la guerra llego a una clara conclusión: que Hitler u otro como él era necesario como
un “médium”, para los intereses de los grandes grupos de poder mundial.
Nunca se supo que fuera aquejado alguna vez de un resfrío siquiera. ¿Qué es lo
que iluminó su mente? ¿Acaso su patriotismo o su rencor contra las injusticias o su
impresionante odio contra la oligarquía, los judíos y la ideología marxista?
¿Cómo pudo hacer de un país derrotado, humillado, saqueado de todos sus va- lores
nacionales y convertido en un país de mendigos, la nación más poderosa de Europa
en tan sólo cinco años? Pareciera no haber otra explicación que la de ser un
médium, enviado por fuerzas misteriosas y extrañas que de un modo enigmático
manejan los destinos de la humanidad. Algo parecido al interrogante que nos dejara
187

Juana de Arco: ¿de dónde nació esa fuerza que brotó de aquella doncella que logró
expulsar a los ingleses de su tierra como si hubiera preparado el terreno para la gran
Revolución Francesa? Un extraño fin el de aquella mujer, la hoguera, quizás para que
no quedara nada de ella a la posteridad. ¿No tuvo acaso Hitler el mismo destino?
sin profundizar en lo desconocido debemos quizás abrir los ojos hacia la
cruda realidad. ¿no será que en los tratados de paz de la Iª guerra mundial,
detrás de los representantes de los vencedores, estaba la mano negra de los ya
conocidos grandes banqueros, financistas y armamentistas, que planifican el
futuro de los pueblos de acuerdo a sus intereses? Nadie puede dudar que los
mismos capitalistas de origen judío, invirtieron en Alemania de Hitler,
aprovechando el orden. con eso el rápido progreso era posible.
Al parecer, los propósitos eran múltiples:
1) Crear una ideología, progreso y un poder militar que detuviera la amenaza en
Europa del marxismo internacional y, en consecuencia, en el resto del mundo.
Recuérdese que todas las alianzas armadas, las “Ententes”, para sofocar el
comunismo en Rusia fracasaron.
2) Con el gran poderío, basado en un rígido régimen y un sufrido, callado y
laborioso pueblo como el alemán, el “médium” provocaría una colisión con
las potencias coloniales a tal extremo que las llevaría al colapso, facilitando la
descolonización a vastas zonas del planeta y la independencia de innumerables
pueblos, sin necesidad de derramar ríos de sangre para su liberación, sin dis-
parar siquiera un solo tiro. Con eso los grandes capitales podrían libremente
penetrar en los países descolonizados e imponer sus intereses, sin tener que
pedir permiso a las potencias coloniales, ni pagar derechos.
3) Crear las condiciones necesarias para amenazar la existencia del pueblo judío
de tal forma que se viera obligado a salir masivamente de Europa para crear
una “nueva patria”. Se me ocurre pensar que, a pesar de su enorme poder
económico y político, sin ese sufrimiento, no hubiera logrado un nacionalis-
mo adecuado ni una imperiosa necesidad sin esa señal suprema.
4) Una conflagración mundial emprendida por este misterioso personaje, a la par
de provocar muertes, sacrificios, esfuerzos y gastos bélicos extraordinarios,
llegó a desarrollar una técnica balística tal (como los famosos cohetes V1 y
V2), con la cual el hombre podría proyectarse en el espacio y anhelar un en-
cuentro con seres superdesarrollados a fin de salir del atraso mental, eliminar
el egoísmo y la soberbia que nos dominan. Quizás sólo entonces sería factible
alcanzar una nueva forma de vida, liberados del ansia de poder, del egoísmo
y de los bajos instintos y de desmesuradas riquezas.
5) Otro importante hecho es que después de las innumerables y desgarradoras
guerras en Europa a lo largo de los siglos, Hitler desató una vasta conflagra-
ción. Después esa gran tormenta se impuso la necesidad de la unificación
definitiva de los pueblos de Europa en paz y concordia, sin derramamiento
de sangre, como pretendían hacerlo tanto Napoleón como el mismo Hitler,
188

pero con el uso de la fuerza Hay que pensar y acordarse de tanto dolor y muerte
de muchas decenas de millones de seres humanos, que no fueron los que tomaron
las decisiones de su trágico destino.
Nadie puede negar la veracidad de las líneas más arriba expresadas, porque todo
esto sucedió. Tampoco se debe suponer tan de prisa que haya sido esto una simple y
vulgar coincidencia. Es algo para pensarlo detenidamente, Nadie, pues, puede negar
todo a la vez, o sea la existencia de Dios, de seres extraterrestres, de mundos
paralelos, de la sabiduría universal y al final la existencia de poderosos intereses
humanos invisibles que planifican el futuro de acuerdo con sus funestos intereses.
Por eso, es nuestro deber y de todos los pueblos del mundo abrir los ojos y
aprender del pasado, que no es necesario recurrir a las armas y a los sufrimientos para
construir un futuro en paz, bienestar y confraternidad entre los pueblos, y no la
belicosidad de los armamentistas americanos que buscan guerras y mas guerras.
Mientras unos sufren y mueren ellos rebalzan los bolsillos.

LAVADO DE CEREBROS CON CRUELES MENTIRAS Y LO QUE EL PUEBLO


ALEMÁN SE TRAGÓ

Hoy en día se habla mucho de lavado de dinero, ganado principalmente del


narcotráfico. Pero muchos no sabrán que hubo también otro lavado más, el “lavado
de cerebros”.
Cada vez que pasé por Alemania, lógicamente traté de hablar su idioma. Sin
embargo, al notar que soy extranjero, indefectiblemente me contestaban en inglés.
Por lo que me obligaban a aclarar que prefería hablar en alemán, ya que había
estudiado durante la guerra en Alemania y sufrí los crueles bombardeos ingleses,
por eso nunca quise aprender bien ese idioma. Sin excepción, toda la gente de
mediana edad, que había nacido un poco antes o después de la Segun- da Guerra,
contestaban como una máquina, de la misma forma. Si los juntaran todos
exclamarían a coro: “¿Y qué han hecho los alemanes con los prisioneros de guerra y los judíos?”
Teniendo en cuenta que ningún alemán que ha sufrido día y noche los terroríficos
bombardeos tratando de salvar su vida, o los que estaban luchando a vida o muerte en
los campos de batalla lejos de su patria; todos, unos y otros, conocían la verdad
histórica y, por lo tanto, no podían considerarse culpables ni enseñar a sus hijos por
algo que no cometieron, por algo que no existió. Ellos fueron las principales víctimas
de los insaciables intereses capitalistas del sionismo. En el mes de octubre de 1996
estuve en Europa. Me sorprendí mucho al leer en los diarios (e hice recorte) un
largo comentario sobre el furor que hizo en Alemania el libro de Daniel Goldhagen
“los voluntarios ejecutores de Hitler”. Según el comentario de la prensa mundial,
ese libro ha “estremecido a Alemania” y a pesar de su precio de 60 marcos, en el 1º día
se han vendido 150.000 ejemplares.
Como si el pueblo alemán no conoce su tragico pasado. Como si se levanta de un
189

sueño eterno.
He hablado con muchos alemanes que viven lejos de su vieja patria que se
expresan: Los alemanes políticamente “sind blodsinn” (son unos estupidos).
Leí también las duras críticas de algunos historiadores a ese joven pero hábil
sociólogo por haber distorsionado la verdad y haber embolsado una inmensa
fortuna justamente de los bolsillos de los cerebros lavados. Por eso me sonrío cada
vez que escucho a alguien decir que hay judíos peligrosamente inteligentes para
envolver a la gente. Pero hay que reconocer que muchos de ellos son mas hábiles,
vivos, preparados e instruidos.
Es raro que esos grupos ejecutores, según el escritor, “no fueron ni de la
Gestapo ni de los cuadros de las SS, sino que fueron normales alemanes”, con lo que
insiste en que la culpa del Holocausto fue colectiva, de “todos los alemanes”. Es una
falsa mentira. Quizás yo también lo hubiera creído si no hubiera convivido con
ellos, o que me hubiera quedado abrazando para siempre la ideología marxista o si
tuviera otros intereses o procedencia étnica. Un artículo menciona que el padre del
escritor ha sido otro sobreviviente de Rumania. Es raro escuchar mas de
sobrevivientes, que de muertos.
Como es sabido, en muchos países de Europa no querían a los judíos. Por
razones religiosas, o por considerar que tienen gran avidez de dinero y que eran
peligrosamente inteligentes. De esto Rumania no estaba excluida. Sin duda por temor a
sabotajes, los perseguían; y porque entonces el escritor con mucha malicia
embestía al pueblo alemán, porque en Rumania tendría poco éxito: no tenían el
cerebro tan bien lavado.
Lo que más me inquietó en los comentarios de la prensa fueron dos cosas:
primero, que Goldhagen sostiene que “el Holocausto tenía que suceder en Ale-
mania y en ningún otro lugar, sino únicamente en Alemania”. ¿Será que real- mente
Hitler era un “medium”, debidamente apoyado y financiado por algunos, necesario
para tal fin? Porque Alemania estaba económicamente en el suelo.
En segundo lugar, no menos llamativo me resultó el comentario del editor del libro,
Wolf Iogs Sidler (escrito en ruso) –un miembro de la resistencia guerrillera–, que
dice: “Diez años atrás ese libro no habría tenido ningún éxito. El pueblo no estaba
maduro para comprenderlo”. Si está muy claro. Lo que significa –según resalta– que
los viejos testigos de la verdad histórica ya no están en este mundo y las nuevas
generaciones no tienen posibilidad de reflexionar con sus cerebros lavados. El
comentario prosigue... “los alemanes de hoy, sin titubeo toman ese texto del libro,
que será el modo como el país acepta su pasado”. Eso significa que el constante y
masivo lavado de cerebros ha rendido el resultado buscado.
Es evidente que “los aliados” se ocuparon de hacer un sistemático y constante
lavado de cerebros en masa, por todos los medios de difusión, de tal forma que toda
la nueva generación, y los ya adultos, se sientan responsables de lo que ha hecho el
régimen nazi. Con eso los aliados y sus socios ocultos, además de sacar provecho
económico, cultural y científico, han tratado de borrar el sentimiento de patria y de
190

dignidad nacional de todo un pueblo impecable como es el alemán, que estaba tan
bien integrado con los extranjeros, incluso con los judíos. Debo repetir de nuevo:
que en cuatro años en Alemania, en el peor momento de su historia, yo nunca
escuché ni un solo alemán expresarse contra los judíos. Otra cosa es hoy; en el
mundo entero cada día hay más antisemitas. Eso lo sé yo, lo siento en carne propia.
Los aliados han logrado que la juventud alemana de hoy prefiera decir “soy
europeo” antes que decir “soy alemán”, como si quisieran despejar sus mentes de la
incesante e injusta propaganda, y no quieren saber nada de su pasado de gran nación.
Por eso los alemanes son incondicionales defensores de la unidad euro- pea y han
cargado sobre sus espaldas gran parte del costo de la misma y aceptan todas las
propuestas y resoluciones. Incluso las dos más importantes sedes de la Unión
Europea, el Parlamento y el Poder Ejecutivo están en Francia y en Bélgica
respectivamente, los dos franco-parlantes.
El lavado de cerebros se consigue con las reiteradas repeticiones de algo, para
conseguirlo: con diez repeticiones uno empieza a dudar, con cien el blanco se torna
gris y hasta negro.
De esta forma Almania está excluida de las grandes decisiones mundiales,
mientras Francia e Inglaterra tienen poder de veto en la ONU, en el Consejo de
Seguridad, tienen arsenal atómico, etc. A todo lo cual los alemanes están resig-
nados a no ser el país de primer orden que merecen.
¿Se ha preguntado el lector por qué la capital financiera de Europa está en
Frankfurt y no en otro lugar de la Unión? No hay que olvidar que la dinastía
capitalista de Rothschild es oriunda del gueto de esa ciudad. En mi visita a la
hermosa localidad de Wisbaden, que no fue bombardeada, observé suntuosas
residencias de miembros de aquella colectividad. Hoy se encuentra una autopista
directa a 30 Km de Frankfurt que puede recorrerse en tan solo 10 minutos corre por
encima de todas las demás rutas.
***
191

CAPÍTULO VIII

ARRIBANDO AL NUEVO MUNDO

Cierto día, cuando la travesía en el mar solitario parecía interminable, en el


lejano oeste se adivinaba la presencia de costas y tierra firme. La bella y especta-
cular bahía de Río de Janeiro crecía a medida que el barco devoraba distancias.
Todo resultaba nuevo y asombroso: el verdor de la naturaleza subtropical, los
colores, el cerro del Pan de Azúcar y del Corcovado, el monumental Cristo en la
cima. Llegar a un nuevo continente para unos pobres inmigrantes era el prodigio.
Cambiar las penurias vividas en París y el tremendo malestar en el mar por esta
nueva esperanza, resultaba fascinante. En Río permanecimos dos días, luego de lo
cual el barco se dirigiría a su último destino: Buenos Aires. Por suerte el en-
cargado de la delegación del I.R.O., un ruso de apellido Kara, nos aconsejó que
tentáramos primero suerte en Bolivia, y luego, si no resultaba la experiencia, que
bajáramos a la Argentina. Ofreció conseguirnos plazas en un avión que saldría a La
Paz en una semana. Nos alojó cómodamente en un hotel de estilo colonial llamado
“Globo”. Nos sentíamos valorizados al ser tratados como seres huma- nos. Nos
gestionó ante la organización una pequeña ayuda pecuniaria que sólo Dios sabía
cuánto la necesitábamos.
Mientras tanto, gozábamos del placer de comer hasta más no poder, descansar,
pasear por la ciudad e incluso gozar del sol en las playas de Copacabana. Utilizaba el
francés para hacerme entender. Asistimos una noche, invitados por el Sr. Kara, a
una cena de la Asociación de Emigrados Rusos. En su transcurso hizo uso de la
palabra un hombre establecido en Estados Unidos que al parecer buscaba apoyo
para una campaña antistalinista. Describió al dictador como un cruel asesino y
recibió muchos aplausos. Luego subió al podio un hombre de avanzada edad, tez
blanca, lisa y con cabellos de nieve:
se trataba de un aristócrata, general, conde y no recuerdo qué otro título nobiliario
en el régimen zarista. Hablaba lento. Comenzó en un medio tono casi inaudible
hasta que en un momento, con voz estentórea dijo más o menos lo siguiente:
“Nosotros que luchamos y añoramos una gran patria rusa nunca logramos conseguirla. Perdimos la
Primera Guerra Mundial y nos precipitamos en el abismo. Empero, Stalin, a pesar de ser un
dictador, criminal o lo que sea, colocó a nuestro país en el sitial de una gran potencia, ganó la guerra
contra los nazis y extendió sus territorios. No existe una nación que se le pueda oponer a su poderío.
Sus fronteras se extienden desde el centro mismo de Europa Occidental hasta el océano Pacífico y aun,
gran parte del continente asiático”. “¡Bravo, bravo!”, estallaron los gritos y aplausos. Para
concluir, el inaudito conde agregó: “Usted señor defensor de los intereses yanquis y enviado
por ellos, lo declaramos persona no grata en nuestra casa”. El pobre tipo salió abucheado de la
reunión. Me constaba el sensible patriotismo de los rusos, pero lo que acababa de
observar excedía la defensa de lo nacional para transformarse en un verdadero
chauvinismo e imperialismo.
192

Mientras aguardábamos el avión para La Paz me iba informando sobre la


diferencia entre Bolivia y la República Argentina. Convencí a Boris de que viajá-
ramos a Buenos Aires. El amigo Kara no se mostró muy satisfecho de ese nuevo
cambio pero nos confesó que su único deseo como hermano era complacernos.
“Dentro de tres días, añadió, podríamos embarcar en un vapor italiano de primera categoría que se
dirige a Buenos Aires: el Ugolino Vivaldi.” Nuestro cambio de parecer le costó al I.R.O.
una semana de hotel para los dos en Río y el viaje extra en un transatlántico de
primera clase de Río de Janeiro a Buenos Aires.
Indudablemente no era nada, porque quienes sufragaban los gastos de los
refugiados en realidad eran los norteamericanos y no las Naciones Unidas. Los
yanquis, en la posguerra, se habían transformado en los amos y señores del mundo.
Tanto las antiguas colonias británicas y francesas como las de las restantes potencias
occidentales embestidas por Alemania, estaban a su merced. Sin duda Hitler les
había hecho un gran favor. En el comercio mundial, ellos fijaban los precios de
compra y venta, y las mercaderías por los mares del mundo eran transportadas en sus
barcos, llenándose los bolsillos como nunca antes.
Navegando ahora rumbo al sur, en pleno verano, después de salir del puerto de
Santos volvieron a sacudirnos violentas tempestades y gigantescas olas. Según se
informó, eran inusuales, nuestro transatlántico parecía una hamaca. La buena vida se
interrumpió. Los malestares retornaron a mis vísceras con todo rigor. No salí más
del camarote. También soporté estoicamente los reproches de Boris por haber
despreciado el viaje en avión a La Paz.

LA LLEGADA A LA NUEVA PATRIA

Al mediodía del 27 de febrero de 1948, llegamos a las serenas aguas del Río de la
Plata. Los mareos habían cesado. No entendíamos por qué llamaban río a lo que
parecía un mar, aunque nos llamó la atención el agua muy turbia, que no habíamos
visto antes. Al anochecer atracamos en el puerto de Buenos Aires. Bajo un
ensordecedor griterío muchísima gente aguardaba a los viajeros y las
exteriorizaciones se hacían también desde la cubierta. A nosotros, nadie nos es-
peraba. Ningún pariente, ningún amigo, nadie. Éramos desdichados refugiados a bordo
del lujoso transatlántico gracias a la gentileza del señor Kara. Al descender la extensa
escalera, entre continuos empujones contemplaba la oscuridad y, a la distancia, lo que
sería ¡mi nueva y gran patria! Luego que fiscalizaron la documentación expedida en
París, nos derivaron al “Hotel de Inmigrantes”, un viejo
edificio de dos plantas en el puerto.
Traía en el equipaje, aparte de lo puesto, una muda de ropa interior, un pullo-
ver usado, algunos libros de ingeniería, una regla de cálculo y nada más. Tenía
en el bolsillo cinco dólares bien guardados, de los que el amable Sr. Kara nos
había obsequiado a cada uno, y por último, aproximadamente treinta palabras
193

del idioma que hablarían mis descendientes. Confieso que me sentía emociona-
do. A pesar del mal momento, en mi nueva patria yo me tenía mucha confianza.
Estaba seguro de que con una firme y honesta dedicación, tarde o temprano iba
a progresar, destacarme y lograr una vida decorosa.
Sin embargo, algo se me escapaba: que a pesar de todo el éxito obtenido, ser
un argentino naturalizado y un permanente analista de la política económica
argentina, me sentiré extranjero mientras viva. Y lo peor del caso es que cada
vez que vuelvo a mi vieja patria me siento todavía más extranjero. Y por si eso
fuera poco, en la Argentina muchos que no me conocen me consideran que soy
judío y lo malo es que me lo hacen notar.
Nos instalaron en una amplia sala del primer piso del memorable Hotel de
Inmigrantes, en la zona del puerto, poblada de camas destinadas a otros tantos
desdichados como nosotros. Sin duda, la gran mayoría había llegado días antes
con el barco Jamaique, porque su aspecto no era igual a la gente que observamos
en el Ugolino Vivaldi. Lo que llamaban “Hotel” no nos agradó, pero después de
tantos padecimientos, aunque hubiese sido una cárcel habría resultado lo mis-
mo. La fatiga, o quizás la tierra firme, me sumergieron en un profundo sueño, e
ignoré el mundo que me rodeaba en la enorme sala.
Un estridente grito: “¡Arriba, giovanotti!”, despertó a los inmigrantes; aún era
temprano, y especialmente para mí. De inmediato todos se agolparon para usar
los baños con los zapatos mojados a consecuencia de las orinas estancadas. Quise
suponer que sería la última desdicha por sufrir en mi tortuosa vida. La comida
era generalmente a base de cereales con trozos de carne, que para nosotros, que
habíamos conocido el hambre, resultaba más que suficiente.

“YA SON NUESTROS”

Salimos del puerto a pasear por Buenos Aires. Lo primero que vimos fue el
antiguo reloj de La Torre de los Ingleses y hacia el fondo, un letrero llamativo
emplazado sobre un edificio oscuro. Se trataba de la estación ferroviaria Retiro. Una
enorme leyenda que anunciaba: “Ya son nuestros”, despertó nuestra curiosidad; no
entendíamos en absoluto cuál era su significado. El diccionario tampoco nos sacó de
la incógnita, tiempo habría después para saberlo Poco conocíamos de la Argentina,
a no ser lo que estudiábamos en nuestra secundaria. En todos aquellos años en
Europa, no había revistas ni tampoco informaciones sobre América Latina. Pronto
supimos lo que era la República Argentina de entonces: un país atrapado por la
engañosa política populista. Aunque afortunadamente en manos de militares
conducidos por el Gral. Perón y no bajo un tutelaje marxista o nazista. Perón, como
se sabe, ha sido agregado militar en la embajada de Italia y le ha gustado como fue el
manejo de las clases populares. Claro, no era el país que habíamos contemplado en
el mapa ni el de las fabulosas riquezas con las que soñábamos. Habíamos caído en un
194

país que no tenía posibilidades de trabajo, las nuevas leyes obreras obstaculizaron la
iniciativa privada y, como sucede en estos casos, ahuyentaron la inversión. Con este
panorama no resulta difícil deducir el futuro que aguardaba a las próximas
generaciones. Caminamos con la esperanza de encontrar algún empleo de cualquier
tipo. Nos indicaron una empresa alemana de construcciones. No era posible, estaban
reduciendo el personal de la empresa, dada la situación creada con la llegada del
peronismo, que vaciaron el Banco Central del oro acumulado durante la guerra. Y las
obras públicas estaban paradas.
Allí conocimos a un viejo pero amable compatriota quien estaba tan contento que
de inmediato nos invitó a cenas a su casa. Don Alejandro Vasiliev vivía en San
Andrés. Mientras caminábamos para tomar el tren a Retiro, nos enteramos de que se
había desatado una huelga general. Por discreción, respondimos de que dejábamos la
invitación para otro día. El búlgaro, cabeza dura, insistió: “Hablé con mi señora y nos
esperará”. De cualquier manera llegaremos, agregó. Buscamos un taxi, pero nos costó
encontrar uno. Aludiendo luego a los ferrocarriles nuestro compatriota comentó: “ Ya
son nuestros, pero lo malo es que desde entonces, la mayor parte del tiempo no funcionan. Se mandó
a Londres tanto oro por miles de millones de dólares para esos viejos ferrocarriles que dentro de unos
años debían pasar a manos argentinas. Con tanto dinero bien que podían haber otorgado miles de
préstamos para promover la industria y el comercio y con ellos generar empleos y riqueza”. Le
pregunté por qué no había construcciones. Contestó: “El nuevo gobierno es populista,
cree que favorece a los que tienen menos congelando los alquileres. Con lo cual la inversión en la
construcción se redujo muchísimo. Dentro de poco tendremos un país estancado y envejecido.”
“¡Lindo futuro nos espera en este país!”, exclamé.
Al final llegamos a un modesto pero simpático chalet con techos de tejas cercado
por ligustrines. Nuestro anfitrión abrió un portón y accedimos a un pasillo
flanqueado de flores. Al encender las luces del jardín, observamos flores por todas
partes y hacia el fondo, una huerta sembrada con hileras de verduras de estación y
demás árboles frutales. Su esposa Gloria, compatriota, doctorada en Ciencias
Económicas, había llegado desde Francia hacía un año, carecía de empleo. Nos
esperaba con la mesa delicadamente servida. El dueño de casa, con visible orgullo,
nos presentó a un vecino que se asomó para conocernos: “Dos ingenieros búlgaros recién
llegados”.
Paladeamos una rica comida típica de nuestro país, que hacía tiempo no
probábamos. Era evidente que el ama de casa conocía bien el arte culinario.
Nuestro compatriota presumía con sus apetitosos tomates, rabanitos, pepinos,
cebollas, recién cortados de la huerta. Fue una velada simpática. Escuchamos temas
folclóricos en un antiguo gramófono, cantamos, brindamos y nos divertimos.
Gloria y Alejandro fueron, pues, los primeros e inolvidables amigos que
encontramos en nuestra nueva patria. Se hizo tarde y como no había transporte
dormimos esa noche en su casa.
Pensamos ir a tentar fortuna en Venezuela, para donde teníamos también visas,
pero el I.R.O., que se había comportado excelentemente con nosotros, no podía
195

prestarnos más apoyo. Estábamos notificados de que en un término de treinta días


debíamos abandonar el precario alojamiento. En la misma condición que nosotros se
encontraban los otros seis ingenieros y arquitectos de habla eslava que conocimos
del viejo barco Jamaique. Con el propósito de consolar- nos, nos sentábamos como
proletarios desocupados en el suelo, frente a lo que denominaban “Hotel”.
Habíamos viajado atraídos por la riqueza y el futuro de la Argentina. Sin embargo,
nos encontrábamos “atrapados y sin salida”.

HACIA EL JARDÍN DE LA REPÚBLICA

Cierta tarde nos atronó un altoparlante que difundía informaciones diversas que,
lejos de interesarnos, aturdían nuestros oídos. No sospechábamos que el mensaje
podría estar dirigido a nosotros. Lo repetían, pero ninguno entendía un comino de
castellano. De pronto apareció un empleado de la administración de nacionalidad
yugoslava: “¿Acaso no escucharon los parlantes?” Comentó que una institución del
norte, del “Jardín de la República”, “la Caja Popular de Ahorros” de Tucumán,
buscaba técnicos.
Nos comunicó asimismo que un funcionario tucumano nos entrevistaría. Así
sucedió. Preguntó si estábamos dispuestos a viajar a su provincia por trabajo. La
invitación la hizo al grupo. En el acto recibió un rotundo “sí”. A la hora señalada del
día siguiente estábamos puntualmente en los andenes del Ferrocarril Bartolomé
Mitre de la estación Retiro; el viaje duraría veintiuna horas. El contratista nos
despidió cordialmente. Los viajeros eran: el ingeniero ruso Galagán; un
ucraniano, Rabsiun; dos serbios, el arquitecto Zar y el ex ejecutivo Stipishich; dos
croatas, el arquitecto Liebich y el ingeniero industrial Wugler y además dos búlgaros,
Boris y yo. Mientras pausadamente oscurecía, admiramos la infinita llanura cubierta
de ganado vacuno. No cabía duda, penetrábamos en un país que era un paraíso,
pero cabía preguntarse: “¿Qué es lo que falla?”. El tiempo, poco a poco, me des- cifró
el enigma. A pocas horas de Buenos Aires la polvareda comenzó a penetrar en el
coche y a cubrir nuestros rostros. Obviamente el vagón no era de primera clase,
como suponíamos. El viejo arquitecto Zar, que era el mayor del grupo, no
comprendía cómo una prestigiosa institución oficial permitía que sus ingenieros
contratados viajaran en tales condiciones. La polvareda, entretanto, persistía con
intensidad y era como atravesar el Sahara. Debo reconocer que llegamos puntual-
mente a destino. Un arquitecto de la Caja, nos aguardaba. En dos automóviles
oficiales nos trasladaron al Hotel Excelente recepción: nos aguardaba una mesa bien
provista. Transcurría el 21 de marzo de 1948.
Concurrimos al otro día a la “Caja Popular de Ahorros”, donde nos recibió el
Directorio en pleno. A seis de nosotros se nos ubicó en la institución, a los dos
restantes en la Casa de Gobierno. Éramos recién llegados y no teníamos un peso en
el bolsillo. De tal suerte que permanecimos alojados un mes en el hotel por cuenta
196

de la institución.

MI APELLIDO Y LA FASTIDIOSA PREGUNTA:


¿ES USTED JUDÍO O POLACO?

Al llegar a la nueva patria la gente, en general, y mis colegas en particular, al


escuchar mi apellido que termina con “sky” me preguntaban si era ruso, polaco o
judío. Eso me fastidiaba. Nunca nadie en Europa me habría formulado esa
pregunta, ni los propios nazis porque allí no es habitual hacerla. “Soy búlgaro”, les
respondía. “¡Ah, judío de Bulgaria!” Yo, que me sentía tan orgulloso de mi nacio-
nalidad, no comprendía el sentido de esa inquisitoria. Hasta que me enteré que a los
judíos no se los quería aquí, y que por mi “sospechoso” apellido yo caía peor que
ellos, porque muchos se lo habían cambiado.
Muchos confundían “búlgaro” con “húngaro”. Cuando les repetía que era
búlgaro me contestaban “ah sí, sí claro, húngaro”. Me cansé de explicar que los ape-
llidos que terminan con “ski” son de origen eslavo que significa “del” o “de los”, y
que son muy raros tanto en Bulgaria como en Rusia o Ucrania. Con excepción de
Polonia, pues en tiempos de los señores feudales sus súbditos se identificaban como
pertenecientes a uno u otro amo.
Suponía también que la gente informada sabía que en el tiempo del “pogrom”, cuando
el zar ruso expulsó a los judíos de su territorio, gran parte de ellos, al llegar a la
frontera polaca, les añadieron a las raíces de sus apellidos o a los nombres las
terminaciones “sky”, muy utilizadas en ese país. Mientras a otros que llegaron a la
ex Prusia Oriental (provincia alemana al norte de Polonia sobre el Mar Báltico que
fue devastada y anexada a Polonia y Rusia), en lugar del sufijo alemán “mann” les
agregaban “man”. Se contaba que a cambio de alguna retri- bución monetaria
obtenían apellidos atractivos como “Goldberg” (montaña de oro), “Rosenthal”
(Valle de rosas), etc.
Los apellidos búlgaros, generalmente se forman con el nombre del padre y del
abuelo agregándoseles el sufijo “ov”, o “ev”. Las terminaciones “off ” y “eff ”
provienen de la influencia de la lengua francesa. En Bulgaria extendían pasaportes
en forma bilingüe, francés y búlgaro. Por esta razón la mayoría de los búlgaros que
residen en el extranjero tienen apellidos con dos “f”, como el caso de mi salvador en
París, el Arq. David Davidoff.
Con todo, yo no sabía aún el origen de mi apellido ni qué significaba “Koralsky”.
Años después, estando de vacaciones en Córdoba conocí a un fotógrafo búlgaro,
Varban Dimitrov. “Usted, ingeniero, tiene lindo apellido.” “¿Por qué?”, le pregunté. “Tengo un
libro de historia de Bulgaria, escrita por un autor ruso que puntualiza los diversos pueblos que
habitaron en tiempos remotos el actual territorio búlgaro. Menciona que a Ovidio, el poeta romano,
al exiliarse en el siglo I lo hospedaron los gobernantes de ‘Corales’, un pueblo situado en el nordeste
197

de Bulgaria entre los Balcanes, el Danubio y el Mar Negro”. Entonces entendí que cuando los
eslavos invaden aquella zona hacen referencia a la familia feudal a la cual llaman
“Coralsky”, o sea, los que dominan o gobiernan a los “Corales”. De igual modo, por
ejemplo, quienes dominan los Balcanes se apellidan Balcansky, etcétera. En el
idioma de mi país “sky” señala título de nobleza, a tal punto que el rey búlgaro
Simeón II, en el exilio, y sus hijos, llevan como título una de las antiguas capitales
de Bulgaria. Por ejemplo Tarnovo es “Tarnovsky”. Esos apellidos son muy raros, no
sólo en Bulgaria sino en los demás países de lengua eslava, como el gran
Chaikovsky, por ser graf (duque). Mientras que los polacos en un 80% tienen
apellidos que terminan con “ski”.
Repito que mientras estaba en Europa nunca nadie me preguntó si era judío. Ni
siquiera en Alemania bajo los nazis, como ya mecioné ni siquiera en la Gestapo
cuando fui a registrarme como estudiante, para recibir cupones para alimentos. Sin
embargo, al venir a la Argentina, dos por tres recibo esa pregunta. Está claro que es
por mi apellido que termina con sky. Muchas veces, al escuchar mi apellido, sin que
me pregunten, me siento como observado o sospechado. Y no faltan algunos que
por atrás y por debajo largan algún insulto. No es no- vedad que cada día en el
mundo hay más antisemitismo por distintas razones, y en especial por el trágico
problema del pueblo palestino, frente al poderoso Estado israelí. Si se sigue así,
hasta mis descendientes pueden sufrir algún tipo de persecución muy injustificada.

CON LA DISTINGUIDA SEÑORA EVA PERÓN

Al llegar a Tucumán, en la Caja Popular me designaron como director técnico de la


construcción del barrio “Eva Perón”. No bien puse los pies en la obra, mi ánimo
cayó al suelo. Venía con la ilusión de encarar obras civiles de envergadura. En lugar de
ingeniero tuve la sensación de que me asignaban tareas de capataz. Me di cuenta de
la trampa en la que había caído por despreciar la materia Construcción de Viviendas.
Como si la providencia se burlaba de mí. Estaba frente a una tremenda realidad, una
prueba humillante del destino. Tanto título universitario y no tenía ni idea por
dónde empezar.
Existían dos alternativas: simular ser un gran ingeniero y mirar las cosas por
arriba del hombro, dejando la responsabilidad al capataz y esperar que pasara el
tiempo o, muy a pesar mío, hacer frente a la situación y cumplir con mi obligación
de la mejor manera posible. Opté por esta alternativa. El capataz de la obra, de
apellido López, daba la impresión de saber mucho y resolví recurrir a él. Doblegué
pues el orgullo. Le expliqué con toda sinceridad que de esa clase de tareas carecía en
absoluto de experiencia y que nunca había tenido interés en aprenderlas. En los
primeros días recorría la obra con él, observaba a la gente trabajar y hacía preguntas
sobre todo lo que me inquietaba. Mis consultas sin duda lo satisfacían, porque le
198

otorgaba importancia. Poco a poco fui enterándome de todo.


Indagaba a los albañiles, comparaba respuestas y extraía conclusiones. Luego de
un mes podía ufanarme de que nada había en la obra que no conociera al detalle.
En verdad, la escuela de la vida recién empezaba para mí.
A mediados del mes de agosto de 1948 la urgencia vino inesperadamente. Fui
notificado de que la obra debía terminarse para el 17 de octubre –el día de la lealtad
peronista–. El gobernador, mayor Domínguez, había invitado a la señora de Perón
para inaugurar el barrio que llevaba su nombre y al parecer había conseguido dinero.
Mi sorpresa fue enorme. En ningún momento fui consultado sobre el estado de la
obra. En un año se había realizado un 50% de la obra, escaseaba el dinero, y ahora, en
dos meses, debía realizarse la parte restante con un sinnúmero de detalles y
terminación de obras auxiliares, calles, veredas, verjas, etcétera.
Debía elaborar un listado minucioso de los trabajos a realizar. No descansé hasta
confeccionar una planilla de las tareas y el tiempo que llevaría cada una. Para esa
tarea sí había estudiado y estaba preparado en la Politécnica. El objetivo: no perder
una hora de tiempo y avanzar paralelamente en todos los trabajos. Cada semana
realizaba reajustes en las planillas de la planificación. Se trabajaba en dos turnos y
con muchas horas extras. Su distribución y supervisión era un serio problema.
Dedicaba todo mi tiempo a los trabajos y no descansaba, aunque no percibía ningún
pago adicional. Pensaba sólo en mi obligación y amor propio de terminar la obra. Lo
que parecía imposible, concluyó en el plazo fijado, con detalles, pinturas y hasta
canteros de flores.
El 17 de octubre llegó la distinguida señora Eva Duarte de Perón a inaugurar el
barrio. La gente se aproximaba a ella y la besaba en las mejillas. Cuando tocó mi
turno respetuosamente le extendí la mano con una reverencia, pero los empujones de
la gente me impidieron besarle la mano, como era costumbre en Europa. Junto a ella y
las autoridades, recorrimos las viviendas. Semejaba una autómata, aquella mujer no
abría la boca. En cuanto a mí, me esmeré en explicar los detalles, pero al instante caí
en la cuenta de que ella caminaba y miraba sin escuchar a nadie. Su rostro estaba
avejentado, cansado, pálido, como el de un maniquí. Al poco tiempo supe que era
víctima de una enfermedad incurable: el cáncer
En definitiva, el barrio “Eva Perón” costó tres veces más de lo que corres-
pondía al haberse prolongado innecesariamente tanto tiempo por falta de fondos,
jornales improductivos y, después, por horas extras a mansalva por el imperioso
apuro. El gobierno peronista había ya gastado la riqueza acumulada durante la
guerra, por lo que nos despidieron.
Después de buscar trabajo durante varios meses, finalmente encontré empleo
como técnico en la Municipalidad de Tucumán; sin embargo al cambiar el inten-
dente, en 1949, me despidieron porque no estaba afiliado al partido peronista. Para
entonces había conocido a mi esposa y habíamos fijado la fecha de casa- miento para
setiembre de 1950 (llamado por el Gral. Perón, “Año del Libertador Gral. San
199

Martín”); sin embargo, mis pocos ahorros se agotaron pronto.


Un compatriota me había prestado una vieja bicicleta con la cual, para sub- sistir,
debía pedalear durante horas cada día buscando trabajos de cálculo en empresas,
aunque fueran de poca monta.
Mi situación se agravó aún más al nacer mi primer hijo. Muchas veces no me
alcanzaba el dinero para comprar la comida que necesitábamos. Vivíamos lejos del
centro, por lo que en los días de lluvia, a causa de las inundaciones, no podíamos
llegar a nuestra humilde casa. Tan escasa era la situación en la construcción que a
veces lamentaba no haberme ido a otro país, o no haber sido un obrero rudo que
quizás podía conseguir más fácilmente trabajo, aunque fuera de changarín.
En enero de 1953 nació mi hija. Con eso, mi situación, nada menos que a cinco
años de haber llegado a este gran país, se tornó aún peor. En Europa, en Alemania y
en Francia pasé hambre pero estaba solo: ahora éramos cuatro víctimas. Estaba
pobre, desesperado y sin salida. Pero me había olvidado de que soy un “Querido por
Dios” y que Él no me iba a dejar llegar al colapso total.

