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VATIU KORALSKY
Diplom ingenieur
La historia la escriben
EL SOBREVIVIENTE
de Alemania en llamas y del terror soviético
***
Testimonios presenciales
Koralsky, Vatiu
El sobreviviente de Alemania en llamas y del terror soviético. La historia la escriben
los vencedores: ¿y la verdadera?
4a ed. - Buenos Aires: Dunken, 2008.
320 p. 23x16 cm.
ISBN 978-987-02-2933-9
1. Testimonio. I. Título
CDD 863
DEDICATORIA
Dedico este libro con tomo mi corazón a los millones de seres humanos de
todas las banderas, que han sufrido y muerto durante y después de la Segunda
Guerra Mundial.
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CITAS
• “Las guerras me repugnan, no porque en ellas muera mucha gente, sino por- que las
personas que mandan a las demás a la muerte quedan vivas”
Dr. Duffe Booth
• “Después de la Tercera Guerra Mundial, la que sigue se llevará a cabo con piedras”
Albert Einstein
• “En tiempos de paz, los hijos entierran a los padres; en las guerras, los padres
entierran a los hijos”
Herodotus
Prólogo
Un testimonio, una conciencia
Un narrador
Es lúcido, sensible, valiente sin eufemismos el autor de este libro, al que se leerá
con ansiosa impaciencia por conocer no sólo como fueron los hechos relatados sino
también como continúan; declara en el emotivo y conceptuoso comienzo de su
primera página, que en su lengua materna un proverbio afirma que quien en su casa
se queda nada le pasa, pero si el mundo sale a recorrer algo le sucederá. Más que una
sentencia popular, ésta es una verdad irrefutable, escrita en el cielo. Debo repetir las
palabras del lúcido Ingeniero Vatiu Koralsky: en correspondencia con el proverbio
búlgaro, los barcos están seguros en el puerto, pero los barcos no han sido
construidos para eso. También imaginamos que el cielo es un lugar apacible, pleno
de paz y bonanza, y sin embargo ¿en qué cielo y bajo qué cielo no hay tormentas?
El bien documentado, el muy informado autor de “El sobreviviente” –cuyos
trece capítulos henchidos de ardientes relatos constituyen un testimonio tan es-
tremecedor como revelador– posee el arte de la narración, la privilegiada facultad de
atrapar al lector, de conmoverlo llevándolo a la ansiedad de sumirse en una lectura
que le mostrará un caleidoscopio de un siglo cuyos acontecimientos Vatiu Koralsky
ha vivido en su condición de fidedigno y sufrido testigo, revelando que quizás la
tierra sea el infierno de otro planeta por las atrocidades que han pasado y pasan en la
historia de la Humanidad.
El don de comprender y razonar, el don de análisis y la interpretación pro- funda
están presentes en Vatiu Koralsky, que no por mirar mucho el panorama se atrasa
en la labranza. “El sobreviviente” es un viaje a través de hechos, dramas,
ferocidades que pertenecen a la historia del “inhumano” género humano. El autor
creador de estas páginas es ingeniero, es un espíritu romántico por una parte y
clarividente por otra, es un testigo cuyo inventario hace con una prolijidad y
objetividad de quien quiere decir verdades, mostrar evidencias y ofrecer realidades.
Las dice, las muestra y las ofrece.
Pero eso no es todo y no es sólo eso. Evocador, tanto en los sucesos objetivos
como en el cálido campo de la ternura, el insomne Vatiu Koralsky hace un tor-
naviaje a su patria, a los orígenes y los devenires del pueblo búlgaro, a la infancia rica
de todo lo que es sustancia emotiva.
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Con verdad relata paisajes dramáticos, otros con suspenso que envidiaría el cine.
Que no pueda hacer referencia a ellos es una de las injusticias de la actividad
literaria, como la que padece ahora el prologuista que se complacería en adelantar
relatos que el lector saboreará después. Pues he de decirlo de una vez: El
sobreviviente –“de una Alemania en llamas y del terror soviético” es un muy
indicado y pertinente subtítulo– es lo que se entiende y califica como narración de
atrapador interés.
El ansioso lector agradecerá una obra pletórica de subyugación, de ininte-
rrumpida atracción, con caracteres imborrables, propios de una conciencia, un
espíritu y una sensibilidad que florece merced a un hombre, un escritor, un testigo
elocuente como es él mismo, el escritor, el hombre que tiene por sobrenombre
Bogomil y es, en esencia y existencia Vatiu Koralsky a quien el Señor y la litera- tura
testimonial premiarán por la excelencia de sus intensas y fecundas páginas, que
terminan por ser pocas considerando el interés que ellas contienen.
***
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INTRODUCCIÓN
y por años no me querían admitir como socio en la cancha propiedad del Jockey
Club de Tucumán, por ser una institución tradicional donde no se admitían jamitas
ni semitas –o sea “turcos”– ni judíos como socios. Sin embargo, al aclarar mil y una
vez que no pertenecía a ninguna de esas dos etnias, y al escalar una notable posición
social y económica, fui admitido como “socio propietario”. Sin embargo, hasta el día
de hoy debo soportar las miradas sospechosas cada vez que pronuncio mi apellido;
eso significa que a los judíos no se los quiere en muchas partes. Si bien esto pasó ya
muchos años atrás (aunque todavía se repite) me vi obligado a escribir ciertas
páginas manuscritas de este libro que estaban esperan- do, dadas mis múltiples
ocupaciones, para ordenarlas, depurarlas y editarlas.
Esta locura humana exacerbada por el incontenible deseo de poder, sumergió a
Europa en la angustia, la desesperación, el hambre y la muerte de millones de
inocentes, en la locura nazi y en el terror soviético. Lo más lamentable fue sin duda
la persecución y el Holocausto de los judíos, y en especial el colosal e infernal
Holocausto desatado por los implacables “benditos” bombardeos de los aliados
sobre toda Alemania. Sobre un indefenso pueblo abandonado por el enloquecido
Hitler, quien había soñado con grandes conquistas. O sea, derrotar a las potencias
coloniales que en parte consiguió, y la amenazante penetración en Europa del terror
soviético, que lo obligó a suicidarse por haberse apresurado demasiado y sin estar
preparado para esa gran guerra.
Las tristes consecuencias vividas en la Segunda Gran Guerra fueron tomadas por
los vencedores en provecho propio, como los únicos herederos de la verda- dera
historia, sin tener en cuenta los sufrimientos de tantos millones de seres humanos.
No es justo que el siglo XX haya terminado como si hubiera ocurrido un solo
suceso, el Holocausto de los judíos y nada más, cuyas verdaderas causas y trágicas
consecuencias explicaré detalladamente mas adelante. ¿Acaso no habría que
acordarse de que hubo una Primera Guerra Mundial? ¿Que sus vencedores y
armamentistas prepararon el terreno para que surgiera un agitador ávido de poder y
preparara a Alemania para una nueva e inevitable guerra para recuperar lo perdido?
O sea, todo lo que le habían saqueado.
Como si los aliados, durante la Segunda Guerra, no hubieran destruido e
incendiado a sangre fría a todo un gran país. ¿Y no mataron, despedazaron y
quemaron vivos a muchos millones de indefensos seres humanos? (muchos de ellos
mujeres y niños). Que no eran para nada nazis ni responsables del proceder del
odiado partido obrero nazi, para lo cual yo soy un testigo presencial. ¿Hay que
olvidarse de que los rusos arrasaron la provincia alemana de Prusia Oriental, cuya
población de entre 4 y 5 millones de personas fueron masacradas por completo y
desaparecieron, y cuya capital Königsberg, hoy se llama Kaliningrad? Tampoco
debemos olvidarnos de que nuestros seis países de Europa Central fueron
entregados por los aliados al terror de Stalin y de los soviets, que masacraron a
millones de inocentes para quitarles los bienes e implantar y mantener
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su despótico régimen. Muchos, como yo, a duras penas tuvieron que abandonar
sus patrias y ser “gringos” el resto de su vida. Qué juego del destino: siendo un
fanático comunista y estalinista en la secundaria, al conocerlo bien tuve que es-
caparme de aquel infierno.
Este libro es una cuarta edición con ampliaciones y aclaraciones, de mi ante- rior
“Bogomil”, que es una crónica de vivencias personales, escrita con la verdad, el
corazón y los sentimientos, por haberme encontrado inmerso en aquellos trágicos
acontecimientos.
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Estimados lectores
Ustedes conocen la historia de Europa del siglo XX, escrita y propagada hasta el
cansancio por los vencedores y sus socios, a su gusto y según sus intereses. Yo
trataré de presentarles la historia verdadera, de acuerdo a lo que realmente suce- dió
y de lo que pude ver, escuchar y sufrir, personalmente en el mismo escenario; con
toda su crueldad y desesperación, tanto del fanatismo nazi, como del terror soviético
y de la crueldad aliada. “La historia debe escribirse de nuevo, pero esta vez la
verdadera: tal como sucedió”, como dijo el gran poeta y político francés Lamartine,
en su diario “Consejo del Pueblo” de 1849.
Debo aclarar que no soy un escritor que vive de historias, muchas veces
imaginadas, para ganarse la vida. Tampoco pertenezco a ninguna ideología o
colectividad interesada en revelaciones sensacionalistas poco fundadas. Estudié tres
años en Alemania, durante la guerra y un año después de ella. Es por ello que
conozco bien al dictatorial régimen nazi por una parte, y al sufrido, laborioso,
callado y resignado pueblo alemán, junto al cual yo SOBREVIVÍ por obra y gracia
del Todopoderoso.
Quisiera expresar mi indignación con la prensa internacional, que con tando
empeño sigue machacando al pueblo alemán de haber sido nazi y antijudío. Esas
maliciosas afirmaciones son totalmente inexactas, son puras mentiras; yo viví y sufrí
junto a ellos en plena guerra y los conocí muy bien. En un 90% el pueblo alemán no
era nazi y muchos de ellos eran antinazis, pero debían cuidarse; y yo nunca escuché
a nadie pronunciarse contra los judíos, salvo la prensa nazi. Nin- gún escritor puede
afirmar que observó, como yo, a Hitler pasar despacio, a un metro de distancia,
frente a un grupo de estudiantes extranjeros, un año antes de terminar la guerra,
cuando ya parecía un demente acabado, con la mirada perdida en el infinito. Un
idiota.
Es difícil que alguien haya vivido tantas experiencias a la vez. Porque además,
para salvar mi vida de los bombardeos y de la artillería de los dos frentes que
cercaban a Alemania, tuve que abandonarla, como la mayoría de los estudian tes
extranjeros. Sin pensarlo mucho, un grupo decidió volver a nuestra patria. Tuvimos
que cruzar por IugoSlavia tan convulsionada por los guerrilleros y contraguerrilleros
que tiraban de todas partes, más los bombardeos ingleses, todos concentrando sus
metrallas contra las vías terrestres y el ferrocarril inter- nacional que la cruzaba de
Oeste a Este. La angustiosa odisea que sufrimos allí fue espantosa, y será bien
detallada más adelante.
Como si todo eso fuera poco, al llegar a mi patria, el 8 de septiembre del ´44, me
topé con los temibles ejércitos soviéticos que habían cruzado el Danubio e
invadido Bulgaria, por más que había sido neutral y no había participado en la
guerra. La libertad que teníamos en Alemania los estudiantes extranjeros bajo el
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régimen nazi se terminó de golpe. En mi propia tierra, bajo los soviéticos, reinaban
el miedo y el terror.
Debido a las experiencias vividas, considero con humildad que difícilmente se
pueda encontrar, en un solo libro, toda la verdad historica, las injusticias co- metidas
y el miedo vivido en Europa la cuna de la civilización occidental. Pocos autores han
escrito la verdad sobre el “paraíso soviético” y el despiadado “cama- rada” Stalin,
porque muchos de ellos siguen siendo izquierdistas, esperando con eso que algún
día se les dé la oportunidad para apoderarse de ese régimen, para siempre. Yo tuve
la suerte o la desdicha de vivir en esas dos ideologías extremas: el fanatismo de los
soberbios y vanagloriados nazis, que se acabó al terminar la guerra, o sea, “muerto el
perro, muerta la rabia”, y el terror soviético que se extendió nada menos que setenta
y tres largos años, amenazando al mundo entero.
En el último capítulo, el número XIII, el lector encontrará revelaciones que
muchos no conocen y quizás ni se imaginan. Quisiera compartirle también mi gran
satisfacción de escuchar y recibir correspondencia de personas de buen nivel
cultural, afirmando que mi libro será un valioso tertimonio histórico.
En este libro el amable lector encontrará y verá la real dimensión del nazismo y
el comunismo. Porque a mí nadie me lo contó, sino la verdad histórica que yo
mismo viví y sufrí bajo esos dos regímenes. Conocí bien a los dos grandes dic-
tadores del siglo XX. Como uno, de un soñador y luchador por la justicia social y
nacional y contra la amenaza marxista, es recordado, como el asesino más repudiado
. Y el otro, del asesino más grande de la historia de la humanidad, se convirtió en
vencedor, aceptado por el sitema internacional.
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CAPÍTULO I
MI TURBULENTA INFANCIA
LA VIEJA PATRIA
En el siglo II de nuestra era, un intrépido pueblo que provenía de Asia, que vivía
al norte de los otros pueblos que hablaban sánscrito, lengua considerada la cuna de
los idiomas, se instaló en la cuenta del río Volga, lugar de donde proviene su
nombre actual: Bulgaria. Llegó a formar un imperio y valorizó esa región; sin
embargo, soportó durante siglos las constantes invasiones a Europa de los bár-
baros, que se precipitaban desde Asia, la cuna de las civilizaciones.
En el siglo VII, al morir el gran Kahn Kubrat, sus cinco hijos se dividieron el
imperio, y bajo las oleadas de los invasores Hasares se vieron obligadosa llevar en
distintas direcciones a sus pueblos. Uno de ellos, Kahn Asparuj, cruzó el Danubio
en el 681 e invadió el Imperio Bizantino. Luego de vencer a sus poderosos ejércitos
en épicas batallas, ayudado por la población eslava que estaba subyugada y explotada
por el Imperio Bizantino, se radicó en el Norte de la Bulgaria actual.
Su sucesor, con el propósito de consolidar el reino y extender pacíficamente sus
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padres a los niños de siete a ocho años y, luego de una instrucción espartana, los
convertían en enicheres que tenían como “único padre” al sultán. Eran soldados
muy despiadados que utilizaron los otomanos en la conquista de Europa
sudoriental, llegando a las puertas de Europa Occidental.
Al frente de una gran coalición, las fuerzas del comandante polaco Ian Sobeski
derrotaron en 1676 a los otomanos frente a las murallas de Viena, salvando así a
Europa Occidental de tan inhumana esclavitud. Sin embargo, el poderoso rey
francés de entonces, Luis XIV, no quiso prestar ayuda si no le reconocían la
ocupación de la zona alemana de Alsacia. Esta actitud provocó gran indignación en
toda Europa, frente al tamaño peligro contra el que combatía.
La independencia de Grecia, en 1829, repercutió en Bulgaria recrudeciendo las
sublevaciones y luchas por la liberación, seguidas por violentas represiones. Sólo en
la ciudad de Batak, en el Sur de Bulgaria, fueron degollados, frente a la Iglesia, sus
diez mil habitantes en un espantoso río de sangre. El legendario Vasil Levsky es
recordado como el incansable organizador, en toda Bulgaria, de los comités de
sublevación. Traicionado por un cura, encontró la muerte en la horca.
Otro famoso héroe, en la larga lista, fue Hristo Botev quien, además de ser un
gran luchador, era un fogoso poeta. Entre los veinte bellos poemas que compuso,
uno titulado “Vive él vive”, describe cómo muere un héroe malherido en los
Balcanes. Como una maldición del destino, él mismo encontró allí la muerte. Hoy,
éstos héroes serían llamados guerrilleros, subversivos o terroristas, como los kurdos,
los chechenos, los afganos, los irakíes, y tantos otros que luchan por su liberación.
Pero gracias a ellos, Bulgaria es un país libre y soberano.
El zar ruso Alecander II, liberó a Bulgaria con un ingente sacrificio de hombres;
solamente en la fortaleza turca de Pleven, en el Norte de Bulgaria, sucumbieron cien
mil soldados rusos. Sobre los Balcanes existe un monumento que exhibe los rostros
congelados de los soldados rusos y patriotas búlgaros, que defendían el paso de los
refuerzos turcos que venían desde Constantinopla. El 3 de marzo de 1878, en San
Stéfano, lugar próximo a Estambul, los otomanos fueron obligados a firmar la
liberación de Bulgaria, que por entonces abarcaba gran parte de la península
balcánica, incluso toda Macedonia hasta el Mar Egeo.
Sin embargo, por temor a un nuevo e importante Estado aliado a los rusos, las
potencias occidentales convocaron a una conferencia en Berlín, a consecuencia de la
cual el territorio búlgaro quedó mutilado a la mitad, hasta el día de hoy.
BRUJERÍAS Y CURANDERISMO
DE FERVIENTE CRISTIANO,
A pesar de las tantas labores que debía realizar fui un buen alumno, y además un
ferviente cristiano que soñaba con ser cura. De chico, mi pobre madre me llevaba a
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la iglesia a rezar, con todo fervor, arrodillado. Asimismo, ella observaba con todo
rigor los ayunos, según la Iglesia Cristiana Ortodoxa. Me acuerdo cómo, muchas
veces, le contaba a mi madre que había hablado con Jesucristo. A pesar de que ella
me decía que eso era un sueño, yo le aseguraba que era verdad. Por eso estudié con
ahínco y terminé la primaria como el mejor alumno; al salir de la escuela el sol
brillaba en mis lágrimas con esplendor y esperanza.
Sin embargo, al querer entrar al seminario ortodoxo mi solicitud fue rechazada
por haber pasado el límite de los 14 años. Había empezado tarde la escuela. Esto me
hizo sentir muy mal, como si Dios, a quien yo tanto adoraba, me hubiera
defraudado. Lloré desconsoladamente, no sabía qué hacer. No me quedaba otra
opción que inscribirme en el primer año del secundario, en Karnobat (la ciudad
departamental). Desilusionado de todo, en mi clase me sentaba en los últimos
bancos junto a un muchacho armenio, Agop, que tenía la cara llena de marcas de
viruela. Era más feo que el diablo, pero un chico muy inteligente. Del otro lado se
sentaba un muchacho judío, del gueto de la ciudad. Trabé, con los dos, una buena
amistad. El segundo de ellos me invitó a una reunión que no sabía de qué se trataba.
Hablaban de la injusticia entre ricos y pobres. Aunque en Bulgaria, en esos
tiempos, no se notaba tanto esa diferencia, me gustó mucho. Con suma habilidad, el
instructor hablaba de que la religión era un invento del hombre y que era el opio de
los pueblos. Me llenaron de literatura marxista y anticristiana. Como era pobre y
huérfano al poco tiempo, sin darme cuenta, me había transformado en un fanático
comunista salinista y ateo absoluto.
De tanto leer esa clase de libros, no pude rendir y perdí el año. Debía repetirlo.
Dos años después nos estaban preparando para tirar al blanco, sin duda, para ser
futuros subversivos o guerrilleros. Como Rusia estaba cerca, a 600 km cruzando por
el Mar Negro, proveía a los subversivos material bélico y de instrucción sobre
sabotajes. Con lo que el comunismo era una grave amenaza.
El sufrimiento de mi madre me preocupaba: era ya de edad avanzada, de escasos
recursos y sufría tensión alta. Muchas noches en casa, al acostarme a dormir, mi
pobre madre me bañaba la cara con lágrimas pidiendo que abandonara era peligrosa
utopía, cuyos subversivos seguidores terminaban en la cárcel, o colgados por
cometer algún crimen.
En los años siguientes debía continuar mis estudios en la ciudad de Burgas, el
segundo puerto búlgaro sobre el Mar Negro. Los instructores marxistas nos habían
dicho que en el “paraíso soviético” no existía el dinero porque no era necesario,
todo era del Estado. La gente trabajaba y tenía todo lo que necesitaba. Me parecía
que era lo más justo y lo que yo anhelaba. Menos mal que un compa- ñero de
estudio en Burgas, de padres pudientes que me invitaban a su casa, me mostró un
billete soviético con el rostro de Lenín. Igual que cuando me rechazaron del
seminario, el marxismo se me cayó al suelo, haciéndose mil pedazos como una jarra
de cristal.
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Otro impacto para mi fue el siguiente: El hábil secretario general del Co-
minform, el búlgaro Jorge Dimitrov desde Moscú, había organizado una gran
propaganda comunista antimonárquica. Nuestro rey, Boris III, muy querido por
todo el pueblo, había sufrido dos graves atentados. Uno de ellos dentro de una
iglesia, en el cual salvó su vida; todo eso agregado a las súplicas de mi desesperada
madre. Con lo que, sin darme cuenta, poco a poco me retiré de los camaradas
comunistas subversivos que me rodeaban, y me convertí en un liberal independiente
y apolítico hasta el día de hoy.
no tiene apuro. Ensaya una vuelta alrededor, luego otra más cercana, hasta que al fin,
con toda velocidad, se lanza contra la presa y muerde su garganta ya que es el lugar
más vulnerable. Tenía visiones de lobos, lobos por todas partes. De tanto correr se
había ausentado el frío. Mejor dicho, no lo sentía pensando quizás que los colmillos de
un lobo interrumpirían mi último suspiro.
Sonámbulo y perdido proseguí avanzando, cada vez con mayor lentitud. Al fin,
percibí las luces de mi pueblo. Me sobrevino la esperanza, abrí los ojos y el frío
retornó a mi cuerpo pero esta vez para darme fuerzas. Era cuestión de un esfuerzo
extra. Avanzar un poco más. El ladrido de los perros me impulsó en el último tramo.
Mi casa estaba ubicada en las orillas del pueblo. Al llegar no tenía vigor ni para abrir la
puerta. Con cara de asusto y asombro me recibió mi madre. No podía creer ni
entender cómo me había arriesgado a regresar solo, tan tarde, y con el peligro de
despedazado y devorado por los lobos.
***
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Los aliados recurrieron a todo tipo de mentiras y ardides posibles; eran es-
pecialistas en propaganda antialemana. Tiraban panfletos sobre las trincheras para
provocar la rebelión de los soldados alemanes y sobre Alemania instigando a las
huelgas y revolución en su territorio. Culpaban a los altos mandos alemanes de todo
tipo de atrocidades; incluso de que sus soldados se comían a los bebés belgas: aunque
parezca increíble, esa atroz mentira todavía se repite.
Después de la guerra, los aliados reconocieron que en estos casos la propaganda era
válida. Que los alemanes usaban gas venenoso, por ejemplo, cuando eran ellos quienes
arrojaban gas mostaza que afectaba la vista. Esto ha sido comprobado, después de la
guerra, por las consecuencias en los veteranos alemanes, algunos de los cuales
perdieron la visión.
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Los vencedores de esa gran guerra, Inglaterra, Francia, EEUU e Italia (que se alió
primero a Alemania en las dos guerras mundiales y luego se dio vuelta), no tuvieron la
grandeza necesaria para con los países vencidos, y no asumieron –o no les interesó–
que la paz también se consolida con el respeto a los venci- dos. Convocaron a sus
representantes en el Palacio de Versailles, en las afueras de París. Cuando el Kanzler
alemán leyó los Tratados de Paz exclamó: “Señores, esto es una brutalidad; esto no se
puede aceptar”. La orden había sido “O firma, o las tropas aliadas marcharán sobre
Alemania”. Lo mismo le sucedió al premier de Austria-Hungría.
Bulgaria había entrado también en la Primera Guerra al lado del Imperio austro-
húngaro; porque dos años antes, en la Guerra de los Balcanes, en 1912, se había
constituido la alianza balcánica: Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro, para expulsar a
los turcos de Europa y liberar a la población esclavizada. Mientras las tropas búlgaras
soportaban encarnizadas batallas contra los turcos, los vecinos Serbia, Rumania y
Grecia, al ver a Turquía derrotada, se aprovecharon y mutilaron sus territorios
instigados por Inglaterra, por recelo de una Bulgaria fuerte en los Balcanes, con salida
al Mar Egeo, y tradicionalmente hermana de los rusos por haberlos libertado de la
esclavitud turca.
Cuando el primer ministro búlgaro, Alexander Stamboliysky quiso leer la sen-
tencia, le dijeron: “No perdamos tiempo; o firma o cuando vuelva encontrará a su
patria ocupada por sus vecinos”. Stamboliysky quiso suicidarse, pero no pudo. Con
lágrimas y manos temblorosas, tuvo que firmar. Con eso Bulgaria quedó, hasta hoy,
con la mitad del territorio que tenía al ser liberada por los rusos.
Los aliados destronaron al famoso káiser Francisco José y desmembraron el
esplendoroso Imperio Austro-Húngaro. Sin embargo, fueron aún más duros con
Alemania. No sólo liquidaron al Imperio y a su káiser, sino que le quitaron colonias, le
confiscaron la flota, le mutilaron los territorios, le prohibieron tener fuerzas armadas,
etcétera. La región de Saar quedó bajo el dominio de Francia, los Sudetes fueron
entregados a Chequia, y quitaron la costa báltica, que unía Alemania con Prusia
Oriental. La importante ciudad de Danzig (hoy Gdansk) pasó a tener status
internacional; y, encima de todo eso, le aplicaron severas contribuciones de guerra. Sin
duda, querían convertirla en un nuevo país agrícola de segundo grado, porque los
fanáticos franceses de entonces, no toleraban que hubiera otro Estado vecino más
fuerte que ellos. Fue el único país de Europa occidental que quedó sin colonias.
Mientras todos los demás Estados, aún los más chicos, tenían amplios dominios en
ultramar, de donde extraían baratas materias primas explotando a sus pueblos.
Para los países vencidos era como el fin del mundo; lloraron no sólo su destino,
sino también el de sus hermanos, masacrados en una trágica limpieza étnica, de la cual
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Se trata de un personaje que llegó a dominar gran parte de Europa. Un idea- lista e
ingenuo soñador de grandeza, un fanático perseguidor de sus enemigos y opositores
incluyendo a los judíos, considerándolos la base intelctual del comunismo que
amenazaba tanto a Alemania como a toda Europa.
Al pensar en Hitler me invade la melancolía al ver la fatalidad de los grandes
hombres del mundo, que a pesar de haber conseguido encumbrarse, encontramos
detrás de ellos la mediocridad, la envidia, los celos, la venganza y la sed de gloria
personal.
Hitler nació en Austria el 20 de abril de 1889, en la ciudad de Braunau, sobre el río
Inn, en la frontera con Alemania. Su padre, Alois, era hijo ilegítimo (según algunos
autores, de María Anne Schickelgruber, quien había sido sirvienta en la casa de un
judío rico, por lo que consideran que Hitler poseía 25% de sangre judía, pero esto se
ha ocultado celosamente), por lo que Alois ha llevado el apellido de su madre. Sin
embargo, al casarse ésta con Johann Hieder, el joven Alois toma el apellido de su
padrastro, siendo corregido en las actas de nacimiento. Por lo que, a su vez, su hijo
Adolf lleva este nombre, pero modificado: Hitler. Se sabe que su padre fue un gran
mujeriego. Quizás esto influyó para que el joven Adolf fuera una persona muy
reprimida y poco ubicada con el sexo opuesto, formando un carácter obstinado,
29
1 Nikoloc, Nicola M., Las máscadas de las celebridades, 1ª edición, 1994, pág. 232 traducido del búlgaro
por mí.
2 Ibídem, pág. 233.
32
3 Adolf Hitler, “Mi Lucha”, traducción de Alberto Saldívar P. Luz, Ediciones Modernas, Bs.As., pág.
18 y 19.
4 Ibídem, pág. 20.
33
5
Thornton, M.J., “El nazismo 1918-1945, 1ª edición en español 1967, Editorial Globus, pág.
59.
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acabó su discurso. La oposición del nazismo a la amenaza del comunismo era el elemento más fuerte
de su llamada a las clases propietarias. “Los oradores nazis, con aguda habilidad, alimentaron y
dirigieron los resentimientos del empobrecido y desesperado pueblo alemán. La República estaba
corrompida; Francia se aplicaba a esclavizarlas; los especuladores prospera- ban a expensas de la
clase obrera; los marxistas predicaban el odio de clase para dividir a la nación... Los partidos y los
políticos existentes estaban teñidos del ‘sistema’ y Alemania debía poner sus miras en nuevos
hombres, para recobrar su lugar bajo el Sol” 6.
El artífice de la futura propaganda nazi fue el ministro Josef Göbbels que, antes
de aliarse a Hitler, lo consideraba un burgués. Mientras él, con otros que lo
consideraban un intelectual muy inteligente, había organizado otra rama nacional,
pero más de izquierda. Sin embargo, al ver un Hitler triunfante se alió a él, y al llegar
éste al poder, fue nombrado Ministro de Propaganda.
Lo he escuchado muchas veces hablar por la radio pero, como yo era un ex
comunista, siempre tuve hacia él una profunda antipatía. Me parecía una pro-
paganda mentirosa y sin fundamentos. Después, me di cuenta de que no todas eran
mentiras, como por ejemplo la intención aliada de entregar los países de Europa
Central al terror de Stalin y los soviets, entre cuyas desesperadas víctimas estaba yo
también.
6
Ibídem, págs. 60-61.
36
ellos, sin duda, había muchos inversores judíos. En julio, el Partido Nacional
Socialista fue declarado como único partido legal, al mejor estilo soviético. El
comunismo quedó prohibido.
Al estar vacío el Banco Central, sin divisas fuertes ni la tenencia de oro, ya
entregado por las contribuciones de Guerra, Hitler declaró que el laborioso pueblo
alemán respaldaría el valor del marco alemán con el trabajo y la producción. Así, evitó
una futura inflación y aun en la cruel guerra, el marco alemán mantuvo intacto su
valor. Eso me consta a mi.
El 14 de junio de 1934 se encontraron por primera vez Hitler y Mussolini en
Venecia, dando comienzo a la integración de los dos sistemas: el fascismo y el
nacionalsocialismo, como socios inseparables hasta la muerte de ambos.
Al morir el presidente Hindenburg, Hitler asumió la presidencia, el 2 de agosto de
1934, y el ejército alemán le juró fidelidad. Al año siguiente, introdujo el servicio militar
obligatorio y, fiel a su ánimo de establecer pactos estratégicos con Inglaterra, el 18 de
junio se formalizó el acuerdo naval anglo-alemán, que duró varios años.
Mientras tanto, en España, los líderes ávidos de poder agitaron al frustrado pueblo
con todo tipo de propaganda, con lo cual, el 18 de julio de 1936, estalló la Guerra Civil
Española.
En consecuencia, tanto Hitler como Mussolini –el líder de Italia–, prestaron activa
ayuda al Gral. Franco, el máximo luchador contra el nuevo orden republicano, pro
marxista, quien, con la ayuda de los intrépidos moros de la guarnición de Tánger,
emprendió una sangrienta contrarrevolución. El 18 de noviembre de
1936 Hitler reconoció al nuevo gobierno de Franco como un poderoso bastión
anticomunista en la Península Ibérica.
Cabe destacar que el Dr. Schacht fue el arquitecto de la recuperación de la
economía alemana bajo el régimen nazi; con lo que el empleo aumentó y se aceleró el
consumo interno. Al estar más estabilizada la economía atrajo más inversiones. Al
empezar el crecimiento económico se proyectó el famoso coche Volkswagen (el coche
del pueblo), que se decía fue diseñado por Porsche, con la ayuda personal del Führer,
quien aseguraba que cada obrero alemán tendría un auto. Ese nuevo modelo debía ser
económico y no necesitaría usar agua para la refrigeración. Yo mismo leí esas
alabanzas.
Al ponerse en marcha el Plan Cuatrienal, bajo la dirección de Göring, se inició la
economía de guerra y el Dr. Schacht fue nombrado director general de la Economía
Bélica. Pero al no avanzar mucho en esa dirección renunció, porque se dio cuenta de
que preparar a Alemania para la guerra en cuatro años era una empresa demasiado
ambiciosa y difícil. Así como ordenar las importaciones necesarias, construir fábricas
de caucho y textiles sintéticos con recursos que no eran suficientes, teniendo en cuenta
que Alemania recién se levantaba del desastre económico y que no poseía riquezas
naturales ni colonias. Por eso al empezar la guerra el alborotado Führer, Alemania no
estaba preparada más que para una “Blitz Krieg”, o sea, “guerra relámpago” (o rápida).
Como el imperio ruso, y luego soviético, había ocupado las islas japonesas de
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Sajalin, y por otro lado, Hitler tenía miedo de la avalancha comunista en Europa, el 25
de diciembre de 1936 se firmó el pacto Anti-Komintern, entre Alemania y Japón. El
“Komintern” era la difusión, desde Moscú, del comunismo internacional y en
noviembre de 1937, Italia también se adhirió a ese pacto.
Mientras tanto la economía de Alemania siguió en ascenso, dada la prohibición de
las huelgas que provocaba el partido comunista. Por lo tanto, con los sindicatos en su
mano y con el esforzado e ingenioso pueblo alemán, Hitler consiguió una gran
producción, con lo cual llevó rápido a Alemania a ser una de las primeras potencias de
Europa, con un evidente alto nivel de vida. Eso, poco a poco, hizo que su régimen en
Alemania, aunque no deseado, fuera tolerado. Si bien el nazismo sostenía que era una
doctrina nacional y no para la exportación, como el comunismo, el éxito obtenido y
una hábil propaganda habían logrado movimientos en otros países de Europa que
simpatizaban con el socialismo nacional que contrarrestaba el peligro marxista.
En los años 1937-38 llegaba, a veces, algún barco de Rusia al puerto de Burgas, en
Bulgaria, sobre el Mar Negro, donde yo terminé el secundario. Eran turistas bien
vestidos que querían impresionar con el tan propalado “paraíso soviético”. En esa
misma época empezó a demostrarse el bienestar en Alemania, con los nutridos
contingentes de obreros que viajaban de vacaciones a distintos países de Europa.
Me acuerdo que un día, en 1938, había llegado un barco con turistas alemanes. Era
una novedad para la ciudad. Se pensaba que Alemania todavía era un país pobre. Se
había congregado mucha gente en las veredas por donde tenían que pasar. Con un
grupo de amigos decidimos ir también. Apareció un primer grupo de alemanes; eran
altos, rubios, con ojos celestes, como expresión de una raza superior, los nazis.
Estaban bien vestidos, con traje azul marino y guantes blancos, caminaban bien
erguidos. Impresionaban muy bien, por lo que arrancaron muchos aplausos. De
repente, uno de mis compañeros gritó “nazi, nazi”. De improviso uno de ellos subió a
la vereda y le dio una trompada tal, que lo tiró al suelo. Aunque yo me había salvado
del fanatismo marxista, que me dominó varios años, esa agresión física me impresionó
muy mal. Por eso mi antipatía, no sólo contra los nazis sino también contra todos los
alemanes, prosiguió por mucho tiempo más, hasta conocerlos bien. Porque yo,
ingenuamente, no podía distinguir entre el alemán común y los soberbios nazis de los
que después, en Alemania, vi muy pocos.
El 12 de febrero de 1938, el presidente de Austria, Schuschnigg, visitó al Führer en
su residencia en Berchtesgaden, en los Alpes bávaros. En la entrevis- ta, Hitler le pidió
que se legalizara el partido nazi en Austria, pero como éste no aceptó –o aceptó pero
no cumplió, porque las comunicaciones fueron muy confusas– quiso hacer un
plebiscito. Yo tenía por entonces 20 años y seguía con fervor los acontecimientos en
Europa. En respuesta por el incumplimiento del presidente austríaco, un mes más
40
Aunque Hitler demostró un notable antisemitismo al excluir a los judíos de los cargos
públicos por considerar que entre ellas había muchos comunistas pero, no hubo al
principio una persecución ya que necesitaba de su notable actividad económica y
siertamente ellos invertían mucho aprovechando la estabilidad del orden establecido,
ya que en el resto de Europa el comunismo causaba huelgas y gran desorden e
inseguridad. Lamentablemente, algo totalmente inesperado sucedió: el día 7 de
noviembre de 1938, el joven judío Herschel Grynszpan asesinó, dentro de la Embajada
alemana, en París, al secretario Ernst Von Rath (insistía en ver al embajador, al cual
había decidido matar, pero por error disparó al primero que se le presentó).
La propalación de esa trágica y confusa noticia que yo también leí (que habían
asesinado al Embajador), sacudió a toda Europa, trajo serias y desgraciadas
consecuencias de represalia, que se llevaron a cabo, con la mayor virulencia, el penoso
día 9 de noviembre. Ese día, oleadas de enardecidos seguidores de Hitler cometieron
una serie de vandálicos ataques contra los más destacados y elegantes negocios judíos,
rompieron vidrieras, saquearon e incendiaron. En muchas partes pegaron áticos con
slogans que veíamos en los cines. “Alemanes, defiéndanse, no compren a judíos.”
También fueron atacada y quemadas varias sinagogas y cultos religiosos. Fue un
momento de gran zozobra para esa colectividad. A ese trágico acontecimiento lo
llaman “la noche de los cristales rotos”, o “Kristallnacht ”, o “El primer pogrom
nazi”, en rememoración a cuando el zar ruso ordenó que los hebreos se fueran de
Rusia o se convirtieran a la religión cristiana ortodoxa, justificando que ellos eran muy
ágiles en los negocios y se aprovechaban del ignorante pueblo ruso.
Sin duda, el zar imitó a los reyes católicos de España, que ordenaron su ex- pulsión o
su conversión al catolicismo. Después de esa bárbara reacción de los nazis, mucha de
esa gente, tanto los ricos como los de buena posición, previendo el futuro, empezaron
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una masiva emigración de Alemania (eso significa que ellos tenían plena libertad
económica). Sin duda, desde ese momento, muchos de los israelíes de los países de
Europa que preveían la invasión nazi, se apresuraron a emigrar; y otros apoyaron
activamente su acción guerrillera. Por si el asesinato en la Embajada alemana en París
fuera poco, otro hecho trascendental complicó mucho más su situación, como
veremos más adelante. El 5 de setiembre de 1939 el máximo dirigente sionista, Chaim
Weitzmann, declaró en nombre del judaísmo mundial la guerra sin fronteras contra
Alemania, y sumió en una situación catastrófica a sus connacionales.
Sin duda, el lector se dará cuenta que sin el asesinato en la Embajada no habría
empezado la persecución y los judíos seguirían haciendo excelentes negocios; y sin la
declaración de guerra a Alemania, los judíos no habrían terminado en los campos de
concentración que, con el posterior desastre de Alemania, se convirtieron en campos
de la muerte.
En los años 1938-39 leíamos muchas veces en los diarios que la población alemana de
los territorios mutilados y entregados a Polonia y Checoslovaquia, en la Primera Gran
Guerra, clamaba su liberación por la represión que recibían en esos países. Al parecer
se quería hacer una limpieza étnica, mucho peor e injusta de la que hicieron ahora los
serbios con los albaneses. Los serbios querían sacar a los albaneses de su milenario y
sagrado territorio,
porque allí, su héroe nacional, Marcos, luchó hasta morir contra la dominación turca;
además los albaneses como tienen muchos hijos –fieles a la cultura islámica–, luchaban
por anexar Kosovo a Albania.
Mientras los polacos y los checos querían echar a los alemanes de su propia tierra, que
le usurparan en la Primera Guerra Mundial. Para entonces se cumplían los 20 años de
paz, pronosticada por la vox populi. Del 10 al 16 de marzo de 1939, los nazis
liquidaron el estado checo y establecieron el Protectorado de Bohemia y Moravia, con
lo cual los eslovacos aprovecharon la invasión para se- pararse de Checoslovaquia y
establecer su propio Estado independiente y neutral, Eslovaquia, encabezado por el
presidente Monseñor Tiso. El 24 de agosto, Von Pappen y Molotov suscriben el pacto
de “no agresión” entre Alemania y Rusia.
Hitler, halagado por su éxito económico y por haber logrado los buenos resultados con
la anexión de Austria que es un pueblo alemán y luego a Chequia, decidió liberar a sus
compatriotas, subyugados bajo el fanatismo de los polacos. Esa decisión, según la
prensa de entonces que yo mismo leí con sumo interés, ya que tenía más de 20 años, se
consideraba la única solución a la grave situación y al clamor de la gente después del
fracaso de la diplomacia. Algunos diarios escribían: “Es sabido, por milenios, que lo
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Para asegurar su frontera norte frente al progreso de Alemania bajo los nazis, Francia
había construido su entonces famosa línea Maginot, considerada la última palabra en
fortalezas defensivas.
Los nazis querían asegurarse y empezaron la construcción de la muralla defensiva,
llamada Siegfrid, en memoria de su legendario héroe popular. Pero al ver que eso
llevaría mucho tiempo e insumiría muchos recursos, Hitler creyó que debía ganar
tiempo y demostrar su poderío. Por eso, el 10 de mayo de 1940 ordenó la invasión de
Francia, pero sin tratar primero de quebrar la línea Maginot, sino que puso en marcha
su plan de pasar por las Ardenas, en Bélgica, y así avanzar rápido hacia París, hecho
por el que después recibió alabanzas de sus partidarios y generales.
Su estrategia consistía en atacar por aire la línea Maginot con los famosos
cazabombarderos Stukas, que se largaban de gran altura sobre los objetivos para
descargar sus bombas, que atemorizaban a los defensores franceses con su infernal
silbido. Me acuerdo que en los cines, al escuchar esos silbidos, debía taparme los oídos.
Eran insoportables. Se observaba que los pilotos quedaban casi desmayados, los
Stukas, al parecer, se levantaban automáticamente al bajar hasta cierta altura y
descargar su mortífera carga.
Considero que los colegas franceses, al calcular la resistencia de la protección de las
defensas, seguro tenían en cuenta el impacto de las bombas, por la caída libre desde
cierta altura. Sin embargo, los alemanes, al inventar los modernos Stukas, tenían en
cuenta que el impacto de las bombas lanzadas desde gran altura, impulsadas y
aceleradas por la velocidad del avión, sería mucho mayor y varias veces más
destructivo, por lo que las formidables defensas duraron poco. Al abrir algún hueco,
las tropas alemanas cruzaban rápido la línea defensiva francesa y atacaban por atrás.
De manera que esa elogiada línea francesa no les sirvió mucho. Sin embargo, el avance
principal de las tropas alemanas sobre el norte de Francia fue invadir Holanda y
Bélgica.
Mientras tanto, Mussolini se encontraba eufórico con el gran éxito que obtenía su
aliado. El 10 de junio de 1940 le declaró la guerra a Francia, que mantenía territorios
italianos ocupados. Con eso el Führer esperaba tener, a su lado, un valioso aliado. Sin
embargo, con el fracaso que tuvo Italia al invadir Grecia, el 28 de octubre del mismo
año, y en el norte de África, en vez de que Italia ayudara a Alemania resultó ser
contraproducente. Por lo que debía disponer de valiosas fuerzas y material bélico,
enviando al norte de África al famoso mariscal Von Römmel, más tarde conocido
como “Zorro del desierto”.
El poder nazi era tan grande, que Francia no pudo resistir más que unos cuarenta días,
de manera que el día 22 de junio se firmó el Armisticio franco alemán. Por orden del
Führer ese acto se realizó en el mismo vagón en el que tuvo lugar la firma de la
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INGLATERRA, EN JAQUE
guerra, Hitler, al no poder llegar a un acuerdo con Inglaterra, con cuya diplomacia
había realizado numerosas conversaciones, decide los preparativos para invadirla, algo
parecido a lo que quería hacer Napoleón, pero su gran flota fue destruida por los
ingleses. Pero el Comando Supremo alemán le advirtió que no estaba preparado para
esa aventura y del gran peligro que esa empresa significaba, con la Unión Soviética a
sus espaldas. Por lo que resolvió cambiar de estrategia, doblegar a Inglaterra con su
poderosa fuerza aérea y su moderna flota submarina.
Leía entonces en la prensa que Hitler amenazaba con cubrir con sus aviones el cielo de
Gran Bretaña. Asimismo esperaba tener pronto una bomba atómica fabricada por los
genios alemanes, como Von Braun y otros. Pero Inglaterra era un hueso duro y difícil
de roer. Sin embargo, ni su fuerza aérea ni sus submarinos pudieron doblegar a
Inglaterra tan fácilmente como él pensaba. Como tenía un poderoso ejército a
disposición, tanques y artillería, resolvió una nueva “blitz krieg”–guerra relámpago– y
como era un creído, soñador y arrebatado, sin pensarlo mucho decidió liberar a
Europa del “peligro rojo”, a pesar de que Von Ribentropp y Molotov habían suscripto
un pacto de no-agresión.
Muchos quedaron asombrados por la facilidad con la que el astuto Stalin aceptó ese
pacto que, como se comentaba en la prensa de entonces, era una trampa para que
Hitler emprendiera un desembarco a Inglaterra y entonces atacarlo por atrás. Stalin era
ladino, muy inteligente, buen estratega, muy cauteloso y precavido que, como ya
mencioné, por más que fuera un empecinado perseguidor y asesino de los jerarcas
judíos en la cúpula soviética, por precaución y para no ser tildado de antisemita no
mencionaba esa identificación. Para alertar a sus más fieles camaradas rusos que lo
cuidaban día y noche, decía “ellos” o los “extranjeros”, culpándolos siempre de ser
contrarrevolucionarios. Él tenía bien en claro que, derrotando al nazismo, tendría el
camino abierto al resto de Europa lo que sería convertir en realidad su preciado sueño
de extender el comunismo en toda Europa.
Al verse en la guerra, la marina alemana entró de inmediato en acción contra la inglesa,
cuya primera pérdida fue el transatlántico Athenía, torpedeado por un submarino. A
pesar de su superioridad marítima, Inglaterra fue atacada por submarinos,
bombarderos, las nuevas minas magnéticas y por navíos corsarios. Con eso,
numerosos buques, durante días y noches, iban al fondo del mar. El 14 de octubre de
1939 se difundió una impactante noticia. El U47 había burlado la dificilísima entrada
de la base inglesa más segura, Scapa Flow, torpedeó y hundió al acorazado Royal Oak y
salió ileso. Éste fue un duro golpe para el prestigio inglés. Más tarde, en una de las
notables batallas marítimas, el moderno acora- zado alemán Bismarck, con su
impresionante poder de fuego, consiguió hundir al orgullo de la flota inglesa, el
enorme acorazado Hood, de 110.000 toneladas, el mas poderoso del mundo, que se
consideraba una fortaleza flotante.
Los ingleses organizaron los convoyes, escoltados por buques de guerra, pero éstos
fueron atacados por grupos de submarinos llamados “Manadas de lobos” que atacaban
a un convoy, se retiraban, y luego de nuevo se lanzaban al ataque, haciendo una
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verdadera masacre hundiendo decenas de buques en cada opera- ción. Como estaban
equipados con motores diesel, podían salir a la superficie y desarrollar una gran
velocidad, superior a los cruceros ingleses. Entre otras tantas pérdidas, ocho de estos
UB habían hundido nada menos que treinta y dos barcos de un convoy, en ataques que
duraron cuatro noches consecutivas. Esos éxitos enloquecen a cualquiera, y en especial
al altanero Hitler.
Al derrotar a Francia y ocupar sus costas occidentales, los bombarderos alemanes
hacían estragos en los buques de cabotaje, en el litoral oriental y en el Canal de la
Mancha, y en pocos meses hundieron 192 barcos. Aparecieron tam- bién las rápidas
lanchas torpederas. Hasta fines de 1940, según una publicación posterior a la guerra,
Inglaterra había sufrido las siguientes pérdidas: buques hundidos, por UBoot,
2.600.000 tn; por las minas, 772.000 tn; por bombarderos 583.000 tn; por buques
corsarios 514.000 tn y por las rápidas lanchas torpederas 48.000 tn. De esa cantidad,
sólo en 1940, fueron hundidos 1.059 barcos.
Al ver que la flota inglesa perdía cada día más y más buques y la Luftwaffe ganaba los
cielos sobre Inglaterra, tal era el temor a una invasión alemana, que en las ciudades
costeras cambiaban las indicaciones del tráfico para desorientar a los invasores.
Leíamos en los diarios las declaraciones del premier inglés, Winston Churchill, quien
aseguraba que Inglaterra no se rendiría jamás. Si Gran Bretaña era invadida, él
trasladaría el gobierno a Canadá y desde allí proseguiría la guerra.
Hace poco salió en la prensa que, en junio del año 1940, Inglaterra estaba casi a la
deriva. Justo en esa época se escuchó, en Europa, el famoso discurso de Winston
Churchill, en el Parlamento británico: “Seguiremos luchando hasta el fin, lucharemos
en los mares y en los océanos, lucharemos en el aire y defenderemos nuestra isla,
cueste lo que cueste. Lucharemos en los campos y en las montañas, lucharemos en las
calles y en las casas; ¡ jamás nos rendiremos!”.
Sin embargo, dos hechos levantaron el ánimo de los británicos: uno, sin duda, fue la
evidencia de que los nazis preparaban la suicida operación Barbarroja (el ataque a
Rusia) y otro, que sorprendió a medio mundo, el no esperado por nadie vuelo a
Inglaterra del Reichsministro, Rudolf Hess.
Durante la segunda mitad del año 1940, una vez derrotada Francia, se inicia- ron
febriles conversaciones entre Hitler y Franco para la ocupación del estrecho de
Gibraltar. Los españoles estaban de acuerdo con entrar en la guerra, pero que- rían que
Hitler les asegurara tres cosas: armamentos, alimentos que les faltaban y en especial la
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Por haber empezado a ir tarde a la escuela, y perdido un año con el comunismo, recién
en mayo de 1939, a los 21 años, concluí mis estudios secundarios. Mi gran dilema era
qué estudiar. Me gustaba mucho la ingeniería, pero en Sofía no existía esa disciplina.
Alemania desde siempre atraía a los estudiantes búlgaros con becas y además con la
gran ventaja del 33% de descuento que hacían en el precio del marco alemán.
Sin embargo, la situación en aquel momento no era para pensar en eso, debido a la
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guerra que desataron los nazis. Además, no hacía mucho que yo me había despegado
de mi fanatismo marxista y les tenía todavía odio a los alemanes. Los consideraba a
todos nazis, o sea que para mí Alemania estaba llena de la tenebrosa Gestapo (policía
secreta) y de los soberbios S.S., hacia los cuales los instructores marxistas nos habían
inculcado un miedo y odio espantosos. A pesar de que me aseguraban que los
estudiantes extranjeros, allí, no tenían problemas de ninguna clase, ese miedo me costó
estudiar casi tres años en universidades de segunda categoría. ¡Un grave error!
Como ya había cumplido la mayoría de edad pude vender una hectárea de la pequeña
fracción de tierra heredada, lo que me sirvió para iniciar la carrera universitaria. Con un
amigo decidimos comenzar los estudios en Belgrado, capital serbia y de Yugoslavia, un
país limítrofe y de aparente tranquilidad, donde esperaba poder trabajar y
desenvolverme con mis humildes recursos.
El viaje a Yugoslavia fue particularmente trascendente. Visitaba Sofía, la capital búlgara
por primera vez y además, por primera vez salía de las fronteras de mi patria, con lo
cual me convertía en un “ciudadano del mundo”, según decíamos en el Comsomol
(juventud comunista). Ese año resultó durísimo. Administraba mis escasos recursos
con tacañería. Belgrado, (la ciudad blanca), es una bella capital; la mayoría de sus
edificios son de color blanco, de allí se origina su nombre. A fin de gastar lo menos
posible, busqué una habitación en la casa de una familia humilde. Allí me encontraba
cómodo y en ocasiones solía compartir un plato de comida en la mesa familiar de
gente obrera.
El invierno, de 1939-40 fue riguroso y me sorprendió sin ropa adecuada, por lo que me
enfermé de neumonía; pasé un tiempo en cama y para no afligir a mi madre no le hice
mención de ello en mis cartas. Me cuidaba solícitamente una agraciada jovencita. Le
agradaba cantar sentada junto a mi lecho. Resultaba placentero escuchar sus
melancólicas canciones folclóricas de Serbia y Macedonia. Por lo que la cama no
parecía ya tan molesta. A pesar de mi restablecimiento continuó buscando mi cercanía.
Al levantarme, su padre, un celoso serbio, sin preámbulos ni explicaciones dispuso que
me mudara de su departamento.
Aunque buscaba trabajo no se conseguía, y menos para un estudiante extranjero. En un
restaurante conocí a un búlgaro que trabajaba en calidad de mozo. Intenté hacer
exactamente lo mismo en un pequeño comedor. A los pocos días me pasaba de listo
con la bandeja haciendo piruetas, hasta que un día salió un plato volando y fue a dar
sobre un atónito cliente. Cuando se apaciguó el escándalo, estaba ya despedido.
Como yo era un admirador de Francia, por eso estudié francés en el secunda- rio y no
alemán o inglés, como hacían los demás alumnos, quería alistarme en el batallón que se
preparaba para ir a defenderla. Sin duda era una locura. La guerra terminó mucho antes
de lo que uno se imaginaba. Claro, yo era un admirador de los principios de la
Revolución Francesa. Los gritos de: Liberté, égalité y fraternité me llenaban de
satisfacción.
