Está en la página 1de 11

Paolo Ruffini

Ir a la navegaciónIr a la búsqueda

Este artículo o sección necesita referencias que aparezcan en una publicación


acreditada.
Este aviso fue puesto el 19 de junio de 2018.
Paolo Ruffini
Ruffini paolo.jpg
Información personal
Nacimiento 22 de septiembre de 1765
Valentano, Estados Pontificios
Fallecimiento 10 de mayo de 1822 (57 años)
Módena, Ducado de Módena
Sepultura Iglesia de San Agustín
Nacionalidad Italiano
Familia
Padres Basilio Ruffini
Información profesional
Ocupación matemático, médico, profesor
Empleador Universidad de Módena y Reggio Emilia Ver y modificar los datos en
Wikidata
[editar datos en Wikidata]
Paolo Ruffini (Valentano, 22 de septiembre de 1765-Módena, 10 de mayo de 1822) fue
un matemático, filósofo y médico italiano.

Índice
1 Biografía
2 Obras
3 Bibliografía
4 Enlaces externos
Biografía
Su padre, Basilio Ruffini, era médico en Valentano. De niño parecía destinado a la
carrera religiosa. Su familia se mudó a Reggio, en el ducado de Módena, en el norte
de la actual Italia y Paolo entró en la universidad de Módena en 1783 para estudiar
matemáticas, medicina, filosofía y literatura.

Entre sus profesores estaba Luigi Fantini, que le enseñó geometría y Paolo Cassiano
que le enseñó cálculo. En 1787, Cassiano fue elegido concejal, teniendo que dejar
la universidad. Así fue como el curso de Cassiano sobre los fundamentos del
análisis fue impartido por Ruffini durante el curso 1787-88 cuando todavía era
estudiante. Finalmente, el 9 de junio de 1788 Ruffini se graduó en filosofía,
medicina y cirugía. Poco después consiguió su grado en matemáticas.

El 15 de octubre de 1788, fue nombrado profesor de fundamentos de análisis.


Después, Fantini, que le había enseñado geometría perdió poco a poco la vista y
tuvo que renunciar a su puesto. Ruffini fue elegido catedrático de Elementos de
Matemáticas en 1791. Sin embargo, Ruffini no era sólo matemático. También, en 1791,
obtuvo la licencia para ejercer la medicina en Módena.

Después de la revolución francesa, era tiempo de guerra. A principios de 1795


Francia obtenía victorias en todos los frentes. En el norte de Italia las tropas
francesas amenazaban las posiciones austro-sardas. En marzo de 1796 Napoleón
Bonaparte tomó el mando de la campaña. Derrotó a esas tropas y marchó sobre Turín.
El rey de Cerdeña pidió un armisticio y como resultado Niza y la Saboya fueron
anexionadas a Francia. Bonaparte continuó la guerra contra los austríacos y ocupó
Milán pero fue retenido en Mantua. Firmó armisticios con los duques de Parma y de
Módena. Después ocupó Módena y, contra sus deseos, Ruffini se encontró en medio de
todo este trastorno político.
Paolo Ruffini es conocido como el descubridor del llamado método de Ruffini que
permite hallar los coeficientes del polinomio que resulta de la división de un
polinomio cualquiera por el binomio x-a. Sin embargo, no fue ésta su mayor
contribución al desarrollo de la matemática. Hacia 1805 elaboró una demostración de
la imposibilidad de la solución general de las ecuaciones algebraicas de grados
quinto y superiores, aunque cometió ciertas inexactitudes que serían corregidas por
el matemático noruego Niels Henrik Abel.

Obras

Teoria generale delle equazioni, 1799


1799: Se publica su Teoria Generale delle Equazioni, in cui si dimostra impossibile
la soluzione algebraica delle equazioni generali di grado superiore al quarto.
1802: Escribe Riflessioni intorno alla rettificazione ed alla quadratura del
circolo y la memoria Della soluzione delle equazioni algebraiche determinate
partocolari di grado superiore al quarto.
1804: Se edita la memoria Sopra la determinazione delle radici nelle equazioni
numeriche di qualunque grado. En ella Ruffini elabora un método de aproximación de
las raíces de una ecuación que se anticipa en quince años al conocido como “método
de Horner” (Philosophical Transactions, 1819).
1806: Acepta una cátedra de Matemática Aplicada en la escuela militar de Módena y
dedica su Dell’ inmortalità dell’ anima a Pío VII.
1807: Se imprime Algebra elementare.
1813: Se publican sus Riflessioni intorno alla soluzione delle equazioni
algebraiche generali.
1820: Escribe Memoria sul tifo contagioso
1821: Se imprimen sus Riflessioni critiche sopra il saggio filosofico intorno alle
probabilità del Sig. Conte de la Place.
Estados Pontificios
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda
Estado de la Iglesia
Stato della Chiesa
Estado desaparecido
756-1870
Interregno: 1798-1799, 1809-1814, 1849