LA SUERTE ME SONRIÓ DE NUEVO UN VIEJO JUDÍO ME SALVÓ

A fines de junio de 1953, en la esquina de 25 de Mayo y San Martín, en San


Miguel de Tucumán, frente a la Casa de Gobierno, funcionaba un negocio de ventas
de comestibles y tienda, una especie de supermercado; era un antiguo edi- ficio de dos
plantas muy altas. Fui allí a comprar algunos víveres y me apersoné al propietario a fin
de obtener algún descuento, ya que el dinero no me alcanzaba. Manuel Miranda era
un hombre extravertido, conversador. Cuando supo que era ingeniero recibido en
Alemania y que había realizado los cálculos de hormigón del edificio más alto que se
construyó en Tucumán, la Caja de Previsión Social, me pidió asesoramiento. Quería
abrir una puerta en una pared que dividía el gran salón de la esquina de otro a
continuación, sobre la calle 25 de Mayo. Los ingenieros que había consultado le
advirtieron que esa apertura era demasiado riesgosa por la pesada carga de arriba.
“En absoluto”, respondí.
Le expliqué entonces cómo debía procederse. Le señalé que algunos ladrillos de la
parte superior se aflojarían y caerían, pero que una abertura de 90 cm no crearía
problemas ya que la carga se distribuye en los costados, por la altura de la pared, y
que no era necesario tomar ninguna prevención. Su cara se llenó de satisfacción.
Quiso retribuir el asesoramiento. Me negué a recibir dinero por algo que carecía de
importancia. Surgió entonces un comentario: se encontraba desde hacía tiempo en
tratativas con gente de Buenos Aires para concretar la remodelación del edificio. Se
trataba de una gran empresa de confecciones y ventas de trajes para hombres,
conocida como las famosas “noventa medidas de Suixtil”, que había sido una
subsidiaria de Sudamtex. Cuando quise pagar y llevar la poca cosa que había
separado, el agradecido Sr. Miranda me dijo que él me lo iba a enviar. Al anochecer,
200

cuando llegué a mi domicilio, me esperaba un canasto colmado de una generosa


variedad de alimentos. Confieso que, desde hacía tiempo, en casa no entraba ni lo
suficiente siquiera para comer.
A las pocas semanas, recibí la visita del Señor Miranda. Habían llegado a Tucumán
los directivos de la Empresa Suixtil acompañados de los proyectistas responsables
de las remodelaciones que efectuaban en todas las sucursales del país. Con los
planos en mano, me explicaron las reformas que pensaban realizar. Luego de
escucharlos, advertí sobre los peligros y riesgos de derrumbes que corrían.
“Precisamente, por eso recurrimos a usted –respondieron–, pues escuchamos
elogiosos informes del señor Miranda.” En realidad la reforma era integral. Estaba
previsto demoler una gran parte y modernizar al máximo el edificio. Esbocé esa
misma tarde un cronograma según yo estimaba debía proce- derse, con lo que
quedaron bien impresionados. Surgió allí mismo una invitación para viajar a Buenos
Aires cuanto antes, no sin dejarme material técnico, para estudiarlo en detalle.
Debía buscar dinero para el viaje. Una semana después el directorio encabezado por
su presidente, el señor Salomón Rudman, mi salvador, me aguardaba a la hora
convenida en la casa central, ubicada en la calle Moreno
1475 de la Capital Federal.
Me invitaron a visitar las instalaciones. En todos los sectores contaban con
aire acondicionado. Era un espectáculo observar cientos de máquinas auto-
máticas. Unas cortaban varios moldes a la vez, y otras cosían prendas de vestir
siguiendo varias filas de cadenas. Expresé mi sorpresa y felicitaciones por lo que
veía. El señor Rudman, en un amable gesto, dio instrucciones para que trajesen
un muestrario para elegir la tela, que tomaran las medidas y me confeccionaran
un traje. Era mediodía. Como demostración del poderío empresarial y al mismo
tiempo de su sencillez, me invitaron a almorzar en un moderno comedor junto
a los obreros. Por segunda vez en mi vida comía en un ambiente similar, aunque
bajo circunstancias muy diferentes. La primera había sido en la bombardeada
fábrica de aviones nazis en Braunschweig.
Al volver a las oficinas, el Sr. Rudman me ofreció que yo realizara la obra. “Yo
sólo la puedo dirigir, pero no realizarla –le dije–, ya que no poseo empresa constructora, no ten-
go personal, ni herramientas, y menos capital.” “Habiendo dinero –dijo el buen hombre–, todo
el resto se arregla fácil.” Acto seguido el presidente ordenó que me prepararan dos
cheques como adelanto, cantidad que hoy equivaldría a más de 80.000 dólares.
A cambio firmé solamente un recibo que decía: “A cuenta de trabajos de remo-
delaciones...” No podía creer lo que tenía en mis manos. Durante toda la tarde
me dediqué con los proyectistas a estudiar cada uno de los detalles constructivos.
Cuando retorné al hotel, al anochecer, dos trajes de finísimos casimires estaban
aguardándome en la habitación con una tarjeta: “Obsequio de Suixtil S.A.”
Al recostarme a descansar recordé todo lo que había sufrido en mi vida: des-
de chico, como huérfano, los escasos recursos; las amenazas de muerte de los
implacables bombardeos sobre Alemania; el terror vivido en mi patria bajo los
soviéticos; el hambre demencial en Francia y mis sufrimientos en la nueva patria;
sin darme cuenta, copiosas lágrimas se escurrían por mis mejillas.
201

INICIO DE LA CARRERA EMPRESARIAL


–DE INTERÉS PARA TÉCNICOS–

Al volver a Tucumán, recurrí sin perder tiempo a un viejo contratista de


albañilería: don Caputo, un italiano de hierro. Contaba con andamios y
herramientas necesarias. Le pedí presupuesto detallado de los trabajos de albañilería
que él realizaría. Para los restantes rubros me proporcionó direcciones de gente en
quien podía confiar. Además de los posibles imprevistos, había tres tareas que
merecían ser estudiadas con mayor detenimiento. La demolición de la ochava
curvada que sobresalía en la esquina, de doce metros de altura, y su reconstruc- ción
reglamentaria; la demolición de la pared de los frentes, de 45 centímetros de
espesor, donde estaba embutida la marquesina que bordeaba al edificio por las dos
calles; y por último, el trabajo más inquietante, la abertura de un vano de nueve
metros de largo en la pared donde el señor Miranda abrió un vano de
90 cm. Ahora la abertura debía ser diez veces mayor. El largo total de la pared era
de 20 metros, 12 metros de alto con dos entrepisos que apoyaban allí más un tanque
de hormigón, en la terraza, de 20.000 litros de agua.
A los pocos días arribó a Tucumán el presidente de Suixtil acompañado de
directivos y proyectistas. En una reunión preliminar le presenté el presupuesto de
todas las demoliciones y los trabajos a realizar referidos a la mampostería, revo- ques,
yesería, pisos, azulejos, carpinterías, etc., quedando otros para el transcurso de la obra.
Sus técnicos hicieron cotejos de precios con las cotizaciones que ma- nejaban de
otras sucursales, mientras movían positivamente la cabeza. Rudman, que esperaba
discutirlos, debió bajar la guardia no sin antes sacar alguna ventaja: “Acepto, ingeniero,
pero a cambio de firmar un contrato especificando que la obra debe concluirse en tres meses y medio”.
Se me hizo un nudo en la garganta; pretendí ensayar una moderada protesta, pero
mi mandante movió negativamente la cabeza: “Antes de fin de año abriremos la
sucursal”, lo que significaba que para esa fecha la casa Ñaró, como se llamaría la
sucursal, debería estar instalada con toda la mercadería e inaugurada. Esa noche al ir a
cenar, no bien nos acomodamos en una mesa, el presidente sacó un billete
equivalente a veinte dólares y lo introdujo en el bolsillo del mozo. Quedé
desconcertado al ver el dinero con que se movía.
En los frentes del edificio existían pesadas columnas de hierro dentro de la
mampostería. Apuntalé la marquesina y fui demoliendo por sectores el grueso
muro, quedando la misma suspendida en el aire sobre los puntales. Soldé, luego, bajo
ella una planchuela gruesa en las columnas situadas cada cuatro metros. Soldé
además tensores con torniquetas sobre las columnas a 45º de inclinación, los amarré
en el extremo de la marquesina en forma de gancho y hormigoneé los boquetes
abiertos. Siete días después ajustaba las torniquetas y saqué todos los puntales; con
pocos gastos la marquesina quedó intacta, totalmente en el aire, hasta el día de hoy.
202

Esa fácil solución, además de aportarme una ganancia apreciada suscitó la


curiosidad de los colegas y la sorpresa de los directivos de Suixtil.
Para que las tareas avanzaran rápido, organicé dos turnos. Para controlar todo
debía estar 15 horas en la obra. Si bien estaba ya en condiciones de adquirir un
vehículo, me conformé con una vieja motocicleta.
Los trabajos de yesería exigían tiempo y buen gusto, pues incluían cielos rasos
suspendidos y además, extensas y paralelas galerías con luces embutidas; porches en
las entradas con techos hexagonales y gargantas con diferentes relieves, etcétera. Para
este propósito se confeccionaron un sinfín de moldes, hasta lograr los adecuados.
En el gran salón de la planta baja se construyó un andamio a un metro y medio del
piso. Los puntales que lo sostenían eran colocados según acostumbraban los yeseros
cuando trabajaban en superficies menores. El caso es que cuando trabajaban los
operarios y empujaban los moldes pesados observé que el andamiaje se movía. Pedí a
don Caputo que fuera con su personal para reforzarlos convenientemente. El
testarudo tano pretendía tranquilizarme: “Ingeniero –decía–, no se aflija”. Una
tarde, cuando caminaba bajo el andamio, examinando como debía reforzarse, me
llamaron desde la calle. No alcancé a poner los pies en la vereda y el pesado andamio
en pleno se desplomó. Tras ello se levantó una polvareda mayúscula del colchón de
yeso seco acumulado sobre el inmenso andamio y el caído sobre el piso. El polvo,
después de saturar el edificio, llegó a las calles y provocó corridas de la gente
creyendo que el edificio se había derrumbado.
Los yeseros se desplomaron junto a los tablones y por suerte, debido a la poca
altura, no hubo desgracias que lamentar, salvo golpes insignificantes. Quien salvó por
cinco providenciales segundos la vida, fui yo.
A partir de entonces fui inflexible con las órdenes, aunque me tildaran de de-
masiado exigente. A propósito, me permito un consejo: “Para saber mandar, hay que
saber hacer”. De todos modos, si mandamos, que sea con mesura, porque el que se
hace temer, se hace odiar.
Sin mayores alternativas proseguí la obra con ritmo acelerado. Tres días antes del
plazo establecido, tuve en mis manos las llaves de la flamante sucursal Ñaró de
Suixtil en Tucumán. La inauguración, consecuentemente, se realizó en la fecha
prefijada. Por aquellos tiempos, constituyó un verdadero acontecimiento comercial
en nuestra ciudad, realzado con una brillante recepción. Al Sr. Rudman no lo olvidaré
jamás, fue un padre para mí. Además de dinero, había ganado una gran experiencia y
prestigio en mi primera incursión empresarial.
Un año después recibí una triste noticia. El gran empresario Rudman se endeudó
peligrosamente, el país no le respondió y terminó suicidándose. Fue en la segunda
presidencia de Perón.
203

UNA AMBICIÓN: EDIFICIO “VICTORIA”.

Un consejo, escuchar antes de hablar Luego de construir casas individuales y


edificios bajos de tres plantas, mi ambición fue edificar un edificio en altura.
Pensaba que con eso lograría ventajas económicas y suficiente experiencia para
trasladarme a Córdoba, provincia que me gustaba. Creí que sería el primero y
también el último edificio que levantaría en Tucumán. Lo bauticé con el nombre de
mi hija, “Victoria”. La reglamentación municipal en vigencia no permitía más que seis
pisos en el centro de la ciudad.
Por entonces las construcciones que excedían los dos pisos en la capital podían
contarse con los dedos de la mano, en su mayor parte construidos por el Estado. La
capital era un enorme conglomerado de viviendas chatas y de casonas antiguas. Sabía
que en Europa se crearon muchas empresas de “ahorro y préstamo” que
promovieron con éxito las construcciones. Con el objeto de financiar aquel edificio
deposité montos considerables en una de esas nuevas “financie- ras” de ahorro y
préstamos Esperé largo tiempo hasta que un día la financiera “Viviendas
Argentinas” de los astutos y “peligrosamente inteligentes” habían agarrado el
dinero y declarado la empresa en quiebra. Entonces caí en la cuenta de que no solo
recibiría un préstamo sino que mi precioso dinero que tanta falta me hacía se había
esfumado.
Y bien, pese a mis prudentes cálculos, me encontré con apremios financieros. El
peligro de un colapso financiero me perseguía, me vi obligado a malvender
departamentos por anticipado. Apelé a cualquier sacrificio; vendí el auto y la
camioneta que ya poseía y recurrí de nuevo a una motocicleta con tal de no con- traer
deudas. A duras penas proseguí la obra que fuera mi gran sueño: construir un
edificio en altura, en pleno centro de Tucumán.
Antes de completar el edificio “Victoria”, cuando entraron en actividad los as-
censores se mudaron los primeros diez adquirentes. Como la venta seguía pesada, la
terminación se demoraba por falta de dinero. Los moradores empezaron a quejarse.
Decidí realizar una reunión en mi oficina, instalada en el mismo edificio.
Una vez reunidos, todos al mismo tiempo querían hablar y protestar. Entre ellos,
una arquitecta fue quien tomó la palabra. Todos estaban en mi contra y me sentía
como en el sillón del acusado. Aunque visiblemente nervioso, prestaba atención a los
cargos con el propósito de estructurar mis argumentos de defensa. Integraba el grupo
un cañero importante de mucha vinculación y fortuna: el señor Oscar de la Fuente.
Era el único entre los presentes, que tenía abonado al contado su departamento lo
cual, al parecer, le otorgaba más derecho a quejarse. Tengo entendido que presidía el
Jockey Club y una entidad de grandes cañeros Don Oscar poseía buen manejo de la
expresión y resultaba convincente. Al tomar la palabra, sus puntos de vista eran
aceptados por todos, mientras que yo asumía el papel de reo. Su estrategia consistía
en desgranar objeciones y críticas de todo orden, pero en medio de ellas insertaba
204

experiencias de sus propios negocios y estas distracciones me producían respiros


momentáneos; luego re- anudaba con mayor vigor la carga. Mi corazón se aceleraba,
a punto de explotar. Imperiosamente yo debía hablar y no tenía la seguridad de que
mi voz me res pondiese; por lo cual resolví guardar silencio todo el tiempo que se
pudiera.
Rogaba que jamás concluyera mi acusador. Cuando lo hizo, humildemente
repliqué: “Continúe, don Oscar, diga todo lo que tiene en mente”. Don Oscar se sentía un
magnífico orador y el vocero de todos. A esa altura, yo no asimilaba los golpes
del despiadado fiscal. Estaba desarmado y moribundo, pero sentí alivio al notar
que los restantes vecinos evidenciaban cansancio, ya que él solo hablaba y mo-
nopolizaba la reunión. Comencé a revivir y respirar.
Al terminar mi acusador, ensayé una justificación: o sea, que subsanaría
cuanto antes las molestias ocasionadas. Pero al parecer nadie prestó atención
pues todos se levantaban, con lo que abruptamente se terminó la reunión. Me
quedé solo. Reflexioné sobre una antigua máxima: “Hablar es oro pero callar es
brillante”. Me provocó aquella reunión un grado de excitación tan pronunciado
que sufrí insomnios. Decidí no dar más lugar a quejas como aquellas ni come-
ter el error de entregar departamentos en un edificio inconcluso. Pero la mejor
lección fue escuchar primero a mi adversario para recién esgrimir mi defensa.
Experiencia que me permitió salir de no pocas dificultades.

EDIFICIO “LIBERTAD”, DOBLEMENTE DEFRAUDADO

Por suerte concluí el edificio “Victoria” con gran sacrificio y sin recurrir a
créditos bancarios de los cuales me abstenía por temor de endeudarme. Con su
terminación puse en evidencia mi capacidad empresarial. El directorio del Banco
Comercial de Tucumán, con su presidente, me visitaron para conocerme perso-
nalmente y ofrecer los créditos que necesitara. El dinero provenía de su cartera
reciente de ahorro y préstamo, sin obligación de aportes por mi parte.
Me entusiasmó con el ofrecimiento y adquirí un terreno frente a la Plaza Inde-
pendencia, en la misma vereda a metros de la Casa de Gobierno de Tucumán donde
levanté el edificio “Libertad”. Para este proyecto conseguí autorización para levan- tar
once pisos de altura. A partir de allí quedé atado para siempre a Tucumán.
A pesar de la experiencia adquirida como empresario, por ser muy confiado, tuve
una importante pérdida de dinero y una gran desilusión. Por compra de materiales a
precio “muy conveniente” entregué grandes sumas de dinero a un compatriota
búlgaro que todavía no conocía y a un colega mío de la colectividad israelita que ya
conocía. Sin embargo, me vi amargamente defraudado. El pri- mero se fugó del país
tras haber “sorprendido” a unos cuantos, y el segundo se presentó en convocatoria
de acreedores, estafando a varios como yo que habían creído en él. A causa de eso la
205

obra se demoró y mi bolsillo adelgazó, además de toda la “mala sangre” que pasé y el
tiempo que perdí.
Al concluir el edificio “Libertad” organicé en la terraza un lunch e invité a
personalidades destacadas del medio. También a la prensa oral y escrita, con el
propósito de difundir la conveniencia y el beneficio de las viviendas en altura, pues
junto a una mejor visión, ventilación, menos gases tóxicos de los vehículos e
insectos, resultaban de mayor seguridad ante robos y asaltos. Hice lo mismo en los
restantes edificios que inauguré, con el propósito de cambiar en lo posible la vieja
idiosincrasia provinciana. Sin darme cuenta, con el tiempo me había convertido
en el pionero de los edificios altos en Tucumán.

CUIDADO CON LOS JUICIOS

Según los abogados avezados, para ganar un juicio se necesitan tres condiciones:
tener razón, poder probarlo y, lo más importante: que la justicia se la dé.
Sin embargo, con la experiencia que me dio la vida debo agregar una razón más:
que el demandado o condenado sea solvente, caso contrario usted se verá
sorprendido con mucho pesar cuando su letrado le diga: “Señor, hemos ganado el juicio,
pero el demandado no tiene solvencia”. O que no tiene bienes a su nombre o que se declaró
en quiebra y no sé qué otra excusa para no poder cobrarle. Puede es- cuchar también
de parte de su abogado: “ Yo he trabajado para Ud. y necesito el dinero. Si no me lo paga, me
veré obligado a demandarlo”. He sufrido tantas injusticias de la justicia que prefiero
callarme porque hablar puede ser peligroso.

LA REVÁLIDA DE MI TÍTULO

Como ya mencioné, a pesar de haberme graduado de ingeniero en Alemania, o sea un


grado superior que ingeniero, y que estaba preparado para la construcción de las
grandes obras, no tenía derecho a firmar los proyectos ni para construir una casa
siquiera. Los trámites realizados durante años ante la Universidad de Tucumán
fueron en vano. Lo que consideraba un honor, ser un diplomado de la Politécnica de
Munich, no tenía validez en la Argentina. Calculaba, proyectaba y construía con
dedicación y celo, pero debía firmar un técnico o ingeniero local. Sucedía igual con
los carteles de mis obras. Mi nombre no figuraba. En cada entrevista que realizaba
ante el decano de Ingeniería, o bien ante el rector de la Universidad recibía respuestas
diferentes; que no existía reciprocidad con Alemania.
Decidí dirigirme a Munich, al Ministerio de Obras Públicas de Baviera.
Más o menos en estos términos me contestaron: “Si un ingeniero graduado en la
206

U.N.T. exhibe un título debidamente legalizado, su validez es automática y asume los mismos
derechos que los otorgados a los ingenieros alemanes”. con dolor me di cuenta de que
era discriminado en mi nueva patria. Fui a entrevistar al entonces rector, Ing.
Eugenio Virla, quien admiraba mi progreso y me prometió ocuparse personal-
mente del caso. Además a mis edificios en construcción llevaban a los estudiantes
de ingeniería para ver cómo se construía un edificio alto.
Los trámites eran largos y tortuosos. Por un lado algunos profesores sin duda
me miraban con recelo por el gran éxito y admiración que conseguí en Tucumán,
al parecer, tampoco les gustaba mi apellido; era una verdadera discriminación.
Encima de todo, a los filocomunistas no les gustaba saber que me había graduado
en Alemania, estudiado bajo los nazis, y escapado del paraíso soviético. Hasta
buscaban trabas en los programas de los estudios en Alemania.
Por último resultó que los estudios realizados en la alta politécnica bastaban
y superaban las locales, pero debía equiparar mis estudios secundarios con los
nacionales. Se incluía entre ellos lengua española, historia y geografía argentina,
ingeniería legal e instrucción cívica. Como no contaba con tiempo suficiente
durante el día, contraté a profesores para estudiar en mi oficina después de las
horas de trabajo. Por lo general cerraba los ojos y escuchaba en silencio. En
ocasiones, al estar cansado, me arrojaba sobre la alfombra del piso. El profesor
a veces me interrogaba: “¿Ingeniero, se ha dormido?” “No, le contestaba, prosiga que
lo escucho atentamente.” Formulaba preguntas de modo que además de recibir in-
formaciones demostraba que estaba atento y no dormido. Eso se repitió durante
varios meses. Más aún, al ir de veraneo con mi familia, estudiaba todos los días.
Al fijarse las fechas de los exámenes uno tras otro, que debía rendir, los aprobé
sin dificultades.
Siempre recuerdo cuando el profesor Gustavo Bravo Figueroa, profesor de
literatura, me dio como tema escrito en castellano: “El viento blanco”, según el
relato de Juan Carlos Dávalos. Al entregar el escrito le observé: “Quizás, profesor,
yo debería saber de esto más que Ud. y quizás que el mismo autor, porque viví y sufrí estas
experiencias durante muchos años”. En efecto, recién en el año 1964, o sea 16 años
después de llegar en la Argentina después de arduas, cansadoras e ininterrum-
pidas peregrinaciones conseguí que me otorgaran la reválida de mi título como
ingeniero civil. Con eso tengo dos diplomas. Y con toda seguridad soy uno de
muy pocos que ha revalidado su título de Alemania.

EL VIAJE A ESTADOS UNIDOS

Después de ese largo y penoso esfuerzo para revalidar mi título y poder


firmar los planos de los edificios que proyectaba, calculaba y construía, pensé que
merecía un descanso. En 1964 viajé con una excursión a la World Fair (ex- posición
internacional) en Nueva York. Pasamos por la inolvidable Florida, la antigua
provincia de pantanos del sur de EE.UU. y, desde hace décadas, uno de los estados
207

más ricos y prósperos de la Unión. La exposición era realmente un evento de lo más


extraordinario, una síntesis de los grandes adelantos obtenidos y la ciencia ficción del
futuro; mucho de lo que ahí se mostraba se hizo luego realidad.
Había stands y pabellones de los países más remotos de la tierra. Quizás lo que
más me quedó grabado fue el pabellón de la Logia Masónica Internacional. Cerca de
la entrada vimos la impactante réplica del templo de Salomón realizado en mármol
blanco. Algunos preguntaron a qué se debe el Templo de Salomón en esa organización
mundial. Todos esperábamos una aclaración satisfactoria, pero el funcionario pasó a
otro tema. Penetramos sin tardar. Arriba de la redonda sala estaban los retratos de los
presidentes norteamericanos. Nos explicaron que todos los presidentes hasta aquel
momento habían pertenecido a esa organización, salvo los tres que faltaban: los de
John Kennedy y Abraham Lincoln y el restante, que no tengo presente, que murieron
asesinados. Esto demuestra lo influyente que es mundialmente esa poderosa
organización que sin duda planifica el futuro de la humanidad al salir de allí más de
uno se preguntaba qué tiene que ver el símbolo judío y otros mal pensados
preguntaban quién ordenó los asesinatos de los presidentes ausentes.
Como ingeniero vi con gran interés los grandes adelantos técnicos, no sólo del
genio inventivo americano sino también de su gigantesca industria y potencia
económica. Era realmente algo admirable.

DE MIS AMIGOS JUDÍOS

Como ya mencioné, desde chico tuve buena relación con gente de esa colec-
tividad en la ciudad departamental de mi pueblo. El diario búlgaro 24 horas del
2 de septiembre de 2002 con grandes letras titula: “Cien casamientos de judíos por
mes en Varna, la bella ciudad de nuestras playas del Mar Negro”. Los recién casados
provienen de los países vecinos, especialmente de Israel, debido a las excelentes
recepciones que se le brindan en Bulgaria.
Al llegar a la Argentina la gran mayoría de mis amigos, así como mis clientes, eran
también de esa colectividad. Además me entendía mejor con ellos en algu- no de los
idiomas que yo aprendí... y muy especialmente porque pronunciaban correctamente
mi difícil apellido y no me hacían las preguntas que ya mencioné. Aunque la lista es
muy grande, todavía me acuerdo de algunos, como el Ing. Rodolfo Mochkovsky,
director de la empresa Zollazo Hnos., del que aprendí cómo tratar a los operarios de
las obras en construcción y desenvolverme como empresario. Con mi querido
dentista, que fue el Dr. Samuel Scaliter, con quien un día, conversando frente a su
casa, después de la muerte de la Sra. Eva Pe- rón, pasaron dos tipos fornidos y al ver
que no teníamos las escarapelas negras se dieron vuelta y escupieron en nuestros
pies. No tengo más que palabras de agradecimiento al Sr. Rudman, de Suixtil, para
quien construí mi primera obra, ayudándome como un padre; lo mismo que al Sr.
Salomón Dimon, como tam- bién a Santiago Kohn. Tanto el uno como el otro
208

confiaron en transferir a mi nombre sus valiosas propiedades con sólo prometerles


por un simple escrito que les entregaría los salones en la planta baja de los edificios
que construía. Con mi educación búlgara y alemana, cumplí mis compromisos
impecablemente.
Para no entrar en más detalles me quiero referir en especial a un entrañable
amigo que fue el Sr. Salomón Henquin, hombre ya de cierta edad, jubilado como
director de correo y telecomunicaciones de Tucumán. Durante años nos encon-
tramos cada tanto para charlar. Sin embargo, al construir el Edificio “Libertad”,
frente a la plaza Independencia de Tucumán, nuestras reuniones eran un ritual.
Todos los días durante dos años, a las 14 horas el Sr. Henquin infaliblemente se
sentaba en un banco en la plaza, frente a la obra, y pacientemente, esperaba que yo
subiera y bajara del edificio para ir a tomar un café en el único bar que había sobre la
calle 24 de Setiembre. Lo notable era que a pesar de la diferencia de edad nos
entendíamos a las mil maravillas.
Durante todo el año, verano e invierno, el Sr. Henquin vestía a la perfección con
traje oscuro, chaleco, camisa blanca y corbata. Para hacer honor a su origen no
faltaban los exquisitos broches, anillos y reloj de oro. Se expresaba de forma clara,
ceremonial, por haber sido miembro de la Logia Masónica de Tucumán con el
grado nada menos que 32, como él mismo una tarde me confesó, hacia quien
guardo un cariñoso recuerdo. Del excelente amigo Sr. Henquin aprendí muchos
consejos, como de un padre, por eso nunca me olvidaré de él. Siempre suena en mis
oídos su expresión con una gran emoción: “Ingeniero, a Ud. los judíos deben levantarle un
monumento”; “¿Por qué?”, le pregunté, “Porque muchos creen que Ud. es judío y porque Ud tiene
una maravillosa conducta que muchos de ellos no tienen”. Tampoco puedo olvidarme, entre
otros, del Sr. Sisack, que me atendía con suma deferencia en el Banco de la Provincia
de Tucumán y me daba útiles consejos.
Es interesante remarcar que si se considera que Argentina es el tercer país del
mundo en cuanto a la cantidad de habitantes de esta religión, también es notable que
sea el país donde más búlgaros viven fuera de Bulgaria.
Habiendo tenido un 90% de mis amigos de esa colectividad, me duele men-
cionar algo como el caso del ex Banco Mayo, que compró con préstamos del Banco
Central otros varios bancos de la misma colectividad que, curiosamente, se habían
presentado en quiebra de la misma manera y al mismo tiempo, y cerraron sus
puertas embolsando grandes cantidades de dinero en plazo fijo que desaparecieron
impunemente ¿con el ingenuo pretexto de préstamos incobrables de supuestos
deudores? El señor presidente del Banco Mayo por entonces distinguido señor
Rubén Beraja, vino a Tucumán e hizo una conferencia con un agasajo. Al mismo
fui invitado yo también y, al darle la mano, aproveché para agradecerle
personalmente por haber adquirido el Banco Noar, donde yo quedé atrapado con
80.000 dólares. Al hacer alarde de su poderío y del respaldo del Banco Central,
muchos le creímos, máxime sabiendo que este tan distinguido señor era presidente
de la DAIA, de máximo nivel social y cultural; aumenté mis depósitos porque nunca
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creí que después de poseer esa posición social y tener tanto flujo de dinero en plazo
fijo, un día también ese dinero desaparecería y cerraría las puertas del Banco Mayo
junto con todos los bancos y sus sucursales adquiridas, según la prensa 184; pero la
justicia es demasiado lenta en esos casos y a veces, habiendo tanto dinero, todo se
diluye y desaparece.
No quisiera pasar por alto un especial agradecimiento a dos queridos amigos. Al
profesor Dr. David Lagmanivich, quien me aconsejó que escribiera este libro con
relatos separados, para facilitar una lectura más ágil.
También al distinguido escritor Bernardo Ezequiel Koremblit, le hago llegar mi
sincero agradecimiento por los elogios y afectuosos conceptos vertidos en el prólogo.
La lista de mis amigos es larga, de modo que pido que me disculpen los muchos que
no menciono. Únicamente que no puedo olvidarme de una persona muy especial, con
la que nos apreciamos mucho mutuamente: el “contador atleta” Efraín Wachs, quien a
los 85 años fue campeón regional, nacional e internacional como corredor a distintas
distancias y en todo terreno.
De esta colectividad aprendí algo muy sabio: “Si no tienes lo que quieres, quiere lo
que tienes”, así tu vida será mucho más pasadera y a la larga triunfarás.

MIS HIJOS, DANTE Y VICTORIA (CONSEJO PARA PADRES)

Mientras construía grandes edificios tuve felicitaciones de mucha gente. Me


emocionaba recibir llamadas telefónicas de muchachos que yo no conocía, y
posiblemente animados por sus padres me decían que cuando fueran grandes querían
ser triunfadores como yo. Mucha gente en la calle me felicitaba. Sin embargo, es- taba
también la otra cara de la moneda... Por entonces, dedicaba todo mi tiempo a la
empresa. Había demasiadas cosas por hacer y compromisos que cumplir. Mi hijo fue
creciendo sin tener mi adecuada compañía; compartía su tiempo con los compañeros
del colegio o bien con los muchachos vecinos. Tarde me di cuenta de que Dante poco
a poco estaba distanciándose de mí y no entendía los motivos. Al parecer en las casas
de sus compañeros comentarían que “el gringo Koralsky” era rico, que ganaba mucho
dinero, lo cual se traducía, no en admiración –como suele suceder en los pueblos
avanzados– sino en la maldita envidia.
Nunca olvidaré una competencia automovilística que debía pasar por Tu-
cumán. Encabezaba la carrera una volante sueca. Su llegada a la ciudad fue
anunciada para las once de la mañana del día siguiente. Los chicos estaban
enloquecidos por ir a verla. Con timidez, la noche anterior, Dante se acercó a mi
mesa de trabajo después de la cena, contándome que deseaba ver la carrera con sus
compañeros del colegio. “Vaya a verla, hijo, ¿cuál es el problema?” Me contó que los
demás chicos astutamente llevaban notas de sus padres de que faltarían a la escuela
210

por tener que ir al médico, dentista, o alguna mentira similar a fin de que los dejaran
salir.
“De ninguna manera lo haré, hijo, pues no soy un mentiroso. ¿Así que porque llega la sueca,
todos los chicos llevarán notas para ir al médico? ¡Qué bochorno! ¿Acaso, hijo, los sacerdotes son tan
ingenuos para creerlo?” Ante mi respuesta mi hijo, lloriqueando, contestó: “Sabía, sabía
que eras malo, mis compañeros me lo dijeron”. Lo quise convencer de que el colegio sólo
autorizaría ir a todos juntos y que el papel no le serviría de nada. Además sería un
mentiroso más, por nada. Como continuaba llorando, accedí: “Está bien, te daré una
tarjeta”. En ella escribí: “Rvdo. Padre Tapie, si usted considera factible agradeceré autorizar a
mi hijo a fin de que concurra a ver la llegada de la tan esperada carrera automovilística”. Él no
quiso llevarla, le parecía que con una franqueza así quedaba mal parado. Insistí,
garantizándole que si el colegio otorgaba un solo permiso sería a él. Llevó la nota de
mala gana.
Al día siguiente lo vi contento y risueño y me contó lo sucedido. En efecto, entregó
la tarjeta al sacerdote. En el curso, al escuchar su nombre empezó a temblar: “Dante
Koralsky, dígale a su padre que es el único que no mintió, el único que dijo la verdad”. Lejos de
valorar la actitud franca, sus compañeros le reprocharon: “¡Viste, tu padre como siempre
pretende ser distinto, superior a los demás!”. Tuve la certidumbre de que en el reproche
existía un perceptible fastidio contra mí y una envidia que le alcanzaba también a él.
Tiempo después, jugando con algunos compañeros en la casa, mientras uno se
metía en una bolsa los otros le daban vueltas. En el turno de Dante, quien sabe por
qué, en vez de vueltas le dieron algunos puntapiés y uno de ellos fue a dar sobre la
nuca. Cuando oyeron gritos, los chicos se fueron corriendo. Cuando sacaron a Dante
de la bolsa tenía convulsiones y no articulaba palabra. Me llamaron con urgencia.
Pedí el auxilio de un médico, quien aconsejó una urgente intervención quirúrgica.
Presumía una lesión cerebral, quería abrir y examinar el cráneo. Necesitaba tomar
una decisión de gravedad, pero me opuse. Cuando se retiró el médico había
oscurecido. Me sobrevino un deseo de venganza irracional. Salí a la vereda, donde
solían jugar sus compañeritos, pero por suerte no encontré a ninguno.
Le suministramos algunos medicamentos y esperamos su evolución. Mejoró
lentamente con el tiempo. Le prohibí que se volviera a juntar con los amigos. Quizá
lo más acertado hubiera sido trasladarme a otra vivienda, pero no era fácil. La casa
estaba construida a la medida de nuestras necesidades. Además estaba demasiado
ocupado. No pude evitar que reanudara los juegos con los mismos chicos y el
distanciamiento, conmigo, fue creciendo a través de los años, a pesar de toda la
voluntad y empeño que puse para evitarlo, pero lamentablemente ya era tarde. Por
eso me permito dar un consejo: es mucho mejor menos riqueza, pero más atención a
los hijos.
De chico Dante leía con interés las revistas que compraba sobre vidas ejem-
plares y hombres ilustres. Era notable cómo las cuidaba, encuadernaba y aún hoy las
conserva. Las lecturas le ayudaron a obtener una adecuada cultura. Nunca podré
211

olvidar el dolor que me acompaña desde que tuvo un brutal accidente en la ruta,
donde un conductor, viniendo de contramano, se metió bajo la camioneta de mi hijo,
muriendo en el acto, mientras mi hijo que ya era arquitecto sufrió mucho antes de
reponerse de las múltiples golpes y fracturas.
Mi hija Victoria nació un año y medio después que Dante. Desde chica estaba
apegada a mí. Tenía pocas amigas y contrariamente a su hermano, al ir creciendo me
acompañaba a todas partes. Siempre recuerdo que al comprar mi primer auto, un Opel
usado, ella me acompañaba de noche para ir a guardarlo en un garage. Por
costumbre y diversión, al volver hacíamos carreras hasta la casa. Hice lo imposible y
empecé a dedicar más tiempo a la familia. En los fines de semana paseábamos con
mi esposa y los chicos por lo general en el parque. Era un placer sacarles fotografías
que aún conservo con cariño.
Es gracioso recordar que Victoria vivía destapándose de noche. No sabía cómo
resolver ese problema, hasta que decidí atar la sábana en los dos costados de la cama.
Era cómico verla, por la mañana, sólo con la cabecita afuera, le costaba esfuerzo
salir. Como no podía atarla mientras se hallara despierta recurría a un truco: todas
las noches me sentaba en la cama al lado suyo para contarle cuentos hasta que se
dormía.
A medida que crecía se hacía cada día más simpática y bonita. La llevaba a
casi todas las fiestas. Cuando integraba el directorio del Banco Empresario de
Tucumán realizábamos cenas mensuales de camaradería de hombres solos. Llevé una
vez a Victoria y se convirtió en la mascota del directorio. Lo malo fue que se casó
joven y no tuvo suerte. Por razones obvias no quisiera entrar en mas detalle; sólo
quisiera advertir a muchos padres que presten mucho cuidado con quien se casa su
hija y máxime si es un abogado, peronista y político. Lo bueno es que me dio una
hermosa nieta, Natalia Verónica. Por fin tuvo coraje de separarse; además quedó
viuda. Agradezco a Dios por tenerla siempre al lado nuestro.
***
212

CAPÍTULO IX

LA ANGUSTIOSA VISITA A BULGARIA

Pasando los años recibí en Tucumán la visita de uno de los embajadores del
régimen comunista búlgaro con quien recorrimos el norte argentino. Me juró que
con pasaporte argentino se puede viajar a Bulgaria sin problemas porque se es
considerado un extranjero.
Confiado en todas las promesas, en 1968, veintidós años después de haber
abandonado mi vieja patria, decidí visitarla. A la salida de Tucumán recibí una
despedida emotiva, tanto del personal de la empresa como de mis familiares y
amigos. Me abrazaban efusivamente, como si nunca más hubiera de retornar. Con
un tour, hice un extenso itinerario por Europa. En Roma me enteré de que el
secretario de la Embajada búlgara que conocí en Tucumán años atrás se
desempeñaba allí como embajador. Me recibió afectuosamente. Recorrimos con su
automóvil la ciudad entera, compartimos una cena y luego visitamos un café donde
concurrían compatriotas. No encontramos a ninguno.
Al salir, un individuo alto, joven y elegante nos saludó. Era Jorge Karamaneff, que
tenía parientes en Tucumán a quienes yo conocía mucho. Además de otros cargos, se
desempeñaba como secretario general del Comsomol (juventud comunista búlgara) de
la que yo mismo había formado parte. Me facilitó su dirección y me invitó a
visitarlo. Viajé a Bulgaria en un avión de fabricación soviética, austero en su diseño y
colmado de pasajeros, en su mayoría turistas extranjeros. Ya dentro del avión,
compré algunas baratijas, con la billetera cargada de dólares que junto a mi
impecable búlgaro llamaron la atención de las azafatas, que seguramente
pertenecían al servicio de inteligencia. Llegamos normalmente a Sofía, la capital
búlgara. En el aeropuerto, al igual que el resto de los pasajeros hice la respectiva
cola para el sellado del pasaporte. Cuando llegó mi turno la mujer, al abrirlo, indicó
que esperara a un costado. Sin duda tenía conocimiento de mi llegada.
Me inquieté. No obstante, aguardé paciente. Al irse todos los pasajeros que- dé solo;
me condujeron a una habitación ante un jefe de la milicia popular que gentilmente
me invitó a sentar y acto seguido fui sometido a un interrogatorio minucioso.
Quería saber todo de mí; le explicaba que era amigo del embajador en Roma y que
conocía, además, a otros funcionarios búlgaros, incluso al camarada Karamaneff.
Parecía que nada de lo que yo decía le importaba al imperturbable inquisidor. Quería
saber por qué había tomado ciudadanía de un país extranjero sin la autorización del
gobierno búlgaro. Ante esa pregunta me vi perdido. Pensaba que por voluntad
propia me había entregado al temible régimen marxista.
Mi paciencia se agotó y empecé a gritar, como si de golpe hubiera perdido el
miedo o, mejor dicho, perdido por perdido, calculé que era la única forma de
defensa: “Soy argentino y no deseo ser búlgaro”. Reclamé mi pasaporte y las valijas, dis-
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puesto a permanecer sentado en la pista del aeropuerto hasta la llegada de algún


avión de Occidente. “No quiero ver a mi patria. No quiero quedarme un solo minuto aquí. Basta
de humillarme con sus malditas preguntas degradantes. No soy un reo ni un delincuente y no le
contestaré ninguna pregunta más. Soy un ciudadano argentino, un profesional, un empresario,
hombre honesto y respetable.” El miliciano me miraba con asombro; al concluir se levantó,
dejándome solo en la habitación.
Al mirar hacia afuera por un vidrio, distinguí a mis primos Teodoro y a
Dimitar, hijos de mi querido tío Jielu, que habían ido a esperarme. Ambos eran
militantes del Partido Comunista; uno contador; el otro periodista. Permanecían
parados como estatuas en el hall central. Los miré, ellos hicieron lo mismo sin
expresión alguna, mudos e impotentes. Podían haberme matado delante de ellos y
no hubieran abierto la boca. Al rato apareció otro inquisidor, al parecer, el jefe.
Empezó con el mismo interrogatorio. Me mantuve de pie y a la segunda pregunta
exploté de nuevo; gritando y repitiendo que era argentino, y que ya no era búlgaro ni
lo deseaba ser. Si pensaban detenerme se arrepentirían, porque medio mundo sabía
que me hallaba en Bulgaria. Que la prensa europea se haría eco de mi secuestro y
que alguien sería responsable del atropello que cometían. Además que ningún
búlgaro que vive en el extranjero pisaría más suelo patrio. Cuando callé, el
funcionario, después de hojear repetidas veces el pasaporte sin saber qué hacer ni
qué preguntar, llamó para que le pusieran el sello de entrada al país. De allí me
llevaron al hall en medio del cual estaban mis dos valijas en el suelo junto a dos
empleados de la aduana, parados a su lado.
Me ordenaron abrir las maletas. Obedecí. Preguntaron qué llevaba: “Ropa y
regalos”, respondí. Exigieron que mostrara el contenido para que ellos miraran.
Contesté que ellos mismos lo vieran. Había perdido totalmente la serenidad y el
miedo. Ya delante de mis dos primos y del personal que miraba enmudecido de
todas partes, envalentonado y en voz alta pregunté: “¿Ustedes no son acaso empleados de la
Aduana y les pagan para revisar los equipajes? Aquí están las valijas abiertas, las revisan si
quieren”. Para desahogar la furia di una patada a cada una. Los aduaneros se miraban
entre sí sin saber qué hacer. La atmósfera era tensa, yo estaba descontrolado;
supongo que recibieron alguna señal, porque de repente se marcharon sin revisar.
Con maletas en mano, me dirigí a mis primos, los abracé en silencio. Al salir del hall
no pude aguantar más: “Esto no es mi vieja patria sino una prisión”. Mis pobres primos,
dos horas antes habían reservado un taxi. El recorrido a la ciudad lo hice en
silencio, además estaba la presencia del taxista, que quién sabe si no era un espía.
Fue una tensa bienvenida, una situación desgraciada, como si paradójicamente,
después de veintidós años sin vernos, no tuviéramos nada que decirnos.
Mi primera preocupación fue preguntar si la República Argentina tenía Em-
bajada allí, para quejarme por el mal trato recibido. “No existe ninguna relación con la
Argentina”, informaron. Me sentí solo y desamparado. Al llegar a mi habitación con
Teodoro, me contemplé en el espejo y me vi envejecido. Por primera vez vi canas
en mis cabellos. Sentí una desesperante angustia. Era tarde, no quise comer ni
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conversar. Invadido por la impotencia y la resignación, mi deseo mayor era descansar.