En esos tiempos perdía fácil de vista que esa misma revolución costó la vida de
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único, el “elegido”. Esa sensación me acompañó prácticamente toda la vida. A los tres
días estaba en posesión del anhelado certificado. La hora “diez”, de aquel día se habría
de grabar en mi subconsciente, una marca indeleble, como veremos más adelante.
Para proseguir con mis estudios me quedaban dos caminos. Ir a Praga, controlada por
el nazismo, o ir directamente a Alemania. Me decidí por la segunda opción, como lo
hacían miles de estudiantes búlgaros. La vida en el Tercer Reich era barata, nuestros
cigarrillos se consideraban el “oro blanco” búlgaro y, en el mercado negro, se
cotizaban muy alto. Esperaba noticias de unos condiscípulos que se habían trasladado
a la ciudad alemana del noroeste: Braunschweig, donde funcionaba la prestigiosa
Politécnica “Duquesa Caroline”. Las noticias demora- ron mucho y en lugar de
estudiar alemán, que tanto necesitaba, por la antipatía que sentía contra los nazis, me
dedicaba a jugar ajedrez en las dependencias del Y.M.C.A.
***
54
CAPÍTULO III
Hitler, al verse impedido de invadir fácilmente a Inglaterra, optó por lo más factible:
atacar a Rusia. Estaba cebado por los éxitos contra Polonia y Francia y quería seguir
con la Blitz Krieg. Nadie podía pararlo. Era omnipotente. En la primavera europea de
1941, los nazis, con toda prisa, se alistaban para esa empresa. Por los suburbios de
Bratislava, día y noche se escuchaba la marcha de los trenes de carga, sobre los cuales
se observaba que transportaban grandes cajones de madera. Para ninguno de nosotros,
los estudiantes, era novedad que la invasión a la Unión Soviética fuera inminente.
En las vacaciones de junio de 1941, una veintena de estudiantes búlgaros, en lugar de
atravesar Hungría y proseguir por el territorio de la desmembrada Yugoslavia para
llegar a nuestra patria, según lo hacíamos siempre, decidimos realizar el viaje por
Hungría, Transilvania y de allí a Bucarest, la capital de Rumania. Era una monarquía
constitucional viciada de libertinaje. Tenía especial interés en conocer a nuestro vecino
del norte, la nación más rica de la región, de la cual sabía muy poco.
Rumania explotaba la agricultura, la madera de sus hermosos bosques y sus pozos de
petróleo. Dicha riqueza era importante para la maquinaria bélica de Hitler, con la
promesa de devolverle la provincia de Moldavia, arrebatada por los rusos, que hoy
quedó independiente por el poder de la comunidad que allí reside. En la noche del 20
de junio de 1941, al llegar a Bucarest, nos avisaron que el tren no proseguiría para
Bulgaria. La mayoría dormimos en los vagones, estacionados frente a la estación,
ahorrándonos así el alojamiento. Despertamos por la mañana del trágico 21 de junio,
un día sábado, en medio de un gran alboroto. Observábamos trenes que cruzaban en
todas direcciones colmados de soldados, algunos sobre los techos o colgados de los
pasamanos. No entendíamos lo que sucedía, pues no encontrábamos quien nos
explicara. Resultaba extraño que en un país rico sus soldados vistieran uniformes
rotosos. Sin duda, la corrupción generalizada que lo aquejaba podía explicarlo. Además
se comentaba que los grandes capitalistas ya conocidos eran los dueños de todo el país.
Al ver los diarios entendimos. Hitler había ordenado la invasión a Rusia. Una
inexplicable barbaridad. Parecía el fin del mundo. A pesar de la gran amenaza soviética,
nadie hubiera imaginado que se llevaría a cabo una locura semejante, tan deprisa. Con
esto Hitler demostró su inestabilidad e inmadurez estratégica. Después de haber
firmado dos años antes un tratado de no-agresión con Rusia.
Algo así hizo Napoleón, quien había firmado un pacto de amistad “eterna” con el zar
ruso Alejandro I y, sin embargo, lo atacó y pagó caro su falta de palabra. Los éxitos
obtenidos en los primeros meses eran grandes; al tener un gran territorio dominado,
con cuatro millones de prisioneros capturados, según se propagaba; la mayoría de ellos
55
podían ser utilizadas. La gran movilidad automotriz necesitaba mucho petróleo, ya que
los pozos de Rumania no bastaban. Por eso, mientras Hitler quería llegar a los pozos
petroleros rusos en Batum y Bakú, los ingeniosos alemanes se vieron obligados a
destilar el carbón natural del Rhur y, de él, sacar combustibles líquidos. Un trabajo
extremadamente difícil y costoso. Por entonces todo el mundo comentaba que
Alemania no estaba preparada ni pertrechada para una guerra contra el enorme
“coloso soviético”, contra el formidable poder de Stalin.
Leíamos que el mariscal Walter von Brauchitsch, comandante general del ejército
regular alemán de los viejos cuadros, propuso un retroceso de al menos 100 km para
pasar mejor el invierno. Sin embargo, el ya vanagloriado y desequilibrado Hitler
gritaba: “El ejército alemán no retrocederá jamás”. El hasta entonces triunfante
Führer, en todo lo que emprendía no podía admitir un fracaso por más lógico que
fuera.
Por ello gritaba y culpaba a sus generales, alabándose de que la fácil derrota de Polonia
y Francia se debía a sus planes. Por eso, empezó a tomar las decisiones él mismo, sin
tener en cuenta los consejos de los viejos y experimentados generales. Sin pensarlo
mucho destituyó al mariscal von Brauchitsch, y se nombró él mismo como
comandante general de toda la fuerza armada de Alemania. ¡Qué locura! Un ex cabo en
la Primera Guerra Mundial, hoy comandante general de un formidable ejército regular.
Todo el mundo comentaba que los nazis estaban preparados solamente para una
guerra relámpago. Creían ingenuamente que, en dos meses, podían arrasar Rusia,
tomar Moscú y derrocar a Stalin. El principio
del desastre no se demoró y le cayó encima. Al no estar preparados para un invierno
tan crudo, que llegó a 40°C bajo cero, solo frente a Moscú, murieron cien mil soldados
regulares alemanes por congelamiento. Una impresionante tragedia, causada por un
enloquecido dictador.
Otros tantos miles quedaron inválidos. Las indefensas tropas sufrieron constantes
embestidas por parte de los rusos, que estaban bien pertrechados con ropa bien
preparados para los ataques por sorpresa. Algo parecido a lo que hicieron cuando
Napoleón se retiraba de Rusia. Me acuerdo que en ese tiempo se pedía con urgencia
ayuda de ropa de abrigo y frazadas a los países amigos. Sin em bargo, hasta que se
organizaron las donaciones, que no eran muchas, y llegaron al lejano frente, lleno de
obstáculos y, sumado a eso, también el congelamiento de los motores de los vehículos,
hicieron que el sufrimiento de los millones de soldados alemanes por falta de
alimentos, abrigo adecuado, pertrechos militares y medicamentos en los lejanos frentes
del inmenso territorio enemigo, fuera espantoso.
Mandar a morir congelados y de hambre a cientos de miles de soldados regulares
alemanes fue sin duda el peor crimen cometido por Hitler al imponer su necia
voluntad. Porque no fue sólo el desastre frente a Moscú, sino en muchos otros frentes,
como la tragedia de Stalingrado y Leningrado. Lo que los ejércitos lucharon y
sufrieron, era realmente una obra titánica. Todo eso por salvar a Europa del
comunismo que tenía una tremenda propaganda y demoledora penetración, pero
57
“...Y ahora, ¿cómo regreso?” La larga explicación que me hiciera, rato antes, Margot no
la podía descifrar. Hice lo único que podía hacer: apelé a mi instinto de orientación. En
principio ubicaría, de ser posible, la estación terminal del tranvía. Caminé largo trecho
sin éxito. Era pasada la medianoche y en Alemania, después de las diez, las calles
quedaban desiertas. Intenté hacer ruido con el propósito de llamar la atención de
alguien, así fuera de la misma policía. ¿Y la maldita Gestapo, de la que tanto miedo nos
inculcaron los instructores marxistas, dónde demonios estaba? Desde mi llegada nunca
los había visto en las calles, y eso me producía una especial tranquilidad. Pero en
aquellos momentos los necesitaba imperiosamente. Cómo podía ser, un país bajo un
régimen dictatorial, en plena guerra y sin policía –me preguntaba–, ¿era un mito?
Pensé en golpear la puerta de una casa, cualquiera, al azar, aun sabiendo de antemano
su inutilidad, dado que hombres casi no había y una mujer sola no se hubiera atrevido
a salir en la oscuridad. Con el agravante de que mi desastrosa pronunciación del
alemán la habría asustado aún más; iba a creer que era un prisionero escapado. Me
detuve para reflexionar. Por suerte escuché unos pasos a la distancia y desesperado me
dirigí a su encuentro. Me aterraba pensar en la posibilidad de que se fueran.
Finalmente, cuando divisé una figura, ordené mis preguntas, me acerqué a él y le dije:
“¿Adónde centro?”. El trasnochado caminan- te parecía ser un obrero. Escuchó
pacientemente mi pregunta y, sin pronunciar palabra alguna, levantó su mano
indicándome, así, la dirección aproximada y prosiguió su camino.
Aproveché para tomar aliento. Eran como las dos de la madrugada. Tropezaba en la
oscuridad, me detenía, descansaba y proseguía adelante. Mis pies no soportaban más,
finalmente me encontré con una avenida que me llevó al centro. Me senté en un banco
de una plazoleta a descansar. Comencé a tiritar, porque estaba sin abrigo adecuado.
Pero la suerte no me abandonó. Topé con un alemán amable, toda una rareza en
aquella zona de Alemania poblada mayormente de prusianos, gente fría y hosca. Le
hice entender adónde vivía: “gut, gut”, dijo el buen alemán y me acompañó unas
cuadras, señaló las vías del tranvía que debía tomar. Le expresé mi agradecimiento y
cuando se alejaba, corrí tras él. “Perdón, señor, ¿desearía un cigarrillo búlgaro?”; desde
luego, me agradeció el gesto su- mamente complacido.
Al día siguiente visité a un compañero, que estudiaba en Braunschweig, a fin de que me
pusiera al corriente de los estudios y la vida en Alemania en guerra. Aproveché para
preguntar sobre la ausencia de la policía en las calles. En el Consomol me habían
instruido de que Alemania estaba llena de la maldita Gestapo y resultó que no la vi
nunca, incluso cuando más la necesitaba. “Una cosa es la propaganda –dijo él– y otra
es la realidad. Alemania nunca estuvo llena de policías pero, eso sí, el único que
encuentra aquí a un policía es precisamente quien le huye, y no hay que tener ningún
miedo. A los estudiantes extranjeros los reconocen desde lejos. No se meten con
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nosotros. Por más que sepan que tenemos algunos simpatizantes marxistas, jamás les
damos motivos. Además los nazis saben que muchos ingenieros alemanes sucumbirán
en la guerra, por lo que nosotros seríamos una posibilidad para reemplazarlos y además
sus universidades no tendrían que cerrar sus puertas.” Antes de irme, le pregunté: “¿Y
qué hay que hacer con el saludo oficial heil Hitler (viva Hitler)? ¿Se hace levantando la
mano derecha?” “En este país –respondió– sin ese saludo en las oficinas públicas, es
imposible vivir, por consiguiente hay que hacerlo automáticamente, sin pensar”. Al
despedirme, y salir a la calle, reflexioné. Todos los regímenes dictatoriales saben lo que
les conviene: no meterse con los estudiantes. Esa charla me sirvió mucho porque,
después de aquel momento, nunca más les tuve miedo a los nazis. Fue siempre un
orgullo para mí decir que era estudiante búlgaro. Efectivamente, en tres años, en plena
guerra en Alemania, nunca nadie me paró.
En esos años estudiaban allí, en distintas disciplinas, más de diez mil estudiantes
búlgaros, que procedían en su mayor parte de hogares humildes, como en mi caso. Los
que pertenecían a familias pudientes, si no podían entrar en la Universidad de Sofía
(porque existía numerus clausus, o sea cupo limitado), iban a estudiar en lugares más
seguros, aunque fueran muy caros. Tanto en Italia como en Francia.
En Alemania escaseaban muchos productos para los que tenían cierto vicio: un
cigarrillo costaba cincuenta veces más que en mi tierra. Con uno o dos paquetes
mensuales se pagaba una habitación. Ninguno de los estudiantes concurría a los
bancos a cambiar sus monedas por marcos alemanes, a pesar de la obligación que
existía, además del 30% de descuento que nos hacían. Sin duda los nazis lo sabían,
pero lo toleraban. Las autoridades alemanas sabían de qué vivíamos y también que,
gracias a los estudiantes extranjeros, especialmente búlgaros, yugoslavos e italianos, sus
universidades funcionaban. Y gracias también a nuestros cotizados cigarrillos, los
viejos alemanes se daban el gusto de fumar, a veces, un buen tabaco. De los italianos
conseguían el café y de los yugoslavos el chocolate tan deseados. Por más que les
costaba mucho porque son gente buena y melancólica.
Prosiguiendo con Margot, como establecimos, nos encontramos en la puerta del cine.
Parecía ansiosa. Pude observarla entonces con mayor detenimiento. Era delgada pero
proporcionada y dueña de un rostro muy bonito. Al verme llegar se puso contenta.
Besé su mano, con el obligado guten tag, según correspondía a un caballero de la
época. Nos miramos emocionados sin pronunciar siquiera una frase. De pronto
rompió el arrobo y sugirió: “¡Mi querido Vatiu, ahora, a estudiar alemán!”. De
inmediato nos sentamos en un bar. En ese tiempo, principio de
1942, Braunschweig no era todavía bombardeado.
A los quince días de practicar el idioma con mi encantadora amiga, decidí entrar a la
Politécnica. De acuerdo a los horarios de las cátedras y por satisfacer mi curiosidad
concurrí a una clase de hidráulica. Yo conocía sobre la puntualidad germana, de suerte
que estuve a la hora exacta en aquella aula totalmente vacía. No entendía por qué no
había asistido nadie, y antes de pensar qué hacer, por detrás entró el profesor y me
sentí atrapado. Cumplió con el clásico saludo heil Hitler, al que respondí. Alistó sobre
el pupitre sus apuntes y comenzó a desarrollar sobre el pizarrón fórmulas, esquemas y
a hablar sin parar. Con un solo alumno, sin embargo el profesor cumplía con su deber.
Para una exposición académica el alemán me resultaba todavía tan incomprensible
como la lengua china. No podía hacerle un desplante al disertante, un excelente
profesor, y aguardé que concluyera la clase. Pero ante mi sorpresa giró la cabeza y me
interrogó. Repitió la pregunta. Le respondí con un alemán chapurreado: Ich, spreche
nicht Deutsch, es decir: “No hablo alemán”. El pobre me miró desconcertado y sin
más juntó sus papeles y se marchó no sin antes murmurar algo así como: “No
concurre nadie a clase y para colmo el único que viene es sordo y mudo”.
Pronto me di cuenta de que siendo Braunschweig una ciudad fácilmente al alcance de
la aviación inglesa, muchos estudiantes se estaban yendo. Mi alemán progresaba. Con
mi adorada Margot visité en diversas oportunidades la bella ciudad de Hannover,
ubicada no lejos, al Oeste. Era el único lugar adonde podíamos amarnos con delirio; yo
era su primer hombre.
Le expliqué a Margot que el pueblo búlgaro merecía también no poca admiración por
su historia y laboriosidad. Le manifesté que Hitler mismo en su famosa organización
“Tod”, con la cual inundó de obras y caminos al país alemán, estaba inspirada en un
modelo búlgaro. Tanto a Alemania como a nosotros, finalizada la Primera Guerra
Mundial, se nos había prohibido mantener fuerzas armadas, salvo en una proporción
muy reducida para la seguridad interna. Por esta razón en Bulgaria se formaron
cuerpos tipo militar sin armas, para realizar diversas obras. Se capacitaba a los jóvenes
en tareas y oficios útiles, a los analfabetos se les impartió instrucción y a los
muchachos del campo a expresarse en forma clara y precisa.
Muchos jóvenes salieron de allí capacitados en oficios como carpintería, herrería,
electricidad, etcétera. Tanto la organización como el vestuario eran de estilo militar.
Aquellos batallones de trabajo, no sólo levantaron nuestro país, sino el nivel del
pueblo. Nuestra juventud llegó a ser una de las más capacitadas en esa región de
Europa, a pesar de que Bulgaria fue la última nación que se liberó de la esclavitud
otomana, en 1879. Pese a las compulsivas contribuciones de guerra, se pudieron
construir obras públicas de magnitud que de otra manera no hubiera sido posible
emprender. Por eso quizá la gente, al capacitarse desde joven, podía construir no sólo
sus casas sino las escuelas e iglesias, porque se los había instruido.
Con Margot aprendí a admirar a los alemanes por su tenacidad, capacidad y honestidad,
e incluso la resignación para enfrentar la vida y la muerte. Quisiera aclarar que mi
delicada novia trabajaba como telefonista en el correo central y por sus manos pasaban
63
órdenes militares. Sin embargo, nunca tuvo algún problema por la intimidad que
mantenía con un extranjero. Más tarde, bajo los soviéticos, me di cuenta de que en un
caso similar la hubieran expulsado y hasta enviado a un campo de concentración.
El régimen nazi se hallaba tan ensoberbecido por los logros obtenidos en los años
anteriores a la guerra y a principios de ella, que a modo de burla cruel afirmaban que, si
los judíos eran los elegidos por Dios en el cielo, ellos lo serían en la tierra. Sin ninguna
duda eran ateos, como los marxistas, y la primera vez que entré a una iglesia alemana
recuerdo haber visto al ingresar un busto de Hitler.
Braunschweig era un centro industrial de cierta relevancia, por lo que llegó a su turno.
Una noche, las mortíferas cargas se precipitaron sobre una gran fábrica de aviones.
Según los boletines aliados, había sido arrasada por las bombas. A los estudiantes
extranjeros de la Politécnica nos invitaron a conocer las instalaciones de la fábrica, y
poder así desmentir las noticias. Trabajaban en ella cinco mil operarios. A pesar de
haber sufrido, en efecto, dos días atrás, el rigor del bombardeo, el complejo industrial
funcionaba a pleno de acuerdo, claro está, con lo que se nos mostró. Almorzamos en
el comedor obrero. Con la escasez de alimentos, no olvidaré jamás el menú: un
exquisito y bien elaborado guisado de porotos y tocino.
En la ciudad, como en toda Alemania, funcionaban pocos restaurantes y la comida que
se servía era bastante mala. A los jefes que estaban en nuestra mesa, mientras
comíamos, les gastamos una broma: “¡Ojalá pronto haya otro bombardeo! Así nos
invitarán nuevamente a comer”. Los gremialistas nazis se vanagloriaban de que ese tipo
de comida era la que normalmente comían los trabajadores en el nuevo orden
nacionalsocialista. Ciertamente, antes de empezar la guerra contra Rusia los obreros del
régimen nazi tenían un envidiable bienestar. A propósito, nos informaron además que
el propietario de la fábrica había lucrado con los alimentos asignados a los comedores
y como castigo, Hitler lo había enviado al frente de batalla. Era fácil entender que la
gran mayoría de la población alemana no era nazi, pero no tenía otra alternativa que
obedecer y maldecir en voz baja. Por otra parte, mucha gente que había admirado los
logros de Hitler quedó espantada frente a la locura del dictador al declarar la guerra a
media humanidad.
Como en Braunschweig no noté la presencia de nazis, esperaba que en Mu- nich, que
era la cuna del movimiento Nazional Socialista del Partido Obrero Alemán, seguro iba
a encontrarme con muchos seguidores de Hitler. Sin embargo me quedé sorprendido,
porque prácticamente no vi ni sentí su presencia ni existencia, como sucedía en todo el
resto de Alemania por donde viajé, mientras en Bulgaria, bajo el comunismo, no se
podía salir de la casa sin que lo vigilaran y pidieran documentos. Por lo tanto, para ser
honesto, debo manifestar que no era la mal llamada ALEMANIA NAZI, sino muy al
contrario, el estimado lector debe saber que era ALEMANIA BAJO LOS NAZIS,
pero que tampoco se los veía. Sin duda estaban super ocupados por el desastre que
trajo la guerra.
A ustedes, madres y padres, que tienen seres muy queridos, les pido que trasaden sus
mentes allí, tarde en la noche, y se imaginen el pánico, la desesperación y el terror de la
gente al escuchar de repente, por primera vez, un prolongado y trágico aullido de mal
augurio de las sirenas, el tronar de la artillería antiaérea, el ensordecedor trueno de los
enormes aviones de cuatro motores de explosión y las tremendas explosiones de las
bombas: ningún infierno podrá compararse con éste... La gente de nuestra pensión
corría desesperada por la larga escalera desde el tercer piso para bajar al sótano,
apuntalado con gruesos tirantes de pino apoyados en tablones contra el piso y el techo.
Como sabrán, las casas, en casi toda Europa, tienen sótanos para distintos usos. Allí
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podrían ver el infierno mismo desatado sobre Munich. La ciudad de las universidades,
de los estudiantes, de las pinacotecas y del mayor museo tecnológico del mundo de
entonces, el Deutsche Museum. Aterrorizados en el subsuelo del edificio de
alojamiento nos esperaba quedar sepultados bajo los escombros y morir aplastados y
asfixiados, quemados vivos por las llamas o volar en pedazos por los aires por un
impacto directo al edificio.
Además de las pesadas bombas de destrucción, los aliados arrojaban toneladas de
bombas incendiarias de fósforo, que al estallar convertían todo en llamas. Re- cuerdo a
dos soldados regulares, probablemente de vacaciones, murmurar: “Esto es mucho peor
que el frente ruso”. Desesperados, mujeres, niños y ancianos, todos nosotros
suplicábamos a Dios que salvara nuestras almas. El momento culminante del terror fue
al escuchar una tremenda explosión cercana, cuya onda expansiva arrancó y tiró al
suelo la pesada puerta del sótano, fuertemente apuntalada. Una furia de aire y polvo
nos tiró a todos al suelo, iluminado por las lenguas de fuego que se desataban afuera. A
algunos de los estudiantes que estábamos allí nos costó mucho poder levantar la puerta
de nuevo.
Al anunciar las sirenas que el enemigo se alejaba, pueden imaginarse la desesperación,
los pisotones y golpes para salir del sótano antes de que las llamas que veíamos afuera
nos abrasaran. No sabíamos si nuestro edificio no estaba también en llamas. Como en
Alemania hay muchos bosques de pino los viejos edificios eran construidos el 90% con
su madera, sostén de la estructura, pisos, cielos rasos, escaleras, techos, muebles,
etcétera. Al salir a la calle con algunos colegas de la pensión, entre ellos un portugués,
pude observar el espectáculo más fantástico de mi vida, de esplendor y de horror que
nunca podré olvidar al ver miles de edificios, de tres y cuatro pisos, toda una ciudad de
800.000 habitantes convertida en un mar de llamas de veinte y treinta metros de altura.
Trastornados por el terror y el espectáculo dantesco, decidimos recorrer el centro con
sumo cuidado, porque de los edificios en llamas, al calentarse el aire adentro por el
inmenso calor, se escuchaban violentas explosiones que propagaban el fuego a los
edificios colindantes.
En la cuadra siguiente observamos cómo una cuadrilla sacaba de debajo del fuego a
una persona; en ese momento se escuchó una fuerte explosión dentro del edificio y
vimos cómo una parte del mismo en llamas se les precipitó encima, cubriendo con
fuego a los desafortunados socorristas. Yo me tapé los ojos para no ver algo tan
horroroso. Frente al inmenso calor debimos retroceder y tomar otra calle apurando el
paso frente a los altos edificios abrasados por el fuego. El espeluznante olor de
cuerpos quemados se percibía por todas partes. Era un espantoso Holocaustos, en
griego “todo quemado”.
Amanecimos dando vueltas, esquivando las llamas por donde pudimos para llegar a la
Politécnica. Estaba muy dañada. Frente a la plazoleta de ésta, dos mujeres ofrecían una
taza de café (de cereales, por supuesto) al que se acercaba. Nunca alcanza mi
admiración al valor, coraje y abnegación del pueblo alemán. Al volver a la pensión, que
estaba parcialmente destruida, la conserje nos avisó que las dos hermanas dueñas de la
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pensión se encontraban muy golpeadas por los pisotones y estaban internadas, por lo
que iban a cerrar la pensión. Debíamos sacar nuestras pertenencias. Al día siguiente la
radio BBC de Londres, propagó (en alemán) con orgullo: “Anoche la ciudad alemana
de Munich fue arrasada por 1.200 superfortalezas, los daños son enormes”. Hay que
tener en cuenta que los grandes aviones podían cargar veinte toneladas de bombas, o
sea nada menos que unas 20.000 toneladas de explosivos, y al menos mil toneladas de
bombas incendiarias.
Claro, sembrando el terror, fuego, destrucción y muerte. Con ese impresionante poder
destructivo, los aliados no fueron a destruir objetivos militares ni fábricas de
armamentos, sino que fueron a arrasar a una ciudad de 800.000 habitantes y matar a la
mayor cantidad de población que pudieran. Eso se repetía todas las noches en distintas
ciudades. No había paz para nadie. Con toda seguridad los aliados (Francia ya no),
ingleses y norteamericanos asesinaron a sangre fía no menos del 20% de la población
de Alemania, o sea unos 15 millones de indfensos seres humanos. La búsqueda de otro
alojamiento con mi compañero de habitación duró todo el día, hasta que al final, con
gran suerte, cerca de la estación central encontramos una pequeña habitación para cada
uno. Era un milagro. Se trataba de la memorable pensión “Central” sobre Prielmeyer
Strasse Nº 5, que se había salvado intacta junto a algunos edificios colindantes. Me alo-
jaron en el último piso, el 4º bajo el techo; ascensor no había. Tiempo antes me llamó
la atención que frente de la pensión, cruzando la calle, en una plazoleta se estaba
construyendo uno de los muy pocos bunker. Observé sus gruesos muros de hormigón
que servían de apoyo de la enorme losa de más de un metro de espesor que se
preparaba encima. No pensé que allí salvaría más de una vez mi desdichada vida.
Antes de invadir Rusia, los alemanes disponían de mucha aviación. Incluso en la batalla
aérea con Inglaterra destruyeron la ciudad de Coventry, con lo que se creó el verbo
“coventriren”. Sin embargo, los ingleses no se quedaron atrás y en varias noches de
duros ataques destruyeron por completo la importante ciudad portuaria de Hamburgo
y crearon el verbo “hamburguiren”.
Antes que nada quisiera aclarar que la entrada y salida de Alemania era totalmente libre
solo con un sello de “entrar” ó “salir”. Con el único requisito de revisar las valijas
rapidamente en el vagon, para evitar contrabando. Visas entonces no existía.
La comida que podíamos encontrar en los ya precarios restaurantes era cada día más
pobre. Todos los días, mañana y tarde, papa hervida con chucrut y un plato de sopa
color negruzco, al parecer de harina tostada (la nombrada “ochs schwanzen supe”,
supuestamente de cola de buey) pero que no tenía más que algunas gotas de grasa, no
sé de qué. Ingiriendo ese supuesto almuerzo día tras día, meses tras meses uno
quedaba con el estómago hecho pedazos.
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Las raciones de alimento con cupones fueron mermando cada vez más. Antes de
abandonar Alemania, siete meses antes de terminar la guerra, a los estudian- tes nos
entregaban por mes 2 kg de pan, 200 gramos de carne, 50 gramos de manteca cuando
había, y nada más. Con gran lamento a veces entregábamos en los ya miserables
restaurantes 50 g de cupón de carne para recibir algo de comida más pasable.
Solamente en el comedor universitario –aunque semi destruido– todavía una vez por
mes nos servían un buen plato de pato con papas al horno que podíamos repetir con
un recorte de cupón de 50 gramos de carne y a veces sin eso. Con la juventud y el
hambre que teníamos, quizás después de tanta papa hervida con chucrut, que ya “nos
salía por la nariz”, hasta el día de hoy me parece que nunca había comido cosa tan
exquisita. Según el encargado y revisor del comedor, un inválido de la guerra, siempre
nos recordaba que eso era un obsequio del Führer.
Claro, los patos los traían de la laguna adonde iba el desagüe cloacal. Pero
lamentablemente, un año y medio antes de terminar la guerra ni el precario comedor
universitario existía más. Todo había volado por los aires. Lo que recuerdo de
entonces con cariño es la popular canción Lili Marlen, que se la escuchó con mucha
alegría en toda Europa, en todos los frentes de ambos bandos. Me puedo imaginar el
hambre que habrían pasado en Alemania en los últimos meses de la infame guerra,
cuando yo había vuelto a mi patria que cayó bajo el poder soviético: con la producción
por el suelo y los transportes destruidos.
Con toda seguridad los innumerables campos de concentración en Alemania, Austria,
Chequia y Polonia, tanto de prisioneros de guerra como de los opositores al nazismo y
de los judíos, habrán quedado totalmente desabastecidos, sucumbiendo de hambre y
de enfermedades. Los gritos del enloquecido Führer de que debía atenderse a los
prisioneros incluyendo a los judíos y aumentar la producción, ya no entraban en los
oídos de nadie. Con la pequeña bolsa negra (que nadie nos prohibía), teníamos
suficiente dinero para gastar, pero no había nada para comprar. En todo el tiempo de
la guerra en Alemania los precios no sufrían ningún aumento. Mientras Alemania
progresaba, la gente toleraba a Hitler, pero cuando los gobernantes nazis
emprendieron la locura de la guerra, el pueblo alemán se retrajo y enmudeció.
Trabajaban día y noche sin abrir la boca. Nunca escuché en Alemania a nadie que
protestara, pero tampoco que justificara la guerra.
Nunca escuché a ningún alemán expresarse a favor de Hitler ni contra los
judíos, como sucedía y sucede en otras partes de Europa y del mundo .
Porque los judíos se sentían muy integrados con los alemanes. Pero eso sí, todos,
incluso los estudiantes extranjeros, en público o en las universidades, teníamos la
obligación de hacer el saludo “heil Hitler” con la mano ligeramente levantada
automáticamente, aunque lo hacíamos como de mala gana, pero debíamos cumplir con
la orden. Me causa risa cuando me acuerdo cómo las mujeres que se juntaban en los
escasos puestos de compra de víveres protestaban entre sí en voz tan baja que no se las
podía escuchar a un metro de distancia. Las mujeres “schimfen” protestan, decía Frau
Ketty, mi última y apre- ciada ama de casa. El pueblo alemán vivía sin esperanza,
68
LA VIDA EN LA POLITÉCNICA
UN REGIMEN AUTODESTRUCTIVO
obreros más fieles al Partido Nazi. Esos cuadros formaron los soldados de elite
llamados Sturm Soldat, soldado de choque, o sea los “SS”. Quisiera hacer una
comparación aunque sideralmente opuesta; en China se venera a Confucio que decía
“El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Para los nazis, el que no vive para
servir al Führer, es el que no sirve para vivir. Esa fuerza no tuvo más que 8 a 10% del
ejército regular, el que debía luchar y morir en los frentes de batalla; mientras las tropas
de elite “SS” con sus comandantes organizaban la producción, el transporte a los
frente, organizaban los campos de concentración para los prisioneros y la lucha contra
las guerrillas apoyadas por los judíos en muchos países de Europa, contra la resistencia
francesa y luego la italiana, contra la gran resistencia del mariscal Tito, etc.
Se consideraban los caballeros de la raza superior. Eran arrogantes, imperturbables,
seguros de sí mismos. Aunque pretendían ser amables y correctos, se percibía su
odiosa prepotencia. Por más que su Führer predicara en su máximo slogan “Mente
sana en cuerpo sano”, sin embargo, por lo que pude comprobar personalmente,
parecía que sus mentes estaba perturbadas por el exceso de fanatismo y soberbia.
Se los veía pulcros, robustos, altos, rubios, de ojos celestes, tratando de mostrarse
superiores, y no solo con los extranjeros sino con los mismos alemanes. Lo he
observado mucho; eran tan distintos de los demás alemanes, como si se consideraran
seres de otro planeta. Aunque no eran como los comunistas, que sospechaban y
perseguían a toda persona que no compartía su ideología, los nazis eran antipáticos por
el solo hecho de observarlos, o al menos, así me parecía a mi, por la adquirida fobia
como ex marxista. Usaban uniformes especiales, con “SS” a cada lado del cuello de las
chaquetas. Eran inconfundibles, se los distinguía de lejos por su porte y por los
parches de cuero que llevaban en los codos y las rodillas; sin duda para poder
arrastrarse por el suelo. La diametral diferencia con sus adversarios comunistas
consistía en que mientras los “SS” caminaban como en exposición, sin fijarse en los
demás, los comunistas se fijaban bien para ver quien “los miraba mal” para ponerlo en
la lista negra o azotarlo sin piedad.
Como eran una minoría bien seleccionada de unos 8-10% de la población, al parecer
para ellos, el honor de ser “SS” estaba sobre todo. Tenían inculcado que en todo
momento debían mostrarse más caballeros y superiores a los demás.
Eran tan consentidos como si se consideraran seres de otro mundo. Me consta que la
población alemana no los quería y los evitaban, y menos los toleraban los soldados y
oficiales del ejército regular.
El que haya leído el libro “Hora 25” recordará cómo el escritor describe al capitán nazi
al ver ya el nefasto fin de la guerra que nunca esperó. Se refugia en una casa, se da un
baño, se afeita, se viste y coloca todas las condecoraciones, se pone la gorra. Luego
limpia, engrasa y carga su pistola. Al final se mira bien al espejo,
levanta bien estirada la mano derecha y exclama “¡Heil Hitler!”, y luego apunta con la
pistola a su sien, y dispara. Con toda seguridad los nazis (SS) que no habían caído en
las batallas para defender a su Führer y su vida terminaron pegándose un tiro para no
ver el desastre final, sabiendo además que nadie les daría refugio, ni los mismos
72
alemanes. Por eso, cuando escucho decir que la Argentina está llena de nazis, es
demasiado exagerado. No fueron más que los pobres marinos del acorrrasado alemán
Graf Spee hundido frente a Montevideo y uno que otros pocos verdaderos nazis
iscuridos desde Italia después de la guerra.
Para mayor definición del tipo nazi, citaré la opinión de un sobreviviente judío de los
campos de concentración, el escritor Jack Fuhs, quien en su libro “Tiempo para
Recordar”, dice: “Los nazis, simplificando, fueron individuos fríos e in capaces de amar. Y esa
incompetencia hizo que se volcaran hacia la supremacía de los medios.
Toda su libido se dirigió al orden, las máquinas, la puntualidad... Se ha hablado, casi hasta el
cansancio, sobre sus habilidades organizativas. Esto produce la sensación de que esa estructura, más
que las armas, fueron las que hicieron realidad una sociedad de dominación total. Pero la cultura
humana separada de la dimensión moral, puede ser demoníaca”8. (1)
Cuando después de la guerra conocimos las atrocidades y los abusos que co-
metían los soldados soviéticos y los aliados, recién nos dimos cuenta de que más
allá de que los nazis fueran detestables, nunca escuché de las emisoras aliadas que
se hubieran dedicado al robo y depredaciones, y menos la violación, sencillamen-
te porque se consideraban superhombres. Mientras, claro está, que los soldados
regulares alemanes eran un ejemplo de comportamiento, digno de su origen. Por
eso me animo a decir que si Alemania ganaba la guerra, con Hitler ya muerto, el
mundo de hoy sería muy distinto, mucho más justo y sin interminables guerras que
inventan los yanquis y los armamentistas.
Para muchos, el pueblo alemán es poco conocido. Para otros, influidos por una
constante, tendenciosa, distorsionada y demoledora propaganda aliada, mantenida
durante decenios, es tildado como un pueblo belicoso e intolerante. Para otros, los
alemanes son racistas, antisemitas y “nazis”. Los que han viajado a Alemania o Austria
saben que los alemanes son el pueblo más amable del planeta.
Y no exagero si digo que de cada tres frases una es “bitte schon” –“por favor”– o
“Danke schon” –“gracias”–. Nunca durante mis cuatro años de estudio en Alemania –
tanto en la guerra como después de ella– escuché un solo alemán que cantara su himno
nacional. Salvo, claro está, por las radios durante el régimen nazi. Pero no puedo decir
lo mismo de los franceses, con su “Vive la France”, que conocí bien durante mi corta
estadía allí, así como también de los hermanos rusos, que son sumamente imperialistas
y aunque parezcan sentimentales con el grito “Rusia”... son capaces de cometer
73
barbaridades con los demás pueblos, como el caso actual de Chechenia, un heroico
pueblo milenario que sigue sub- yugado y pisoteado, sin esperanza y totalmente
destruido.
Yo conocí a los alemanes en el peor momento de su historia. Un régimen totalitario de
la clase obrera había tomado el poder y al levantar el nivel de vida, se vanaglorió y los
llevó a una guerra total para recuperar lo perdido en la Iº Gran Guerra, supuestamente
para salvar a Europa de la amenaza comunista. La guerra se extendió por los cuatro
puntos cardinales de Europa, algo que las grandes masas populares no deseaban. Pero
era imposible oponerse a ese régimen tan rígido. Sólo eran posibles varios atentados
contra Hitler de los que estaban cerca de él, pero los cómplices fueron fusilados sin
piedad. Al conocer bien a los ale- manes me di cabal cuenta de que ha sido y es un
pueblo nacido y que vive para trabajar como símbolo de una cultura, mientras conocí a
muchos otros pueblos que trabajan porque tienen que vivir, y si pudieran vivir de las
dádivas y sin tra- bajar nada, sería mejor aún. Los alemanes tienen un gran sentido del
deber, son honestos, ingenuos, pacíficos y carecen de viveza. Les gusta decir: “Leben
und lebenlasen” “Vivir y dejar vivir”, cosa que a los países coloniales no les entraba en la
cabeza. Además, en varios años de suma necesidad nunca escuché que algún alemán
hubiera robado algo ajeno.
La fama de que constituyen un pueblo autoritario y agresivo no tiene fundamento
histórico, por lo que citaré las opiniones de algunos estudiosos. El historiador inglés
Frederick William Meitland opina que “los alemanes son seres senti- mentales, que se deleitan
con la música, el cigarillo y el café”. También la escritora francesa Madame de Staël tenía
una buena opinión de los alemanes, muy distinta de la que tenían los aliados de las dos
guerras mundiales. Según ella “los alemanes son un pueblo de escritores, poetas,
músicos, estudiosos e investigadores. Son una raza no muy práctica y tampoco
chauvinista. Ellos no poseen ningún tipo de deseo de guerra, como otros pueblos”. Es
bien sabido que el alemán es totalmente con- trario a tomar lo ajeno, lo considera un
robo propio de los bárbaros, de gente de baja cultura. Por eso en plena guerra, y aun
con grandes necesidades, me consta que nadie tomaba algo ajeno por más que estaba a
la intemperie.
En cuanto a las guerras, Madame de Staël se pregunta si acaso no es Francia la culpable
del desastre europeo del siglo XIX. Según el historiador británico Russell Grinfeld, en
el período desde Waterloo hasta Sarajevo Inglaterra ha iniciado 10 guerras, Rusia 1,
Alemania 3 (pero era Prusia y no Alemania, ya unificada), Austro-Hungría 3 y Francia
5.
Todos culpan a Alemania por la Segunda Guerra Mundial, pero pocos reco nocen que
fue una trágica e inevitable consecuencia de la Primera Gran Guerra.
Todos decían que sólo Alemania se preparaba para la guerra, mientras Inglaterra y
Francia dormían. Eso no es verdad. Porque dos años antes de la guerra, Chur chill
declaró que dinero para la defensa de Gran Bretaña se juntaba por todas partes.
En 1939, Alemania no estaba preparada para una guerra tan prolongada. Los
acontecimientos muestran que los nazis se preparaban para una inevitable guerra
74
recién en el año 1944, pero el fatalismo y el lunático Fhürer la adelantó. Los fran ceses
estaban mucho mejor preparados para una guerra, hasta habían construido la
formidable línea Maginot; pero no tuvieron buenos comandantes ni estrategas Los
alemanes sólo estaban preparados para un Blitz Krieg de dos meses.
Con la invasión a Rusia y en los primeros meses de batalla, los nazis, al verse en
grandes dificultades, necesitaban de toda su aviación y poder militar. Con eso los
aliados se adueñaron de los cielos y podían enviar miles de bombarderos
“superfortalezas” con decenas de miles de toneladas de bombas destructivas e
incendiarias. Al faltarle aviación, los científicos alemanes inventaron los cohe- tes. El
primer cohete era el V1, pero era más chico y de poco alcance y después inventaron el
V2 (ese signo proviene de la palabra alemana “Vergeltung”, o sea “arma de venganza” ),
que era en realidad para entonces de poca envergadura y precisión.
guerra, ese magnífico negocio, pronto terminara. Querían tener tiempo para arrasar
con todo, destruir por completo a toda Alemania y diezmar y matar a toda la
población que pudieran.
Querían pulverizar los monumentos de un gran pueblo, sus museos, sus uni-
versidades, sus grandes edificios públicos, y borrar todos sus tesoros nacionales, con
una increíble sangre fría. Era admirable ver que la gente grande, hombres y mujeres,
día y noche trataban de reconstruir algo para poder sobrevivir. Parece mentira, pero las
cervecerías de Munich, propiedad vaya a saber de quién, fue- ron sólo parcialmente
destruidas. Me acuerdo que en Gräfelting, donde vivía, pasaban día por medio carros
tirados por gordos caballos de patas anchas, haciendo tal trac-trac que se les escuchaba
de lejos; proveían de cerveza (de papa) sin problemas, tanto en la guerra como
inmediatamente después de ella. Por eso yo nunca tomé agua en Alemania. Además era
muy barata.
76
MI BELLA URSULA
Al día siguiente, me llevó al gran depósito de forrajes. “Vos sos de confianza, por lo
que te voy a mostrar algo”, me dijo mientras empezaba a sacar las pajas, y de pronto
apareció un auto completamente nuevo. Lo habían escondido para que los nazis no lo
requisaran para uso militar. “En lindo lío se metieron”, le dije, “si los nazis se
enteraran”. Seguro que su madre no se salvaría de ir a parar a los campos de trabajos
forzados. Las hermanas tenían una gran tienda en la ciudad de Dusseldorf, pero en los
primeros, todavía esporádicos bombardeos ingleses, había sido destruida. Para
entonces Hitler todavía indemnizaba a los damnificados. Sin embargo esa ayuda
desaparecería rápidamente.
En Feldafing, una estación anterior, cerca del mismo lago, vivía su otra tía, Fraulein
Elwine, una dama ya madura e inválida de una pierna. Úrsula y yo esperábamos con
ansia los fines de semana para estar juntos en su casa. Porque al ser única hija, su
madre trataba de alejarla de mi por miedo a que algún día la lleve a Bulgaria. Cada vez
que llegábamos, la tía Elwine nos esperaba impaciente en la puerta de su pequeña pero
acogedora “villa”. Y siempre tenía preparada una cómoda cama para los dos. Cada fin
de semana yo dejaba todo para viajar a Feldafing, lejos del terror que cada tanto se
desataba sobre Munich. Ursula, bien vestida y muy coqueta, me esperaba en la estación
ferroviaria. Abrazados y llenos de felicidad caminábamos las tres cuadras bastante
empinadas, sin darnos cuen- ta. Al escuchar nuestros pasos, la tía Elwine salía rápido,
aunque rengueando, a abrirnos la puerta. Estaba tan feliz con nosotros como si
fuéramos los hijos que no tenía.
Cuando ya teníamos mucha confianza, su tía contaba un chiste o un cuento de los
nazis. De Goering decía que era morfinómano, que aceptaba sobornos por otorgar
favores políticos o a algún judío rico para sacar su riqueza, aún empezada la guerra.
Decía que Hitler predicaba una cosa, pero hacía otra; quería que los hombres y mujeres
se casaran y tuvieran muchos hijos y sin embargo él mismo no se casó, ni tuvo hijos.
A veces repetía una rima más o menos como la siguiente:
Mientras las mujeres preparaban la comida con algún ingrediente que la muchacha
podía conseguir entre los campesinos, yo trabajaba con gusto como jardinero en la
pequeña huerta que había atrás de la casa, cosa que conocía muy bien. Ursula vivía
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tanto en Tützing con su madre, como en Feldafing con su tía. Cada vez que las iba a
visitar era un huésped muy querido. Después del almuerzo y la cena le regalaba un
cigarrillo a la tía Elwine. Ella prendía el viejo gramófono, colocaba un disco con una
canción melancólica, se sentaba cómodamente en un sofá, y encendía el cigarrillo al
mejor estilo alemán. Mientras escuchaba la música y saboreaba el cigarrillo inspiraba
profundamente y exclamaba “O Got, o Got, wie gross ist mein glüch” (“Qué grande es mi
felicidad”). Eso era una clara demostración de que los alemanes son sentimentales y
melancólicos.
A pesar de mi desagrado, los lunes temprano por la mañana debíamos tomar el tren
para Munich y bajar hasta donde podíamos llegar. Ursula trabajaba como dibujante en
la Municipalidad de Munich y no quería faltar, salvo que las vías férreas estuvieran
bombardeadas y totalmente interrumpidas. En esos casos, se nos complicaba la vida.
En las vacaciones de verano del norte de 1943 encontré en Karnobat al Sr. Isaac,
comerciante en granos, de quien me había hecho muy amigo y le vendía mi pequeña
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cosecha cuando trabajaba en agricultura. Me pidió que llevara una carta a una familiar
anciana que residía en Munich, lo que acepté sin problemas.
En realidad no me interesó mucho quién fuera el destinatario. Estaba preocupado con
los tortuosos trámites cada vez que salía de Bulgaria, en razón de que no había
cumplido con el servicio militar por ser estudiante. A mi llegada a Munich tomé mi
bicicleta y corrí para entregar la carta de Doña Sara. Era una zona alejada del centro.
Me recibió una mujer de edad y repitió varias veces su agradecimiento. Por mi parte,
no le hice ninguna pregunta y me fui contento.
Hecho eso me despedí y me sentí muy satisfecho de haber cumplido con la palabra
empeñada a don Isaac. Había hecho además una obra humanitaria.
Al llegar a la Politécnica relaté a mis compañeros las novedades con los ins pectores
austríacos de la frontera, que nos dejarían entrar con cuarenta paquetes de cigarrillos
sin problema, si dejábamos el 20% para los soldados en los campos de batalla, pero sin
recibo, lo cual fue recibido con alegría. Claro está que con ese arreglo no éramos
revisados y podíamos esconder todo lo que queríamos.
Sin embargo, cuando comenté que había traído una carta a una señora judía, me
hicieron severos cargos a causa de la imprudencia cometida. Una cosa era el sentido
humanitario y otra distinta correr riesgos de esa índole. Según ellos nadie estaba en
condiciones de saber si dentro de ese sobre se escondía un mensaje en clave con fines
desconocidos. El temor provenía del hecho de que si entrábamos en sospecha de la
Gestapo comprometía no sólo a mí sino a toda la colonia estudiantil y, a partir de allí,
seguramente habría una más estricta fiscalización en la frontera.
El temor nazi al sabotaje o espionaje era enorme ya que el sionismo le había declarado
la guerra sin fronteras, por lo que en todas partes se leían leyendas de prevención:
“Cuidado, el enemigo no duerme”. La maquinaria de propaganda hitleriana estaba provista
de slogans. Por eso también al empezar la guerra trataban de llevar a los campos de
concentración a todos los judíos a su alcance, y de esa manera, evitar los sabotajes
además de tener mano de obra calificada y gratis. Debo reconocer que pasé días de
angustia. Por mucho tiempo las pesadillas de que la Gestapo me perseguía no me
abandonaban, me reflotó el viejo miedo que le tenía. Pero con el tiempo, la
preocupación fue perdiéndose.
En el otoño de 1943, alegando que me extrañaba, decidió viajar a Munich para verme y
de paso conocer Baviera. “No estás en tu juicio” –contesté–. “Con tantos bombardeos
y aviones aliados en los cielos arrasando todo lo que encuentran y complaciéndose en
bombardear las estaciones y ametrallando los trenes de pasajeros no puedes
arriesgarte.” Te van a matar, le repetía. Traté inútilmente de convencerla, al final le
confesé que tenía otra amiga para que no cometiera tonterías. Ni siquiera me escuchó:
“Una sola vez en la vida se muere y además ya adquirí el boleto, viajo el próximo
sábado, pero ignoro cuándo llegaré, de cualquier manera te buscaré en la pensión”, fue
la respuesta, y el teléfono se cortó. “Otra mujer sin miedo de morir”, reflexioné.
Consiguientemente no quedaba otra salida que desaparecer por una semana de los ojos
de Ursula.
En efecto, el lunes siguiente, al entrar en la pensión, sorprendí a Margot sentada en el
hall. La recibí con el afecto que merecía. A pesar de sus escasos veinte años su rostro
de muñeca parecía desmejorado, con signos de cansancio. Enumeró los peligros y
contratiempos a los cuales se había expuesto para llegar a Munich. Frau Guerber me
reprochó porque la muchacha había aguardado varias horas. La llevé a mi habitación.
Mientras Margot se quedó a cambiar y descansar, aproveché para salir en mi vieja
bicicleta a buscar un restaurante de los pocos que quedaban en pie. Recordé uno en el
paseo de Munich, frente a la Rathaus, la Alcaldía de la ciudad, de los pocos en pie,
reacomodado.
Era una chopería donde a veces se conseguía, con un precio mayor, comer algo sin la
entrega de cupones de racionamiento. Tuve suerte. Corrí a la pensión con el propósito
de regresar antes de las 20 horas. Después de ese horario no se encontraba nada.
Tomamos el tranvía y pronto llegamos a Marien Platz. Antes de entrar, contemplamos
la majestuosa Rathaus, y aunque había sido víctima de bombardeos y mostraba un ala
destrozada, aún presumía su colosal estructura. Poseía un reloj corso con “bing beng”
que resonaba cada quince minutos, cada treinta asomaban algunas figuras danzantes y
cada sesenta un desfile de damas y cortesanos danzaban al compás de la ronda. Margot
no pudo dejar de expresar su admiración ante ese notable atractivo visual; nos
demoramos en entrar al restaurante, y el bar estaba colmado.
Es costumbre en Alemania, aún lo es, ubicarse en cualquier lugar con asientos
disponibles, compartiendo la mesa con desconocidos. Tomé la mano de Margot y nos
dirigimos a una mesa que parecía vacía. Una columna impedía ver quién es- taba del
lado izquierdo. Antes de llegar, Margot, que se encontraba a mi derecha, apretaba
inquieta mi mano, pero yo no presté atención; en un primer momento, por la poca luz,
no pude advertir quién estaba allí. Supuse que era un oficial del ejército regular.
Después de saludar y acomodar a mi dama, al levantar la vista, con gran sorpresa vi
que al frente teníamos nada menos que a un capitán de la SS. Además de lo
inconfundible de su porte y mirada, eran visibles las dos SS en cada lado del cuello de
su chaqueta y las condecoraciones que lucía. Muchas veces me he sentado a pensar;
más allá de que uno ha odiado a los nazis, debo reconocer que –me guste o no–, los de
mayor jerarquía tenían metido en la ca- beza que debían mostrarse como caballeros.
82
Margot me miraba con ojos de súplica, como implorándome que nos fuéramos. Yo, en
cambio, no estaba dispuesto a admitir signos de temor. Pero al observar al nazi erguido
como una estatua de bronce e ínfulas de superhombre, con su pecho adornado de
condecoraciones y una cruz colgada de su cuello, no
sé de qué maldita orden, como en las calles se los veía muy rara vez y los observaba
con curiosidad ahora me invadieron los nervios. Si bien jamás había tenido problemas
con los intocables y temibles SS, les profesaba un marcado recelo. Me indignaba su
insolencia, pues no había quitado la mirada de Margot desde que nos sentamos. Habría
deducido, sin mayores esfuerzos, que se trataba de una joven alemana en compañía de
un extranjero. Además, al verse solo, frente a un extranjero tan bien acompañado,
seguro que los celos lo invadieron. La sensación de inseguridad que invade a un
individuo sentado sobre una canasta de huevos, en esos momentos yo la
experimentaba. Me hallaba confuso. Supuse, no sé por qué, que el imponente varón
estaba por marcharse. Al parecer la columna impidió a la servidora colocar el chop
frente al orangután con charretera, por lo que lo colocó frente a mí.
