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se le permitiese conservar lo que había tomado por medios injustos ¿sería suyo

por derecho? ¡Ciertamente que no! Apenas si podría ser una posesión usurpada.
Dios es todavía, por derecho, el dueño de cada hombre y mujer y de cada niño
y niña vivientes. Podemos rehusar reconocer su derecho, pero esto no cambia los
hechos. Dios nos ha hecho, nos da la vida diariamente, y somos suyos.
3. La familia es rescatada. Es verdad que el hombre se vendió a Satanás; se
vendió por nada y menos que nada. Se vendió por el conocimiento del mal. Se
vendió para llegar a ser un esclavo del amo más severo. Pero Satanás no tenía
derecho a sacar ventaja tan injusta de las criaturas inocentes y confiadas. Hubiera
sido completamente justo que Dios le obligase a devolver los cautivos que había
tomade ilícitamente. Pero si hubiese hecho esto, Satánás hubiera acusado indu­
dablemente a Dios de arrebatarle los que por propia elección se habían pasado a
su lado para ser sus siervos. Por tanto Dios no quiso discutir la cuestión con su
injusto enemigo. ¿Qué debía hacer? ¡Oh, los rescataría!
4. El precio pagado. El hombre se vendió a Satanás por nada, pero ¿cual fue
el precio pagado para rescatarlo? Fue redimido “sin dinero” , con aquello que es
más precioso que el dinero, la misma vida de Aquel en el cual “mora toda la
plenitud de la divinidad corporalmente” ; la vida del “unigénito Hijo, que está
en el seno del Padre” ; la vida de Aquel “que creó todas las cosas y por el cual
todas las cosas subsisten” . En esta transacción Dios arriesgó todo la que tenía
en el cielo y en la tierra. ¿Podría él hacer más para demostrar al universo su
justicia absoluta para con Satanás? ¿Podría haber hecho más para probar su
amor y lealtad para con nosotros como Padre nuestro? ¿Podría haber hecho más
para manifestar la hermosura de la santidad en su propio carácter?
El precio exigido para nuestra salvación era tan grande que nuestra única
esperanza de obtenerla estribaba en recibirla como un don gratuito. Así, cuando
Dios invita a los pecadores a aceptar el don que los hace volver al Padre y les da
un lugar en su familia, dice: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que
no tienen dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad, sin dinero y sin
precio, vino y leche” . “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensa­
mientos; y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia; y al Dios nuestro,
el cual será amplio en perdonar” .
Este don es “sin precio” porque es inapreciable. Sü valor es demasiado
elevado para ser medido con oro o plata; por lo tanto se nos ofrece “sin dinero” .
Por este don de nuestro Padre somos doblemente suyos—primeramente, por
derecho de la creación; y luego, por derecho de la redención o compra. ¡Cuán
ingrato, cuán contrario a nuestro propio bienestar sería rechazar un don tal y
negarnos a regresar a la familia de nuestro Padre!
5. La adopción de la familia. Para que la transacción sea triplemente segura,
en su plan Dios dispuso formar su familia adoptando a todo ser humano que
quiera aceptar su don inapreciable. Cuando en una familia se adopta un hijo,
éste llega a ser legalmente miembro de la familia, como los hijos legítimos.
Toma el apellido de la familia y a menudo se le da un nuevo nombre. Una vez
obtenidos los documentos, es recibido en la familia como un hijo, y tiene todos
los derechos y privilegios de un niño nacido en la familia. Como hijo, comparte
los bienes del padre, y es coheredero con los hijos legítimos. Por otra parte com­
parte también los deberes y las responsabilidades de la vida familiar y llega a
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