Mientras tanto vi que mi primo estaba examinando debajo de la cama, entre los
muebles y en voz baja, al oído, indicó que tuviera cuidado puesto que podía haber
micrófonos instalados por la policía secreta. Al acostarme, la posibilidad de
cualquier acechanza no me abandonaba, hasta que finalmente el cansancio me
sumergió en un profundo sueño.
Teodoro, el mismo que en 1946 me había ayudado a salir del país, era, como ya
mencioné, un comunista especial, internacionalista, esperantista y filatelista. Se
hacía entender en varios idiomas. Había viajado en su auto Fiat 600 que yo le había
ayudado a comprar. Recorrimos el Valle del río Maritza, y llegamos al Valle de las
Rosas hasta su capital, Kazanlak, donde él vivía. Visitamos también la ciudad más
moderna del país, Stara Zagora, donde estudié el tercer año del secundario. Es
notable ver allí grandes estatuas que representan a los soldados búlgaros congelados
estando de guardia durante la guerra de liberación de los turcos. Debe ser el único
escalofriante espectáculo de este tipo en el mundo entero.
Durante el camino Teodoro me explicó la idiosincrasia de los comunistas que
estaban en el poder: una férrea estructura partidaria dominada por los famosos
jerarcas, la mayoría de los que mencioné y que sólo pretenden el poder y su
enriquecimiento a costa del pueblo que trabaja por poca paga y sin descanso. Entrar
en el partido resultaba difícil, ya que debían comprobar la incondicional fidelidad al
partido hasta tal punto que podían traicionar y entregar a sus amigos y familiares; y
para salir de él era una tragedia, ya que se terminaba perseguido como traidor y
podía ir a parar a un campo de concentración. Teodoro no militaba ya en el partido
porque a causa de sus viajes frecuentes por Europa, ayudado por lingüistas y
filatelistas, el partido lo consideraba occidentalizado y por consiguiente no
confiable. Se limitaron a retirarle el carné de afiliación, observándolo muy de cerca.
Desde Stara Zagora nos acompañó un sobrino, Doncho, hijo de mi única hermana,
que residía en Karnobat. Nos dirigimos hacia mi pueblo natal, Cherkovo.
Proseguimos la charla animadamente pese a que mi primo me advirtiera que
Doncho era capitán del ejército y lo habían destinado a cuidar la frontera, pero no
de los extranjeros, sino para acribillar a los búlgaros que trataban de escaparse del
“paraíso soviético” instalado en mi vieja patria. Las fronteras se cuidaban
rigurosamente con alambres de púa electrizados y perros amaestrados, y soldados que
la recorrían bien armados con metralletas. Ya que como mencioné en otras partes, los
países soviéticos eran un enorme campo de concentración. De este modo nadie
podía irse sin antes entregar su sudor hasta la muerte para la “construcción del
socialismo”. Pero en la realidad es para que no se conociera la verdad del paraíso
soviético. Aunque era un fanático comunista Doncho confesó que a causa de que yo
residía en el extranjero, a menudo lo indagaban sobre mis actividades y si recibía
correspondencia de mí. “Tío, no tienes idea de cuánto he sufrido por tenerte en América.”
Razones por las cuales lo separaron de las filas del ejército. Teodoro, en cierto
215

momento, le preguntó: “¿Qué harías si el partido te entrega un revólver y ordena que dispares
a tu tío? No podrías rehusarte. ¿No es verdad?” Doncho perdió el aspecto festivo,
enmudeció, y creí descubrir en sus ojos el asomo de las lágrimas: Entonces
interrumpí el diálogo: “Animo Doncho –le dije–, eso nunca sucederá, todos saben que me
encuentro en Bulgaria y no podría desaparecer así nomás. Además en su tiempo salí con pasaporte y
visas”.
Mientras recorríamos el camino observé por todas partes una cantidad de
construcciones nuevas. Llegamos a Karnobat, donde residía mi hermana, la ma- dre
de Doncho. Se habían reunido algunos parientes para recibirme. Fue, como era de
suponer, un momento realmente inolvidable. Me llamó la atención que mi sobrina
fuera jefe de manzana, según lo indicaba un cartel en el frente de su casa. Ella las
vigilaba y controlaba a todas.
Por la noche, mientras dialogábamos a solas, mi hermana preguntó por qué me
había arriesgado a regresar. Su hija intentó una seña para que se callara, lo que me
obligó a preguntar qué sucedía. “Existía una ley que condenaba a muerte a quienes habían
salido del país y no retornaron, pero fue derogada”, se apresuró a aclarar mi sobrina. La
tranquilidad recuperada desapareció. Recordé los inquisidores formularios recibidos
años atrás, de cuatro páginas, adonde el régimen soviético quería saber todo y
amenazaba de muerte a los que no regresaban, y a pesar de la aseveración de nuestros
embajadores de que fuera una provocación escrita por los enemigos del comunismo,
comprobé que eran auténticos. Advertí con curiosidad que los trabajos manuales en
los campos lo realizaban corpulentas mujeres. Los hombres –según señaló mi
primo– estaban en el ejército, en la milicia, o bien trabajan en los campos, pero en
las máquinas.

UNA SORPRESA: NO RECONOCÍA MI PUEBLO NATAL

Desde Karnobat a Cherkovo hay veinte kilómetros. En mis tiempos de joven me


llevaba varias horas recorrerlo, ya fuera en carro o caminando. No tenía el mismo
trazado. Me absorbía el paisaje. Se extendían ante nosotros los sembra- díos de los
coljós. Así también más y más construcciones nuevas. El adelanto era enorme. “Aquí
se trabaja duro”, aseveró Teodoro. Al entrar a un pueblo observé un letrero, pero el
pícaro de mi primo me distrajo para que observara hacia el lado opuesto. De pronto
detuvo la marcha ante varios campesinos. Cuando miré con detenimiento reconocí
entre ellos a George, mi hermano, en compañía de sobrinos y familiares. A causa del
pavimento, el recorrido me pareció cortísimo, por lo cual sospeché que se habían
adelantado para esperarme en otro pueblo. Bajé apresuradamente para saludar y
abrazarlos sin dejar de reprocharles porque se habían molestado en llegar hasta allí.
Expresé mi aflicción por su regreso. Me miraron sin entender y cuando pregunté
cómo se llamaba ese pueblo empezaron a reír. Desorientado me di vuelta a mirar
hasta ver el letrero que decía Cherkovo. Yo también empecé a reír. “¿No reconociste tu
216

pueblo?”, preguntó mi hermano. “Es que descubro todo cambiado y de no ser por el letrero
habría pensado que no era el mío”. Lo que observaba era inédito, increíble. “¿Quién
construyó esto, acaso el Estado?” “No –respondió mi hermano–, ahora, igual que antes, cada
campesino construye su casa con sus propias manos y todos juntos construimos las obras
comunitarias.” Las casas eran todas de dos plantas. Las calles principales de Cherkovo
estaban pavimentadas y el cementerio viejo ya no existía.
En el régimen monárquico, cada campesino poseía su pequeño campo, su
vivienda, animales para consumo de carne, leche y labranza de la tierra. Ahora
poseía únicamente su casa y el terreno a la vuelta. Perdieron sus tierras y todo lo
demás; debían conformarse con ser simples empleados del Estado o, en su defecto,
de las cooperativas administradas por dirigentes comunistas. Todavía se recordaba
la bonanza de la Segunda Guerra Mundial, cuando los productores vendían a buen
precio su producción, manejaban dinero, vivían cómodos, celebraban sus fiestas y se
divertían. Ahora, se trabajaba duro y la existencia era austera. Los feriados
nacionales los celebraban con grandes desfiles donde asistían todos. Sin embargo, el
Estado no perdía nada, la gente después trabajaba el sábado o domingo venideros las
horas que habían perdido por el festejo.
Los campesinos, acostumbrados al trabajo duro y a la laboriosidad, se adaptaron a la
nueva situación y pese a los magros salarios no pasaban hambre. El mínimo tiempo
disponible, después del empleo, lo aprovechaban en sus huertas en los terrenos que
poseían desde tiempos pasados alrededor de sus casas. Compraban lo que no podían
producir ellos mismos. Aquellos que no manejaban adecuadamente la cuchara de
albañil, cortaban, quemaban ladrillos y hacían mezcla con la cal que ellos mismos
quemaban. Caso contrario, servían de auxiliares a los más hábiles que levantaban
paredes, hacían revoques, colocaban pisos, etcétera.
En las afueras de Cherkovo construyeron espaciosos galpones donde los
agricultores guardaban los equipos de la granja colectiva. Observé una edificación
de magnitud: era el granero, junto a otros galpones destinados a la cría de cerdos,
aves de corral, etcétera. Para mí, que conocía los modestos pueblos y las humildes
parcelas de campo, eso parecía una verdadera maravilla, pero era menester vivir allí
para comprenderla. “Tuvimos una tarea demasiado dura, me confió uno de los dirigentes
de la granja colectiva, pero así pudimos obtener el premio Cinta de Plata en el departamento de
Karnobat.” Claro está que el partido realizaba una férrea planificación y controlaba su
ejecución en forma estricta. Se prometía que una vez consolidada la economía, la
presión laboral y sus exigencias desaparecerían. Pero aquellos que creían en las
promesas comprobaban que el régimen era una clase privilegiada y opresora, una
elite y un pueblo sometido que debía trabajar hasta el fin de sus días.
Un hecho me entristeció sobremanera: el estado de abandono en que encontré la
iglesia. La puerta de entrada sujeta con alambre, el techo de tejas destrozado por
piedras de manos anónimas. Nadie se atrevía a repararla. Por las rendijas observé
que crecían malezas en su interior.
Como mi madre falleció cuando me encontraba en Viena, decidí hacerle un
217

homenaje. Compré en la granja doce ovejas, con el propósito de preparar el pu-


chero que se acostumbraba en esos casos. Invité a la totalidad del pueblo y fijé un
sábado al mediodía. Me enteré de que la gente utilizaba los fines de semana para
trabajar sin cesar en sus huertas. De modo que insistí en realizarlo el domingo al
mediodía. Los viejos parientes se encargaron de carnear las ovejas y acondicionar las
grandes cacerolas que los campesinos utilizaban desde los pasados tiempos para este
tipo de comidas. Observé que pasadas las doce horas no había nada listo, que recién
sacrificaban los animales. Al preguntar afligido qué pasaba, mi hermano Gorge
confesó: “Es que la gente a pesar de los feriados trabaja el día entero”. De manera que el
acto sería al anochecer.
Habían prometido asistir algunos dirigentes del partido que fueron compa- ñeros de
infancia e iniciados por mí en la ideología marxista. Según dijeron, la comida se
llevaría a cabo en el salón del pueblo, pero en su lugar, instalaron los tablones en la
calle, frente a la casa de un sobrino. Solicité explicaciones, nadie respondió.
Finalmente el homenaje se realizó con poca luz improvisada; asistieron los vecinos
del pueblo, no así los dirigentes. Mi hermano trató de explicar que al parecer había
órdenes de arriba. “Se negaron a prestar el edificio público –me dijo al oído un viejo
pariente–, como si fuera propiedad privada del partido.” Para entonces nuestro viejo pope
era labrador en un pueblo vecino. Lo traje en un auto que se alquilaba solo para los
extranjeros, en dólares, para bendecir el homenaje, como era tradición muy antigua.
Aunque me encontraba en mi modesto pueblo, me vestí como si concurriera a
una fiesta en una gran ciudad. La escasa luz eléctrica, no obstante, hacía relumbrar mi
nuevo reloj de oro Rolex.
Ya anochecía y nadie llegaba. “ Ya vendrán”, me aseguraron. En la oscuridad
empezaron a aparecer. Todos a la vez me querían abrazar, besar y felicitarme. Los que
no podían hacerlo trataban de tocar mi ropa, la cara, el reloj... A los amigos de la
adolescencia no los reconocí, estaban envejecidos. Resultaba embarazoso. Cuando
me preguntaban: “Vatiu, ¿te acuerdas de mí?”, “¡Cómo no voy a recordarte!”; mentía, no era
así.
El nuevo cementerio estaba alejado del pueblo, en un lugar no apto para la
agricultura; tenía aspecto de abandono. Me puse en campaña y en Karnobat pude
construir una verja de hierro y un modesto monolito de mármol para la tumba de
mi madre.

LA DESGRACIADA VIDA DE MI AMIGO DIMITER VALEV

Después de algunos días en Cherkovo proseguí con mi primo hacia Burgas,


sobre el Mar Negro. Aun cuando allí había cursado los dos últimos años del se-
cundario costó orientarme, en especial por los nuevos edificios, calles, avenidas que
habían cambiado de nombre y aspecto.
Mientras tanto, apoyado en mi pasaporte argentino, recuperé de nuevo la
218

tranquilidad. Deseaba visitar todo lo que pudiera y ver a la gente amiga, sobre todo
a Dimiter Valev, de una familia muy adinerada, que tanto me ayudara en el
secundario; especialmente para poder abandonar el marxismo. Envié un pariente a
buscarlo, en la casa paterna o donde fuera, indicándole que me encontraría a las 21
horas en el nuevo y gran hotel de la ciudad. Lo aguardé largo tiempo sin saber que
Valev estaba esperándome afuera, porque entonces era un hotel para extranjeros y
no se animó a entrar. Cuando salí a la calle divisé a un anciano que se acercaba
despacio. Ni remotamente imaginé que fuera mi amigo Dimiter. Te- nía un año
menos que yo, pero a los 48 era un anciano desgarbado, deteriorado físicamente, de
cabellos totalmente blancos como algodón, rostro arrugado y voz temblorosa: “Vatiu,
bienvenido”, decía mientras me extendía sus manos. “¿Dimiter, sos vos?”. Con
lágrimas y sumamente emocionado balbuceó “Sí, soy yo”. Nos abrazamos. Advertí
que no deseaba separarse y esperé que se desahogara. Lo invité al hall con el
propósito de que conversáramos.
Mi viejo amigo no se animó a entrar. Su ropa tampoco era adecuada para el
brillo del espacioso hall. Se había graduado como profesor en Literatura y pese a
ello, se sentía un ciudadano de cuarta categoría porque de primera era la elite, de
segunda los acomodados, de tercera el pueblo que trabajaba y por último, de cuarta,
los considerados opositores, que recibían malos tratos, peores trabajos y míseros
pagos. Dimiter Valev, siendo joven y culto, había poseído talento suficiente como
para triunfar en la vida por sus propios medios. Le gustaba escribir y publicaba en el
diario local sobre historia y cultura búlgara de la Edad Media y Antigua. “Te observo
muy decaído”, manifesté. “Sufrí muchísimo”, contestó, ahogado en lágrimas. “A la llegada
de los rusos y los comunistas al poder, perdimos nuestra casa, la invadió gente extraña; fuimos
arrinconados en una habitación. Mis padres sufrieron la falta de alimentación, enfermedades y
carencia de medicamentos y murieron en la miseria. Me detuvieron infinidad de veces. Me
arrestaban, me liberaban, volvían nuevamente a detenerme hasta el hartazgo. Me casé y en el
matrimonio no me fue mejor. Nos separamos de hecho y judicialmente, pero como no pude conseguir
dónde ubicarme tuve que compartir con ella la única habitación que poseía y la misma cama.
Vatiu, es un infierno insoportable vivir con una persona a quien no se le dirige la palabra. No
tienes idea del grado de sufrimiento que significa. Mi desgracia se origina en el hecho de haber tenido
un padre conocido y de buena posición económica. Como sabían que no era comunista, por más que
nunca abrí la boca tú conoces su slogan: “Quién no está con nosotros, está contra nosotros”.
No encontraba palabras que pudieran consolarlo o animarlo. No tenía res-
puesta que dar a un ser querido que estaba en mis brazos, sumido en la desgracia. Me
era absolutamente imposible hacer algo a favor de él y ayudarlo a aliviar su
desesperada situación. Hasta me arrepentí de haberlo arrancado de su letargo
existencial. No sabía cómo separarme de él. Me dolía el alma. Retorné otras veces a
Bulgaria y a pesar de mi aprecio, nunca intenté reencontrarlo. Quise pensar que
únicamente en otra existencia, encontraría la paz que tanto necesitaba.
219

BULGARIA, UN BELLO PAÍS QUE VALE LA PENA CONOCER

Después de recorrer las bellas costas y playas del Mar Negro, unas llamadas “la
costa del sol” y las otras “las arenas doradas”, debíamos retornar al sur de Bulgaria.
Para trasladarnos a Tracia con mi primo Teodoro cruzamos los Balcanes, primera
vez que yo lo hacía. La belleza del panorama resulta inenarrable. Admiramos una
intrincada caverna y un río subterráneo con cascadas, estalactitas y estalagmitas que
semejaban una fantasía. También visitamos el renombrado monumento de los
Balcanes, Shipka, luego de sortear 180 escalones. Fue construido después de 1879, en
memoria de los soldados rusos y voluntarios búlgaros congelados por el frío cuando
cuidaban el paso de los refuerzos turcos que querían llegar a toda costa a la asediada
fortaleza turca Pleven, en el norte de Bulgaria. Es preciso destacar y reconocer que el
nuevo régimen sembró el país de estatuas y de monumentos imponentes, por lo que
vale la pena visitar y recorrer Bulgaria, quedará sorprendido por sus bellezas.
Al regresar a Sofía visité a Karamaneff. Tenía un nuevo cargo: vicepresidente del
Concejo Municipal de la ciudad de Sofía. Hombre joven, doctor en Ciencias
Económicas, graduado en Moscú y casado con una mujer rusa. Es decir, con todo a
su alcance para escalar posiciones políticas. Me invitó a comer a su casa y conocí su
familia. Aproveché para contar el mal rato pasado a mi llegada al aeropuerto de
Sofía. Con un gesto restó importancia: “Han puesto demasiado celo en su deber”.
Me di cuenta de que el abuso de autoridad era común en aquellos tiempos. La
policía de seguridad estaba por encima de cualquier otra institución, ya que
respondía directa o indirectamente a la NKVD rusa. Disponía de la vida y muerte
de cualquier persona, por más alto cargo que ostentara. Antes del regreso
compartí en Sofía una cena con mis familiares, algunos de ellos fanáticos marxistas.
Tras las copas de rigor comenzaron los discursos a los cuales estaban tan
acostumbrados. Cuando hablé, en lugar de relatar las desventuras de mi llegada,
mencioné las cosas buenas observadas y no así las experiencias tan desagradables.
A mi regreso a Tucumán publiqué en el diario “La Gaceta” impresiones sobre mi
añorada patria. También ofrecí una charla en la peña cultural “El Cardón” ante un
público culto que, por entonces, se sospechaba discretamente izquierdista, y la ilustré
con diapositivas. Suavicé mi crítica y analicé objetivamente todo aquello que
merecía ponderarse con honestidad. Sin duda, en los veintidós años que yo había
faltado, el pueblo había trabajado sin descanso a pesar de que los hombres y mujeres
recibían jornales miserables y vivían sin esperanza de progresar en lo más mínimo.
Sin proponérmelo, me convertí en un propagandista del socialismo.
A pesar de algún mal rato vivido, regresé cargado de nostalgia y admiración por
mi abnegado y laborioso pueblo. Especialmente por nuestros campesinos.
220

LA TEMIBLE FRONTERA ENTRE EL YUGO Y LA LIBERTAD

Durante mi segunda visita a Bulgaria, mi primo Teodoro, que todavía gozaba de cierta
libertad bajo el comunismo para viajar a los congresos internacionales, se ofreció a
acompañarme (con su Fiat 600) hasta Viena. Al acercarnos a la frontera de Hungría
con Austria, en pleno campo abierto, encontramos una barrera custodiada por
soldados rusos. Nos revisaron la documentación y nos dejaron pasar. Al avanzar
unos 500 metros, encontramos otra barrera más grande con soldados con
ametralladoras a cada lado del camino, donde nos revisaron minuciosamente otra
vez.
Creíamos ingenuamente que todo había terminado. Sin embargo, más adelante
me asusté. Era un espectáculo aterrador observar una gran barrera, una gigantesca
muralla y bocas de ametralladoras que nos apuntaban de todas partes. A la izquierda
había un respetable edificio; calculo que sería la comandancia. Todos los soldados
llevaban metralletas en sus manos; parecían listos para disparar. Se me revolvió el
estómago. Creí que por allí no pasaríamos nunca. Los rusos, a pesar de ser nuestros
viejos hermanos, se habían convertido en símbolo del terror.
Lo gracioso era que a ellos no les interesaba lo que había del otro lado de la alta
muralla, es decir, Austria y el Occidente. Lo que temían era que se les escapara la
gente de su “paraíso”, de la esclavitud comunista, porque se consideraban los futuros
amos del mundo.
Nos rodearon, ordenando que nos bajáramos del vehículo. Se llevaron nuestra
documentación. Nos miraban como a delincuentes. Sumido en la desesperación
observé los enormes alambrados seguramente electrizados que se extendían a los
dos lados del alto paredón. Por todas partes soldados con perros amaestrados para
cazar, pero no animales de presa sino a seres humanos como nosotros. Sólo faltaba
una señal y me habrían despedazado en sus garras.
Pusieron el auto en una fosa y lo revisaron minuciosamente junto con nuestro
equipaje. Nos interrogaron todo lo que quisieron saber hasta que nos devolvieron la
documentación y se levantaron lentamente las pesadas barreras. Inseguro, mi
primo preguntó: “¿Ya podemos partir?”. Sin respuesta, subimos al auto y nos
marchamos.
En suelo austriaco un solo soldado estaba en la garita. Levantó la barrera, nos
dio cordialmente la bienvenida, pidió los pasaportes, los selló, los devolvió y
haciendo la venia nos deseó un buen viaje. Sin ningún problema, cuando ano-
checía, llegamos a la Viena Imperial.
Mientras viajábamos me trasladé en el tiempo, cuando las radios de la BBC de
Londres y de Moscú propalaban noticias que le convenían como la única verdad,
pero no el traicionero arreglo que los aliados habían hecho con Stalin, entregándole
seis países de pueblos milenarios al terror de los soviets. Siempre me pregunto ¿por
qué eran tan desalmados? Quienes programaban el futuro sin piedad, ¿no eran los
grandes capitalistas y sus aliados? Los estudiantes extranjeros habíamos leído en la
221

prensa nazi de ese infame arreglo, pero claro, como no le teníamos confianza a los
nazis, nunca creímos que pudiera ser cierto. Hoy “los aliados” de nuevo con sus
agresiones preventivas siguen masacrando millones de personas, destruyendo países
enteros sin alma y sin piedad.

DE NUEVO CON EL DR. FÄRBER

Estaba ansioso por volver a ver a Alemania, que había dejado totalmente
destruida y esclavizada. Fue grande mi sorpresa al ver todo lo que se había cons-
truido. Se había convertido en un país nuevo. Era evidente que aquel sacrificado
pueblo había trabajado día y noche.
Fui a visitar a la inolvidable familia Färber, que ya no vivía en la mansión de
Gräfelfing. Alquilaba una decorosa casa en las afueras de la ciudad. Su hijo Armin
había sobrevivido la guerra y se había graduado de médico y trabajaba en una ciudad
en el norte de Bavaria. Sus dos hijas se habían casado con los oficiales
norteamericanos y se fueron a vivir allí. Después de la larga conversación de los
“viejos” y tristes momentos que vivimos me comía la curiosidad por preguntarle: “Dr.
Färber, Ud. que es un apolítico y antinazi, y bien informado, ¿es cierto que al final de los cálculos, los
nazis han liquidado nada menos que 6.000.000 de judíos?” Él, ya viejito, pero todavía con su
habitual y ceremoniosa expresión me manifestó: “Pero Herr Koralsky, quién puede tener los
números exactos de aquel desastre en los abandonados y desabastecidos campos de concentración llenos
de desdichados prisioneros. Ud. sabe que el loco de Hitler nos metió en una descabellada guerra que
nunca podríamos ganar. Él se pegó un tiro pero dejó al masacrado pueblo alemán por el suelo y de
rodillas. La comunidad hebrea, desde su poder en el mundo, necesitaba mucho dinero para levantar
un nuevo Estado en el desierto de Palestina.
¿Quién más que el derrotado pueblo alemán debía poner los cientos de miles de millones de
dólares?” Pero fue aún más expresivo y un tanto alegórico al decirme: “Vea, Herr
Koralsky, todas las ventajas que los judíos han obtenido de la persecución que el estúpido Hitler les ha
ocasionado por haberles metido en los improvisados campos de concentración porque el judaísmo le
declaró la guerra, más la destrucción y la nueva humillación y castigo que ha traído al pueblo alemán,
junto con ellos debemos levantar un enorme monumento, pagado claro está por nosotros, con la
inscripción arriba: ‘Gracias Hitler por habernos perseguido’, y abajo: ‘¡Oh maldito Führer –de la
clase obrera–, nadie en el mundo entero ha ocasionado como tú tanta destrucción, muerte y
humillación a su propio pueblo, por empezar una guerra sin prepararse lo suficiente, por más razones
que tuviera!’”
Después de eso, para no quedarme corto, yo le contesté: “Mire, estimado doctor, a Stalin
los innumerables pueblos que cayeron bajo su despiadado terror y por los 7 millones de ucranianos
muertos de hambre, deben elevarle un monumento aún mayor con la leyenda: “¡A vos, Stalin, te
declaramos el asesino y torturador más grande que ha existido sobre la Tierra!”, para recuerdo de las
futuras generaciones”
EL GOLF, UNA SALVACIÓN.
222

(CONSEJOS PARA AFICIONADOS)

Hasta los cuarenta y nueve años no había practicado ningún deporte a no ser
trabajar incesantemente, ir de un lado para otro, subir y bajar a las corridas las
innumerables escaleras de los edificios que construía. Mientras mis piernas se
fortificaron mis manos se debilitaban. Prácticamente no hacía nada con ellas más
que calcular, comer y firmar cheques. Comencé a percibir una extraña sensación de
calambres, como si perdiera la sensibilidad. Mis dedos en las mañanas parecían
entumecidos. Me posesionó el fantasma de la invalidez.
Recurrí a especialistas de Tucumán y luego me sometí a un sinfín de análisis en el
Centro Privado de Córdoba. En la entrevista final con el Dr. Caeíro, me preguntó
qué deportes practicaba. Trabajar, fue mi respuesta. “Le sugiero que empiece a jugar
golf.” “Doctor, dígame cualquier otro deporte, menos golf.” Insistió que si no lo
practicaba quedaría con los dedos duros, agarrotados. Me resultaba absurdo.
A los pocos meses fui de vacaciones a Mar del Plata. Encontré a un amigo
golfista: José Muggeri, era el fabricante de los ascensores Volta que yo usaba. Al
comentarle mi dolencia de inmediato me invitó a “Sierra de los Padres Golf Club”.
El profesor Manolo me impartió las elementales indicaciones, el modo de tomar el
palo y cómo hacer el swing. Me dejó practicando solo, hasta que ordenara la salida
de los jugadores. En lugar de rozar el césped, como me indicó, descargaba la fuerza
contra el suelo. Tanto era mi empeño, que no me di cuenta de que mis manos se
estaban llenando de ampollas.
Al retornar a Tucumán, el trabajo acumulado me agobiaba y durante un mes no
tuve tiempo de pensar en el golf. Las manos siguieron adormeciéndose. Un día me
levanté con una idea fija. Dejar todo y buscar el dichoso campo de golf. Allí conocí a
mi futuro profesor, Jorge Ramón. Gracias a su extrema paciencia y a mi no menor
empeño, años después llegué a ser “uno de los destacados golfistas”, según el diario
“La Gaceta” en su edición del 31/12/81. Ese deporte me costó una fortuna, porque
descuidé la empresa, realicé gratuitamente muchísimos trabajos de terminación de la
nueva Country House, y muchas reparaciones de trabajos mal realizados, además de
costear desde hace ya más de veinticinco años el torneo de golf senior y presenior,
incluyendo un almuerzo, pero salvé mis manos.
Tengo la impresión de que la práctica en el manejo de las herramientas y en especial
de la guadaña en mis años de adolescencia posibilitó un swing rítmico, suelto, con el
cual pude recrearme y superar la movilidad de las manos. Además del placer de
obtener incontables trofeos, tres medallas de oro y hacer en un torneo “hoyo en
uno”, en la cancha del Jockey Club de Tucumán, donde fui admitido como socio
propietario. Creo que otro mérito es el haber llegado a doce de handicap y además
los halagos de mis compañeros, quienes dicen que tengo tiros como “tiralínea”.
Considero que no menos relevante es que en el año 1996, en un torneo internacional
de golf senior en la cancha Príncipe de Gales, en Santiago de Chile, entre 200
jugadores, el primer día salí 1º con 64 golpes para lo que recibí un hermoso trofeo,
223

además de salir 2º por mi golpe en mi categoría. También en el Torneo Abierto de


Golf de Tucumán, en el año 1997, realicé el 1º y 2º día 64 neto c/u y en los dos
últimos días 67 golpes, un récord tal que el 2º quedó con 15 golpes de diferencia.
A mis amigos golfistas que quieran ganar un torneo importante les recomiendo no
esperar a la casualidad de tener suerte, sino ponerse a practicar, tomar clases, tener
un buen caddy que conozca su juego, practicar cientos de aproachs y una gran
concentración mental. A los nuevos golfistas, me permito darles un consejo:
a) Fijar en la mente la línea de tiro.
b) Sacar despacio el palo con la mano izquierda girando (y no sacar la cadera)
hasta llegar arriba en la horizontal y hacer time (pausa).
c) En el down swing, tirar al palo con el hombro y mano izquierda, pasar “por aden-
tro” y pegar de la pelota para adelante (no contra la pelota), estirando los brazos
y llegar hasta la espalda, suave, sin hacer fuerza, sino ritmo y velocidad.
Recordar siempre que lo más importante es en todo momento mirar la pelota
y sentir la mano izquierda, porque ella es la que asegura una línea recta y un buen
éxito, porque la mano derecha se impone automáticamente por ser más fuerte.
Seré uno de cada mil o diez mil jugadores de golf que usan solo la mano izquier-
da, pero también a los 87 años recibo halagos de los que juegan conmigo.
En el green pararse frente a la pelota ya relajado, apuntar sacando el putter
en línea al hoyo, despacio (no histérico), y pasar acompañando a la pelota en la
línea deseada. No olvidarse que la distancia la fija su subconsciente. Para poder
usarlo exitosamente es conveniente hacer algún curso de control mental, que es
muy útil.
Tenga siempre en cuenta que pararse “dormido” sobre la pelota es lo más
antipático para los compañeros, lo saca del juego.

EDIFICIO “24 DE SETIEMBRE”

Cuando concluí el edificio “Independencia” y antes de finalizar el edificio “San


Vicente”, inicié con afán la búsqueda de un terreno de adecuada ubicación y medidas
para levantar otro de similar categoría. Construir monoblocks en altura se había
transformado para mí en rutina. Me avisaron que el Sr. Santiago Kohn dueño de un
negocio de materiales eléctricos de la calle Maipú 1ª cuadra, de origen hebreo,
deseaba conversar conmigo. “Toda esta esquina que ve al frente, 24 de Setiembre y Maipú, en
pleno centro de Tucumán –señaló con un dedo– se la cedo. Podemos formalizar el mismo trato que
hizo con mi paisano Dimond. Construya un edificio en propiedad horizontal, a cambio de los salones
en la planta baja.” Yo desconocía que esos viejos conventillos pertenecieran a don
Santiago. “Trato hecho, pero lo único que deseo es que no le ocurra lo mismo que a don Salomón”,
respondí en broma, contándole lo sucedido con la aflicción de ese buen hombre al
ver demolida su preciosa esquina…
Antes de terminar la obra, mis colaboradores insistían en que el edificio llevara
mi nombre. Si bien no estaba en mis planes, acepté. Con ese propósito dibujamos
224

letras de un metro de altura y enviamos los diseños a la fábrica de porcelanas Tsuji


de donde había comprado todo el revestimiento de los enormes frentes (ver foto)
Una vez recibidas las letras se empotró verticalmente en la esquina, primero la
palabra “Edificio” y a su costado “Vatiu Koralsky”, en toda la altura del edificio.
Costó trabajo colocarlas y también hacerlo con las pastillas o los pedazos necesarios
a la vuelta de las grandes letras.
Finalizada la obra mi nombre se divisaba por la Avda. 24 de Setiembre desde lejos.
Creo que fue el letrero más alto e imponente de todo el norte argentino. Durante
más de dos meses me detenía allí y levantaba la vista para observarlo. Me torturaba
que mi nombre estuviera exhibido de esa forma en la vía pública. Resultaba poco
modesto y dejaría a mis herederos esa carga, como si se tratara de ostentar riquezas,
poder o grandeza. Antes de que transcurriera más tiempo instalé un nuevo y sólido
andamio de 35 metros de altura y arranqué una a una las pastillas que formaban las
enormes letras. Llené luego prolijamente el espacio vacío. A pesar de los considerables
gastos que representó el costo de las letras, su colocación y su desmantelamiento y el
asombro de la gente, hoy sigo persuadido de que fue una decisión acertada que me
dejó dormir tranquilo. Sin embargo a pesar de que hoy el letrero no está, la gente
recuerda su imponencia y el edificio lleva mi nombre.
Fue el segundo edificio en el país con un portero eléctrico televisado. A la
entrada por la avenida, y encima del tablero, se embutió una cámara que tomaba la
imagen de quien llamaba y la transmitía al monitor que coloqué en cada depar-
tamento, además de una importante antela colectiva para la telvisión.