Mis nervios me hicieron cometer una torpeza infantil e imperdonable. Para recuperar el
ánimo, de inmediato levanté la jarra e hice un trago sin aguardar ni siquiera que le
sirvieran la limonada a mi compañera. “La cerveza no era para ti”, me reprochó
Margot en voz baja, invadida de un gran nerviosismo. Recién me di cuenta de que el
individuo no se retiraba, sino que había llegado poco antes que nosotros. Caí en la
cuenta de que me había portado como un mal educado, yo que tanto me esmeraba en
ser un caballero. “Perdón señor”, le dije. Me con- templó con una soberbia no exenta
de una ráfaga de odio. “¿Usted es extranjero?”, preguntó con un gesto altanero.
Repliqué con orgullo: “Soy estudiante búlgaro”. “¿Y de este modo se comportan los
soldados alemanes con las muchachas búlgaras?” agregó. Con toda seguridad lo
embargaron los celos, ya que un insignificante extranjero estaba acompañado por una
bella mujer mientras él, con semjante jerarquía, contaba solo con el acompañamiento
de su soledad. Era igual a que me introdujeran una espina en alguna herida. A mi lado,
Margot, que adivinaba el desenlace, lagrimeaba. Acaso pensé: ¿este tipo tiene el
derecho de hacerme esta clase de pregunta? Lleno de odio y sin justificación contesté
una barbaridad: noch wie (más que esto), y lo peor del caso fue que al gesticular yo con
las manos, rocé la alta jarra con cerveza que se volcó contra el orgulloso nazi y lo bañó
íntegro.
Cobré entonces conciencia de que estaba haciendo un tremendo papelón. El capitán no
pronunció palabra alguna, se irguió como un autómata. Sacudió tranquilamente su
uniforme empapado, en momentos en que la moza servía la jarra destinada a mí
dándose de plano con el incidente. El energúmeno entonces sacó una moneda de dos
marcos, que excedía el cuádruple del valor del chop, la depositó sobre la mesa, levantó
su gorra y el sable que tenía puesto sobre una silla a su lado, se inclinó levemente ante
Margot y se marchó con militar desplante. Mientras, mucha gente miraba sin entender
lo que pasaba. El maldito nazi se dio el gusto de mostrarse como un caballero, como
siempre pretendían. Me sentí violento e incómodo por haber protagonizado aquel
83
accidente tan bochornoso ante un esbirro hitlerista. Nunca antes me había sentido tan
mal desde mi llegada a ese país. Mi vergüenza no tenía límites. No me animaba a mirar
a Margot, pero percibía sus sollozos.
Debo reconocer que había exagerado en cuanto al comportamiento de los alemanes
con las chicas búlgaras. Las tropas regulares germanas, a su paso por nuestro país para
llegar a Grecia y de allí al Mediterráneo para ayudar a sus compatriotas que luchaban
en el Norte de Africa prácticamente abandonados por sus propios aliados italianos,
levantaban suspiros entre las muchachas. Soñaban con estos soldados apuestos y
gustaban exhibirse con ellos en los bares y en las calles. Los jóvenes sentíamos la
impotencia y el fastidio de los celos. Lo cierto es que no se veía allá a estos SS, quizás
porque éramos un país neutral y para no causar rechazo. Se sabía además que las
tropas alemanas entraban en los países dominados con desfiles militares y con orden y
respeto hacia la población, como era la vieja costumbre del ejército germano. “Vamos
–le dije a Margot–, porque ahora lo único que falta es que esos pájaros de mal agüero
nos despedacen.” Pasamos por la cercanía de la basílica Frauen Kirchen, que exhibía
sus dos altas cúpulas pero sin poder disimular por dentro las huellas del feroz incendio
que la había calcinado. Era lo que quedaba de la iglesia erigida en homenaje a la mujer
y símbolo de München. En silencio retornamos a la pensión.
Esa noche no pude conciliar el sueño. Estaba abatido por no haber podido controlar
mis nervios y demostrar al nazi mi habitual caballerosidad, digna de un estudiante
universitario de aquellos tiempos. No podía olvidarme de otro capitán que conocí en
un viaje a Bulgaria. Al pasar el tren por Budapest, un capitán del ejército regular
alemán se sentó a mi lado. Conversamos muy amablemente, como corresponde a dos
personas civilizadas. En todo el trayecto hasta Belgrado, adonde bajó, conversamos
sobre el desastre de la guerra en la que Hitler había metido y sacrificado al pueblo
alemán. Le pregunté si estaba de acuerdo conmigo en que Alemania no podía ganar
nunca esa guerra frente a tantos ejércitos enemigos, por más que tuviera razón de
liberar sus territorios mutilados en la Primera Guerra.
Que al invadir Rusia, Hitler cometió un error imperdonable, por apurarse sin estar bien
preparado, y porque Stalin y el comunismo eran invencibles. El pobre capitán me
escuchó atentamente, diciendo: “Todos los alemanes, incluso los mismos nazis, somos conscientes
y resignados de que perderemos la guerra, pero no tenemos otra salida que sufrir y morir atrapadas por
las órdenes del Führer y del alto mando nazi”. Considero que el mundo nunca entenderá en
toda su dimensión los sufrimientos del pueblo alemán en las dos guerras mundiales y
sus trágicas consecuencias. Lamentablemente muchos me consideran como un judío
renegado diciéndome: “Los aliados cosecharon grandes ventajas en la Iº Guerra
Mundial, pero a los judaísmo de la 2ª le serviría por siglos, repitiendo el pretexto del
Holocausto ” Porque el antisemitismo es muy grande en la Argentina, a veces me da
ganas de cambiar el apellido pero eso no es fácil.
84
Como es sabido, la guerrilla más famosa de todas las que había en Europa durante la
Segunda Gran Guerra estaba bajo el mando del mariscal Josef Broz, “Tito”, oriundo
de Croacia. Su apelativo venía de su costumbre de impartir órdenes a cada uno de sus
subordinados acerca de lo que debían hacer: “tito” o sea: “tú esto” y “tú aquello”.
Mientras viajábamos, el tren detuvo de repente su marcha, antes de cruzar un río
bastante caudaloso. Al asomarme por la ventanilla pude observar que un tramo del
puente se hallaba colgando sobre el lecho del mismo. El día anterior la aviación inglesa
lo había bombardeado. El tren estaba repleto de todo tipo de pasajeros civiles y
algunos militares búlgaros. Comenzamos a bajar con los equipajes a cuestas. Para bajar
por el empinado terraplén, la pesada puerta me molestaba. Con toda la fuerza que tuve
la tiré para cerrarla.
Escuché un grito. Al darme vuelta vi un joven soldado del ejército regular alemán que,
con gran expresión de dolor, me mostraba su mano derecha bañada en sangre. Su
pulgar estaba completamente seccionado. Al parecer, al estar la puerta abierta el
soldadito tenía su mano apoyada sobre el filoso bastidor, para ver qué pasaba abajo.
“Señor –me reclamó el muchacho, que sin duda no tenía más de
20 años–, mire lo que me ha hecho.” Yo sólo atiné a expresarle mis disculpas,
asegurándole que había sido sin querer. Levanté los hombros y, en medio de la
confusión y el griterío de la gente, bajé como lo hacía el resto de los pasajeros, crucé el
río a través de tablones acondicionados sobre la retorcida estructura de hierro. Era
pleno verano. Entre el gentío, el calor y las pesadas valijas, era como si me hubiese
olvidado, sin ningún remordimiento, del dolor que había ocasioado a un desdichado e
indefenso soldadito, que de seguro tenía permiso por unos pocos días para ver a sus
seres queridos.
Las iniquidades de la guerra habían endurecido los corazones. Hasta el día de hoy no
me puedo perdonar que no haya ayudado en nada a un ser abandona- do en la
desgracia. El pobre soldado posiblemente no sabía hablar más que su idioma, mientras
yo hablaba ya varios idiomas, incluso el serbio. Yo, un antiguo idealista-marxista,
criado en la humildad cristiana, hice un daño irreparable sin conmoverme, dejándolo
librado a su desdicha mientras yo ya tenía veinticinco años, podía hablar el idioma y
85
encontrar quién lo puede auxiliar. Porque si bien yo era un antinazi, de ningún modo
era antialemán. Menos mal que el pobre chico no era un soldado de elite de la “SS”,
porque entonces quizás me hubiera costado un gran dolor de cabeza por considerarlo
un daño intencional.
Una noche Ursula llegó a la pensión y me invitó a visitarla en su cuarto del primer piso.
Estando abrazados con un apasionante amor en su cama, de improviso las aterradoras
sirenas comenzaron su trágico sonar sin cesar. El prolongado ulular evidenciaba que de
nuevo los bombardeos se lanzaban sin piedad sobre sus víctimas, que éramos nosotros
también. A pesar de mi intranquilidad, abrigaba aún la remota esperanza de que se
tratara de una falsa alarma, ya que, como dije, frecuentemente nos aterrorizaban
dirigiéndose de repente a otro objetivo. Sin embargo, al percibir los lejanos estallidos
de las baterías antiaéreas (que todavía existían algunas) no hubo dudas de que las aves
del terror estaban ya sobre nosotros. “Úrsula, vamos” –le dije–, “esto va en serio”.
“¿Dónde?” –respondió–. “Al búnker, mi amor.” “¿Tanto miedo tienes? Para morir ésta sería la
mejor ocasión”, me respondió, abrazándome con todas sus fuerzas.
A duras penas me liberé de sus brazos y le pedí que se vistiera de prisa mientras yo
subía a mi pieza en el cuarto piso, corriendo por la crujiente escalera de madera para
buscar mi valijita, que siempre estaba lista. Cuando bajé para buscarla los estallidos
estaban muy cerca, prácticamente sobre nosotros. Ella, tranquila, estaba todavía a
medio vestir. De pronto, un estallido tremendo sacudió el edificio. Me entró pánico.
Tomé su mano y la arrastré por la escalera: ella se quejaba, protestaba y me
reprochaba ser un búlgaro torpe. Yo más me aferraba a su mano. En plena calle
corríamos desesperadamente al refugio mientras las ondas expansivas, con brutal
fuerza, nos lanzaban de un lado para otro.
El fragor de la violencia era indescriptible, pavorosas las explosiones de las bombas,
el repiqueteo de las baterías, la conmoción de la tierra por los impactos y el
ensordecedor rugido de las oleadas de los gigantescos aviones cuatrimotores, que
volaban a baja altura. Teníamos la gran suerte de contar quizás con el único búnker
de Munich, fuera del nazi. Hoy mis palabras resultan pálidas para lograr describir el
infierno que vivíamos entonces a cielo abierto con Ursula, aferrada a mi mano.
Nunca me había visto amenazado de muerte a tal extremo. A duras penas pudimos
embocar la larga escalera del búnker, que se encontraba en la plazoleta al otro lado de
la calle frente a la pensión. Al bajar, nuestros corazones estaban por estallar. La
respiración se nos cortaba por la agitación. Escuché a una persona decir a otra:
“¿Viste cómo volaron por los aires el puesto de la batería antiaérea con sus soldados que estaba
emplazada sobre la torre de la cuadra siguiente, cerca de la estación?” Muchas veces había
estado en ese refugio y nunca lo había sentido tan estremecido, como si fuera víctima
86
EL BÚNKER NAZI
“SS”, con sus bayonetas caladas apuntándonos al tiempo que gritaban: “Halt!, nicht
für Ausländer” (Paren, no para extranjeros).
En ese mismo instante cayó una poderosa bomba en las inmediaciones y la onda
expansiva nos levantó violentamente tirándonos sobre los guardias, que cayeron con
estrépito, de espaldas. Las puertas del refugio permanecían todavía abiertas y los
refugiados adentro, en su mayoría mujeres, que percibieron el tremendo impacto,
promovieron un pánico que se agravó con la indignación al ver la intervención de los
“SS” en contra de nosotros, dándose cuenta de que éramos estudiantes. Tuvimos
suerte, el escándalo se sosegó, quizás porque de pronto sonaron las sirenas indicando
que el peligro había pasado. Después de eso nunca más a alguno de nosotros se le
ocurrió buscar refugio allí.
***
88
CAPÍTULO IV
y apagado, a pesar de sus enormes riquezas y sus bellas residencias. “Alemania seguro va
a atacar Francia y será ocupada, y a mí, como un judío tan conocido, me van a detener y confiscarán
mis bienes.” Pero con tiempo el señor Duval transfirió todos sus capitales a Suiza y
América, teniendo todo listo para partir cuando llegase el momento. Sin embargo, se
demoró demasiado en marcharse; como sufría del corazón, al escuchar por la radio
que los alemanes rápidamente derrotaron a los ejércitos franceses y se dirigían a París,
recibió un infarto mortal.
Lo interesante es que la señora Lili recibió un formulario traído por los franceses para
llenar los datos como sucesora del banco. Como su madre era de origen hebreo tuvo
miedo y pidió que volvieran al día siguiente. De inmediato cargó su valija con joyas y
se dirigió a su refugio secreto –un lujoso departamento en París, frente al Sena–. No
obstante, a los dos días fue ubicada. La visitó un oficial, segundo jefe de la Gestapo
en París, el capitán Kluger. Después de presentarse muy amablemente le pidió que lo
acompañara. “Está bien”, dice ella, “pero me gustaría esta noche, por última vez , preparar una
linda cena para los dos”. Entre el deber y la tentación, el oficial se quedó un rato
pensativo y decidió sentarse y esperar tranquilamente. Después de saborear una
agradable comida y haber elegido un vino de sus propios viñedos, la señora Lili lo
esperó perfumada en la cama. Sin embargo, Herr Kluger se acostó en el diván. “Allí
no”, le dijo Lili. “Venga a mi cama”, lo invitó ella. Aunque tenía cinco años de viudo,
la rígida disciplina militar alemana le impedía atreverse con una mujer de los países
ocupados, las- timarla y ni siquiera caer en la tentación. Con toda astucia, ella se le
acercó hasta provocarlo. Y esto no es un cuento. Se sabe bien que los soldados
alemanes, y con mas razón los nazis que se consideraban unos caballeros, se portaban
con sumo cuidado. Además les fue totalmente prohibido caer en la tentación, y era
un delito violar una mujer. Unica moral de soldados que se respeta en el mundo, la
alemana.
Mientras los soldados rusos y los aliados (especialmente los negros) han sido un
terror en Alemania, donde hasta se podían dar la libertad de asesinar a una mujer si se
resistía a la violación, o a cualquier otro que se interpusiera. Pero de eso la prensa
internacional nunca se ocupó, nunca hizo la más mínima intención. Si eran alemanes,
¡que aguanten!
Temprano por la mañana el oficial se levantó y empezó a vestirse diciendo a su dama:
“Lo lamento, señora, pero hoy debe acompañarme a la Gestapo, caso contrario pagaré muy caro el
placer vivido”. La señora Lili lo abrazó y le pidió que dijera en su oficina que no la había
podido localizar. El alemán, aunque fuera nazi, titubeó un largo rato entre el deber y
el sentimiento humano, le hizo una venia y se fue. La bella Lili tomó su valija con las
joyas y se zambulló en los suburbios de París.
Después de conocer personalmente a los “camaradas rusos”, pensé que en un
caso como ése un oficial de la KGB no la dejaría escapar por nada del mundo.
Encima se habría llevado la valija con las joyas, y con toda seguridad la habría violado
90
sin esperar que lo sedujera. Por eso no se puede negar el alma humana del ser alemán.
En la primavera del año 1940 Hitler pidió paso a Bulgaria para avanzar con sus tropas
hacia Grecia y sus islas en el Mediterráneo para poder atacar desde allí a la flota
inglesa y aliviar la situación al mariscal Rommel, que avanzaba en el norte de África.
Como ya mencioné, Hitler había prometido protección a Bulgaria para no pagar más
las pesadas contribuciones de guerra a los aliados. Además, había asegurado la
restitución de sus territorios mutilados en la guerra de los Balcanes, en 1912 y en la
Primera Guerra Mundial, por los serbios, griegos y rumanos, cosa que cumplió. El
pueblo búlgaro apreció ese gesto de solidaridad para recuperar sus tierras sin un solo
disparo. Eso explica por qué, cuando las tropas regulares germanas pasaron por su
suelo, en avance hacia Grecia, se las recibiera con flores y festejos en todo el país.
Hasta los mismos marxistas lo hicieron, sencillamente porque en aquellos tiempos
todavía Stalin y Hitler estaban en buenas relaciones a causa de haberse repartido
Polonia.
Al atacar a Rusia, y verse en dificultades, Hitler exigió la participación de Bulgaria,
como lo hicieron varios otros países, y máxime como una recompensa por los tan
importantes servicios prestados. Sin embargo nuestro sabio rey, Boris III, se opuso
con sumo valor y claridad. Si bien nuestro pueblo agradecía el gesto del Führer, no
olvidaba el sacrificio hecho por el pueblo ruso en las encarnizadas batallas contra el
imperio otomano para la liberación de Bulgaria en 1878, de quinientos años de
sangriento yugo bajo el dominio turco.
Durante años los nazis prosiguieron la presión para la entrega de los hebreos,
alegando que integraban la guerrilla subversiva búlgara, de filiación comunista, que
atacaban y acribillaban a los soldados alemanes heridos en el frente ruso que muchos
de ellos, teniendo en cuenta el cercano frente ruso y nuestra floreciente economía,
estaban instalados en barracas o carpas para su curación, ya que Bulgaria estaba cerca
del frente ruso y era un país neutral. El gobierno búlgaro se resistía justificando que
los guerrilleros capturados, sean quienes fueran, se juzgarían por nuestra justicia, y en
caso de asesinato se los ahorcaba.
A causa de tantos sinsabores, la salud de nuestro querido rey se debilitó mucho.
Encima de todo, Hitler, al verse acorralado por todos lados, en agosto de 1943 lo citó
de urgencia en su fortaleza “la Madriguera del lobo”, en Prusia Oriental. Lo recibió
con gritos y amenazas para que con urgencia enviara el ejército búlgaro contra los
soviéticos. El monarca, impasible, categóricamente le respondió que ¡no! Para
pernoctar allí, Hitler le destinó, en el búnker, un pequeño habitáculo entre cuatro
paredes de hormigón.
91
El rey regresó de aquella entrevista con la salud muy afectada y falleció a los pocos
días. Fueron tiempos muy duros para el pueblo búlgaro, que lloró desconsoladamente
su muerte. En ese momento yo estaba en Bulgaria para proveerme del “oro blanco”
(los cigarrillos búlgaros). Circulaban comentarios asegurando que Hitler, en sus
acostumbrados arrebatos, le descargó un tiro.
Por las dos páginas de una revista alemana de esa visita, que mi hermosa y amada
Ursula me había guardado (y que hasta ahora pude conservar), de la ida y la vuelta del
rey, indican que esa posibilidad no tuvo lugar. Pero sí podría ser la que supone que en
el vuelo de regreso se ordenó que abrieran la compresión del avión, con lo cual el
monarca, que tenía dolencias de corazón, habría sufrido una grave crisis cardíaca.
Como siempre, al volver de vacaciones de Bulgaria pasaba por la ciudad de Burgas,
sobre el Mar Negro, adonde terminé el secundario. Allí por todas partes se veía en las
veredas hombres y mujeres derramar lágrimas. Era el 28 de agosto de 1943.
Como reconocimiento por la salvación de los judíos para que no sucumbieran en los
improvisados campos de concentración nazis, el Estado de Israel erigió un busto de
nuestro rey en Tel-Aviv y recientemente se inauguró en la nueva parte de la ciudad de
Jafa un jardín llamado “Pueblo búlgaro”, de acuerdo a lo que leí en la prensa búlgara.
En la primavera del año 1940 Hitler pidió paso a Bulgaria para avanzar con sus tropas
hacia Grecia y sus islas en el Mediterráneo para poder atacar desde allí a la flota
inglesa y aliviar la situación al mariscal Rommel, que avanzaba en el norte de África.
Como ya mencioné, Hitler había prometido protección a Bulgaria para no pagar más
las pesadas contribuciones de guerra a los aliados. Además, había asegurado la
restitución de sus territorios mutilados en la guerra de los Balcanes, en
1912 y en la Primera Guerra Mundial, por los serbios, griegos y rumanos, cosa que
cumplió. El pueblo búlgaro apreció ese gesto de solidaridad para recuperar sus tierras
sin un solo disparo. Eso explica por qué, cuando las tropas regulares germanas
pasaron por su suelo, en avance hacia Grecia, se las recibiera con flores y festejos en
todo el país. Hasta los mismos marxistas lo hicieron, sencillamente porque en
aquellos tiempos todavía Stalin y Hitler estaban en buenas relaciones a causa de
haberse repartido Polonia.
Al atacar a Rusia, y verse en dificultades, Hitler exigió la participación de Bulgaria,
como lo hicieron varios otros países, y máxime como una recompensa por los tan
importantes servicios prestados. Sin embargo nuestro sabio rey, Boris III, se opuso
con sumo valor y claridad. Si bien nuestro pueblo agradecía el gesto del Führer, no
olvidaba el sacrificio hecho por el pueblo ruso en las encarnizadas batallas contra el
imperio otomano para la liberación de Bulgaria en 1878, de quinientos años de
sangriento yugo bajo el dominio turco.
Durante años los nazis prosiguieron la presión para la entrega de los hebreos,
alegando que integraban la guerrilla subversiva búlgara, de filiación comunista, que
atacaban y acribillaban a los soldados alemanes heridos en el frente ruso que muchos
de ellos, teniendo en cuenta el cercano frente ruso y nuestra floreciente economía,
92
estaban instalados en barracas o carpas para su curación, ya que Bulgaria estaba cerca
del frente ruso y era un país neutral. El gobierno búlgaro se resistía justificando que
los guerrilleros capturados, sean quienes fueran, se juzgarían por nuestra justicia, y en
caso de asesinato se los ahorcaba.
A causa de tantos sinsabores, la salud de nuestro querido rey se debilitó mucho.
Encima de todo, Hitler, al verse acorralado por todos lados, en agosto de 1943 lo citó
de urgencia en su fortaleza “la Madriguera del lobo”, en Prusia Oriental. Lo recibió
con gritos y amenazas para que con urgencia enviara el ejército búlgaro contra los
soviéticos. El monarca, impasible, categóricamente le respondió que ¡no! Para
pernoctar allí, Hitler le destinó, en el búnker, un pequeño habitáculo entre cuatro
paredes de hormigón.
El rey regresó de aquella entrevista con la salud muy afectada y falleció a los pocos
días. Fueron tiempos muy duros para el pueblo búlgaro, que lloró desconsoladamente
su muerte. En ese momento yo estaba en Bulgaria para proveerme del “oro blanco”
(los cigarrillos búlgaros). Circulaban comentarios asegurando que Hitler, en sus
acostumbrados arrebatos, le descargó un tiro.
Por las dos páginas de una revista alemana de esa visita, que mi hermosa y amada
Ursula me había guardado (y que hasta ahora pude conservar), de la ida y la vuelta del
rey, indican que esa posibilidad no tuvo lugar. Pero sí podría ser la que supone que en
el vuelo de regreso se ordenó que abrieran la compresión del avión, con lo cual el
monarca, que tenía dolencias de corazón, habría sufrido una grave crisis cardíaca.
Como siempre, al volver de vacaciones de Bulgaria pasaba por la ciudad de Burgas,
sobre el Mar Negro, adonde terminé el secundario. Allí por todas partes se veía en las
veredas hombres y mujeres derramar lágrimas. Era el 28 de agosto de 1943.
Como reconocimiento por la salvación de los judíos para que no sucumbieran en los
improvisados campos de concentración nazis, el Estado de Israel erigió un busto de
nuestro rey en Tel-Aviv y recientemente se inauguró en la nueva parte de la ciudad de
Jafa un jardín llamado “Pueblo búlgaro”, de acuerdo a lo que leí en la prensa búlgara.
Por un tiempo más mi querida pensión era el único edificio en la manzana que, aún
muy dañada, quedaba en pie. Hasta que al final una noche las sirenas empezaron de
nuevo su trágico e insistente aullido. Me levanté de la cama y me dirigí rápido al
bendito búnker, que pronto empezó a sacudirse por los tremen- dos estallidos de las
poderosas bombas en las proximidades, que no cesaban. Con toda seguridad estaban
destinadas a la Estación Central y sus alrededores.
93
“Ah, Frau Brunner, vive cerca de acá, ahora me explico”. Al parecer sabía que
pertenecía al partido nazi de Hitler.
Me hizo pasar a un confortable hall donde observé los muebles, cuadros y adornos.
Me ubicó en un cuarto del primer piso: “Ésta será su habitación, Herr Koralsky, pase por
favor, mi nombre es Ketty. Si necesita algo avíseme. ¿Cuándo piensa traer su equipaje?” “Esta
valijita que traigo conmigo es todo lo que tengo”, le respondí. Al quedar solo observé
por la ventana el amplio y bien arbolado parque. Con el correr de los días traté de
ganar la confianza tanto de Frau Ketty como de sus dos hijas: Hellen y Angélica, a
quienes les divertía sobremanera la pronunciación de mi alemán. Semanas después,
mi amigo y compañero Dimo consiguió también allí una habitación, gracias a la
amable Frau Ketty.
Gräfelfing era una zona netamente residencial, con propietarios de buen nivel
económico y todavía con poca destrucción. A la vuelta del pueblo existía un nutrido
bosque de pinos con ejemplares tan frondosos que el sol jamás penetraba entre sus
tupidas ramas. Cuando caminaba por las sendas descubría imágenes pintadas de
vírgenes, apóstoles y cazadores enanos, lo que atestiguaba una cultura de un elevado
nivel que nunca volví a ver en ninguna otra parte. La gente de allí poseía una marcada
devoción religiosa.
De sus bosques se extraía madera que servía para la construcción y para fortificar
muchos sótanos. La casa de los Färber contaba con uno. Cierta tarde las sirenas
sonaron intensamente. “Rápido al Keller” gritó la Frau. Cuando se escucharon algunos
cercanos estallidos la señora alertó: “Van a volar las cosas, me olvidé las ventanas abiertas en
el primer piso”. Supongo que para demostrar valentía ante las damas y pese a sus
protestas corrí por las escaleras. Recuerdo que en el preciso momento en que estiré
los brazos para tomar las persianas, un fuerte impacto me sorprendió. A unos
quinientos metros explotó una poderosa bomba, seguramente de una tonelada. La
onda de succión me levantó y poco faltó para hacerme volar desde la ventana. Si bien
en estos casos la onda expansiva es violenta, la contracción no lo es menos. De
regreso al sótano los vi asustados. Me decían que mi cara estaba amarilla como un
trapo.
Hellen trabajaba en la Municipalidad del pueblo y Angélica, más joven aún, cursaba
todavía el secundario, mientras que el hijo varón, Armín, debió interrumpir sus
estudios de medicina convocado por el ejército. Estaba combatiendo en el frente ruso
y no sabían si estaba aún con vida. Frau Ketty era una buena pianista. En los
primeros días la oí tocar con talento la serenata de Schubert. Me encantó, por lo que
bajé despacio al hall para escucharla. Ella estaba como transportada a otra esfera. Al
terminar la aplaudí diciéndole: “¡La felicito Fray Ketty, es usted una gran pianista!” Desde
ese día yo me transformé en un confiable amigo para la familia. Trataba de viajar
menos a Munich y retornaba lo más pronto que podía.
El esposo de Frau Ketty, Dr. Herbert Färber, se desempeñaba como mayor del
ejército y jefe de la defensa antiaérea de Stuttgart. Venía a su casa los fines de semana,
una o dos veces al mes. Tendría cincuenta años, y era doctor en Ciencias
Económicas. Me asaltó la curiosidad de saber si era nazi, y no me costó mucho
trabajo descubrirlo. Era un hombre culto y no tenía nada que ver con el régimen. Nos
sentábamos en la Verande, la terraza frente al parque.
Conversábamos durante horas sobre distintos temas y naturalmente, lo referente a lo
político no estaba ausente. Mi condición de búlgaro le daba seguridad y discreción.
Había sido tiempo atrás uno de los auditores de la Deutsche Farben Industrie de
Dusseldorf, que producían las conocidas anilinas para la elaboración de pinturas. No
toleró el atropello del sindicalismo nazi y decidió retirarse. Me relataba con lujo de
detalles el surgimiento de Hitler facilitado por el hambre, la miseria, y la caótica
situación germana, las pesadas contribuciones de guerra, las colonias enajenadas y sus
territorios mutilados. Cada vez que pronunciaba el nombre de Hitler, el Sr. Färber se
enfurecía gritando “¡es un Ferükt!” repitiendo “es un loco”. Le hacía notar que
Alemania perdió la guerra en el mismo momento de atacar Rusia y verse frustrada al
Oeste.
Existen en esta triste historia circunstancias que, a mi entender, resultan
incomprensibles. Nadie en su sano juicio, una vez iniciadas las acciones bélicas,
despreciaría la rendición de cuatro millones de soldados, en su mayor parte ucra-
nianos, que aspiraban no solamente a luchar por la independencia de su patria, sino
contra la dictadura soviética y el despotismo de Stalin. En vez de entregarles a
muchos de ellos un arma para combatir contra el común enemigo, los llevó a trabajar
donde se le antojaba.
Armín, el hijo de los Färber, sorpresivamente nos visitó en Gräfelfing hacien- do uso
de una corta licencia. Contó las atrocidades que había vivido en aquella experiencia en
el frente en Ucrania. Que los nazis no otorgaron las libertades y el derecho de
propiedad que tanto anhelaban los pueblos subyugados por el comunismo. Su
arrogancia, en lo que atañe a diplomacia y política, frustró esta oportunidad histórica
y mantuvo sin variar los koljos existentes y para que produjeran los alimentos que
necesitaban. Sabiendo del ejemplar comportamiento de los soldados regulares
alemanes, especialmente con las mujeres, pregunté a Armín: “ Y qué dices tú de los SS”;
se rió y contestó: “Ellos son unos maricones, viven en pareja como lo hacían los soldados
romanos”
96
Transcurrían los primeros días del verano de 1944. Una noche sobrevino un
tremendo ataque que parecía estar destinado a pulverizar y llenar de cráteres los
cascotes que todavía quedaban en la plaza del santuario nazi. A la mañana del día
siguiente trascendió por la radio que Hitler llegaría a nuestra ciudad para inspeccionar
lo sucedido como un acto nostálgico. Alguien dijo que el Führer, seguro pasaría por
la famosa chopería Hofbräuhaus de Agustiner Strasse, donde se había acuñado el
movimiento nacionalsocialista de los obreros alemanes, liderado por él, y donde había
preparado el tan renombrado putsch en Baviera, en el año 1923. Además, al salir de
allí debía doblar por Theresienstrasse, o sea delante de la Politécnica.
Cuando escuchamos las sirenas de la comitiva un grupo de estudiantes extranjeros
corrimos hacia la vereda y lo vimos aparecer a una cuadra de distancia. Llevaba
delante por escoltas dos motocicletas de la “SS” y otras dos detrás de su vehículo.
Venía por nuestra izquierda dentro de un Volkswagen descubierto. A medida que se
acercaba, yo me puse prácticamente sobre el cordón de la vereda. Lo miré tan
fijamente como si mis ojos quisieran salirse de sus cavidades; no podía creer lo que
veía. Estar frente a frente con Adolf Hitler, el hombre que arrasó con toda Europa.
Viajaba sentado detrás, a la derecha. En el vehículo venían en total cuatro personas,
incluyendo el chofer. Como buen alemán, el conductor conservaba su derecha, de
manera que pasaron tan cerca y lentamente al lado nuestro, que de haber estirado la
mano podría haberlo tomado por los pelos que le caían sobre la frente. No había
nadie en la calle para ver el otrora gran líder: estaba solo. Tantas veces que lo
habíamos contemplado en la pantalla del cine, en las fotografías de la prensa, en los
carteles callejeros y escuchado por las radios. Ahora lo teníamos al Führer sólo para
nosotros, como únicos espectadores. Sin duda, todos se sentían defraudados,
derrotados e insensibles. Ya nada les interesaba: ni la gran nación, ni el bienestar
conseguido, ni las conquistas relámpago. Ahora sólo existía la destrucción, los
incendios, el hambre y la muerte. Nadie podía evitar el desastre total que se
avecinaba. Tantas veces habíamos hecho el famoso saludo “heil Hitler” y ahora a
nadie de nosotros se le ocurría hacerlo. Lo mirábamos atónitos, indiferentes.
Confieso que me desilusionó, esperaba ver algo digno de contar.
Abría los ojos para descubrir en aquella personalidad alguna expresión, algún detalle
que mostrara al genio, al criminal o al demente... La impresión que me causó era de
un enajenado con la mirada perdida. El gran líder de otrora, genial, altanero, violento,
el gran orador, había perdido definitivamente su brillo, su imagen y su vigor. Estaba
inmóvil, silencioso, más que un ser humano parecía un muñeco en desuso, con sus
ojos hundidos y la mirada extraviada en la lejanía. Ni reparó en que unos diez
jóvenes, cerca del cordón de la vereda, tenían puesta una enorme curiosidad sobre su
persona. Deseo insistir en esa histórica experiencia vivida frente al tan comentado
97
gran hombre que fue el Führer. Su más íntimo colaborador y secretario privado, Martín Bormann,
se convirtió en un filtro de información, de modo que sólo le llegaran las noticias benignas. Además
Hitler se hace muy dependiente de su médico personal, quien le mantiene los nervios controlados con
inyecciones diarias”. Me parece que ese día, cuando pasó frente a la Politécnica, no le
pusieron la inyección, o más bien estaba dopado para que no le viniera un paro
cardíaco al ver el soberbio y desbordante de poder “santuario nazi” con las enormes
banderas, convertido en un cementerio con enormes cráteres, escombros y cenizas.
Cabe destacar que después de la invasión a Polonia hubo varios intentos para
derrocar e, incluso, asesinar a Hitler. Ya en noviembre del año 1939, fue el primer
atentado llamado la fallida conspiración Rossen. Más conocida fue la conspiración
“Rote Kapelle” contra el gobierno nazi en 1942, que fue totalmente desbaratada. Como
también la conspiración llamada “Cartas de la Rosa Blanca” en febrero de 1943, cuyos
organizadores fueron arrestados y ejecutados.
Sin embargo, la conspiración de más alto nivel fue la de los viejos generales, del 20 de
junio de 1944 (unos dos meses después que yo lo vi), la que por poco no tuvo éxito.
El principal autor fue el héroe del Tercer Reich, coronel Karl Klaus Stauffenberg, que
colocó una valija con explosivos bajo la mesa de deliberación frente a Hitler, quien al
explotar el artefacto sólo recibió algunos golpes y rasguños. Después de aquel
atentado fueron fusilados varios altos oficiales, incluso el famoso mariscal Von
Rommel. Las represalias prácticamente duraron hasta el final de la guerra. De todos
estos atentados conocidos se desprende que tanto el pueblo alemán como los altos
mandos del ejército regular querían liberarse del maniático Fhürer y de su cúpula nazi.
Por lo cual los que culpan al pueblo alemán por el desastre cometido por Hitler, son
malintencionados que lo usan como pretexto para generar lástima, o sacar ventajas.
La invasión de los aliados a Europa era esperada y deseada por muchos países,
incluso por el mismo pueblo alemán. Con eso, todos esperábamos que esa tremenda
pesadilla de la guerra y los implacables bombardeos aliados sobre Alemania
terminaran de una vez. Todos esperábamos que la invasión se produjera en la costa
de Calais, que era la zona más angosta del Canal de la Mancha y por lo tanto la parte
más cercana a Inglaterra. Allí los nazis habían preparado grandes defensas y
concentrado la mayor parte de sus ejércitos occidentales.
Sin embargo, los aliados engañaron a Hitler con algunos ataques esporádicos. Al final,
recién el 6 de junio de 1944 los aliados pusieron en marcha el renom- brado Día “D”.
99
Se propaló la noticia de que cientos de buques de guerra, unos cargados con tropas,
otros bombardeando se acercaban a la costa francesa de Normandía. Aún más
impactante fue que once mil superfortalezas bombardea- ran las fortificaciones
alemanas de la costa. Conociendo sus mortíferas explosiones, y que miles de
paracaidistas se lanzaban tras la línea defensiva alemana, pensábamos que la invasión
sería arrasadora y que en pocos días la parte ocupada de Francia sería liberada.
Sin embargo no fue así. Después del primer impacto de una victoria fácil se propaló
una cerrada defensa y las grandes bajas aliadas, a pesar de su formidable poder aéreo,
marítimo y de tanques y artillería. El esperado rápido avance de las tropas aliadas
sobre una Alemania destruida tampoco se produjo era por demás tortuoso y lento.
Los mortíferos bombardeos proseguían cada día con más crueldad, para poder
destruir y quemar lo que aún quedaba en pie. Todos se acordarán de la serie de T.V.
“Combate”, donde se mostraba con qué facilidad hacían volar por los aires a las
tropas alemanas. Sin embargo, a pesar de tanto poder militar aliado, recién después de
tres meses, el doble del tiempo de la derrota de Francia, pudieron invadir el territorio
alemán, y su avance prosiguió por demás tortuoso.
Referente a esa bravura de los soldados aliados que por años se exhibió en dicha
serie, podemos leer en la revista News Week en español del 08/02/03, en las páginas
24/25, con el título “Temor en el frente” y subtítulo “Todos los soldados son valientes
hasta que comienza la batalla”, donde entre otros el historiador de la Segunda Guerra
Mundial S.I.A.Marshall escribe: “Todos los hombres sentían miedo”. Marshall encontró que
“no más de un cuarto de los combatientes llegó a disparar sus armas en el campo de batalla por los
escrúpulos religiosos. Otro gran factor fue el shock. En un estudio de una división que vivió fuertes
combates, una cuarta parte de los soldados admitieron haber sentido tanto miedo que vomitaron, casi
una cuarta parte se defecó y un 10% se orinó en los pantalones”... Así eran de valientes los
soldados aliados frente a los sufridos y resignados a morir soldados alemanes
Con los alemanes he vivido y sufrido el duro régimen nazi y los crueles bombardeos
aliados, mientras mi admiración por la comunidad hebrea fue y es por- que son gente
muy trabajadora, y obsesionados por progresar y ganar dinero, un pueblo luchador,
progresista y bien informado. Son tan unidos que por cualquier reunión o evento que
les conviene ellos están presentes y ganan el escenario aún siendo una minoría. Sin
duda Alemania es la cuna de muchos de sus grandes hombres, porque en
Alemania podían instruirse bien, sin problemas, y no eran mal vistos como en
muchos otros países. Debo resaltar que manejan a la perfección la política, el
comercio y las finanzas. Incluso los más grandes banqueros de EE.UU. como las
dinastías de los Rothschild y los Rockefeller, los banqueros J.P. Morgan, John Loeb y
Cia., Lehman Brothers, etc. desde hace más de siglo y medio manejan las finanzas del
mundo; además de los nuevos hipermillonarios como George Soros, Bill Gates y
100
sea genético. Más bien otro. Ahora que viene el comienzo de las clases, todos nuestros chicos vendrán
a nuestro club de la cultura. Todos recibirán un regalo. Pero antes de eso, el chico subirá a la tribuna
para decir lo que sabe. De la sala todos lo van a aplaudir, sea o no satisfactorio su relato. Con eso
los chicos se esmeran cada vez más para sobresalir y recibir un mejor regalo y más aplausos. A los
mejores se los apoya para estudiar en los mejores institutos y universidades”.
Está claro que con un excelente método, como ése, en todas partes del mundo los
jóvenes de ese origen se desarrollan mejor y se preparan para ocupar puestos públicos
de todo tipo y ser grandes líderes, especialmente de las masas y el comunismo en
cuyo régimen se puede llegar a vivir como principe sin arriesgar un solo cobre. Por
eso no hay que extrañarse de que personas de ese origen ocupen puestos altos y
mejor remunerados, tanto en el aparato gubernativo como en la educación, en la
salud, en organismos de derechos humanos, en los medios de comunicación, etcétera.
Basta con nombrar a destacados hombres como Theodor Herzl, el italiano Primo
Levi, el Nobel de Fisiología y Medicina, etc
9 Fuchs, Jack. En diálogo con Laura Isod, “Tiempo de recordar”, Editorial Milá, 1995, pág. 60
Ernst Boris Chain, el mismo Leon Trotzki, el genial dramaturgo Arthur Miller, el
escritor checo Franz Kafka, el brillante cineasta polaco Roman Polans- ky, la pintora
Frida Kahlo, el sociólogo francés Emile Durkheim, la socialista revolucionaria Rosa
Luxemburg, el Nobel de Química Roal Hoffmann, Albert Einsteins, Spinoza,
Mendelssohn, Karl Marx y muchos otros, cuya lista resulta innumerable para estas
páginas.
Todo su éxito social y económico es debido a que son ambiciosos y mejor
preparados. Además son un pueblo tenaz, consecuente y perseverante. Que no se
desanima frente a los fracasos. Por eso no hay desocupados de esa colectividad en
ninguna parte. Como ya están instalados en todos los partidos, en todas las
actividades culturales y humanitarias en casi todos los países, me arriesgo a
pronosticar que, para bien o para mal, el mundo ya está poco menos que en sus
manos; y que el futuro depende en gran medida de ellos; por lo tanto, es de esperar
que los judíos con visión humanitaria se impongan a los grandes capitalistas y
armamentistas, ávidos de riquezas y poder a toda costa. Eso provoca el resentimiento
y por eso cada día hay más antisemitismo. Y con mi apellido, repito, yo temo por el
futuro de mis descendientes.
***
ímpetu que merece ser tomado de ejemplo por otras naciones del mundo.
En 1991 con mi hija y nieta abordamos un crucero, “Enrique Costa”, y fuimos por
los canales fueguinos y Ushuaia. En la parte delantera del barco, sobre lacubierta,
había una gran confitería donde conocí mucha gente. Vi varias veces a un matrimonio
de gente mayor sentado solo en una mesa. Al pasar cerca de ellos escuché que
hablaban alemán. La mujer estaba bien provista de joyas de oro, de manera que no
me costó mucho adivinar su origen. Siempre me gustaba trabar amistad con gente de
esa comunidad. Al saludarlos en alemán me invitaron a su mesa. Los dos eran
dentistas jubilados y de esmerada cultura.
Me contaron que en Alemania bajo los nazis estaban mal los que ocupaban puestos
públicos, pero los que desarrollaban actividades privadas lícitas de cualquier índole y
no estaban en el partido comunista, no tuvieron ningún problema. Hasta el asesinato
en la Embajada alemana en París, y la trágica “noche de los cristales rotos” (que ya
relaté); los dentistas se vinieron a la Argentina. “Pero, ¿cómo todavía están hablando en
alemán?”, les pregunté. Entonces el hombre muy ceremoniosamente dijo: “No hay
alemán más alemán que un judío alemán”. Esta frase lo resume todo… Nunca la voy a
olvidar.
Eso me dio a entender aún mejor que realmente el pueblo alemán nunca tuvo nada
contra los judíos, y éstos se sentían muy bien entre ellos. Ese distinguido matrimonio
era tan amable conmigo que en los días siguientes siempre me sentaba a su mesa, y
nunca me permitieron que yo pagara la consumición. Nos hicimos muy amigos.
Lástima que yo postergaba pedirle la dirección, y el último día era un alboroto tan
grande que no los encontré mas.
Siempre me pregunto: si los judíos de entonces se sentían tan alemanes ¿por qué los
actuales, que ni siquiera conocieron a Hitler y sus malditos nazis, deben exigirles a los
descendientes alemanes, que tampoco los conocieron, que paguen lo que no deben?
Toda esa trágica historia fue por culpa de los aliados, que en la Primera Guerra
Mundial dictaron tan drásticos castigos sobre Alemania. Que llevaron al abismo de la
miseria y la desesperación a la clase trabajadora, lo que preparó el clima para llevar al
poder a un alborotado dictador llamado Hitler. Al final debo recalcar que tanto he
conocido a los alemanes y a los judíos que tengo especial aprecio y admiración, por
distintas razones, por estos dos pueblos
CAMPOS DE CONCENTRACIÓN
–un sobreviviente de aquellas espantosas muertes–, que adquirí dedicado por el autor,
y leí con gran interés más de una vez. Porque quería saber, de primera mano, cómo se
manejaban tantos campos de concentración; ya que los nazis SS –o sea los cuadros
especiales de Hitler– no eran numerosos. Esas tropas fieles al Führer debían estar
desparramadas por todas partes, donde más se necesitaba; especialmente para
organizar los destrozados transportes y escoltarlos hasta los lejanos frentes de batalla.
Debían proveer a los desesperados soldados de víveres, armamentos y municiones,
debían combatir las numerosas guerrillas y obligar al ejército regular que luchara
hasta la muerte y no se rindiera ni retrocediera, como quería su Führer, e incluso
entrar en las batallas cuando era más imperioso. Con todas esas colosales necesidades
no podía admitir que los soldados de elite “SS” estuvieran parados de guardias o
encargados como capataces, para los grupos de trabajo, y esperar que los soldados
regulares sucumbieran sin alimentos, sin armamentos ni municiones, y que los
ejércitos enemigos vinieran para acribillarlos. Del mencionado libro se desprende con
claridad a quiénes delegaban los comandantes nazis el cuidado y el orden en los
campos, y cómo estos guardias cumplían esos encargos.
Había escuchado que los guardias y encargados de los grupos de trabajo eran otros
prisioneros, pero por ingenuidad o por el odio a los nazis, no lo podía creer. Ahora
entiendo, de seguro que era una norma de los comandantes nazis, ya que los
soldados “SS” no alcanzaban.
El distinguido escritor Jack Fuchs relata, en preguntas y respuestas con Liliana Isod,
los sufrimientos que tuvo que atravesar, que me emocionaron mucho.
Me resultaron estadísticamente interesantes las afirmaciones del Sr. Fuchs de que
en “Alemania había sólo 1% de judíos, mientras que en Polonia llegaban al 10%, por lo que
había una “situación de mayor ‘competitividad’, diferente religión, idioma, vestimenta...” 10. La
pregunta de L. Isod es: “¿Cree que la población polaca, checa o ale- mana –por
citar algunos ejemplos– sabía de la existencia de campos de concentración y
de exterminio?”, a lo que responde: “Campos de concentración hubo en Polonia, desde antes
de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Y, también en Alemania destinados a los revolucionarios
judíos y otras personas que se oponían al régimen en Polonia y Alemania.
“Esto no era ningún secreto. Mucha gente que estuvo algún tiempo recluida, salía y contaba. El caso
de Bruno Betthelheim es de los más famosos. Pero antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial
fue liberado...” 11.
El Sr. Fuchs considera que el mundo libre sabía más de los campos que la población
alemana debido a su desesperante situación. También cuenta que la
10 Jack Fuchs, “Tiempo de Recordar”, conversaciones con L. Isod, copyright 1995 y Edit. Meliá, Ayacucho
632 1º piso (1026) Bs.As., Argentina
11 Ibídem, pág. 46
106
relación con los polacos era poca y que a veces recibían gritos y hasta pedradas de
ellos. De manera que debía transitar por otro camino para no verlos.
Ante la pregunta: “¿Cómo se produjo la guetoización de Lodz?”, el Sr. Fu- chs
responde: “Al principio el gueto estaba semiabierto. La gente se mudaba pensando que sería algo
pasajero; que pronto terminaría la Guerra. Imagino que calculaban: ‘Bueno; vamos a vivir juntos.
No es la primera vez que pasa con los judíos’. Por más fanático que fuera, nadie imaginó lo que
vendría después”12.
El Sr. Fuchs cuenta también cómo vivían al venir al gueto: “Ocupaban las casas que
dejaban los polacos, que a su vez , fueron a vivir en las casas que dejaban los judíos. Hacer tantos
cambios, con los enormes problemas que tenían los nazis, sólo se puede llegar a una conclusión; que
ya se habrán vuelto locos o llenos de miedo por los sabotajes”. Justamente en todas partes de
Europa donde había alemanes, sean nazis o tropas regulares, había guerrilleros y actos
de sabotaje.
En la pregunta “¿Hubo algún tipo de organización para resistir?”: “En 1943
algunos bundistas formamos un grupo. Nos reuníamos con ‘alguien’ que había estado en el ejército
polaco. Él se encargó de enseñarnos cómo se manejaba un arma. Todo era con la imaginación,
porque yo nunca vi ni un revólver...” No fue como en Varsovia que tenía canales, diversas formas de
entrar y salir, de introducir armas...” 13.
Cuando L. Isod pregunta: “¿De qué se ocupaban?”, el Sr. Fuchs responde:
“Rápidamente se formaron grandes talleres. Mi madre trabajaba en uno en que se hacían zapatos de
paja, muy grandes, especiales para los soldados del ejército que debían estar parados mucho tiempo.
Esos calzados protegían del frío. Mi padre trabajaba haciendo calzado... Un tiempo trabajé en la
cocina del Bunol. Mi hermanita colaboraba en algo referido al cuero. La pequeña no cobraba.” 14
“¿Me puede hablar sobre la alimentación, en ese período en que vivió en el
gueto?” “Se empezó a racionar la comida, la mayoría de la carne era de caballo, también escasa
(tal vez comíamos una vez cada dos semanas). Durante los cinco años en que permanecimos
encerrados, nunca vi un huevo o una fruta... Los rabinos autorizaban a comer carne de caballo,
siempre que no se chupase el hueso. La mayoría de los judíos religiosos no comieron, aunque se la
servían a sus hijos” 15.
“¿Cuándo los deportaron a ustedes?”: “Lo más dramático y doloroso fue cuando se
ordenó la liquidación del gueto y, con ella, el fin de los últimos judíos, incluida mi familia.
Es algo que aún no puedo entender. Habíamos escuchado que los rusos estaban al lado, a cien o
ciento treinta kilómetros de Lodz... Detuvieron su avance por el levantamiento de los polacos,
en Varsovia. Si no hubiese sido por esa rebelión, hubieran entrado en Lodz y nos hubiéramos
107
salvado. Pero los rusos no querían, en ningún caso, que los polacos se liberaran solos. Una vez que
los alemanes hicieron su trabajo los rusos entraron. Creo que nos deportaron el 5 u 8 de agosto de
1944...” 16 .
***
108
DE AUSCHWITZ A LA LIBERACIÓN
“¿recuerda cómo fue la entrada en Auschwitz?” “Llegamos a Auschwitz en agosto
de 1944. Era verano. Inmediatamente nos aislaron; los hombres por un lado y las mujeres y niños
por el otro. Todo se hizo con tanta rapidez que no nos dimos cuenta de nada.
Hicieron la ‘selección’. Yo estaba junto a mi padre. Nos dividieron. Un kapo* judío le dijo a mi padre
que era mejor que nos separásemos. Mi papá me empujó para que me fuera. No sé si sabía cuál iba
a ser su destino. Nos llevaron a las duchas. Previamente nos sacaron las ropas. Nos raparon
totalmente...”17. Para evitar confusiones: ese trabajote rapado se realizaba para evitar que
los piojos se multiplicaran por falta de higiene. Pero esa tarea no se hacía por los nazis,
sino por otros prisioneros y por sus “capos”(*) los jefes judíos. Para evitar la
tremenda peste bubónica. Incluso después se le gasificaba la cabeza para matar los
huevos de los piojos.
“En Auschwitz estuve diez días o, tal vez , una
semana. Después nos enviaron a Dachau, en Alemania. Antes de subir a los vagones
nos registraron con un número. En mi caso fue el 95.798, sin tatuarnos. Nos dieron pan y algunas
ropas. Y los kapos judíos dijeron: “Ustedes se salvaron” 18. Sin duda los capos tenían cierto
poder y privilegios en ropas, comidas, etc.
Cabe destacar que Auschwitz ha sido un gran centro industrial construido con toda
prisa por los nazis. Porque ha sido un lugar más lejos de los bombardeos y más cerca
del frente ruso, y como territorio amigo no fue bombardeado. Además han podido
atestarlo con prisioneros de guerra. Y para no escaparse los metían en campos de
concentración.
En cuanto al campo de concentración de Dachau, el Sr. Fuchs relata que era un
campo de trabajo. Que tenía un centro y varios satélites a la vuelta y que al principio
no fue tan difícil, pero con el tiempo la situación había empeorado; especialmente en
el helado invierno de 1944-45, con lo cual muchos prisioneros
habían enfermado. Es conmovedor cuando el Sr. Fuchs relata que cuanto más cerca
estaban de la liberación, más inalcanzable parecía, que el desastre en los campos de
concentración en los últimos tiempos de la guerra fuera total, cuando los nazis
estaban acorralados y desesperados. Con toda seguridad, los coman- dantes de los
campos ante la grave situación (al no tener provisiones ni poder producir),
impotentes, esperaban el final por lo que muchos de ellos preferían ir a luchar contra
109
los soviéticos, que esperar su llegada y que los acribillaran. Nunca pude entender tanta
irresponsabilidad de parte de la cúpula gobernante nazi, seguir la guerra sabiendo
que la iban a perder.
A la pregunta : “Sí. Se convirtió en un campo de enfermos... a
principios de marzo de 1945. Primero comenzó el tifus. No fue lo único: hubo disentería, tuberculosis y
desnutrición. La fiebre era altísima. Todo el campo se colocó en ‘cuarentena’. Nos enfermamos. Cada
vez había menos comida. Nos alimentábamos una vez por día y casi nada. La gente se moría. Los
cadáveres eran llevados a Dachau central para cremar...” 19.