Flag of the Papal States (1825-1870).svg


Bandera CoA Pontifical States 02.svg
Escudo
Himno: Noi vogliam Dio
(-1857)
Gran marcha triunfal
(1857-70)
¿Problemas al reproducir este archivo?
Papal States 1815.svg
Mapa de los Estados Pontificios hacia 1815 después de las guerras napoleónicas
Karte kirchenstaat.jpg
La formación de los Estados Pontificios.
Coordenadas 41°54′00″N 12°29′15″E
Capital Roma
Entidad Estado desaparecido
Idioma oficial Latín, italiano
• Otros idiomas Emiliano-romañol
Superficie
• Total 41 407 km² Ver y modificar los datos en Wikidata
Religión Catolicismo
Moneda Escudo pontificio (–1866)
Lira pontificia (1866–1870)
Historia
• 751 Desaparición del Exarcado de Rávena
• 756 Donación de Pipino
• 824 Constitutio romana
• 1177 Paz de Venecia
• 1798-1799 República Romana
• 1809-1814 Anexión francesa
• 1849 II República Romana
• 20 de septiembre
de 1870 Anexión a Italia
Forma de gobierno Monarquía absoluta electiva teocrática
Papa
• 752-757
• 1846-1878

Esteban II
Pío IX
Precedido por Sucedido por
Exarcado de Rávena ←
República Romana (1798-1799) ←
Primer Imperio francés ←
República Romana (1849) ←
Comuna de Roma ←
→ República Romana (1798-1799)
→ Primer Imperio francés
→ República Romana (1849)
→ Reino de Italia (1861-1946)
→ Cuestión romana
[editar datos en Wikidata]

Organización territorial de los Estados Pontificios alrededor del 1850.


Los Estados Pontificios, oficialmente Estado de la Iglesia (en italiano: Stato
della Chiesa), fueron los territorios en la península itálica bajo la autoridad
directa del papa desde el año 756 hasta 1870.1 En su máxima extensión, cubrieron
las regiones italianas modernas de Lacio, Las Marcas, Umbría y Emilia-Romaña. En
1861, los Estados Pontificios fueron reducidos al Lacio y se convirtieron en un
enclave del Reino de Cerdeña, el cual se proclamó como el nuevo Reino de Italia.
Entre 1870 y 1929, el papa no tuvo ningún territorio físico y el Vaticano estuvo
bajo soberanía italiana. El papa Pío XI y Benito Mussolini finalmente resolvieron
la crisis y crearon el Estado de la Ciudad del Vaticano, al cual se adjudicaron 44
hectáreas de la ciudad de Roma, en la zona de los edificios históricos papales, en
la Colina Vaticana.

Índice
1 Historia
1.1 Creación
1.2 El imperio carolingio
1.3 El periodo imperial
1.4 La época del Renacimiento
1.5 Movimientos revolucionarios
1.6 Unificación italiana y fin de los Estados Pontificios
2 Banderas en orden cronológico
3 Fuerzas armadas
3.1 Ejército
3.2 Armada
4 Referencias
5 Enlaces externos
Historia
La donación de Pipino el Breve.

Foto de los Estados Pontificios hacia 1870.


Creación
Cuando en el año 751 el rey lombardo Astolfo se apoderó de Rávena, finalizando así
el exarcado de Rávena, el papa asumió el pleno poder de gobierno (dicio) en el
ducado de Roma (que pasaría a ser denominado como patrimonio de san Pedro),
reconociendo al emperador bizantino como su soberano.2 Pero como el ducado de Roma
había sido parte del exarcado, fue reclamado por Astolfo. A poco de llegar al
solio, Esteban II negoció con Astolfo una tregua de cuarenta años, pero Astolfo la
rompió a los cuatro meses, y en junio de 752 reclamó jurisdicción e impuestos,
emprendiendo la marcha a Roma. Ante esto, el papa pidió auxilio al emperador
Constantino V, pero este se limitó a mandar una misiva a Astolfo para que
restituyera los territorios imperiales de los que se había adueñado, por lo que
optó finalmente apelar al rey de los francos, Pipino el Breve, emprendiendo viaje a
Francia. El rey de los francos envió dos emisarios al papa para escoltarlo. El 6 de
enero del año 754, Esteban II fue acogido obsequiosamente por Pipino en Ponthión.
Esteban volvió a suplicar al rey para que eliminara la amenaza de los lombardos. El
resultado de este encuentro fue el compromiso de Pipino para otorgar los
territorios conquistados por los lombardos al papa.