LA TEMIBLE SUBVERSIÓN EN TUCUMÁN

En aquellos tiempos, también gobernaban los militares, existían disturbios con los
estudiantes universitarios izquierdistas. Poco a poco, ganaron el centro de la ciudad
en un intento de coparla. Entre las propiedades que tomaban de noche los
subversivos, estaba el edificio “24 de Setiembre”, desde donde hostigaban con
disparos a la policía, por lo que a duras penas pude terminar ese edificio.
Había nombrado como administrador del nuevo edificio a un señor de apellido
Galán. Sorpresa: una mañana se me presentó diciendo que como le merecía
confianza, debía informarme que su hijo, estudiante no sé de qué facultad, y uno de
los cabecillas de la subversión estaba escondido en un departamento. Tenía captura
recomendada y deseaba entregarse a las autoridades del ejército, pero no a la
policía. Temía que le rompieran los huesos. Sabedor de que conocía al jefe policial,
teniente coronel “P”, muy afligido me pidió que intercediera por él. Prometí hacerlo,
pero me equivoqué. Además de ser un desconocido para mí, este joven formaba
parte del grupo subversivo que me amenazaba de muerte constantemente.
Al anochecer, luego de concluir mis tareas fui a la jefatura. Después de cui-
dadosos controles llegué a él. Me saludó, acaso extrañado de una visita en hora tan
225

desacostumbrada. Expliqué con detalles el problema, solicitándole su palabra de


honor, a fin de que el muchacho no fuera maltratado. “¡Ajá!, ¿de modo que por ese
motivo me visita usted? Mire, señor, aquí no se pega a nadie y menos rompemos los huesos.”
Levantando el tono agregó: “Por lo que acaba de expresar, merece que lo meta preso”, y a los
gritos casi desaforados, que yo no esperaba ni merecía, inquirió que le dijese dónde
diablos estaba el subversivo.
Al instante me di cuenta de que por salvar a alguien que no conocía, me
convertía en un cómplice. Como había prometido ayudarlo, resolví afrontar las
consecuencias. A esa altura de la conversación, indignado, a gritos, le dije: “Usted es el
jefe de Policía y puede hacer conmigo lo que se le antoje”, y reiteré que había ido allí en
una misión de colaboración. Mientras tanto sonaban los teléfonos y mi interlocutor
daba cortantes órdenes. Una de las llamadas, al parecer, estaba destinada a sacarnos
de tan embarazosa situación; era de larga distancia, y la atendió con cortesía. Luego de
repetir varias veces “sí, señor Presidente, entiendo, señor Presidente”, colgó el teléfono y
dirigiéndose a mí expresó: “Vea usted, nos volvemos locos buscando a los subversivos que están
arrasando la ciudad, y el señor presidente, teniente general Lanusse, me ordena liberar los presos
para buscar un arreglo”. Respiré con alivio y sin perder un minuto, un poco molesto, me
despedí sin extenderle la mano.

ESCUELA DE MONSEÑOR DÍAZ

En 1970, al concluir el edificio de la Avda. 24 de Setiembre esquina Maipú, organicé


una recepción y agasajo para 480 personas en las terrazas. Era un acontecimiento
para nuestra ciudad. Entre las personalidades invitadas se hallaba monseñor
Gregorio de Jesús Díaz, párroco de la iglesia Santo Cristo en la Banda del Río Salí, al
Este de Tucumán, a quien conocía como un sacrificado sacerdote fundador de varias
escuelas de bien público. Con evidente emoción consideré que era propicio hacer una
obra de bien a la comunidad. Entregué a monseñor un cheque equivalente hoy a
treinta mil dólares, para ayuda de su obra apostólica.
Invitado por él, concurrí a conocer su escuela. Se dictaban clases en viejos
tranvías y omnibuses con ventanillas sin vidrios. Regresé destrozado. No se iban de
mi cabeza los chiquillos que se asomaban y nos saludaban por los huecos con tanta
ingenuidad. Recordaba el drama de mi niñez, ya sabía que aquí los padres no son
capaces de hacer con sus propias manos ni una pieza de material para su familia, y
menos un aula para sus hijos. Mientras en mi remoto pueblo, los aldeanos habían
construido no sólo la escuela para la primaria, sino también un salón para teatro
infantil. Me di cuenta también de que con el dinero donado ese tenaz sacerdote no
podía hacer mucho. Después de algunos días fui nuevamente para darle la buena
226

nueva: había decidido construir gratuitamente la obra que necesitaba. Me dijo que
hacía tiempo que la dirección de Construcciones Escolares le estaba haciendo los
planos que no llegaban. Según era mi norma de destacarme como “ingeniero alemán y
argentino también” confeccioné rápidamente los planos hasta el último detalle y
empecé la obra de inmediato. En un tiempo récord construí ocho aulas, una
secretaría y doce baños. Cuando comenzó el período lectivo de 1972, monseñor
Díaz deseaba hacer una inauguración adecuada a la circunstancia: no me quedaba
otra alternativa que correr con todos los gastos.
Al lunch fue invitada la comunidad de Banda del Río Salí, el gobernador Prof. Sarrulle
y el arzobispo de Tucumán, Monseñor Blas Victorio Conrero, a quien conocía
desde su llegada a nuestra ciudad. Además, a las largas filas de mesas se agolpó
mucho público y sin duda los padres de los alumnos que no solo no cumplieron con
su deber, ni pusieron un peso pero se alistaron para festejar a costa ajena. Sobre una
pared de la escuela, el párroco, sin que yo lo supiera, colocó una placa: “Pabellón
Ingeniero Koralsky”. En el discurso inaugural critiqué no sólo a las autoridades
provinciales, sino también a los estudiantes que pretendían más de lo que merecían y
especialmente a los sacerdotes: “Hay sacerdotes que estando satisfechos, y bien
alimentados en la tierra, consideran que tienen asegurado un lugar en el cielo,
mientras monseñor Díaz, con su delgada figura, ojos profundos y con marcadas
arrugas en su rostro, sacrifica su vida y salud en beneficio de la comunidad, como
sacerdote y como educador”. A los estudiantes, que su deber era estudiar, graduarse,
capacitarse y no perpetuarse en las aulas ocupándose de política, que deben dejar en
manos de los mayores. A los políticos, a reflexionar: Si de sus bolsillos darían lo que
ofrecen y si como gobernantes cumplirían lo que prometen. Si no lo hacen son
irresponsables demagogos. Tras otros conceptos concluí, señalando que no
olvidáramos que el símbolo de la paz es el desarrollo, el bienestar y si queremos un
futuro mejor, cada uno de nosotros debe trabajar para construir un país más justo en
un mundo más feliz. Como los alumnos eran de una gran fábrica de azúcar mas otra
internacional, resalté: “A los que tienen mucho dinero quisiera asegurarles que donar
para los mas pobres, para los nece- sitados, con amor, trae una gran satisfacción y un
gran alivio espiritual”. Recibí un gran aplauso por parte del enorme público. Al año
esas dos grandes empresas se esmeraron en ampliar la Escuela y otras dependencias.

COLEGIO DEL HUERTO CUIDADO CON LOS GRANDES ORADORES

A pesar de que me formé bajo las normas cristianas ortodoxas envié a mis hijos a
colegios católicos, porque siendo mi esposa católica, educada en un colegio de esa
Iglesia, yo tenía que bautizarme de nuevo y pasar al catolicismo. Mientras mi hijo
Dante concluyó el secundario en el Sagrado Corazón, Victoria lo hizo en el Colegio
del Huerto. Tanto me entusiasmaron los planes de la directora, reverenda madre
227

Angela Colomo, que me convertí en su asesor personal y un activo dirigente de la


cooperadora de padres del colegio.
En varias oportunidades representé a la institución en los colegios de esa con-
gregación en otras provincias. Entre otras actividades, tengo siempre presente el
recibimiento del arzobispo Blas Victorio Conrero en el puesto fronterizo, a su llegada
a Tucumán desde Córdoba por vía automovilística. Fue la madre Angela, con otra
religiosa, mi esposa y mi hija los primeros que le dimos la bienvenida al pisar el
suelo tucumano. Hemos sido amigos de él hasta su temprano fallecimiento.
Lo mismo sucedió a la llegada de la Madre Superiora en el mundo de los co-
legios del Huerto. Le tributamos una gran fiesta en las instalaciones de nuestra sede
y un discurso de bienvenida a mi cargo. En aquel tiempo las uniones de los padres
de los distintos colegios eran muy activas. En Tucumán se realizó un encuentro
nacional de alumnas y padres de todos los colegios similares en el país. Entre las
reuniones y los festejos realizados, el desfile llevado a cabo en el teatro San Martín
fue inolvidable. Sin duda una obra minuciosamente planificada por la directora, a
quien yo siempre apoyaba. En esos días Tucumán se vistió de fiesta. Algo así no se
repitió más en ningún otro colegio.
De entre mis iniciativas y actividades en el colegio me quedó una gran lección: en el
gran encuentro mencionado, los padres resolvimos hacer un estatuto para que
sirviera de guía y ejemplo de cómo deben educarse nuestras hijas, cómo debían
proceder las religiosas y qué apoyo moral y ético debían brindar los padres.
Se resolvió que cada unión de padres elaborara un anteproyecto y en una nueva
reunión nacional, se debatieran los treinta puntos esbozados y se escogieran las
mejores propuestas. La conferencia se realizó en Catamarca durante un fin de semana
largo. Todavía recuerdo cómo fui derrotado y aplastado por la mayoría. A fin de que
las deliberaciones fueran más ejecutivas, a pedido de la madre superiora argentina
con asiento en Córdoba, se resolvió dividir la asamblea en tres comisiones. Sabedor
de las discusiones que cuestan para llegar a un acuerdo, a fin de elaborar una
propuesta definitiva, tomé la palabra e hice notar que, como cada colegio traía su
proyecto bien estudiado, aquellos 30 puntos estatutarios se dividieran en tres, y que
cada comisión elaborase una propuesta definitiva para diez de los puntos y con el
dictamen de las tres comisiones se formaría el estatuto anhelado. Pero después de
mí, tomó la palabra un abogado de Santa Fe que me demolió. Apeló al derecho
democrático que cada unión de padres tenía para opinar sobre cada punto de los
estatutos y, por lo tanto, que cada una de las tres comisiones estudiara los treinta
puntos (con lo que habría tres proyectos). El orador hizo gala de su retórica al
repetir varias veces la palabra democracia, atrajo la atención de todos y sedujo de tal
manera que cuando terminó, la sala explotó en aplausos de aprobación. Como
abogado el hombre tenía dotes de orador, pero carecía de imaginación. Al final la
Asamblea, en vez de tener un estatuto completo de treinta puntos y corregir algo si
quería, tenía tres proyectos, tres propuestas y no sabía con cual quedarse porque cada
comisión defendía su propuesta; las discusiones podían durar no horas, sino días.
228

Claro, no se puede tener todo a la vez. Por eso en las elecciones ellos hablan,
prometen, seducen, son nuestros gobernantes, nuestros legisladores, y no hablemos
de la justicia y su entorno; por eso nuestra muy rica y gran patria llega cada tanto al
precipicio.
El día sábado, una tarde entera hasta entrada la noche se escucharon los debates sobre
las propuestas de las tres distintas comisiones. Al final cada una entregó su propuesta.
En definitiva, contábamos con tres proyectos de treinta artículos cada uno.
Mientras, yo apuntaba a un solo proyecto definitivo. Al constituirse la asamblea, al
día siguiente, era lógico que cada comisión defendiera su proyecto de treinta puntos.
Había tantos oradores que se explayaban sin duda para des- tacarse pero sin
concretarse nada. Al final llegamos a la siete de la tarde y aún faltaba más de la
mitad del temario. La mayoría de las delegaciones empezaron a retirarse para viajar
a sus provincias. La asamblea de los catorce Colegios del Huerto había fracasado
porque la mayoría se dejó seducir por un simple manejo retórico. Como ingeniero e
importante empresario me consideraba un hombre práctico, por lo que antes de
retirarnos con nuestra Madre Directora, insistí antes la Madre Superiora de Córdoba
que elija treinta puntos y de un plumazo diera corte definitivo, promulgando los
estatutos; y así sucedió, porque no había otra salida.
Conclusión: siempre tuve la certeza de que un buen orador es un peligro po-
tencial porque es capaz de arrastrar a las masas donde quiera, frente a él no se tiene
tiempo de pensar ni de reflexionar y las masas se solidarizan con todo lo que el
orador dice y quiere. Todavía retumba en mis oídos el discurso del presidente de
facto, general Galtieri desde los balcones de la Casa Rosada cuando gritaba: “Los
ingleses nos están amenazando, que vengan, les presentaremos batalla”. Estamos
más cerca de las Malvinas, pero se equivocó amargamente. Ellos tienn una gran flota
y mucha experiencia en el mar. La masa popular que colmaba la Plaza de Mayo
respondía: “Que vengan...” Después el pueblo, los jóvenes, sufrieron y murieron en
vano... De este modo muchos políticos conquistan la voluntad de las masas y arrancan
sus votos, con el consiguiente fracaso y sufrimiento. En consecuencia: es evidente
que las masas, en conjunto, no actúan racionalmente y muestran un bajo cociente
intelectual.

DIRECTIVO EN EL BANCO EMPRESARIO

Conforme transcurrían los años me había convertido en un prestigioso em-


presario de Tucumán, por lo cual en 1968 fui invitado a integrar el Directorio del
Banco Empresario de esta provincia. Había sido una cooperativa fundada el 21 de
julio de 1958 y recibido la autorización para transformarse en banco el 15 de
diciembre de 1966. A pesar de mis ocupaciones, accedí de buen grado. Considero que
esa distinción no ha sido en vano. Durante los tres años que me desempeñé, creo
229

haber contribuido a su crecimiento.


Hacía mucho tiempo que quería constituir una fundación de mi empresa con el
propósito de otorgar becas a estudiantes sin recursos, pero dotados de condiciones.
Para ese fin había recopilado estatutos y antecedentes de varias fundaciones con fines
benéficos y elaborado un anteproyecto. Al comentar mi propósito con algunos de
mis compañeros del directorio, se mostraron muy entusiastas. Lo gracioso fue que
al presentarles los antecedentes e irme de vacaciones, mis compañeros del
Directorio habían aprovechado mi ausencia aprobar, apresuradamente, una
fundación del Banco. Con esto dejé sin efecto mi propósito.
El otro y aún más importante logro en ese lapso, entre otros, fue la adquisición del
terreno del lado sur y la ampliación de la casa central. Nunca me olvidaré de los
sufrimientos y la angustia que vivimos. Cuando un banco es el comprador del único
terreno posible, y el vendedor es un hábil, sordo y experimentado abogado, las
tratativas se tornan a veces muy resbalosas. Cuando invitamos al distinguido Dr.
Belfiori a una reunión, pidió un precio muy alto. Al invitárselo a una nueva reunión,
el astuto vendedor no fue y comunicó que había resuelto no vender. Pasaba el
tiempo, el banco seguía creciendo, los espacios escaseaban y la ampliación se hacía
indispensable. Me había propuesto encarar personalmente las tratativas. Invité al
vendedor a una reunión como amigos y le expliqué que lamentablemente él había
perdido la oportunidad de vender bien su terreno. Que el directorio había estudiado
comprar máquinas modernas y evitar una costosa ampliación.
Al final me ofrecí a hablar con el directorio para reanudar las tratativas y ver
si estaban de acuerdo. Pero que se preparara a bajar el precio. Avisé a mis
compañeros de la buena novedad. El entusiasmo era tal que a pesar de mi ad-
vertencia de que debía seguir yo solo el que tratara con él, por celos decidieron
invitarlo en el directorio. Esa imprudencia costó al banco varias veces más de lo que
mi gestión hubiera conseguido. El amable recibimiento y las atenciones que le
brindaron mis contentos compañeros resultaron contraproducentes. El viejo y
astuto profesional se agrandó de nuevo. Cansado de tantos celos, presenté mi
renuncia que fue aceptada con una importante despedida.

EL EDIFICIO “BULGARIA”

Como ya expliqué, cuarenta años atrás mucha gente informada de Tucumán no


sabía siquiera que existía mi país. Además pensaban que yo era un judío errante
nacido en Bulgaria, y convertido en cristianismo igual que Carl Marx. Me había
prometido erigir un edificio que llevara el nombre de mi vieja patria. Deseaba una
obra relevante, pero como en aquel momento las agitaciones marxistas eran cada día
de mayor intensidad me apuré a tomar una decisión con el primer terreno que
encontré: la esquina de Muñecas y Corrientes, en diagonal a mi casa de entonces,
donde convertí en realidad mi propósito.
230

Terminada la estructura de hormigón armado y con adelantos en la mampostería, se


produjo el llamado “Cordobazo”; corría 1969. Se rumoreaba acerca de un estallido
similar, “el Tucumanazo”. Tenía acumulada en la planta baja la madera usada en el
encofrado. A los estudiantes se los veía muy activos. En pleno centro preparaban
barricadas, lanzaban cohetes y “miguelitos” que son púas de tres puntas y pinchan
fácilmente las cubiertas de los vehículos, encendían fogatas; se desplazaban de una
esquina a la otra o se introducían rápidamente en las casas prefijadas; subían y
corrían por los techos y cuando la policía menos lo esperaba, recibía de las cornisas
andanadas de piedras y cascotes.
Hacia la noche, la ciudad oscurecida se convertía en un pandemónium de gritos,
corridas, estallidos y gases lacrimógenos. En la noche del 29 de mayo, desde mi
domicilio privado, escuché gritos. La empleada doméstica me alertó sobre un grupo
de estudiantes refugiados en la obra. No sabía qué hacer. Temía que prendieran
fuego a la montaña de madera, con los consiguientes daños en su Estructura que se
podía derrumbar. Observé que los revoltosos se llevaban tablones y tambores a la
bocacalle e improvisaban una barricada para detener el tránsito, y en especial a las
fuerzas de seguridad. Felizmente se dispersaron no sé por qué. Salimos con mi hijo a
trasladar nuevamente los materiales al edificio.
Nos detuvimos luego junto a un vecino frente a mi casa a mirar hacia el centro,
donde ya se alzaban fogatas alimentadas con cubiertas de automóviles, embalajes y
material combustible de los negocios. De repente aparecieron a contraluz dos jeeps
policiales. Mi vecino se perdió como una flecha en su casa gritando: “¡Corran,
corran!”. No sabía que se había decretado un toque de queda después de las 21 horas.
Lejos de asustarme, por haber colaborado con las fuerzas del orden, despejando las
barricadas, nos dirigimos con Dante hacia la puerta de mi casa, ubicada justo en la
esquina. Mientras embocaba la cerradura, escuché un disparo y el impacto dio en el
revestimiento del frente: era un proyectil lacrimógeno que no explotó. Temblando de
miedo me di vuelta, levanté las manos clamando: “No disparen” pero nadie me
escuchaba. Del segundo jeep lanzaron otro proyectil desde corta distancia. El
cartucho dio en el costado derecho de mi abdomen, perforó el saco, pulóver y la
ropa interior; destrozó el cristal de la puerta de acceso, hizo un boquete en el
revoque de una pared interior y fue a parar en la cocina, pero por fortuna tampoco
explotó.
Al rozar mi cuerpo el proyectil de 18 cm de largo por 3 cm de espesor, me arrojó
al piso. Me incorporé preso de un intenso dolor y fui directamente a la cama, donde
advertí un inmenso hematoma negro.
Mi indignación fue grande. Hasta tanto llegara el médico, llamé al diario “La
Gaceta” para denunciar la barbarie que cometía la policía contra un ciudadano
inocente que había colaborado con ella. La noticia repercutió además en “La
Nación” de Buenos Aires. Tuve que someterme a revisiones, radiografías y que-
darme un tiempo inmovilizado. Aunque el hematoma se disipó y el dolor fue
desapareciendo, durante varios inviernos me abstuve de jugar golf, pues los tejidos
231

internos afectados, al contraerse por el frío, me producían un dolor agudo.


Días después del ataque se presentó un alto funcionario policial en casa para ofrecer
sus excusas, justificando la actitud policial ante la impotencia de encontrar a los
subversivos. Poca gracia me hizo su observación: “Tuvo usted mucha suerte porque desde esa
distancia, de haber impactado de frente el proyectil, le habría hecho un boquete y no estaría vivo para
contarlo”
En los meses posteriores agilicé la construcción del edificio “Bulgaria” y una vez
concluido, según acostumbraba, invité a la inauguración a personalidades
destacadas de la sociedad, banca, industria y comercio. En mi discurso puse
énfasis en el hecho de que muchísimos cristianos ricos van a la iglesia, golpean sus
pechos pero aferrados a sus bienes olvidan a los demás. No pagan a la gente que
trabaja para ellos lo suficiente para poder vivir con dignidad. Recibí forzados aplausos
por la severa recriminación, algunos habrán pensado que había sido un discurso
acorde con una Bulgaria comunista, pero nadie podía objetar la verdad ni dudar de
mi ideología.
Frente al edificio coloqué en letras de mármol: “Edificio Bulgaria”. Saqué una
fotografía, la enmarqué y la envié al embajador de mi país, con quien mantenía
una estrecha amistad. No lo invité a la ceremonia por cuanto el comunismo
estaba en su apogeo y temí ser tildado de marxista, según me lo advirtieron. Al
obsequiarle la foto, en son de broma le pregunté: “Al país lo tienen en bandeja, ¿qué
hacen que no lo toman?”. Respondió: “Tomar el poder es un arma de doble filo. En primer
lugar, no es tan fácil y además, para edificar el socialismo hace falta trabajar duro y a los ar-
gentinos no les gusta, por consiguiente habría que matar a la mitad”.
***
232

CAPÍTULO X

EL PRIMER CAMPO QUE COMPRÉ (UN GRAN DOLOR DE CABEZA)

Durante 1973 se consideraba buena inversión comprar campos como una forma
de “repartir los huevos en varios canastos” –como dice la gente– y decidí adquirir
uno. Mientras que en Europa se trataba de pequeñas parcelas, por lo general de una
hectárea, en la Argentina se hablaba de miles de hectáreas. Quería experimentar la
sensación de ser dueño de tanta cantidad de tierra. Experiencia, confieso, que me
costó un grave dolor de cabeza. Adquirí 3.000 hectáreas. Aboné gran parte de ellas
al contado y el resto en diez cuotas mensuales mediante pagarés garantizados con
seis departamentos de un edificio construido por mi empresa. Me hice cargo
asimismo de un crédito de poco monto en el Banco Provincia, por el que el vendedor
suscribió un documento por once mil dólares. Fui de inmediato a reemplazarlo por
otro firmado por mí, por lo que ese documento no tenía ya ningún valor. Pedí el
pagaré del vendedor pero me contestaron que lo buscara en una semana. Pasaba el
tiempo y el maldito documento no aparecía, hasta que nos olvidamos de él.
Al tiempo recibí la notificación de que el vendedor me había demandado por
incumplimiento de contrato, porque no devolví su documento dentro de los
sesenta días fijados y por haber vendido por error uno de los departamentos
ofrecidos en garantía. Que seguro el vendedor mandó a alguien a comprar uno de
esos departamentos. No presté mucha atención, porque había abonado ya la mayoría
de las cuotas. Pero el juicio siguió en todas las instancias. Se juntaban las cédulas
amarillas, hasta que un día recibí la última. Vino mi abogado a darme la mala noticia:
el juicio estaba definitivamente perdido.
Antes de hacer la operación tuve referencia de que el vendedor no era buena
persona, pero como quien debía cumplir con los pagos era yo, no me afligí. Con el
juicio en marcha supuse que a la larga la justicia iba a prevalecer y que ningún juez
me iba a condenar habiendo abonado puntualmente toda la deuda –pero me
equivoqué amargamente–. Ciertamente no había condena, pero tenía que abonar los
honorarios fijados por la justicia, no sobre el monto del documento del banco no
encontrado y devuelto a término ni por el monto del departamento enajenado con
anticipación, sino sobre el monto total de la venta, más de dos millones de dólares al
valor de entonces. Sin duda había un acomodo con la justicia –algo muy peligroso y
que se debe tener en cuenta que los rumores públicos de que hay jueces corruptos y
abogados inescrupulosos; ¿sería cierto?
El largo juicio terminó en varios tomos y los honorarios resultaban una montaña
de dinero en dólares que en aquél momento no disponía. La justicia fijaba
perentoriamente el pago. Entrevisté al abogado de la parte contraria para pedir un
plazo mayor y le ofrecí pagarle los intereses; pero el abogado que obraba de mala fe,
sin titubear me dijo: “Ingeniero, o paga en término o embargo, y eso
automáticamente aumenta un 10% la deuda y usted tiene con qué responder.” Era
233

humillante. Salí a caminar sin rumbo. Estaba en plena actividad empresarial, con otros
compromisos y juntar de repente, en pocos días, varios cientos de miles de dólares en
efectivo era difícil.
Me vi obligado a recurrir a los bancos, pero como construía con dinero genuino
y amplios créditos comerciales, por lo que no tenía legajos. Me costó lágrimas juntar
todo el dinero y pagar a los pocos días. Me di cuenta cabal de que cuando hay mala
fe no hay contrato que valga, por más largo que sea, y la verdad y lo que uno cree
que es justo, no existe para la justicia.
Días después se presentó mi abogado diciéndome: “Ingeniero, yo también he
trabajado y debo cobrar”. Sus honorarios, aunque la mitad de los anteriores, eran
otra pila de dinero.
Durante más de dos años, tres veces por semana visitaba la finca. Invertí
muchísimo, trabajé junto a los operarios, compré dos grandes topadoras y des-
monté dos mil hectáreas e hice de ella la mejor estancia agrícola-ganadera de la
provincia. Por los robos cometidos al no encontrar una persona adecuada para
atenderla y por el cuatrerismo que existía en la zona, agobiado de problemas resolví
venderla en una época poco propicia, la del gobierno de “Isabelita”, pocos días antes
del famoso “Rodrigazo”, cuando en un solo día la inflación subió
250%, con lo cual prácticamente perdí gran parte del dinero invertido y mi gran
sacrificio personal.
Ante estas numerosas y amargas experiencias me permito sugerir a mis lecto-
res tomar precauciones para no caer en manos de la justicia. No confiar en nadie.
Además, no gastar dinero ganado con esfuerzo y rectitud en actividades ajenas
a su oficio, a su profesión y a su experiencia.

PÉSIMA EXPERIENCIA SOCIETARIA

En 1974 adquirí una propiedad de más de ocho mil hectáreas en las estribaciones de
nuestra montaña Aconquija (que pertenece a las derivaciones de los Andes), a
cuarenta y cinco kilómetros de la ciudad de Tucumán, y a 15 km al noroeste de la
ciudad de Famaillá. Sus bosques, arroyos y paisajes me fascinaban; constituía un sitio
exótico y salvaje, lo que me entusiasmó con las dos grandes topadoras a emprender
los desmontes para las plantaciones de citrus y la refo- restación con pinos.
Cada vez que caía uno de los enormes árboles, el suelo temblaba. Había que
empujarlos de inmediato con suma dificultad hasta algún zanjón o un enorme
cordón para limpiar el terreno; caso contrario, se cruzaban de tal forma que
resultaba imposible arrastrarlos.
Ahora bien, según el proyecto, yo tendría en un primer momento unas dos-
cientas hectáreas con plantas de limones. Por entonces en Tucumán había sólo dos
fábricas para el procesamiento de frutas cítricas, de modo que cuando había buena
cosecha el precio bajaba notablemente. Hoy, Tucumán es el tercer productor de
234

limones del mundo. Por eso algunos citricultores fundaron la empresa Tucumán
Citrus para la extracción de aceites y concentrado del jugo de limón. Yo también caí
en la maraña. Como la empresa estaba mal administrada por los llamados “tanos”, la
mayoría me eligió presidente.
Lo peor fue que al poner con enorme sacrificio la fábrica a punto, la cosecha de
limones de ese año bajó muchísimo y los accionistas incluso entregaban limones
juntados del suelo en estado de descomposición, por lo que hacía falta de mucho
personal para la selección. Eso suscitaba discusiones diarias. La fábrica empezó a
trabajar a pérdida.
A pesar de todo, con un entusiasmo mayúsculo proyecté la ampliación en una
planta de secado de cáscara de limón que se exportaría para su procesamiento y la
obtención posterior de pectina. No percibía sueldo ni honorarios y hasta en los
viajes gastaba de mi bolsillo. Esperaba algún día obtener, al menos, el reco-
nocimiento afectivo por la desinteresada labor.
Al final, la relación con los colaboradores se puso tensa. Noté poco apoyo y
algunos de ellos, a pesar de las continuas promesas no abonaban las acciones
suscriptas. La fábrica tenía muchas deudas y todos los compromisos tenían mi
firma. Cansado de todo, resolví renunciar.
El nuevo directorio, con el consejo del abogado apoderado, resolvió una nueva y
muy importante emisión de acciones, sin revaluar el capital accionario histórico de
los activos, que la inflación había convertido en escombros. En la asamblea advertí a
los señores accionistas que al no actualizarse el activo de acuerdo a la inflación, la
nueva suscripción sería varias veces mayor que el capital, según los libros. Aclaré que
yo no pensaba suscribir nada y pregunté quién de los accionistas, fuera de los
directores, suscribiría acciones. Nadie respondió. Aclaré a la asamblea que el
directorio, al suscribir la nueva emisión aun sin abonarla, ya tendría varias veces
más capital y, en consecuencia, amplia mayoría y el control absoluto de la empresa.
Hubo reacciones y la consiguiente revuelta. Claro está, los directivos insistieron en
que si no se aprobaba la emisión de las nuevas acciones se produciría cese de pagos y
la inevitable quiebra. Traté de calmar los ánimos, aclarando que hice consultas en
Buenos Aires y Montevideo, y la empresa se podía vender bien e incluso ganando
dinero ya que yo me ocupé de buscar compradores. Nadie quiso creer, porque
parecía un cuento. Me abstuve de dar más explicaciones y me retiré.
Es largo de explicar cómo se logró que la fábrica, en situación de quiebra
financiera, fuera vendida en un millón de dólares más de lo que realmente había
costado, incluyendo su deuda e intereses.
Tres años ya había sufrido con la dichosa empresa, pero al ser elegido como
liquidador, cobrar y distribuir el dinero de los accionistas fue otra odisea. Nunca me
perdonaré haberme empecinado en hacer justicia. Para cobrar el saldo de la venta, se
precisaba una serie de actas y trámites de parte de los ex accionistas que yo
representaba Nuestro abogado se había asegurado ser nombrado también
representante de la empresa compradora, algo inmoral. Esto complicó mucho mi tarea
235

por lo que nunca me perdoné mi idealismo.

EL PODER DE LA MENTE

Muchas veces había escuchado hablar del poder y control de la mente. Sin
embargo, no tuve oportunidad de conocerlo sino hasta asistir al nombrado curso
“Silva Mind Control”, que es similar a tantos otros de la misma disciplina. En
aquellos años trabajaba intensamente y me acorralaban innumerables preocu-
paciones. A consecuencia de ello, padecía insomnios. Para combatirlos tomaba
píldoras; al principio media, luego una y al final dos antes de acostarme. Por la
mañana me levantaba demolido.
El curso me enseñó a relajarme, respirar mejor y mejorar no sólo mi con-
centración, sino que mis insomnios desaparecieron por completo. Dormía
placenteramente toda la noche. Un año después, asistí también a la inolvidable
conferencia que realizó el Instituto “Silva Mind Control” durante una semana en el
Sheraton Hotel de Buenos Aires. Estaba presente no sólo el fundador, doctor Silva,
sino profesores de renombre internacional, en un gran salón adornado con veinte
banderas y repleto con asistentes de distintos países.
De regreso mi entusiasmo era grande. Realizaba relajaciones en casa, en la oficina y
hasta con grupos. Mis facultades subconscientes se acrecentaron lo suficiente como
para tener algunas experiencias muy útiles que deseo compartir

CON MI MENTE CURÉ MIS MALDITOS GRANOS

Desde años, cada dos o tres meses brotaban en mi nariz granos, tan dolorosos
que me impedía tocarlos. Visité los consultorios de varios médicos, incluso a un
especialista en Córdoba, probé muchos medicamentos pero los granos, con alguna
tardanza, volvían inexorablemente a aparecer.
Un día, jugando al golf con un gran resfrío, los malditos granos me impedían
utilizar el pañuelo. Aquella noche, antes de dormir, me relajé y pedí al subcons-
ciente, a nuestro Señor Jesucristo y a la sabiduría universal que me ayudaran a
librarme de ese insoportable dolor, de esa perversa plaga que no me dejaba en paz.
Dormí profundamente. A medianoche me desperté para ir al baño. Al sentarme en
la cama advertí que no sentía ningún dolor. Palpé mi nariz, apreté, ni rastro de
dolor. Corrí al espejo, miré, los granos habían desaparecido. Empecé a reír, tenía
tantas ganas de gritar de alegría.
Sin embargo, la repentina desaparición no duró mucho. Al mes surgió otro
enorme grano y me dolía sobremanera. Al acostarme procedí de manera igual con
mis ruegos, pero supliqué aclarando que el forúnculo desapareciera para siempre.
Mis plegarias fueron escuchadas y satisfechas. Todo sucedió según lo pedí. Los
fastidiosos granos nunca más aparecieron. La orden fue grabada en mi mente y
236

bloqueadas las causas que, al parecer, originaban los granos.


Otra experiencia: estuve afectado de un tenaz dolor de muelas durante varios
días, me relajé y le “ordené” que me abandonara. Me fui a dormir y al levantarme el
dolor había desaparecido. Pero al tiempo la preciosa muela se quebró. No tuve en
cuenta la advertencia del instructor, o sea, que después de desalojar el dolor no
olvidáramos de ir al dentista para eliminar las caries, que no dependen de nuestra
voluntad; “siguen trabajando”.
Para obtener beneficios curativos de la mente no existe un patrón, cada indi-
viduo debe elaborar su propio método y, una vez obtenido el éxito, considerarlo
como ejemplo y punto de partida, pero es necesario una fe inquebrantable en el
poder de su propia mente.
El profesor José Moubayet, de “Silva Mind Control”, nos instruyó sobre cómo
relajarnos y ordenar a una bolilla de madera o bien a un anillo, atado a un hilo
colgado entre los dedos de la mano derecha, moverse como el péndulo de un reloj de
pared. Sospeché que sería un truco o una facultad especial. No obstante, en base a
prácticas, insistencias y fe en mí mismo, logré que la bolilla se moviera en forma
pendular con increíble velocidad. Asimismo le ordené que se detuviera, luego lo
hiciera en forma circular y se elevara hasta un nivel horizontal. Para eso es necesario
relajarse bien, poner en práctica la fuerza de la voluntad, la fe en la mente. Aunque
muchos crean que es un truco, se trata tan solo del poder de la mente.

LA HORA DIEZ Y LOS SUEÑOS PREMONITORIOS

Mientras construía uno de mis edificios, los trabajos concernientes a la yesería se


demoraban demasiado. Siempre lo posponía y al final me olvidaba de buscar al
contratista. Una noche me acosté preocupado, porque esa tarea acarrearía un atraso
perjudicial. Me desperté a medianoche y programé mentalmente el trabajo del día
posterior. Al día siguiente, sin falta, buscaría al contratista en su domicilio. Imaginé
encontrarlo en la mesa y le rogaría que cuanto antes iniciara el trabajo. Me levanté
como siempre a las ocho, con el despertador. Cumplí algunas obligaciones y marché a
la oficina. Entré desde el garaje por la puerta trasera. Acababa de sentarme, cuando
entró mi secretaria a comunicar que el señor Guzmán había llegado impaciente por
la puerta de adelante y quería hablarme. “¿Cuál Guzmán?” “El yesero”, aclaró.
Me asombré de que en lugar de ir yo a buscarlo, él hubiera venido por propia
decisión. “¿Qué lo trae por aquí, señor Guzmán?” “Sucede que anoche soñé que usted me
necesitaba con urgencia; fui a trabajar pero me sentía intranquilo y aquí estoy.” Su presencia me
hizo reír de contento. Me di cuenta de lo sucedido. Observé el reloj y vi que eran
exactamente las diez de la mañana. Ambos habíamos entrado a la oficina en el
mismo instante, él por una puerta y yo por la otra.
Consideraba esta hora clave para mí, estaba registrada en mi mente y la había
comunicado telepáticamente. Nunca olvidé aquel enorme reloj en el portal de la
Politécnica de Bratislava. Pocas veces me había fijado en él, hasta aquel día en que sus
237

agujas señalaron las diez. Este episodio lo relaté cuando me referí al examen de
Geología, cuando el profesor después del aplazo, arrepentido, me aprobó.
“¿De modo que usted se cambió dos veces las ropas y abandonó su trabajo para venir a ver- me en
la mitad de la mañana?” “Así es, ingeniero, estaba intranquilo”, afirmó. Entonces le expliqué
que lo necesitaba con suma urgencia. Arreglamos rápidamente el trabajo a realizar. Sin
duda estaba preparado para aceptar mi propuesta. Nadie puede pensar que fue obra
de la casualidad. Estoy totalmente seguro de que fue una orden subconsciente,
telepática y condicionada, que debía encontrarse conmigo justo a la diez de la
mañana. Como cualquier mortal tuve sueños premonitorios, pero claro está que ellos
se manifiestan, para bien o para mal, en momentos en que nos hallamos
angustiados. Hay que recordarlos y aprender a interpretarlos. Por lo general va a
suceder lo primero que se nos ocurre. Quisiera relatar una de las premoniciones
más tristes que tuve: mi señora iba a alumbrar un bebé algo tardío. De corazón
deseaba que fuera otro varón, ya que entonces estaba en condiciones de tener más
hijos. Faltando días solamente mi esposa se golpeó, por lo cual hubo que internarla
en un sanatorio.
Esa noche soñé que juntos cruzábamos un turbulento río en un “sulky”. El río
creció tanto que nos arrastró la correntada. Al día siguiente temprano, a
despertar, me acordé del sueño. Pensé que era de mal augurio y de inmediato fui al
sanatorio. Vi a un médico que venía por el largo pasillo; lo reconocí, era el que atendía
a mi esposa. Su cara no me gustó, ya frente a mí se detuvo; justo allí, a mi derecha,
abrió una puerta en silencio y me indicó que pasara.
Yo estaba tembloroso, en medio de la habitación: sobre una camilla yacía el
cuerpito de mi hijo, tapado de blanco: había nacido muerto. Me impresionó tanto su
rostro, quizás porque lo encontré parecido al mío en miniatura. No sabe el lector
cuánto me hacía falta un hijo, para sucederme en mis empresas.