Es triste el relato del Sr. Fuchs cuando a unos días de la liberación estaba muy mal,
sentía cómo poco a poco se iba muriendo. En el campo, de unos 2.000 prisioneros,
veía a su alrededor cómo amigos y compañeros se iban apagando. Tan grande ha sido
el desorden en el campo, que por eso pudo escapar hasta llegar a un galpón, donde
pasó la noche en una parva de heno. Al ser encontrado por los habitantes de la casa,
éstos, sin hacerle ninguna pregunta, lo alojaron en una pie- za, lo calentaron y le dieron
comida. Entonces pesaba nada más que 38 kilos.
RECUPERANDO LA VIDA
“Tras esos dos o tres días me llevaron a Saint Ottilien ( Bavaria): fue un
monasterio transformado, durante la Guerra, en hospital. Fue utilizado para la internación de los
soldados alemanes heridos. Los americanos lo ocuparon. Trasladaron a los germanos a otros lugares,
agrupando allí a los ex prisioneros de campos de concentración” 20. “...Las monjas y médicos –
alemanes– nos trataban bien, con cariño. Nuevamente el misterio del ser humano. Si dijese otra cosa,
mentiría...” 21.
“Luego me enviaron a un sanatorio especial para
tuberculosos, en el que permanecí seis meses, ubicado en Gauting ( Bavaria), no lejos del anterior.
Esa institución estaba bajo supervisión de los americanos. Antes había sido destinada a aviadores
germanos. ...Era un lugar en el que se reponían los asmáticos de la Fuerza Aérea
19
Ibídem, pág. 100.
20
Ibídem, pág. 105.
21
Ibídem, pág. 106
Alemana. Nuevamente retiraron a todos los enfermos alemanes. Nos asignaron ese lugar para
nosotros. Había rusos, polacos... La mayoría éramos sobrevivientes de Dachau.” 22
Me permito una reflexión: me parece bien que se haya dado buena atención a los
enfermos de los campos de concentración. Pero como conocí bien la crueldad de los
aliados durante
la guerra, puedo imaginarme que a los enfermos o heridos alemanes los habrán
echado sin misericordia, “fuera” y se acabó. Como si el ser alemán, que en un 90% no
era nazi, no tuviera alma, no sintiera dolor ni tuviera sufrimientos. Esos eran los
110
22
Ibídem, pág. 10
Para esclarecer más la verdad sobre el holocausto y la muerte de gente ino- cente,
sería interesante también mencionar el testimonio de otro sobreviviente, el
distinguido Dr. Víctor Frankl, psiquiatra, renombrado analista y creador de la
Logoterapia, que escribió, entre otros, el libro “El hombre en busca de sentido” 23, donde
relata su penoso cautiverio.
Citaré sólo algunos pasajes del mencionado libro en donde presenta los su-
frimientos, la vida y la muerte por falta de alimentos, ropa y medicamentos (que
tampoco había en toda Alemania), así como también los comportamientos, a veces
sádicos, de los guardias, los “kapos”, que eran otros prisioneros seleccio- nados por
el comandante SS. Presenta un drama desolador.
111
El Dr. Frankl escribe: “Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermos de tifus; los
delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando. Apenas acababa de morir
uno de ellos y yo contemplaba sin ningún sobresalto emocional la siguiente escena, que se repetía una y
otra vez con cada fallecimiento. Uno por uno, los prisioneros se acercaban al cuerpo todavía caliente de
su compañero. Uno agarraba los restos de las hediondas patatas de la comida del mediodía, otro
decidía que los zapatos de madera del cadáver eran mejores que los suyos y se los cambiaba. Otro
hacía lo mismo con el abrigo del muerto, y todo esto yo lo veía impertérrito, sin conmoverme lo más
mínimo...”
Luego agrega: “Mientras mis frías manos agarraban la taza de sopa caliente de la que yo sorbía
con avidez , miraba por la ventana. El cadáver que acababan de llevarse me estaba mirando con sus
ojos vidriosos; sólo dos horas antes había estado hablando con aquel hombre. Yo seguía sorbiendo mi
sopa.”
En otro párrafo nos relata: “Afortunadamente el «capo» de mi cuadrilla se sentía obligado hacia
mi; sentía hacia mí cierta simpatía porque yo escuchaba sus historias de amor y sus dificultades
matrimoniales, que me contaba en las largas caminatas a nuestro lugar de trabajo. ... “me había
reservado un puesto junto a él en las cinco primeras hileras de nuestro destacamento, que normalmente
componían 280 hombres. Era un favor muy importante. “...”Todo el mundo tenía miedo de llegar
tarde y tener que quedarse en las hileras de la cola. Si se necesitaban hombres para hacer un trabajo
desagradable, el jefe de los «capo» solía reclutar a los hombres que necesitaba de entre los de las últimas
filas. Estos hombres tenían que marchar lejos a otro tipo de trabajo, especialmente temido, a las órdenes
de guardias desconocidos. Todas las protestas y súplicas eran silenciadas con unos cuantos puntapiés que
daban en el blanco y las víctimas de su elección eran llevadas al lugar de reunión a base de gritos y
golpes.
23
Frankl V.E., “El hombre en busca de sentido”, 19ª ed., Edit. Herder 1998, págs. 43, 48 y 68.
Antes del macabro final el Dr. Frankl cuenta que a veces improvisaban un
espectáculo de cabaret: “Se despejaba temporalmente un barracón, se apiñaban o se clavaban
entre sí unos cuantos bancos y se estudiaba un programa. Por la noche, los que gozaban de una
buena situación –los «capos»– y los que no tenían que hacer grandes marchas fuera del campo, se
reunían allí y reían o alborotaban un poco; cualquier cosa que les hiciera olvidar. Se cantaba, se
recitaban poemas, se contaban chistes que contenían alguna referencia satírica sobre el campo.” 24
En “¡Quién fuera un preso común!” el Dr. Frankl cuenta cómo al ver a un grupo de
convictos pasar por donde estaban trabajando, se les hizo patente lo que era la
relatividad del sufrimiento y llegaron a envidiar a esos prisioneros, ya que su
existencia era feliz, segura y relativamente ordenada. Añoraban los beneficios que
estos seguramente tendrían: bañarse regularmente, cepillos de dientes, colchones,
ropas, y el correo que les traía noticias de sus familiares, saber si estaban vivos o
muertos. Incluso envidiaban a aquellos que podían entrar a trabajar en una fábrica, al
resguardo de la intemperie, en lugar de chapotear en el fango durante doce horas
diarias, expuestos a sufrir accidentes fatales al vaciar los artesones de un pequeño
112
24
Idídem
sólo cumplió su promesa, sino que, como prueba de ello, el antiguo comandante del campo de
concentración fue, de algún modo, repuesto en su cargo, encargándose de supervisar la recogida de
ropas entre las aldeas bávaras más próximas y de distribuirlas entre nosotros.”
Al leer ese libro uno llega a la conclusión de que, durante las guerras y en los
campos de concentración, sucedían tantas calamidades que en la vida real, uno no
se puede imaginar. Le recomiendo al lector la lectura de este libro del distinguido
Dr. Víctor Frankl.
refugiaron allí, pensando que esa ciudad no sería bombardeada. Muchos se ampararon
en barracas, en las escuelas, plazas y hospitales. Antes de terminar del todo la guerra,
al parecer para no dejar bombas sin utilizar y gente sin aniquilar, los aliados
mandaron durante un día tres mortíferos ataques con
1.200 bombarderos superfortalezas cada uno, como era su costumbre, masacran- do
más de 300.000 seres totalmente indefensos. Escuché que el último ataque había sido
para ametrallar a los sobrevivientes que corrían desesperados de un lado para otro.
Siempre me acuerdo que en un torneo de golf seniors en Chile, en la cena de
despedida en la cancha del “Prince of Wales”, estaba yo sentado en una mesa con un
irlandés que había sido aviador de la RAF (Royal Air Force) que, según él, en principio
tenían mucho miedo de los veloces cazas alemanes. Pero después ya desaparecían. No
pude aguantar decirle que, mientras para ustedes: “volar sin resistencia sobre un
territorio enemigo y tirar bombas adonde querían era una diversión más. Pero para
nosotros abajo, era un terror indescriptible”. Nos miramos un momento y yo me
sonreí. Alguien del grupo le preguntó por qué destruyeron Dresden, que era una
ciudad abierta, a lo que él contestó: “Se decía que los nazis guardaban allí armas
secretas y había que destruirlas”. Lo mismo sucedió con Saddam Hussein, cuando los
aliados insistían falsamente en que él tenía armas secretas de destrucción masiva y
destruyeron todo un país, Irak, que no tenía ni siquiera armas para defenderse como
cualquier otro país del mundo
Sus tanques y su aviación estaban oxidados; sin embargo los norteamericanos, como
los ingleses, votaron por segunda vez a George W. Bush y a Anthony Blair. Eso
significa que hay importantes pueblos que prefieren las guerras, la destruc- ción,
matanza y dominación de las riquezas ajenas.
Todo el mundo se acuerda de la bomba atómica que el 6 de agosto de 1945
el avión estadounidense, llamado “Enola Gay”, dejó caer sobre Hiroshima y
Nagasaki (el día 9). Si tenemos en cuenta que una bomba atómica de entonces
tenía un poder de explosión de 20.000 ton de TNT, mientras cada oleada de
1.200 superfortalezas llevaban unas 20 ton de bombas cada uno, quiere decir que
arrojaban unas 24.000 ton., estará claro para el lector el poder de destrucción que
arrojaron los aliados, en un día, sobre Dresden.
Con ese solo crimen, los aliados mostraron que no tenían alma. Hay que re-
cordar la opinión del líder francés, Daladier, quien decía antes de empezar
la 2ª guerra mundial que Alemania debía ser reducida a un país agrícola,
con no más de cuarenta millones de habitantes. Con toda seguridad eso
justificaba la matanza despiadada de la gente indefensa. Porque los franceses
no se podían conformar con la existencia de un pueblo tan grande, trabajador
y vigoroso como son los alemanes. Así Inglaterra quedaría dueña de los mares
del mundo, y Francia, la potencia dominante en Europa que fue el legado de
Napoleón. Todo estaba fría e inhumanamente calculado. Derrotar por todos
los medios a Alemania y mantenerla ocupada para siempre. Y efectivamente la
114
ocuparon las cuatro potencias, nada menos que por 45 años, casi medio siglo. Sin
embargo se dieron cuenta al final de que el coloso soviético era una verdadera y
latente amenaza, y no sólo para Europa sino para el mundo entero.
¿Se puede justificar el feroz bombardeo de la capital de Bulgaria, Sofía, en
el último tramo de la guerra, teniendo en cuenta que Bulgaria no entró en ella
y quedó neutral? Además, por las hábiles tratativas de nuestro rey, fueron de-
morados varios meses los ejércitos alemanes para pasar a Grecia y atacar a la
flota inglesa en el Mediterráneo. Eso demoró la campaña de Hitler contra Rusia.
Llegó el tremendo invierno y fracasó el rápido avance del ejército alemán y la
toma de Moscú. Además Bulgaria no entregó al nazismo ni un solo judío que,
en vez de estar muchos de ellos integrando la guerrilla, Hitler los quería para
que le trabajaran y evitar que maten a sus soldados heridos que se reponían en
Bulgaria. Pero como en Inglaterra había abundancia de bombas, de aviones y
pilotos acostumbrados a destruir y matar gente y sin tener ya nada que hacer, es
que el “pulgar” se bajó sobre Sofía.
***
115
CAPÍTULO V
–dijo el motociclista– los alemanes lo han herido”. “¿Y qué diablos han ido a hacer allí? A
provocarlos seguro. Llévalo de nuevo a ellos y pídeles que lo curen, porque nosotros ya no tenemos ni
médicos ni remedios”.
El convoy estaba listo para arrancar en dirección a Sofía. Estábamos acostados
sobre la misma carga dura. De pronto escuchamos explosiones y vimos que los
soldados corrían a toda prisa. Desesperado yo salté del vagón y di varias vueltas;
corríamos por unos campos de girasoles cuyos discos me daban justo en la cabeza. Al
llegar a una hondonada, me tiré al suelo. Metía la cabeza bajo la alta vegetación y me
di cuenta de que mi nariz estaba en un charco de agua. Aunque no podía respirar
aguantaba lo más que podía, mientras cientos de esquirlas silbaban sobre nosotros.
Al cesar las explosiones y salir hacia arriba, vi que de los dos últimos vagones
donde estábamos con nuestro equipaje, quedaban sólo hierros retorcidos. Las valijas
que sufrimos tanto para traer, habían volado por los aires. Quedamos sólo con lo
puesto encima, y un compañero tenía la oreja arrancada.
Se dio orden de abordar los vagones que se salvaron. Me tocó subir al vagón donde
estaban el coronel y los oficiales. El tren marchaba a paso de hombre. Varios soldados
caminaban a lo largo de la vía como escoltas ante posibles ataques guerrilleros.
En el gran silencio un oficial dijo: “¿No habrán sido los alemanes que dispararon a los
vagones con los proyectiles?”. El coronel respondió: “Eso es poco probable, los alemanes no son
capaces de eso. Pero de lo que estoy seguro es de que ustedes no observaron la pólvora
desparramada en el piso de los vagones. Alguien tiró un cigarrillo sin apagar, o una chispa de la
locomotora que maniobraba provocó las explosiones”.
“Además –prosiguió el alto oficial–, mientras ustedes corrían para salvar sus vidas, el
conductor del tren y yo salvamos estos vagones. Si no tendríamos que caminar a pie 200 km. hasta
llegar a nuestra patria ¿No tienen conciencia de que yo también tengo alma y tengo mujer e hijos que
me esperan?”. Era evidente que la moral entre las rígidas tropas búlgaras había caído
muy bajo. Sentado a un lado del vagón me dormí profundamente. Desperté al
escuchar los ruidos de una gran estación: la capital de Bulgaria, Sofía. Era el 8 de
setiembre de 1944.
Una columna de los ejércitos rusos pasó por nuestro pueblo. Por la noche, las
dos fondas que vendían bebidas alcohólicas estaban repletas con soldados rusos.
Con un amigo a quien le gustaba mucho el aguardiente, fuimos a uno de esos
lugares. Al vernos, unos siete u ocho soldados que estaban sentados en la primera
mesa a la izquierda nos invitaron a sentarnos con ellos. Tomaban la “vodka búlgara”
en vasos de vino. De inmediato pidieron uno para cada uno de nosotros.
Brindaban a cada rato: “Na sdorove bratushka” (Salud hermano). Yo apenas mojaba
mis labios. En eso entró un coronel. Algunos de las otras mesas hicieron la venia.
Uno de la nuestra, “por lo bajo”, dijo: “Eta jit” (judío) “ebe o mat” (un insulto a la
madre, en ruso). Todos se hicieron los distraídos, pero nadie saludó. Aunque ya
sabía que los rusos eran antijudíos me llamó mucho la atención. Con el pretexto de
que me iba al baño aproveché para irme, mientras mi amigo se quedó brindando.
Stoian, mi sobrino, era un marxista fanatizado. Uno de los tantos jóvenes que yo había
adoctrinado en mis años de ilusión ideológica. Al día siguiente llegó a casa en
compañía de soldados rusos. Era obvio que les había informado que yo recién
llegaba de Alemania.
Esa misma noche dos soldados vinieron a buscarme. Me llevaron a las afueras del
pueblo, a una tienda de campaña donde funcionaba el comando ruso. No puedo
ocultar que me entró miedo y mis rodillas empezaron a temblar. Al rato se presentó
un capitán para interrogarme. Quería saber cuándo, cómo y por qué había estado en
Alemania. Una luz intensa me dañaba los ojos. Se cansó de for mular preguntas y
desapareció. Me invadían los nervios. Estaba solo. Conjeturé que era observado por
alguna abertura de las lonas. Hacía esfuerzos indecibles por mantenerme sereno y
distraído. Resultaba el colmo de las paradojas, sobrevivir a las colosales bombardeos,
metrallas, explosivos y riesgos de muerte en Alemania y en aquel tormentoso viaje,
regresar al pueblo natal y de pronto sentir amenazada mi existencia a manos de los
hermanos rusos.
Luego ingresó un jefe de mayor graduación. Cumplía el interrogatorio en forma
más agresiva. Le respondía de la misma forma que lo hiciera con el capitán.
Cualquier diferencia podía costarme caro. En medio de la desesperación me alumbró
una chispa de coraje y decidí reaccionar; yo no era reo, además, no tenía qué temer y
de nada me podían culpar.
Comencé a hablar con decisión y en voz alta relaté mi indignación al haber visto a
mujeres rusas llevadas a la fuerza por los nazis, para limpiar y lavar las calles de las
ciudades. (Después me enteré de que en la U.R.S.S. ese trabajo era realizado
justamente por mujeres). A continuación largué una tanda de insultos contra los nazis
que me perseguían, hacían mis estudios imposible, y otras mentiras de modo que le
impedía hablar al oficial.
Recalqué que debí interrumpir mis estudios de ingeniería para volver a la patria,
esperanzado en que el poderoso ejército soviético los aplastaría cuanto antes. Mi
enérgica acusación contra los nazis lo serenó. Me observó un rato y con una seña hizo
comparecer a un sargento dándole una orden que no entendí. El suboficial indicó que
121
Lo que más me impresionó y nunca olvidaré fue que al volver a mi unidad de servicio,
en una ciudad en el sudeste de Bulgaria, a todo el batallón nos llevaban, de noche, a la
plaza pública. Allí estaban convocadas miles de personas. Nadie se animaba a faltar
En un balcón, encapuchados, estaban paradas entre 10 y 15 personas. Un “fiscal
del pueblo” empezaba a nombrarlos uno por uno y acusarlos de delitos contra el
pueblo, de explotadores y nunca faltaba la acusación de colaboración con los nazis, y
preguntaba: “¿Qué condena merece este reo?” Abajo del balcón, en la oscuridad, había
unas 30-40 personas que de inmediato gritaban: “Muerte, muer- te”. Así a cada uno,
sin conocerlo, todo el mundo gritaba muerte; los ecos de los soldados retumbaban en
la plaza.
La primera vez me sentí muy mal, se me revolvió el estómago de gritar muerte a
gente que no conocíamos y que seguro no tenían culpa alguna. O siendo
anticomunistas era suficiente para condenarlos a muerte, ya que era la única
condena para todos. Se escuchaban comentarios de que los “condenados” ya estaban
todos muertos, liquidados las noches anteriores. Porque los soviets (comités) eran
todopoderosos e implacables, ávidos de poder. Ellos no tenían obligación de rendir
cuentas por sus actos a nadie. Disponían de la vida y la muerte en su “territorio”.
Entonces entendí por qué los encapuchados –supuestos reos– nunca protesta- ron,
nunca gritaron o lloraron, no se les escuchaba decir nada. Seguro era gente del
partido que se prestaba al escenario. Después de terminar el “gran show” seguro
iban a festejar su hazaña y dedicarse a buscar y matar a los anotados en las listas
negras.
1817 el padre de Marx se pasó a la religión protestante y años más tarde, tanto
su madre como él y sus hermanos tomaron la nueva religión.
En el libro “Las máscaras de los célebres”, Nicola Nicolov comienza su exposición sobre
Marx diciendo: “La primera parte del siglo XX se define con el movimiento marxista y el
vertiginoso desarrollo del imperio financiero de la dinastía Rockefeller... Karl tuvo un gran complejo de
inferioridad debido a su ascendencia. Él siempre consideró que por eso la gente no puede dar valor a
su dignidad. De todo eso culpaba a su origen, al que ha profesado un profundo odio. Sus sentimientos
son expuestos en sus publicaciones de 1844 en ‘Deutsch Französishe Jarbuch’ en la que hace
preguntas a las cuales él mismo contesta (en forma muy agresiva): ‘¿Quién es el Dios de los judíos?
–el dinero. ¿Cuál es la base del judaísmo? –el egoísmo, la altanería y la avaricia, etc...” 25
El Sr. Nicolov prosigue: “Con todas estas declaraciones el renegado Karl Marx se hace fundador y
padre no sólo del comunismo sino del nazismo, el que más tarde Hitler y sus íntimos utilizan…” ...
“En la universidad de Derecho, Marx en un principio hace ostentación de su religión cristiana y
estudia las bases de las leyes canónicas y religiosas, con lo que con euforia es cribe una carta a su padre,
el 10 de noviembre de 1837: ‘Yo me baso en las ciencias exactas…’
Más tarde se define no sólo como antijudío sino antirreligioso, especialmente contra el catolicismo en
particular. En muchos de sus escritos calificará a la religión cristiana como religión judía; él ataca a la
religión y la califica como ‘opium’ de las masas, pero a la vez roba su doctrina diciendo que ‘si se
produce para obtener ganancias es un pecado muy grande –haciendo de esta afirmación la base de su
nueva religión marxista, ateísta o comunista…” 26. De sus lecturas de Hegel, Marx aprendió
la dialéctica de la tesis, antítesis y síntesis. Sin embargo, se define por la idea del
materialismo dialéctico.
Por un lado había quedado muy pobre y por otro, por ser un hombre muy ocupado y
apresurado, Marx no aguantaba sentarse en la peluquería para que le cortaran el
cabello y la barba. Como más tarde fue famoso por su rebeldía, se puso de moda que
para ser rebelde y obsesionado por algo, para ser izquierdista y parecerse a Marx, debía
dejarse crecer la barba.
Marx tenía muy claro que la riqueza de los capitalistas se debía a la explotación de los
proletarios, o sea la plusvalía que obtenían por el trabajo mal pagado.
(La verdad es que hoy yo no soy para nada marxista, pero estoy en gran parte de acuerdo
con ese pensamiento.)
Escribió un voluminoso tratado en alemán, “Das Kapital” que fue para él una obra
magna –aunque para mí, muy extensa y un poco aburrida. Marx y Engels, un
importante intelectual del mismo origen, en el famoso “Manifiesto Comunista”
25
Nicolov, Nicola M.: op. cit., pág. 50.
26
Op. cit., págs. 51-52
vaticinan: “Una sombra se avecina sobre Europa y hace temblar a la burguesía. Proclamando así la
lucha de clases”.
Sin duda, el comunismo no es para pueblos atrasados. El comunismo era para
127
pueblos con un nivel cultural mucho más alto, pueblos que aman el trabajo y la
dedicación útil y provechosa. Pueblos que han nacido para trabajar como son los
alemanes, incluyendo Austria y los países nórdicos de Dinamarca, Noruega, Suecia y
Finlandia.
Pero los capitalistas que financiaron y después explotaron la revolución bol-
chevique lo hicieron además con otra visión, la dominación del mundo con la
democracia. Les sirvió de buena experiencia al ver cómo se maneja, desde arriba, a las
masas populares, y como se aprovecharon del sistema al máximo, como lo verán más
adelante. Porque eso les puede servir, en el futuro, cuando tengan en sus manos el
poder total mundial, el económico-financiero y, con eso, el poder político; y eso ya
no es novedad para nadie.
trotskista fueron condenados a muerte y ejecutados. Ésa fue la más conocida de las
acusaciones y ejecuciones de las tantas que realizó Stalin para liberarse de jerarcas
“extranjeros” (como él decía) con nombres rusos, por desviación y trotskismo. En
todos esos años Stalin, por su rudo carácter, tuvo muchos enemigos dentro del
partido y el politbüro. Pero también siempre tuvo a sus espaldas muy fieles
camaradas. Nunca se escuchó de un atentado directo contra su persona, como tantos
atentados se cometieron, en tan poco tiempo, contra Hitler. Stalin estaba siempre
fuertemente custodiado detrás de las altas murallas de la fortaleza del Kremlin por
“verdaderos rusos”, como él decía, y alertándolos para que vigilen a “ellos”, los
extranjeros. Salía de allí sólo en raras ocasiones, muy de imprevisto, por cualquiera
de los múltiples puertas del Kre- mlin, con una gran escolta.
El proceso de la más ínfima “desviación” siguió hasta el año 1938, cuando fue
eliminada toda forma de oposición. Mientras tanto, la industrialización pesada de
Rusia estaba en pleno desarrollo. En 1939 Stalin reemplazó a Litvinov al que no le
tenía mucha confianza a causa de su origen, y nombró en su lugar, para más
seguridad, a su más fiel amigo ruso, Molotov, como ministro de Relaciones
Exteriores de la Unión Soviética, y con él se firmó un pacto de no agresión con
Alemania bajo los nazis. El 1º de setiembre de ese año comenzó la invasión a Polonia y
su posterior repartición con Rusia. El 29 de noviembre de 1939 estalló la guerra entre
Rusia y Finlandia, donde a los rusos les sucedió algo parecido como en Afganistán,
años después. En Finlandia perdieron por el intrincado territorio de los innumerables
lagos, y en Afganistán, por las grandes montañas y el invalorable apoyo logístico,
económico y de armamentos brindado por los E.E.U.U. a los tan nombrados
talibanes, que años después debieron ir a combatir.
El 22 de junio de 1941, mientras las tropas alemanas invadían Rusia, Stalin
forma el Comité de Defensa Nacional bajo su presidencia, con lo que se nombró
comandante de las fuerzas armadas de la U.R.S.S. y comisario de Defensa. En
1942 Stalin firmó el tratado de alianza con Inglaterra y más tarde con EE.UU. Ya
fracasada la ofensiva nazi ordenó el contraataque. Ese año, el 19 de noviembre, los
ejércitos alemanes, compuestos por 600.000 soldados bajo la orden del famoso
general Von Paulus, habían atacado Stalingrado, sobre el legendario río Volga, y
ocupado la orilla occidental. Stalin, temeroso de perder el dominio de la ciudad que
lleva su nombre, con toda prisa transportó los 900.000 soldados soviéticos que tenía
en el lejano oriente, en Vladivostok, que estaban como reserva por temor a un ataque
japonés. Sin embargo, con una enorme concentración de fuerzas militares, tanque y
artilleria pesada, desde la costa oriental del Volga, bien pertrechados con artillería de
grueso calibre, los rusos atacaban sin cesar a las tropas alemanas.
Dado que Hitler desparramó sus fuerzas por toda Europa, el ejército del Gral. Von
Paulus carecía de abastecimiento. De nuevo se desató un crudo invierno y cientos de
miles murieron de frío y de hambre.
A pesar del pedido de Von Paulus de retroceder, el Führer, como siempre, se
130
opuso tenazmente a ello, nombrándolo mariscal de campo, título que él no quiso usar.
Al fin, después de tantos sufrimientos y muertes, el 30 de enero de 1943
Von Paulus se rindió, llevando al cautiverio a los restantes 110.000 sobrevivientes y
maltrechos soldados.
En noviembre de 1943 se realizó la conferencia entre Stalin, Roosevelt y
Churchill en Teherán, donde echaron las bases del nuevo orden internacional.
Mientras, en febrero de 1945, ante el fin de la guerra, Stalin convoca a la Confe-
rencia de Yalta, en Crimen sobre el Mar Negro, donde los líderes occidentales le
entregan en forma oficial como “regalo”, como ya mencioné, los seis países de
Europa Central, desde el Mar Negro hasta el Báltico. O sea: Bulgaria, Rumania
Hungría Slovaquia, Chequia, Polonia y Alemania Oriental, incluso los tres países
bálticos. Con eso Stalin se erigió como el gran triunfador. Por todo el éxito
obtenido en la guerra fue nombrado “Generalísimo Stalin”.
Derrotada Alemania, y al ocupar todos los países centroeuropeos, comenzó el
terror para instalar el duro régimen soviético: todo en manos del Estado. Después de
obtener todos los honores y provisorias aspiraciones territoriales, Stalin emprendió
una dura política de penetración ideológica en todas las posiciones de Occidente. Al
final ese excepcional político, estratega, ideólogo, extremo y cruel dictador de todos
los tiempos, murió el día 2 de marzo de 1953 de un ataque al corazón a los 74 años.
Fue uno de los más grandes dictadores que se mantuvo por más de treinta años en
el poder y murió por causas naturales.
Considero que por los enormes dominios rusos obtenidos en tiempos de Stalin, tarde o
temprano será reivindicado como el héroe más grande de su historia, por cuanto los
rusos son un pueblo muy imperialista. Siendo nacido y criado en Georgia, con un
idioma diferente, él nunca había aprendido a expresarse bien en ruso. Por eso sus
discursos fueron muy pausados pero concretos
Sería interesante mencionar que, en el Organismo de las Naciones Unidas
(O.N.U.), las cinco potencias mundiales aliadas por conveniencia, EE.UU., Rusia,
Inglaterra, Francia y China, tenían derecho de “veto”, o sea, al oponerse su re-
presentante a algunas de las resoluciones del organismo, ésta quedaba sin efecto. Así
disponían de la suerte del mundo. Qué “dictadores democráticos”, ¿verdad?
Como el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Molotov, hacía exagerado
uso de este derecho, con el término ruso “NIET”, se ganó el apelativo “Mr. Niet”.
Cuando vi a Hitler pasar tan despacio frente a nosotros, era como si quisiera
decirnos “si quieren ver un moribundo andando, aquí estoy”. Era totalmente al revés de lo
que sucedió con el legendario héroe español “El Cid”, quien aun muerto, puesto
erguido sobre su caballo, parecía un guerrero invencible, inmortal.
131
Lo que el mundo no sabe y yo tampoco lo sabía, hasta el año pasado, 2006, fui a
presentar mi libro en alemán. No podía creer que Alemania, hasta el día de hoy, no
tiene firmado con los vencedores de la IIª Guerra Mundial un Tratado de Paz,
adonde figure lo que debe perder y lo que debe pagar. Por eso, de esa manera,
además de las indemnizaciones nunca definidas del famoso Holocausto de cientos de
miles de millones de dólares de un mayor valor ya pagados, se le agregaron: oro
nazi, pago de trabajos esclavos, pago de joyas y cuadros supuestamente robados
(¿por quién y cuándo?), etc., etc.
Desgraciadamente, todas las aberraciones cometidas por Hitler y su piara
tuvieron que ser injustamente pagadas por el sometido pueblo alemán, primero por
el duro régimen nazi y después por los crueles vencedores. Nunca me cansaré de
repetir que el pueblo alemán no era nazi, ni antisemita. En tres años viviendo con
ellos, nunca escuché a alguien que alabara a Hitler ni decir una palabra contra los
judíos. Aunque hoy prácticamente no tengo amigos alemanes pero sí muchos judíos,
me llamó mucho la atención y me dolió ler el diario “La Nación” del 27/08/2007, pag.
9: “La comunidad judía da un paso para reconciliarse con Alemania”. Después de
más de 60 años, “el presidente de la DAIA nunca había ido a Alemania ni planeaba
hacerlo. Hasta procuraba evitarlo como no pocos miembros de la comunidad judía,
cuando el aeropuerto de conexión para ir a Israel era Frankfurt”. Qué fanatismo,
¿no? ¡Pobres alemanes!
Como último recurso, en el otoño de 1945 mi pobre madre me entregó las pocas
joyas que tenía guardadas. “Es todo lo que tengo, hijo, tómalas y márchate lejos de aquí.” A los
68 años y sin medicamentos su salud estaba quebrantada. Me resultaba doloroso
alejarme de ella. No tenía otra alternativa: o partía o me quedaba atrapado para
siempre.
El nuevo gobierno había abierto una facultad de Ingeniería. Pero sus profeso- res
poseían poca experiencia y carecían hasta de programas de estudios. Además, con el
estallido de los vagones al regresar por Yugoslavia, mis certificados de estudio habían
desaparecido. Encontré en Sofía a otros estudiantes de Alemania en la misma situación
que la mía. En los primeros meses después de la guerra algunos habían logrado salir del
país (mientras yo estaba haciendo el servicio militar), y antes de que los comunistas
cerraran las fronteras, pero en esos momentos era ya imposible. Después de haber
soportado los tormentosos bombardeos, de ningún modo me resignaría y triplicaría los
esfuerzos que fueran necesarios para escapar de aquella barbarie. Sabía que la peor
derrota era la falta de acción.
134
ese episodio jamás me dejé vencer por el contratiempo ni menos me resigné. Había
conseguido algo que los demás compañeros no podían ni soñar. Mi autoestima me
hacía pensar que “a Dios rogando y con la cabeza pensando se podían remover
montañas”. Con el pasaporte y las visas en mis manos mi alegría era inmensa, pero
CAPÍTULO VI
años. No usaba el uniforme militar tradicional, sino uno de color oliva con insignia
de comandante de guerrilla. “¡Buena nena debía haber sido para merecer tal distinción!” dijo
despacito mi viejo amigo. No dormí cómodo, más aún, simulaba hacerlo
profundamente para evitar tentaciones. La jefa movía el cuerpo constantemente sobre
mi espalda y yo rehuía cualquier temerario compromiso.
Al despertarnos, el teniente preguntó con sorna cómo había sido nuestro
descanso. “Bueno”, respondió ella sonriente, “a pesar de que el ingeniero me tenía miedo
porque cada dos por tres aflojaba la espalda”.
Fuera del frío que padecíamos en aquel vagón de carga soportábamos además el
problema sanitario. Jorge, a causa de sus males, orinaba junto a la cama, en una
esquina del vagón. Que no se inquiete el lector, porque con el intenso frío todo se
congela y sin originar mal olor. Los restantes aprovechábamos la oscuridad para
abrir discretamente la puerta corrediza. Stefanka, en cambio, esperaba que el tren se
detuviera en las estaciones del trayecto. Cada vez que el tren paraba en alguna
estación nos apurábamos a buscar el “toilette”.
EN LA VIENA IMPERIAL
los dedos sobre la boca indicando silencio. Me explicó que el sujeto había traído a
una jovencita. “¿Ud. no escucha esos gritos de desesperación de la muchacha?”, le dije. “El
capitán es un buen inquilino y no deseo perderlo”, contestó la viejita. Mis nervios estaban de
punta.
Sucedía que en Viena, como en toda Austria y Alemania, el hambre y las
necesidades eran enormes. Mientras tanto reinaba la opulencia en el casino de los
oficiales norteamericanos, provisto de buena comida, bebida, café, chocolate,
cigarrillos, etc., que eran tan codiciados, por lo que las muchachas merodeaban de
noche en procura de encontrar quien las invitara. Poco a poco apaciguaron los
gritos, no así los sollozos. Dormir no podía, estudiar tampoco, y menos salir a la calle
en medio del frío intenso de la madrugada, así que comencé a caminar por la
habitación como animal enjaulado. Me acerqué otra vez a la cocina para preguntar a
la viejita si aquellos escándalos se repetían con frecuencia, pues sería imposible en
tales condiciones dormir y estudiar. “El capitán viene a menudo con muchachas y nunca se
sabe cuándo lo hace con una novicia.” “Caramba, si las novicias gritan de esa forma será para
enloquecer.” Hasta que el sueño me invadió, se escuchaban los sollozos de aquella
pequeña víctima de la necesidad. Participé a Dimo la experiencia vivida. Me dijo
que no era para alarmarse demasiado, existían tragedias aún peores. “A su llegada los
rusos arrasaron con todo, no quedó mujer sin ser violada y ultrajada, desde las criaturas hasta las
viejas. Los norteamericanos hacen lo suyo ahora, de otra forma: con su opulencia.”
No era fácil encontrar otra habitación en pleno invierno. Debía resignarme.
Cuando percibía bullicio de faldas o gritos de desesperación en la pieza del yanqui,
tosía con fuerza. Al abusivo seductor no le importaba un rábano. Me asaltó la
curiosidad y me puse en el trabajo de conocer personalmente al autor. La señora me
explicó que se trataba de un oficial de cuarenta años aproximadamente que llegaba
tarde en la noche y salía de madrugada. Caí entonces en la cuenta de por qué un
oficial del ejército de los EE.UU. se conformaba con aquella mísera habitación. La
hacía funcionar como “bulín” para satisfacer sus deplorables instintos. Terminé
resignándome a escuchar cualquier escándalo. Era cierto que el hombre es como el
perro: por un trozo de comida soporta los golpes del amo.
Habían transcurrido dos semanas desde mi llegada a Viena. Una tarde, mientras
aguardaba el tranvía en el Ring-Boulevard, que rodea el centro de la capital donde
estuvo erigida la muralla circular que le servía de defensiva, escuché: “¡Vatiu!”.
Era la capitana, de quien me había olvidado a causa de mis problemas. Gritó desde la
acera opuesta y ya se aprestaba a cruzar la avenida en dirección a mí. Me asusté. Un
tranvía que arrancaba me sirvió de salvavidas. La despedí con la mano pero alcancé a
escuchar: “Me defraudaste”. Ojalá hubiera sido aquella la mayor defraudación que
cometí en mi vida, pensé yo.
Ya me había enterado de que aquel miserable tren no era para transportar,
después de tanto tiempo, prisioneros de guerra búlgaros, sino a los compatriotas que
se habían escapado de Bulgaria y eran secuestrados con la ayuda de los rusos. Con ella
146
todavía en Viena y sabiendo que yo no había viajado a Munich, surgía otra seria
preocupación.
A partir de allí me encerré en la habitación y extremé los cuidados. Alerté a la
señora de que por ningún motivo permitiera el paso de desconocidos, así insistieran
con pretextos.
Una tarde divisé en la calle un perfil que me miraba con insistencia. Sentí terror.
Supuse que alguien me seguía por orden de la “uniformada”. Por suerte, al mirarlo
bien lo reconocí. No era otro que mi apreciado amigo Agop, de Karnobat. Hacía
mucho que no veía al armenio.
Agop estudiaba ingeniería industrial en Viena y no había regresado a Bulgaria,
quizás por haber tenido más información de sus connacionales dispersos por toda
Europa y prever lo que iba a suceder allí. Cabe notar que los armenios eran y aún
son una colectividad muy adinerada y de un alto nivel cultural. Los armenios son
cristianos ortodoxos igual que los rusos, ucranianos, bielorrusos, búlgaros, serbios y
macedonios.
Los armenos eran un pueblo tan importante que una cuarta parte de la ciudad
sagrada de Jerusalem entre las viejas murallas les pertenece. O sea, musulmana,
judía, católica, y el “armenian quarter”. Fue una gran alegría reconocernos. Nos
sentamos a recordar viejos tiempos en un banco frente al Ring. Evidenciaba un gran
nerviosismo.
Agop me relató sobresaltado que una hora antes, mientras hablaba algo con un
soldado ruso, percibió que éste no le sacaba la vista a su anillo de oro. Cuando quiso
despedirse, el ocasional interlocutor le ordenó: “davay colzi” (entrégame el anillo). “Al
principio no le di importancia. Sin embargo empecé a temblar cuando con gesto duro me repitió la
frase y comenzó a desenfundar la bayoneta. Con dificultad saqué el anillo para entregárselo, ya que
sabía de muchos casos en que habían cortado los dedos de la gente para robarle.” Junto a ese
episodio relató, además, las iniquidades que cometieron en Viena los soviéticos a su
invasión. “Al lado de mi domicilio, en un edificio de varios pisos, los brutales y desalmados soldados
rusos subían buscando mujeres para violarlas. Se escuchaban desesperados llantos de sus víctimas, así
como también disparos acribillando a los hombres que veían por las escaleras. Sin la más mínima
contemplación pasaban por encima de sus cuerpos. Era aterrador ver a un soldado ruso con una
metralleta que se podía ver de lejos por el tambor que cargaba los proyectiles.”
Según mi amigo Agop, que sin duda había igualmente conocido bien a los nazis, me
dijo: “Mira Vatiu, yo a los nazis no los quiero, porque fueron tan fanáticos, altaneros y orgullosos
de sí y porque estúpidamente fueron antisemitas, pero debo reconocer que fueron unos niños de
pecho en comparación con todos estos vandálicos soldados rusos”. Me confirmó que al invadir los
rusos Alemania y Austria empezaron el pillaje Stalin decretó 15 días de “plündert freit”,
o sea derecho a saqueo y abuso (que yo escuché secretamente en Bulgaria). Después
147
piso, era el único inquilino. Estudiaba intensamente, sin salir a la calle. Dimo
constituía mi única visita.
Los alimentos traídos desde Bulgaria los había consumido y la posibilidad de
conseguir comida en los restaurantes vieneses era escasa, por lo que el hambre me
apretaba.
Regresar a Munich fue como el cuento de nunca acabar. Para hacerlo des- de
Viena, indefectiblemente necesitaba otra vez una visa rusa, además de una
americana. En la comandancia soviética escuché otra vez el antipático niet. No
dejaban que ni un alma bajo sus extensos dominios se les escapara, porque querían
aprovechar su trabajo y sudor. Los yanquis respondían otra vez: “Primero la visa rusa y
luego veremos”.
Recordaba al gran escritor ruso hebreo Amiel, al que admiré por siempre, quien
en su diario íntimo del 1º de julio de 1856 escribió: “¡Qué amos terribles serían los rusos si
alguna vez extendieran la noche de su dominación sobre los países del Mediodía! Todo cuanto ellos
podrían traernos habría de ser el despotismo polar, una tiranía tal como el mundo no ha conocido
todavía, muda como las tinieblas, cortante como el hielo, insensible como el bronce, con exteriores
amables y la claridad fría de la nieve, pero la esclavitud sin compensación y sin alivio... Si ellos
pueden convertir su dureza en firmeza, su astucia en gracia, su moscovitismo en humanidad, cesarán
de inspirar aversión o temor y se harán amar, pues salvo su natural hereditario, los rusos tienen
muchas cualidades de fuerte atracción” 27.
Mientras iba y venía recogía algunas informaciones entre los estudiantes, quienes
sugirieron que para llegar a Munich debía cruzar el Tirol (los Alpes austríacos),
zona ocupada por los franceses que controlaban el paso a Baviera y Munich, es
decir, al territorio alemán bajo el dominio yanqui. Por casualidad conocí a unos
estudiantes austriacos que iban de vacaciones al Tirol y solicité que me llevaran. Me
dijeron que el control ruso a la salida de su zona para el resto de Austria no era muy
riguroso y quizás, con alguna suerte, se podía llegar a la parte francesa. Caso
contrario, nos enviarían a Viena. Fui a avisarle a Dimo, quien de inmediato decidió
acompañarme. Era el mes de julio de 1946. “Vamos con rumbo desconocido”,
comenté. Adquirimos los boletos para estar a la hora de partida.
Los muchachos viajaban acompañados de chicas, que al enterarse de nuestro
propósito vinieron a sentarse con nosotros. En el control ruso desplegaron sus
coqueterías, sonreían a pleno, alzaban sus piernas y lograron un clima festivo. Un
soldado ruso pidió los documentos para entregarlos al sargento que lo acompañaba y
150
éste, cuando observó el barullo y las piernas de las chicas, acortó la inspección
aduciendo que se trataba de estudiantes austriacos. Nos abrazamos y obsequié a mis
ocasionales amigos con lo único que podía: un cigarrillo a cada uno. Al fin
estábamos en la zona francesa, en el Occidente. Nos alojamos en el Hotel Alpen
Gluen, en plena montaña del Tirol. Debimos caminar un trecho para llegar. Nos
hallábamos lejos del mundo. Los chicos se divertían, algunos acompañados de sus
novias. Paseábamos de día y bailábamos de noche. Con Dimo divertíamos a las
muchachas sin acompañantes. Pese a la alegre vida, nuestra preocupación principal
estaba cifrada en el puesto fronterizo. A los pocos días fuimos a ver cómo se
realizaban los controles. Un teniente a cargo del puesto francés, al enterarse de
nuestro proyecto de cruzar por allí en dirección a Baviera, dejó en claro que ellos
controlaban pero no estaban autorizados para dejar pasar sin visas. Reiteramos,
suplicamos, pero la respuesta era: “No, monsieur, deben soli- citarlas en Viena”.
Retornamos desilusionados al hotel con la perspectiva de caer nuevamente en las
manos de los rusos y de los americanos.
Las muchachas nos animaron a insistir y que al día siguiente nos acompaña- rían
al puesto para convencer a los franceses. La única forma de llegar allí era a pie, por
CAPÍTULO VII
Cabe aclarar que tanto Austria como Alemania durante la guerra estaban
sometidas bajo las rígidas normas del partido Nazi. Muchos alemanes, inge-
nuamente, esperaban que una vez terminada la guerra serían liberados por los
aliados del régimen nazi, que no habría más guerras, sino paz y libertad para todos.
Pero sucedió todo lo contrario. Fueron ocupados por los cuatro vence- dores:
Inglaterra, Francia, EE.UU. y Rusia; toda Alemania se convirtió en un enorme
campo de concentración. Cada uno consideraba su zona de ocupación como un
botín de guerra, donde podían disponer a su antojo de la vida y la muerte de la
población, a la que trataban como esclavos. El paso de una zona a otra estaba bajo
un severo control, pero pasar al sector soviético era totalmente imposible. La ciudad
de Berlín, que se encontraba en Alemania del Este, o sea en el territorio de
ocupación rusa, estaba a su vez dividida y ocupada por las cuatro potencias
vencedoras.
Desde Viena había escrito no sólo a Margot y Ursula sino, de modo especial a la
familia Färber. Hellen, la hija mayor, respondió ofreciéndome nuevamente su casa.
Al retornar a Munich, sin demora partimos, con mi amigo Dimo, a Gräfel fing. Los
Färber, siempre cordiales, nos recibieron muy bien. Mi gran urgencia era ver a
Ursula, pero al llegar a Feldafing, “tía Elwine” me informó que estaba en Tutzing, a
pocos kilómetros, en la casa de su madre, frente al lago Standberg. Al llegar me
divisó un muchachito que había conocido tres años atrás y que se lanzó a correr
gritando: “el Schwarzmann”. El “hombre negro” era yo. Pues allí todos eran rubios.
Recibí abrazos y muestras afectuosas de Ursula y los demás. Fue aquel un día muy
feliz.
Había conocido Munich en todo su esplendor. La ciudad de las universidades más
destacadas de Alemania, de la renombrada Politécnica, donde también yo estudiaba,
del Deutsche Technisches Museum más grande de Europa y de las pinacotecas, y “ahora”,
al mirar ese mar de escombros en el que había quedado toda Alemania, me acordaba
de los contundentes discursos de aquel altanero Führer cuando gritaba: “Denme diez
años y no conocerán a Alemania”. Evidentemente pasó como él predicaba. En cinco años
de rígido régimen Nazional Socialista, realmente transformó aquel país. Lo sacó del
desorden y la miseria, y levantó Alemania como el país más desarrollado de Europa.
Pero en otros cinco años el pueblo alemán, tan ordenado, aplicado al trabajo,
respetuoso de las leyes y las normas, sufrió la total destrucción y muertes,
desconocidas hasta entonces en la historia humana. Al final fueron sometidos
totalmente y esclavizados.
Además, el Führer sembró con tumbas, de sus propios soldados, todos los
153
Eran tiempos de gran tristeza y sin esperanzas. Antes esperábamos que la guerra
terminara, pero ahora, ¿qué hacer?
154
Volviendo la mirada atrás, los que hemos vivido y sufrido durante y después de la
trágica Segunda Guerra Mundial podemos distinguir con claridad dos tipos de
holocaustos. Uno, cometido por los nazis contra el pueblo judío y opositores y
prisioneros de guerra en los apresurados, improvisados, y al final mal abastecidos
campos de concentración. Y otro, cometido por los aliados contra el pueblo alemán.
Personalmente soy un sobreviviente, un testigo presencial del colosal holocausto
consumado sobre toda Alemania y su indefensa población bajo la destrucción y el
fuego, y la posterior ocupación y esclavización.
Holocausto, según la Enciclopedia Universal Sopena, tomo V, pág. 4.376
(Barcelona, 1972), es una palabra griega compuesta de “Holos”, todo, y “kaustos”,
quemado. Que también significa “sacrificio especial entre los hebreos en que se quemaba
totalmente a la víctima”. Quisiera aclarar también que este término proviene de los
tiempos antiguos, cuando los persas invadieron Tesalia, al norte de Grecia, y
quemaron varios poblados. Un mensajero corrió a Atenas gritando “Holoskaustos”, o
sea, todo quemado.
Ciertamente, toda Alemania fue totalmente destruida y abrasada por las llamas.
Porque los aliados arrojaban no sólo bombas destructivas, sino también cientos de
miles de bombas incendiarias, convirtiéndola en un espantoso y pavoroso
“Holoskaustos”. Allí, desesperado, estaba yo también. Al respecto alguno dicen que
por más que la gran mayoría del pueblo alemán no era nazi, ellos trabajaban para los
nazis. Yo pregunto: “Si ésa era la lógica, debían entonces también bombardear los
campos de concentración de prisioneros tanto de guerra como de Judios que también
trabajaban para el aparato nazi”, sin embargo no los bombardearon; los cuidaban
celosamente.
Mientras, el nombrado Holocausto contra el pueblo judío fue causado por la
obstinada persecución cometida por los partidarios de Hitler del régimen nazi,
después del (ya comentado) asesinato en la embajada de Alemania en París co-
metido por un joven judío (en el umbral de la guerra), y después que el judaísmo le
156
de nuevo todo un país. También tenían que mantener los grandes ejércitos de
ocupación y pagar los pesados tributos de guerra. Para fina- lizar, no queda otra
deducción: que los pueblos más afectados, a consecuencia de los tratados de
Versailles, fueron en definitiva el pueblo alemán y los judíos, que sufrieron
horrorosamente y murieron unos bajo los implacables bombardeos o en los lejanos
campos de batalla, y otros de hambre y de pestes en los desabastecidos y finalmente
abandonados campos de concentración.
Las atrocidades cometidas durante y después de la 2ª Guerra Mundial y el
Holocausto no abandonan mi mente. Por eso, para mayor conocimiento men-
cionaré las investigaciones realizadas por el estudioso de las ciencias europeas,
residente en Portland, EE.UU., Nicola M. Nicolov, de su libro “Las máscaras de las
159
celebridades”. “Los judíos han sido muy útiles en la producción de guerra nazi y de su interés ha sido
que se mantengan vivos. Por lo que la administración de todos los campos de concentración, incluso
Auschwitz , el 3 de diciembre de 1942, envía una orden con críticas a la alta mortan- dad de los
campos, que se debía a diferentes enfermedades.Se ordena a los médicos disponibles que tomen todas
las medidas a su alcance para mermar la mortandad. Se insiste también que observen la comida de
los prisioneros y que recomienden, a las distintas administraciones, que mejoren las condiciones del
trabajo” 28.
Al final de esa directiva subraya que el Reichführer de las SS ordenó que la
mortandad debía mermar a toda costa y que eso está en el documento de Nür-
emberg P.S. 2171, Anexo NCBA red. Series, Vol. 4, págs. 833-834.
Por otro lado, el jefe de los SS destinado a los campos de concentración, Ri-
chard Glück, el 20 de enero de 1943 manda circulares a todos los comandantes de
los “lagers” ordenando: “Como ya he subrayado deben tomarse todas las medidas posibles para
mermar las muertes en los lagers” 29. A pesar de la búsqueda –afirma Nicolov– no existió ni
un solo documento ni constancia en los archivos del proceso de Nür- emberg, para
la liquidación masiva de judíos.
Luego el Sr. Nicolov continúa diciendo: “Muchos lectores saben que el gobierno de
EE.UU. prohibió a la Cruz Roja Internacional y a la Comisión Central Sueca de observadores
que publicaran sus conclusiones referentes a los campos de concentración de la Segunda Guerra
Mundial, porque sus cálculos de muertes han sido muchísimo menores que los de seis millones
tomados como cifra oficial” 30
28
Nicolov, Nicola M., “Las máscaras de las celebridades”, 1ª edición, Sofia, 1994, traducción
del búlgaro realizada por el autor.
29
Documento de Nüremberg, Nº 1.523, Green series, Vol. 5, págs. 372-373
30
Nicolov, Nicola M., Ibídem, pág. 155
Me llama la atención que todavía hoy en día hay gente culta e incluso pro-
fesionales que no pueden distinguir entre el régimen nazi y el pueblo alemán,
escuchando culparlo injustamente, por ejemplo, de que masacraron a los gitanos.
Cuando yo aclaraba que en Alemania gitanos no había ni uno porque allí el que no
trabajaba y producía se moría de hambre. Entonces me decían: “Sí, pero los llevaban
de Hungría”.
Eso ya limita con una mente macabra, ya que ni los malditos nazis abandona- rían
las tropas que luchaban por su supervivencia e irían a buscar gitanos en otro país tan
sólo para matarlos. Es cierto que con la ignorancia no se puede luchar; con razón
decía el gran poeta ruso Pushkin al final de sus famosos poemas: “y con duraku ne
spori”, con el imbécil no se discute –perderás tiempo y te harás mala sangre–.
Parece mentira pero hace más o menos 7 u 8 años, estando en Bulgaria, leí en un
160
diario que el auto-llamado “Rey de los Gitanos” manifestaba que si los judíos habían
conseguido que los alemanes le abonaran indemnización por seis millones de muertos,
por qué ellos no podían reclamar el pago por quinientos mil gitanos asesinados por
los nazis. Faltaba sólo golpear a la puerta de Alemania. Sin duda el que leía el
artículo se reiría de la ocurrencia gitana.