El 28 de julio del año 754, el papa, aunque enfermo, ungió solemnemente a Pipino en
San Denis cerca de París, sellándose así la legitimidad de la dinastía, y
confiriendo al rey y a los suyos el título de "Patricios de los Romanos", que era
el título que usaban los exarcas bizantinos. Pipino emprendió camino de Italia y
derrotó dos veces al rey Astolfo, en agosto de 754 y en junio de 756. En el tratado
de paz impuesto a Astolfo, este tuvo que ceder a perpetuidad veintidós ciudades a
la Iglesia de Roma en la Pentápolis, la Emilia, Comacchio y Narni, que se añadieron
al ducado de Roma. Los emisarios del emperador Constantino V ofrecieron un soborno
al rey franco, el cual respondió que esas ciudades pertenecían a "San Pedro" y a la
Iglesia de Roma. El abad Fulrado de Saint Denis tomó posesión de las ciudades y
colocó las llaves en el altar de San Pedro, junto al documento conocido como
Donación de Pipino en el Archivo papal.345 No obstante, el papa siguió considerando
al emperador como soberano formal del territorio.678

Sin embargo, el peligro lombardo no había quedado definitivamente conjurado por las
acciones militares de Pipino el Breve. El rey Desiderio invadió los Estados
Pontificios. Adriano I, papa desde 774, invocó de nuevo en este trance a los
francos para que le dispensasen su protección. Carlomagno acudió ahora en su ayuda.
El resultado fue la restitución de los bienes de la Iglesia y la promesa, no
cumplida, de anexión de otros territorios. En todo caso, la mayor parte de la
Italia central pasó a estar bajo la administración de los papas.

El imperio carolingio
La conquista de Carlomagno, hijo de Pipino, del reino lombardo colocó al rey de los
francos en un plano de superioridad y limitó las aspiraciones territoriales del
papa. Finalmente, el papa León III (795-816) rompió con el Imperio bizantino9 y
coronó como emperador a Carlomagno, lo cual supuso que el papa renunció a la
autoridad del emperador bizantino —que ya había venido haciendo en los documentos
públicos desde 775—, que había subordinado al nuevo emperador a la autoridad de la
Iglesia de Roma,10 pero en el gobierno de los Estados Pontificios. A Carlomagno la
coronación imperial le supuso el reconocimiento de su soberanía política sobre
Roma:11 el emperador era el soberano del patrimonio romano, mientras que el papa
era el que gobernaba el territorio como lugarteniente del emperador.12 La relación
entre el emperador y el papa quedó fijada en 816 con el pactum ludivicianum, en el
que se definieron los territorios, la jurisdicción y autoridad del papa, se
reconocieron elecciones papales libres y la intervención del emperador a petición
del papa.13 La Constitutio Romana de 824 supuso la afirmación de la soberanía
carolingia en los territorios papales,14 por la que el coemperador Lotario I (817-
855) ponía bajo control imperial los actos políticos y administrativos del papa con
la presencia permanente de dos missi dominici, así como le obligaba a un juramento
de fidelidad hacia el emperador antes de su consagración.1516 Su hijo, el emperador
Luis II (844-875), se aferró a estas prerrogativas al intervenir en las elecciones
papales, al ejercer control sobre la política interna de Roma17 y también en el
antiguo Exarcado de Rávena, y al instalar en el territorio a vasallos imperiales.16
A pesar de este control imperial sobre el papa, la unción y coronación imperial de
Luis II en abril de 850 asentó una constante a lo largo del medievo, que tales
ritos solo podía hacerlos el papa, y en Roma, incluso si había sido ungido rey
previamente. En 855, con la abdicación y muerte del emperador Lotario I, Luis II,
que ya era rey de Italia, no obtuvo territorios al norte de los Alpes, y al quedar
como soberano italiano, se identificó el título imperial con el reino italiano.18

Las razzias sarracenas sobre la costa italiana impulsaron a los papas a buscar
protección en el emperador Luis II, y además, los pontífices necesitaban la
protección frente a la aristocracia romana, de modo que el cometido reservado desde
entonces para el emperador era la protección de la Iglesia romana.18 Su muerte en
875 privará al papado de apoyo, lo que les llevará a buscar candidatos a ser
coronados como emperador entre aquellos que pudieran defenderlo de los musulmanes y
de los señores locales. Aun así, el papado tuvo que pedir ayuda a los bizantinos,
por lo que mantuvo una postura más flexible con Bizancio en materia religiosa.19