ROMPÍ UNA JARRA CON LA MENTE

Ya sabía que la mente tiene un gran poder y puede hacer cosas inexplicables. Un
día caluroso de verano, al entrar en el bar del Country House del Golf del Jockey
Club de Tucumán vi almorzando a dos matrimonios. El gerente de la sucursal del
Banco Londres, su esposa y mi amigo Carlos con la suya. En su mesa había una
jarra de cristal con clericó de vino tinto. “Mirellita”, la señora de Agüero, como
cariñosamente la nombramos, sabía que yo practicaba control mental y a menudo me
reprendía afectuosamente: “Vatiu, nada de trampas”.
Al verlos reflexioné que con tanto calor, ellos la pasaban espléndidamente
mientras yo estaba deshecho. En el mismo instante, al dirigir la vista hacia la jarra
sentí como si un rayo saliera de mis ojos, como si hiciera un disparo y la jarra explotó.
Era porque en aquellos momentos mi mente se encontraba sensibilizada y Mirellita
había conseguido activarla. Al estallar la jarra el líquido saltó justa- mente hacia ella,
238

quien al levantarse prestamente con una sonrisa me recriminó: “Vatiu, no era para
tanto, mirá la forma en que me bañaste con el tintillo”. ¿Coincidencia, poder de nuestra
mente, misterio? Afortunadamente hubo testigos calificados que pueden aseverar
este extraño accidente, del que me consideré un involuntario protagonista. No hay que
olvidarse, nuestra mente tiene un gran poder.

LOS NÚMEROS, BASE DEL UNIVERSO

Pensando bien en la importancia que tienen los números llegamos a la conclusión de


que sin ellos el universo se derrumbaría. Todo lo que existe se encuentra vinculado
con ellos, empezando por los átomos, que de acuerdo a la cantidad de neutrones,
protones y electrones, como también a su velocidad forman las moléculas, y éstas
definen la estructura de las distintas materias. Sin pensar en que el Universo, sus
miles de galaxias, sus millones de soles y planetas, sólo se mantienen en equilibrio
gracias a sus masas y gravedades. Aunque en mis estudios superiores la matemática
nunca me gustó, por el contrario, en la vida diaria los números me sirvieron mucho y
los uso en todo momento. Los cálculos agilizan, desarrollan y fortalecen la mente y la
mantienen activa. La mente quieta se atrofia.
A veces se dice que tal o cual lengua o estudio no nos entra en la cabeza. No es
exacta esta afirmación. Siempre que no se posea alguna lesión cerebral estamos
dotados de capacidad suficiente para dominar un saber, una ciencia, incluso mu- chos
idiomas. Se necesita nada más que un real interés, una necesidad profunda o bien
una motivación.
Aprendí –según dije– la técnica de la refrigeración, impulsado por mi in-
vulnerable amor propio. Los ocho idiomas que aprendí en mi juventud, por
necesidad, no agotaron mi mente –podría haber aprendido aún más–. Debo
advertir que el bienestar, el progreso y el éxito no son para los cómodos, vagos o
viciosos.
** *
239

CAPÍTULO XI
LA PELIGROSA INSOLENCIA SINDICAL

Al volver el Gral. Perón de España, en 1973, el nuevo gobierno peronista para


evitar la inflación restringió al máximo los créditos bancarios, por lo que realizar
ventas de departamentos era difícil. Demoré algunos días en pagar una quincena al
personal del edificio de la calle Laprida 340. No tardaron en hacerse presentes los
delegados sindicalistas para exigir el inmediato pago. Prometí que recurriría de
nuevo a los bancos en busca de dinero. El sindicato ordenó paralizar las tareas. Al
mediodía siguiente fui a ver cómo había quedado la losa del octavo piso, de reciente
terminación. Estaba cerca del frente, subieron los sindicalistas y avanzaron hacia mí.
Me di vuelta para explicarles que había conseguido parte del dinero y que daría un
anticipo.
El “mandamás” del grupo se me acercó a los gritos y con amenazas: “Queremos
que abone ya todos los jornales del personal”. Le repetí que yo nunca había atrasado
ningún pago y si ahora ocurría, lo era por la nueva situación. Todos se venían
encima mío. Gritaban y tomaron una actitud que evidenciaba el propósito de
agredirme; empecé a retroceder, hasta que escuché la voz del capataz, quien al
enterarse de que estaba arriba con “visitas” corrió por las escaleras y tomó mi brazo,
advirtiéndome que estaba al borde de la losa. Al darme vuelta me vino pánico. Un
paso más atrás y me hubiera desplomado al vacío, sobre la calle. No había ninguna
duda de que ésa era su intención. Bajé de prisa por las escaleras y no regresé a la
obra hasta no conseguir, días después, el dinero necesario para completar el pago de
la quincena. Cada vez que me acuerdo de ese perverso episodio, me recorren
escalofríos por todo el cuerpo.

EL DESASTROSO GOBIERNO DE ISABELITA

Quisiera dar mi modesta opinión sobre lo que precipitó el golpe de Estado del 24
de marzo de 1976, que instauró el tan repudiado “Proceso de Reorganización
Nacional”. Como otras veces, no faltaron políticos que fueran a golpear las puertas de
los cuarteles para que saliera el ejército a imponer el orden. De todos modos la
situación, entonces, en el país era sumamente trágica. Es sabido que en el año 1973 los
militares –que estaban en el poder por otro golpe de Estado– llamaron a elecciones y
entregaron el gobierno. El lema para que Cámpora gane las elecciones y no los
radicales era “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, aquél gobernante izquierdista
abrió las cárceles y dejó en libertad a los subversivos.
Pero poco después, al desilusionarse, Perón llamó a nuevas elecciones y se
propuso para presidente con su tercera esposa, María Estela Martínez, como vice.
Una “copera” según se decía, que había conocido en un bar de Panamá. Al morirse
él, la famosa “Isabelita” quedó de presidente y el país entró a la deriva, tanto
240

económica como políticamente. Se vivían días de zozobra, los secuestros y


asesinatos en plena calle eran noticia de cada día. Los empresarios se sentían tan
amenazados, que la economía prácticamente se paralizó. Los estantes de los
comercios se vaciaron; escaseaba todo. Un repuesto que me costaba por la mañana
un precio, por la tarde faltaba o costaba el doble.
La anarquía e inseguridad eran totales. Pero la memoria de la gente es muy corta,
o mejor la propaganda izquierdista muy grande, como los intereses foráneos En
aquellos días, en una charla, yo describía la situación así: “El país parece un viejo y
destartalado ómnibus repleto de pasajeros, que vuela por la pendiente sin freno. Al volante está una
mujer que no sabe manejar, con varios consejeros alrededor, que dan instrucciones, pero que tampoco
saben conducir”. De ninguna forma quiero justificar el golpe de Estado, pero de no
haber tomado los militares el poder, ¿qué hubiera sucedido? Dentro de toda la culpa
que se le puede echar a los militares, debe reconocerse que salvaron el país. Con toda
seguridad una sangrienta guerra civil, un tremen- do derramamiento de sangre y,
quizás, otro Vietnam.

LA PROVIDENCIA SE BURLÓ DE MÍ

No pueden imaginarse lo que se siente cuando uno ha sido muy religioso, y de


repente se convierte en un fanático comunista y ateo absoluto, y sentirme después
prisionero de ese brutal régimen, del que logré escapar. Aún más, cuando empecé a
respirar el aire de la libertad, mis “camaradas” aquí me perseguían para acribillarme.
Recuerdo en este momento que al poco tiempo de caer el General Perón (1955) se
realizó una importante asamblea internacional comunista en Tucumán (en el Teatro
Alberdi). En ese tiempo yo era ya conocido empresario anticomunista. Al
anoticiarme del evento, entre el gentío y la poca luz, me ubiqué atrás del colmado
coliseo. Al empezar la asamblea me llamó la atención que en el escenario, entre unos
25 representantes o secretarios de distintos partidos nacionales o de los países
vecinos, podía distinguir unos 20 que se destacaban por su excelente oratoria y
apellidos, por lo que no me costó mucho adivinar que pertenecían a la colectividad
israelita, de gente bien preparada.. Eran tan elocuentes y convincentes que casi me
conquistan de nuevo en las fila marxista.
Ahora, cuando escucho a las tan nombradas Madres de Plaza de Mayo de
Buenos Aires, que piden incesantemente castigo a los culpables de la “guerra
sucia”, que lloran por sus hijos desaparecidos quien sabe cómo, o abatidos en tantos
enfrentamientos armados o escondidos afuera, me pregunto: ¿acaso ellas no sabían
en qué estaban metidos sus hijos? Ya una vieja sabiduría reza: “El que a hierro mata,
a hierro muere” y el que no llora a su debido tiempo, como mi pobre madre para
que dejara el comunismo, llora después mucho más amarga- mente. Nadie puede
decir que no había subversivos y guerrilleros o que todo era un invento. ¿Cuántos
fueron acribillados en las calles por los sediciosos? ¿Cuánta gente que no estaba en la
241

política ni con los militares fue secuestrada y metida en un pozo por meses,
tirándoles agua y pan duro, y ahí tenían que comer, hacer sus necesidades y dormir
acurrucados en la asquerosidad? ¿Hay otra crueldad mayor que ésa? Ni la muerte.
He visto gente contar con lágrimas en los ojos esas crueldades. Sólo para poder
sacarles todo el dinero que podían, y además crear caos social, político y económico.
¡Qué crueles fueron esos “inocentes”! ¡Qué despiadados eran! Era de suponer cómo
sería de dócil y justo un régimen instalado por ellos a los que yo conocí
personalmente. Perdónenme que relate toda esa cruda y triste realidad, porque conocí
lo que significa estar en la lista negra de los subversivos, por ser un prestigioso
empresario. ¡Qué miedo viví aquí, en la Argentina, adonde había escapado lejos de
los soviets y había alcanzado desde la nada un apreciable éxito! Me amenazaban por
teléfono, decían que era un “oligarca” y que pronto llegaría mi turno. Me habían
vuelto loco ya que había enseñado a mucha gente a trabajar, cumplir y vivir con
dignidad.
Además de la exitosa empresa de construcción poseía importantes plantaciones
de limoneros en el pedemonte del Aconquija, más arriba de la ciudad de Famaillá.
Un día, pocos minutos después de salir con mi auto de allí, los guerrilleros habían
ido a buscarme. Sorprendieron al capataz al parar la camioneta apuntándole con un
revólver de grueso calibre preguntando por “el pez gordo”. Se llevaron la camioneta
para perseguirme, pero gracias a Dios no me alcanza- ron, y por minutos me salvé
del desastre.
A los pocos días me hablaron del Comando del Ejército de Tucumán, invitán-
dome a ir allí porque tenían algo muy importante para decirme. No, les dije, yo allí
no voy. Si quieren, que venga una persona a mi oficina, pero vestida de civil porque
los subversivos pueden vigilarme y sería peligroso para mí.
A la hora se presentó muy afligido el capitán Lazarte, yerno de un amigo mío, para
decirme que tenían malas noticias para mí. Que estaba en la lista negra de los
guerrilleros. “Eso ya lo sé”, le dije, “si a cada rato me amenazan por teléfono”.
“Es que después que acribillaron frente al aeropuerto al Ing. Paz (el presidente de un ingenio en
Tucumán que cayó muerto en un charco de agua, al lado del cordón) Ud. quedó ahora en primer
lugar.” Desde ese momento fue como si se terminara la vida para mí. Estaba
desesperado, sin saber qué hacer, hasta que los militares al final pudieron vencer y
erradicar la guerrilla de Tucumán. Hay que pensar también en los militares que
vivían con miedo día y noche, esperando que en cualquier momento los acribillaran.
Un ingeniero amigo mío era jefe técnico de Vialidad y conocía todos los lugares de las
serranías. Todas las noches, subían con el general Antonio Domingo Bussi a un
helicóptero e iban a cenar lo que les quedaba a los soldados y a dormir con ellos.
Antes que saliera el sol regresaban a Tucumán. Muchas veces sobrevolaba con
helicóptero zonas muy peligrosas en poder de la guerrilla. Tantos fueron
acribillados en plena calle, como el capitán Larrabure, incluso con su hija en los
brazos. Hago recordar que los militares estaban convocados por decreto presidencial
de María Estela Martínez de Perón, para combatir la guerrilla y salvar la patria
242

argentina de la subversión y el marxismo. Lo que sucedió después fue que los


militares tomaron el poder total, enviando a la presidenta a un cautiverio de lujo.
Me acuerdo cuando en el año 1991 hice un tour por los canales fueguinos con el
barco “Enrico Costa”. Un grupo de hombres solíamos tomar café juntos. Casi
siempre yo llevaba para corregir mis escritos de mi primer libro Bogomil. Uno de
ellos me preguntó qué era lo que escribía. Entonces le relaté el episodio del intento
de secuestro del que me salvé. El hombre que estaba sentado frente mí, con lágrimas
en los ojos me dijo: “Ud. tuvo una gran suerte. A mí me secuestraron durante 45 días, me
metieron en un pozo tirándome pan y agua”. El llanto lo ahogó.
Quisiera hacer una aclaración. El general Bussi era un militar muy duro. El no
pedía, sino ordenaba a un empresario (como a mi), que haga tal o cual cosa pero
“para ya”. Por eso tuve serios problemas con él.
Pero debo reconocer que si yo construí los primeros edificios altos en Tucumán y
contribuí para que tenga otro aspecto, Bussi hizo de Tucumán una ciudad segura y
pujante. Sacó los presos de la cárcel y dijo que en vez de vivir a costa de los
contribuyentes que trabajan en tantos emprendimientos que él inició. Real- mente
como gobernador militar hizo maravillas para Tucumán. Sin embargo, si a mi el
gobierno me distinguió como Mayor Notable de Tucumán, con Diploma y Medalla
de Oro en un acto solemne, a Bussi lo metieron preso y no le permitieron que
asumiera la intendencia de Tucumán para la que fue elegido con gran ventaja, ni
tampoco que accediera a la Cámara de Diputados de la Nación para lo que también
fue elegido con un alto porcentaje.
Es evidente que en nuestro país el derecho de la mayoría, el sacrificio y los
éxitos de algunos, no son tomados en cuenta.

CUENTO PARA NO CREER


EL FABULOSO PRÉSTAMO EN DÓLARES
Principios de 1978. Recibo una llamada telefónica del señor Ferullo, titular de la
inmobiliaria Superventas. Tenía la visita de un operador bancario de Buenos Aires con
la misión de visitar empresarios de Tucumán, entre los que figuraba yo.
Un individuo bajo, con las características típicas de la herencia española, que
representaba a un consorcio de bancos panameños que disponían de US$
900.000.000 y ofrecía préstamos en partidas de diez millones de dólares cada una.
Mientras hablaba, lo miraba con cara de incrédulo. Respondí que personalmente no
m e interesaban los préstamos, pues no los necesitaba y, menos, de tanta
magnitud. Replicó que era una operación financiera y no de inversión. Viendo que
no le entendía nada, el comisionista me explicó en detalle: “El consorcio presta el dinero, lo
convierte en pesos argentinos y lo coloca a plazo fijo. El préstamo es a dos años. Debe abonar, por una
sola vez , el 3% en concepto de comisiones y 9% de interés anual en dólares”. Me señaló que con
los intereses mensuales acumulativos que obtendría del plazo al término de dos años
duplicaría el capital, compraría nuevamente dólares y devolvería el préstamo,
243

quedándome por último con diez millones de dólares de ganancia neta “caída del
cielo”.
Mi asombro era cada vez mayor; un cuento para no creer. Aclaré que no poseía
tanto capital para garantizar una operación de tal magnitud. “No – replicó–, no precisa
garantía. En un banco firma los papeles del préstamo sin poner ni un solo peso. El banco no le
entregará los dólares en la mano sino que los cambiará a pesos que a su vez colocará en plazo fijo a su
nombre, con renovación automática.” “Claro –dije yo–, ahora todo parece una maravilla, pero ¿quién
me asegura que en cualquier momento, el dólar no se dispare?”
El buen hombre se esforzó por convencerme de que ellos estaban bien infor-
mados y la famosa tablita de la suba del dólar de 4% mensual fijada por el equipo del
ministro de Economía, Martínez de Hoz, se mantendría inamovible durante más de
dos años, y por último, que los intereses del 15% mensual no bajarían y que la
compra-venta de dólares continuaría libre. Me imagino a los que estaban cerca del
Ministro, la fortuna que habrían amasado.
Pensé un rato: “Bien, señor, para disminuir el riesgo tomaré como máximo dos o
tres millones de dólares”. “No creo que el consorcio acceda a préstamos meno- res que
las partidas fijadas de diez millones.” Le pedí su tarjeta, porque esa misma noche
regresaba a Buenos Aires, y que me avisara si aceptaban mi ofrecimiento. Imagino
que habrá pensado que era un ingenuo o mejor quizás un necio. Lo cierto es que no
recibí ningún llamado. Después de algunos días, llamé repetidas veces al teléfono que
me había dejado, pero no pude dar con él ni tampoco nadie quiso darme información
al respecto. De manera que “chau suerte”.
Pasó el tiempo y la tablita del 4% de aumento mensual en el valor dólar se
mantuvo inexorable, así también los intereses de los plazos fijos no bajaron del 15%
mensual. Hoy todavía no puedo perdonarme haber desaprovechado esa
oportunidad de mi vida, abrazar una fortuna de diez millones de dólares sin
arriesgar absolutamente nada y en definitiva sin mover un dedo. En la actualidad, con
los intereses acumulados de los famosos Eurodólares, sumarían varias decenas de
millones de dólares. La única ventaja que me quedó es que puedo contarlo; no así los
que tomaron el dinero, los que tuvieron una visión clara del país en que vivimos. De
haber ocurrido hoy, conociendo bien a los políticos de mi nueva patria, habría tomado
una decisión diferente. Al final caben dos preguntas:
1º- ¿Por qué buscaban un residente argentino? Porque estaban vedadas para
extranjeros este tipo de operaciones. Yo era ya un ciudadano argentino
2º- ¿Por qué en Tucumán y por qué a mí? Supongo que como una diversificación y, en
cuanto a mí, por haber sido considerado un exitoso, serio y honesto empresario.

ME DISTINGUE EL GOBIERNO COMUNISTA DE BULGARIA

En la década del ’80 mi amistad con los embajadores de Bulgaria en Buenos


Aires se acentuó. No solamente vinieron a Tucumán, sino que recorrimos las
provincias del noroeste y compartimos mesas, tanto en mi casa como en las
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residencias de ellos. La política exterior del gobierno búlgaro iba cambiando,


orientándose para atraer a los compatriotas exitosos en el exterior. En 1983 recibí la
alta distinción de visitar oficialmente mi país. Seleccionaron 48 ciudadanos del
mundo en calidad de “dirigentes empresarios búlgaros en el extranjero”.
Fuimos huéspedes con motivo de la gran Exposición Internacional efectuada en
mayo de dicho año en la ciudad de Plovdiv, la segunda del país y la metrópoli de los
antiguos tracios.
Como en la Argentina residían más búlgaros que en cualquier otra nación,
consideraron que tres empresarios merecían ser invitados: Don Asen Monov, el
ingeniero Zwetan Wolchev y yo. Viajamos con Asen hasta Amsterdam y desde allí
en un avión búlgaro. Llegamos de noche a Sofía. Mientras bajábamos la escalerilla
un reflector potente nos enfocaba insistentemente. Eran cámaras de televisión.
“¿Quién será el personaje que arriba junto a nosotros?”, pensé. Al bajar nos recibieron unos
caballeros que nos estrechaban las manos. Las luces me enceguecieron, así que no
entendía nada. Apenas divisé un cercano ómnibus al cual me dirigí, como lo hacían
todos los pasajeros. Los funcionarios encargados de la recepción señalaron que
fuéramos por el costado, donde esperaba un Mercedes Benz con las puertas abiertas
y un chofer que señalaba con la mano que subiéramos. Nos aguardaban destacadas
autoridades en la sala VIP del aeropuerto. Brin- damos por el encuentro con whisky.
Recién después de satisfacer las preguntas de la prensa, me acordé muy afligido del
destino de mis valijas. Un funcionario me tranquilizó diciéndome que me esperaban
en el hotel; y cómo las identificaban, pregunté, puesto que yo guardaba los talones.
Recibí una sonrisa de suficiencia. “Me olvidé que estaba en Bulgaria”, agregué en broma.
Claro, todo era como el día y la noche de la primera vez que visité mi patria
“socialista”.
Fuimos alojados en el excelente Hotel Sofía, en el centro de la capital. En la
habitación me di no sólo con mis valijas, sino también con obsequios, perfumes y una
valijita de las primeras que salieron para ejecutivos con varios mapas adentro, folletos,
papel de correspondencia y además una lapicera fina de oro. Observé la amplia plaza
con el monumento del zar Alexandro II, libertador de Bulgaria, y la hermosa catedral
ortodoxa Alexander Nevsky, con las cúpulas doradas del tiempo de la monarquía. Me
llamó la atención el gran despliegue de la milicia frente al hotel. Me sumé a los
demás invitados para ir a una deliciosa y bien servida cena que nos esperaba en un
restaurante al pie de la montaña Vitosha; donde nos aguardaban los músicos y
bailarines de la ópera nacional, con trajes típicos del folclore búlgaro. Saboreamos las
ricas comidas que hacía tiempo no probábamos. Se brindó repetidas veces con
exquisitos y seleccionados vinos búlgaros.
Al día siguiente recorrimos la ciudad y justamente visitamos el Palacio de la
Cultura. Es un espléndido edificio octogonal en una enorme plaza. Aquella noche la
recepción y la cena en la terraza del enorme Hotel New Otan fue magnífica,
espectacular. Asistieron los ministros de Gobierno, de Comercio y de Relaciones
Exteriores. En nuestro hotel permanentemente funcionaba una sala para las
comunicaciones al extranjero con intérpretes y secretarias que concretaban
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entrevistas a pedido de los invitados, con esmerada atención.


Recorrida Sofía y sus alrededores nos preparamos a emprender un viaje in-
olvidable. En las estribaciones norte de los Balcanes, visitamos localidades de
interés histórico. Con tantas finas atenciones, nuestro viaje parecía una fantasía de
novela.
Viajamos en dos enormes ómnibus pullman y la compañía de altos funcionarios
incluyendo médico y enfermera, guías e intérpretes, porque algunos invita- dos eran
descendientes y no dominaban el idioma. En todas partes nos escoltaba la milicia.
Precedían la caravana motociclistas que detenían el tránsito fuera de las carreteras,
hasta que pasábamos nosotros. Se nos explicó que se había dado rango presidencial
a nuestra comitiva. En cada ciudad nos recibían las máximas autoridades con cantos,
bailarines, escolares con ramos de flores para cada uno y obsequios alusivos a la
región. Los banquetes se reiteraban todas las noches: comidas, vinos y exquisitos
postres en cantidades excesivas. Nunca faltaban tampoco conjuntos musicales y
bailes de cada región. Cumplimos el maravilloso cruce de los Balcanes y conocimos
el monumento “Shipka” de los caídos y congelados en las épicas batallas de la
liberación de Bulgaria de los turcos. Visitamos fábricas y establecimientos
agroindustriales bautizados con nombres y siglas que no entendíamos; iniciativa de la
nueva intelectualidad.
En todas partes se notaba la seguridad, el orden y la limpieza. Me acuerdo que al
pasar por Holanda, en Amsterdam, vimos muchas veces basura en las calles. En
Bulgaria no vimos ni un papel tanto en las ciudades como en los campos y ni en los
pueblos más remotos. Uno podía dejar la casa o su auto sin llave y nadie le tocaba
nada.
Al final llegamos a la ciudad de Plovdiv, sobre el río Maritza, donde se reali- zan
anualmente desde siglos las ferias agroindustriales. Nos alojaron en el moder- no
Hotel Moscú. Eramos invitados especiales a la inauguración de la exposición
internacional. La enorme sala donde se realizó la bienvenida estaba colmada de
asistentes locales y extranjeros. Fue tal el despliegue de comidas y bebidas que no
tengo un punto de referencia válido que me sirva para establecer comparaciones. Eso
sí, me pareció un derroche al estilo asiático. Dos días recorrimos las expo- siciones
hasta el esperado plenario “Encuentro Dialog”, en el majestuoso salón del Nov-
Hotel. En los tres lados del rectángulo de mesa ubicaron a los búlgaros invitados,
“Dirigentes empresarios en el extranjero”; al frente nuestro estaban las máximas
autoridades del país encabezadas por Lukanov, vicepresidente de la Re- pública y
máximo líder de la jerarquía comunista búlgara. Atrás de nosotros, en sucesivas
filas, los presidentes y directores generales de importantes empresas del Estado, de la
producción y el comercio. Cada invitado tenía un micrófono frente a sí. Debo
reconocer que en aquel momento el régimen mostraba una notable efi- ciencia. El Sr.
Lucanov remarcó que mientras muchas naciones tenían abultadas deudas, el
gobierno búlgaro disponía, en el tesoro nacional, de varios miles de millones de
dólares contantes y sonantes y sin deuda alguna. Unos decían que el se había
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embolsado varios miles de millones de dólares. Sus partidarios cercanos decían que
no, sin embargo un día se lo encontró con un tiro en la cabeza, al parecer, porque
no quiso compartir el botín con nadie.
El vicepresidente remarcó los progresos obtenidos por el régimen y su decisión
de “acercarse a Occidente sin apartarse, por ello, de la doctrina marxista”.

DISCURSO Y OVACIÓN - UN GRAN ÉXITO

Algunos de los invitados manejaban con impericia el idioma y me invadieron el


aburrimiento y la modorra, quizás por tantos días sin dormir lo suficiente. Las tres
horas y media del plenario resultaron interminables. Varias veces me dormí
apoyando la mano sobre la frente, disimulando leer o que escuchaba con atención.
Entretanto, cada vez que despertaba agregaba una línea en mi ayuda memoria en el
supuesto caso de que tuviera que decir algo, y porque desde mi llegada me había
abstenido de hacerlo. Cuando habló largamente mi amigo argentino Asen Monov,
acerca de unos intrincados negocios de algodón, noté cansancio en todos, así que en
cuanto terminó, pedí la palabra. “El ingeniero Koralsky, de Argentina” dijo el ministro de
Comercio Exterior. Sentado, con el micrófono y los apuntes frente a mí, comencé la
exposición tranquila, espontánea y totalmente relajada a causa de las dormitadas.
Por primera vez en la vida hablaba frente a un auditorio con destacados
empresarios, presidentes y directores de las grandes empresas del Estado y au-
toridades de tanta importancia. Tenía confianza, pues abrigaba la seguridad de que
era uno de los muy contados invitados que manejaba bien el idioma. Y hasta presumía
de estar en condiciones de dar vuelta aquella, a ratos tortuosa y aburrida asamblea.
Para comenzar, agradecí en nombre de mis compañeros el emocionante recibimiento
en todos los lugares que recorrimos y lo que nos hicieron vivir y sentir en nuestra
madre patria que, sin ninguna duda, sería inolvidable. Agradecí a los responsables la
transformación de mi país, pobre y pastoril, en otro rico y pujante. Observé que mis
palabras abrieron los ojos somnolientos. Hice hincapié en que nos sentíamos los
embajadores permanentes de la nacionalidad búlgara en el extranjero. En todos
nuestros actos deberíamos cuidar el buen nombre de nuestra patria, por cuanto
nuestra conducta sería juzgada junto con ella. Mientras hablaba brillaban las pupilas
no sólo de mis compañeros de viaje, sino de las autoridades políticas y económicas
del país. Tomé coraje, me sentí realmente inspirado.
Hice mención de la Argentina y especialmente de Tucumán, con sus hermosas
montañas y rica vegetación selvática y subtropical, justamente denominada “Jardín
de la República”. También acerca de mi actividad y las conquistas logra- das. Señalé
que al arribar a Tucumán mis colegas preguntaban: “¿De dónde eres?”. “De Bulgaria”, les
contestaba. “¡Ah húngaro!” “No, señor, de Bulgaria” –repetía–. “Sí, sí, de Hungría.” Con lo
cual las risotadas alegraron los rostros. Por ello construí y bauticé a uno de mis
edificios con el nombre de “Bulgaria” y me encargué, a través de publicaciones
247

periodísticas, de exaltar la existencia de nuestra bella patria y de su heroico pueblo.


Los aplausos retumbaron en la sala.
Aguardé un rato y finalmente auguré éxito de fecunda y beneficiosa labor para
quienes nos íbamos y para quienes se quedaban, a fin de que en un futuro próximo
Bulgaria alcanzara su gran desarrollo. Que su comercio exterior, al igual que los rayos
del sol alumbrara en todos los rincones del globo y que se alcanzara el sueño de
nuestros mayores de ser la “Suiza de los Balcanes”. Pues desde niños nos inculcaban
que los búlgaros éramos heroicos como los prusianos y anhelábamos ser ricos, o
sea, ser la “Suiza de los Balcanes”. Al fin de mis palabras estallaron una vez más los
aplausos. Cuando me levanté para agradecer con una inclinación, la reunión se puso
de pie convirtiéndose en una ovación, con lo que automáticamente el evento se
terminó. A pesar de tantos otros éxitos que tuve en mi vida, ése fue sin duda el
momento más emocionante de mi larga existen- cia. Lo que no esperaba era que
muchas de las autoridades y de los presidentes y directores de las grandes empresas
estatales se acercaran para felicitarme. Tanta fue la aglomeración que me sentí
asediado y no sabía a quien extender la mano, y con la otra guardaba las tarjetas que
me ofrecían.

LA OPULENTA FIESTA DE DESPEDIDA

Esa misma noche fuimos invitados a una comida en una enorme sala que era
espectacular. Sería largo de detallar la ornamentación, comida, bebidas, manjares y
caviares de toda especie. Igualmente era de suponer que la presentación había sido
estudiada, proyectada y realizada ex profeso por profesionales de alto nivel. Seguro
tuvieron en cuenta que entre nosotros había empresarios, profesionales e
importantes hombres de negocios. En el centro de la sala habían montado una
especie de pirámide escalonada, con adornos y con distintas exquisiteces de
bebidas y comidas. Esa pirámide estaba rodeada de un aro circular de mesas
cargadas con inimaginables cantidades de otras tantas delicias. Había hasta “leche
de pájaros”, como les gusta decir a los viejos búlgaros. Mientras, entre la pirámide
y las mesas, hermosas niñas sugestivamente vestidas con radiantes sonrisas atendían
a los invitados. Las felicitaciones prosiguieron y mis bolsillos se llenaron de tarjetas.
Todo no terminó allí. Previo al viaje de vuelta hacia Sofía, nos llevaron al A.P.K.
“Complejo Agro-Industrial- George Dimitrov”, en homenaje a quien fuera
secretario general del Comunismo Internacional en tiempos de Stalin y primer
presidente marxista de Bulgaria. Un complejo de treinta mil hectáreas que exportaba
450.000 toneladas de productos frescos e industrializados a Europa Occidental.
Existía notorio progreso, la gente trabajaba duro, y si bien sin libertades, al menos
satisfecha, ya que los alimentos y vestidos no le faltaban.
En muchos sectores del enorme establecimiento funcionaban computadoras
recientemente salidas al mercado. Conté más de cien; recolectaban datos de
248

producción y comercialización; emitían órdenes de trabajo programando diaria,


semanal y mensualmente. No esperábamos ver tanto adelanto tecnológico.
Explotaban, con éxito, frutales en lugares pedregosos no aptos para agricultura. Hacia
los postres al aire libre aparecieron sorpresivamente una orquesta y hermosas
bailarinas con trajes típicos. Eran del teatro estable de Sofía, expresamente llevadas para
deleitarnos con su actuación. Por supuesto, bailamos con las apuestas muchachas hasta
el cansancio.
Cargados de regalos y atenciones retornamos a Sofía, donde nos esperaba un
nuevo y espléndido agasajo de despedida. Se bebió a tal punto que terminamos
hablando todos a la vez. Era una gran algarabía. Como si las autoridades hubieran
decidido seducir nuestras almas, para que dejáramos nuestros corazones.

CON MI HIJO Y SU ESPOSA SILVIA

Al terminar mi visita oficial a Bulgaria, según estaba previsto, llegaron a Sofía mi


hijo Dante y su esposa Silvia, los dos arquitectos, que querían conocer mi patria.
Alquilamos un auto oficial para recorrer el país. Al llegar a mi pueblo, fue- ron tantas
las invitaciones con la obligación de sentarnos frente a mesas repletas de comidas y
bebidas y la insistencia de servirnos de todo, que al segundo día mis hijos no
aguantaban más y me pidieron que nos fuéramos cuanto antes.
Visitamos las playas del Mar Negro. En Sosopol, pintoresca ciudad de pes-
cadores sobre la costa, Dante se maravilló de la antiquísima arquitectura de sus
viviendas y restaurantes, así como también de los floridos canteros y pisos de las
plazas públicas. Los cautivó también la bella ciudad de Varna (el principal puerto
del país sobre el Mar Negro), especialmente por sus plazas y paseos de mármoles
blancos. La riqueza y limpieza lucía en todas partes. Pasamos por la primera capital
Plisca de los antiguos búlgaros, cuya destrucción por Nikifora (cap. 1) testimoniaba
una antigua fortaleza.
La ciudad de Shumen nos atrajo con otra espléndida peatonal con pisos de
mármoles blancos. Esos suntuosos paseos no los he visto en ninguna parte del
mundo. Sin duda era una demostración de riqueza del régimen comunista, claro está,
fruto de la explotación humana. De allí fuimos a la tercera capital de Bulgaria, la
pintoresca Tarnovo, enclavada en las montañas. Atravesamos los Balcanes para
contemplar el famoso monumento “Shipka” y el no menos impresionante Santuario
del Comunismo búlgaro en la cima del pico Busludya, que era otra demostración del
poderío alcanzado, que servía para realizar los congresos nacionales e internacionales
del partido. Pensé mucho a qué se debía ese despilfarro y ostentación mientras el
pueblo trabajaba duramente. Llegaba a las siguientes conclusiones: 1) Porque allí
festejaban lejos de la vista del oprimido pueblo. 2) Para demostrar a sus camaradas
visitantes qué bien se estaba bajo ese régimen y si deseaban gozar del marxismo que
derribaran los gobiernos capitalistas de sus países. Estaba prohibido entrar allí. Se lo
podía contemplar de lejos. Sin embargo, gozando aún del privilegio de la invitación y
249

sin que advirtiera la guardia, me acerqué y saqué con rapidez una instantánea de la
estrofa célebre del himno internacional escrita en relieve en su frente. Traducida al
castellano dice aproximadamente así:

En pie, oh parias despreciados.


¡En pie, oh esclavos del trabajo!
Subyugados y humillados
¡levántense contra el tirano! Sin
misericordia y sin piedad
¡hay que derribar el podrido sistema! El
mundo hoy a nosotros nos espera.
¡Adelante en la batalla decisiva!

Parece mentira que estas frases adornaban el lujoso edificio de los jerarcas
soviéticos. El que viaje a Sofìa tiene que ver el lujoso interior del Domo del ex
Partido Comunista.
La traducción ni por lejos podría expresar lo que estas estrofas significan en
lengua búlgara. Si un comunista las leyera, se llenaría de goce por ese conmo- vedor
mensaje, mas si no lo es, se estremecerá de miedo. Así fueron los slogans de Lenin.
Como si la lucha de clases debiera llegar a su máxima crueldad. Como si un pobre no
pudiera llegar a ser rico o un rico no pudiera volverse pobre. Al retornar a Sofía,
visitamos de nuevo el Palacio de la Cultura.
Entre los monumentos y estatuas de aquella plaza, en el amplio panel dedi- cado
al gran poeta Ivan Vasov se destaca en relieve la famosa estrofa del canto a la patria,
cuya traducción al castellano sería algo así:

Bulgaria, amada, añorada Tierra


llena de bondad Tierra que me
amamantaste Mi reverencia
recibe.

El régimen construyó monumentos en todo el país, lo que también demostraba que


durante décadas el pueblo había trabajado duro, sin respiro.
No podíamos regresar sin visitar el legendario monasterio medieval “Rilski
monastir”. Es el más grande monumento religioso de Bulgaria, repleto de frescos e
imágenes y piezas artísticas de autores búlgaros de notable valor como son los íconos
de Bulgaria. Enclavado en el corazón mismo del macizo montañoso más alto de los
Balcanes, Rila, el sol aparece allí pocas horas en el día; algo parecido a los macizos
del Machu Picchu del Perú. Claro, las altas cumbres y su difícil acceso, en aquellos
tiempos, resguardaban al monasterio de la tenaz dominación otomana.
Abandonamos Bulgaria con nostalgia e indelebles recuerdos.
***
250

CAPÍTULO XII
LA PERESTROIK A Y LA GLASNOST.
EL TOUR A LA U.R.S.S.