Sin embargo observé algo ya mucho más serio en esta parte del mundo “civi-
lizado”, y es que se pueden publicar en la prensa de primer nivel, en el prestigioso
diario “La Nación” del día 16 de junio de 2004, en la página 17, un artículo con
letras grandes: “La Europa de los Gitanos”. La cronista, en casi una página, de- talla
el origen, modo de vivir, las mañas, etc. y dice que “su historia se parece a la de quienes
fueron sus vecinos durante siglos, sobre todo en Moldavia: los judíos (no entiendo por qué allí)”.
“El estereotipo del gitano ladrón y el del judío avaro y peligrosamente inteligente, tienen su origen en
el modo de vida obligatorio debido a la condición minoritaria”.
“Por eso cuando Teodoro Herzl o el barón de Hirsch hablaron de “normalizar” las masas judías
que escapaban de los progroms, lo primero que imaginaron fue darles tierras. Cualquiera, donde fuese,
pero tierras... Volviendo a los gitanos y la sempiterna incapacidad de adaptación de estos curiosos
viajeros, ¿forzará a Bruselas a pensar en algún sitio del mundo apto para un “país gitano”? Los
seis millones de judíos muertos por los nazis influyeron en la creación de Israel; los dos millones de
gitanos que dicen ellos que fueron asesinados en las mismas circunstancias, no influyeron en nada.
Quién sabe si la creación de una Europa amplia no tendrá por consecuencia la de una Gitania o
una Romia coronada de estrellas”.
Al leer ese artículo y ver cómo se quiere golpear a los alemanes de hoy, le escribí
al jefe de publicaciones del diario “La Nación” diciéndole: “Ahora veo por qué los
nazis han perdido la guerra. Para encontrar y para asesinar 6.000.000 de judíos”. Por
razones obvias y respeto a mis amigos de esa colectividad, no deseo analizar ni
poner en duda; pero por la supuesta matanza de 2.000.000 de gitanos, que no había
entonces esa cantidad en toda Europa, sí digo que es una mentira descarada. Si la ley
nazi era “el que roba será fusilado”, valía para toda Europa y los gitanos seguro lo
sabían y no se atreverían a robar a los nazis. Pero se puede suponer que
sorprendieron robando y fusilaron, en distintas ocasiones, quizás 20 o 30 gitanos;
pero dos millones es una mentira demasiado mal intencionada. Además, en
Alemania seguro que no había ni un gitano. Pero la periodista Dujovne escribió
también de la matanza de muchos homosexuales que, para los estudiantes de
entonces, era difícil saber quién era homosexual porque la sociedad lo repudiaba y
quizás linchaban, y considerábamos que los únicos probables gay eran los nazis que,
por cuidarse del incurable sífilis, quizas vivían en pareja como los soldados romanos.
Lo que yo puedo testimoniar es que si los nazis hubieran tenido un macabro interés
en buscar, transportar y matar gitanos para no aburrirse, lo más fácil hubiera sido
llevar a los gitanos que deleitaban a los pasajeros ferroviarios hasta el final de la
guerra, con las hermosas rapsodias húngaras ejecutadas por sus virtuosos violines.
Para el que no conoce la historia y la verdad, todo da lo mismo. Pero yo me
pregunto por
161
qué se desfiguran cuestiones tan sensibles como son las muertes a través de la
historia. ¿Será para dejar mal parados a los alemanes? ¿Pero hasta cuándo?
Me acuerdo muy bien que en una presentación en la televisión el fiscal nacional
Luis Moreno Ocampo, quien enjuició a la junta militar argentina, entre otras cosas
no sé por qué habló del holocausto diciendo: “Se dice que los nazis mataron seis
millones de judíos, y quien sabe si no fueron diez millones”. Me quería caer de
espaldas cuando vi en el diario “La Nación” del día sábado 7 de mayo de 2005 una
gran foto del distinguido fiscal tomando café y afirmando tener el cargo más
importante del mundo como Fiscal-general de la Corte Penal Internacional. O sea,
podría enjuiciar a cualquier personaje mundial. Qué fantástico. Hay que ver quién lo
propuso y quienes lo nombraron.
Hoy nadie puede poner en duda los 6.000.000 de judíos que al final fueron
publicados en 1948 como muertos o asesinados en los campos de concentración. Por
eso hay que tener en cuenta que los judíos han conseguido que Alemania dicte una
ley para castigar con 3 años de cárcel en juicio sumarísimo al que pone esos
guarismos en duda públicamente.
Según la prensa, en el Parlamento europeo se ha presentado un proyecto en ese
sentido. Teniendo en cuenta la gran influencia de los diputados de esa colectividad,
aunque sean 10%, con su oratoria es fácil imponerse.
Como ya aclare de mis problemas por tener el apellido que termina SKY, como
a muchos judíos que han vivido en Polonia o han pasado por allí, después del
“POGROM” hecho por el Zar ruso al expulsarlos de sus territorios sin
documentos. Como se sabe la gran mayoría en Polonia, tiene apellido que termina
SKI.
Lamentablemente el antisemitismo (ante judaísmo es cada día mas grande). Se
los considera ser dueños del dinero, de las grandes empresas y política
internacional, en especial de ser crueles contra los palestinos.
Es conocido que yo como ingeniero, he sido un exitoso empresario en la
construcción, hablo varios idiomas por lo que cuando llegue a Argentina, y no
conocía español, podía conversar con ellos y por eso tuve muchos amigos y clientes
de esa comunidad.
Por ser un aficionado escritor y conocido golfista, tengo relación con muchas
personas de distintos niveles. No puedo evitar que a veces reciba preguntas que me
cuestan contestar, sabiendo que estudie Ingeniería en Múnich, Alemania, durante la
segunda gran guerra, y de haber visto a Hitler a un metro de distancia, (hecho un
demente; al pasar despacio frente a la Universidad Técnica de Múnich), debía saber
bien lo que sucedió allí, pero eso era muy difícil.
162
Como el lector sabrá que hay muchas y muy diferentes opiniones sobre el
Holocausto, cosa que esta bastante bien detallado en el libro, lo que yo conocí.
Quisiera referirme sobre una de las preguntas mas difícil que he recibido, algunos
dicen esta bien aceptar que hubo 6 millones de judíos ejecutados en los campo de
concentración, pero también hay por lo menos 2 millones sobrevivientes, que han
emigrado a distintas partes. Lo que quiere decir (me dicen) que en los campos hubo
mas de 8 millones de judíos y la pregunta difícil de contestar es de donde los nazis
encontraron y apresaron tantos millones , a saberse que Europa entera no estaba
ocupada por Hitler. Lo que se sabe (yo ya tenia 21 años de edad) que el 9 de
noviembre de 1938, se produjo la noche de los cristales rotos, por los fanáticos
obreros nazis, contra los elegantes negocios judíos, como venganza por el asesinato
en la embajada Alemana en Paris, dos días antes, hecho por el joven judío Herschel
Grinspan que produjo una gran incertidumbre en toda Europa de entonces, como
describí detalladamente antes.
Quiero mencionar que hubo países como mi vieja patria, Bulgaria que quedo
neutral y a pesar de la guerrilla antinazis, en la cual había ,bastantes judíos. Nuestro
rey Boris III, no permitió que ni un solo judío fuera sacado de Bulgaria. Él decía que
si se comprueba que de la guerrilla, un judío asesina a un soldado alemán (muchos
de los cuales estaban en hospitales por ser heridos, en la guerra con Rusia) el
culpable será juzgado en los tribunales de nuestro país, donde se aplicaba la pena
capital.
Pero en definitiva merced a SKY, de mi apellido, sigo recibiendo preguntas o
malas miradas, en especial en las oficinas publicas. Además dejo un problema a mis
descendientes, por el antisemitismo que se agranda bajo la alfombra. Por lo que
considero, que las autoridades judías, tengan en cuenta esa amenaza que
lamentablemente con el tiempo puede ser peor.
Después de escuchar tanto sobre el éxito de esa película fui a verla con sumo
interés. Quería saber qué había de verdadero y rescatable. Pero la verdad es que no
me pareció un acontecimiento tan impresionante como tantos otros que hubo en la
guerra.
El personaje parecía más un playboy que un nazi, a los que yo conocí bien y
distinguía de lejos. Mientras todo lo demás me parecía una composición de una
película que ha sido muy publicitada y asistida. Se comentaba que Spielberg había
pagado tres millones de dólares por los relatos de la esposa de Schindler.
Al propalarse por la prensa que la viuda vendría a Tucumán traída por la
colectividad israelita y que habría un acto, yo no podía faltar. Todos los temas
163
relacionados con mis amigos de esa colectividad, con los que tuve muchas rela-
ciones, me interesan sobremanera. Después que los oradores se expresaron sobre el
Holocausto y celebraron ritos religiosos de esa comunidad, todos esperábamos
ansiosamente que la Señora, seguro, iba a hacer un novelesco relato de salvación
tantas vidas inocentes. Sin embargo, me llamó la atención que la distinguida pero ya
anciana señora no quiso decir ni una sola palabra, como si la hubieran traído a la
fuerza.
Solamente murmuró algo al oído de su asistente, la que dijo: “La señora está muy
cansada y les agradece por su presencia”, y nada más. Con razón se le veía la cara de
molesta, como si la hubieran traído contra su voluntad. Con razón se corrían
rumores de que, según la señora, los relatos en la película no eran ciertos, tal como
en la realidad sucedieron.
Pero aún más me llamó la atención cuando un miembro de la delegación pi- dió a
la concurrencia que pasara y dejara lo que pudiera para ayudar a la notable señora,
que vivía en la pobreza. Eso muestra, por otra parte, que era cierto que Spielberg le
prometió tres millones de dólares para que ella confirmara y apoyara sus relatos. Sin
embargo, al parecer, después de llenarse los bolsillos con millo- nadas de dólares, se
olvidó de cumplir con su promesa. Además se deduce que los que la trajeron
también se olvidaron de recompensar su evidente molestia. Es lamentable que
aquellos trágicos acontecimientos sean explotados hábilmente por algunos para sacar
el máximo provecho monetario. La señora Schindler murió en la pobreza.
164
había muy pocos o nada de soldados de elite, o sea “SS nazis”. Porque éstos,
seguro lucharon hasta el fin para defenderse y no entregarse, sabiendo que serían
acribillados in situ.
Tampoco puedo olvidarme de los impactantes relatos del investigador Ni- colov,
quien refiriéndose a David Eisenhower, escribe: “Al conocer a la hija del presidente
Roosevelt, de ser un desconocido coronel, empieza un rápido ascenso hasta llegar nada menos que a
comandante general de los ejércitos aliados que invadieron Europa y Alemania. Ese “luchador por
los derechos humanos” paró a los ejércitos aliados, antes de llegar a Berlín, para satisfacer el pedido
de Stalin de que fueran “los heroicos ejércitos rojos” los que ocuparan la capital del nazismo” 31.
Esto prolongó la guerra varias semanas y no sólo las “SS” sino también los
soldados regulares, que pensaban rendirse, al llegar el momento, a los aliados
occidentales, preferían morir luchando antes que rendirse al terror del ejército
soviético. Lo mismo sucedía con los combatientes extranjeros, que lucharon a la
par de los alemanes y sacrificaron sus vidas. No era para defender la capital nazi,
sino parar el avance de los rusos, en el corazón de Europa Occidental. Eso causó la
inútil caída de cientos de miles de soldados de ambas partes, ante los ojos impávidos
de los benditos aliados occidentales.
Esos últimos días costaron severísimos estragos y depredaciones contra la
desdichada población civil, que fue tratada como un botín de guerra. Aún algo peor,
el renombrado Gral. Eisenhower dejó todo en la palabra de su amigo el general
Zukov, comandante supremo de los ejércitos soviéticos. La entrada a las zonas
aliadas en Berlín sería sencillamente por una autopista para llegar a Berlín cruzando
una amplia zona alemana ocupada por los rusos, o sea la conocida “Alemania
Democrática del Este”, sin definir un corredor expresamente delimitado. ¿Podemos
creer y tener confianza en la palabra de los soviéticos? Como es público y notorio,
más tarde los rusos cerraron la única entrada y los ejércitos aliados y toda la
población civil de sus zonas, en Berlín, debía ser abastecida por el famoso “puente
aéreo” que costó muchos miles de millones de dólares al pueblo alemán.
Cuando uno hoy conoce el escalofriante esfuerzo de miles de aviones entrando y
saliendo a Berlín y llevar hasta 5.000 toneladas de alimentos por día (muchos se
estrellaron) es de preguntarse: ¿Eso no constituyó un deliberado error estratégico
de la comandancia aliada? ¿O hubo como siempre un interés, una mano negra por
atrás de todo eso?..
31
Nicolov, Nicola M., Ibídem, págs. 164-165
166
Conocí a Iakob un día al salir para la estación de Gräfelfing. Estaba frente a una
casa cercana, en la misma vereda. Tuve la sensación de que lo había visto antes,
probablemente de ida o vuelta en el tren. Nos saludamos. Parecía aguardar a alguien.
No me resultaba difícil darme cuenta de quién podía ser al haber visto tantos como él
en los bares. En varias oportunidades nos encontramos en el tren y caminamos
juntos a nuestros respectivos domicilios. Nunca entendí por qué estando llenos de
tesoros, esos sobrevivientes seguían viviendo tan descuidados; quizás para que los
americanos los reconocieran de lejos, y en los bares les vendían de todo sin
problemas. O para inspirar lástima y que no los odiaran cuando vendían las
delikatessen solo por oro.
Una tarde que regresaba de Munich observé a una pareja caminando delante de
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mí. Identifiqué a Iakob por la ropa vieja, la larga cabellera y los tacos gastados de sus
zapatos. Todo hacía suponer que era un pobre sobreviviente. La muchacha se detuvo
imprevistamente, le dio un beso y cruzó corriendo la calle. Hacía frío. Apuré para
alcanzarlo y felicitarlo por la compañía; era una hermosa rubia. Me respondió que
las chicas eran muy interesadas. Me invitó a visitarlo a su casa, a
20 metros de la mía. Ocupaba una habitación en un semisótano, después de un
estrecho patio. Abrió la puerta con una llave común. Su único mobiliario: una cama
turca, un ropero viejo y una pequeña mesa, sillas no había. Nos sentamos sobre la
cama y me invitó con un trozo de chocolate, el que saboreé con todo gusto. Le
confesé mi envidia por la ventaja de su condición de judío. Habían padecido mucho
pero ahora podían acudir a las barracas de los soldados norteamericanos, donde
conseguía, como ya mencioné, toda clase de mercaderías críticas a precios similares
a los de Estados Unidos.
Iakob se sintió halagado por mis felicitaciones y por mi visita a su humilde
cuarto. En medio de la charla y como en un acto de confianza, se agachó y arrastró
de debajo de su cama un cofrecito viejo y maltratado de madera. Con una
herrumbrada llavecita abrió el candado. Lo que vi al levantar la tapa me hizo
parpadear, abrí los ojos asombrado. No creía lo que estaba viendo. Iakob sonrió.
“¿Todo es tuyo, amigo?”, pregunté, entre asombrado y perplejo. “Así es”, contestó
humildemente. Hasta la mitad, el viejo cofre estaba lleno de joyas de oro de formas
y calidades diversas, piedras preciosas, etcétera. “Tu tesoro es mayor que el del legendario
Sir Francis Drake, ¿Hace mucho que lo tienes?” “No”, respondió Iakob. “¡Ojalá pronto lo
llenes!” Una vez más me convencí de que los alemanes, aunque parezcan un pueblo
frío, son gente muy sentimental que, por un poco de placer que puedan conseguir al
fumar un cigarrillo o tomar una taza de café, son capa- ces de entregar todo lo que
tienen. Aproveché la circunstancia para pedirle que me vendiera algunas de mis
piedritas para encendedores que traje de Austria, ya que yo estaba estudiando todos
los días. “Con mucho gusto”, contestó Iakob. Varias veces después viajamos por lo que
nos hicimos muy buenos amigos. Lo notable era que no sentí ninguna envidia; todo
lo que sucedía entonces se lo veía normal y corriente.
Al volver a mi frío habitáculo, me puse a pensar. Los alemanes sufrieron una dura
dictadura, una aberrante guerra, millones de muertos, destrucción total de su patria,
la derrota total, las humillaciones y el saqueo y la esclavización por los invasores. Al
final me pregunté: ¿qué les quedaba? Nada de nada!...
Entonces no me imaginaba que después debían seguir pagando lo que les
exigían los vencedores, y aguantar reproches sin fin, sin alivio.
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LA ENTREGA DE TÍTULOS
EN DEPLORABLES CONDICIONES
El único cambio que experimenté fue escuchar de labios de los Färber el Herr
diplom Ingenieur. El título profesional en Alemania merece altísima consideración,
tanto es así que el tratamiento profesional se extiende a las esposas. Recuerdo que a
Frau Ketty la saludaban así: “Grüssgott, Frau Doktor Farber” o sea “saludo a la señora
doctor Färber”.
Me hallaba ante una opción inevitable, tratar de emigrar lo antes posible de
Europa. Pensé en Canadá o bien en Australia pero me anoticié de que los ingleses
desconfiaban del comunismo ruso y ponían trabas a los inmigrantes de origen
eslavo. En toda Alemania, según comprobé, no funcionaba ninguna embajada, ni
siquiera un consulado. Era un pueblo totalmente incomunicado con el mundo
exterior. Como si se repitieran de nuevo los tiempos en que los otomanos, al
conquistar un país, borraban todos sus derechos nacionales. La victoria de los
aliados, sin dudas, les permitía disponer además de los vencidos, de cualquier otro
ser humano que viviera bajo su poder. El período de la guerra fue sumamente cruel,
pero el de la posguerra era humillante, desesperante. Como si el tiempo, bajo la
esclavitud, se hubiera detenido.
Para mayor contrariedad, la situación de nuestro hospedaje se complicó tanto para
Dimo como para mí. Ellen y Angelica, ya próximas a casarse, necesitaban las
habitaciones. Nos costó conseguir alojamiento en una casa que antaño fuera de la
servidumbre. No estaba dispuesto a engrosar la fila de los esclavos que removían los
escombros de la ciudad. Pero mi ilusión de trabajar como profesional en grandes
obras se esfumó. Ya tenía el título que ansiaba pero no tenía ni cigarrillos ni
piedritas. La única posibilidad viable de sobrevivir era oficiar de revendedor en la
bolsa negra por pocas monedas.
Mi salud se resentía, cada vez más, por la falta de alimentos.
No recuerdo con qué motivo pasé con nostalgia frente a la vieja “Pensión
Central”. De ella no quedaban ni los escombros; crucé vagamente la calle,
trecho que había realizado muchas veces con pánico, y me dirigí a la plazoleta del
Bunker. Allí observé a una joven señora, sentada en un banco con una nena
tomando sol. Las alemanas son afectas al sol y al aire libre, sobre todo durante la
primavera. Me senté a su lado. Conversamos sobre el drama que se vivía, así como
también sobre nuestros propios problemas. Era viuda de guerra, se llamaba Else y su
pequeña, Renate. Me contó además que su tío era dueño de un pequeño negocio de
comestibles y ella lo atendía en las mañanas. Al escuchar “almacén”, “comida”, paré
las orejas y abrí los ojos, justo lo que necesitaba más que el aire. Las ventas se
realizaban por medio de cupones. Pero “el que tiene los dedos en la miel...” dice el
proverbio... La joven viudita me pareció más bella que Ursula y que todas las chicas
bonitas del mundo. Era un ángel salvador. Vivía en Ninfen- burger Strasse 2800. Me
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Él vivía en el mismo piso y al frente de Else. Era una rareza, por ser un hombre
bajo y con unos gruesos anteojos. Una vez sentados en el local, mi amiga salu-
dó a un tipo joven, grandote, que se parecía al comentado capitán de la SS. Le
pregunté, un tanto por curiosidad y otro por celos, de dónde lo conocía. “Era
mi novio antes de que te conociera” contestó. “¿Y por mí dejaste semejante hombre?” “Es
pura pinta, torpe y consentido”, agregó. No quedé satisfecho, aunque tampoco tenía
nada que observar.
Después de beber un par de chops de cerveza y bailar hasta cansarnos em-
prendimos a pie el regreso. Adelante caminaban, tomados del brazo, Franz y
Else, y por atrás, a cierta distancia, su novia conmigo. Cada tanto se paraban,
quizás para que pudiéramos alcanzarlos. En la poca luz nos parecía que se esta-
ban besando, por lo que no me costó convencer a Gertrude de hacer lo mismo.
Este juego de avanzar y detenerse se repitió varias veces hasta llegar a casa. No
bien entramos al departamento observé que a Else le caían las lágrimas. “¿Por
qué?”, pregunté afligido y celoso, “si ustedes hacían lo mismo que nosotros”. Llo-
rando me aseguraba que estaba totalmente equivocado y afirmaba que “mann mit
briele meine letzte viele”, o sea que “hombre con anteojos sería mi último deseo”
Establecido en la Argentina cambiamos cartas, tanto con Ursula como con Else,
quien al poco tiempo me escribió que se casaba con Franz. Lo que demues- tra que no
hay que confiar en las mujeres ni en sus juramentos. Una mañana, a mediados de
agosto, partimos con Boris a Offenburg, una ciudad alemana en Saar, cerca de la
frontera con Francia. Else no podía resignarse a perderme y me suplicó dejarla viajar
más tarde, al salir de su trabajo, para estar juntos por última vez, antes de abandonar
Alemania.
puntapié. Di un paso atrás, pero como el tranvía arrancaba, perdí el equilibrio y caí
al suelo con la valija encima de mí. Con los golpes que recibí quedé aturdido,
avergonzado e indignado. “Te advertí”, me recriminó Boris. “¿Acaso no sabías que tus
entrañables amigos franceses son grandes chauvinistas? Yo los conocí bien. No puedes compararlos con
la amabilidad alemana y con su trato humano. Ya tendrás tiempo para conocerlos.” ¿Dónde
estaban sus principios de “liberté, egalité et fraternité” con los que engañaron al mundo
hasta el día de hoy? Pero era evidente que, para un francés, todo aquel que no es
francés era un “sale étranger” (extranjero sucio). En mi cabeza daba vuelta la pregunta:
¿Cómo hubieran sido los franceses si les hubieran sucedido las injusticias que le
tocaron a Alemania y con un Hitler fran- cés? Toda Europa se habría derretido.
Al rato se acercaba un viejo y destartalado tranvía que arriba rezaba: Pour
étrangers. “Este es para los alemanes y para nosotros, cabeza dura”, exclamó Boris. Enton- ces
me di cuenta que los franceses discriminaban a todos los extranjeros.
Al llegar al hotel tomamos dos habitaciones, dejamos nuestro equipaje y sa-
limos para ir a caminar a la estación y comprar pasajes hasta Strasburg, ciudad
alemana que fue arrebatada después de la Primera Guerra Mundial y en la que hoy
se encuentra la sede del Parlamento de la Unión Europea. Mientras tanto Else había
llegado con los ricos pasteles. Sin embargo, Boris no quería por nada del mundo que
la muchacha nos viera con los ilegales uniformes.
Me costó derramar muchos mimos hasta que la convencí de que volviera a
Munich antes del anochecer. Después de una apasionada despedida de amor, que
tampoco olvidaré, con lágrimas en los ojos, mi última amante alemana tomó el tren
de regreso.
Aquella tarde iniciamos los preparativos para el riesgoso viaje. Vestimos los
viejos uniformes, nos pusimos las botas y las gorras, preparados para asumir el rol
de soldados disciplinados y efectuar las venias que fueran necesarias ante cualquier
oficial que apareciera. Por suerte no vimos ninguno. El tren estaba casi vacío y nos
sentamos en un compartimiento, aparentando suma tranquilidad. Aunque éramos
poco creyentes, rezamos fervientemente por el éxito. El tren arrancó despacio, pero
poco a poco comenzó a volar sobre las vías. Escuchamos al fin la temida pero
necesaria palabra “¡Pasaporte!” en los labios del inspector, quien miró con
detenimiento nuestras cédulas militares; el silencio se volvió eterno. Cuando
pronunció “Bon” empezamos nuevamente a respirar.
A partir de allí, y conforme con las instrucciones recibidas, el siguiente paso se
limitaba a lanzar los uniformes por la ventanilla junto con la documentación
falsificada. El plan marchaba a la perfección. En Estrasburgo, mientras Boris
cuidaba los asientos y el equipaje, fui con urgencia a adquirir los boletos a París.
Después de la hazaña merecíamos un descanso.
La verdadera incógnita era París, y con no poca ansiedad esperábamos
descubrirla. Al llegar nos refugiamos en un pequeño hotel de mala muerte, que no
olvidaré nunca, en el 315 de la Rue de Belleville. Teníamos además en cuenta una
advertencia: que evitáramos ser identificados por la policía en las calles antes de
174
Debíamos procurar una ocupación, de inmediato, fuera cual fuese, para poder comer y
pagar el alquiler de una habitación en el mísero hospedaje del suburbio parisino. La
situación de la alimentación, de seria se transformó en gravísima. Recuerdo que al
salir de Munich me vi obligado a cambiar en la campiña de Baviera mi nuevo y
abrigado chaleco de cuero de cordero por medio kilo de tocino ahumado. Nos
duró más de diez días. Lo trozamos en fetas delgadas que lamíamos comiendo pan,
con el objeto de que duraran eternamente. Éramos más pobres que las ratas.
De tanto trajinar las calles en busca de cualquier trabajo, llamó mi atención
una placa: “Arq. David Davidoff ”. Al observar la placa se me ocurrió que tanto
el nombre como el apellido del arquitecto debían pertenecer a un hombre hebreo
emigrado de Bulgaria, y no me equivocaba. En cuanto abrió la puerta le pregunté
si hablaba búlgaro. Claro que sí, dijo, entre sorprendido y risueño. Le relaté mis
contratiempos y respondió que en Francia, sin libreta de trabajo, no consegui-
ríamos ocupación y sin trabajo, no podríamos conseguir libreta. O sea, el cuento
tramposo de nunca acabar. La prohibición era rígida; es una táctica dictatorial
muy usada por los comunistas. El arquitecto prometió entregarme los cálculos
de hormigón de una vivienda para la próxima semana. Por esa tarea cobré poco,
pero era al menos algo y gané un amigo.
Buscábamos por todas partes compatriotas para que nos arrimaran algunos
francos y también ropa, pues llegaba el invierno. Tiritábamos todo el tiempo por
la falta de los abrigos que vendimos en Munich. Nos habíamos convertido en
unos simples mendigos, nada menos que dos Diplom Ingenieurs en mi querida
Francia. Los ojos se desprendían de nuestras órbitas cada vez que parábamos
la marcha ante vidrieras que exhibían productos destinados al paladar, muchos
de los cuales no recordaba haberlos visto jamás. Una tarde Boris, que manejaba
nuestro escaso dinero, se detuvo frente a un frutero ambulante y sacó la bille-
tera. “¿Te has vuelto loco, gastar el dinero en eso?” Desde luego, compró una banana y
comimos con pan la mitad cada uno; con eso bastaba para la cena.
Mi compañero esperaba que un francés le diera trabajo clandestino, sin libre-
ta, en un taller donde reparaban motores eléctricos. En tal caso, debía hacerlo
fuera del horario habitual, para evitar que se enterara el resto del personal. Pero
la promesa se demoraba. Al volver a verlo de nuevo el hombre se declaró preocu-
pado porque su mujer, “pobrecita”, no tenía quién le hiciera compañía. Cosa de
franceses, sin duda. Cuando Boris la conoció me previno: “Con esa vieja no...”
Nos contaron que durante la ocupación de Francia había orden, no faltaba
trabajo y la economía era floreciente porque lo que más necesitaban los nazis era
la producción de alimentos. Sin embargo, al ser liberada, la muy activa “Resisten-
cia francesa” tomó de inmediato el gobierno. Pero como en sus filas abundaban
176
En forma casual conocí a otro sacerdote, también católico, que era croata. Los
croatas son buenos amigos de los búlgaros, pues su país no limita con el nuestro
sino al lado opuesto, con los serbios, que fueron siempre belicosos. Le encarecí me
buscase trabajo, antes que abatido por el hambre entregara mi pobre alma a Dios. A
su pedido me tomaron como obrero extranumerario en la fábrica Citroën. Cumplía
mi tarea con un antiguo obrero en calidad de ayudante; jun- taba los bulones que
producían unas máquinas grasientas en pesadas bandejas metálicas. Debía llevarlas
sobre un mesón. Hacía el recuento, los colocaba en bolsas y colocaba tarjetas con
sus datos. Las cargaba sobre mis hombros y las apilaba en un depósito. Cada día las
máquinas arrojaban miles y miles de bulones y las bandejas me tenían agobiado. La
suciedad de la grasa cubría mi cara, mis manos: parecía un carbonero. El sueldo no
era gran cosa, pero el hecho de comer al mediodía en la fábrica me mantenía de pie.
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Era el último entre otros miles de obreros de la fábrica sin derecho alguno. Mi título
no servía para nada, al contrario, me daba vergüenza confesarlo.
Lo paradójico era que eso sucedía en mi otrora admirada Francia. Asistí
varias veces a los meetings del general Charles de Gaulle, que hostigaba al nuevo
gobierno de posguerra copado por los activistas de la “Resistencia” contra la
ocupación nazi, en su mayoría marxistas, como ya mencioné. El general, al regresar
a Francia con las tropas aliadas, creía que lo recibirían como héroe y le correspondía
asumir el gobierno de Francia. Sin embargo, encontró que éstos habían tomado el
poder y ocupado los puestos clave de la administración. Nadie invertía, lo que
achicaba las fuentes de trabajo y las empresas funcionaban a media máquina.
Algunas de ellas, acusadas de colaborar con los nazis, fueron nacionalizadas o
confiscadas. Entonces entendí por qué mucha gente afirmaba haber estado mejor
bajo la ocupación alemana.
La ayuda económica norteamericana, a través del Plan Marshall, produjo mi-
lagros en las naciones derrotadas en la guerra, como Alemania y Japón; en Fran-
cia no alcanzó sus objetivos. El aparato estatal francés consumió los fondos y la
corrupción clavó sus garras en las arcas del Estado y dilapidó el dinero fresco.
La desocupación, la inseguridad y delincuencia aumentaban en tal medida,
que en las calles de París era peligroso aventurarse a caminar de noche. Algo muy
raro para entonces, ya que en la ocupación alemana tuvieron plena seguridad.
Llegaron finalmente las visas para emigrar a Bolivia y Venezuela, pero demoraban
las de la República Argentina; sin embargo el escollo insalvable para nosotros no eran
tanto las visas, sino los recursos para viajar. Las Naciones Unidas a través del I.R.O.
(International Refugee Organization), subvencionado por los Estados Unidos, que se
enriquecieron con la guerra, transportaba sin cargo a los refugia- dos hacia los países
del Nuevo Mundo, donde eran admitidos. Nuestra situación no se encuadraba en sus
estatutos, no estábamos catalogados como tales, por lo tanto, para conseguirlo hubo
que derramar lágrimas. Después de pedir y rogar día tras día, al final, en enero de
1948, conseguimos orden para dos pasajes en un barco viejo. Nuestras alegrías se
congelaron cuando advertimos que sin coimas no conseguiríamos lugar.
Convenimos con Boris en que cada uno buscaría por su cuenta lo que necesitaba Mi
pensamiento estaba fijo en el viejo caballero, el Arq. Davidoff. Quizás se apiadara
de mí. Siempre pensé que se trataba de un hombre bueno y, por lo demás, las veces
en que trabajé para él, cuando tratábamos los honorarios le respondía: “Arquitecto,
pague lo que supone que es justo”. Este comportamiento me había granjeado su simpatía.
Sin perder tiempo lo fui a buscar. Planteé mi dilema y la esperanza depositada en él.
“Bien”, dijo. “¿Cuánto necesita?” “Doscientos francos nuevos”, respondí. Luego de un corto
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silencio que duró una eternidad y mirando el suelo respondió: “Bon”. Esta palabra,
en esa circunstancia tan extrema, sonó como si viniera de mi propio padre.
Al día siguiente me entregó un sobre con el dinero. Me despedí de él emo-
cionado y agradecido. Le había prometido que el primer dinero que ganara sería para
devolver el préstamo. Regresé, muy contento, al ver que Boris también tenía ya
reunida su parte.
El encargado de Navivie France nos entregó los pasajes para un camarote doble
con destino a la República Argentina con la comida incluida. Otra mano de Dios,
que siempre me ponía a prueba pero también me salvaba cuando estaba a punto de
sucumbir. Tres días después, el 28 de enero de 1948, nos trasladaron al puerto de
Bordeau y de inmediato abordamos el “transatlántico”; un viejo barco de transporte
de tropas de guerra, adaptado ahora por el griego Onassis, según se decía, para
viajes de pasajeros. Zarpamos antes del anochecer, afuera hacía mucho frío pero
había buena calefacción dentro de la nave. Buena, además, la comida. En la cena
nos invitaron a brindar por un feliz viaje. Nuestra vida había cambiado del día a la
noche. La atención en el barco para dos pobres como nosotros, era una maravilla.
Con el cansancio acumulado nos zambullimos en un placentero sueño.
Me desperté al amanecer asustado. Por primera vez viajaba en un artefacto
flotante. El viento y las altísimas olas zamarreaban el barco como si fuera una
cáscara de nuez, empecé a sentir malestar. Me parecía que con esa embarcación
podíamos naufragar en cualquier momento. Boris, que tenía experiencia, re-
comendó que llevara conmigo un limón para combatir los mareos. Así lo hice pero
no fue suficiente, mi estómago se convulsionó y me atacó una catarata de vómitos
interminable. Mi amigo se burlaba indignándose conmigo:
“Me produce asco verte”. Sin embargo, al anochecer él también debió sujetarse a las
barandas del barco expulsando de su estómago más de lo que había comido Me
mortificaba degustar la excelente comida que se servía y que a causa de mi malestar no
podía siquiera probar. Sufrir hambre es una tortura, pero ignoraba que los vómitos
eran peor. Pensaba que mi destino era morir en alta mar. Me parecía que Dios se
había cansado de socorrerme y se quería desligar de mí. Por fortuna, al acercarnos al
Ecuador, el mar se fue tranquilizando hasta convertirse en un espejo. Paulatinamente
pasó el malestar y empezamos a saborear la exquisita comida francesa. En mi
tiempo libre procuré estudiar el español ya que, salvo algunas frases como “Mucho
gusto” y “Tengo hambre”, mi sabiduría lingüística castellana, la lengua que hablarían mis
descendientes, era nula.
Habíamos trabado amistad con dos ingenieros, uno ruso y el otro ucraniano, que
eran prisioneros de guerra en Alemania y ahora huían del régimen comunista. Con
ellos hablábamos todo el tiempo en ruso. En aquel viaje, aprendí mucho más sobre el
180
LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE
EL PODER GENERA DINERO Y RIQUEZA
Trotzky a EE.UU., Stalin a Siberia. Por el importante servicio del préstamo Japón condecora
al banquero Kenan con la “Orden Militar de Oro” y el “Santuario del Tesoro...” 32
En la Primera Guerra Mundial Rusia atacó a Alemania pero pronto entró en
una fase crítica y eso provocó un gran descontento en la población: el zar se vio
obligado a abdicar el día 15 de marzo de 1917. El socialista Kerensky formó un
gobierno provisorio y dio amplia amnistía. Seguro creyó, como muchas veces
sucede, que al ser más liberal se puede descomprimir la presión revolucionaria.
Con eso Lenin, Trotzky y Stalin volvieron a Rusia. El primero dejó Suiza y con
un acorazado tren alemán y con 32 colaboradores cruzó la línea de fuego germa-
na escoltado por soldados alemanes. Además le entregaron una buena suma de
dinero con la esperanza de que él ganara la revolución y firmara un armisticio.
Lenin gastó rápidamente los marcos alemanes y solicitó urgente préstamo
al presidente Wilson, el que de inmediato le envió veinte millones de dólares
del fondo especial para la guerra. Mucho dinero de entonces de dollar-oro. Ese
préstamo a Lenin está inscripto en el Congreso bajo el N° H.J.8714.U5 con la
aclaración de dónde provinieron los fondos33. En noviembre de 1917 triunfó la
revolución bolchevique. Poco tiempo después se propala que toda la familia real
había sido fusilada en Ekaterinenburgo. Así no quedaba nadie que podía recla-
mar la inmensa fortuna del zar en los bancos franceses.
Según el libro documental “The world conspiracy”, la persona mejor informada
de los acontecimientos antes, durante y después de la revolución bolchevique es
el corresponsal del “Times” Robert Wilton, quien vivió y estudió en Rusia. En
32
Nicolov, Nicola M., “La conspiración mundial” - el original en inglés, registrado en EE.UU.,
bajo el Nº 90- 91468. Printed in USA-TOP5 10170 S.W.Nimbus - Oirtland, O.R. 97223- 2
33
Ibídem, pág. 193
su libro “Los últimos días de la dinastía de los Romanov”, editado en francés, Wilton
describe la nómina de los 12 hombres que han gobernado Rusia en 1918, en las
páginas 136, 137 y 138.
Ellos son Bronstein ( Trotzky), Aptelbaum (Sinoviev), Luri ( Larin), Uritzki, Volodarski,
Rosenfeld ( Kamenev), Smidovich, Sverdlov ( Iankel), Nakjamkes (Steklov), en total nueve de origen
judío, algunos con nombres cambiados y los tres restantes, Ulianov ( Lenin), Kirilenko y
Lunacharski, de origen ruso. El Comité Central Ejecutivo estaba compuesto por 61 miembros de los
cuales 5 eran rusos, 6 lituanos, 1 alemán, 2 armenios, 1 checo, 2 de Grusia, 1 karaim, 1 de Ucrania,
y los 42 restantes miembros de origen hebreo” 34. Hay varias listas mas extensas para los
distintos y amplios organismos centrales, incluso para el politburö, pero para no
abrumar al lector no las mencionaré.
Eso significa la gran capacidad de avanzada y viveza de esos formidables
intelectuales Revolucionarios, sabiendo de antemano que un régimen totalitario les
aseguraría mientras viven a ellos y sus descendientes un gran poder político, un
suntuoso bienestar, considerándose verdaderos dueños de un país y sus riquezas,
182
usando suntuosos automóviles, lindas secretarias pagadas por el Estado que podían
cambiar cuando quisieran, suntuosas residencias de la vieja oligarquía, y elegantes
restaurantes bien custodiados en lugares privilegiados, etc. Además tenían la
posibilidad de amasar fortunas sin arriesgar ni un solo cobre, haciendo negociados
con los banqueros. Hace medio siglo yo no entendía cómo se realizaban esos
procederes. Pero con tantos viajes al bloque soviético y mi vieja patria tratando de
cerca con mis viejos “camaradas”, despejé todas mis dudas sobre cómo se puede
amasar grandes fortunas sin dejar rastros, haciendo negociados con los banqueros,
explotando al máximo a la clase obrera presentándose como sus fieles defensores
contra la explotación capitalista. Una perversa falsedad.
en cambio, era un témpano, un ser superinteligente, muy cauto, que calculaba sus
pasos fría y despiadadamente.
A los dos dictadores, tanto a Stalin como luego a Hitler, no les tembló el pulso
para enviar a la cárcel o a la muerte a sus más allegados colaboradores y amigos.
Los dos tenían incondicionales y sanguinarios títeres como los triste- mente célebres
Himmler, jefe de las SS, y Martín Bormann, de la Gestapo a la que yo tuve tanto
miedo. Pero durante la guerra, mientras estudiaba en Alemania vi a muy pocos de
ellos. Por su parte los rojos habían creado la “Checa”, la policía secreta que sembró
terror en la Unión Soviética, que luego se denominó N.K.V.D., con su nefasto jefe
Lavrenti Beria, que impuso la crueldad y el terror con el objeto de salvaguardar la
implacable revolución proletaria, el poder de los soviets y del propio Stalin. Al morir
Stalin y caer Beria la policía secreta pasó a llamarse K.G.B., que duró hasta el
derrumbe del comunismo.
Tanto Stalin como Hitler eran, por distintas razones, antijudíos. Stalin porque el
pueblo no lo quería y por miedo a ser desplazado y hasta enviado a Siberia, mientras
Hitler no los quería porque entendía que entre ellos había intelectuales más
inteligentes que él, y sostenía que durante la guerra se aprovecharon ama-
sando fortunas, considerándolos afines al comunismo.
La gran diferencia entre ellos era que mientras Stalin nunca aprendió bien el
ruso, hablaba poco y no movía las manos porque tenía una muñeca atrofiada,
Hitler era considerado un incomparable orador que conquistó a medio mundo, y era
un artista moviendo las manos y brazos. Mientras Stalin era muy inteligente,
un hombre con mucha viveza y precavido: cuatro veces fue enviado a Siberia y
encontró como evadirse; me parece que si eso le hubiera ocurrido a Hitler, quizás no
hubiera regresado jamás.
Durante el terror soviético, cada mes camiones especializados recorrían los
distintos establecimientos de la enorme Rusia. Allí cargaban como ganado a los que
eran seleccionados por los soviets como sospechosos, opositores o inadaptables al
régimen, y los transportaban a los campos de concentración, en las heladas regiones del
inmenso Sibir. De allí nadie podía escaparse porque no sabían dónde estaban ni
adónde podían ir, además del terrorífico control.
Además sus parientes no tenían derecho de preguntar qué había pasado con sus
seres queridos, que no regresaron a sus hogares. La respuesta era “está donde debía
estar”. Si alguien lloraba en público o se ponía molesto e insistía, lo esperaba el mismo
destino.
El vanagloriado Hitler engañó al pueblo alemán: le trajo orden, bienestar y
recuperó sus territorios mutilados, pero lo metió en una guerra que nunca podría
haber ganado. El sufrimiento del pueblo ruso se extendió sobre muchos otros
pueblos que soportaron el terror soviético por más de setenta años y sufren aún las
consecuencias de la era soviética.
Muchos autores sostienen que el comunismo es una maléfica creación del ca-
pitalismo. Analizándolo bien, fríamente, uno llega a la conclusión de que tienen toda
185
la razón, porque como verán más adelante, en contubernio con los jerarcas
soviéticos, explotaron el sudor de casi 400.000.000 de oprimidos.
En la U.R.S.S., Lenin aniquiló 3.000.000 de seres humanos entre la vieja aris-
tocracia, las autoridades gobernantes, los intelectuales y opositores. Sin contar los
millones que se murieron de hambre y enfermedades. Cabe aclarar que el astuto
Stalin transportó muchos rusos a las repúblicas periféricas soviéticas que con el
tiempo aprendían sus idiomas, cambiaban sus nombres (como lo hicieron muchos de
los intelectuales revolucionarios) y, apoyados por el poder central, entraban en los
politburos y en el aparato gobernante y la policía secreta de estos pueblos, de donde
nadie los podía sacar. Hoy en día esos rusos se transformaron en peligrosas minorías
en muchas ex repúblicas soviéticas, y con poder económico.
Con la revolución proletaria la tierra y los bienes pasaron a manos del Estado,
manejados por los omnipotentes soviets y los jerarcas, y el pueblo quedó
desposeído. Debía: “rabotit molchat y ne rosozdat” (trabajar, callarse y no razonar), como
decía Stalin cada vez que se enfurecía. Observé a Hitler gritar y gesticular en sus
fogosos discursos que el Tercer Reich y el nuevo orden que implantaría en la
Europa Unida perdurarían mil años. Lenin, por su parte, pronosticaba el paraíso
soviético para la eternidad. Sin embargo, las dos doctrinas sucumbieron y no
quedaron ni cenizas de ellas.
El ideal comunista se sintetizaba en la expresión: “Cada uno dará de sí mismo lo que
puede para la comunidad y percibirá lo que necesite de acuerdo con su condición social”, pero
Stalin al ver que eso no era posible cambió los términos: “Cada uno producirá lo
que pueda y recibirá lo que merezca”. Sin duda, creó la dictadura mejor organizada
que se conoce en la historia, que perduró después de su muerte.
Para el adoctrinamiento y la militarización de la juventud comunista, Stalin
implantó el Comsomol, organización que inculcaba a la juventud disciplina férrea y
lealtad infalible. Para asegurar un poder eterno se aceptaba en el partido un máximo
del 10% de la población, y tras severa selección. Ello posibilitaba que entraran en el
partido los hijos de los jerarcas, de algunos encumbrados científicos y militares de
alta graduación. Debían demostrar ser fieles, despiadados y hasta ofrendar sus vidas
y la de los suyos si el partido lo exigiera. Con tener un mínimo porcentaje de
afiliados y privilegiados, el duro régimen comunista se aseguraba fidelidad en los
soviets, en el aparato gubernamental, en la oficialidad de las fuerzas armadas (como
yo podía haber llegado a ser si hubiera proseguido en el colegio militar) y muy en
especial en la policía secreta, que era el órgano con más poder en el Estado soviético.
No hubo ninguna autoridad más poderosa que ella. De esa manera, en el régimen
comunista, más del 90% de la población debía trabajar duramente sin poder
protestar por lo más mínimo.
De igual manera, Hitler creó la recordada hitlerjugend (brigadas juveniles na- zis),
escalón previo a la militancia en el partido, del cual seleccionaba a los más
confiables, llamados “SS”. En consecuencia, la gran mayoría del pueblo alemán no
era nazi, como se insiste en afirmar hasta el día de hoy, para poder cobrarle lo que se
186
Más allá de todos los males que trajo el comunismo, su aporte fue grande. Hizo
trastabillar las bases mismas del capitalismo, al cual no le quedaba otra salvación que
humanizarse y cambiar de metodología. En lugar de crecer a expensas de la mano de
obra barata y de la explotación de las masas, se encaminó hacia una estrategia nueva.
Afincó su prosperidad en la producción y en la sociedad de consumo. Para ello
necesitaba que la clase trabajadora tuviera mejores salarios y mayor poder
adquisitivo, convirtiéndolos en sus propios clientes.
Lo dije ya, Hitler surgió de la nada, constituyó un enfervorizado partido obre- ro
antimarxista, y con su elocuencia galvanizó su nacionalismo. Sin embargo, el tan
recio Führer que yo vi tantas veces en los noticieros de los cines y escuché por las
radios, al verlo en persona pasar tan cerca, hundido en su Volkswagen, quedé
impresionado. Parecía realmente un loco, con la mirada perdida. Un muñeco en
desuso, Hitler era muy cambiante, se decía que era adicto a las profecías y a los
misticismos. Por eso los que creían en el destino fatal pensaron que ese misterioso
personaje realmente podía ser un “poseído”. Era un autómata incansable, que nunca
sonreía. Sin embargo, pensándolo bien, con el tiempo, y todo lo que sucedió después
de la guerra llego a una clara conclusión: que Hitler u otro como él era necesario como
un “médium”, para los intereses de los grandes grupos de poder mundial.
Nunca se supo que fuera aquejado alguna vez de un resfrío siquiera. ¿Qué es lo
que iluminó su mente? ¿Acaso su patriotismo o su rencor contra las injusticias o su
impresionante odio contra la oligarquía, los judíos y la ideología marxista?
¿Cómo pudo hacer de un país derrotado, humillado, saqueado de todos sus va- lores
nacionales y convertido en un país de mendigos, la nación más poderosa de Europa
en tan sólo cinco años? Pareciera no haber otra explicación que la de ser un
médium, enviado por fuerzas misteriosas y extrañas que de un modo enigmático
manejan los destinos de la humanidad. Algo parecido al interrogante que nos dejara
187
Juana de Arco: ¿de dónde nació esa fuerza que brotó de aquella doncella que logró
expulsar a los ingleses de su tierra como si hubiera preparado el terreno para la gran
Revolución Francesa? Un extraño fin el de aquella mujer, la hoguera, quizás para que
no quedara nada de ella a la posteridad. ¿No tuvo acaso Hitler el mismo destino?
sin profundizar en lo desconocido debemos quizás abrir los ojos hacia la
cruda realidad. ¿no será que en los tratados de paz de la Iª guerra mundial,
detrás de los representantes de los vencedores, estaba la mano negra de los ya
conocidos grandes banqueros, financistas y armamentistas, que planifican el
futuro de los pueblos de acuerdo a sus intereses? Nadie puede dudar que los
mismos capitalistas de origen judío, invirtieron en Alemania de Hitler,
aprovechando el orden. con eso el rápido progreso era posible.
Al parecer, los propósitos eran múltiples:
1) Crear una ideología, progreso y un poder militar que detuviera la amenaza en
Europa del marxismo internacional y, en consecuencia, en el resto del mundo.
Recuérdese que todas las alianzas armadas, las “Ententes”, para sofocar el
comunismo en Rusia fracasaron.
2) Con el gran poderío, basado en un rígido régimen y un sufrido, callado y
laborioso pueblo como el alemán, el “médium” provocaría una colisión con
las potencias coloniales a tal extremo que las llevaría al colapso, facilitando la
descolonización a vastas zonas del planeta y la independencia de innumerables
pueblos, sin necesidad de derramar ríos de sangre para su liberación, sin dis-
parar siquiera un solo tiro. Con eso los grandes capitales podrían libremente
penetrar en los países descolonizados e imponer sus intereses, sin tener que
pedir permiso a las potencias coloniales, ni pagar derechos.
3) Crear las condiciones necesarias para amenazar la existencia del pueblo judío
de tal forma que se viera obligado a salir masivamente de Europa para crear
una “nueva patria”. Se me ocurre pensar que, a pesar de su enorme poder
económico y político, sin ese sufrimiento, no hubiera logrado un nacionalis-
mo adecuado ni una imperiosa necesidad sin esa señal suprema.
4) Una conflagración mundial emprendida por este misterioso personaje, a la par
de provocar muertes, sacrificios, esfuerzos y gastos bélicos extraordinarios,
llegó a desarrollar una técnica balística tal (como los famosos cohetes V1 y
V2), con la cual el hombre podría proyectarse en el espacio y anhelar un en-
cuentro con seres superdesarrollados a fin de salir del atraso mental, eliminar
el egoísmo y la soberbia que nos dominan. Quizás sólo entonces sería factible
alcanzar una nueva forma de vida, liberados del ansia de poder, del egoísmo
y de los bajos instintos y de desmesuradas riquezas.
5) Otro importante hecho es que después de las innumerables y desgarradoras
guerras en Europa a lo largo de los siglos, Hitler desató una vasta conflagra-
ción. Después esa gran tormenta se impuso la necesidad de la unificación
definitiva de los pueblos de Europa en paz y concordia, sin derramamiento
de sangre, como pretendían hacerlo tanto Napoleón como el mismo Hitler,
188
pero con el uso de la fuerza Hay que pensar y acordarse de tanto dolor y muerte
de muchas decenas de millones de seres humanos, que no fueron los que tomaron
las decisiones de su trágico destino.
Nadie puede negar la veracidad de las líneas más arriba expresadas, porque todo
esto sucedió. Tampoco se debe suponer tan de prisa que haya sido esto una simple y
vulgar coincidencia. Es algo para pensarlo detenidamente, Nadie, pues, puede negar
todo a la vez, o sea la existencia de Dios, de seres extraterrestres, de mundos
paralelos, de la sabiduría universal y al final la existencia de poderosos intereses
humanos invisibles que planifican el futuro de acuerdo con sus funestos intereses.
Por eso, es nuestro deber y de todos los pueblos del mundo abrir los ojos y
aprender del pasado, que no es necesario recurrir a las armas y a los sufrimientos para
construir un futuro en paz, bienestar y confraternidad entre los pueblos, y no la
belicosidad de los armamentistas americanos que buscan guerras y mas guerras.
Mientras unos sufren y mueren ellos rebalzan los bolsillos.
sueño eterno.
He hablado con muchos alemanes que viven lejos de su vieja patria que se
expresan: Los alemanes políticamente “sind blodsinn” (son unos estupidos).
Leí también las duras críticas de algunos historiadores a ese joven pero hábil
sociólogo por haber distorsionado la verdad y haber embolsado una inmensa
fortuna justamente de los bolsillos de los cerebros lavados. Por eso me sonrío cada
vez que escucho a alguien decir que hay judíos peligrosamente inteligentes para
envolver a la gente. Pero hay que reconocer que muchos de ellos son mas hábiles,
vivos, preparados e instruidos.
Es raro que esos grupos ejecutores, según el escritor, “no fueron ni de la
Gestapo ni de los cuadros de las SS, sino que fueron normales alemanes”, con lo que
insiste en que la culpa del Holocausto fue colectiva, de “todos los alemanes”. Es una
falsa mentira. Quizás yo también lo hubiera creído si no hubiera convivido con
ellos, o que me hubiera quedado abrazando para siempre la ideología marxista o si
tuviera otros intereses o procedencia étnica. Un artículo menciona que el padre del
escritor ha sido otro sobreviviente de Rumania. Es raro escuchar mas de
sobrevivientes, que de muertos.
Como es sabido, en muchos países de Europa no querían a los judíos. Por
razones religiosas, o por considerar que tienen gran avidez de dinero y que eran
peligrosamente inteligentes. De esto Rumania no estaba excluida. Sin duda por temor a
sabotajes, los perseguían; y porque entonces el escritor con mucha malicia
embestía al pueblo alemán, porque en Rumania tendría poco éxito: no tenían el
cerebro tan bien lavado.