En 1986 leí el libro del “camarada” Mihail Sergeievich Gorbachov. Conociendo


la idiosincrasia de la dirigencia soviética, me impulsó a pensar: ¿acaso no resultaría
extremadamente difícil introducir cambios sustanciales en un régimen cerrado, que
junto a los temibles soviets y la policía secreta resisten esos cambios? La curiosidad no
me abandonaba y como hablo el idioma ruso, en setiembre de
1989, poco antes de la caída del Muro de Berlín producida el 9 de noviembre de
1989, que, como un juego del destino, sucedió en la misma fecha que la trágica
“noche de los cristales rotos”. O sea el día en que las hordas nazis provocaron
como venganza por el asesinato cometido en la Embajada de Alemania en París,
perpetrado por un judío. Tomé un tour para visitar la U.R.S.S. Tanto al llegar
como al salir el control aduanero fue breve, no así los controles policiales, que
continuaban como antes, es decir que la conocida K.G.B. (Comité de Seguridad
Nacional) o policía secreta seguía todavía intacta.
Frente al Kremlin se extiende la no menos majestuosa Plaza Roja, donde se
realizaban los imponentes y desafiantes desfiles del ejército rojo, para exhibir ante
el mundo el poderío militar del coloso marxista llamado U.R.S.S. En la plaza
estaba terminantemente prohibido fumar, hacer ruido o filmar, pues se encon-
traba el famoso mausoleo de granito rosado de Lenin, el adalid de la revolución
y del comunismo mundial. Se lo veneraba más que a un rey o emperador. La
plaza estaba saturada de policías. El acceso a la tumba era tortuoso y se llegaba
haciendo una larga fila de a dos. Se prohibía llevar paquetes, paraguas, las manos
en los bolsillos, conversar, etcétera.
Al entrar en el mausoleo se tiene la sensación de estar en un templo. Después
de bajar tres tramos de escaleras, llegamos al féretro del héroe de la revolución
bolchevique. Su rostro y figura son las de un gigante. Frente a Lenin los visitantes
se detienen y hacen una reverencia en silencio. A la salida del Panteón se retorna
caminando en una senda entre la muralla que da a la derecha y un bosquecillo
con prolijo césped a la izquierda.
Al acercarnos de nuevo al mausoleo, detrás de la suntuosa tumba, el penúlti-
mo semibusto correspondía a Stalin, el gran déspota de la historia. Según nuestro
guía, mató más soviéticos que todos los caídos en la Segunda Guerra Mundial.
A su muerte le rindieron honores como al máximo héroe, fue colocado su gran
féretro al lado de Lenin. Por lo que habían sacado el granito sobre la entrada con la
leyenda “Lenin”, colocándose en su lugar otro: “Lenin-Stalin”. Sin embargo, cuando
llegó Nikita Kruschov al poder, con su programa de desstalinización, sacó tanto la
escultura de Stalin como la placa con ambos nombres y colocó el anterior granito
con el nombre sólo de Lenin.
251

La segunda ciudad que visitamos fue la bella Leningrado. El rudo zar Pedro El
Grande, cuando derrotó a los suecos, que siempre invadían Rusia, construyó la
magnífica San Petersburgo, a fin de consolidar sus dominios. En idioma alemán
significa La Santa Ciudad de Pedro. En la Primera Guerra Mundial, luchando
contra Alemania fue rebautizada “Petrograd”, Ciudad de Pedro. Pero los
bolcheviques la denominaron Leningrad, en homenaje a su líder. Visitamos también
el palacio Hermitage, famoso por su belleza. Allí vivía solitaria Catalina la Grande, la
emperatriz que era una princesa alemana Merece especial mención la catedral de San
Isaac, diseñada por arquitectos italianos, suntuosamente de- corada con
incrustaciones de piedras preciosas; su belleza sólo es comparable a la de San Pedro,
en el Vaticano.
La hermosa muchacha rusa que oficiaba de guía allí hablaba el castellano con
mucha dulzura. Cuando le hicimos notar que no observábamos villas de emer-
gencia, contestó que no nos equivocáramos, que en los bloques de viviendas que
veíamos las familias vivían en una pieza, y que tanto la cocina como el baño eran
compartidos entre varias. “La gente –agregó– espera turno para utilizarlos. Departa-
mentos algo mejores se construyen, pero para lograr uno hay que esperar pacientemente y contar con
buenas influencias.” Leningrado es sin duda la ciudad más bella de Rusia. La atraviesa
el río Neva y por la presencia de sus afluentes, canales y puentes mereció el nombre de
Venecia del norte. Es, además, un gran centro político.

CÓMO SE DERRUMBÓ EL COMUNISMO. Y SUS GRAVES CONSECUENCIAS

Muchos creen que el comunismo se derrumbó por la acción de los sindicatos


“Solidaridad” y por el Papa polaco, pero eso no es cierto porque el régimen se
pudrió más que nada por dentro.
Con toda seguridad había una convivencia entre algunos de los altos comi-
sarios y jerarcas que Stalin tildaba de “ellos”, o “los extranjeros”, y los propios rusos
con los grandes capitalistas y armamentistas para proseguir la Guerra Fría, ya que
amasaban grandes ganancias, pero eso agotó al coloso soviético.
En los años ’80, encerrada en su doctrina y la corrupción, la Unión Soviética estaba
muy atrasada económica y tecnológicamente, con un pésimo nivel de vida, y sin
embargo no cesaba en su competencia bélica con Occidente. Eso obligó al presidente
de los EE.UU., Ronald Reagan, a emprender el costoso plan llamado “Guerra de las
Galaxias”, que consistía en interceptar y destruir en la atmós- fera los cohetes
intercontinentales atómicos soviéticos. Con eso el nuevo líder reformista, Mijail
Sergeievich Gorbachov, llega a la conclusión de que no podía competir más con los
EE.UU.
En la cumbre de Reykjavik –Islandia– en 1986, Gorbachov propuso a Reagan una
moratoria armamentista, la que puso rápido fin a una larga y tremendamente costosa
Guerra Fría. Sin embargo los grandes armamentistas seguían produciendo
252

constantemente muchas armas, por lo que debían conseguir más guerras. Si toda esa
masa de dinero, ciencia y tecnología se hubiera empleado en el bienestar de los
pueblos, el mundo hoy hubiera tenido otra cara.
Mientras tanto, Gorbachov ya había emprendido su famoso plan “ ”
(Reconstrucción), que se extendió en todo el bloque soviético. Al leer su libro, me
senté a pensar: “¿es posible que un cerrado y despótico régimen como el soviético, se preste a la
reconstrucción?” ¡Decididamente no!
Pero en vez de que las directivas para el cambio se impartieran desde arriba,
como sucedió en China comunista, donde se permite la iniciativa privada, Gor-
bachov, quizás confiado en su gran poder político, resolvió otorgar la “Glasnost ”, que
significa permitir al pueblo expresarse libremente. Con eso descomprimió en gran
parte la caldera soviética, pero... el tiro le salió por la culata. En definitiva la
Glasnost (la voz-la palabra) resultó ser más poderosa y destructora que todas las
armas nucleares de EE.UU.
Las noticias del derrumbe del coloso soviético trajeron un gran alivio en el
mundo entero. Sin embargo, nadie advertía el peligro que eso significaba para la
Unión Soviética. Un gran equilibrio interno e internacional se había quebrado. Se
producía un gran vacío, un verdadero agujero negro. Las 21 repúblicas soviéticas
querían su liberación, su independencia. De pronto unos 400.000.000 de almas, que
no conocieron más que el socialismo estatal, fueron empujadas a los insensibles
brazos del sistema capitalista. Algunos avivados se aprovecharon y enriquecieron
rápidamente. El derrumbe fue desastroso para las grandes masas populares,
generando un enorme desempleo.
Ahora bien, ¿qué hicieron los gobernantes soviéticos mientras duraba la des-
composición por la Perestroika y la Glasnost? Para salvarse de graves represalias
posteriores, no se metían con las masas populares. Incluso les daban la razón por su
descontento. La dejaron que critique, que hable y delibere hasta el cansancio. Con
eso la tensión se relajó. Mientras tanto, ellos aprovecharon para llenarse aún más los
bolsillos, por todos los medios posibles, pidiendo préstamos del exterior y
dilapidando rápido esa masa de dólares. Hasta desaparecían muebles, arañas
y equipos de oficinas que rodeaban a sus suntuosos escritorios. De eso nadie se
hacía responsable.
En ese impresionante desfalco la banca internacional no estaba ausente. Ella tenía
ya mucha experiencia y sabía cómo ayudar a los gobernantes a enriquecerse,
endeudando a sus países con grandes empréstitos. En una situación como ésa,
cuando el barco estaba por hundirse la corrupción reinaba.
En consecuencia, la llegada al poder del marxismo costó mucho derrama-
miento de sangre, muchos sufrimientos y decenas de millones de muertes y, sin
embargo, para su disolución no era necesario ni un solo disparo, ni una sola víctima.
¡Qué colosal verdad! Para un “marciano” sería increíble, pero sobre esta tierra todo es
posible.
Lenin propalaba quemar y destruir todo, que después sería reconstruido para los
obreros. Pero para eso haría falta muchísimo dinero; los capitalistas se lo prestaron,
253

pero con ciertas exigencias. No querían intereses, sino un buen porcentaje sobre la
producción, sobre el valor total de la venta, sin importar si la empresa del Estado
tenía ganancias o pérdidas. De eso, el porcentaje convenido para los “capos”
soviéticos se le abría una cuenta secreta en los bancos suizos y ya estaba. Siempre me
llamó la atención cómo podía ser que en una desastrosa economía estatal, un rublo
ruso valiera 1,70 dólar, hasta la caída del régimen. Pero pensándolo bien, como los
capitalistas y sus socios gobernantes podían sa- car en dólares sus ganancias, que eran
en rublos, obtenían otra fabulosa utilidad con el cambio.
Sin duda todo el sistema comunista era un fantástico negocio sobre el sudor de
muchos millones de seres humanos que vivían en la miseria. Tanto era el saqueo que
las grandes empresas del Estado se fundían. Para todas las actividades faltaba
inversión, y lo más triste era que, por falta de repuestos, en los campos grandes
cantidades de maquinarias quedaban paradas y la producción en el suelo. Todo
escaseaba. Sólo se veían grandes colas en las ciudades. Estimado lector, ¿no cree que
todo eso era demasiado perverso?
Después de ver que eso no daba para más deciden, con los ex jerarcas, de-
rrumbar el sistema comunista al convertirlo en partido socialista y preparar el
camino para las futuras privatizaciones y la adquisición, a precios irrisorios, de las
grandes empresas del Estado. No hace mucho escuché en televisión al presidente
ruso Vladimir Putin culpando a los viejos jerarcas de un verdadero robo. Sin
embargo, tan fácil era la explotación y la desmesurada concentración de riqueza que
todavía hoy encumbrados capitalistas no dejan de contemplar la posibilidad de que
semejante enriquecimiento pueda repetirse35.

35
Cfr. Harding, James. “Soros alimenta el renacer de la izquierda estadounidense”, en Financial
Times, 13.01.2005 (George Soros es un magnate capitalista de origen judío-húngaro quien ha
publicado varios libros y posee gran influencia en las finanzas internacionales). Confundidos, muchos
creen que el capitalismo no permitirá el regreso del comunismo. Se equivocan inge-
254

Debo aclarar que la esperanza puesta en el capitalismo y libre comercio que los
liberados de los soviéticos esperaban se derrumbó demasiado pronto. Pasó lo mismo
que al pueblo alemán durante la guerra. Creían que al llegar los aliados los iban a
liberar del régimen nazi, pero la nueva realidad fue de lo más humillante y
denigrante.
En conclusión:
1) Mientras el coloso soviético se mantenía en pie, era un importante importador de
productos manufacturados de calidad, maquinaria, tecnología y equipos
industriales. Desarticulado ese régimen, su sistema democrático posterior no tuvo
ningún poder adquisitivo. Eso fue un duro golpe para la industria occi- dental que
desencadenó un continuo desempleo en muchos países de Europa, y especialmente
en Alemania, que fue su principal abastecedor de todo tipo de modernos
productos industriales.
2) Además, la tan anhelada unión de las dos Alemanias le trajo sólo sinsabores a
Alemania Occidental. Primero, debía abonar a Rusia 30 billones de dólares y
rogarle de rodillas a Francia para obtener el “SI”. Segundo: debía recibir un país
con todo obsoleto y socorrer a sus hermanos, que dejaron de ser “alemanes” y se
habían acostumbrado a trabajar sólo para vivir. Según las estadísticas, antes de la
unión Alemania Occidental, con mucha menos población que Japón, exportó 20
mil millones de dolares, más que ellos. Mucho más que EE.UU. y más que
Francia e Inglaterra juntas. Después, esos guarismos cayeron a muy bajo nivel.
3) Al poco tiempo de caer las rígidas fronteras de los países soviéticos, Alemania se
vio invadida, ilegalmente, por elementos indeseables llegados de todas partes, hasta
vietnamitas, albaneses y gran cantidad de gitanos que antes, seguro, no había
ninguno. Me interesaba la violencia desatada, tan comentada y repu- diada por el
mundo entero, y el incendio de un edificio que habían invadido los vietnamitas
en la ciudad de Rostock, sobre el Báltico. Por lo que, hablando con dos
matrimonios de esa ciudad, de turismo en Tucumán, me explicaron: “Vivimos
inseguros en nuestras ciudades, estamos temerosos en nuestras propias casas. Los alemanes
estamos apretados en un país mutilado que nos dejaron los benditos aliados y encima de todo la
gente que no les gusta a nuestros vecinos, nos la envían a nosotros. Por eso la juventud ve peligrar
su futuro, sus fuentes de trabajo y su estilo de vida, lo cual despertó una violenta y descontrolada
reacción. Pero eso no tenía nada que ver con ‘neonazismo’ ni nada por el estilo. Fueron inventos
de la prensa internacional para hacernos quedar mal”.

nuamente, porque los grandes capitalistas saben cómo manejar a sus jerarcas y sacar el máximo
provecho sobre millones de seres humanos que trabajan para sobrevivir, dejando su sudor en la
explotación conjunta de comunistas y capitalistas.
255

“Sin embargo, el gobierno –dicen ellos– notoma medidas, no cierra las fronteras, por temor
a ser tildado de racista. No sabemos hasta cuándo vamos a ser las ovejas negras y
¿cómo vamos a vivir así?”
4) Mientras la U.R.S.S. estaba en pie, un millón de soldados rusos estaban en los
países satélites, que los consideraban como su imperio, la pasaban bien y nadie
podía quejarse. Ahora esas tropas, de regreso a Rusia, se convirtieron en una
pesada carga en sueldos, alimentos y viviendas, además de ejercer una presión
política y una agitación imperialista que fueron una verdadera amenaza para
la débil democracia rusa y un peligro para las ex repúblicas soviéticas.
5) Frente al gigante soviético, la trilateral Europa Occidental, Japón y Estados
Unidos formaban una sólida alianza económica, militar y espiritual. La Co-
munidad Europea estaba más unida y más de acuerdo. Hoy ese bloque se
está ampliando, pero la unidad se está aflojando. Alemania, cansada de ser
tratada injustamente de agresora, se empeñaba pacientemente para edificar
la Unión Europea, mientras los franceses se hacían rogar y los ingleses juga-
ban en la cuerda floja. Por otro lado, desaparecido el coloso soviético, a los
EE.UU. tampoco les interesa mucho una Europa unida y demasiado fuerte.
A veces eso deja en una situación incómoda al pueblo alemán. Por lo que está
obligado a aferrarse a la amistad de Francia y aceptar lo que le pide EE.UU.
Los alemanes de hoy no conocieron ni a Hitler ni a sus malditos nazis y sin
embargo deben soportar todavía una culpa por algo que no cometieron. Los
nazis, como ya hice notar, no eran mas que 10%.
6) Mientras el comunismo estaba en el poder en los países soviéticos no había
libertades pero había todavía orden, limpieza y trabajo para todos. Al caer
ese no deseado régimen vinieron otros males mayores. Además de la carestía
y la desocupación, los países “liberados” se llenaron de criminales por falta
de seguridad. Me acuerdo el manifiesto del 2º presidente de la nueva Bulga-
ria, que decía: “La democracia no le sirvió al pueblo sino a los bandidos y a
los criminales.” Lamentablemente cada vez que visité mi vieja patria en los
últimos años me dolió mucho escuchar a la gente grande, en especial a los
jubilados, decir que “con el comunismo estábamos mucho mejor”.
Sin ninguna duda, una de las consecuencias más graves del derrumbe del
coloso soviético es la irrupción en el nuevo escenario de la tan temida mafia
rusa. que trafica no sólo con todo tipo de contrabando y de drogas, sino con
todo tipo de armamentos, elementos de fusión nuclear y hasta con misiles con
cabezas atómicas, ya que los militares están en la miseria. Y eso es ya demasiado
grave. La mafia rusa, como se supone, está formada por los ex comisarios y altos
funcionarios de la despiadada K.G.B. (la policía secreta soviética). La misma re-
presenta el crimen organizado más perfecto. Los rusos son asesinos por dinero,
y ellos son los señores.
Mucho se habla de que en la Rusia de hoy hay más millonarios con mayor
posesión de riquezas que en cualquier parte del mundo, incluso los Estados Unidos.
Pero teniendo en cuenta lo antes mencionado sobre la jerarquía soviética, de
256

intelectuales hábiles, es fácil deducir en qué manos está la riqueza. Hasta tal punto
que el mismísimo presidente ruso Vladimir Putin acusó a varios multimillonarios
que, habiendo explotado el régimen comunista llenándose de oro, luego compraron
a previo vil los bienes del Estado que fueron privatizados e incluso, aprovechándose
de su poder, robaron al Estado, e incluso no pagando los impuestos.

ARMAMENTISTAS Y TRAFICANTES DE LA MUERTE

El gran negocio de la venta de armas es muy viejo. Sin embargo, se ha ido


expandiendo en el siglo XX. Ellos tienen el poder económico, las vinculaciones, los
agentes especializados, la propaganda y los resortes para promover y armar nuevas
guerras. Las más fabulosas ganancias, sin duda, provinieron de la Primera y la
Segunda Guerra Mundial.
En los cinco años de guerra mundial, cuando todo el mundo trabajó para la
misma, las ganancias fueron astronómicas. Pero el fabuloso negocio no debía parar.
Por eso, al callar los cañones y los bombardeos sobre Alemania, de inmediato se
fomentó la impresionante y costosa Guerra Fría, armando unos fabulosos arsenales
atómicos para la destrucción masiva y aniquilación humana en ambos lados del
Atlántico.
Mientras los gobernantes del mundo entero hablan de paz, los armamentistas
piensan en los conflictos que se pueden provocar en todas partes del globo. Con la
sutil propaganda alertan a los bandos que se encuentran en disputa, para asegurarse
cada uno un buen arsenal bélico.
De ese modo se organizaron las guerras de Corea del Sur y del Norte, que fueron
apoyadas por EE.UU. por un lado y Rusia y China por el otro. Después, la larga y
costosa guerra de Vietnam; posteriormente la guerra de 8 años entre Irak e Irán,
aprovecharon en conflicto entre Rusia y Afganistán, como así el de India y
Paquistán. En el año 1991 se inició una formidable guerra en el Golfo Pérsico, con
un impresionante despliegue de armas supermodernas y nada menos que 525.000
soldados americanos (según la prensa), además de un sinnúmero de tropas aliadas,
cuyos gobernantes sobornados debían comprarles armas, de una desproporcionada
envergadura, teniendo en cuenta la reducida dimensión del enemigo, el mas tarde
depuesto dictador Saddam Hussein y su insignificante capacidad bélica. La verdad es
que no tenía con qué defenderse.
Siempre tuve la sensación de que derrocar o eliminar al dictador iraquí Saddam
Hussein en 1991 no debía ser cosa imposible, pero seguro que no era conveniente.
Por un lado Irak se desintegraría, y no tendrían a quién cobrar indemnización de
guerra, y por el otro no tendrían pretexto ni lugar adecuado para probar sus nuevos
armamentos ni armar una nueva y costosa guerra que hoy se está librando y nadie
sabe hasta dónde puede llegar. Pero lo que me causa gracia es que a los múltiples y
pobres países del ex bloque soviético que quieren entrar en la unión europea, les
257

exigen que primero se integren a la OTAN. Para ello deben deshacerse de los viejos
armamentos que tienen y adquirir nuevos, más modernos. Claro está, a costa de los
grandes sacrificios y préstamos que hipotecan su futuro y aumentan su pobreza.
No podemos olvidarnos de la ridícula guerra por la pequeña provincia de
Kosovo. Éste era otro escenario propicio para embolsar mucho dinero con las
armas más nuevas, sofisticadas y costosas, destruyendo todo un país. Como era
evidente que los rusos estaban dispuestos a defender a Serbia, algunos segura-
mente esperaban una tercera y devastadora guerra mundial.
Lo que el lector seguro no sabe es cómo se manejan esos enormes y turbios
negocios.

LOS NEGOCIADOS ARMAMENTISTAS

Como ya mencioné, soy un golfista internacional. Jugué y conocí a muchas


personalidades, no solo al ex presidente Carlos Menem, el brigadier general Agosti, ex
integrante de la junta militar como jefe de la Fuerza Aérea.
Pero lo que nunca me olvido es de un ocasional competidor de golf en Brasil.
Como siempre, después de jugar cuatro horas nos sentamos en el bar para charlar y
conocernos mejor. Fue in industrial de armamentos quien me contó que perdió una
licitación para venta de armas por u$s. 600.000.000. Estaba amargado, por- que
después de haber ofrecido 30% de comisión al gobierno que las compraba, perdió la
oferta porque otros habían ofrecido el 40%. Yo no podía creerlo. “Es que la venta de
armas pasa por mas de una mano, para no dejar rastros”. “Una bomba, dijo él, que cuesta
fabricarla unos mil dólares, se vende por tres mil. Como el armamento no se vende todos los días, se
calcula 1/3 parte es el costo real, 1/3 la ganancia que debe quedar, y
1/3 parte es para la comisión de venta que a veces es mucho dinero, hasta miles de millones que se
reparten entre los revendedores, los gobernantes, los jefes militares, hasta a políticos opositores de alto
nivel”.
Quizás por eso el ex presidente de España al perder la elección y el nuevo gobierno
de Rodríguez Zapatero retiró las tropas de Irak, salió en los diarios con amargos
lamentos. “Es que hay compromisos contraídos”, dijo él. Pero qué compromi- so, no lo
mencionó Seguramente el “amigo Bush” le pasó unos mil millones de dólares y ya
no puede devolverlos ni cumplir con la promesa. España, después de EE.UU. y
Gran Bretaña, era el tercero que votó para la guerra contra Irak, adonde se gastan
cientos de miles de millones en armamentos. Y también el tercero en cantidad de
envío de tropas.

LIMPIEZA ÉTNICA
258

La limpieza étnica no es sólo una frase, sino una trágica realidad desde tiempos
inmemoriales. Muchos pueblos bárbaros han practicado esa crueldad. Sin embargo,
en el siglo XX, en la cumbre de la civilización occidental, después de la Primera y la
Segunda Guerra Mundial, la limpieza étnica tomó de nuevo una horrorosa realidad.
Cómo no me voy a acordar, cuando de chico escuchaba a la gente grande llo-
rando a nuestros hermanos desterrados, “desnudos y descalzos”, como se decía, de
los territorios búlgaros que los aliados entregaron a nuestros vecinos, pero eso no
interesaba a nadie. Eran sufrimientos ajenos...
Nadie se interesó cuando en la década del ’90 los turcos masacraron al pueblo
kurdo y no sólo en su país, sino también en territorio iraquí, donde arrasaron y
quemaron 135 poblaciones, como informaron los medios de difusión de entonces.
Nadie ni siquiera levantó la voz en defensa de cientos de miles de asesinados,
indefensos seres humanos. Pero a Turquía nadie le objeta nada, porque es aliada de
los aliados. Medio siglo atrás los turcos habían asesinado más de un millón de
armenios sin que el mundo levantara un dedo.
Tampoco nadie se interesó por la atroz y cruel limpieza étnica cometida contra el
indefenso pueblo alemán, a raíz de la desgraciada guerra emprendida por los
altaneros nazis para recuperar lo saqueado por sus vecinos después de la Iº Guerra
Mundial por Francia, Polonia y Chequia. En su reciente libro Berlín, Antony Beevor,
escritor y ex militar británico, relata: “Los ejércitos soviéticos que avanzaron sobre Prusia
oriental en enero de 1945, en enormes y largas columnas, eran una mezcla extraordinaria de lo
moderno y lo medieval: tanques conducidos por hombres con cascos armados, seguidos por caballería
cosaca montada en caballitos sucios con el botín del saqueo atado a la montura. Había saqueadores
que bebían y violaban sin límites. Todas las mujeres que quedaron al replegarse los alemanes fueron
violadas, cada una varias veces, por soldados del ejército rojo. Muchas, varias veces, niñas y
ancianas... Y bebían mucho, alcohol y sustancias químicas peligrosas robadas de laboratorios....”
Hay que ver el corto metraje de televisión. que refleja la tragedia de las 10.000
desesperadas personas hacinadas en el lujoso transatlántico “Gustloff ” para 1.800
pasajeros, convertido en hospital para heridos frente a la costa de Prusia Oriental, que
al zarpar para Alemania fue torpedeado en el mas Báltico, sucumbiendo la inmensa
mayoría en las heladas aguas.
Hay que escuchar los trágicos relatos de un señor alemán, que me compró un
departamento en Tucumán. Había nacido en la región alemana de los Sudetes, hoy
bajo los checos. Al terminar la segunda gran guerra quedó huérfano de padre a los 8
años, con su madre y dos hermanitos. Un día llegan unos paramilitares armados
checos y les ordenan que de inmediato se vayan a Alemania. Su madre, llorando, les
suplica que los deje hasta la tarde, para poder llevar algo de ropa y comida, ya que
no sabían adónde ir. “Antes del anochecer volveremos” –le dijeron–, “y si todavía
los encontramos aquí, los fusilaremos a todos”. Lo que han sufrido después de
perder su casa, su tierra y todos sus bienes, es largo de contar. Y eso sucedió con
todos los alemanes que vivían en sus propias regiones. Pero pregunto ¿Alguien
alguna vez escribió dos líneas sobre estas aberrantes historias?
259

En el año 1996 hice un tour por la República Checa. En el viaje de Praga a la


ciudad alemana Carlsbad que los chexos bautizaron como Karlovi Vary pasamos por
una extensa zona con casas diferentes al resto del país. Un hombre preguntó a qué se
debía eso. “Es que aquí vivían alemanes”, dijo la guía, “pero se fueron después de la última
guerra”. Como yo conocía bien lo que sucedió le pregunté a la guía: “Sra.,
¿los alemanes se fueron así no más, abandonando todo, o los checos hicieron una implacable
limpieza étnica?” La mujer se quedó muda, aturdida al no esperar esa pregunta, de
repente cambió de tema. No quiero entrar en detalles sobre la limpieza étnica que
hicieron los fanáticos polacos. El mundo no sabe que una tercera parte de su
territorio hoy está asentado sobre tierras alemanas, de las cuales echaron o mataron
a sus habitantes. Entre muchas otras, la vieja ciudad alemana de Breslau se
encuentra lejos, dentro de Polonia, y está rebautizada como Wroclaw. Su frontera
Oeste se ha trasladado cerca de los suburbios de Berlín.
El mundo no sabe de la desgarradora suerte y limpieza étnica que se ha co- metido
en la historia de la humanidad en la mitad del siglo XX. La provincia alemana de
Prusia Oriental, que se encontraba sobre el Mar Báltico, al norte de Polonia,
lindando también con Lituania, con unos 4 ó 5 millones de habitantes, al invadirla
los rusos acribillaron a todo alemán que encontraban y violaban a todas las mujeres
que encontraban. Los barcos alborotados de gente que trataba de salvar su vida
fueron torpedeados al alejarse de las costas y hundidos sin misericordia. La restante
población fue llevada en trenes de carga a la helada Siberia para trabajos forzados. El
territorio de Prusia Oriental fue dividido entre Polonia y Rusia que queda hoy con una
franja. La vieja capital Königsberg se llama ahora Kaliningrad y los habitantes de esa
provincia alemana están en las tumbas, en el fondo del mar, o dejaron sus huesos en
la helada Siberia.

LOS BALCANES: LA MACEDONIA Y KOSOVO

Macedonia fue la patria natal del genial conquistador Alejandro Magno. Hombre
multifacético, con puño de hierro, mente genial y sobrehumana energía. Conquistó
Grecia antigua, Persia y Egipto y llegó hasta la India. Murió joven, a los treinta y tres
años de altas fiebres, en 323 a.C.
Macedonia quedó como una provincia inundada por los pueblos eslavos y fue más
tarde incorporada al nuevo Estado búlgaro. En el siglo VIII llegó a ser la cuna de la
cultura y literatura búlgaras. Hasta el día de hoy los ancianos hablan bien el búlgaro.
En la Primera Guerra Mundial fue ocupada y repartida por Grecia y Serbia. Al
desmembrarse el imperio serbio ( Yugoslavia), al derrumbarse el comunismo, la parte
serbia se declaró como la República de Macedonia. Tiene
25.000 km2 y dos millones y medio de habitantes con su capital, Scopie. Su religión
es cristiana ortodoxa y un 25% de su población son albaneses musulmanes. Los
griegos no la reconocen como República de Macedonia para no pretender la parte que
260

está bajo su dominio, sino sólo como República de Scopie, su capital. Quizá por eso,
el año pasado 2002, en una colina cerca de esa ciudad, los macedonios construyeron
una gigantesca cruz de 67 metros de altura iluminada por
650 con el objetivo de alumbrar más allá de sus reducidas fronteras.
En mi viaje a Bulgaria en 1998 visité ese diminuto país, con sus treinta y
cuatro montañas. El país más montañoso que yo vi en mi vida. Entre otros, me
gustó mucho el cristalino lago Ojrid, sobre la frontera con Albania, y la ciudad
del mismo nombre, que fue justamente en la antigüedad la ciudad universitaria
búlgara.
Al viajar a lo largo de la frontera albanesa pasamos por muchos pueblos de
esa etnia. En la ruta, el ómnibus paró frente a un negocio en donde se vendían
todo tipo de baratijas, bebidas, café, chorizos, etcétera. Al ver la poca limpieza
me olvidé de mi sed y pregunté por el toilette. “A los dos costados”, me dijeron.
“Puede ser también al otro lado de la ruta”, me dijo otro.
Al salir, vi un sendero al costado en el bosque de unos 30 m de largo. A los
dos costados se veía gente –hombres, niños y mujeres– haciendo sus necesida-
des. Miré desorientado un rato y por el apuro que tuve no me quedaba otra que
buscar un lugar, evitando pisar los excrementos recientes. Como si el pudor allí
no existiera, en especial para las mujeres musulmanas, con sus anchas y largas
faldas.
Con las guerras de Bosnia y de Kosovo y la limpieza étnica hecha por los
serbios, muchos mahometanos emprendieron la emigración hacia el oeste. El primer
país occidental en su ruta era Austria, lugar por donde pasé decenas de veces, donde
inclusive residí por más de seis meses. Los austriacos, como bue- nos alemanes, son
un excelente pueblo, con una cultura envidiable. Al que no conoce la Viena
Imperial le recomiendo hacerlo. Allí se respira un aire de los viejos tiempos. En el
famoso Ring (a lo largo de la vieja muralla defensiva), en los restoranes y choperías, las
orquestas tocan los conocidos valses vieneses, donde se baila con elegancia frente a
los jardines con flores.
Pero no puedo dejar de pensar que allí, en la sombra nocturna, los albaneses,
bosnios, etc. hacen sus necesidades en un excelente lugar al aire libre como en su casa.
¿Quién se los impide? Y si no es allí, ¿dónde van? Los inodoros para ellos son algo
incómodo, desconocido y que no inducen a la evacuación.
Ahora bien, quiero hacer una pregunta: los austriacos, ¿no son dueños de su país
y de su exquisita cultura? ¿No pueden oponerse a la inmigración de tan bajo nivel? ¿Es
eso reprochable? ¿Se los debe tratar como xenófobos racistas, de nazis y no sé qué
más? Sin embargo así lo calificó la poderosa prensa internacional.
La llamada guerra de Kosovo costó mucho dinero en armamentos que causaron
grandes destrozos de costosa reconstrucción. Se mantienen allí muchas tropas
llamadas K-FOR que cuesta mucho mantener y nadie sabe hasta cuando. Si se
hubieran utilizado esos fondos para el crecimiento de Albania, ese pueblo se podría
haber reubicado en su vieja patria, abandonando el suelo serbio. Hoy Kosovo está en
261

peores condiciones que antes del conflicto. Las tropas extranjeras no pueden
solucionar nada. El día que se retiren, los serbios atacarán de nuevo porque Kosovo
es un sagrado suelo serbio debido a que allí su héroe Marcos sucumbió con todos
sus soldados bajo la encarnizada embestida otomana. Por eso se ha creado un
desastre: ¿quién se beneficia de nuevo?, los armamentistas. Como será que de tanto
complicar esta situación, el ex presidente de Serbia, Solbodan Milosevic, apresado
por el Tribunal Penal Internacional, no pudo ser condenado y se murió en la cárcel,
al parecer envenenado. Porque Milosevic se defendía personalmente diciendo que:
combatió la guerrilla terrorista albanesa que pretendía anexar a Albania la provincia
de Kosovo, o sea combatir el terrorismo de su propia casa. Mientras que el imperio
americano va a buscar a los su- puestos terroristas a miles de kilómetros, por lo que
consideran al mundo entero su propia casa. Años atrás, la palabra terrorismo se
escuchaba muy rara vez. Sin embargo, los trágicos sucesos en la tierra de los
palestinos más las injustificadas intervenciones bélicas del imperio americano,
multiplicaron a los terroristas. “La sabiduría universal no perdona, el que siembra
vientos cosechará tormentas”, eso es lo que está haciendo Bush.
Todo esto ha hecho que hoy no haya seguridad en el mundo entero donde-
quiera que haya intereses norteamericanos y de sus aliados. Me resulta vergonzoso que
el presidente de los EE.UU. haya tenido que blindar su propio territorio para poder
asumir su segundo mandato. Aún peor, que obligue a los países que lo hospedan
blindar las ciudades que visitará.
Semjantes medidas significan mucho dinero gastado inútilmente y un gran
trastorno. Sin ir mas lejos, el diario chileno El Mercurio publicó el detalle de los
gastos de la visita de Bush en el Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC). Tres
meses antes del inicio de la conferencia, 200 agentes del servicio secreto ya estaban
en Chile. Tres aviones radar Awacs sobrevolaban Santiago de Chile las 24 horas, a
un costo de 10.000 dólares la hora. La delegación de Bush ocupó todo el complejo
hotelero Hyatt, con un valor aproximado de 50.000 dólares por día. La seguridad se
completó con una enorme cantidad de vehículos blindados de todo tipo, desde
limusinas hasta camionetas. Lo más curioso fue que se utilizaron dos aviones
presidenciales para que no se supiera en cual de ellos viajaba Bush. Además, no hay
que olvidarse de los gastos de todas las fuerzas chilenas de seguridad desplegadas.
Tamaño despilfarro de dinero, ¿no podía haber sido destinado a los pobres e
indigentes? No, porque a Bush hay que cuidarlo para que invada, destruya y mate a
millones de personas inocentes.
***
262

CAPÍTULO XIII

EL CULTO A LA POBREZA

En los años ochenta, la televisión local tucumana exhibía un cortometraje.


Aparecía un hombre que lentamente conducía un asno para atarlo a un carro
cargado con las pertenencias de la familia. Alrededor del rancho sólo había tierra
pisoteada y muchos hijos desahuciados, desnutridos y semidesnudos. El hombre se
movía con lentitud y pereza. Daba la impresión de que jamás se hubiera aga- chado
para sembrar una semilla y menos, haber producido siquiera algo de lo que consumía.
Ese ciudadano, ese argentino, produjo al parecer sólo tantas criaturas como su mujer
pudo traer al mundo. ¿Consideraba acaso que era así como se retribuía a la patria?
¿O quizás, que esa condición de pobreza vergonzante debía resaltarse como una
virtud?
El documental era producido nada menos que por la Universidad Nacional de
Tucumán en los años de la subversión. Se hacía un culto a la pobreza, a la pereza y
al abandono. Faltaba solamente que los productores hicieran un canto a la vagancia
y proliferación de niños sin futuro. Sin duda, quienes idearon esa serie serían
intelectuales que se consideraban sobresalientes, pero no entendidos ni reconocidos
por su “genialidad”.

LA FAMILIA AMENAZADA

Desde siempre existe el dicho: “Para ser feliz son necesarias tres cosas: salud,
dinero y amor”, apuntando sin duda al sexo.
Profundizamos tanto en la ciencia y la tecnología, queremos proyectarnos en el
espacio y, sin embargo, poco nos miramos a nosotros mismos. Nada se avanza hacia
la verdadera y duradera felicidad del hombre. Pareciera que el mundo exterior
interesa más que la familia. La TV color nos pasó por encima. Por lo que vemos a
diario, la moda, los cantos, bailes y la excitación llevan a la destrucción de la moral,
las buenas costumbres y la base del hombre: su familia e hijos.
Como siempre sucede, quienes llevan la delantera son los más activos. Y como
están las cosas, los homosexuales y la prostitución sirven de modelos, arrastrando
a la juventud hacia las morbosas diversiones y la drogadicción. Considero que
uno de los flagelos mas grandes de la Humanidad es proliferar muchos hijos sin
hogar, sin alimentación adecuada, sin educación y, por lo tanto, sin futuro.
Muchos de estos jóvenes se convierten en un serio peligro para la seguridad de la
comunidad. Cuando son apresados en las cárceles, no solo cuesta mucho mantenerlos
sino que, además, los penales son escuelas de delincuencia. Como se comprueba a
diario, al salir de allí son mas peligrosos que antes.
263

Mientras, la sociedad festeja sus hazañas. Es notable ver que al bailar las chicas
no muestran sólo la cara, las piernas y los pechos sino en especial las colas. “Te la
meten en la nariz.” ¿No será que algunas tienen mucho interés en promover la cola
porque es lo único que tienen para ofrecer? ¿Hasta dónde se pretende llegar?.
En los tiempos en que vivimos, los ricos se preocupan por salvar lo que
tienen, los pobres por sobrevivir, los gobernantes por mantenerse en el poder,
mientras que los políticos se desvelan pensando cómo llegar más arriba, cómo
escalar posiciones y llenarse los bolsillos, y no se preocupan por la moral mientras
tengan más votantes.
La libertad se ha convertido en un escudo para cualquier acto y propósito
inconfesable. ¿Acaso esta “civilización occidental” marcha hacia su propia des-
trucción? Quizás debemos volver la mirada hacia los antiguos filósofos como
Confucio, que decía “el que no vive para servir, no sirve para vivir”.
Por mi larga experiencia puedo asegurar que el hombre, fuera de su lucha por la
subsistencia, está siempre acompañado por el amor y el dolor. Para disminuir el
dolor es indispensable estimular el amor, principalmente hacia la familia, los hijos,
sus semejantes y a Dios. No hay causa más sagrada que el hogar, por tanto hay que
luchar para conservarlo como fuente de vida y felicidad.

¿NORTEAMERICANOS Y YANQUIS O BANQUEROS?

Cuando era joven escuchaba esos dos términos y los confundía. No podía hacer
diferencia entre el pueblo norteamericano y el término “los yanquis”. Algo parecido
me sucedía entre el pueblo alemán y los nazis. Pero después entendí que no era así,
que no tenía nada que ver una cosa con la otra.
Sin embargo, como primera reflexión se me ocurre que si los nuevos yanquis
fueran tan humanos como pretenden demostrar y tan equitativos en los negocios, el
mundo de hoy tendría otra cara. Pero para eso hay que hacer una clara diferencia
entre un gran pueblo norteamericano, compuesto de muchas nacionalidades, y el
tipo yanqui a quien ya como joven veía, en los diarios y los cines, bien alimentado,
gordo, con una gran panza y una gruesa cadena de oro que le cruzaba, para
enganchar el reloj, de un bolsillo al otro del chaleco. Por eso al leer toda una página
del diario “Ámbito Financiero” del 6 de octubre de
1998, encabezada con la imagen del famoso banquero Nathan Mayer Rothschild,
pintada en 1824, reavivó mi interés. Su nombre, Rothschild, proviene del escudo de
color rojo que su familia tenía en la puerta de su casa en el gueto de Frankfurt. En
alemán rot es rojo y schild es escudo, o sea Rothschild es escudo rojo.
Aunque ya conocía la historia de ese banquero, la publicación mencionada en ese
prestigioso diario me resultó muy interesante: “Alto, de barba negra, con una extraña
sonrisa burlona y un dialecto de gheto Idisch, Mayer tuvo 20 hijos entre 1770 y 1790 (o sea uno por
año). De ellos sobreviven 5 mujeres y 5 varones. Viendo el futuro con sus hijos varones Mayer
264

enseñó a los mismos a comprar barato y vender caro, antes que ellos pudieran caminar y luego,
cuando ellos alcanzaron los 12 años, los puso a trabajar en el negocio familiar”. Además el hábil
señor Rothschild aprovechó la siguiente situación, según escribe el diario: “Gracias a
un decreto papal de los primeros siglos, la usura era prohibida para los cristianos, “prestar para
provecho”; entonces los judíos tomaron el comercio del préstamo de dinero convirtiéndose en
prestamistas, pequeños comerciantes y expertos en finanzas”. Rothschild hizo fluir su dinero por toda
Europa prestando incluso a los príncipes y reyes. Cada uno de sus cinco hijos estaba moviendo las
finanzas de Europa diciendo: “Nosotros somos como los mecanismos de un reloj, cada parte es
esencial”. Por lo que su hijo Amschel quedó en Frankfurt, Salomón en Viena, Nathan en Londres,
Karl en Nápoles y James en París. Desde Londres se manejaban las materias primas que llegaban
de las colonias y los productos de su industrialización. De tanto dinero disponía la dinastía Rotschild
que rebalsó a Norteamérica y gracias a ellos se convirtió en un motor de industrialización”. Pero no
solo los Rothschild amasaron grandes capitales, sino muchos otros banqueros.
Es cierto que los grandes capitales promueven el progreso y la tecnología. Con
toda seguridad que sin ellos la humanidad no hubiera progresado tanto. Si se
pudiera encontrar un modo de evitar la gran avidez del hombre de acumular más y
más riquezas en pocas manos, sería una bendición. El tipo yanqui que yo imaginaba,
hoy en día desapareció. Los yanquis de hoy tienen un gran poder económico,
político, armamentista, viven en opulentas residencias rodeados de sirvientes de
guantes blancos, manejando a su antojo sus enormes intereses en las bolsas y en las
economías mundiales. Tienen como base a disposición un país que en realidad es
prácticamente medio continente, lejos de ataques enemigos, con un pueblo
trabajador y con un gran respeto a Dios, a las leyes y a las normas terrenales.
Los yanquis disponen del signo monetario del mundo, que les cuesta sólo el papel y
la tinta. Y desde que el ex presidente francés Charles De Gaulle llevó los billetes
verdes, y pidió de vuelta el respaldo en oro que correspondía, ellos anularon todo el
respaldo. Pero eso vale sólo para su moneda. Mientras, los demás países deben tener
respaldo en oro, en dólares, o en otras monedas fuertes. Para lograrlo, la gran
mayoría de los países deben pedirle dinero prestado, pagarles altos intereses y
endeudarse hasta el cuello. Y no vaya Ud. a pensar que al concederle un gran
préstamo, le envían las toneladas de billetes. No, los billetes, por lo general, quedan
allí guardados en respaldo de lo que Ud. debe. Pero EE.UU. es no sólo la
superpotencia económica, sino también militar y política.
Allí, en Washington y en especial en Nueva York, tanto en la ONU como en Wall
Street se cocina el destino del mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, los
yanquis no sólo representaban un país vencedor, sino el único país que estaba en
guerra pero que no sufrió ni un solo ataque aéreo, ni un solo soldado enemigo pisó
su suelo. Por eso toda su población pudo trabajar tranquilamente produciendo en
gran escala. Al terminar esa gran guerra, el único país intacto que quedó fueron los
Estados Unidos. Mientras, las otrora potencias coloniales sufrieron grandes pérdidas
navales y no podían sostener el dominio y la explotación de sus colonias, que
265

quedaron semi abandonadas, un fabuloso regalo del desgraciado Hitler. Eso cambió
la cara del mundo. Los yanquis aprovecharon esa oportunidad, por lo que el
comercio internacional quedó en sus manos; con los barcos mercantes de su
impresionante flota de mar cruzaban los océanos y llevaban las mercaderías que
vendían y compraban a precios que ellos querían. Ganaban tanto dinero que
nadaban en la riqueza. Construían rascacielos, residencias más fastuosas que
cualquier palacio real, grandes barcos petroleros y un desarrollo tecnológico y militar
jamás imaginado.
Los hilos de la política internacional estuvieron y aún están en su poder. Pero los
resultados han sido mediocres por su gran avidez de riqueza. En donde se metieron
de gendarmes han sido un real fracaso. Esto es, con toda seguridad, porque tienen
dobles intereses.
No hay ninguna duda de que el mundo de hoy depende de ellos. Lamenta-
blemente su riqueza y avaricia les atraerá la envidia y el odio, por la pobreza y la
frustración causada a tantos pueblos en el mundo entero.

CARTAS AL DIRECTOR

Mi interés por la justicia, la paz, la política y economía del país ha sido per-
manente; he tratado pues de expresar estas inquietudes mediante innumerables
“Cartas al Director” publicadas la gran mayoría en el importante diario “La Gaceta”
de Tucumán. (Escribí también varios artículos en Buenos Aires y Mar del Plata, y
en especial en los diarios de mi vieja patria). Como así reportajes de páginas enteras
en prensa de Tucumán, Mar del Plata y Bulgaria. Como muestra de mi estilo, citaré
tan solo algunos de ellos.
266

APOCALIPSIS – 8 DE MAYO DE 1998

Durante milenios, los pueblos han derramado mucha sangre para defender- se,
víctimas de invasiones, saqueos, dominaciones y explotación, hasta llegar a nuestros
días. Hoy, para la penetración y la explotación no son necesarios ni la dominación
física, ni la colonización, ni un solo soldado. Son totalmente incruentas. En todo
este siglo, con la manipulación de sangrientas ideologías y dos macroguerras, se creó
una nueva, sencilla, pero devastadora arma: el capitalismo en todas sus formas,
invisible e invencible. Su sórdida hegemonía borró las fronteras y se esconde detrás
del mito de la globalización, tan bien planificado. Todo se perfeccionó. Grandes
masas de capitales con la meta fija de dominar al mundo pueden con facilidad
endeudar, empobrecer y arruinar no sólo a un país o a una región, sino hacer temblar
al mundo entero aprovechándose del caos que engendra. Todos miramos cómo la
oscura nube de la globalización cubre la Tierra; las grandes corporaciones financieras
imponen sus políticas y con la cabeza gacha hay que rendirles cuenta. Mientras la
técnica deshumanizada avanza, el individuo desaparece, hay ricos más hiperricos y
pobres más desesperados.
El primer acto de la comedia trágica, son las quiebras y fusiones de grandes
empresas y bancos. Más adelante vendrán bancos, monedas y gobiernos regio- nales
y continentales y al final, tarde o temprano, habrá un megabanco, moneda unificada
mundial –el dólar– y un gobierno mundial en Washington, bajo el con- trol de los
hipercapitalistas-financistas. Con eso se cumplirá el sabio proverbio babilónico: “El
peor mal del mundo es el ojo voraz del hombre, que no se sacia ni con todo el oro del mundo”. Pero
no se aflijan. El hombre aguanta todo.
El Apocalipsis anunciado por los libros sagrados ya se hace realidad: se llama
globalización.

¿LA PAZ MUNDIAL? – YA NO EXISTE MÁS

El siglo XX fue feroz, con las dos Guerras Mundiales, la guerra en Corea, la
infernal guerra en Vietnam y la costosa Guerra Fría y un sinnúmero de conflictos
agitados en su mayoría por los yanquis norteamericanos. Al concluir la famosa
Guerra Fría se creía la llegada de una paz mundial eterna. Sin embargo, tan pronto
empezamos a caminar el siglo XXI, y con el pretexto de los ataques del terrorismo,
se creó una nueva forma de guerra sin fronteras y sin fin. Con las guerras
preventivas, unilaterales del “imperio americano”, se pone en riesgo el orden
mundial.
Mientras existía la Guerra Fría, cada bloque se preparaba para “en caso de
guerra”, como acostumbraban decir mis amigos comunistas en Europa. Ninguno de
los dos bloques, los norteamericanos ni los soviéticos estaban dispuestos a iniciar
267

una guerra total, temiendo su propia destrucción. Es decir, nadie pensaba ser el
primero que “apriete el botón”, como se decía.
Hoy, la Guerra Fría ya desapareció. Sin embargo, ¿está en marcha una “guerra
caliente”? Los grandes magnates armamentistas no pueden pensar en un mundo en
paz. Un mundo sin guerras, en el cual su espléndido negocio termine. Por eso no
habrá paz en la tierra mientras exista la voracidad de los armamentistas, lo que
obligará al mundo a sobrevivir sufriendo bajo el reino del poderoso imperio del
Norte.
Sin darnos cuenta, las diferencias religiosas y étnicas están creando chauvi-
nismos y fundamentalismos, que ya están explotando. Pensando concretamente en el
problema entre Israel y sus vapuleados vecinos palestinos, con seguridad en los dos
bandos habrá más gente por un arreglo pacífico, pero los belicistas son más fuertes
y se imponen.
Los palestinos están enardecidos por recuperar los territorios injustamente
ocupados por Israel, y por la vuelta “a casa” de millones de palestinos expulsa- dos,
perdiendo todo. Los Hezbollah que luchan en El Líbano son descendientes de ellos,
y su lucha contra Israel al parecer no terminará jamás. Por los dos soldados israelíes
que ellos secuestraron, Israel le declaró la guerra y destruyó medio Líbano, y al
final bajo la presión internacional debió retirarse, con lo cual Hezbollah se
declaró victorioso y los dos soldados secuestrados no fueron rescatados.
Siempre me da ganas de reírme cuando escucho que Hezbollah “bombardea- ba”
Israel con los “Katiuscha”, arma ya vieja y oxidada que los rusos inventaron antes de
la IIª Guerra y seguro que la vendieron por poca plata para sacársela de encima. La
“Katiuscha” dispara a poca distancia sus proyectiles que explotan en el aire, y eran
muy eficaces en la defensa. Porque al herir muchos soldados, esos debían ser
retirados por sus compañeros y con eso la presión alemana se demo- raba y con eso
tuvieron muchas bajas. Pero no es un arma de ataque. Además, los “Katiuscha” no
son para disparar a la distancia; además sus proyectiles caen en cualquier parte, sin
presición y sin ocasionar grandes daños.
Lo más curioso es que para evitare que Hezbollah recibiera armas por el mar, no se
de quien, nada menos que Alemania fue obligada a enviar al Mediterráneo, frente a
las costas del Líbano, varios cruceros de su marina de guerra que también tenían la
obligación de tener para formar parte de la NATO, con mucho personal y por
tiempo indeterminado.

Pero como siempre, se impone la razón del más poderoso. Además, su fiel aliado,
los E.E.U.U., emprendió una guerra atroz para eliminar uno por uno a los Estados
que considere posibles enemigos cercanos o lejanos a Israel. Asimismo, esto le
ayudará a tomar por asalto las inmensas riquezas petroleras que posean los países
islámicos.
Sin embargo su enorme poder está causando una gran cantidad de muertos y
268

destrucción, que a su vez provocará un gran odio y un terrorismo suicida sin


precedentes que nadie podrá negar ni parar. Es fácil acusar de terroristas a gente que
lo ha perdido todo. Pero el que es más terrorista y asesino es el que fue a destruir su
país, su futuro, sus bienes, y mató a gentes queridas. Eso sí que no tiene perdón.
Son los que provocaron y multiplicaron el terrorismo.
Todo empezó en Palestina y debe solucionarse allí. Está bien que Jeru-
salem es la ciudad sagrada para los musulmanes, judíos y cristianos, pero no por eso
el mundo debe ensangrentarse porque los judíos (que la tienen ocupada) y los
palestinos la quieren de capital. ¿Acaso no puede ser una ciudad universal y abierta?
¿O el fanatismo de unos y otros imposibilita esa ecuménica y humana solución?
Todo parece indicar que no es posible la paz entre el superpoderoso Esta- do
israelí que según sus propios científicos tiene arsenal atómico, y los pobres
palestinos, con sus mutilados territorios, con asentamientos judíos, con varios
millones de exiliados, con sus bienes destruidos. Israel culpaba al fallecido Yasser
Arafat de intransigente porque pedía lo que es palestino. Si el nuevo presidente de
Palestina, Abu Mazen, cede a las presiones israelíes, será bien mirado por el mundo.
Pero para los damnificados será sin duda considerado un traidor. Por eso si Israel se
sigue negando y no cumple con la resolución de las Naciones Unidas, no será
posible una paz duradera en la Tierra Santa de las tres religiones monoteístas.

EL NUEVO ORDEN:
LA GLOBALIZACIÓN ES EL COMUNISMO AL REVÉS.
RICOS MÁS RICOS Y POBRES MÁS POBRES

Desde los tiempos del gran conquistador macedonio Alejandro Magno, o del
conquistador romano Julio César, los que se consideraban fuertes, poderosos e
invencibles, querían construir un nuevo orden en el mundo. Tiempos más tarde,
empezaron las colonizaciones encabezadas por Inglaterra. Mientras, los cañones de
los cruceros tronaban, los soldados conquistaban y ocupaban vastas zonas del
planeta sometiendo a sus milenarios pueblos. Mientras, los barcos carguero
exportaban baratas materias primas y el sudor de estos pueblos por muchos si- glos.
Toda esta explotación acumuló enormes riquezas en los países coloniales. Eso duró
hasta llegar a nuestros tiempos con Stalin y Hitler, que también con la fuerza querían
hacer un nuevo orden mundial. Con la Segunda Guerra Mundial y la destrucción por
parte del nazismo del poder militar marítimo de las potencias occidentales, las
colonias pudieron independizarse sin recurrir a la violencia o a las guerras. Entonces
empezó una nueva explotación a mano de los grandes capitalistas, que aprovecharon
las riquezas que acumularon durante las dos guerras mundiales y el vacío de poder
producido.
Hoy, el nuevo orden mundial se está imponiendo con el soborno, con los billetes
269

verdes, con las guerras, las amenazas o directamente con las masacres. El arma
invisible es el capital, la seducción con la corrupción y el endeudamiento. Su arma
más poderosa es el sometimiento de los pueblos por el hambre. El que no lo ha
sufrido, como el que escribe estas páginas, no lo conoce, no tiene idea de lo que
significa sufrir el hambre, sin esperanza. Eso pasa hoy con muchos pueblos, en
especial los de Afganistán e Irak, invadidos y destruidos por Estados Unidos.
Como es sabido en el sistema comunista todo estaba en manos de Estado. Las
grandes masas de los pueblos trabajaban día y noche mientras los jerarcas gozaban
viviendo en la opulencia y llenándose los bolsillos con los negociados junto a los
capitalistas que eran, ni más ni menos, sus naturales socios en todo lo que
emprendían. En la globalización, todos los bienes estarán en manos de los grandes
capitalistas, que vivirán como príncipes, mientras las grandes masas populares
seguirán trabajando día y noche para pagar los servicios, los impuestos y las deudas
por todo lo que poseen.
Todos esperábamos que, gracias a estos grandes capitales y empresas multi-
nacionales, fuera posible entrar en el umbral del siglo XXI en paz y abundancia para
todos. Sin embargo, nos olvidamos de una cosa: la insaciable y voraz avidez de más
riquezas y más poder que el dinero trae desde hace milenios no tiene límites. Los
ricos quieren ser más ricos y poderosos. Se equivocan los que creen que se le puede
pedir un favor al capitalista. El gran banquero conoce sólo sus intereses y no le
importan las necesidades ajenas.
Me resultó gracioso que nuestro ex-presidente, el Dr. Fernando de la Rúa, a los dos
meses de haber tomado el poder, en enero de 2000, abandonó los múltiples
problemas que tenía encima y voló a la lejana Escandinavia. No quería estar ausente
en el encuentro de varios jefes de Estado en Estocolmo, para “concientizar” la lucha
contra el racismo y el antisemitismo que sufrieron los judíos bajo el nazismo. Sin
duda quería “codearse” con los grandes banqueros (que esperaba encontrar allí)
como los Rothschild, Rockefeller, Morgan, Lehman Brothers y muchos otros,
como asimismo, con los nuevos multibillonarios George Soros, Bill Gates, etc.,
incluyendo al poderoso Alan Greenspan, presidente de la “Reserva Federal
Americana”. El ex presidente suponía que siendo este evento de esa colectividad, la
gran mayoría de ellos estarían presentes. Por lo tanto sería una buena oportunidad,
pensó nuestro bueno, pero ingenuo presidente, para pedir urgente un préstamo para
su déficit fiscal de entonces, de 7.400 millones de dólares. Antes de volver, se
anunció la gran posibilidad de obtener pronto ese tan necesario préstamo. Como es
de suponer, el capitalista, sea quien fuere y aún se trate de su propio hermano, no
larga así nomás la plata. Los banqueros, al enterarse de la desesperante situación
argentina antes del mes, en vez de enviar el préstamo, enviaron a los inspectores del
FMI que llegaron a la Argentina tantas veces para controlarnos –con todos los
gastos por nuestra cuenta–, pero el dinero nunca llegó.
270

LA RESERVA FEDERAL ¿ES DEL GOBIERNO DE EE.UU.?

Hay un gran desconocimiento acerca de lo que es la famosa Reserva Federal y el


inmenso poder que pose para manejar la economía mundial.
Quisiera citar el libro “rumbo a la ocupación mundial”, de Gary H. Kah,
quien dice: “Contrario a la opinión popular, la Reserva Federal no es una institución guber-
namental. Es una sociedad privada que imprime los dólares, cuyos dueños son los accionistas.
Hasta hace pocos años los nombres de los dueños de la Reserva Federal estaban bien guardados
debido a la aprobación del Acta de la Reserva Federal que establecía que la identidad de los
accionistas clase “A”, de la Reserva, no fuesen reveladas.
El Señor R.E. McMaster, editor de un boletín financiero titulado “The Reaper” (el Cose-
chador), pudo determinar quiénes eran los dueños principales a través de sus contactos en Suiza y
Arabia Saudita. Según McMaster, los ocho accionistas mayores son: el Banco Rothschild de
Londres y Berlín; el Banco Lazard Brothers de París; el Banco Israel Moses Seif de Italia; el
Banco Warburg de Hamburgo y Amsterdam; el Banco Lehman Brothers de Nueva York; el Banco
Kuhn Loen de Nueva York; el Banco Chase Manhattan de Nueva York y el Banco Goldman
Sachs de Nueva York”. Todo indica que son de la misma colectividad, y de allí proviene
su inmenso poder. “Estos intereses son los dueños del Sistema de la Reserva a través de
aproximadamente trescientos accionistas, todos los cuales se conocen unos a otros y en algunos casos,
están emparentados unos con otros.
La aprobación del Acta de la Reserva Federal vino rodeada de muchos engaños y maniobras.
Sin embargo, el Congreso, viendo que tal sistema no estaba de acuerdo con la Constitución, derrotó el
acta con la fuerte ayuda de los cabilderos de los pequeños bancos* (*El Art. 1, Sección
8, de la Constitución de EE.UU., prohíbe que los intereses privados impriman dinero o regulen
el valor del mismo.) Poco tiempo después, sin embargo, la misma propuesta, con solamente unas
modificaciones menores fue presentada otra vez con un nombre diferente y aprobada como el Acta de la
Reserva Federal (oficialmente, el Acta Owens Glass).
Los que habían dirigido la oposición al Acta Aldrich, pensaron que la batalla había sido
ganada y bajaron la guardia. Muchos de estos individuos, ya se habían marchado a las vacacio- nes de
Navidad, cuando el acta fue presentada otra vez y pasada por la fuerza en el Congreso el 23 de
diciembre de 1913” 36.
Se me ocurre hacerle una pregunta al lector: ¿quién es el hombre más pode- roso
del planeta? Muchos dirán que el Papa, pero el Santo Padre tiene, supues- tamente,
unos mil millones de feligreses; otros dirán que es el presidente de EE.UU., pero
tampoco lo es. Hoy, el hombre más fuerte de la tierra, el que hace temblar los
mercados y las bolsas del mundo con sólo estornudar, es el presidente de la Reserva
Federal de los Estados Unidos; que es elegido por
los principales accionistas, pero que por costumbre formal, es nombrado por el
presidente de los EE.UU. Él decide bajar o subir los intereses en EE.UU. y eso
produce subas o bajas de las acciones, bonos y demás valores. Una opinión de su
presidente puede repercutir muy seriamente en los mercados mundiales. Hasta el
Congreso de EE.UU. lo invita para escuchar su opinión.
271

El día 8 de enero de 2001, el diario Ámbito Financiero sacó una página entera
referente al famoso Sr. Greenspan, presidente por muchos años de la Reserva
Federal. Pero aún más impactante fue lo recuadrado al pie de la página, con el
título “El superpoder”, que dice: “El poder de la Reserva Federal es tan grande, que nunca
ha sido auditada ni inspeccionada por el Congreso o la Justicia. Si bien la “Fed” está sujeta a
cierto nivel de controles, es ella la que designa y contrata a sus propios auditores, aunque el trabajo
que pueden realizar es sólo nominal. Ni siquiera el gobierno a través de la General Accounting
Office (contaduría general) tiene acceso a la información más importante... Las discusiones entre los
miembros de la Fed y sus empleados, se guardan bajo el más estricto de los secretos”.
Permítanme mostrar un dólar e ilustrar mi visión del futuro
Otra concepción de la magnitud del poder financiero de la banca internacio-
nal es la que expresa el ya citado investigador Nicola M. Nicolov, justamente en su
libro, “ ”, donde comenta que “los países subdesarrollados adeudan a los
bancos más de un trillón de dolares, que nunca podrán abonar. Impagables son también las deudas
federales norteamericanas, que ascienden a U$S 5.000.000.000.000 (Cinco mil billones de dólares),
mientras las deudas privadas son de unos 20.000.000.000.000” –sólo estos escalofriantes
datos dan una real visión del poder de los financistas, como si
todo se adeudara, todo está en sus manos–. Teniendo en cuenta que estos datos son
de muchísimos años atrás, nos podemos imaginar las cifras actuales, que aumentan
cada día más.

Figura 1: La base de la pirámide significa


la “masa gris” universal, o sea las clases
unificadas para abajo al estilo comunista,
pero en vez de que todo esté en manos del
Estado, estará en manos de los grandes
capitalistas, mientras la
población tendrá todo endeudado. Deberá trabajar obligadamente para pagar los
préstamos y sus intereses, los impuestos y los servicios que les brindan las grandes
corporaciones.
Figura 2: Mientras tanto, todo será
ordenado y gobernado por la pirámide. Empezando desde lo estamentos más
bajos, hasta llegar a la cumbre.
Figura 3: La cúspide representa el poder central de los grandes capitalistas que
dominan el mundo entero. El círculo representa el universo.
272

36
Gary. H. Kah. -“Rumbo a la ocupación mundial”- Editorial Unilit. Miami Fl. 33172. Tra-
ducidomal español por Oscar Cortéz. 1997 págs. 19-20.

Es muy interesante también el relato del Sr. Nicolov en su libro


“ ”, que dice: “El Comité de los 300 o la
nombrada “mano invisible” está guardado en secreto. De acuerdo a los relatos del Dr. George
Colman, ex miembro de la ultra secreta agencia de investigaciones británicas M.16, este reducido
comité no reconoce fronteras nacionales, está sobre las leyes de cualquier país y controla cualquier
situación política, religiosa, comercial e industrial.
Sus miembros se consideran con derecho divino para lo siguiente:
• Crear un gobierno mundial y un nuevo orden bajo sus directivas
• La liquidación de toda identidad nacional
• La liquidación de las grandes religiones, en especial la cristiana.
• Controlar a cada persona con métodos para orientar sus pensamientos,
• para crear y formar un ser humano robot (¿será algo como lo que quería Stalin, trabajar,
callarse y no reflexionar?

• Crear muchos nuevos cultos religiosos, para poder “dividir y gobernar”.


• Apoyar el poder de sus instituciones como el FMI ( Fondo Monetario Internacional),
• el BM ( Banco Mundial), el Tribunal de Justicia Internacional y la ONU, entre otros, con
la meta final, un gobierno mundial.” 37
Eso explica las desenfrenadas fusiones que vemos en las grandes empresas
multinacionales. Sin duda los hipermagnates pujan, cada vez más, para escalar más
alto al máximo poder. Nadie quiere ver otros por encima de sí.
¿Es difícil imaginar lo que nos espera? Mientras nosotros, “los mortales”, nos
desvelamos para ver cómo sobrevivir y no perder lo que tenemos, los grandes, los
reyes del poder e hipermagnates capitalistas también se desvelan por ser más
poderosos.
Que la globalización ya está encima está claro al ver la foto en este libro de los
30 ministros de Economía de toda América uniformados con chaquetas de color
beige, después de una reunión en Toronto, Canadá. Cavallo, entonces Ministro
de Economía argentina, sonríe en la primera fila”. Al parecer eso responde al
“beige book” del informe que hace el poderoso presidente de la Reserva Federal
al Congreso de EE.UU..

EL TERRORISMO – ¿DE DÓNDE VINO?


Como joven antes de la IIª Guerra Mundial, rara vez escuché hablar del te-
rrorismo; según mis inquisidores que me conocen afirman que el terrorismo se
expandió con la creación del Estado israelí en 1948 por haber desplazado a los
273

palestinos de sus casas y de sus tierras, y la siguiente guerra con los países vecinos
musulmanes. El poderoso Estado de Israel, ayudado por sus compatriotas de
EE.UU.. al ganar todas las guerras como se sabe, provocó el odio contra sí mismo
con lo cual el terrorismo se multiplicó, sumando a eso las guerras, destrucciones y
muertes ocasionadas por el poder americano. Y yo no me canso en repetirlo que con
mi apellido, sin merecerlo, sólo debo aguantar las distintas formas de
antisemitismo.
El trágico y fatal 11 de septiembre de 2001 estuve en París. Me enteré en la calle
de que las torres gemelas de Nueva York habían sido destruidas.
Me dirigí rápidamente al hotel y escuché por el televisor una potente voz que decía:
“Dos aviones de pasajeros en forma de cohetes convirtieron en llamas a las torres
gemelas del poder financiero mundial judío”. Incrédulo observaba que una de las
torres estaba envuelta en llamas, mientras otro avión asesino se estrellaba contra la
segunda.

37
Nicolov, Nicola M., “Las máscaras de las celebridades”, primera edición, Sofía, 1994, págs.
28 y 29, traducido por el autor

Ese tremendo espectáculo estremeció mi mente, sensibilizada, por la IIª Guerra


Mundial. Mi visión rápidamente se trasladó atrás en el tiempo, y fue como si volviera
a observar toda la ciudad de Munich convertida en llamas. Como si las dos imágenes
se pusieran una al lado de la otra. Una en la estresante dimensión vertical y la otra
en horizontal. Como si yo podía escuchar en una las desesperantes súplicas de
socorro que no llegaba a tiempo, y en la otra ochocientas mil personas sumergidas
en un mar de fuego cuyos desesperados y trágicos gritos nadie escuchaba, se
perdían en la inmensidad.
En Munich murieron calcinadas, despedazadas o sepultadas vivas en los
escombros de los edificios destruidos, al menos el 15-20% de la población, o sea unos
120-160 mil inocentes solo esa noche, mas que nada mujeres y niños. Mientras en las
dos torres primero se propalaron unas 6.000 víctimas, pero al final se publicó
2.800, incluyendo los socorristas, los policías y las supuestas víctimas en el
Pentágono. Muchas consideran, como unos inexpertos aviadores pueden estrecharse
con gran exactitud contra las dos torres gemelas en una ciudad llena de tantos altos
edificios.
O sea, los que deseaban ese ataque emitieron señales desde las torres que fueron
captados por los terroristas y dirigirse justo allí y facilitar de esta manera un impacto
perfecto, como se pudo ver por la T.V. o sea todo hace suponer, que hubo un
contraespionaje perfectamente planificado.
Del ataque sobre el Pentágono, bastión logístico más sofisticado del mundo, no
se dieron mayores detalles, por lo que cunde la sospecha. Además de las pre-
sentaciones en la prensa sería interesante reunir a autores como Thierry Meyssan
274

quien con su libro “La terrible impostura” afirma que ningún avión se estrelló en el
Pentágono, que la versión oficial no sostiene un análisis crítico, que se trató de un
montaje (acompaña con importante cantidad de fotografías), y sostiene que “no hay
razón para seguir creyendo las mentiras de las autoridades. En cualquier caso, el material que hemos
elaborado permite poner en duda la legitimidad de la respuesta norteamericana en Afganistán, y de
la guerra contra el Eje del Mal” 38.
Teniendo en cuenta los numerosos ataques realizados en EE.UU. y contra sus
intereses en ultramar, incluso, contra esas dos torres, para muchos quedará una duda
siempre. Sin embargo, no faltan los que piensan que todo se sabía y esperaba para que
E.UU. se declarara víctima de ataques enemigos y le sirviera de pretexto para atacar
cualquier país en cualquier parte del mundo. Especialmente los países estratégicos,
fundamentalmente los musulmanes y los que poseen petróleo.

38
Thierry Meyssan, “La terrible impostura”, Ed. El Ateneo, Bs.As. 2002, págs. 12 y ss.

Contra la mirada impasible del mundo por estar lleno de problemas, EE.UU. ya tiene
presencia militar prácticamente en todo el planeta, salvo en unos pocos países como
China, Rusia, Corea del Norte, Libia, Irán y Siria. Estos dos ya están esperando su
pronta destrucción y ocupación, pero no serán los últimos. Cuando escuchamos al
presidente de EE.UU. hablar de instaurar e incluso imponer la democracia, por las
buenas o por las malas, el desprevenido oyente pensará qué bueno, qué humano que
es. Sin embargo, los que ven más allá se darán cuenta que bajo este aparente
altruismo se esconden grandes intereses económicos y estratégicos. La democracia
allana el camino para la apertura del mercado, con lo cual los capitalistas pueden
adquirir todas las propiedades del mundo entero a los precios que les convenga, y
después destruir un país y sumergirlo en la pobreza. Sin duda, esto sería la total
realización de la tan promocionada globalización… o sea, todo en manos de los
capitalistas y banqueros.
El esperado ataque de a Pearl Harbor por los japoneses sirvió para desatar
la indignación popular y en consecuencia declarar la deseada guerra a Japón,
derrotarlo, ocuparlo e imponer sus dominios en las costas pacíficas del conti-
nente asiático e innumerables Estados oceánicos. La IIª Guerra Mundial podría
haber durado 10 años, sabiendo que las guerras lejos de su territorio les ayuda-
ban a desarrollar su industria, especialmente la bélica, lástima que Alemania no
aguantó.
Los dos enormes rascacielos eran un imponente símbolo del poder financiero
mundial, llamados World Trade Center. Hace unos años, estando en Nueva York,
un amigo, alto funcionario de la entonces Shearson- Lehman Brothers, me invitó
a recorrer una de las torres y obtener una espléndida visión sobre la ciudad desde
el piso 100, así como también almorzar en uno de los lujosos restaurantes en el
subsuelo. Lamentablemebte las cientos de espléndidas oficinas adonde trabajaban
275

unas 20.000 personas hoy ya no existen.


En cuanto a los insistentes rumores de que el ataque se conocía con antici-
pación y que a unos cuatro mil empleados y funcionarios de origen judío se les
había prevenido que esa mañana no asistieran al trabajo, si hay que creerlos o
no, depende de cada lector.
Uno se pregunta: esos fanáticos terroristas que sacrificaron sus propias vidas,
¿eran sólo una exhibición macabra de valentones o había, detrás de todo eso,
algo mucho más serio y latente? ¿Una desesperada venganza estimulada por el
contraespionaje?
¿Qué pueden pensar los chicos y los jóvenes, y también los grandes del hecho
de que en Palestina el terror y la destrucción no terminan, cuando la gente ve en
televisión que un pobre y desesperado pueblo palestino lucha con piedras y viejos
fusiles contra un formidable poder militar con tanques, helicópteros y modernos
aviones con misiles teleguiados, etc.

Con estas belicosas actitudes, en vez de pacificar a los pobres palestinos los
empujan a la miseria y desesperación, y en vez de serenar los ánimos multiplican los
futuros terroristas. Porque de gente que ha perdido absolutamente todo, incluso a
sus seres más queridos, ¿qué se puede esperar?
Quisiera preguntar al amable lector: Si hablamos tanto de los derechos huma-
nos, ¿para quiénes son? ¿O los pueblos ocupados y subyugados deben ponerse
de rodillas y esperar y aguantar?
Lamentablemente hay indignación en muchas partes, y en especial en los
musulmanes que quieren vengarse contra los judíos, los norteamericanos y sus
aliados.
Después del ataque del 11 de septiembre, el presidente de EE.UU., G. W.
Bush se declaró víctima del enemigo externo y gritó: “Les declaramos la guerra,
que puede ser de un año o llegar a diez años” a todos los países que ocultan a
terroristas. Denunció como artífice de los ataques al saudita Osama Bin Laden,
que estaba en Afganistán gobernado por los fundamentalistas talibanes, cuyo
armamento ha sido financiado por los EE.UU., que luego precipitó sin mise-
ricordia su enorme poder militar contra ese devastado pueblo por la invasión
rusa y las guerras internas. Todo indica que el plan es no matar ni apresar a Bin
Laden porque así pueden culpar e invadir cualquier Estado que les plazca, con
el pretexto de buscar a quien antes fuera socio de la dinastía Bush.
Los EE.UU. buscan aliados, especialmente en los que sufren subversiones y
atentados en sus territorios, debido a los pueblos subyugados, y a los países que
no tienen esos problemas los obligan a tomar parte del atropello yanqui (como
por ejemplo a Alemania, que debe ahora soportar terrorismo en su territorio),
porque fue obligada a enviar sus modernos aviones Tornado, que desde grandes
alturas pueden fotografiar incluso con nubes los más mínimos movimientos de
los guerrilleros talibanes en las montañas de Afganistan. Con eso los alemanes
se convierten en los traicioneros enemigos a los que deben vengarse.
276

Hasta las tropas alemanas en el norte de Afganistán que se dedican de recons-


truir esa región con escuelas caminos acueductos, etc. Son blanco de ataques, y
de esa manera los terroristas en ves de buscar la lejana yankilandia es más fácil
atacar la más cercana Alemania.
El 11 de septiembre de 2001 tendrá un gran significado en la posterioridad.
Marcará no sólo un nuevo siglo, un nuevo milenio, sino que será una fecha clave,
que signará dos épocas, antes y después. Definirá el inicio real y concreto de la
globalización que los hiperbanqueros esperaban para el dominio de las riquezas
energéticas del mundo39, como en especial los países petroleros, a los que con tan sólo
culparlos de que albergan terroristas o los que pudieran amenazar al protegido por
ellos Estado de Israel, se los arrasa desde el aire hasta su aniquilación.
Los que creíamos en la “paz duradera” después de la terminación de la costosa
“guerra fría”, miramos atónitos cómo armas nuevas de exterminio masivo se
fabrican sin cesar en el imperio americano, por lo que hay que emplearlas y
engordar los bolsillos, y mientras tanto culpar a los países musulmanes de fabricar
armas de destrucción masiva.
Por los insistentes discursos de los gobernantes estadounidenses y sus falderos
ingleses y otros, se percibe que están tan envenenados contra el terrorismo o tan
entusiasmados con hacerse de la inagotable riqueza petrolera del golfo pérsico que
culparon a Irak de fabricar armas de destrucción masiva, lo que les sirvió de
pretexto para descargar su enorme poderío militar sobre un país que ya había sido
destruido en 1991 y que no contaba ni siquiera con armamento para defenderse
como lo haría cualquier otro país.
Ni Irak ni Saddam Hussein eran amenaza para nadie, lo que se ha comprobado.
Pero lo que consiguieron es tener en sus manos a la segunda riqueza petrolera del
mundo. Además destruyeron y saquearon sus milenario acervo cultural. Es
vergonzoso que el mundo mirara insensible que se destruyeran ciudades enteras con
el pretexto de combatir la resistencia irakí que lucha por su libertad contra la
ocupación. Con las guerras que emprenden los americanos y la destrucción y
muertes que ocasionan, han multiplicado el terrorismo de gente que no le queda nada
más que la venganza, sea contra quien fuera.
Como bien lo señala Juan Tokatlián (en el diario “La Nación” del 15/06/03), “el
establecimiento de neoprotectorados en Kabul y en Bagdad; la consolidación de bases militares en
Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán, Tajikistán, Omán, Bahrein, Qatar (y otros), el control
de las fuentes energéticas en la zona pueden transformar a los EEUU en el primer poder política y
geográficamente integral”.
Una vez dominado Irak le llegará el turno al vecino Irán, que también es un gran
productor petrolero y que ya ha sido declarado que forma parte del “eje del mal”.
Quién sabe también qué pasará con Siria, que limita con Israel y tiene disputa por las
alturas del Golán, que le fueran arrebatadas en la “Guerra de los Seis Días”.
Al leer en los diarios sobre la conferencia de Münich, Alemania, del 08/
02/2003, me conmovió la manifestación del belicoso secretario de EE.UU. Do-
277

39
Estados Unidos, el principal contaminante del planeta, valiéndose de su poder y soberbia, no
suscribió el imperioso e impostergable Protocolo de Kyoto, argumentando que reduciría su
crecimiento industrial. Según la opinión de los especialistas, eso perjudicará al resto del mundo, sin
que a los Estados Unidos le importe
278

nald Rumsfeld, quien al enterarse del plan franco-alemán de buscar una solución
pacífica a la crisis con Irak vía la ONU (como también sugiere el Santo Padre),
advierte: “Le decimos a cada francés y a cada alemán que creemos que esa no es la
manera de ganar el favor de Estados Unidos”.
Eso ya es el colmo, “Paz no, guerra sí”. Es decir que con el poder político,
económico y militar del que dispone el coloso del norte ya liberado de la sombra del
“coloso soviético” que lo frenaba, sus gobernantes se sienten dueños del mundo y
de sus riquezas y que sin duda las usufructuarán a su gusto.
Al asumir su segunda presidencia, en la primer reunión de prensa, George W.
Bush pidió a los irakíes una masiva concurrencia a las urnas porque sería “deter-
minante para el futuro de su país” y, claro, para los planes de Washington –cuales son los
planes, sólo ellos lo sabrán–. Es lamentable que el imperialismo americano obligue,
por las buenas o por las malas, a muchos países para que vayan a luchar en Irak o
Afganistán, como es el caso de Alemania que no tiene nada que ver con la guerra
que ellos fabricaron y que hoy es amenazada por los terroristas. La cruzada contra el
Islam, culpándolo de retrógrado, dogmas absurdos y fanatismo, olvida que con sus
1.300 años de existencia el Islam no es peor que el cristianismo en la Edad Media,
con sus dogmas y crueldades religiosas.
En su segunda reunión de prensa después de empezar su segunda presidencia Bush
prometió llevar la democracia a todo el mundo… Con esa determinación, queda
claro que lo hará por las buenas o, más seguro, por las malas, a “punta de pistola”
destruyendo Estados uno tras otro. Tampoco el presidente norte- americano se
olvidó de acusar a Irán y Siria de “exportar terrorismo”, por lo que se supone está
preparado para emprender una invasión con todo su tremendo poder bélico, del que
dispone.
Pero a no olvidarse que Irán posee mucho petróleo, así que vamos de una guerra
a otra.
Al leer en la prensa que el nuevo presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, es de
origen judío, lo primero que se me ocurrió fue que estrecharía las relaciones con el
presidente Bush y no me equivoqué. En uno de sus primeros viajes al exterior fue al
imperio americano y se ofreció a participar en un posible ataque a Irán. Debido a
que el excéntrico presidente de aquél país había amenazado con borrar a Israel del
mapa, pura fanfarronería que nunca podría ejecutar, por la habilidad de información
y por su sofisticado poder militar. Y mientras su predecesor, el ex presidente francés
Jacques Chirac, dejó entrever que Irán podía tener una bomba atómica, ya que Israel
tiene muchas.
Además, Rusia y China estaban en guerra hasta que las dos tuvieron bombas
atómicas. India y Pakistán también tuvieron muchas guerras, hasta tener los dos
bombas atómicas. Así que aquí no pasará más que por las amenazas, como pasó
279

entre EE.UU. y la Unión Soviética en la Guerra Fría, amenazas pero nunca apretaron
“el botón”.
En definitiva: Para los gobernantes y los que manejan los destinos del imperio
americanos todos los luchadores por la liberación de sus tierras, por la liberación de su
patria por los invasores, los ocupantes son declarados terroristas por lo que deben ser
aniquilados incluso destruyendo las poblaciones, las ciudades adonde hay valientes
patriotas. O sea destruir, matar y dominar.