Lo que más me inquietó en los comentarios de la prensa fueron dos cosas:
primero, que Goldhagen sostiene que “el Holocausto tenía que suceder en Ale-
mania y en ningún otro lugar, sino únicamente en Alemania”. ¿Será que real- mente
Hitler era un “medium”, debidamente apoyado y financiado por algunos, necesario
para tal fin? Porque Alemania estaba económicamente en el suelo.
En segundo lugar, no menos llamativo me resultó el comentario del editor del libro,
Wolf Iogs Sidler (escrito en ruso) –un miembro de la resistencia guerrillera–, que
dice: “Diez años atrás ese libro no habría tenido ningún éxito. El pueblo no estaba
maduro para comprenderlo”. Si está muy claro. Lo que significa –según resalta– que
los viejos testigos de la verdad histórica ya no están en este mundo y las nuevas
generaciones no tienen posibilidad de reflexionar con sus cerebros lavados. El
comentario prosigue... “los alemanes de hoy, sin titubeo toman ese texto del libro,
que será el modo como el país acepta su pasado”. Eso significa que el constante y
masivo lavado de cerebros ha rendido el resultado buscado.
Es evidente que “los aliados” se ocuparon de hacer un sistemático y constante
lavado de cerebros en masa, por todos los medios de difusión, de tal forma que toda
la nueva generación, y los ya adultos, se sientan responsables de lo que ha hecho el
régimen nazi. Con eso los aliados y sus socios ocultos, además de sacar provecho
económico, cultural y científico, han tratado de borrar el sentimiento de patria y de
190
dignidad nacional de todo un pueblo impecable como es el alemán, que estaba tan
bien integrado con los extranjeros, incluso con los judíos. Debo repetir de nuevo:
que en cuatro años en Alemania, en el peor momento de su historia, yo nunca
escuché ni un solo alemán expresarse contra los judíos. Otra cosa es hoy; en el
mundo entero cada día hay más antisemitas. Eso lo sé yo, lo siento en carne propia.
Los aliados han logrado que la juventud alemana de hoy prefiera decir “soy
europeo” antes que decir “soy alemán”, como si quisieran despejar sus mentes de la
incesante e injusta propaganda, y no quieren saber nada de su pasado de gran nación.
Por eso los alemanes son incondicionales defensores de la unidad euro- pea y han
cargado sobre sus espaldas gran parte del costo de la misma y aceptan todas las
propuestas y resoluciones. Incluso las dos más importantes sedes de la Unión
Europea, el Parlamento y el Poder Ejecutivo están en Francia y en Bélgica
respectivamente, los dos franco-parlantes.
El lavado de cerebros se consigue con las reiteradas repeticiones de algo, para
conseguirlo: con diez repeticiones uno empieza a dudar, con cien el blanco se torna
gris y hasta negro.
De esta forma Almania está excluida de las grandes decisiones mundiales,
mientras Francia e Inglaterra tienen poder de veto en la ONU, en el Consejo de
Seguridad, tienen arsenal atómico, etc. A todo lo cual los alemanes están resig-
nados a no ser el país de primer orden que merecen.
¿Se ha preguntado el lector por qué la capital financiera de Europa está en
Frankfurt y no en otro lugar de la Unión? No hay que olvidar que la dinastía
capitalista de Rothschild es oriunda del gueto de esa ciudad. En mi visita a la
hermosa localidad de Wisbaden, que no fue bombardeada, observé suntuosas
residencias de miembros de aquella colectividad. Hoy se encuentra una autopista
directa a 30 Km de Frankfurt que puede recorrerse en tan solo 10 minutos corre por
encima de todas las demás rutas.
***
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CAPÍTULO VIII
Al mediodía del 27 de febrero de 1948, llegamos a las serenas aguas del Río de la
Plata. Los mareos habían cesado. No entendíamos por qué llamaban río a lo que
parecía un mar, aunque nos llamó la atención el agua muy turbia, que no habíamos
visto antes. Al anochecer atracamos en el puerto de Buenos Aires. Bajo un
ensordecedor griterío muchísima gente aguardaba a los viajeros y las
exteriorizaciones se hacían también desde la cubierta. A nosotros, nadie nos es-
peraba. Ningún pariente, ningún amigo, nadie. Éramos desdichados refugiados a bordo
del lujoso transatlántico gracias a la gentileza del señor Kara. Al descender la extensa
escalera, entre continuos empujones contemplaba la oscuridad y, a la distancia, lo que
sería ¡mi nueva y gran patria! Luego que fiscalizaron la documentación expedida en
París, nos derivaron al “Hotel de Inmigrantes”, un viejo
edificio de dos plantas en el puerto.
Traía en el equipaje, aparte de lo puesto, una muda de ropa interior, un pullo-
ver usado, algunos libros de ingeniería, una regla de cálculo y nada más. Tenía
en el bolsillo cinco dólares bien guardados, de los que el amable Sr. Kara nos
había obsequiado a cada uno, y por último, aproximadamente treinta palabras
193
del idioma que hablarían mis descendientes. Confieso que me sentía emociona-
do. A pesar del mal momento, en mi nueva patria yo me tenía mucha confianza.
Estaba seguro de que con una firme y honesta dedicación, tarde o temprano iba
a progresar, destacarme y lograr una vida decorosa.
Sin embargo, algo se me escapaba: que a pesar de todo el éxito obtenido, ser
un argentino naturalizado y un permanente analista de la política económica
argentina, me sentiré extranjero mientras viva. Y lo peor del caso es que cada
vez que vuelvo a mi vieja patria me siento todavía más extranjero. Y por si eso
fuera poco, en la Argentina muchos que no me conocen me consideran que soy
judío y lo malo es que me lo hacen notar.
Nos instalaron en una amplia sala del primer piso del memorable Hotel de
Inmigrantes, en la zona del puerto, poblada de camas destinadas a otros tantos
desdichados como nosotros. Sin duda, la gran mayoría había llegado días antes
con el barco Jamaique, porque su aspecto no era igual a la gente que observamos
en el Ugolino Vivaldi. Lo que llamaban “Hotel” no nos agradó, pero después de
tantos padecimientos, aunque hubiese sido una cárcel habría resultado lo mis-
mo. La fatiga, o quizás la tierra firme, me sumergieron en un profundo sueño, e
ignoré el mundo que me rodeaba en la enorme sala.
Un estridente grito: “¡Arriba, giovanotti!”, despertó a los inmigrantes; aún era
temprano, y especialmente para mí. De inmediato todos se agolparon para usar
los baños con los zapatos mojados a consecuencia de las orinas estancadas. Quise
suponer que sería la última desdicha por sufrir en mi tortuosa vida. La comida
era generalmente a base de cereales con trozos de carne, que para nosotros, que
habíamos conocido el hambre, resultaba más que suficiente.
Salimos del puerto a pasear por Buenos Aires. Lo primero que vimos fue el
antiguo reloj de La Torre de los Ingleses y hacia el fondo, un letrero llamativo
emplazado sobre un edificio oscuro. Se trataba de la estación ferroviaria Retiro. Una
enorme leyenda que anunciaba: “Ya son nuestros”, despertó nuestra curiosidad; no
entendíamos en absoluto cuál era su significado. El diccionario tampoco nos sacó de
la incógnita, tiempo habría después para saberlo Poco conocíamos de la Argentina,
a no ser lo que estudiábamos en nuestra secundaria. En todos aquellos años en
Europa, no había revistas ni tampoco informaciones sobre América Latina. Pronto
supimos lo que era la República Argentina de entonces: un país atrapado por la
engañosa política populista. Aunque afortunadamente en manos de militares
conducidos por el Gral. Perón y no bajo un tutelaje marxista o nazista. Perón, como
se sabe, ha sido agregado militar en la embajada de Italia y le ha gustado como fue el
manejo de las clases populares. Claro, no era el país que habíamos contemplado en
el mapa ni el de las fabulosas riquezas con las que soñábamos. Habíamos caído en un
194
país que no tenía posibilidades de trabajo, las nuevas leyes obreras obstaculizaron la
iniciativa privada y, como sucede en estos casos, ahuyentaron la inversión. Con este
panorama no resulta difícil deducir el futuro que aguardaba a las próximas
generaciones. Caminamos con la esperanza de encontrar algún empleo de cualquier
tipo. Nos indicaron una empresa alemana de construcciones. No era posible, estaban
reduciendo el personal de la empresa, dada la situación creada con la llegada del
peronismo, que vaciaron el Banco Central del oro acumulado durante la guerra. Y las
obras públicas estaban paradas.
Allí conocimos a un viejo pero amable compatriota quien estaba tan contento que
de inmediato nos invitó a cenas a su casa. Don Alejandro Vasiliev vivía en San
Andrés. Mientras caminábamos para tomar el tren a Retiro, nos enteramos de que se
había desatado una huelga general. Por discreción, respondimos de que dejábamos la
invitación para otro día. El búlgaro, cabeza dura, insistió: “Hablé con mi señora y nos
esperará”. De cualquier manera llegaremos, agregó. Buscamos un taxi, pero nos costó
encontrar uno. Aludiendo luego a los ferrocarriles nuestro compatriota comentó: “ Ya
son nuestros, pero lo malo es que desde entonces, la mayor parte del tiempo no funcionan. Se mandó
a Londres tanto oro por miles de millones de dólares para esos viejos ferrocarriles que dentro de unos
años debían pasar a manos argentinas. Con tanto dinero bien que podían haber otorgado miles de
préstamos para promover la industria y el comercio y con ellos generar empleos y riqueza”. Le
pregunté por qué no había construcciones. Contestó: “El nuevo gobierno es populista,
cree que favorece a los que tienen menos congelando los alquileres. Con lo cual la inversión en la
construcción se redujo muchísimo. Dentro de poco tendremos un país estancado y envejecido.”
“¡Lindo futuro nos espera en este país!”, exclamé.
Al final llegamos a un modesto pero simpático chalet con techos de tejas cercado
por ligustrines. Nuestro anfitrión abrió un portón y accedimos a un pasillo
flanqueado de flores. Al encender las luces del jardín, observamos flores por todas
partes y hacia el fondo, una huerta sembrada con hileras de verduras de estación y
demás árboles frutales. Su esposa Gloria, compatriota, doctorada en Ciencias
Económicas, había llegado desde Francia hacía un año, carecía de empleo. Nos
esperaba con la mesa delicadamente servida. El dueño de casa, con visible orgullo,
nos presentó a un vecino que se asomó para conocernos: “Dos ingenieros búlgaros recién
llegados”.
Paladeamos una rica comida típica de nuestro país, que hacía tiempo no
probábamos. Era evidente que el ama de casa conocía bien el arte culinario.
Nuestro compatriota presumía con sus apetitosos tomates, rabanitos, pepinos,
cebollas, recién cortados de la huerta. Fue una velada simpática. Escuchamos temas
folclóricos en un antiguo gramófono, cantamos, brindamos y nos divertimos.
Gloria y Alejandro fueron, pues, los primeros e inolvidables amigos que
encontramos en nuestra nueva patria. Se hizo tarde y como no había transporte
dormimos esa noche en su casa.
Pensamos ir a tentar fortuna en Venezuela, para donde teníamos también visas,
pero el I.R.O., que se había comportado excelentemente con nosotros, no podía
195
Cierta tarde nos atronó un altoparlante que difundía informaciones diversas que,
lejos de interesarnos, aturdían nuestros oídos. No sospechábamos que el mensaje
podría estar dirigido a nosotros. Lo repetían, pero ninguno entendía un comino de
castellano. De pronto apareció un empleado de la administración de nacionalidad
yugoslava: “¿Acaso no escucharon los parlantes?” Comentó que una institución del
norte, del “Jardín de la República”, “la Caja Popular de Ahorros” de Tucumán,
buscaba técnicos.
Nos comunicó asimismo que un funcionario tucumano nos entrevistaría. Así
sucedió. Preguntó si estábamos dispuestos a viajar a su provincia por trabajo. La
invitación la hizo al grupo. En el acto recibió un rotundo “sí”. A la hora señalada del
día siguiente estábamos puntualmente en los andenes del Ferrocarril Bartolomé
Mitre de la estación Retiro; el viaje duraría veintiuna horas. El contratista nos
despidió cordialmente. Los viajeros eran: el ingeniero ruso Galagán; un
ucraniano, Rabsiun; dos serbios, el arquitecto Zar y el ex ejecutivo Stipishich; dos
croatas, el arquitecto Liebich y el ingeniero industrial Wugler y además dos búlgaros,
Boris y yo. Mientras pausadamente oscurecía, admiramos la infinita llanura cubierta
de ganado vacuno. No cabía duda, penetrábamos en un país que era un paraíso,
pero cabía preguntarse: “¿Qué es lo que falla?”. El tiempo, poco a poco, me des- cifró
el enigma. A pocas horas de Buenos Aires la polvareda comenzó a penetrar en el
coche y a cubrir nuestros rostros. Obviamente el vagón no era de primera clase,
como suponíamos. El viejo arquitecto Zar, que era el mayor del grupo, no
comprendía cómo una prestigiosa institución oficial permitía que sus ingenieros
contratados viajaran en tales condiciones. La polvareda, entretanto, persistía con
intensidad y era como atravesar el Sahara. Debo reconocer que llegamos puntual-
mente a destino. Un arquitecto de la Caja, nos aguardaba. En dos automóviles
oficiales nos trasladaron al Hotel Excelente recepción: nos aguardaba una mesa bien
provista. Transcurría el 21 de marzo de 1948.
Concurrimos al otro día a la “Caja Popular de Ahorros”, donde nos recibió el
Directorio en pleno. A seis de nosotros se nos ubicó en la institución, a los dos
restantes en la Casa de Gobierno. Éramos recién llegados y no teníamos un peso en
el bolsillo. De tal suerte que permanecimos alojados un mes en el hotel por cuenta
196
de la institución.
de Bulgaria entre los Balcanes, el Danubio y el Mar Negro”. Entonces entendí que cuando los
eslavos invaden aquella zona hacen referencia a la familia feudal a la cual llaman
“Coralsky”, o sea, los que dominan o gobiernan a los “Corales”. De igual modo, por
ejemplo, quienes dominan los Balcanes se apellidan Balcansky, etcétera. En el
idioma de mi país “sky” señala título de nobleza, a tal punto que el rey búlgaro
Simeón II, en el exilio, y sus hijos, llevan como título una de las antiguas capitales
de Bulgaria. Por ejemplo Tarnovo es “Tarnovsky”. Esos apellidos son muy raros, no
sólo en Bulgaria sino en los demás países de lengua eslava, como el gran
Chaikovsky, por ser graf (duque). Mientras que los polacos en un 80% tienen
apellidos que terminan con “ski”.
Repito que mientras estaba en Europa nunca nadie me preguntó si era judío. Ni
siquiera en Alemania bajo los nazis, como ya mecioné ni siquiera en la Gestapo
cuando fui a registrarme como estudiante, para recibir cupones para alimentos. Sin
embargo, al venir a la Argentina, dos por tres recibo esa pregunta. Está claro que es
por mi apellido que termina con sky. Muchas veces, al escuchar mi apellido, sin que
me pregunten, me siento como observado o sospechado. Y no faltan algunos que
por atrás y por debajo largan algún insulto. No es no- vedad que cada día en el
mundo hay más antisemitismo por distintas razones, y en especial por el trágico
problema del pueblo palestino, frente al poderoso Estado israelí. Si se sigue así,
hasta mis descendientes pueden sufrir algún tipo de persecución muy injustificada.
Por suerte concluí el edificio “Victoria” con gran sacrificio y sin recurrir a
créditos bancarios de los cuales me abstenía por temor de endeudarme. Con su
terminación puse en evidencia mi capacidad empresarial. El directorio del Banco
Comercial de Tucumán, con su presidente, me visitaron para conocerme perso-
nalmente y ofrecer los créditos que necesitara. El dinero provenía de su cartera
reciente de ahorro y préstamo, sin obligación de aportes por mi parte.
Me entusiasmó con el ofrecimiento y adquirí un terreno frente a la Plaza Inde-
pendencia, en la misma vereda a metros de la Casa de Gobierno de Tucumán donde
levanté el edificio “Libertad”. Para este proyecto conseguí autorización para levan- tar
once pisos de altura. A partir de allí quedé atado para siempre a Tucumán.
A pesar de la experiencia adquirida como empresario, por ser muy confiado, tuve
una importante pérdida de dinero y una gran desilusión. Por compra de materiales a
precio “muy conveniente” entregué grandes sumas de dinero a un compatriota
búlgaro que todavía no conocía y a un colega mío de la colectividad israelita que ya
conocía. Sin embargo, me vi amargamente defraudado. El pri- mero se fugó del país
tras haber “sorprendido” a unos cuantos, y el segundo se presentó en convocatoria
de acreedores, estafando a varios como yo que habían creído en él. A causa de eso la
205
obra se demoró y mi bolsillo adelgazó, además de toda la “mala sangre” que pasé y el
tiempo que perdí.
Al concluir el edificio “Libertad” organicé en la terraza un lunch e invité a
personalidades destacadas del medio. También a la prensa oral y escrita, con el
propósito de difundir la conveniencia y el beneficio de las viviendas en altura, pues
junto a una mejor visión, ventilación, menos gases tóxicos de los vehículos e
insectos, resultaban de mayor seguridad ante robos y asaltos. Hice lo mismo en los
restantes edificios que inauguré, con el propósito de cambiar en lo posible la vieja
idiosincrasia provinciana. Sin darme cuenta, con el tiempo me había convertido
en el pionero de los edificios altos en Tucumán.
Según los abogados avezados, para ganar un juicio se necesitan tres condiciones:
tener razón, poder probarlo y, lo más importante: que la justicia se la dé.
Sin embargo, con la experiencia que me dio la vida debo agregar una razón más:
que el demandado o condenado sea solvente, caso contrario usted se verá
sorprendido con mucho pesar cuando su letrado le diga: “Señor, hemos ganado el juicio,
pero el demandado no tiene solvencia”. O que no tiene bienes a su nombre o que se declaró
en quiebra y no sé qué otra excusa para no poder cobrarle. Puede es- cuchar también
de parte de su abogado: “ Yo he trabajado para Ud. y necesito el dinero. Si no me lo paga, me
veré obligado a demandarlo”. He sufrido tantas injusticias de la justicia que prefiero
callarme porque hablar puede ser peligroso.
LA REVÁLIDA DE MI TÍTULO
U.N.T. exhibe un título debidamente legalizado, su validez es automática y asume los mismos
derechos que los otorgados a los ingenieros alemanes”. con dolor me di cuenta de que
era discriminado en mi nueva patria. Fui a entrevistar al entonces rector, Ing.
Eugenio Virla, quien admiraba mi progreso y me prometió ocuparse personal-
mente del caso. Además a mis edificios en construcción llevaban a los estudiantes
de ingeniería para ver cómo se construía un edificio alto.
Los trámites eran largos y tortuosos. Por un lado algunos profesores sin duda
me miraban con recelo por el gran éxito y admiración que conseguí en Tucumán,
al parecer, tampoco les gustaba mi apellido; era una verdadera discriminación.
Encima de todo, a los filocomunistas no les gustaba saber que me había graduado
en Alemania, estudiado bajo los nazis, y escapado del paraíso soviético. Hasta
buscaban trabas en los programas de los estudios en Alemania.
Por último resultó que los estudios realizados en la alta politécnica bastaban
y superaban las locales, pero debía equiparar mis estudios secundarios con los
nacionales. Se incluía entre ellos lengua española, historia y geografía argentina,
ingeniería legal e instrucción cívica. Como no contaba con tiempo suficiente
durante el día, contraté a profesores para estudiar en mi oficina después de las
horas de trabajo. Por lo general cerraba los ojos y escuchaba en silencio. En
ocasiones, al estar cansado, me arrojaba sobre la alfombra del piso. El profesor
a veces me interrogaba: “¿Ingeniero, se ha dormido?” “No, le contestaba, prosiga que
lo escucho atentamente.” Formulaba preguntas de modo que además de recibir in-
formaciones demostraba que estaba atento y no dormido. Eso se repitió durante
varios meses. Más aún, al ir de veraneo con mi familia, estudiaba todos los días.
Al fijarse las fechas de los exámenes uno tras otro, que debía rendir, los aprobé
sin dificultades.
Siempre recuerdo cuando el profesor Gustavo Bravo Figueroa, profesor de
literatura, me dio como tema escrito en castellano: “El viento blanco”, según el
relato de Juan Carlos Dávalos. Al entregar el escrito le observé: “Quizás, profesor,
yo debería saber de esto más que Ud. y quizás que el mismo autor, porque viví y sufrí estas
experiencias durante muchos años”. En efecto, recién en el año 1964, o sea 16 años
después de llegar en la Argentina después de arduas, cansadoras e ininterrum-
pidas peregrinaciones conseguí que me otorgaran la reválida de mi título como
ingeniero civil. Con eso tengo dos diplomas. Y con toda seguridad soy uno de
muy pocos que ha revalidado su título de Alemania.
Como ya mencioné, desde chico tuve buena relación con gente de esa colec-
tividad en la ciudad departamental de mi pueblo. El diario búlgaro 24 horas del
2 de septiembre de 2002 con grandes letras titula: “Cien casamientos de judíos por
mes en Varna, la bella ciudad de nuestras playas del Mar Negro”. Los recién casados
provienen de los países vecinos, especialmente de Israel, debido a las excelentes
recepciones que se le brindan en Bulgaria.
Al llegar a la Argentina la gran mayoría de mis amigos, así como mis clientes, eran
también de esa colectividad. Además me entendía mejor con ellos en algu- no de los
idiomas que yo aprendí... y muy especialmente porque pronunciaban correctamente
mi difícil apellido y no me hacían las preguntas que ya mencioné. Aunque la lista es
muy grande, todavía me acuerdo de algunos, como el Ing. Rodolfo Mochkovsky,
director de la empresa Zollazo Hnos., del que aprendí cómo tratar a los operarios de
las obras en construcción y desenvolverme como empresario. Con mi querido
dentista, que fue el Dr. Samuel Scaliter, con quien un día, conversando frente a su
casa, después de la muerte de la Sra. Eva Pe- rón, pasaron dos tipos fornidos y al ver
que no teníamos las escarapelas negras se dieron vuelta y escupieron en nuestros
pies. No tengo más que palabras de agradecimiento al Sr. Rudman, de Suixtil, para
quien construí mi primera obra, ayudándome como un padre; lo mismo que al Sr.
Salomón Dimon, como tam- bién a Santiago Kohn. Tanto el uno como el otro
208
creí que después de poseer esa posición social y tener tanto flujo de dinero en plazo
fijo, un día también ese dinero desaparecería y cerraría las puertas del Banco Mayo
junto con todos los bancos y sus sucursales adquiridas, según la prensa 184; pero la
justicia es demasiado lenta en esos casos y a veces, habiendo tanto dinero, todo se
diluye y desaparece.
No quisiera pasar por alto un especial agradecimiento a dos queridos amigos. Al
profesor Dr. David Lagmanivich, quien me aconsejó que escribiera este libro con
relatos separados, para facilitar una lectura más ágil.
También al distinguido escritor Bernardo Ezequiel Koremblit, le hago llegar mi
sincero agradecimiento por los elogios y afectuosos conceptos vertidos en el prólogo.
La lista de mis amigos es larga, de modo que pido que me disculpen los muchos que
no menciono. Únicamente que no puedo olvidarme de una persona muy especial, con
la que nos apreciamos mucho mutuamente: el “contador atleta” Efraín Wachs, quien a
los 85 años fue campeón regional, nacional e internacional como corredor a distintas
distancias y en todo terreno.
De esta colectividad aprendí algo muy sabio: “Si no tienes lo que quieres, quiere lo
que tienes”, así tu vida será mucho más pasadera y a la larga triunfarás.
por tener que ir al médico, dentista, o alguna mentira similar a fin de que los dejaran
salir.
“De ninguna manera lo haré, hijo, pues no soy un mentiroso. ¿Así que porque llega la sueca,
todos los chicos llevarán notas para ir al médico? ¡Qué bochorno! ¿Acaso, hijo, los sacerdotes son tan
ingenuos para creerlo?” Ante mi respuesta mi hijo, lloriqueando, contestó: “Sabía, sabía
que eras malo, mis compañeros me lo dijeron”. Lo quise convencer de que el colegio sólo
autorizaría ir a todos juntos y que el papel no le serviría de nada. Además sería un
mentiroso más, por nada. Como continuaba llorando, accedí: “Está bien, te daré una
tarjeta”. En ella escribí: “Rvdo. Padre Tapie, si usted considera factible agradeceré autorizar a
mi hijo a fin de que concurra a ver la llegada de la tan esperada carrera automovilística”. Él no
quiso llevarla, le parecía que con una franqueza así quedaba mal parado. Insistí,
garantizándole que si el colegio otorgaba un solo permiso sería a él. Llevó la nota de
mala gana.
Al día siguiente lo vi contento y risueño y me contó lo sucedido. En efecto, entregó
la tarjeta al sacerdote. En el curso, al escuchar su nombre empezó a temblar: “Dante
Koralsky, dígale a su padre que es el único que no mintió, el único que dijo la verdad”. Lejos de
valorar la actitud franca, sus compañeros le reprocharon: “¡Viste, tu padre como siempre
pretende ser distinto, superior a los demás!”. Tuve la certidumbre de que en el reproche
existía un perceptible fastidio contra mí y una envidia que le alcanzaba también a él.
Tiempo después, jugando con algunos compañeros en la casa, mientras uno se
metía en una bolsa los otros le daban vueltas. En el turno de Dante, quien sabe por
qué, en vez de vueltas le dieron algunos puntapiés y uno de ellos fue a dar sobre la
nuca. Cuando oyeron gritos, los chicos se fueron corriendo. Cuando sacaron a Dante
de la bolsa tenía convulsiones y no articulaba palabra. Me llamaron con urgencia.
Pedí el auxilio de un médico, quien aconsejó una urgente intervención quirúrgica.
Presumía una lesión cerebral, quería abrir y examinar el cráneo. Necesitaba tomar
una decisión de gravedad, pero me opuse. Cuando se retiró el médico había
oscurecido. Me sobrevino un deseo de venganza irracional. Salí a la vereda, donde
solían jugar sus compañeritos, pero por suerte no encontré a ninguno.
Le suministramos algunos medicamentos y esperamos su evolución. Mejoró
lentamente con el tiempo. Le prohibí que se volviera a juntar con los amigos. Quizá
lo más acertado hubiera sido trasladarme a otra vivienda, pero no era fácil. La casa
estaba construida a la medida de nuestras necesidades. Además estaba demasiado
ocupado. No pude evitar que reanudara los juegos con los mismos chicos y el
distanciamiento, conmigo, fue creciendo a través de los años, a pesar de toda la
voluntad y empeño que puse para evitarlo, pero lamentablemente ya era tarde. Por
eso me permito dar un consejo: es mucho mejor menos riqueza, pero más atención a
los hijos.
De chico Dante leía con interés las revistas que compraba sobre vidas ejem-
plares y hombres ilustres. Era notable cómo las cuidaba, encuadernaba y aún hoy las
conserva. Las lecturas le ayudaron a obtener una adecuada cultura. Nunca podré
211
olvidar el dolor que me acompaña desde que tuvo un brutal accidente en la ruta,
donde un conductor, viniendo de contramano, se metió bajo la camioneta de mi hijo,
muriendo en el acto, mientras mi hijo que ya era arquitecto sufrió mucho antes de
reponerse de las múltiples golpes y fracturas.
Mi hija Victoria nació un año y medio después que Dante. Desde chica estaba
apegada a mí. Tenía pocas amigas y contrariamente a su hermano, al ir creciendo me
acompañaba a todas partes. Siempre recuerdo que al comprar mi primer auto, un Opel
usado, ella me acompañaba de noche para ir a guardarlo en un garage. Por
costumbre y diversión, al volver hacíamos carreras hasta la casa. Hice lo imposible y
empecé a dedicar más tiempo a la familia. En los fines de semana paseábamos con
mi esposa y los chicos por lo general en el parque. Era un placer sacarles fotografías
que aún conservo con cariño.
Es gracioso recordar que Victoria vivía destapándose de noche. No sabía cómo
resolver ese problema, hasta que decidí atar la sábana en los dos costados de la cama.
Era cómico verla, por la mañana, sólo con la cabecita afuera, le costaba esfuerzo
salir. Como no podía atarla mientras se hallara despierta recurría a un truco: todas
las noches me sentaba en la cama al lado suyo para contarle cuentos hasta que se
dormía.
A medida que crecía se hacía cada día más simpática y bonita. La llevaba a
casi todas las fiestas. Cuando integraba el directorio del Banco Empresario de
Tucumán realizábamos cenas mensuales de camaradería de hombres solos. Llevé una
vez a Victoria y se convirtió en la mascota del directorio. Lo malo fue que se casó
joven y no tuvo suerte. Por razones obvias no quisiera entrar en mas detalle; sólo
quisiera advertir a muchos padres que presten mucho cuidado con quien se casa su
hija y máxime si es un abogado, peronista y político. Lo bueno es que me dio una
hermosa nieta, Natalia Verónica. Por fin tuvo coraje de separarse; además quedó
viuda. Agradezco a Dios por tenerla siempre al lado nuestro.
***
212
CAPÍTULO IX
Pasando los años recibí en Tucumán la visita de uno de los embajadores del
régimen comunista búlgaro con quien recorrimos el norte argentino. Me juró que
con pasaporte argentino se puede viajar a Bulgaria sin problemas porque se es
considerado un extranjero.
Confiado en todas las promesas, en 1968, veintidós años después de haber
abandonado mi vieja patria, decidí visitarla. A la salida de Tucumán recibí una
despedida emotiva, tanto del personal de la empresa como de mis familiares y
amigos. Me abrazaban efusivamente, como si nunca más hubiera de retornar. Con
un tour, hice un extenso itinerario por Europa. En Roma me enteré de que el
secretario de la Embajada búlgara que conocí en Tucumán años atrás se
desempeñaba allí como embajador. Me recibió afectuosamente. Recorrimos con su
automóvil la ciudad entera, compartimos una cena y luego visitamos un café donde
concurrían compatriotas. No encontramos a ninguno.
Al salir, un individuo alto, joven y elegante nos saludó. Era Jorge Karamaneff, que
tenía parientes en Tucumán a quienes yo conocía mucho. Además de otros cargos, se
desempeñaba como secretario general del Comsomol (juventud comunista búlgara) de
la que yo mismo había formado parte. Me facilitó su dirección y me invitó a
visitarlo. Viajé a Bulgaria en un avión de fabricación soviética, austero en su diseño y
colmado de pasajeros, en su mayoría turistas extranjeros. Ya dentro del avión,
compré algunas baratijas, con la billetera cargada de dólares que junto a mi
impecable búlgaro llamaron la atención de las azafatas, que seguramente
pertenecían al servicio de inteligencia. Llegamos normalmente a Sofía, la capital
búlgara. En el aeropuerto, al igual que el resto de los pasajeros hice la respectiva
cola para el sellado del pasaporte. Cuando llegó mi turno la mujer, al abrirlo, indicó
que esperara a un costado. Sin duda tenía conocimiento de mi llegada.
Me inquieté. No obstante, aguardé paciente. Al irse todos los pasajeros que- dé solo;
me condujeron a una habitación ante un jefe de la milicia popular que gentilmente
me invitó a sentar y acto seguido fui sometido a un interrogatorio minucioso.
Quería saber todo de mí; le explicaba que era amigo del embajador en Roma y que
conocía, además, a otros funcionarios búlgaros, incluso al camarada Karamaneff.
Parecía que nada de lo que yo decía le importaba al imperturbable inquisidor. Quería
saber por qué había tomado ciudadanía de un país extranjero sin la autorización del
gobierno búlgaro. Ante esa pregunta me vi perdido. Pensaba que por voluntad
propia me había entregado al temible régimen marxista.
Mi paciencia se agotó y empecé a gritar, como si de golpe hubiera perdido el
miedo o, mejor dicho, perdido por perdido, calculé que era la única forma de
defensa: “Soy argentino y no deseo ser búlgaro”. Reclamé mi pasaporte y las valijas, dis-
213
momento, le preguntó: “¿Qué harías si el partido te entrega un revólver y ordena que dispares
a tu tío? No podrías rehusarte. ¿No es verdad?” Doncho perdió el aspecto festivo,
enmudeció, y creí descubrir en sus ojos el asomo de las lágrimas: Entonces
interrumpí el diálogo: “Animo Doncho –le dije–, eso nunca sucederá, todos saben que me
encuentro en Bulgaria y no podría desaparecer así nomás. Además en su tiempo salí con pasaporte y
visas”.
Mientras recorríamos el camino observé por todas partes una cantidad de
construcciones nuevas. Llegamos a Karnobat, donde residía mi hermana, la ma- dre
de Doncho. Se habían reunido algunos parientes para recibirme. Fue, como era de
suponer, un momento realmente inolvidable. Me llamó la atención que mi sobrina
fuera jefe de manzana, según lo indicaba un cartel en el frente de su casa. Ella las
vigilaba y controlaba a todas.
Por la noche, mientras dialogábamos a solas, mi hermana preguntó por qué me
había arriesgado a regresar. Su hija intentó una seña para que se callara, lo que me
obligó a preguntar qué sucedía. “Existía una ley que condenaba a muerte a quienes habían
salido del país y no retornaron, pero fue derogada”, se apresuró a aclarar mi sobrina. La
tranquilidad recuperada desapareció. Recordé los inquisidores formularios recibidos
años atrás, de cuatro páginas, adonde el régimen soviético quería saber todo y
amenazaba de muerte a los que no regresaban, y a pesar de la aseveración de nuestros
embajadores de que fuera una provocación escrita por los enemigos del comunismo,
comprobé que eran auténticos. Advertí con curiosidad que los trabajos manuales en
los campos lo realizaban corpulentas mujeres. Los hombres –según señaló mi
primo– estaban en el ejército, en la milicia, o bien trabajan en los campos, pero en
las máquinas.
pueblo?”, preguntó mi hermano. “Es que descubro todo cambiado y de no ser por el letrero
habría pensado que no era el mío”. Lo que observaba era inédito, increíble. “¿Quién
construyó esto, acaso el Estado?” “No –respondió mi hermano–, ahora, igual que antes, cada
campesino construye su casa con sus propias manos y todos juntos construimos las obras
comunitarias.” Las casas eran todas de dos plantas. Las calles principales de Cherkovo
estaban pavimentadas y el cementerio viejo ya no existía.
En el régimen monárquico, cada campesino poseía su pequeño campo, su
vivienda, animales para consumo de carne, leche y labranza de la tierra. Ahora
poseía únicamente su casa y el terreno a la vuelta. Perdieron sus tierras y todo lo
demás; debían conformarse con ser simples empleados del Estado o, en su defecto,
de las cooperativas administradas por dirigentes comunistas. Todavía se recordaba
la bonanza de la Segunda Guerra Mundial, cuando los productores vendían a buen
precio su producción, manejaban dinero, vivían cómodos, celebraban sus fiestas y se
divertían. Ahora, se trabajaba duro y la existencia era austera. Los feriados
nacionales los celebraban con grandes desfiles donde asistían todos. Sin embargo, el
Estado no perdía nada, la gente después trabajaba el sábado o domingo venideros las
horas que habían perdido por el festejo.
Los campesinos, acostumbrados al trabajo duro y a la laboriosidad, se adaptaron a la
nueva situación y pese a los magros salarios no pasaban hambre. El mínimo tiempo
disponible, después del empleo, lo aprovechaban en sus huertas en los terrenos que
poseían desde tiempos pasados alrededor de sus casas. Compraban lo que no podían
producir ellos mismos. Aquellos que no manejaban adecuadamente la cuchara de
albañil, cortaban, quemaban ladrillos y hacían mezcla con la cal que ellos mismos
quemaban. Caso contrario, servían de auxiliares a los más hábiles que levantaban
paredes, hacían revoques, colocaban pisos, etcétera.
En las afueras de Cherkovo construyeron espaciosos galpones donde los
agricultores guardaban los equipos de la granja colectiva. Observé una edificación
de magnitud: era el granero, junto a otros galpones destinados a la cría de cerdos,
aves de corral, etcétera. Para mí, que conocía los modestos pueblos y las humildes
parcelas de campo, eso parecía una verdadera maravilla, pero era menester vivir allí
para comprenderla. “Tuvimos una tarea demasiado dura, me confió uno de los dirigentes
de la granja colectiva, pero así pudimos obtener el premio Cinta de Plata en el departamento de
Karnobat.” Claro está que el partido realizaba una férrea planificación y controlaba su
ejecución en forma estricta. Se prometía que una vez consolidada la economía, la
presión laboral y sus exigencias desaparecerían. Pero aquellos que creían en las
promesas comprobaban que el régimen era una clase privilegiada y opresora, una
elite y un pueblo sometido que debía trabajar hasta el fin de sus días.
Un hecho me entristeció sobremanera: el estado de abandono en que encontré la
iglesia. La puerta de entrada sujeta con alambre, el techo de tejas destrozado por
piedras de manos anónimas. Nadie se atrevía a repararla. Por las rendijas observé
que crecían malezas en su interior.
Como mi madre falleció cuando me encontraba en Viena, decidí hacerle un
217
tranquilidad. Deseaba visitar todo lo que pudiera y ver a la gente amiga, sobre todo
a Dimiter Valev, de una familia muy adinerada, que tanto me ayudara en el
secundario; especialmente para poder abandonar el marxismo. Envié un pariente a
buscarlo, en la casa paterna o donde fuera, indicándole que me encontraría a las 21
horas en el nuevo y gran hotel de la ciudad. Lo aguardé largo tiempo sin saber que
Valev estaba esperándome afuera, porque entonces era un hotel para extranjeros y
no se animó a entrar. Cuando salí a la calle divisé a un anciano que se acercaba
despacio. Ni remotamente imaginé que fuera mi amigo Dimiter. Te- nía un año
menos que yo, pero a los 48 era un anciano desgarbado, deteriorado físicamente, de
cabellos totalmente blancos como algodón, rostro arrugado y voz temblorosa: “Vatiu,
bienvenido”, decía mientras me extendía sus manos. “¿Dimiter, sos vos?”. Con
lágrimas y sumamente emocionado balbuceó “Sí, soy yo”. Nos abrazamos. Advertí
que no deseaba separarse y esperé que se desahogara. Lo invité al hall con el
propósito de que conversáramos.
Mi viejo amigo no se animó a entrar. Su ropa tampoco era adecuada para el
brillo del espacioso hall. Se había graduado como profesor en Literatura y pese a
ello, se sentía un ciudadano de cuarta categoría porque de primera era la elite, de
segunda los acomodados, de tercera el pueblo que trabajaba y por último, de cuarta,
los considerados opositores, que recibían malos tratos, peores trabajos y míseros
pagos. Dimiter Valev, siendo joven y culto, había poseído talento suficiente como
para triunfar en la vida por sus propios medios. Le gustaba escribir y publicaba en el
diario local sobre historia y cultura búlgara de la Edad Media y Antigua. “Te observo
muy decaído”, manifesté. “Sufrí muchísimo”, contestó, ahogado en lágrimas. “A la llegada
de los rusos y los comunistas al poder, perdimos nuestra casa, la invadió gente extraña; fuimos
arrinconados en una habitación. Mis padres sufrieron la falta de alimentación, enfermedades y
carencia de medicamentos y murieron en la miseria. Me detuvieron infinidad de veces. Me
arrestaban, me liberaban, volvían nuevamente a detenerme hasta el hartazgo. Me casé y en el
matrimonio no me fue mejor. Nos separamos de hecho y judicialmente, pero como no pude conseguir
dónde ubicarme tuve que compartir con ella la única habitación que poseía y la misma cama.
Vatiu, es un infierno insoportable vivir con una persona a quien no se le dirige la palabra. No
tienes idea del grado de sufrimiento que significa. Mi desgracia se origina en el hecho de haber tenido
un padre conocido y de buena posición económica. Como sabían que no era comunista, por más que
nunca abrí la boca tú conoces su slogan: “Quién no está con nosotros, está contra nosotros”.
No encontraba palabras que pudieran consolarlo o animarlo. No tenía res-
puesta que dar a un ser querido que estaba en mis brazos, sumido en la desgracia. Me
era absolutamente imposible hacer algo a favor de él y ayudarlo a aliviar su
desesperada situación. Hasta me arrepentí de haberlo arrancado de su letargo
existencial. No sabía cómo separarme de él. Me dolía el alma. Retorné otras veces a
Bulgaria y a pesar de mi aprecio, nunca intenté reencontrarlo. Quise pensar que
únicamente en otra existencia, encontraría la paz que tanto necesitaba.
219
Después de recorrer las bellas costas y playas del Mar Negro, unas llamadas “la
costa del sol” y las otras “las arenas doradas”, debíamos retornar al sur de Bulgaria.
Para trasladarnos a Tracia con mi primo Teodoro cruzamos los Balcanes, primera
vez que yo lo hacía. La belleza del panorama resulta inenarrable. Admiramos una
intrincada caverna y un río subterráneo con cascadas, estalactitas y estalagmitas que
semejaban una fantasía. También visitamos el renombrado monumento de los
Balcanes, Shipka, luego de sortear 180 escalones. Fue construido después de 1879, en
memoria de los soldados rusos y voluntarios búlgaros congelados por el frío cuando
cuidaban el paso de los refuerzos turcos que querían llegar a toda costa a la asediada
fortaleza turca Pleven, en el norte de Bulgaria. Es preciso destacar y reconocer que el
nuevo régimen sembró el país de estatuas y de monumentos imponentes, por lo que
vale la pena visitar y recorrer Bulgaria, quedará sorprendido por sus bellezas.
Al regresar a Sofía visité a Karamaneff. Tenía un nuevo cargo: vicepresidente del
Concejo Municipal de la ciudad de Sofía. Hombre joven, doctor en Ciencias
Económicas, graduado en Moscú y casado con una mujer rusa. Es decir, con todo a
su alcance para escalar posiciones políticas. Me invitó a comer a su casa y conocí su
familia. Aproveché para contar el mal rato pasado a mi llegada al aeropuerto de
Sofía. Con un gesto restó importancia: “Han puesto demasiado celo en su deber”.
Me di cuenta de que el abuso de autoridad era común en aquellos tiempos. La
policía de seguridad estaba por encima de cualquier otra institución, ya que
respondía directa o indirectamente a la NKVD rusa. Disponía de la vida y muerte
de cualquier persona, por más alto cargo que ostentara. Antes del regreso
compartí en Sofía una cena con mis familiares, algunos de ellos fanáticos marxistas.
Tras las copas de rigor comenzaron los discursos a los cuales estaban tan
acostumbrados. Cuando hablé, en lugar de relatar las desventuras de mi llegada,
mencioné las cosas buenas observadas y no así las experiencias tan desagradables.
A mi regreso a Tucumán publiqué en el diario “La Gaceta” impresiones sobre mi
añorada patria. También ofrecí una charla en la peña cultural “El Cardón” ante un
público culto que, por entonces, se sospechaba discretamente izquierdista, y la ilustré
con diapositivas. Suavicé mi crítica y analicé objetivamente todo aquello que
merecía ponderarse con honestidad. Sin duda, en los veintidós años que yo había
faltado, el pueblo había trabajado sin descanso a pesar de que los hombres y mujeres
recibían jornales miserables y vivían sin esperanza de progresar en lo más mínimo.
Sin proponérmelo, me convertí en un propagandista del socialismo.
A pesar de algún mal rato vivido, regresé cargado de nostalgia y admiración por
mi abnegado y laborioso pueblo. Especialmente por nuestros campesinos.
220
Durante mi segunda visita a Bulgaria, mi primo Teodoro, que todavía gozaba de cierta
libertad bajo el comunismo para viajar a los congresos internacionales, se ofreció a
acompañarme (con su Fiat 600) hasta Viena. Al acercarnos a la frontera de Hungría
con Austria, en pleno campo abierto, encontramos una barrera custodiada por
soldados rusos. Nos revisaron la documentación y nos dejaron pasar. Al avanzar
unos 500 metros, encontramos otra barrera más grande con soldados con
ametralladoras a cada lado del camino, donde nos revisaron minuciosamente otra
vez.
Creíamos ingenuamente que todo había terminado. Sin embargo, más adelante
me asusté. Era un espectáculo aterrador observar una gran barrera, una gigantesca
muralla y bocas de ametralladoras que nos apuntaban de todas partes. A la izquierda
había un respetable edificio; calculo que sería la comandancia. Todos los soldados
llevaban metralletas en sus manos; parecían listos para disparar. Se me revolvió el
estómago. Creí que por allí no pasaríamos nunca. Los rusos, a pesar de ser nuestros
viejos hermanos, se habían convertido en símbolo del terror.
Lo gracioso era que a ellos no les interesaba lo que había del otro lado de la alta
muralla, es decir, Austria y el Occidente. Lo que temían era que se les escapara la
gente de su “paraíso”, de la esclavitud comunista, porque se consideraban los futuros
amos del mundo.
Nos rodearon, ordenando que nos bajáramos del vehículo. Se llevaron nuestra
documentación. Nos miraban como a delincuentes. Sumido en la desesperación
observé los enormes alambrados seguramente electrizados que se extendían a los
dos lados del alto paredón. Por todas partes soldados con perros amaestrados para
cazar, pero no animales de presa sino a seres humanos como nosotros. Sólo faltaba
una señal y me habrían despedazado en sus garras.
Pusieron el auto en una fosa y lo revisaron minuciosamente junto con nuestro
equipaje. Nos interrogaron todo lo que quisieron saber hasta que nos devolvieron la
documentación y se levantaron lentamente las pesadas barreras. Inseguro, mi
primo preguntó: “¿Ya podemos partir?”. Sin respuesta, subimos al auto y nos
marchamos.
En suelo austriaco un solo soldado estaba en la garita. Levantó la barrera, nos
dio cordialmente la bienvenida, pidió los pasaportes, los selló, los devolvió y
haciendo la venia nos deseó un buen viaje. Sin ningún problema, cuando ano-
checía, llegamos a la Viena Imperial.
Mientras viajábamos me trasladé en el tiempo, cuando las radios de la BBC de
Londres y de Moscú propalaban noticias que le convenían como la única verdad,
pero no el traicionero arreglo que los aliados habían hecho con Stalin, entregándole
seis países de pueblos milenarios al terror de los soviets. Siempre me pregunto ¿por
qué eran tan desalmados? Quienes programaban el futuro sin piedad, ¿no eran los
grandes capitalistas y sus aliados? Los estudiantes extranjeros habíamos leído en la
221
prensa nazi de ese infame arreglo, pero claro, como no le teníamos confianza a los
nazis, nunca creímos que pudiera ser cierto. Hoy “los aliados” de nuevo con sus
agresiones preventivas siguen masacrando millones de personas, destruyendo países
enteros sin alma y sin piedad.
Estaba ansioso por volver a ver a Alemania, que había dejado totalmente
destruida y esclavizada. Fue grande mi sorpresa al ver todo lo que se había cons-
truido. Se había convertido en un país nuevo. Era evidente que aquel sacrificado
pueblo había trabajado día y noche.
Fui a visitar a la inolvidable familia Färber, que ya no vivía en la mansión de
Gräfelfing. Alquilaba una decorosa casa en las afueras de la ciudad. Su hijo Armin
había sobrevivido la guerra y se había graduado de médico y trabajaba en una ciudad
en el norte de Bavaria. Sus dos hijas se habían casado con los oficiales
norteamericanos y se fueron a vivir allí. Después de la larga conversación de los
“viejos” y tristes momentos que vivimos me comía la curiosidad por preguntarle: “Dr.
Färber, Ud. que es un apolítico y antinazi, y bien informado, ¿es cierto que al final de los cálculos, los
nazis han liquidado nada menos que 6.000.000 de judíos?” Él, ya viejito, pero todavía con su
habitual y ceremoniosa expresión me manifestó: “Pero Herr Koralsky, quién puede tener los
números exactos de aquel desastre en los abandonados y desabastecidos campos de concentración llenos
de desdichados prisioneros. Ud. sabe que el loco de Hitler nos metió en una descabellada guerra que
nunca podríamos ganar. Él se pegó un tiro pero dejó al masacrado pueblo alemán por el suelo y de
rodillas. La comunidad hebrea, desde su poder en el mundo, necesitaba mucho dinero para levantar
un nuevo Estado en el desierto de Palestina.
¿Quién más que el derrotado pueblo alemán debía poner los cientos de miles de millones de
dólares?” Pero fue aún más expresivo y un tanto alegórico al decirme: “Vea, Herr
Koralsky, todas las ventajas que los judíos han obtenido de la persecución que el estúpido Hitler les ha
ocasionado por haberles metido en los improvisados campos de concentración porque el judaísmo le
declaró la guerra, más la destrucción y la nueva humillación y castigo que ha traído al pueblo alemán,
junto con ellos debemos levantar un enorme monumento, pagado claro está por nosotros, con la
inscripción arriba: ‘Gracias Hitler por habernos perseguido’, y abajo: ‘¡Oh maldito Führer –de la
clase obrera–, nadie en el mundo entero ha ocasionado como tú tanta destrucción, muerte y
humillación a su propio pueblo, por empezar una guerra sin prepararse lo suficiente, por más razones
que tuviera!’”
Después de eso, para no quedarme corto, yo le contesté: “Mire, estimado doctor, a Stalin
los innumerables pueblos que cayeron bajo su despiadado terror y por los 7 millones de ucranianos
muertos de hambre, deben elevarle un monumento aún mayor con la leyenda: “¡A vos, Stalin, te
declaramos el asesino y torturador más grande que ha existido sobre la Tierra!”, para recuerdo de las
futuras generaciones”
EL GOLF, UNA SALVACIÓN.
222
Hasta los cuarenta y nueve años no había practicado ningún deporte a no ser
trabajar incesantemente, ir de un lado para otro, subir y bajar a las corridas las
innumerables escaleras de los edificios que construía. Mientras mis piernas se
fortificaron mis manos se debilitaban. Prácticamente no hacía nada con ellas más
que calcular, comer y firmar cheques. Comencé a percibir una extraña sensación de
calambres, como si perdiera la sensibilidad. Mis dedos en las mañanas parecían
entumecidos. Me posesionó el fantasma de la invalidez.
Recurrí a especialistas de Tucumán y luego me sometí a un sinfín de análisis en el
Centro Privado de Córdoba. En la entrevista final con el Dr. Caeíro, me preguntó
qué deportes practicaba. Trabajar, fue mi respuesta. “Le sugiero que empiece a jugar
golf.” “Doctor, dígame cualquier otro deporte, menos golf.” Insistió que si no lo
practicaba quedaría con los dedos duros, agarrotados. Me resultaba absurdo.
A los pocos meses fui de vacaciones a Mar del Plata. Encontré a un amigo
golfista: José Muggeri, era el fabricante de los ascensores Volta que yo usaba. Al
comentarle mi dolencia de inmediato me invitó a “Sierra de los Padres Golf Club”.
El profesor Manolo me impartió las elementales indicaciones, el modo de tomar el
palo y cómo hacer el swing. Me dejó practicando solo, hasta que ordenara la salida
de los jugadores. En lugar de rozar el césped, como me indicó, descargaba la fuerza
contra el suelo. Tanto era mi empeño, que no me di cuenta de que mis manos se
estaban llenando de ampollas.
Al retornar a Tucumán, el trabajo acumulado me agobiaba y durante un mes no
tuve tiempo de pensar en el golf. Las manos siguieron adormeciéndose. Un día me
levanté con una idea fija. Dejar todo y buscar el dichoso campo de golf. Allí conocí a
mi futuro profesor, Jorge Ramón. Gracias a su extrema paciencia y a mi no menor
empeño, años después llegué a ser “uno de los destacados golfistas”, según el diario
“La Gaceta” en su edición del 31/12/81. Ese deporte me costó una fortuna, porque
descuidé la empresa, realicé gratuitamente muchísimos trabajos de terminación de la
nueva Country House, y muchas reparaciones de trabajos mal realizados, además de
costear desde hace ya más de veinticinco años el torneo de golf senior y presenior,
incluyendo un almuerzo, pero salvé mis manos.
Tengo la impresión de que la práctica en el manejo de las herramientas y en especial
de la guadaña en mis años de adolescencia posibilitó un swing rítmico, suelto, con el
cual pude recrearme y superar la movilidad de las manos. Además del placer de
obtener incontables trofeos, tres medallas de oro y hacer en un torneo “hoyo en
uno”, en la cancha del Jockey Club de Tucumán, donde fui admitido como socio
propietario. Creo que otro mérito es el haber llegado a doce de handicap y además
los halagos de mis compañeros, quienes dicen que tengo tiros como “tiralínea”.