***

Mi madre, Vala Nedeva. Mi padre, Kalcho Koralsky, de


quien no me acuerdo
280

Mi esposa Lidia, cuando la conocí Vatiu Koralsky, en mi niñez.Se


puede percibir la timidez.
281

Mi hijo Dante, mi esposa Lidia, mi nuera Silvia y mi hija Victoria con mis
queridos seis nietos.
282

Así son las casas de mi pueblo natal, Cherkovo. Las construían los
campesinos, ayudándose mutuamente. Hoy, la mayoría de ellas están
vacías, como en miles de pueblos.
283

Acto de la conmemoración del 52 Aniversario del Holocausto, el 16 de abril


de 1996, en el que fui invitado a encender una vela.
284

Emigrantes búlgaros destacados en el extranjero especialmente invitados


por el regimen soviético de Bulgaria, frente a la iglesia monumento de la
liberación de los turcos. Año 1983. Yo soy el primero de la izquierda.
285

Foto histórica de una revista alemana de agosto de 1943. El rey Boris III de
Bulgaria revisa las tropas a su llegada al cuartel nazi, convocado por Hitler.
En la página siguiente, que guardo, se observa al rey antes de subir al
supuesto “avión asesino” quelo llevaría a Sofía, adonde, luego de tres días,
muere por una afección cardíaca.
286

En la inauguración de la escuela de monseñor Díaz, donada por mí, en La


Banda del río Salí, Tucumán, 1970.
287

Con mi hija Victoria, el rey de Bulgaria Simeón II y su esposa, la reina


Margarita, en su primera visita a la tierra natal en 1996, con quien tenemos
un gran aprecio mutuo. Hoy él es el premier de Bulgaria.

Figur 12
288

El ojo de arriba representa Esta figura representa la


el poder global. estrella de David.
289

Uniformados con chaquetas beige, los ministros de Economía de toda


América posan al término de la reunión cumbre, efectuada en Toronto,
Canadá, en el año 2001. Cavallo sonríe en la primera fila (cuarto de la
derecha). En el texto del libro verán el gran significado de este color para los
hiper-banqueros.
290

El plenario del encuentro en Bulgaria del 9 al 15 de mayo de 1983, donde


pronuncié el discurso de clausura, recibiendo una gran ovación.
291

Facsímil de mi carnet de estudiante en la Politécnica de München (Münich),


en plena 2da guerra mundial. Mi nombre está escrito según la
pronunciación alemana.
292

El monumento del Soldado Ruso en Sofía, como en varias otras ciudades, en


expresión de su poderío al ocupar Bulgaria, aunque estaba neutral –la
liberaron de la libertad y la abundancia en la que se vivía–.
293

Esta foto, publicada por el diario Ámbito Financiero del 06/03/03 (sacada de
la película )

En una animada discusión con el premio Nobel de la Paz, Arq. Pérez


Ezquivel, en el año 1986.
294

Este edificio que construí en el centro de la San Miguel de Tucumán en 1965


era el 2º en el país con portero-visor, con un monitor en cada departamento
para ver quién llama. Tenía antena colectiva y además fue el único edificio
con todo su exterior revestido con cerámica Tsuji, incluso la piscina sobre la
terraza, que fue obsequiada por el Ing. Alberto Tsuji.
295

Acto conmemorativo de los graduados desde antes de 25 años en TUM


(Universidad Ténica de Munich) Alemania. El día 28 de Noviembre 2010.
Estoy ubicado en la 1ra fila frente al presidente y el vice, por ser 1er
egresado.( recibido en 1947)
296

Karl Marx León Trotzky.


297

Lenin y sus fanáticos seguidores.


298

Stalin en su apogeo. Hitler y Mussolini en su mejor


momento,observando un desfile.
299

Hitler y su oratoria teatral


300
301

Hitler saluda amistosamente al mariscal Pétain.


302

Fila de prisioneros hacia un destino incierto.


303

La frustrada marcha sobre Rusia y SynagogAS de las hordas nazis


el gran sufrimiento de las tropas quemadas en la "Noche de los
alemanas cristales rotos"
304

Bombardeo de los aliados. Ciudad de Hamburgo totalmente destruida


El hambre en Alemania después de la derrota
305

El hambre en Alemania después de la derrota

Las mujeres y los niños hurgan en la basura que tiran las fuerzas de
ocupación aliadas
306

Golf Tournament - XXXIX Konferenz des Distrikts 4920 von Rotary


International. 4. April 2009 - Mar del Plata - 1. Platz

El legislador Ramón Graneros entrega el diploma de MAYOR NOTABLE


de TUCUMAN aal Ing. Vatiu Koralsy
307

PENSANDO EN NUESTRA PATRIA


Antes de terminar este libro, por la edad a la que llegué y la experiencia que
adquirí, resolví brindarle al estimado lector argentino los siguientes consejos:
1°) Ya perdimos nuestras entrañables islas Malvinas, pero no permitamos que por
mal manejo político y económico sigamos perdiendo nuestra soberanía bajo el poder
de los banqueros internacionales y F.M.I. y el Banco Mundial, como es público y
notorio.
Por decenios me cansé de escuchar los discursos de los políticos que inde-
fectiblemente terminaban: “Nosotros luchamos por el bienestar que el pueblo
argentino SE MERECE”, y con eso arrancaban muchos y sonoros aplausos. Eso era
como una norma tal, que cuando yo mismo hablaba en público, muchas veces me
veía obligado a expresarme de forma parecida, para no quedar mal. Porque sabía
que a la gran mayoría de la gente le gustaba escuchar eso, que no era más que un
perjudicial populismo. Cuando en realidad los políticos deben insistir pidiendo al
pueblo trabajar con ahínco para elevar su propio nivel de vida, que cada uno
produzca al menos lo que consume, tampoco gastar más de lo que gana y no llegar a
convertirse en mendigos de un Estado que cada tanto llega al borde de la quiebra.-
2°)Por años he escuchado a los “patriotas” que la Argentina es el país más rico
del mundo por la gran pampa húmeda que tenemos, y que era “el granero del
mundo”, por el hambre que sufren muchos pueblos que necesitan alimentos. Sin
pensar que esos pueblos que tienen hambre, no tienen dinero para comprar nuestro
trigo. Mientras que los países con poder adquisitivo defienden por todos los medios a
su agricultura a través de los subsidios, por lo que hay que producir mas, de buena
calidad y buen precio, para poder competir y exportar más.
3°) Para muchos la parte sur del país no sirve porque tiene suelo árido. Sin
embargo, no saben que la PATAGONIA es la parte más rica del país. Tiene lo que
hoy mueve al mundo, la energía. Sin la energía hidroeléctrica que esa región produce,
el enorme conglomerado de Buenos Aires y su gran industria se paralizarán. La
Patagonia además tiene muchas riquezas en petróleo, gas, carbón, energía eólica, sin
hablar de su tan apreciada, por los extranjeros, riqueza de turismo. Tiene el “famoso”
Valle del Río Negro con su gran producción de frutas de excelente calidad, sus
inagotables recursos del mar, muchos millones de ovejas, bosques vírgenes y
posibilidad de puertos de gran calado para la exportación y algo fabuloso e
insospechado hasta ahora: la gran reserva y fuente de agua dulce que el mundo
necesitará. En una palabra, nuestra Patagonia es sin lugar a dudas la región más rica
sobre la tierra. Por eso hay que cuidarla y no cederla.
Hay que ser consciente de que el país está lleno y saturado de empleados públicos,
308

varias veces más de los que necesita, y que el Estado no puede mantenerlos. Sin hablar de
los jubilados. Todo el mundo tiene una meta: jubilarse cuanto antes y “vivir tranquilo”. Y
el dinero para eso, ¿quién lo pone? Con el desarrollo de la medicina y la expectativa de
vida hasta 90 años, nadie sano debe convertirse en un pasivo, en una carga para la
población que trabaja, antes de cumplir al menos 75 años.
A los que todavía quieren esta tierra, que no se sorprendan cuando en un tiempo
no muy lejano perdamos la región cuya riqueza es tan indispensable para nuestra vida:
la Patagonia. Muchos nos alarmamos al escuchar tal o cual magnate norteamericano,
sea George Soros o cualquier otro compran millones de hectáreas, equivalentes a todo
un país europeo. Sin darnos cuenta que otros son dueños de esa fabulosa región, y el
pueblo no puede hacer nada porque las leyes lo permiten. Vivimos en democracia, se
dice. Quizás por eso el imperio norteamericano quiere implantarla aunque sea por la
fuerza, dominando los países atrasados, y poder adquirir cuando quieren todo lo que se
les antoje, por el precio que ellos quieren.
Hace varios años leí con sumo interés una página entera en el diario “Río
Negro”, un artículo sobre una predicción (escrita también por un ingeniero y no por
un político, sindicalista ni un escritor) que preveía con el llamativo título: “Cuando
la Argentina perdió la Patagonia”. Los criteriosos se habían dado cuenta de que como
va el país, esa visión, tarde o temprano, lamentablemente y con toda tristeza
sucederá. Las provincias que la componen van a fusionarse hasta formar una unidad
regional y al final, conscientes de su riqueza, conformarán un nuevo país, Patagonia o
Andinia, como hace siglos está previsto40.
309

UNA REFLEXION HISTÓRICA

“La Historia la escriben los vencedores… ¿y la verdadera?” Con este inte-


rrogante empecé el libro que el lector tiene entre sus manos. A través de mis relatos,
creo haber contribuido a corroer y cuestionar la versión de los hechos tomada como
oficial, la misma que enaltece las atrocidades cometidas por los aliados durante las
guerras. Una visión parcial, interesada y distorsionada de la historia según la cual
algunos muertos deben esconderse bajo la alfombra de la ignominia. Tal es el caso
de los miles de alemanes aniquilados la noche del 13 de febrero de 1945 en la ciudad
de Dresden, luego del sanguinario bombardeo de los aliados al final de la IIª Guerra
Mundial, sin ningún rédito militar, ya que la destrucción de Alemania era tal que el
desenlace de la guerra estaba decidido. Dresden era una de las ciudades más bellas de
Europa por lo que el régimen nazi la declaró “ciudad abierta”. Allí no había
militares, defensa antiaérea, ni la más mínima prevención por un ataque aéreo; toda
una increíble atrocidad cometida por los aliados.
La tercera edición de la presente obra coincidió con los sesenta años de la libe-
ración de los campos de concentración establecidos por los nazis en Auschwitz-
Birkenau y posteriormente abandonados a su suerte frente al arrollador avance de los
soviéticos. Aquel trágico acontecimiento fue conmemorado en Enero de 2005, cuando
se dieron cita las principales autoridades e instituciones mundiales, incluyendo al
canciller alemán Schröder y el presidente ruso Vladimir Putin.
Pero esa edición coincide también con las seis décadas del cruel y despiadado
bombardeo sobre Dresden. En una actitud análoga, los alemanes que también
conmemoraron aquella barbarie aliada, fueron injustamente tildados de neonazis por
el mismísimo canciller alemán Gerhardt Schröder, en un intento por congraciarse
con los EE.UU., en momentos de la inminente visita a Alemania de su presidente,
George W. Bush. Con esto, el canciller pudo haber sacado réditos políticos para su
gobierno e intentar así mostrar una Alemania sometida y sin rencores. Pero esto no
debería justificar el pisoteo de cientos de miles de muertos, de la verdad histórica y del
dolor de los vivientes. A su vez, la prensa occidental minimizó groseramente esa
atrocidad y el número de muertos por los asesinos ataques41, publicando que el total
alcanzó a unos 35 mil fallecidos, cuando en realidad los 1.200 enormes bombarderos
superfortalezas aliados descargaron una lluvia de bombas tal que no sólo arrasó el
41
Mencionados en las siguientes publicaciones: “Miles de neonazis marcharon en Alemania para
recordar el bombardeo de 1945”, en La Nación, pág. 3 del 14 de febrero de 2005, y Bernstein, Richard,
“Germany seeks tighter curbs on protests by neo-nazis party”, en The New York Times,
12 de febrero de 2005

40
Como vemos hoy en el vecino país de Bolivia, cuyas ricas regiones reclaman su indepen- dencia
del poder central
80% de la hermosa ciudad, sino que segó la vida de más de 300 mil víctimas
310

inocentes.
No debe olvidarse que los alemanes que vivían en Rusia y en los demás países
debieron correr ante la retirada de los ejércitos alemanes y la desastrosa situación en
los frentes rusos, buscando refugio en Dresden por ser una ciudad abierta. Allí
fueron instalados en barracas provisorias y denigrantes que, más tarde, fueron
quemadas y borradas de la faz de la tierra. Una vez más pareciera que los muertos
causados con crueldad por los aliados, no cuentan al momento de conmemorar la
historia.

EUROPA Y EL MUNDO, SI HITLER NO HUBIERA EXISTIDO

En la primera guerra mundial 1914-18, los dos prósperos y distinguidos imperios


de Alemania y Austro Hungría fueron derrotados por los eternos aliados Francia e
Inglaterra, ayudados por EEUU.
Los aliados se conformaron con que Austria (el antiguo prospero reino Alemán)
se quede sola, pero a Alemania la consideraban peligrosa por su prospera industria,
su exitoso comercio y que imprimía el desarrollo de su colonia en la parte este de
África. Porque las potencias occidentales estaban acostumbradas a explotar a sus
colonias y no desarrollarlas- con más atraso mejor.
Por todas estas razones, Alemania fue duramente vaciada, castigada y con
pesadas contribuciones de guerra, por lo que quedo un mísero estado sin colonias, sin
ejércitos, sin su prospero comercio, sin la flota y un gran desempleo, hambre y gran
inflación. Hasta que Hitler tomo el poder en 1933, y prohibió las huelgas y el partido
comunista. Mientras Stalin estaba en toda Europa conquistando a su juventud. Las
fronteras del coloso soviético estaban rígidamente cerradas. Nadie sabía que pasaba
allí, más que la atractiva propaganda de grandes éxitos de la poderosa radio Moscú.
Cuando Hitler toma el poder, yo tenia ya 15 años, y fui atrapado como un fanático
comunista, Stalinista y antinazis. Después de varios años, el destino me obligo que
debiera proseguir mis estudios de Ingeniero en Múnich, Alemania, en plena Segunda
Guerra Mundial, y bajo el odiado nazismo. Pero para decir la verdad, nazis vi muy
pocos. Porque el pueblo alemán, no era nazi, y menos antijudío, como todavía se
propaga. Las universidades eran gratuitas. La vida de los estudiantes extranjeros
costaba poco. Por la pequeña, pero muy beneficiosa bolsa negra. Porque los viejos
alemanes no conseguían nada que le diera placer. Los búlgaros llevaban cigarrillos, los
italianos café, y los yugoslavos chocolates. Por un paquete de cigarrillos se conseguía
un mes de habitación – hasta los bombardeos-.
Lo que me sorprendió al llegar a Alemania, era que el maldito destapo no se veía
en la calles. Nunca se me pidió documento de identidad. Lo que se veían muchos
carteles de distintas y severas prohibiciones. Los más destacadas rezaban: “el que roba
será fusilado” pero nunca nadie robaba. Con eso aprendí para toda mi vida que lo
ajeno no se toca. Por eso al llegar a Paris ya con mis títulos encontré un desorden
311

increíble al haberse ido los alemanes, porque la resistencia francesa (la guerrilla
antinazis) tomo el poder y todo se fue al suelo. Dos años de terminada la guerra casi
me muero de hambre en Paris.

Poco se sabe, que el partido de Hitler, era socialismo-nacional de los obreros y los
mas fieles eran los altos, rubios, robustos y con ojos celestes, o sea la expresión de la
raza aria. Llevaban uniformes militares pero distintos colores que los del ejército; y su
número no creo que pasaba de 5- 6% de la población. Porque Hitler copio de Stalin,
pocos son necesarios para mandar mientras el pueblo debe trabajar y producir,
callándose
Los comunistas hacían huelga en todos los países. Con la gran pobreza y miseria
en Alemania, todo el mundo en Europa consideraba que el poder comunista era
inevitable. Sin embargo Hitler llegado al poder, prohibió las huelgas, y la ideología
comunista, hizo un orden y seguridad lo que imprimió a Alemania, un desarrollo
basado en la actividad privada lo que trajo inversiones extranjeras y un adelanto que la
convirtió en un estado fuerte, política, económica y militarmente. Sin duda sin Hitler
el primer estado occidental caído bajo el comunismo, hubiera sido Alemania.
Mientras tanto, Stalin se concentro en el ángulo sudoeste de Europa- en España,
donde en 1936 empezó allí la tremenda guerra civil española. Era seguro que el Gral.
F. Franco, jamás hubiera ganado la guerra y salvado a España del comunismo, sin la
ayuda del armamento suministrado por Hitler.
Con el poder de Hitler, Mussolini y Franco, Europa se salvo del comunismo.
“Pero no del todo antes del final de la segunda guerra mundial los aliados contentos
del poder de Stalin, le regalaron todos los países del este europeo: Bulgaria, Rumania,
Hungría, Checoslovaquia, Polonia y el este de Alemania, con la mitad de Berlín.
Yugoslavia quedo bajo el dominio del mariscal Tito (un croata), instalado en Belgrado,
Serbia: que pudo mantenerse lejos de Stalin
Lo que me da seguridad de pensar que sin la existencia de Hitler, se habría evitado
la tremenda guerra mundial, los millones de muertos en los combates, en los campos
de concentración y la destrucción y envuelta en llamas, todo un prospero país
Alemania. Donde millones de inocentes mujeres, niños y ancianos, murieron
envueltos en llamas, que yo tuve el horror de observar y considerarme un
“sobreviviente de Alemania en Llamas” y del terror Soviético que viví en mi patria:
Bulgaria. Pero sin Hitler lamentablemente toda Europa, hubiera caído bajo el
comunismo.
El llamado termino “Holocausto”, (refiriéndose a los judíos) se compone por las
dos palabras griegas “Holos: todo y cautos: quemado “. Sin embargo, los judíos no
fueron quemados vivos, como expresa el término, me parece que esa palabra:
holocausto corresponde a toda Alemania, que yo mismo vi en llamas. A donde los
“benditos” aliados bombardearon día y noche con los enormes aviones llamados
“súper fortalezas” de cuatro enormes motores,(de EEUU) que tiraban bombas de
destrucción incendiarias de fosforo con lo que convertían los edificios derrumbados y
312

en llamas, en cuyos sótanos por lo general estaban resguardándose sus habitantes, que
no tenían salvación. Morían envueltos en llamas. Un terror que la humanidad nunca
tuvo en cuenta, porque claro esta los que tiene poder de propaganda son los
vencedores.
En realidad, como ya aclare que los horrorosos muertos en los campos de
concentración, se debían principalmente al hambre, a los fríos inviernos, sin ropa
adecuada, y las pestes (por falta de higiene medicamentos), ya que los piojos se
multiplicaban y contaminaban hasta la muerte. Lo mismo sucedía también con los
soldados alemanes que el enloquecido Hitler obligaba a ir a luchar y morir en los
lejanos frentes de batallas de Rusia. Escuche decir que los soldados tenían también la
misma suerte, además incluidas las balas enemigas. Porque muchas veces no recibían
armamento a tiempo.
Me acuerdo que la invasión alemana en Rusia, empezó el 21 de julio de 1941, en
pleno verano caliente y los soldados estaban vestidos con camisas mangas cortas. Ya
que Hitler consideraba que si en 45 días derroto la bien armada Francia, en un poco
mas de tiempo derrotaría a Stalin. Pero al final, todo le salió mal, por lo que debía
pegarse un tiro.
En caso de que el comunismo se había instalado en toda Europa occidental, con
su cultura avanzada, podría haber convertido el comunismo ruso (soviético) en mucho
mas avanzado y humanizado y sin duda habría invadido todos los continentes.
Yo tuve la experiencia de ver el desarrollo increíble, que el régimen comunista
consiguió en algunos países de Europa Oriental, en especial mi vieja patria Bulgaria,
que no entro en la guerra. Lastima que el capitalismo consiguió sobornar y corromper
a los jerarcas soviéticos, de tal manera que se convirtió en una explotación de las
masas trabajadoras, bajo la feroz dictadura. De tal manera que el comunismo se
derrumbo sin un solo tiro en todo el bloque soviético, y al mismo tiempo, porque sus
jerarcas llenos de millones en el extranjero, se pusieron de acuerdo.
O sea el comunismo podía y podrá traer un bienestar a los pueblos, pero sin la
existencia del capitalismo que tiene como principio: “el que más tiene, mas quiere”. Y
eso no me lo contaron, sino que yo mismo lo viví. Saliendo de la extrema pobreza y
con mucho sacrificio, y con honestidad y cumplimiento llegue a poseer millones y no
me conformaba, quería conseguir ganar mas y mas dinero. Lastima que la mala suerte
en mi familia, me hizo sufrir tanto que abandone todo.
Mi temor es que: con la crisis mundial que tenemos actualmente, muchos países
pueden convertirse en grandes disturbios, desempleo, hambre y miseria, y hasta una
guerra civil. Terminando en que la masa proletaria tome el poder, para repartir la
riqueza todavía existente. Lo que a su vez traerá mas desempleo, hambre y miseria, y
que solo seria superado por la dictadura total, como fue el comunismo pasado en su
comienzo.
O sea, considero que si Hitler no hubiera existido, Alemania abría caído bajo el
comunismo antes que España. Con todo eso Europa y el mundo hoy tendrían otra
cara.
313

Claro esta, que los aliados quisieron y consiguieron la primera gran guerra con el
asesinato del heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro, en Saraevo en 1914, en
Serbia; con lo que estallo la primera guerra mundial, y a consecuencia de ella, luego la
segunda gran guerra, para la cual culpan a los alemanes , incluso tildándolos a todos de
nazis.
Quisiera suponer que, si hay otras civilizaciones extraterrestres, tendrán seguro un
desarrollo comunitario que nosotros no podemos ni imaginar, adonde seguro no
existen pobres más pobres, ni ricos más ricos, ni tampoco las grandes injusticias que
soportamos.

PALABRAS FINALES

Antes de concluir, debo confesar un secreto. Me costó encontrar las palabras


últimas, finales, sin advertir que las tenía en mi mente:

Desdichado aquel que no crea en Dios.


Desgraciado quien no lo encuentre.
Pobre del que en los templos suplica el perdón, sólo para volver a pecar.

Habiendo sido un ferviente cristiano y luego un ateo absoluto he llegado a


una clara conclusión: si hoy sabemos con certeza que un átomo increíblemente
pequeño encierra energía incalculable, por qué no suponer que la infinita chispa
que poseemos de Dios, o de la Sabiduría Universal, contiene una fuerza de tal
magnitud que resultaría imposible mensurar. Por qué, en lugar de escudriñar los
cielos buscando a Dios, no miramos dentro de nosotros. Con seguridad que lo
habremos de encontrar.
Qué lástima no haberlo descubierto antes.

Desde estas modestas páginas, he querido ser equitativo e imparcial.


El lector será quien juzgue si he logrado mi cometido.
314

ÍNDICE

Dedicatoria ..................................................................................................................4
CITAS ...................................................................................................................9
Prólogo. Un testimonio, una conciencia un narrador ........................................... 11
Palabras del autor .........................................................................................................13
El Sobreviviente...........................................................................................................15
Estimados Lectores ..................................................................................................... 19

CAPÍTULO I
Mi turbulenta infancia ................................................................................................21
La vieja patria ...............................................................................................................22
Inédita historia del pueblo búlgaro...........................................................................23
Brujerías y curanderismo ............................................................................................27
De ferviente cristiano, a fanático marxista y ateo..................................................28
Perdido en el viento blanco – Los lobos..................................................................29

CAPÍTULO II
La historia de Europa en los dos últimos siglos.....................................................31
Los aberrantes Tratados de Paz de Versailles .........................................................34
Hitler y su Movimiento Obrero Nacional Socialista (De “Nazional” proviene
el término NAZI) ........................................................................................................35
La llegada de Hitler al poder......................................................................................42
Contacto con los nazis ................................................................................................46
El comienzo de la persecución judía La noche de los cristales rotos .................47
La trágica Segunda Guerra Mundial La invasión a Polonia .................................48
La increible derrota de Francia ..................................................................................50
Inglaterra, en jaque ......................................................................................................52
El enigma de Rudolf Hess..........................................................................................54
La Operación Félix y el astuto General Franco .....................................................55
Mis estudios universitarios en Belgrado..................................................................56
La necesaria invasión a Yugoslavia ...........................................................................58
Mis estudios en Bratislava - Slovaquia .....................................................................59
El extraño examen de Geología, y la hora 10 .........................................................60

CAPÍTULO III
315

La catastrófica invasión a Rusia.................................................................................63


El comienzo del desastre ............................................................................................64
Mis estudios en Alemania en guerra. Una sorpresa...............................................67
Margot – Una niña bonita..........................................................................................68
Perdido en la Noche Rogue por encontrar la Gestapo .........................................69
Solo en clase - Un bochorno......................................................................................71
Los primeros bombardeos .........................................................................................72
Mis estudios en Munich: La cuna del nazismo.......................................................73
El primer y despiadado bombardeo sobre Munich ............................................... 74
La vida en Alemania durante la guerra ....................................................................76
Los estudiantes extranjeros en la guerra..................................................................78
La vida en la Politécnica .............................................................................................79
¿Cómo se mantenía el orden? ....................................................................................80
Los nazis “SS” Un regimen autodestructivo ..........................................................81
Los alemanes, un pueblo con desgracias .................................................................83
Las crueles tácticas de los bombardeos....................................................................84
Un amor a primera vista: Mi bella Ursula ...............................................................86
La escandalosa Fiesta Patria en Munich ..................................................................88
La carta de Doña Sara.................................................................................................90
Mi papelón con un capitán nazi ................................................................................91
El pobre soldadito alemán .........................................................................................94
La terrorífica fuga al refugio......................................................................................95
El búnker nazi ..............................................................................................................97

CAPÍTULO IV
Boris III, Rey de Bulgaria y el alma humana de los alemanes .............................99
La protección de los judíos búlgaros y la muerte del rey ....................................101
La voladura de la Pensión Central y el pintoresco Gräfelfing............................102
El distinguido Dr. Färber.........................................................................................105
Hitler pasó despacio al alcance de mi mano .........................................................106
El famoso día “D”.....................................................................................................108
Mi admiración por los judíos y los alemanes ........................................................ 110
Campos de Concentración ....................................................................................... 114
De Auschwitz a la liberación ................................................................................... 118
Recuperando la vida .................................................................................................. 119
Un asesino acto de los aliados El bombardeo: más que una bomba atómica .... 12
316

CAPÍTULO V
La peligrosa gran odisea ...........................................................................................125
La llegada de los tanques soviéticos .......................................................................130
Fui elegido para el Colegio de Oficiales Rojos .....................................................133
Los juicios populares - Un teatro siniestro ...........................................................134
Jorge Dimitrov y su sobretodo de madera.............................................................135
Karl Marx – Creador del Comunismo ...................................................................136
Stalin, el astuto y despiadado dictador nunca decía “los judíos”,
sino “ellos” o “los extranjeros” ...............................................................................138
Alemania y su cruel destino .....................................................................................142
Desesperado, quise abandonar Bulgaria ................................................................144
Teodoro, mi inolvidable primo................................................................................ 145
El repulsivo “Niet” ruso .......................................................................................... 147

CAPÍTULO VI
1946: La Capitana Política Stefanka, mi enamorada protectora ........................149
En Budapest, destruida y ocupada por los rusos ................................................. 151
En la Viena imperial..................................................................................................154
Otro repudiable proceder del poder americano ...................................................156
El trágico relato de agop del salvajismo soviético................................................158
La inolvidable Josefine, una delicada belleza ........................................................160
La picaresca salida de Viena..................................................................................... 161

CAPÍTULO VII
La vuelta a Munich en alemania ya esclavizada ...................................................165
Extrema hambre en la Alemania ya derrotada .....................................................167
Holocausto – Significa “todo quemado” ...............................................................168
La película: La Lista de Schindler........................................................................... 175
La triste historia y la gran injusticia ........................................................................ 176
El inhumano humanismo de los aliados ............................................................... 176
Iakob, uno de los sobrevivientes llenos de oro..................................................... 178
La entrega de títulos en deplorables condiciones.................................................180
Else, mi inesperada salvadora ..................................................................................181
Una tragica experiencia con soldados de color .....................................................183
El viaje ilegal a Francia .............................................................................................183
¡La increíble discriminación francesa!....................................................................185
La espantosa hambre en París. (La contraproducente liberación).....................187
Fui un “grasiento” obrero en la fábrica Citroën...................................................190
Las tan añoradas visas...............................................................................................191
Buena comida, pero... amenazado de muerte .......................................................192
317

La Revolución Bolchevique. El poder genera dinero y riqueza.........................193


Paralelo entre el Comunismo y el Nazismo Hitler y Stalin: similitud
y diferencia ............................................................................................................195
Dentro de lo negativo, algo positivo (Una ficción para pensar)....................... 200
Lavado de cerebros con crueles mentiras y lo que el pueblo alemán
se tragó .............................................................................................................. 202

CAPÍTULO VIII
Arribando al Nuevo Mundo ................................................................................... 205
La Llegada a la Nueva Patria .................................................................................. 206
“Ya son nuestros” ..................................................................................................... 207
Hacia el jardín de la República ............................................................................... 209
Mi apellido y la fastidiosa pregunta: ¿Es usted judío o polaco? ........................210
Con la distinguida señora Eva Perón .....................................................................212
La suerte me sonrió de nuevo un viejo judío me salvó .......................................214
Inicio de la carrera empresarial –de interés para técnicos– ...............................215
Una ambición: Edificio “Victoria”. ........................................................................218
Edificio “Libertad”, doblemente defraudado .......................................................219
Cuidado con los juicios ............................................................................................ 220
La reválida de mi título............................................................................................ 220
El viaje a Estados Unidos........................................................................................ 222
De mis amigos judíos............................................................................................... 222
Mis hijos, Dante y Victoria (Consejo para padres) ............................................. 224

CAPÍTULO IX
La angustiosa visita a Bulgaria ............................................................................... 229
Una sorpresa: No reconocía mi pueblo natal....................................................... 233
La desgraciada vida de mi amigo Dimiter Valev..................................................235
Bulgaria, un bello país que vale la pena conocer ................................................ 236
La temible frontera entre el yugo y la libertad......................................................237
De nuevo con el Dr. Färber .................................................................................... 239
El golf, una salvación. (Consejos para aficionados) ............................................ 240
Edificio “24 de Setiembre” ......................................................................................241
La temible subversión en Tucumán ....................................................................... 242
Escuela de Monseñor Díaz ......................................................................................243
Colegio del Huerto cuidado con los grandes oradores........................................245
Directivo en el Banco Empresario .........................................................................247
El Edificio “Bulgaria” ............................................................................................. 248
318

CAPÍTULO X
El primer campo que compré (Un gran dolor de cabeza) ..................................251
Pésima experiencia societaria ..................................................................................252
El poder de la mente ................................................................................................ 254
Con mi mente curé mis malditos granos ...............................................................255
La hora diez y los sueños premonitorios .............................................................. 256
Rompí una jarra con la mente..................................................................................257
Los números, base del universo ..............................................................................257

CAPÍTULO XI
La peligrosa insolencia sindical ...............................................................................259
El desastroso gobierno de Isabelita ........................................................................259
La providencia se burló de mí ................................................................................ 260
Cuento para no creer. El fabuloso préstamo en dólares .................................... 263
Me distingue el gobierno comunista de Bulgaria................................................ 264
Discurso y ovación - Un gran éxito ....................................................................... 266
La opulenta fiesta de despedida.............................................................................. 268
Con mi hijo y su esposa Silvia .................................................................................269

CAPÍTULO XII
La Perestroika y la Glasnost. El tour a la U.R.S.S. ..............................................271
Cómo se derrumbó el comunismo. Y sus graves consecuencias.......................272
Armamentistas y traficantes de la muerte ............................................................ 277
Los Negociados armamentistas ..............................................................................278
Limpieza étnica ..........................................................................................................279
Los Balcanes: La Macedonia y Kosovo ................................................................ 281

CAPÍTULO XIII
El culto a la pobreza................................................................................................. 285
La familia amenazada .............................................................................................. 285
¿Norteamericanos y yanquis o banqueros? .......................................................... 286
Cartas al Director ..................................................................................................... 288
Apocalipsis – 8 de mayo de 1998 ........................................................................... 289
¿La Paz Mundial? – Ya no existe más.................................................................... 289
El nuevo orden: La globalización es el comunismo al revés. ricos más ricos y
pobres más pobres .....................................................................................................291
La Reserva Federal ¿Es del gobierno de EE.UU.?...............................................293
El Terrorismo – ¿De dónde vino? ......................................................................... 296
Pensando en nuestra patria ..................................................................................... 302
319

Una reflexion histórica ............................................................................................. 304


Palabras finales .......................................................................................................... 305
320

Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken Ayacucho


357 (C1025AAG) Buenos Aires
Telefax: 4954-7700 / 4954-7300
E-mail: info@dunken.com.ar
www.dunken.com.ar Mayo de 2008
321

Este singular libro, escrito con el corazón, basado en testimonios


presenciales históricos y actuales. Relata las experiencias de su autor,
un ingeniero búlgaro, empresario y destacado golfista, y distinguido
como “Mayor notable de Tucumán”.
Los siguientes sólo fueron algunas de las múltiples
felicitaciones recibidas por esta obra tan peculiar:

«... notable experiencia de vida transcripta con


sensibilidad».
Simeón II, ex Rey de Bulgaria (fue su Premier)

«...verdadero testimonio de sucesos trascendentes de la


Humanidad».
Risto Vertheim (Embajador de Finlandia)

«...su libro forma parte de la bibliografía de consulta de esta


Embajada».
Mercedes Alfaro de López (Embajadora de Panamá)

«...valioso testimonio de un testigo directo de un período de particular


interés».
Thomas Mc.Donald (Embajador de Canadá)

«...Mi agradecimiento por el libro “El sobreviviente” de su


autoría...»
Lino Gutierrez (Embajador de Estados Unidos)

«...admiro su entereza al afirmar que “fui protagonista de mis


propios éxitos y fracasos”. Ramón Graneros (Legislador por
Tucumán)

«...libro que considero histórico y de gran valor».


Margarita Stolbitzer (Diputada Nacional)
322

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