Considero que no menos relevante es que en el año 1996, en un torneo internacional
de golf senior en la cancha Príncipe de Gales, en Santiago de Chile, entre 200
jugadores, el primer día salí 1º con 64 golpes para lo que recibí un hermoso trofeo,
223
En aquellos tiempos, también gobernaban los militares, existían disturbios con los
estudiantes universitarios izquierdistas. Poco a poco, ganaron el centro de la ciudad
en un intento de coparla. Entre las propiedades que tomaban de noche los
subversivos, estaba el edificio “24 de Setiembre”, desde donde hostigaban con
disparos a la policía, por lo que a duras penas pude terminar ese edificio.
Había nombrado como administrador del nuevo edificio a un señor de apellido
Galán. Sorpresa: una mañana se me presentó diciendo que como le merecía
confianza, debía informarme que su hijo, estudiante no sé de qué facultad, y uno de
los cabecillas de la subversión estaba escondido en un departamento. Tenía captura
recomendada y deseaba entregarse a las autoridades del ejército, pero no a la
policía. Temía que le rompieran los huesos. Sabedor de que conocía al jefe policial,
teniente coronel “P”, muy afligido me pidió que intercediera por él. Prometí hacerlo,
pero me equivoqué. Además de ser un desconocido para mí, este joven formaba
parte del grupo subversivo que me amenazaba de muerte constantemente.
Al anochecer, luego de concluir mis tareas fui a la jefatura. Después de cui-
dadosos controles llegué a él. Me saludó, acaso extrañado de una visita en hora tan
225
nueva: había decidido construir gratuitamente la obra que necesitaba. Me dijo que
hacía tiempo que la dirección de Construcciones Escolares le estaba haciendo los
planos que no llegaban. Según era mi norma de destacarme como “ingeniero alemán y
argentino también” confeccioné rápidamente los planos hasta el último detalle y
empecé la obra de inmediato. En un tiempo récord construí ocho aulas, una
secretaría y doce baños. Cuando comenzó el período lectivo de 1972, monseñor
Díaz deseaba hacer una inauguración adecuada a la circunstancia: no me quedaba
otra alternativa que correr con todos los gastos.
Al lunch fue invitada la comunidad de Banda del Río Salí, el gobernador Prof. Sarrulle
y el arzobispo de Tucumán, Monseñor Blas Victorio Conrero, a quien conocía
desde su llegada a nuestra ciudad. Además, a las largas filas de mesas se agolpó
mucho público y sin duda los padres de los alumnos que no solo no cumplieron con
su deber, ni pusieron un peso pero se alistaron para festejar a costa ajena. Sobre una
pared de la escuela, el párroco, sin que yo lo supiera, colocó una placa: “Pabellón
Ingeniero Koralsky”. En el discurso inaugural critiqué no sólo a las autoridades
provinciales, sino también a los estudiantes que pretendían más de lo que merecían y
especialmente a los sacerdotes: “Hay sacerdotes que estando satisfechos, y bien
alimentados en la tierra, consideran que tienen asegurado un lugar en el cielo,
mientras monseñor Díaz, con su delgada figura, ojos profundos y con marcadas
arrugas en su rostro, sacrifica su vida y salud en beneficio de la comunidad, como
sacerdote y como educador”. A los estudiantes, que su deber era estudiar, graduarse,
capacitarse y no perpetuarse en las aulas ocupándose de política, que deben dejar en
manos de los mayores. A los políticos, a reflexionar: Si de sus bolsillos darían lo que
ofrecen y si como gobernantes cumplirían lo que prometen. Si no lo hacen son
irresponsables demagogos. Tras otros conceptos concluí, señalando que no
olvidáramos que el símbolo de la paz es el desarrollo, el bienestar y si queremos un
futuro mejor, cada uno de nosotros debe trabajar para construir un país más justo en
un mundo más feliz. Como los alumnos eran de una gran fábrica de azúcar mas otra
internacional, resalté: “A los que tienen mucho dinero quisiera asegurarles que donar
para los mas pobres, para los nece- sitados, con amor, trae una gran satisfacción y un
gran alivio espiritual”. Recibí un gran aplauso por parte del enorme público. Al año
esas dos grandes empresas se esmeraron en ampliar la Escuela y otras dependencias.
A pesar de que me formé bajo las normas cristianas ortodoxas envié a mis hijos a
colegios católicos, porque siendo mi esposa católica, educada en un colegio de esa
Iglesia, yo tenía que bautizarme de nuevo y pasar al catolicismo. Mientras mi hijo
Dante concluyó el secundario en el Sagrado Corazón, Victoria lo hizo en el Colegio
del Huerto. Tanto me entusiasmaron los planes de la directora, reverenda madre
227
Claro, no se puede tener todo a la vez. Por eso en las elecciones ellos hablan,
prometen, seducen, son nuestros gobernantes, nuestros legisladores, y no hablemos
de la justicia y su entorno; por eso nuestra muy rica y gran patria llega cada tanto al
precipicio.
El día sábado, una tarde entera hasta entrada la noche se escucharon los debates sobre
las propuestas de las tres distintas comisiones. Al final cada una entregó su propuesta.
En definitiva, contábamos con tres proyectos de treinta artículos cada uno.
Mientras, yo apuntaba a un solo proyecto definitivo. Al constituirse la asamblea, al
día siguiente, era lógico que cada comisión defendiera su proyecto de treinta puntos.
Había tantos oradores que se explayaban sin duda para des- tacarse pero sin
concretarse nada. Al final llegamos a la siete de la tarde y aún faltaba más de la
mitad del temario. La mayoría de las delegaciones empezaron a retirarse para viajar
a sus provincias. La asamblea de los catorce Colegios del Huerto había fracasado
porque la mayoría se dejó seducir por un simple manejo retórico. Como ingeniero e
importante empresario me consideraba un hombre práctico, por lo que antes de
retirarnos con nuestra Madre Directora, insistí antes la Madre Superiora de Córdoba
que elija treinta puntos y de un plumazo diera corte definitivo, promulgando los
estatutos; y así sucedió, porque no había otra salida.
Conclusión: siempre tuve la certeza de que un buen orador es un peligro po-
tencial porque es capaz de arrastrar a las masas donde quiera, frente a él no se tiene
tiempo de pensar ni de reflexionar y las masas se solidarizan con todo lo que el
orador dice y quiere. Todavía retumba en mis oídos el discurso del presidente de
facto, general Galtieri desde los balcones de la Casa Rosada cuando gritaba: “Los
ingleses nos están amenazando, que vengan, les presentaremos batalla”. Estamos
más cerca de las Malvinas, pero se equivocó amargamente. Ellos tienn una gran flota
y mucha experiencia en el mar. La masa popular que colmaba la Plaza de Mayo
respondía: “Que vengan...” Después el pueblo, los jóvenes, sufrieron y murieron en
vano... De este modo muchos políticos conquistan la voluntad de las masas y arrancan
sus votos, con el consiguiente fracaso y sufrimiento. En consecuencia: es evidente
que las masas, en conjunto, no actúan racionalmente y muestran un bajo cociente
intelectual.
EL EDIFICIO “BULGARIA”
CAPÍTULO X
Durante 1973 se consideraba buena inversión comprar campos como una forma
de “repartir los huevos en varios canastos” –como dice la gente– y decidí adquirir
uno. Mientras que en Europa se trataba de pequeñas parcelas, por lo general de una
hectárea, en la Argentina se hablaba de miles de hectáreas. Quería experimentar la
sensación de ser dueño de tanta cantidad de tierra. Experiencia, confieso, que me
costó un grave dolor de cabeza. Adquirí 3.000 hectáreas. Aboné gran parte de ellas
al contado y el resto en diez cuotas mensuales mediante pagarés garantizados con
seis departamentos de un edificio construido por mi empresa. Me hice cargo
asimismo de un crédito de poco monto en el Banco Provincia, por el que el vendedor
suscribió un documento por once mil dólares. Fui de inmediato a reemplazarlo por
otro firmado por mí, por lo que ese documento no tenía ya ningún valor. Pedí el
pagaré del vendedor pero me contestaron que lo buscara en una semana. Pasaba el
tiempo y el maldito documento no aparecía, hasta que nos olvidamos de él.
Al tiempo recibí la notificación de que el vendedor me había demandado por
incumplimiento de contrato, porque no devolví su documento dentro de los
sesenta días fijados y por haber vendido por error uno de los departamentos
ofrecidos en garantía. Que seguro el vendedor mandó a alguien a comprar uno de
esos departamentos. No presté mucha atención, porque había abonado ya la mayoría
de las cuotas. Pero el juicio siguió en todas las instancias. Se juntaban las cédulas
amarillas, hasta que un día recibí la última. Vino mi abogado a darme la mala noticia:
el juicio estaba definitivamente perdido.
Antes de hacer la operación tuve referencia de que el vendedor no era buena
persona, pero como quien debía cumplir con los pagos era yo, no me afligí. Con el
juicio en marcha supuse que a la larga la justicia iba a prevalecer y que ningún juez
me iba a condenar habiendo abonado puntualmente toda la deuda –pero me
equivoqué amargamente–. Ciertamente no había condena, pero tenía que abonar los
honorarios fijados por la justicia, no sobre el monto del documento del banco no
encontrado y devuelto a término ni por el monto del departamento enajenado con
anticipación, sino sobre el monto total de la venta, más de dos millones de dólares al
valor de entonces. Sin duda había un acomodo con la justicia –algo muy peligroso y
que se debe tener en cuenta que los rumores públicos de que hay jueces corruptos y
abogados inescrupulosos; ¿sería cierto?
El largo juicio terminó en varios tomos y los honorarios resultaban una montaña
de dinero en dólares que en aquél momento no disponía. La justicia fijaba
perentoriamente el pago. Entrevisté al abogado de la parte contraria para pedir un
plazo mayor y le ofrecí pagarle los intereses; pero el abogado que obraba de mala fe,
sin titubear me dijo: “Ingeniero, o paga en término o embargo, y eso
automáticamente aumenta un 10% la deuda y usted tiene con qué responder.” Era
233
humillante. Salí a caminar sin rumbo. Estaba en plena actividad empresarial, con otros
compromisos y juntar de repente, en pocos días, varios cientos de miles de dólares en
efectivo era difícil.
Me vi obligado a recurrir a los bancos, pero como construía con dinero genuino
y amplios créditos comerciales, por lo que no tenía legajos. Me costó lágrimas juntar
todo el dinero y pagar a los pocos días. Me di cuenta cabal de que cuando hay mala
fe no hay contrato que valga, por más largo que sea, y la verdad y lo que uno cree
que es justo, no existe para la justicia.
Días después se presentó mi abogado diciéndome: “Ingeniero, yo también he
trabajado y debo cobrar”. Sus honorarios, aunque la mitad de los anteriores, eran
otra pila de dinero.
Durante más de dos años, tres veces por semana visitaba la finca. Invertí
muchísimo, trabajé junto a los operarios, compré dos grandes topadoras y des-
monté dos mil hectáreas e hice de ella la mejor estancia agrícola-ganadera de la
provincia. Por los robos cometidos al no encontrar una persona adecuada para
atenderla y por el cuatrerismo que existía en la zona, agobiado de problemas resolví
venderla en una época poco propicia, la del gobierno de “Isabelita”, pocos días antes
del famoso “Rodrigazo”, cuando en un solo día la inflación subió
250%, con lo cual prácticamente perdí gran parte del dinero invertido y mi gran
sacrificio personal.
Ante estas numerosas y amargas experiencias me permito sugerir a mis lecto-
res tomar precauciones para no caer en manos de la justicia. No confiar en nadie.
Además, no gastar dinero ganado con esfuerzo y rectitud en actividades ajenas
a su oficio, a su profesión y a su experiencia.
En 1974 adquirí una propiedad de más de ocho mil hectáreas en las estribaciones de
nuestra montaña Aconquija (que pertenece a las derivaciones de los Andes), a
cuarenta y cinco kilómetros de la ciudad de Tucumán, y a 15 km al noroeste de la
ciudad de Famaillá. Sus bosques, arroyos y paisajes me fascinaban; constituía un sitio
exótico y salvaje, lo que me entusiasmó con las dos grandes topadoras a emprender
los desmontes para las plantaciones de citrus y la refo- restación con pinos.
Cada vez que caía uno de los enormes árboles, el suelo temblaba. Había que
empujarlos de inmediato con suma dificultad hasta algún zanjón o un enorme
cordón para limpiar el terreno; caso contrario, se cruzaban de tal forma que
resultaba imposible arrastrarlos.
Ahora bien, según el proyecto, yo tendría en un primer momento unas dos-
cientas hectáreas con plantas de limones. Por entonces en Tucumán había sólo dos
fábricas para el procesamiento de frutas cítricas, de modo que cuando había buena
cosecha el precio bajaba notablemente. Hoy, Tucumán es el tercer productor de
234
limones del mundo. Por eso algunos citricultores fundaron la empresa Tucumán
Citrus para la extracción de aceites y concentrado del jugo de limón. Yo también caí
en la maraña. Como la empresa estaba mal administrada por los llamados “tanos”, la
mayoría me eligió presidente.
Lo peor fue que al poner con enorme sacrificio la fábrica a punto, la cosecha de
limones de ese año bajó muchísimo y los accionistas incluso entregaban limones
juntados del suelo en estado de descomposición, por lo que hacía falta de mucho
personal para la selección. Eso suscitaba discusiones diarias. La fábrica empezó a
trabajar a pérdida.
A pesar de todo, con un entusiasmo mayúsculo proyecté la ampliación en una
planta de secado de cáscara de limón que se exportaría para su procesamiento y la
obtención posterior de pectina. No percibía sueldo ni honorarios y hasta en los
viajes gastaba de mi bolsillo. Esperaba algún día obtener, al menos, el reco-
nocimiento afectivo por la desinteresada labor.
Al final, la relación con los colaboradores se puso tensa. Noté poco apoyo y
algunos de ellos, a pesar de las continuas promesas no abonaban las acciones
suscriptas. La fábrica tenía muchas deudas y todos los compromisos tenían mi
firma. Cansado de todo, resolví renunciar.
El nuevo directorio, con el consejo del abogado apoderado, resolvió una nueva y
muy importante emisión de acciones, sin revaluar el capital accionario histórico de
los activos, que la inflación había convertido en escombros. En la asamblea advertí a
los señores accionistas que al no actualizarse el activo de acuerdo a la inflación, la
nueva suscripción sería varias veces mayor que el capital, según los libros. Aclaré que
yo no pensaba suscribir nada y pregunté quién de los accionistas, fuera de los
directores, suscribiría acciones. Nadie respondió. Aclaré a la asamblea que el
directorio, al suscribir la nueva emisión aun sin abonarla, ya tendría varias veces
más capital y, en consecuencia, amplia mayoría y el control absoluto de la empresa.
Hubo reacciones y la consiguiente revuelta. Claro está, los directivos insistieron en
que si no se aprobaba la emisión de las nuevas acciones se produciría cese de pagos y
la inevitable quiebra. Traté de calmar los ánimos, aclarando que hice consultas en
Buenos Aires y Montevideo, y la empresa se podía vender bien e incluso ganando
dinero ya que yo me ocupé de buscar compradores. Nadie quiso creer, porque
parecía un cuento. Me abstuve de dar más explicaciones y me retiré.
Es largo de explicar cómo se logró que la fábrica, en situación de quiebra
financiera, fuera vendida en un millón de dólares más de lo que realmente había
costado, incluyendo su deuda e intereses.
Tres años ya había sufrido con la dichosa empresa, pero al ser elegido como
liquidador, cobrar y distribuir el dinero de los accionistas fue otra odisea. Nunca me
perdonaré haberme empecinado en hacer justicia. Para cobrar el saldo de la venta, se
precisaba una serie de actas y trámites de parte de los ex accionistas que yo
representaba Nuestro abogado se había asegurado ser nombrado también
representante de la empresa compradora, algo inmoral. Esto complicó mucho mi tarea
235
EL PODER DE LA MENTE
Muchas veces había escuchado hablar del poder y control de la mente. Sin
embargo, no tuve oportunidad de conocerlo sino hasta asistir al nombrado curso
“Silva Mind Control”, que es similar a tantos otros de la misma disciplina. En
aquellos años trabajaba intensamente y me acorralaban innumerables preocu-
paciones. A consecuencia de ello, padecía insomnios. Para combatirlos tomaba
píldoras; al principio media, luego una y al final dos antes de acostarme. Por la
mañana me levantaba demolido.
El curso me enseñó a relajarme, respirar mejor y mejorar no sólo mi con-
centración, sino que mis insomnios desaparecieron por completo. Dormía
placenteramente toda la noche. Un año después, asistí también a la inolvidable
conferencia que realizó el Instituto “Silva Mind Control” durante una semana en el
Sheraton Hotel de Buenos Aires. Estaba presente no sólo el fundador, doctor Silva,
sino profesores de renombre internacional, en un gran salón adornado con veinte
banderas y repleto con asistentes de distintos países.
De regreso mi entusiasmo era grande. Realizaba relajaciones en casa, en la oficina y
hasta con grupos. Mis facultades subconscientes se acrecentaron lo suficiente como
para tener algunas experiencias muy útiles que deseo compartir
Desde años, cada dos o tres meses brotaban en mi nariz granos, tan dolorosos
que me impedía tocarlos. Visité los consultorios de varios médicos, incluso a un
especialista en Córdoba, probé muchos medicamentos pero los granos, con alguna
tardanza, volvían inexorablemente a aparecer.
Un día, jugando al golf con un gran resfrío, los malditos granos me impedían
utilizar el pañuelo. Aquella noche, antes de dormir, me relajé y pedí al subcons-
ciente, a nuestro Señor Jesucristo y a la sabiduría universal que me ayudaran a
librarme de ese insoportable dolor, de esa perversa plaga que no me dejaba en paz.
Dormí profundamente. A medianoche me desperté para ir al baño. Al sentarme en
la cama advertí que no sentía ningún dolor. Palpé mi nariz, apreté, ni rastro de
dolor. Corrí al espejo, miré, los granos habían desaparecido. Empecé a reír, tenía
tantas ganas de gritar de alegría.
Sin embargo, la repentina desaparición no duró mucho. Al mes surgió otro
enorme grano y me dolía sobremanera. Al acostarme procedí de manera igual con
mis ruegos, pero supliqué aclarando que el forúnculo desapareciera para siempre.
Mis plegarias fueron escuchadas y satisfechas. Todo sucedió según lo pedí. Los
fastidiosos granos nunca más aparecieron. La orden fue grabada en mi mente y
236
agujas señalaron las diez. Este episodio lo relaté cuando me referí al examen de
Geología, cuando el profesor después del aplazo, arrepentido, me aprobó.
“¿De modo que usted se cambió dos veces las ropas y abandonó su trabajo para venir a ver- me en
la mitad de la mañana?” “Así es, ingeniero, estaba intranquilo”, afirmó. Entonces le expliqué
que lo necesitaba con suma urgencia. Arreglamos rápidamente el trabajo a realizar. Sin
duda estaba preparado para aceptar mi propuesta. Nadie puede pensar que fue obra
de la casualidad. Estoy totalmente seguro de que fue una orden subconsciente,
telepática y condicionada, que debía encontrarse conmigo justo a la diez de la
mañana. Como cualquier mortal tuve sueños premonitorios, pero claro está que ellos
se manifiestan, para bien o para mal, en momentos en que nos hallamos
angustiados. Hay que recordarlos y aprender a interpretarlos. Por lo general va a
suceder lo primero que se nos ocurre. Quisiera relatar una de las premoniciones
más tristes que tuve: mi señora iba a alumbrar un bebé algo tardío. De corazón
deseaba que fuera otro varón, ya que entonces estaba en condiciones de tener más
hijos. Faltando días solamente mi esposa se golpeó, por lo cual hubo que internarla
en un sanatorio.
Esa noche soñé que juntos cruzábamos un turbulento río en un “sulky”. El río
creció tanto que nos arrastró la correntada. Al día siguiente temprano, a
despertar, me acordé del sueño. Pensé que era de mal augurio y de inmediato fui al
sanatorio. Vi a un médico que venía por el largo pasillo; lo reconocí, era el que atendía
a mi esposa. Su cara no me gustó, ya frente a mí se detuvo; justo allí, a mi derecha,
abrió una puerta en silencio y me indicó que pasara.
Yo estaba tembloroso, en medio de la habitación: sobre una camilla yacía el
cuerpito de mi hijo, tapado de blanco: había nacido muerto. Me impresionó tanto su
rostro, quizás porque lo encontré parecido al mío en miniatura. No sabe el lector
cuánto me hacía falta un hijo, para sucederme en mis empresas.
Ya sabía que la mente tiene un gran poder y puede hacer cosas inexplicables. Un
día caluroso de verano, al entrar en el bar del Country House del Golf del Jockey
Club de Tucumán vi almorzando a dos matrimonios. El gerente de la sucursal del
Banco Londres, su esposa y mi amigo Carlos con la suya. En su mesa había una
jarra de cristal con clericó de vino tinto. “Mirellita”, la señora de Agüero, como
cariñosamente la nombramos, sabía que yo practicaba control mental y a menudo me
reprendía afectuosamente: “Vatiu, nada de trampas”.
Al verlos reflexioné que con tanto calor, ellos la pasaban espléndidamente
mientras yo estaba deshecho. En el mismo instante, al dirigir la vista hacia la jarra
sentí como si un rayo saliera de mis ojos, como si hiciera un disparo y la jarra explotó.
Era porque en aquellos momentos mi mente se encontraba sensibilizada y Mirellita
había conseguido activarla. Al estallar la jarra el líquido saltó justa- mente hacia ella,
238
quien al levantarse prestamente con una sonrisa me recriminó: “Vatiu, no era para
tanto, mirá la forma en que me bañaste con el tintillo”. ¿Coincidencia, poder de nuestra
mente, misterio? Afortunadamente hubo testigos calificados que pueden aseverar
este extraño accidente, del que me consideré un involuntario protagonista. No hay que
olvidarse, nuestra mente tiene un gran poder.
CAPÍTULO XI
LA PELIGROSA INSOLENCIA SINDICAL
Quisiera dar mi modesta opinión sobre lo que precipitó el golpe de Estado del 24
de marzo de 1976, que instauró el tan repudiado “Proceso de Reorganización
Nacional”. Como otras veces, no faltaron políticos que fueran a golpear las puertas de
los cuarteles para que saliera el ejército a imponer el orden. De todos modos la
situación, entonces, en el país era sumamente trágica. Es sabido que en el año 1973 los
militares –que estaban en el poder por otro golpe de Estado– llamaron a elecciones y
entregaron el gobierno. El lema para que Cámpora gane las elecciones y no los
radicales era “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, aquél gobernante izquierdista
abrió las cárceles y dejó en libertad a los subversivos.
Pero poco después, al desilusionarse, Perón llamó a nuevas elecciones y se
propuso para presidente con su tercera esposa, María Estela Martínez, como vice.
Una “copera” según se decía, que había conocido en un bar de Panamá. Al morirse
él, la famosa “Isabelita” quedó de presidente y el país entró a la deriva, tanto
240
LA PROVIDENCIA SE BURLÓ DE MÍ
política ni con los militares fue secuestrada y metida en un pozo por meses,
tirándoles agua y pan duro, y ahí tenían que comer, hacer sus necesidades y dormir
acurrucados en la asquerosidad? ¿Hay otra crueldad mayor que ésa? Ni la muerte.
He visto gente contar con lágrimas en los ojos esas crueldades. Sólo para poder
sacarles todo el dinero que podían, y además crear caos social, político y económico.
¡Qué crueles fueron esos “inocentes”! ¡Qué despiadados eran! Era de suponer cómo
sería de dócil y justo un régimen instalado por ellos a los que yo conocí
personalmente. Perdónenme que relate toda esa cruda y triste realidad, porque conocí
lo que significa estar en la lista negra de los subversivos, por ser un prestigioso
empresario. ¡Qué miedo viví aquí, en la Argentina, adonde había escapado lejos de
los soviets y había alcanzado desde la nada un apreciable éxito! Me amenazaban por
teléfono, decían que era un “oligarca” y que pronto llegaría mi turno. Me habían
vuelto loco ya que había enseñado a mucha gente a trabajar, cumplir y vivir con
dignidad.
Además de la exitosa empresa de construcción poseía importantes plantaciones
de limoneros en el pedemonte del Aconquija, más arriba de la ciudad de Famaillá.
Un día, pocos minutos después de salir con mi auto de allí, los guerrilleros habían
ido a buscarme. Sorprendieron al capataz al parar la camioneta apuntándole con un
revólver de grueso calibre preguntando por “el pez gordo”. Se llevaron la camioneta
para perseguirme, pero gracias a Dios no me alcanza- ron, y por minutos me salvé
del desastre.
A los pocos días me hablaron del Comando del Ejército de Tucumán, invitán-
dome a ir allí porque tenían algo muy importante para decirme. No, les dije, yo allí
no voy. Si quieren, que venga una persona a mi oficina, pero vestida de civil porque
los subversivos pueden vigilarme y sería peligroso para mí.
A la hora se presentó muy afligido el capitán Lazarte, yerno de un amigo mío, para
decirme que tenían malas noticias para mí. Que estaba en la lista negra de los
guerrilleros. “Eso ya lo sé”, le dije, “si a cada rato me amenazan por teléfono”.
“Es que después que acribillaron frente al aeropuerto al Ing. Paz (el presidente de un ingenio en
Tucumán que cayó muerto en un charco de agua, al lado del cordón) Ud. quedó ahora en primer
lugar.” Desde ese momento fue como si se terminara la vida para mí. Estaba
desesperado, sin saber qué hacer, hasta que los militares al final pudieron vencer y
erradicar la guerrilla de Tucumán. Hay que pensar también en los militares que
vivían con miedo día y noche, esperando que en cualquier momento los acribillaran.
Un ingeniero amigo mío era jefe técnico de Vialidad y conocía todos los lugares de las
serranías. Todas las noches, subían con el general Antonio Domingo Bussi a un
helicóptero e iban a cenar lo que les quedaba a los soldados y a dormir con ellos.
Antes que saliera el sol regresaban a Tucumán. Muchas veces sobrevolaba con
helicóptero zonas muy peligrosas en poder de la guerrilla. Tantos fueron
acribillados en plena calle, como el capitán Larrabure, incluso con su hija en los
brazos. Hago recordar que los militares estaban convocados por decreto presidencial
de María Estela Martínez de Perón, para combatir la guerrilla y salvar la patria
242
quedándome por último con diez millones de dólares de ganancia neta “caída del
cielo”.
Mi asombro era cada vez mayor; un cuento para no creer. Aclaré que no poseía
tanto capital para garantizar una operación de tal magnitud. “No – replicó–, no precisa
garantía. En un banco firma los papeles del préstamo sin poner ni un solo peso. El banco no le
entregará los dólares en la mano sino que los cambiará a pesos que a su vez colocará en plazo fijo a su
nombre, con renovación automática.” “Claro –dije yo–, ahora todo parece una maravilla, pero ¿quién
me asegura que en cualquier momento, el dólar no se dispare?”
El buen hombre se esforzó por convencerme de que ellos estaban bien infor-
mados y la famosa tablita de la suba del dólar de 4% mensual fijada por el equipo del
ministro de Economía, Martínez de Hoz, se mantendría inamovible durante más de
dos años, y por último, que los intereses del 15% mensual no bajarían y que la
compra-venta de dólares continuaría libre. Me imagino a los que estaban cerca del
Ministro, la fortuna que habrían amasado.
Pensé un rato: “Bien, señor, para disminuir el riesgo tomaré como máximo dos o
tres millones de dólares”. “No creo que el consorcio acceda a préstamos meno- res que
las partidas fijadas de diez millones.” Le pedí su tarjeta, porque esa misma noche
regresaba a Buenos Aires, y que me avisara si aceptaban mi ofrecimiento. Imagino
que habrá pensado que era un ingenuo o mejor quizás un necio. Lo cierto es que no
recibí ningún llamado. Después de algunos días, llamé repetidas veces al teléfono que
me había dejado, pero no pude dar con él ni tampoco nadie quiso darme información
al respecto. De manera que “chau suerte”.
Pasó el tiempo y la tablita del 4% de aumento mensual en el valor dólar se
mantuvo inexorable, así también los intereses de los plazos fijos no bajaron del 15%
mensual. Hoy todavía no puedo perdonarme haber desaprovechado esa
oportunidad de mi vida, abrazar una fortuna de diez millones de dólares sin
arriesgar absolutamente nada y en definitiva sin mover un dedo. En la actualidad, con
los intereses acumulados de los famosos Eurodólares, sumarían varias decenas de
millones de dólares. La única ventaja que me quedó es que puedo contarlo; no así los
que tomaron el dinero, los que tuvieron una visión clara del país en que vivimos. De
haber ocurrido hoy, conociendo bien a los políticos de mi nueva patria, habría tomado
una decisión diferente. Al final caben dos preguntas:
1º- ¿Por qué buscaban un residente argentino? Porque estaban vedadas para
extranjeros este tipo de operaciones. Yo era ya un ciudadano argentino
2º- ¿Por qué en Tucumán y por qué a mí? Supongo que como una diversificación y, en
cuanto a mí, por haber sido considerado un exitoso, serio y honesto empresario.
embolsado varios miles de millones de dólares. Sus partidarios cercanos decían que
no, sin embargo un día se lo encontró con un tiro en la cabeza, al parecer, porque
no quiso compartir el botín con nadie.
El vicepresidente remarcó los progresos obtenidos por el régimen y su decisión
de “acercarse a Occidente sin apartarse, por ello, de la doctrina marxista”.
Esa misma noche fuimos invitados a una comida en una enorme sala que era
espectacular. Sería largo de detallar la ornamentación, comida, bebidas, manjares y
caviares de toda especie. Igualmente era de suponer que la presentación había sido
estudiada, proyectada y realizada ex profeso por profesionales de alto nivel. Seguro
tuvieron en cuenta que entre nosotros había empresarios, profesionales e
importantes hombres de negocios. En el centro de la sala habían montado una
especie de pirámide escalonada, con adornos y con distintas exquisiteces de
bebidas y comidas. Esa pirámide estaba rodeada de un aro circular de mesas
cargadas con inimaginables cantidades de otras tantas delicias. Había hasta “leche
de pájaros”, como les gusta decir a los viejos búlgaros. Mientras, entre la pirámide
y las mesas, hermosas niñas sugestivamente vestidas con radiantes sonrisas atendían
a los invitados. Las felicitaciones prosiguieron y mis bolsillos se llenaron de tarjetas.
Todo no terminó allí. Previo al viaje de vuelta hacia Sofía, nos llevaron al A.P.K.
“Complejo Agro-Industrial- George Dimitrov”, en homenaje a quien fuera
secretario general del Comunismo Internacional en tiempos de Stalin y primer
presidente marxista de Bulgaria. Un complejo de treinta mil hectáreas que exportaba
450.000 toneladas de productos frescos e industrializados a Europa Occidental.
Existía notorio progreso, la gente trabajaba duro, y si bien sin libertades, al menos
satisfecha, ya que los alimentos y vestidos no le faltaban.
En muchos sectores del enorme establecimiento funcionaban computadoras
recientemente salidas al mercado. Conté más de cien; recolectaban datos de
248
sin que advirtiera la guardia, me acerqué y saqué con rapidez una instantánea de la
estrofa célebre del himno internacional escrita en relieve en su frente. Traducida al
castellano dice aproximadamente así:
Parece mentira que estas frases adornaban el lujoso edificio de los jerarcas
soviéticos. El que viaje a Sofìa tiene que ver el lujoso interior del Domo del ex
Partido Comunista.
La traducción ni por lejos podría expresar lo que estas estrofas significan en
lengua búlgara. Si un comunista las leyera, se llenaría de goce por ese conmo- vedor
mensaje, mas si no lo es, se estremecerá de miedo. Así fueron los slogans de Lenin.
Como si la lucha de clases debiera llegar a su máxima crueldad. Como si un pobre no
pudiera llegar a ser rico o un rico no pudiera volverse pobre. Al retornar a Sofía,
visitamos de nuevo el Palacio de la Cultura.
Entre los monumentos y estatuas de aquella plaza, en el amplio panel dedi- cado
al gran poeta Ivan Vasov se destaca en relieve la famosa estrofa del canto a la patria,
cuya traducción al castellano sería algo así:
CAPÍTULO XII
LA PERESTROIK A Y LA GLASNOST.
EL TOUR A LA U.R.S.S.
La segunda ciudad que visitamos fue la bella Leningrado. El rudo zar Pedro El
Grande, cuando derrotó a los suecos, que siempre invadían Rusia, construyó la
magnífica San Petersburgo, a fin de consolidar sus dominios. En idioma alemán
significa La Santa Ciudad de Pedro. En la Primera Guerra Mundial, luchando
contra Alemania fue rebautizada “Petrograd”, Ciudad de Pedro. Pero los
bolcheviques la denominaron Leningrad, en homenaje a su líder. Visitamos también
el palacio Hermitage, famoso por su belleza. Allí vivía solitaria Catalina la Grande, la
emperatriz que era una princesa alemana Merece especial mención la catedral de San
Isaac, diseñada por arquitectos italianos, suntuosamente de- corada con
incrustaciones de piedras preciosas; su belleza sólo es comparable a la de San Pedro,
en el Vaticano.
La hermosa muchacha rusa que oficiaba de guía allí hablaba el castellano con
mucha dulzura. Cuando le hicimos notar que no observábamos villas de emer-
gencia, contestó que no nos equivocáramos, que en los bloques de viviendas que
veíamos las familias vivían en una pieza, y que tanto la cocina como el baño eran
compartidos entre varias. “La gente –agregó– espera turno para utilizarlos. Departa-
mentos algo mejores se construyen, pero para lograr uno hay que esperar pacientemente y contar con
buenas influencias.” Leningrado es sin duda la ciudad más bella de Rusia. La atraviesa
el río Neva y por la presencia de sus afluentes, canales y puentes mereció el nombre de
Venecia del norte. Es, además, un gran centro político.
constantemente muchas armas, por lo que debían conseguir más guerras. Si toda esa
masa de dinero, ciencia y tecnología se hubiera empleado en el bienestar de los
pueblos, el mundo hoy hubiera tenido otra cara.
Mientras tanto, Gorbachov ya había emprendido su famoso plan “ ”
(Reconstrucción), que se extendió en todo el bloque soviético. Al leer su libro, me
senté a pensar: “¿es posible que un cerrado y despótico régimen como el soviético, se preste a la
reconstrucción?” ¡Decididamente no!
Pero en vez de que las directivas para el cambio se impartieran desde arriba,
como sucedió en China comunista, donde se permite la iniciativa privada, Gor-
bachov, quizás confiado en su gran poder político, resolvió otorgar la “Glasnost ”, que
significa permitir al pueblo expresarse libremente. Con eso descomprimió en gran
parte la caldera soviética, pero... el tiro le salió por la culata. En definitiva la
Glasnost (la voz-la palabra) resultó ser más poderosa y destructora que todas las
armas nucleares de EE.UU.
Las noticias del derrumbe del coloso soviético trajeron un gran alivio en el
mundo entero. Sin embargo, nadie advertía el peligro que eso significaba para la
Unión Soviética. Un gran equilibrio interno e internacional se había quebrado. Se
producía un gran vacío, un verdadero agujero negro. Las 21 repúblicas soviéticas
querían su liberación, su independencia. De pronto unos 400.000.000 de almas, que
no conocieron más que el socialismo estatal, fueron empujadas a los insensibles
brazos del sistema capitalista. Algunos avivados se aprovecharon y enriquecieron
rápidamente. El derrumbe fue desastroso para las grandes masas populares,
generando un enorme desempleo.
Ahora bien, ¿qué hicieron los gobernantes soviéticos mientras duraba la des-
composición por la Perestroika y la Glasnost? Para salvarse de graves represalias
posteriores, no se metían con las masas populares. Incluso les daban la razón por su
descontento. La dejaron que critique, que hable y delibere hasta el cansancio. Con
eso la tensión se relajó. Mientras tanto, ellos aprovecharon para llenarse aún más los
bolsillos, por todos los medios posibles, pidiendo préstamos del exterior y
dilapidando rápido esa masa de dólares. Hasta desaparecían muebles, arañas
y equipos de oficinas que rodeaban a sus suntuosos escritorios. De eso nadie se
hacía responsable.
En ese impresionante desfalco la banca internacional no estaba ausente. Ella tenía
ya mucha experiencia y sabía cómo ayudar a los gobernantes a enriquecerse,
endeudando a sus países con grandes empréstitos. En una situación como ésa,
cuando el barco estaba por hundirse la corrupción reinaba.
En consecuencia, la llegada al poder del marxismo costó mucho derrama-
miento de sangre, muchos sufrimientos y decenas de millones de muertes y, sin
embargo, para su disolución no era necesario ni un solo disparo, ni una sola víctima.
¡Qué colosal verdad! Para un “marciano” sería increíble, pero sobre esta tierra todo es
posible.
Lenin propalaba quemar y destruir todo, que después sería reconstruido para los
obreros. Pero para eso haría falta muchísimo dinero; los capitalistas se lo prestaron,
253
pero con ciertas exigencias. No querían intereses, sino un buen porcentaje sobre la
producción, sobre el valor total de la venta, sin importar si la empresa del Estado
tenía ganancias o pérdidas. De eso, el porcentaje convenido para los “capos”
soviéticos se le abría una cuenta secreta en los bancos suizos y ya estaba. Siempre me
llamó la atención cómo podía ser que en una desastrosa economía estatal, un rublo
ruso valiera 1,70 dólar, hasta la caída del régimen. Pero pensándolo bien, como los
capitalistas y sus socios gobernantes podían sa- car en dólares sus ganancias, que eran
en rublos, obtenían otra fabulosa utilidad con el cambio.
Sin duda todo el sistema comunista era un fantástico negocio sobre el sudor de
muchos millones de seres humanos que vivían en la miseria. Tanto era el saqueo que
las grandes empresas del Estado se fundían. Para todas las actividades faltaba
inversión, y lo más triste era que, por falta de repuestos, en los campos grandes
cantidades de maquinarias quedaban paradas y la producción en el suelo. Todo
escaseaba. Sólo se veían grandes colas en las ciudades. Estimado lector, ¿no cree que
todo eso era demasiado perverso?
Después de ver que eso no daba para más deciden, con los ex jerarcas, de-
rrumbar el sistema comunista al convertirlo en partido socialista y preparar el
camino para las futuras privatizaciones y la adquisición, a precios irrisorios, de las
grandes empresas del Estado. No hace mucho escuché en televisión al presidente
ruso Vladimir Putin culpando a los viejos jerarcas de un verdadero robo. Sin
embargo, tan fácil era la explotación y la desmesurada concentración de riqueza que
todavía hoy encumbrados capitalistas no dejan de contemplar la posibilidad de que
semejante enriquecimiento pueda repetirse35.
35
Cfr. Harding, James. “Soros alimenta el renacer de la izquierda estadounidense”, en Financial
Times, 13.01.2005 (George Soros es un magnate capitalista de origen judío-húngaro quien ha
publicado varios libros y posee gran influencia en las finanzas internacionales). Confundidos, muchos
creen que el capitalismo no permitirá el regreso del comunismo. Se equivocan inge-
254
Debo aclarar que la esperanza puesta en el capitalismo y libre comercio que los
liberados de los soviéticos esperaban se derrumbó demasiado pronto. Pasó lo mismo
que al pueblo alemán durante la guerra. Creían que al llegar los aliados los iban a
liberar del régimen nazi, pero la nueva realidad fue de lo más humillante y
denigrante.
En conclusión:
1) Mientras el coloso soviético se mantenía en pie, era un importante importador de
productos manufacturados de calidad, maquinaria, tecnología y equipos
industriales. Desarticulado ese régimen, su sistema democrático posterior no tuvo
ningún poder adquisitivo. Eso fue un duro golpe para la industria occi- dental que
desencadenó un continuo desempleo en muchos países de Europa, y especialmente
en Alemania, que fue su principal abastecedor de todo tipo de modernos
productos industriales.
2) Además, la tan anhelada unión de las dos Alemanias le trajo sólo sinsabores a
Alemania Occidental. Primero, debía abonar a Rusia 30 billones de dólares y
rogarle de rodillas a Francia para obtener el “SI”. Segundo: debía recibir un país
con todo obsoleto y socorrer a sus hermanos, que dejaron de ser “alemanes” y se
habían acostumbrado a trabajar sólo para vivir. Según las estadísticas, antes de la
unión Alemania Occidental, con mucha menos población que Japón, exportó 20
mil millones de dolares, más que ellos. Mucho más que EE.UU. y más que
Francia e Inglaterra juntas. Después, esos guarismos cayeron a muy bajo nivel.
3) Al poco tiempo de caer las rígidas fronteras de los países soviéticos, Alemania se
vio invadida, ilegalmente, por elementos indeseables llegados de todas partes, hasta
vietnamitas, albaneses y gran cantidad de gitanos que antes, seguro, no había
ninguno. Me interesaba la violencia desatada, tan comentada y repu- diada por el
mundo entero, y el incendio de un edificio que habían invadido los vietnamitas
en la ciudad de Rostock, sobre el Báltico. Por lo que, hablando con dos
matrimonios de esa ciudad, de turismo en Tucumán, me explicaron: “Vivimos
inseguros en nuestras ciudades, estamos temerosos en nuestras propias casas. Los alemanes
estamos apretados en un país mutilado que nos dejaron los benditos aliados y encima de todo la
gente que no les gusta a nuestros vecinos, nos la envían a nosotros. Por eso la juventud ve peligrar
su futuro, sus fuentes de trabajo y su estilo de vida, lo cual despertó una violenta y descontrolada
reacción. Pero eso no tenía nada que ver con ‘neonazismo’ ni nada por el estilo. Fueron inventos
de la prensa internacional para hacernos quedar mal”.
nuamente, porque los grandes capitalistas saben cómo manejar a sus jerarcas y sacar el máximo
provecho sobre millones de seres humanos que trabajan para sobrevivir, dejando su sudor en la
explotación conjunta de comunistas y capitalistas.
255
“Sin embargo, el gobierno –dicen ellos– notoma medidas, no cierra las fronteras, por temor
a ser tildado de racista. No sabemos hasta cuándo vamos a ser las ovejas negras y
¿cómo vamos a vivir así?”
4) Mientras la U.R.S.S. estaba en pie, un millón de soldados rusos estaban en los
países satélites, que los consideraban como su imperio, la pasaban bien y nadie
podía quejarse. Ahora esas tropas, de regreso a Rusia, se convirtieron en una
pesada carga en sueldos, alimentos y viviendas, además de ejercer una presión
política y una agitación imperialista que fueron una verdadera amenaza para
la débil democracia rusa y un peligro para las ex repúblicas soviéticas.
5) Frente al gigante soviético, la trilateral Europa Occidental, Japón y Estados
Unidos formaban una sólida alianza económica, militar y espiritual. La Co-
munidad Europea estaba más unida y más de acuerdo. Hoy ese bloque se
está ampliando, pero la unidad se está aflojando. Alemania, cansada de ser
tratada injustamente de agresora, se empeñaba pacientemente para edificar
la Unión Europea, mientras los franceses se hacían rogar y los ingleses juga-
ban en la cuerda floja. Por otro lado, desaparecido el coloso soviético, a los
EE.UU. tampoco les interesa mucho una Europa unida y demasiado fuerte.
A veces eso deja en una situación incómoda al pueblo alemán. Por lo que está
obligado a aferrarse a la amistad de Francia y aceptar lo que le pide EE.UU.
Los alemanes de hoy no conocieron ni a Hitler ni a sus malditos nazis y sin
embargo deben soportar todavía una culpa por algo que no cometieron. Los
nazis, como ya hice notar, no eran mas que 10%.
6) Mientras el comunismo estaba en el poder en los países soviéticos no había
libertades pero había todavía orden, limpieza y trabajo para todos. Al caer
ese no deseado régimen vinieron otros males mayores. Además de la carestía
y la desocupación, los países “liberados” se llenaron de criminales por falta
de seguridad. Me acuerdo el manifiesto del 2º presidente de la nueva Bulga-
ria, que decía: “La democracia no le sirvió al pueblo sino a los bandidos y a
los criminales.” Lamentablemente cada vez que visité mi vieja patria en los
últimos años me dolió mucho escuchar a la gente grande, en especial a los
jubilados, decir que “con el comunismo estábamos mucho mejor”.
Sin ninguna duda, una de las consecuencias más graves del derrumbe del
coloso soviético es la irrupción en el nuevo escenario de la tan temida mafia
rusa. que trafica no sólo con todo tipo de contrabando y de drogas, sino con
todo tipo de armamentos, elementos de fusión nuclear y hasta con misiles con
cabezas atómicas, ya que los militares están en la miseria. Y eso es ya demasiado
grave. La mafia rusa, como se supone, está formada por los ex comisarios y altos
funcionarios de la despiadada K.G.B. (la policía secreta soviética). La misma re-
presenta el crimen organizado más perfecto. Los rusos son asesinos por dinero,
y ellos son los señores.
Mucho se habla de que en la Rusia de hoy hay más millonarios con mayor
posesión de riquezas que en cualquier parte del mundo, incluso los Estados Unidos.
Pero teniendo en cuenta lo antes mencionado sobre la jerarquía soviética, de
256
intelectuales hábiles, es fácil deducir en qué manos está la riqueza. Hasta tal punto
que el mismísimo presidente ruso Vladimir Putin acusó a varios multimillonarios
que, habiendo explotado el régimen comunista llenándose de oro, luego compraron
a previo vil los bienes del Estado que fueron privatizados e incluso, aprovechándose
de su poder, robaron al Estado, e incluso no pagando los impuestos.
exigen que primero se integren a la OTAN. Para ello deben deshacerse de los viejos
armamentos que tienen y adquirir nuevos, más modernos. Claro está, a costa de los
grandes sacrificios y préstamos que hipotecan su futuro y aumentan su pobreza.
No podemos olvidarnos de la ridícula guerra por la pequeña provincia de
Kosovo. Éste era otro escenario propicio para embolsar mucho dinero con las
armas más nuevas, sofisticadas y costosas, destruyendo todo un país. Como era
evidente que los rusos estaban dispuestos a defender a Serbia, algunos segura-
mente esperaban una tercera y devastadora guerra mundial.
Lo que el lector seguro no sabe es cómo se manejan esos enormes y turbios
negocios.
LIMPIEZA ÉTNICA
258
La limpieza étnica no es sólo una frase, sino una trágica realidad desde tiempos
inmemoriales. Muchos pueblos bárbaros han practicado esa crueldad. Sin embargo,
en el siglo XX, en la cumbre de la civilización occidental, después de la Primera y la
Segunda Guerra Mundial, la limpieza étnica tomó de nuevo una horrorosa realidad.
Cómo no me voy a acordar, cuando de chico escuchaba a la gente grande llo-
rando a nuestros hermanos desterrados, “desnudos y descalzos”, como se decía, de
los territorios búlgaros que los aliados entregaron a nuestros vecinos, pero eso no
interesaba a nadie. Eran sufrimientos ajenos...
Nadie se interesó cuando en la década del ’90 los turcos masacraron al pueblo
kurdo y no sólo en su país, sino también en territorio iraquí, donde arrasaron y
quemaron 135 poblaciones, como informaron los medios de difusión de entonces.
Nadie ni siquiera levantó la voz en defensa de cientos de miles de asesinados,
indefensos seres humanos. Pero a Turquía nadie le objeta nada, porque es aliada de
los aliados. Medio siglo atrás los turcos habían asesinado más de un millón de
armenios sin que el mundo levantara un dedo.
Tampoco nadie se interesó por la atroz y cruel limpieza étnica cometida contra el
indefenso pueblo alemán, a raíz de la desgraciada guerra emprendida por los
altaneros nazis para recuperar lo saqueado por sus vecinos después de la Iº Guerra
Mundial por Francia, Polonia y Chequia. En su reciente libro Berlín, Antony Beevor,
escritor y ex militar británico, relata: “Los ejércitos soviéticos que avanzaron sobre Prusia
oriental en enero de 1945, en enormes y largas columnas, eran una mezcla extraordinaria de lo
moderno y lo medieval: tanques conducidos por hombres con cascos armados, seguidos por caballería
cosaca montada en caballitos sucios con el botín del saqueo atado a la montura. Había saqueadores
que bebían y violaban sin límites. Todas las mujeres que quedaron al replegarse los alemanes fueron
violadas, cada una varias veces, por soldados del ejército rojo. Muchas, varias veces, niñas y
ancianas... Y bebían mucho, alcohol y sustancias químicas peligrosas robadas de laboratorios....”
Hay que ver el corto metraje de televisión. que refleja la tragedia de las 10.000
desesperadas personas hacinadas en el lujoso transatlántico “Gustloff ” para 1.800
pasajeros, convertido en hospital para heridos frente a la costa de Prusia Oriental, que
al zarpar para Alemania fue torpedeado en el mas Báltico, sucumbiendo la inmensa
mayoría en las heladas aguas.
Hay que escuchar los trágicos relatos de un señor alemán, que me compró un
departamento en Tucumán. Había nacido en la región alemana de los Sudetes, hoy
bajo los checos. Al terminar la segunda gran guerra quedó huérfano de padre a los 8
años, con su madre y dos hermanitos. Un día llegan unos paramilitares armados
checos y les ordenan que de inmediato se vayan a Alemania. Su madre, llorando, les
suplica que los deje hasta la tarde, para poder llevar algo de ropa y comida, ya que
no sabían adónde ir. “Antes del anochecer volveremos” –le dijeron–, “y si todavía
los encontramos aquí, los fusilaremos a todos”. Lo que han sufrido después de
perder su casa, su tierra y todos sus bienes, es largo de contar. Y eso sucedió con
todos los alemanes que vivían en sus propias regiones. Pero pregunto ¿Alguien
alguna vez escribió dos líneas sobre estas aberrantes historias?
259
Macedonia fue la patria natal del genial conquistador Alejandro Magno. Hombre
multifacético, con puño de hierro, mente genial y sobrehumana energía. Conquistó
Grecia antigua, Persia y Egipto y llegó hasta la India. Murió joven, a los treinta y tres
años de altas fiebres, en 323 a.C.
Macedonia quedó como una provincia inundada por los pueblos eslavos y fue más
tarde incorporada al nuevo Estado búlgaro. En el siglo VIII llegó a ser la cuna de la
cultura y literatura búlgaras. Hasta el día de hoy los ancianos hablan bien el búlgaro.
En la Primera Guerra Mundial fue ocupada y repartida por Grecia y Serbia. Al
desmembrarse el imperio serbio ( Yugoslavia), al derrumbarse el comunismo, la parte
serbia se declaró como la República de Macedonia. Tiene
25.000 km2 y dos millones y medio de habitantes con su capital, Scopie. Su religión
es cristiana ortodoxa y un 25% de su población son albaneses musulmanes. Los
griegos no la reconocen como República de Macedonia para no pretender la parte que
260
está bajo su dominio, sino sólo como República de Scopie, su capital. Quizá por eso,
el año pasado 2002, en una colina cerca de esa ciudad, los macedonios construyeron
una gigantesca cruz de 67 metros de altura iluminada por
650 con el objetivo de alumbrar más allá de sus reducidas fronteras.
En mi viaje a Bulgaria en 1998 visité ese diminuto país, con sus treinta y
cuatro montañas. El país más montañoso que yo vi en mi vida. Entre otros, me
gustó mucho el cristalino lago Ojrid, sobre la frontera con Albania, y la ciudad
del mismo nombre, que fue justamente en la antigüedad la ciudad universitaria
búlgara.
Al viajar a lo largo de la frontera albanesa pasamos por muchos pueblos de
esa etnia. En la ruta, el ómnibus paró frente a un negocio en donde se vendían
todo tipo de baratijas, bebidas, café, chorizos, etcétera. Al ver la poca limpieza
me olvidé de mi sed y pregunté por el toilette. “A los dos costados”, me dijeron.
“Puede ser también al otro lado de la ruta”, me dijo otro.
Al salir, vi un sendero al costado en el bosque de unos 30 m de largo. A los
dos costados se veía gente –hombres, niños y mujeres– haciendo sus necesida-
des. Miré desorientado un rato y por el apuro que tuve no me quedaba otra que
buscar un lugar, evitando pisar los excrementos recientes. Como si el pudor allí
no existiera, en especial para las mujeres musulmanas, con sus anchas y largas
faldas.
Con las guerras de Bosnia y de Kosovo y la limpieza étnica hecha por los
serbios, muchos mahometanos emprendieron la emigración hacia el oeste. El primer
país occidental en su ruta era Austria, lugar por donde pasé decenas de veces, donde
inclusive residí por más de seis meses. Los austriacos, como bue- nos alemanes, son
un excelente pueblo, con una cultura envidiable. Al que no conoce la Viena
Imperial le recomiendo hacerlo. Allí se respira un aire de los viejos tiempos. En el
famoso Ring (a lo largo de la vieja muralla defensiva), en los restoranes y choperías, las
orquestas tocan los conocidos valses vieneses, donde se baila con elegancia frente a
los jardines con flores.
Pero no puedo dejar de pensar que allí, en la sombra nocturna, los albaneses,
bosnios, etc. hacen sus necesidades en un excelente lugar al aire libre como en su casa.
¿Quién se los impide? Y si no es allí, ¿dónde van? Los inodoros para ellos son algo
incómodo, desconocido y que no inducen a la evacuación.
Ahora bien, quiero hacer una pregunta: los austriacos, ¿no son dueños de su país
y de su exquisita cultura? ¿No pueden oponerse a la inmigración de tan bajo nivel? ¿Es
eso reprochable? ¿Se los debe tratar como xenófobos racistas, de nazis y no sé qué
más? Sin embargo así lo calificó la poderosa prensa internacional.
La llamada guerra de Kosovo costó mucho dinero en armamentos que causaron
grandes destrozos de costosa reconstrucción. Se mantienen allí muchas tropas
llamadas K-FOR que cuesta mucho mantener y nadie sabe hasta cuando. Si se
hubieran utilizado esos fondos para el crecimiento de Albania, ese pueblo se podría
haber reubicado en su vieja patria, abandonando el suelo serbio. Hoy Kosovo está en
261
peores condiciones que antes del conflicto. Las tropas extranjeras no pueden
solucionar nada. El día que se retiren, los serbios atacarán de nuevo porque Kosovo
es un sagrado suelo serbio debido a que allí su héroe Marcos sucumbió con todos
sus soldados bajo la encarnizada embestida otomana. Por eso se ha creado un
desastre: ¿quién se beneficia de nuevo?, los armamentistas. Como será que de tanto
complicar esta situación, el ex presidente de Serbia, Solbodan Milosevic, apresado
por el Tribunal Penal Internacional, no pudo ser condenado y se murió en la cárcel,
al parecer envenenado. Porque Milosevic se defendía personalmente diciendo que:
combatió la guerrilla terrorista albanesa que pretendía anexar a Albania la provincia
de Kosovo, o sea combatir el terrorismo de su propia casa. Mientras que el imperio
americano va a buscar a los su- puestos terroristas a miles de kilómetros, por lo que
consideran al mundo entero su propia casa. Años atrás, la palabra terrorismo se
escuchaba muy rara vez. Sin embargo, los trágicos sucesos en la tierra de los
palestinos más las injustificadas intervenciones bélicas del imperio americano,
multiplicaron a los terroristas. “La sabiduría universal no perdona, el que siembra
vientos cosechará tormentas”, eso es lo que está haciendo Bush.
Todo esto ha hecho que hoy no haya seguridad en el mundo entero donde-
quiera que haya intereses norteamericanos y de sus aliados. Me resulta vergonzoso que
el presidente de los EE.UU. haya tenido que blindar su propio territorio para poder
asumir su segundo mandato. Aún peor, que obligue a los países que lo hospedan
blindar las ciudades que visitará.
Semjantes medidas significan mucho dinero gastado inútilmente y un gran
trastorno. Sin ir mas lejos, el diario chileno El Mercurio publicó el detalle de los
gastos de la visita de Bush en el Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC). Tres
meses antes del inicio de la conferencia, 200 agentes del servicio secreto ya estaban
en Chile. Tres aviones radar Awacs sobrevolaban Santiago de Chile las 24 horas, a
un costo de 10.000 dólares la hora. La delegación de Bush ocupó todo el complejo
hotelero Hyatt, con un valor aproximado de 50.000 dólares por día. La seguridad se
completó con una enorme cantidad de vehículos blindados de todo tipo, desde
limusinas hasta camionetas. Lo más curioso fue que se utilizaron dos aviones
presidenciales para que no se supiera en cual de ellos viajaba Bush. Además, no hay
que olvidarse de los gastos de todas las fuerzas chilenas de seguridad desplegadas.
Tamaño despilfarro de dinero, ¿no podía haber sido destinado a los pobres e
indigentes? No, porque a Bush hay que cuidarlo para que invada, destruya y mate a
millones de personas inocentes.
***
262
CAPÍTULO XIII
EL CULTO A LA POBREZA
LA FAMILIA AMENAZADA
Desde siempre existe el dicho: “Para ser feliz son necesarias tres cosas: salud,
dinero y amor”, apuntando sin duda al sexo.
Profundizamos tanto en la ciencia y la tecnología, queremos proyectarnos en el
espacio y, sin embargo, poco nos miramos a nosotros mismos. Nada se avanza hacia
la verdadera y duradera felicidad del hombre. Pareciera que el mundo exterior
interesa más que la familia. La TV color nos pasó por encima. Por lo que vemos a
diario, la moda, los cantos, bailes y la excitación llevan a la destrucción de la moral,
las buenas costumbres y la base del hombre: su familia e hijos.
Como siempre sucede, quienes llevan la delantera son los más activos. Y como
están las cosas, los homosexuales y la prostitución sirven de modelos, arrastrando
a la juventud hacia las morbosas diversiones y la drogadicción. Considero que
uno de los flagelos mas grandes de la Humanidad es proliferar muchos hijos sin
hogar, sin alimentación adecuada, sin educación y, por lo tanto, sin futuro.
Muchos de estos jóvenes se convierten en un serio peligro para la seguridad de la
comunidad. Cuando son apresados en las cárceles, no solo cuesta mucho mantenerlos
sino que, además, los penales son escuelas de delincuencia. Como se comprueba a
diario, al salir de allí son mas peligrosos que antes.
263
Mientras, la sociedad festeja sus hazañas. Es notable ver que al bailar las chicas
no muestran sólo la cara, las piernas y los pechos sino en especial las colas. “Te la
meten en la nariz.” ¿No será que algunas tienen mucho interés en promover la cola
porque es lo único que tienen para ofrecer? ¿Hasta dónde se pretende llegar?.
En los tiempos en que vivimos, los ricos se preocupan por salvar lo que
tienen, los pobres por sobrevivir, los gobernantes por mantenerse en el poder,
mientras que los políticos se desvelan pensando cómo llegar más arriba, cómo
escalar posiciones y llenarse los bolsillos, y no se preocupan por la moral mientras
tengan más votantes.
La libertad se ha convertido en un escudo para cualquier acto y propósito
inconfesable. ¿Acaso esta “civilización occidental” marcha hacia su propia des-
trucción? Quizás debemos volver la mirada hacia los antiguos filósofos como
Confucio, que decía “el que no vive para servir, no sirve para vivir”.
Por mi larga experiencia puedo asegurar que el hombre, fuera de su lucha por la
subsistencia, está siempre acompañado por el amor y el dolor. Para disminuir el
dolor es indispensable estimular el amor, principalmente hacia la familia, los hijos,
sus semejantes y a Dios. No hay causa más sagrada que el hogar, por tanto hay que
luchar para conservarlo como fuente de vida y felicidad.
Cuando era joven escuchaba esos dos términos y los confundía. No podía hacer
diferencia entre el pueblo norteamericano y el término “los yanquis”. Algo parecido
me sucedía entre el pueblo alemán y los nazis. Pero después entendí que no era así,
que no tenía nada que ver una cosa con la otra.
Sin embargo, como primera reflexión se me ocurre que si los nuevos yanquis
fueran tan humanos como pretenden demostrar y tan equitativos en los negocios, el
mundo de hoy tendría otra cara. Pero para eso hay que hacer una clara diferencia
entre un gran pueblo norteamericano, compuesto de muchas nacionalidades, y el
tipo yanqui a quien ya como joven veía, en los diarios y los cines, bien alimentado,
gordo, con una gran panza y una gruesa cadena de oro que le cruzaba, para
enganchar el reloj, de un bolsillo al otro del chaleco. Por eso al leer toda una página
del diario “Ámbito Financiero” del 6 de octubre de
1998, encabezada con la imagen del famoso banquero Nathan Mayer Rothschild,
pintada en 1824, reavivó mi interés. Su nombre, Rothschild, proviene del escudo de
color rojo que su familia tenía en la puerta de su casa en el gueto de Frankfurt. En
alemán rot es rojo y schild es escudo, o sea Rothschild es escudo rojo.
Aunque ya conocía la historia de ese banquero, la publicación mencionada en ese
prestigioso diario me resultó muy interesante: “Alto, de barba negra, con una extraña
sonrisa burlona y un dialecto de gheto Idisch, Mayer tuvo 20 hijos entre 1770 y 1790 (o sea uno por
año). De ellos sobreviven 5 mujeres y 5 varones. Viendo el futuro con sus hijos varones Mayer
264
enseñó a los mismos a comprar barato y vender caro, antes que ellos pudieran caminar y luego,
cuando ellos alcanzaron los 12 años, los puso a trabajar en el negocio familiar”. Además el hábil
señor Rothschild aprovechó la siguiente situación, según escribe el diario: “Gracias a
un decreto papal de los primeros siglos, la usura era prohibida para los cristianos, “prestar para
provecho”; entonces los judíos tomaron el comercio del préstamo de dinero convirtiéndose en
prestamistas, pequeños comerciantes y expertos en finanzas”. Rothschild hizo fluir su dinero por toda
Europa prestando incluso a los príncipes y reyes. Cada uno de sus cinco hijos estaba moviendo las
finanzas de Europa diciendo: “Nosotros somos como los mecanismos de un reloj, cada parte es
esencial”. Por lo que su hijo Amschel quedó en Frankfurt, Salomón en Viena, Nathan en Londres,
Karl en Nápoles y James en París. Desde Londres se manejaban las materias primas que llegaban
de las colonias y los productos de su industrialización. De tanto dinero disponía la dinastía Rotschild
que rebalsó a Norteamérica y gracias a ellos se convirtió en un motor de industrialización”. Pero no
solo los Rothschild amasaron grandes capitales, sino muchos otros banqueros.
Es cierto que los grandes capitales promueven el progreso y la tecnología. Con
toda seguridad que sin ellos la humanidad no hubiera progresado tanto. Si se
pudiera encontrar un modo de evitar la gran avidez del hombre de acumular más y
más riquezas en pocas manos, sería una bendición. El tipo yanqui que yo imaginaba,
hoy en día desapareció. Los yanquis de hoy tienen un gran poder económico,
político, armamentista, viven en opulentas residencias rodeados de sirvientes de
guantes blancos, manejando a su antojo sus enormes intereses en las bolsas y en las
economías mundiales. Tienen como base a disposición un país que en realidad es
prácticamente medio continente, lejos de ataques enemigos, con un pueblo
trabajador y con un gran respeto a Dios, a las leyes y a las normas terrenales.
Los yanquis disponen del signo monetario del mundo, que les cuesta sólo el papel y
la tinta. Y desde que el ex presidente francés Charles De Gaulle llevó los billetes
verdes, y pidió de vuelta el respaldo en oro que correspondía, ellos anularon todo el
respaldo. Pero eso vale sólo para su moneda. Mientras, los demás países deben tener
respaldo en oro, en dólares, o en otras monedas fuertes. Para lograrlo, la gran
mayoría de los países deben pedirle dinero prestado, pagarles altos intereses y
endeudarse hasta el cuello. Y no vaya Ud. a pensar que al concederle un gran
préstamo, le envían las toneladas de billetes. No, los billetes, por lo general, quedan
allí guardados en respaldo de lo que Ud. debe. Pero EE.UU. es no sólo la
superpotencia económica, sino también militar y política.
Allí, en Washington y en especial en Nueva York, tanto en la ONU como en Wall
Street se cocina el destino del mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, los
yanquis no sólo representaban un país vencedor, sino el único país que estaba en
guerra pero que no sufrió ni un solo ataque aéreo, ni un solo soldado enemigo pisó
su suelo. Por eso toda su población pudo trabajar tranquilamente produciendo en
gran escala. Al terminar esa gran guerra, el único país intacto que quedó fueron los
Estados Unidos. Mientras, las otrora potencias coloniales sufrieron grandes pérdidas
navales y no podían sostener el dominio y la explotación de sus colonias, que
265
quedaron semi abandonadas, un fabuloso regalo del desgraciado Hitler. Eso cambió
la cara del mundo. Los yanquis aprovecharon esa oportunidad, por lo que el
comercio internacional quedó en sus manos; con los barcos mercantes de su
impresionante flota de mar cruzaban los océanos y llevaban las mercaderías que
vendían y compraban a precios que ellos querían. Ganaban tanto dinero que
nadaban en la riqueza. Construían rascacielos, residencias más fastuosas que
cualquier palacio real, grandes barcos petroleros y un desarrollo tecnológico y militar
jamás imaginado.
Los hilos de la política internacional estuvieron y aún están en su poder. Pero los
resultados han sido mediocres por su gran avidez de riqueza. En donde se metieron
de gendarmes han sido un real fracaso. Esto es, con toda seguridad, porque tienen
dobles intereses.
No hay ninguna duda de que el mundo de hoy depende de ellos. Lamenta-
blemente su riqueza y avaricia les atraerá la envidia y el odio, por la pobreza y la
frustración causada a tantos pueblos en el mundo entero.
CARTAS AL DIRECTOR
Mi interés por la justicia, la paz, la política y economía del país ha sido per-
manente; he tratado pues de expresar estas inquietudes mediante innumerables
“Cartas al Director” publicadas la gran mayoría en el importante diario “La Gaceta”
de Tucumán. (Escribí también varios artículos en Buenos Aires y Mar del Plata, y
en especial en los diarios de mi vieja patria). Como así reportajes de páginas enteras
en prensa de Tucumán, Mar del Plata y Bulgaria. Como muestra de mi estilo, citaré
tan solo algunos de ellos.
266
Durante milenios, los pueblos han derramado mucha sangre para defender- se,
víctimas de invasiones, saqueos, dominaciones y explotación, hasta llegar a nuestros
días. Hoy, para la penetración y la explotación no son necesarios ni la dominación
física, ni la colonización, ni un solo soldado. Son totalmente incruentas. En todo
este siglo, con la manipulación de sangrientas ideologías y dos macroguerras, se creó
una nueva, sencilla, pero devastadora arma: el capitalismo en todas sus formas,
invisible e invencible. Su sórdida hegemonía borró las fronteras y se esconde detrás
del mito de la globalización, tan bien planificado. Todo se perfeccionó. Grandes
masas de capitales con la meta fija de dominar al mundo pueden con facilidad
endeudar, empobrecer y arruinar no sólo a un país o a una región, sino hacer temblar
al mundo entero aprovechándose del caos que engendra. Todos miramos cómo la
oscura nube de la globalización cubre la Tierra; las grandes corporaciones financieras
imponen sus políticas y con la cabeza gacha hay que rendirles cuenta. Mientras la
técnica deshumanizada avanza, el individuo desaparece, hay ricos más hiperricos y
pobres más desesperados.
El primer acto de la comedia trágica, son las quiebras y fusiones de grandes
empresas y bancos. Más adelante vendrán bancos, monedas y gobiernos regio- nales
y continentales y al final, tarde o temprano, habrá un megabanco, moneda unificada
mundial –el dólar– y un gobierno mundial en Washington, bajo el con- trol de los
hipercapitalistas-financistas. Con eso se cumplirá el sabio proverbio babilónico: “El
peor mal del mundo es el ojo voraz del hombre, que no se sacia ni con todo el oro del mundo”. Pero
no se aflijan. El hombre aguanta todo.
El Apocalipsis anunciado por los libros sagrados ya se hace realidad: se llama
globalización.
El siglo XX fue feroz, con las dos Guerras Mundiales, la guerra en Corea, la
infernal guerra en Vietnam y la costosa Guerra Fría y un sinnúmero de conflictos
agitados en su mayoría por los yanquis norteamericanos. Al concluir la famosa
Guerra Fría se creía la llegada de una paz mundial eterna. Sin embargo, tan pronto
empezamos a caminar el siglo XXI, y con el pretexto de los ataques del terrorismo,
se creó una nueva forma de guerra sin fronteras y sin fin. Con las guerras
preventivas, unilaterales del “imperio americano”, se pone en riesgo el orden
mundial.
Mientras existía la Guerra Fría, cada bloque se preparaba para “en caso de
guerra”, como acostumbraban decir mis amigos comunistas en Europa. Ninguno de
los dos bloques, los norteamericanos ni los soviéticos estaban dispuestos a iniciar
267
una guerra total, temiendo su propia destrucción. Es decir, nadie pensaba ser el
primero que “apriete el botón”, como se decía.
Hoy, la Guerra Fría ya desapareció. Sin embargo, ¿está en marcha una “guerra
caliente”? Los grandes magnates armamentistas no pueden pensar en un mundo en
paz. Un mundo sin guerras, en el cual su espléndido negocio termine. Por eso no
habrá paz en la tierra mientras exista la voracidad de los armamentistas, lo que
obligará al mundo a sobrevivir sufriendo bajo el reino del poderoso imperio del
Norte.
Sin darnos cuenta, las diferencias religiosas y étnicas están creando chauvi-
nismos y fundamentalismos, que ya están explotando. Pensando concretamente en el
problema entre Israel y sus vapuleados vecinos palestinos, con seguridad en los dos
bandos habrá más gente por un arreglo pacífico, pero los belicistas son más fuertes
y se imponen.
Los palestinos están enardecidos por recuperar los territorios injustamente
ocupados por Israel, y por la vuelta “a casa” de millones de palestinos expulsa- dos,
perdiendo todo. Los Hezbollah que luchan en El Líbano son descendientes de ellos,
y su lucha contra Israel al parecer no terminará jamás. Por los dos soldados israelíes
que ellos secuestraron, Israel le declaró la guerra y destruyó medio Líbano, y al
final bajo la presión internacional debió retirarse, con lo cual Hezbollah se
declaró victorioso y los dos soldados secuestrados no fueron rescatados.
Siempre me da ganas de reírme cuando escucho que Hezbollah “bombardea- ba”
Israel con los “Katiuscha”, arma ya vieja y oxidada que los rusos inventaron antes de
la IIª Guerra y seguro que la vendieron por poca plata para sacársela de encima. La
“Katiuscha” dispara a poca distancia sus proyectiles que explotan en el aire, y eran
muy eficaces en la defensa. Porque al herir muchos soldados, esos debían ser
retirados por sus compañeros y con eso la presión alemana se demo- raba y con eso
tuvieron muchas bajas. Pero no es un arma de ataque. Además, los “Katiuscha” no
son para disparar a la distancia; además sus proyectiles caen en cualquier parte, sin
presición y sin ocasionar grandes daños.
Lo más curioso es que para evitare que Hezbollah recibiera armas por el mar, no se
de quien, nada menos que Alemania fue obligada a enviar al Mediterráneo, frente a
las costas del Líbano, varios cruceros de su marina de guerra que también tenían la
obligación de tener para formar parte de la NATO, con mucho personal y por
tiempo indeterminado.
Pero como siempre, se impone la razón del más poderoso. Además, su fiel aliado,
los E.E.U.U., emprendió una guerra atroz para eliminar uno por uno a los Estados
que considere posibles enemigos cercanos o lejanos a Israel. Asimismo, esto le
ayudará a tomar por asalto las inmensas riquezas petroleras que posean los países
islámicos.
Sin embargo su enorme poder está causando una gran cantidad de muertos y
268
EL NUEVO ORDEN:
LA GLOBALIZACIÓN ES EL COMUNISMO AL REVÉS.
RICOS MÁS RICOS Y POBRES MÁS POBRES
Desde los tiempos del gran conquistador macedonio Alejandro Magno, o del
conquistador romano Julio César, los que se consideraban fuertes, poderosos e
invencibles, querían construir un nuevo orden en el mundo. Tiempos más tarde,
empezaron las colonizaciones encabezadas por Inglaterra. Mientras, los cañones de
los cruceros tronaban, los soldados conquistaban y ocupaban vastas zonas del
planeta sometiendo a sus milenarios pueblos. Mientras, los barcos carguero
exportaban baratas materias primas y el sudor de estos pueblos por muchos si- glos.
Toda esta explotación acumuló enormes riquezas en los países coloniales. Eso duró
hasta llegar a nuestros tiempos con Stalin y Hitler, que también con la fuerza querían
hacer un nuevo orden mundial. Con la Segunda Guerra Mundial y la destrucción por
parte del nazismo del poder militar marítimo de las potencias occidentales, las
colonias pudieron independizarse sin recurrir a la violencia o a las guerras. Entonces
empezó una nueva explotación a mano de los grandes capitalistas, que aprovecharon
las riquezas que acumularon durante las dos guerras mundiales y el vacío de poder
producido.
Hoy, el nuevo orden mundial se está imponiendo con el soborno, con los billetes
269
verdes, con las guerras, las amenazas o directamente con las masacres. El arma
invisible es el capital, la seducción con la corrupción y el endeudamiento. Su arma
más poderosa es el sometimiento de los pueblos por el hambre. El que no lo ha
sufrido, como el que escribe estas páginas, no lo conoce, no tiene idea de lo que
significa sufrir el hambre, sin esperanza. Eso pasa hoy con muchos pueblos, en
especial los de Afganistán e Irak, invadidos y destruidos por Estados Unidos.
Como es sabido en el sistema comunista todo estaba en manos de Estado. Las
grandes masas de los pueblos trabajaban día y noche mientras los jerarcas gozaban
viviendo en la opulencia y llenándose los bolsillos con los negociados junto a los
capitalistas que eran, ni más ni menos, sus naturales socios en todo lo que
emprendían. En la globalización, todos los bienes estarán en manos de los grandes
capitalistas, que vivirán como príncipes, mientras las grandes masas populares
seguirán trabajando día y noche para pagar los servicios, los impuestos y las deudas
por todo lo que poseen.
Todos esperábamos que, gracias a estos grandes capitales y empresas multi-
nacionales, fuera posible entrar en el umbral del siglo XXI en paz y abundancia para
todos. Sin embargo, nos olvidamos de una cosa: la insaciable y voraz avidez de más
riquezas y más poder que el dinero trae desde hace milenios no tiene límites. Los
ricos quieren ser más ricos y poderosos. Se equivocan los que creen que se le puede
pedir un favor al capitalista. El gran banquero conoce sólo sus intereses y no le
importan las necesidades ajenas.
Me resultó gracioso que nuestro ex-presidente, el Dr. Fernando de la Rúa, a los dos
meses de haber tomado el poder, en enero de 2000, abandonó los múltiples
problemas que tenía encima y voló a la lejana Escandinavia. No quería estar ausente
en el encuentro de varios jefes de Estado en Estocolmo, para “concientizar” la lucha
contra el racismo y el antisemitismo que sufrieron los judíos bajo el nazismo. Sin
duda quería “codearse” con los grandes banqueros (que esperaba encontrar allí)
como los Rothschild, Rockefeller, Morgan, Lehman Brothers y muchos otros,
como asimismo, con los nuevos multibillonarios George Soros, Bill Gates, etc.,
incluyendo al poderoso Alan Greenspan, presidente de la “Reserva Federal
Americana”. El ex presidente suponía que siendo este evento de esa colectividad, la
gran mayoría de ellos estarían presentes. Por lo tanto sería una buena oportunidad,
pensó nuestro bueno, pero ingenuo presidente, para pedir urgente un préstamo para
su déficit fiscal de entonces, de 7.400 millones de dólares. Antes de volver, se
anunció la gran posibilidad de obtener pronto ese tan necesario préstamo. Como es
de suponer, el capitalista, sea quien fuere y aún se trate de su propio hermano, no
larga así nomás la plata. Los banqueros, al enterarse de la desesperante situación
argentina antes del mes, en vez de enviar el préstamo, enviaron a los inspectores del
FMI que llegaron a la Argentina tantas veces para controlarnos –con todos los
gastos por nuestra cuenta–, pero el dinero nunca llegó.
270
El día 8 de enero de 2001, el diario Ámbito Financiero sacó una página entera
referente al famoso Sr. Greenspan, presidente por muchos años de la Reserva
Federal. Pero aún más impactante fue lo recuadrado al pie de la página, con el
título “El superpoder”, que dice: “El poder de la Reserva Federal es tan grande, que nunca
ha sido auditada ni inspeccionada por el Congreso o la Justicia. Si bien la “Fed” está sujeta a
cierto nivel de controles, es ella la que designa y contrata a sus propios auditores, aunque el trabajo
que pueden realizar es sólo nominal. Ni siquiera el gobierno a través de la General Accounting
Office (contaduría general) tiene acceso a la información más importante... Las discusiones entre los
miembros de la Fed y sus empleados, se guardan bajo el más estricto de los secretos”.
Permítanme mostrar un dólar e ilustrar mi visión del futuro
Otra concepción de la magnitud del poder financiero de la banca internacio-
nal es la que expresa el ya citado investigador Nicola M. Nicolov, justamente en su
libro, “ ”, donde comenta que “los países subdesarrollados adeudan a los
bancos más de un trillón de dolares, que nunca podrán abonar. Impagables son también las deudas
federales norteamericanas, que ascienden a U$S 5.000.000.000.000 (Cinco mil billones de dólares),
mientras las deudas privadas son de unos 20.000.000.000.000” –sólo estos escalofriantes
datos dan una real visión del poder de los financistas, como si
todo se adeudara, todo está en sus manos–. Teniendo en cuenta que estos datos son
de muchísimos años atrás, nos podemos imaginar las cifras actuales, que aumentan
cada día más.
36
Gary. H. Kah. -“Rumbo a la ocupación mundial”- Editorial Unilit. Miami Fl. 33172. Tra-
ducidomal español por Oscar Cortéz. 1997 págs. 19-20.
palestinos de sus casas y de sus tierras, y la siguiente guerra con los países vecinos
musulmanes. El poderoso Estado de Israel, ayudado por sus compatriotas de
EE.UU.. al ganar todas las guerras como se sabe, provocó el odio contra sí mismo
con lo cual el terrorismo se multiplicó, sumando a eso las guerras, destrucciones y
muertes ocasionadas por el poder americano. Y yo no me canso en repetirlo que con
mi apellido, sin merecerlo, sólo debo aguantar las distintas formas de
antisemitismo.
El trágico y fatal 11 de septiembre de 2001 estuve en París. Me enteré en la calle
de que las torres gemelas de Nueva York habían sido destruidas.
Me dirigí rápidamente al hotel y escuché por el televisor una potente voz que decía:
“Dos aviones de pasajeros en forma de cohetes convirtieron en llamas a las torres
gemelas del poder financiero mundial judío”. Incrédulo observaba que una de las
torres estaba envuelta en llamas, mientras otro avión asesino se estrellaba contra la
segunda.
37
Nicolov, Nicola M., “Las máscaras de las celebridades”, primera edición, Sofía, 1994, págs.
28 y 29, traducido por el autor
quien con su libro “La terrible impostura” afirma que ningún avión se estrelló en el
Pentágono, que la versión oficial no sostiene un análisis crítico, que se trató de un
montaje (acompaña con importante cantidad de fotografías), y sostiene que “no hay
razón para seguir creyendo las mentiras de las autoridades. En cualquier caso, el material que hemos
elaborado permite poner en duda la legitimidad de la respuesta norteamericana en Afganistán, y de
la guerra contra el Eje del Mal” 38.
Teniendo en cuenta los numerosos ataques realizados en EE.UU. y contra sus
intereses en ultramar, incluso, contra esas dos torres, para muchos quedará una duda
siempre. Sin embargo, no faltan los que piensan que todo se sabía y esperaba para que
E.UU. se declarara víctima de ataques enemigos y le sirviera de pretexto para atacar
cualquier país en cualquier parte del mundo. Especialmente los países estratégicos,
fundamentalmente los musulmanes y los que poseen petróleo.
38
Thierry Meyssan, “La terrible impostura”, Ed. El Ateneo, Bs.As. 2002, págs. 12 y ss.
–
Contra la mirada impasible del mundo por estar lleno de problemas, EE.UU. ya tiene
presencia militar prácticamente en todo el planeta, salvo en unos pocos países como
China, Rusia, Corea del Norte, Libia, Irán y Siria. Estos dos ya están esperando su
pronta destrucción y ocupación, pero no serán los últimos. Cuando escuchamos al
presidente de EE.UU. hablar de instaurar e incluso imponer la democracia, por las
buenas o por las malas, el desprevenido oyente pensará qué bueno, qué humano que
es. Sin embargo, los que ven más allá se darán cuenta que bajo este aparente
altruismo se esconden grandes intereses económicos y estratégicos. La democracia
allana el camino para la apertura del mercado, con lo cual los capitalistas pueden
adquirir todas las propiedades del mundo entero a los precios que les convenga, y
después destruir un país y sumergirlo en la pobreza. Sin duda, esto sería la total
realización de la tan promocionada globalización… o sea, todo en manos de los
capitalistas y banqueros.
El esperado ataque de a Pearl Harbor por los japoneses sirvió para desatar
la indignación popular y en consecuencia declarar la deseada guerra a Japón,
derrotarlo, ocuparlo e imponer sus dominios en las costas pacíficas del conti-
nente asiático e innumerables Estados oceánicos. La IIª Guerra Mundial podría
haber durado 10 años, sabiendo que las guerras lejos de su territorio les ayuda-
ban a desarrollar su industria, especialmente la bélica, lástima que Alemania no
aguantó.
Los dos enormes rascacielos eran un imponente símbolo del poder financiero
mundial, llamados World Trade Center. Hace unos años, estando en Nueva York,
un amigo, alto funcionario de la entonces Shearson- Lehman Brothers, me invitó
a recorrer una de las torres y obtener una espléndida visión sobre la ciudad desde
el piso 100, así como también almorzar en uno de los lujosos restaurantes en el
subsuelo. Lamentablemebte las cientos de espléndidas oficinas adonde trabajaban
275
Con estas belicosas actitudes, en vez de pacificar a los pobres palestinos los
empujan a la miseria y desesperación, y en vez de serenar los ánimos multiplican los
futuros terroristas. Porque de gente que ha perdido absolutamente todo, incluso a
sus seres más queridos, ¿qué se puede esperar?
Quisiera preguntar al amable lector: Si hablamos tanto de los derechos huma-
nos, ¿para quiénes son? ¿O los pueblos ocupados y subyugados deben ponerse
de rodillas y esperar y aguantar?
Lamentablemente hay indignación en muchas partes, y en especial en los
musulmanes que quieren vengarse contra los judíos, los norteamericanos y sus
aliados.
Después del ataque del 11 de septiembre, el presidente de EE.UU., G. W.
Bush se declaró víctima del enemigo externo y gritó: “Les declaramos la guerra,
que puede ser de un año o llegar a diez años” a todos los países que ocultan a
terroristas. Denunció como artífice de los ataques al saudita Osama Bin Laden,
que estaba en Afganistán gobernado por los fundamentalistas talibanes, cuyo
armamento ha sido financiado por los EE.UU., que luego precipitó sin mise-
ricordia su enorme poder militar contra ese devastado pueblo por la invasión
rusa y las guerras internas. Todo indica que el plan es no matar ni apresar a Bin
Laden porque así pueden culpar e invadir cualquier Estado que les plazca, con
el pretexto de buscar a quien antes fuera socio de la dinastía Bush.
Los EE.UU. buscan aliados, especialmente en los que sufren subversiones y
atentados en sus territorios, debido a los pueblos subyugados, y a los países que
no tienen esos problemas los obligan a tomar parte del atropello yanqui (como
por ejemplo a Alemania, que debe ahora soportar terrorismo en su territorio),
porque fue obligada a enviar sus modernos aviones Tornado, que desde grandes
alturas pueden fotografiar incluso con nubes los más mínimos movimientos de
los guerrilleros talibanes en las montañas de Afganistan. Con eso los alemanes
se convierten en los traicioneros enemigos a los que deben vengarse.
276
39
Estados Unidos, el principal contaminante del planeta, valiéndose de su poder y soberbia, no
suscribió el imperioso e impostergable Protocolo de Kyoto, argumentando que reduciría su
crecimiento industrial. Según la opinión de los especialistas, eso perjudicará al resto del mundo, sin
que a los Estados Unidos le importe
278
nald Rumsfeld, quien al enterarse del plan franco-alemán de buscar una solución
pacífica a la crisis con Irak vía la ONU (como también sugiere el Santo Padre),
advierte: “Le decimos a cada francés y a cada alemán que creemos que esa no es la
manera de ganar el favor de Estados Unidos”.
Eso ya es el colmo, “Paz no, guerra sí”. Es decir que con el poder político,
económico y militar del que dispone el coloso del norte ya liberado de la sombra del
“coloso soviético” que lo frenaba, sus gobernantes se sienten dueños del mundo y
de sus riquezas y que sin duda las usufructuarán a su gusto.
Al asumir su segunda presidencia, en la primer reunión de prensa, George W.
Bush pidió a los irakíes una masiva concurrencia a las urnas porque sería “deter-
minante para el futuro de su país” y, claro, para los planes de Washington –cuales son los
planes, sólo ellos lo sabrán–. Es lamentable que el imperialismo americano obligue,
por las buenas o por las malas, a muchos países para que vayan a luchar en Irak o
Afganistán, como es el caso de Alemania que no tiene nada que ver con la guerra
que ellos fabricaron y que hoy es amenazada por los terroristas. La cruzada contra el
Islam, culpándolo de retrógrado, dogmas absurdos y fanatismo, olvida que con sus
1.300 años de existencia el Islam no es peor que el cristianismo en la Edad Media,
con sus dogmas y crueldades religiosas.
En su segunda reunión de prensa después de empezar su segunda presidencia Bush
prometió llevar la democracia a todo el mundo… Con esa determinación, queda
claro que lo hará por las buenas o, más seguro, por las malas, a “punta de pistola”
destruyendo Estados uno tras otro. Tampoco el presidente norte- americano se
olvidó de acusar a Irán y Siria de “exportar terrorismo”, por lo que se supone está
preparado para emprender una invasión con todo su tremendo poder bélico, del que
dispone.
Pero a no olvidarse que Irán posee mucho petróleo, así que vamos de una guerra
a otra.
Al leer en la prensa que el nuevo presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, es de
origen judío, lo primero que se me ocurrió fue que estrecharía las relaciones con el
presidente Bush y no me equivoqué. En uno de sus primeros viajes al exterior fue al
imperio americano y se ofreció a participar en un posible ataque a Irán. Debido a
que el excéntrico presidente de aquél país había amenazado con borrar a Israel del
mapa, pura fanfarronería que nunca podría ejecutar, por la habilidad de información
y por su sofisticado poder militar. Y mientras su predecesor, el ex presidente francés
Jacques Chirac, dejó entrever que Irán podía tener una bomba atómica, ya que Israel
tiene muchas.
Además, Rusia y China estaban en guerra hasta que las dos tuvieron bombas
atómicas. India y Pakistán también tuvieron muchas guerras, hasta tener los dos
bombas atómicas. Así que aquí no pasará más que por las amenazas, como pasó
279
entre EE.UU. y la Unión Soviética en la Guerra Fría, amenazas pero nunca apretaron
“el botón”.
En definitiva: Para los gobernantes y los que manejan los destinos del imperio
americanos todos los luchadores por la liberación de sus tierras, por la liberación de su
patria por los invasores, los ocupantes son declarados terroristas por lo que deben ser
aniquilados incluso destruyendo las poblaciones, las ciudades adonde hay valientes
patriotas. O sea destruir, matar y dominar.
***
Mi hijo Dante, mi esposa Lidia, mi nuera Silvia y mi hija Victoria con mis
queridos seis nietos.
282
Así son las casas de mi pueblo natal, Cherkovo. Las construían los
campesinos, ayudándose mutuamente. Hoy, la mayoría de ellas están
vacías, como en miles de pueblos.
283
Foto histórica de una revista alemana de agosto de 1943. El rey Boris III de
Bulgaria revisa las tropas a su llegada al cuartel nazi, convocado por Hitler.
En la página siguiente, que guardo, se observa al rey antes de subir al
supuesto “avión asesino” quelo llevaría a Sofía, adonde, luego de tres días,
muere por una afección cardíaca.
286
Figur 12
288
Esta foto, publicada por el diario Ámbito Financiero del 06/03/03 (sacada de
la película )
Las mujeres y los niños hurgan en la basura que tiran las fuerzas de
ocupación aliadas
306
varias veces más de los que necesita, y que el Estado no puede mantenerlos. Sin hablar de
los jubilados. Todo el mundo tiene una meta: jubilarse cuanto antes y “vivir tranquilo”. Y
el dinero para eso, ¿quién lo pone? Con el desarrollo de la medicina y la expectativa de
vida hasta 90 años, nadie sano debe convertirse en un pasivo, en una carga para la
población que trabaja, antes de cumplir al menos 75 años.
A los que todavía quieren esta tierra, que no se sorprendan cuando en un tiempo
no muy lejano perdamos la región cuya riqueza es tan indispensable para nuestra vida:
la Patagonia. Muchos nos alarmamos al escuchar tal o cual magnate norteamericano,
sea George Soros o cualquier otro compran millones de hectáreas, equivalentes a todo
un país europeo. Sin darnos cuenta que otros son dueños de esa fabulosa región, y el
pueblo no puede hacer nada porque las leyes lo permiten. Vivimos en democracia, se
dice. Quizás por eso el imperio norteamericano quiere implantarla aunque sea por la
fuerza, dominando los países atrasados, y poder adquirir cuando quieren todo lo que se
les antoje, por el precio que ellos quieren.
Hace varios años leí con sumo interés una página entera en el diario “Río
Negro”, un artículo sobre una predicción (escrita también por un ingeniero y no por
un político, sindicalista ni un escritor) que preveía con el llamativo título: “Cuando
la Argentina perdió la Patagonia”. Los criteriosos se habían dado cuenta de que como
va el país, esa visión, tarde o temprano, lamentablemente y con toda tristeza
sucederá. Las provincias que la componen van a fusionarse hasta formar una unidad
regional y al final, conscientes de su riqueza, conformarán un nuevo país, Patagonia o
Andinia, como hace siglos está previsto40.
309
40
Como vemos hoy en el vecino país de Bolivia, cuyas ricas regiones reclaman su indepen- dencia
del poder central
80% de la hermosa ciudad, sino que segó la vida de más de 300 mil víctimas
310
inocentes.
No debe olvidarse que los alemanes que vivían en Rusia y en los demás países
debieron correr ante la retirada de los ejércitos alemanes y la desastrosa situación en
los frentes rusos, buscando refugio en Dresden por ser una ciudad abierta. Allí
fueron instalados en barracas provisorias y denigrantes que, más tarde, fueron
quemadas y borradas de la faz de la tierra. Una vez más pareciera que los muertos
causados con crueldad por los aliados, no cuentan al momento de conmemorar la
historia.
increíble al haberse ido los alemanes, porque la resistencia francesa (la guerrilla
antinazis) tomo el poder y todo se fue al suelo. Dos años de terminada la guerra casi
me muero de hambre en Paris.
Poco se sabe, que el partido de Hitler, era socialismo-nacional de los obreros y los
mas fieles eran los altos, rubios, robustos y con ojos celestes, o sea la expresión de la
raza aria. Llevaban uniformes militares pero distintos colores que los del ejército; y su
número no creo que pasaba de 5- 6% de la población. Porque Hitler copio de Stalin,
pocos son necesarios para mandar mientras el pueblo debe trabajar y producir,
callándose
Los comunistas hacían huelga en todos los países. Con la gran pobreza y miseria
en Alemania, todo el mundo en Europa consideraba que el poder comunista era
inevitable. Sin embargo Hitler llegado al poder, prohibió las huelgas, y la ideología
comunista, hizo un orden y seguridad lo que imprimió a Alemania, un desarrollo
basado en la actividad privada lo que trajo inversiones extranjeras y un adelanto que la
convirtió en un estado fuerte, política, económica y militarmente. Sin duda sin Hitler
el primer estado occidental caído bajo el comunismo, hubiera sido Alemania.
Mientras tanto, Stalin se concentro en el ángulo sudoeste de Europa- en España,
donde en 1936 empezó allí la tremenda guerra civil española. Era seguro que el Gral.
F. Franco, jamás hubiera ganado la guerra y salvado a España del comunismo, sin la
ayuda del armamento suministrado por Hitler.
Con el poder de Hitler, Mussolini y Franco, Europa se salvo del comunismo.
“Pero no del todo antes del final de la segunda guerra mundial los aliados contentos
del poder de Stalin, le regalaron todos los países del este europeo: Bulgaria, Rumania,
Hungría, Checoslovaquia, Polonia y el este de Alemania, con la mitad de Berlín.
Yugoslavia quedo bajo el dominio del mariscal Tito (un croata), instalado en Belgrado,
Serbia: que pudo mantenerse lejos de Stalin
Lo que me da seguridad de pensar que sin la existencia de Hitler, se habría evitado
la tremenda guerra mundial, los millones de muertos en los combates, en los campos
de concentración y la destrucción y envuelta en llamas, todo un prospero país
Alemania. Donde millones de inocentes mujeres, niños y ancianos, murieron
envueltos en llamas, que yo tuve el horror de observar y considerarme un
“sobreviviente de Alemania en Llamas” y del terror Soviético que viví en mi patria:
Bulgaria. Pero sin Hitler lamentablemente toda Europa, hubiera caído bajo el
comunismo.
El llamado termino “Holocausto”, (refiriéndose a los judíos) se compone por las
dos palabras griegas “Holos: todo y cautos: quemado “. Sin embargo, los judíos no
fueron quemados vivos, como expresa el término, me parece que esa palabra:
holocausto corresponde a toda Alemania, que yo mismo vi en llamas. A donde los
“benditos” aliados bombardearon día y noche con los enormes aviones llamados
“súper fortalezas” de cuatro enormes motores,(de EEUU) que tiraban bombas de
destrucción incendiarias de fosforo con lo que convertían los edificios derrumbados y
312
en llamas, en cuyos sótanos por lo general estaban resguardándose sus habitantes, que
no tenían salvación. Morían envueltos en llamas. Un terror que la humanidad nunca
tuvo en cuenta, porque claro esta los que tiene poder de propaganda son los
vencedores.
En realidad, como ya aclare que los horrorosos muertos en los campos de
concentración, se debían principalmente al hambre, a los fríos inviernos, sin ropa
adecuada, y las pestes (por falta de higiene medicamentos), ya que los piojos se
multiplicaban y contaminaban hasta la muerte. Lo mismo sucedía también con los
soldados alemanes que el enloquecido Hitler obligaba a ir a luchar y morir en los
lejanos frentes de batallas de Rusia. Escuche decir que los soldados tenían también la
misma suerte, además incluidas las balas enemigas. Porque muchas veces no recibían
armamento a tiempo.
Me acuerdo que la invasión alemana en Rusia, empezó el 21 de julio de 1941, en
pleno verano caliente y los soldados estaban vestidos con camisas mangas cortas. Ya
que Hitler consideraba que si en 45 días derroto la bien armada Francia, en un poco
mas de tiempo derrotaría a Stalin. Pero al final, todo le salió mal, por lo que debía
pegarse un tiro.
En caso de que el comunismo se había instalado en toda Europa occidental, con
su cultura avanzada, podría haber convertido el comunismo ruso (soviético) en mucho
mas avanzado y humanizado y sin duda habría invadido todos los continentes.
Yo tuve la experiencia de ver el desarrollo increíble, que el régimen comunista
consiguió en algunos países de Europa Oriental, en especial mi vieja patria Bulgaria,
que no entro en la guerra. Lastima que el capitalismo consiguió sobornar y corromper
a los jerarcas soviéticos, de tal manera que se convirtió en una explotación de las
masas trabajadoras, bajo la feroz dictadura. De tal manera que el comunismo se
derrumbo sin un solo tiro en todo el bloque soviético, y al mismo tiempo, porque sus
jerarcas llenos de millones en el extranjero, se pusieron de acuerdo.
O sea el comunismo podía y podrá traer un bienestar a los pueblos, pero sin la
existencia del capitalismo que tiene como principio: “el que más tiene, mas quiere”. Y
eso no me lo contaron, sino que yo mismo lo viví. Saliendo de la extrema pobreza y
con mucho sacrificio, y con honestidad y cumplimiento llegue a poseer millones y no
me conformaba, quería conseguir ganar mas y mas dinero. Lastima que la mala suerte
en mi familia, me hizo sufrir tanto que abandone todo.
Mi temor es que: con la crisis mundial que tenemos actualmente, muchos países
pueden convertirse en grandes disturbios, desempleo, hambre y miseria, y hasta una
guerra civil. Terminando en que la masa proletaria tome el poder, para repartir la
riqueza todavía existente. Lo que a su vez traerá mas desempleo, hambre y miseria, y
que solo seria superado por la dictadura total, como fue el comunismo pasado en su
comienzo.
O sea, considero que si Hitler no hubiera existido, Alemania abría caído bajo el
comunismo antes que España. Con todo eso Europa y el mundo hoy tendrían otra
cara.
313
Claro esta, que los aliados quisieron y consiguieron la primera gran guerra con el
asesinato del heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro, en Saraevo en 1914, en
Serbia; con lo que estallo la primera guerra mundial, y a consecuencia de ella, luego la
segunda gran guerra, para la cual culpan a los alemanes , incluso tildándolos a todos de
nazis.
Quisiera suponer que, si hay otras civilizaciones extraterrestres, tendrán seguro un
desarrollo comunitario que nosotros no podemos ni imaginar, adonde seguro no
existen pobres más pobres, ni ricos más ricos, ni tampoco las grandes injusticias que
soportamos.
PALABRAS FINALES
ÍNDICE
Dedicatoria ..................................................................................................................4
CITAS ...................................................................................................................9
Prólogo. Un testimonio, una conciencia un narrador ........................................... 11
Palabras del autor .........................................................................................................13
El Sobreviviente...........................................................................................................15
Estimados Lectores ..................................................................................................... 19
CAPÍTULO I
Mi turbulenta infancia ................................................................................................21
La vieja patria ...............................................................................................................22
Inédita historia del pueblo búlgaro...........................................................................23
Brujerías y curanderismo ............................................................................................27
De ferviente cristiano, a fanático marxista y ateo..................................................28
Perdido en el viento blanco – Los lobos..................................................................29
CAPÍTULO II
La historia de Europa en los dos últimos siglos.....................................................31
Los aberrantes Tratados de Paz de Versailles .........................................................34
Hitler y su Movimiento Obrero Nacional Socialista (De “Nazional” proviene
el término NAZI) ........................................................................................................35
La llegada de Hitler al poder......................................................................................42
Contacto con los nazis ................................................................................................46
El comienzo de la persecución judía La noche de los cristales rotos .................47
La trágica Segunda Guerra Mundial La invasión a Polonia .................................48
La increible derrota de Francia ..................................................................................50
Inglaterra, en jaque ......................................................................................................52
El enigma de Rudolf Hess..........................................................................................54
La Operación Félix y el astuto General Franco .....................................................55
Mis estudios universitarios en Belgrado..................................................................56
La necesaria invasión a Yugoslavia ...........................................................................58
Mis estudios en Bratislava - Slovaquia .....................................................................59
El extraño examen de Geología, y la hora 10 .........................................................60
CAPÍTULO III
315
CAPÍTULO IV
Boris III, Rey de Bulgaria y el alma humana de los alemanes .............................99
La protección de los judíos búlgaros y la muerte del rey ....................................101
La voladura de la Pensión Central y el pintoresco Gräfelfing............................102
El distinguido Dr. Färber.........................................................................................105
Hitler pasó despacio al alcance de mi mano .........................................................106
El famoso día “D”.....................................................................................................108
Mi admiración por los judíos y los alemanes ........................................................ 110
Campos de Concentración ....................................................................................... 114
De Auschwitz a la liberación ................................................................................... 118
Recuperando la vida .................................................................................................. 119
Un asesino acto de los aliados El bombardeo: más que una bomba atómica .... 12
316
CAPÍTULO V
La peligrosa gran odisea ...........................................................................................125
La llegada de los tanques soviéticos .......................................................................130
Fui elegido para el Colegio de Oficiales Rojos .....................................................133
Los juicios populares - Un teatro siniestro ...........................................................134
Jorge Dimitrov y su sobretodo de madera.............................................................135
Karl Marx – Creador del Comunismo ...................................................................136
Stalin, el astuto y despiadado dictador nunca decía “los judíos”,
sino “ellos” o “los extranjeros” ...............................................................................138
Alemania y su cruel destino .....................................................................................142
Desesperado, quise abandonar Bulgaria ................................................................144
Teodoro, mi inolvidable primo................................................................................ 145
El repulsivo “Niet” ruso .......................................................................................... 147
CAPÍTULO VI
1946: La Capitana Política Stefanka, mi enamorada protectora ........................149
En Budapest, destruida y ocupada por los rusos ................................................. 151
En la Viena imperial..................................................................................................154
Otro repudiable proceder del poder americano ...................................................156
El trágico relato de agop del salvajismo soviético................................................158
La inolvidable Josefine, una delicada belleza ........................................................160
La picaresca salida de Viena..................................................................................... 161
CAPÍTULO VII
La vuelta a Munich en alemania ya esclavizada ...................................................165
Extrema hambre en la Alemania ya derrotada .....................................................167
Holocausto – Significa “todo quemado” ...............................................................168
La película: La Lista de Schindler........................................................................... 175
La triste historia y la gran injusticia ........................................................................ 176
El inhumano humanismo de los aliados ............................................................... 176
Iakob, uno de los sobrevivientes llenos de oro..................................................... 178
La entrega de títulos en deplorables condiciones.................................................180
Else, mi inesperada salvadora ..................................................................................181
Una tragica experiencia con soldados de color .....................................................183
El viaje ilegal a Francia .............................................................................................183
¡La increíble discriminación francesa!....................................................................185
La espantosa hambre en París. (La contraproducente liberación).....................187
Fui un “grasiento” obrero en la fábrica Citroën...................................................190
Las tan añoradas visas...............................................................................................191
Buena comida, pero... amenazado de muerte .......................................................192
317
CAPÍTULO VIII
Arribando al Nuevo Mundo ................................................................................... 205
La Llegada a la Nueva Patria .................................................................................. 206
“Ya son nuestros” ..................................................................................................... 207
Hacia el jardín de la República ............................................................................... 209
Mi apellido y la fastidiosa pregunta: ¿Es usted judío o polaco? ........................210
Con la distinguida señora Eva Perón .....................................................................212
La suerte me sonrió de nuevo un viejo judío me salvó .......................................214
Inicio de la carrera empresarial –de interés para técnicos– ...............................215
Una ambición: Edificio “Victoria”. ........................................................................218
Edificio “Libertad”, doblemente defraudado .......................................................219
Cuidado con los juicios ............................................................................................ 220
La reválida de mi título............................................................................................ 220
El viaje a Estados Unidos........................................................................................ 222
De mis amigos judíos............................................................................................... 222
Mis hijos, Dante y Victoria (Consejo para padres) ............................................. 224
CAPÍTULO IX
La angustiosa visita a Bulgaria ............................................................................... 229
Una sorpresa: No reconocía mi pueblo natal....................................................... 233
La desgraciada vida de mi amigo Dimiter Valev..................................................235
Bulgaria, un bello país que vale la pena conocer ................................................ 236
La temible frontera entre el yugo y la libertad......................................................237
De nuevo con el Dr. Färber .................................................................................... 239
El golf, una salvación. (Consejos para aficionados) ............................................ 240
Edificio “24 de Setiembre” ......................................................................................241
La temible subversión en Tucumán ....................................................................... 242
Escuela de Monseñor Díaz ......................................................................................243
Colegio del Huerto cuidado con los grandes oradores........................................245
Directivo en el Banco Empresario .........................................................................247
El Edificio “Bulgaria” ............................................................................................. 248
318
CAPÍTULO X
El primer campo que compré (Un gran dolor de cabeza) ..................................251
Pésima experiencia societaria ..................................................................................252
El poder de la mente ................................................................................................ 254
Con mi mente curé mis malditos granos ...............................................................255
La hora diez y los sueños premonitorios .............................................................. 256
Rompí una jarra con la mente..................................................................................257
Los números, base del universo ..............................................................................257
CAPÍTULO XI
La peligrosa insolencia sindical ...............................................................................259
El desastroso gobierno de Isabelita ........................................................................259
La providencia se burló de mí ................................................................................ 260
Cuento para no creer. El fabuloso préstamo en dólares .................................... 263
Me distingue el gobierno comunista de Bulgaria................................................ 264
Discurso y ovación - Un gran éxito ....................................................................... 266
La opulenta fiesta de despedida.............................................................................. 268
Con mi hijo y su esposa Silvia .................................................................................269
CAPÍTULO XII
La Perestroika y la Glasnost. El tour a la U.R.S.S. ..............................................271
Cómo se derrumbó el comunismo. Y sus graves consecuencias.......................272
Armamentistas y traficantes de la muerte ............................................................ 277
Los Negociados armamentistas ..............................................................................278
Limpieza étnica ..........................................................................................................279
Los Balcanes: La Macedonia y Kosovo ................................................................ 281
CAPÍTULO XIII
El culto a la pobreza................................................................................................. 285
La familia amenazada .............................................................................................. 285
¿Norteamericanos y yanquis o banqueros? .......................................................... 286
Cartas al Director ..................................................................................................... 288
Apocalipsis – 8 de mayo de 1998 ........................................................................... 289
¿La Paz Mundial? – Ya no existe más.................................................................... 289
El nuevo orden: La globalización es el comunismo al revés. ricos más ricos y
pobres más pobres .....................................................................................................291
La Reserva Federal ¿Es del gobierno de EE.UU.?...............................................293
El Terrorismo – ¿De dónde vino? ......................................................................... 296
Pensando en nuestra patria ..................................................................................... 302
319