El periodo imperial
Desaparecido el Imperio carolingio, el rey de Italia, Berengario II, amenazó los
Estados de la Iglesia. Juan XII requirió el amparo de Otón el Grande, quien doblegó
al hostigador y entró triunfante en Roma. Allí, en la Basílica de San Pedro, el
papa restableció la dignidad imperial, coronando a Otón como emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico el 2 de febrero de 962,20 mientras que Otón, por su parte,
impuso al papa el Diploma Ottonianum, que confirmaba el Pactum Ludovicianum (817) y
la Constitutio romana (824).2122

La Italia meridional nunca formó parte de los Estados Pontificios, pero sí estuvo
sujeta a vasallaje de estos durante el periodo de dominación normanda. En 1059,
mediante el concordato de Melfi, dimanado del concilio celebrado en esta ciudad, el
papa Nicolás II otorgaba a Ricardo de Aversa la investidura del principado de
Capua, y a Roberto Guiscardo la del ducado de Apulia y de Calabria, así como, para
un futuro, del señorío de Sicilia. Como contrapartida a la unción episcopal con que
se vieron dignificados, se comprometían estos a prestar vasallaje al sumo pontífice
en todo momento. Roberto Guiscardo se mostró imparable en sus conquistas y en pocos
años ocupó toda Sicilia, tomando a los musulmanes Palermo y Mesina, y a los
bizantinos directamente Bari y Brindisi, y bajo su soberanía teórica Amalfi y
Salerno. Cuando en 1080 Gregorio VII precisó el auxilio militar del normando, le
otorgó su apostólico beneplácito a las conquistas a cambio de una formal
declaración de vasallaje hacia la Santa Sede sobre todos los territorios ganados.

En las postrimerías del pontificado de Inocencio II, hacia 1143, coincidiendo con
el movimiento reivindicativo municipal que se extendía por todas las ciudades de
Italia, el Senado romano se hizo con buena parte del poder civil de los sucesores
del apóstol Pedro. El sucesor de Inocencio, Lucio II, intentó restablecer por las
armas el orden anterior y atacó el Capitolio al frente de un ejército, pero el
Senado le infligió una severa derrota. Arnaldo de Brescia se puso al frente de la
revolución popular y senatorial romana. Bajo su liderazgo se pidió que el papa
depusiera todo poder temporal, y que él mismo y el resto del clero entregasen sus
posesiones territoriales. Roma se apartó de la obediencia civil al papa y se
declaró nueva república. Federico Barbarroja devolvió al papa Adriano IV el
gobierno de los Estados Pontificios cuando, deseando ser coronado emperador en Roma
de manos del pontífice, entró en 1155 en la ciudad con un potente ejército y apresó
y ejecutó a Arnaldo de Brescia. No obstante, fue el propio Federico quien, en aras
de una política expansionista que aspiraba al control de toda Italia, puso años
después a los sucesores del apóstol Pedro en grave riesgo de perder sus posesiones.

Inocencio III dio un impulso decisivo a la consolidación y engrandecimiento de los


Estados Pontificios. Sometió definitivamente al estamento municipal romano y privó
de poderes al senado de la urbe. Recuperó el pleno dominio de aquellos territorios
pertenecientes al patrimonio de San Pedro que el emperador había entregado a
mandatarios germánicos, expulsando a los usurpadores de la Romaña, del marquesado
de Ancona, del ducado de Spoleto y de las ciudades de Asís y de Sora. Por la fuerza
de las armas, precedida de la excomunión eclesiástica, se incautó de los
territorios en litigio que habían constituido las posesiones de la condesa Matilde
de Toscana y que, presumiblemente, habían sido legados como herencia a la Santa
Sede, pero que permanecían en posesión de vasallos del emperador. De esta forma
obtuvo el reconocimiento por parte de las ciudades de Toscana de su soberanía, y
con ello el norte de Italia sacudía el dominio germánico y caía bajo la órbita de
la autoridad pontificia.

Por añadidura, como consecuencia de la cruzada llevada a cabo contra los albigenses
en el Mediodía francés, había logrado de Raimundo VI de Tolosa la cesión de siete
castillos en la región de Provenza, patrimonio que se incorporó al de la Iglesia y
que luego, en 1274, sería trocado mediante acuerdo entre Gregorio X y el rey Felipe
III el Atrevido por el condado de Venasque, región que comprende las tierras que se
extienden entre el Ródano, el Durance y el Monte Ventoux.

Los Estados Pontificios volvieron a pasar por un difícil trance durante el imperio
de Federico II (1215-1251). Dueño del reino de las Dos Sicilias e incorporadas al
imperio Lombardía y Toscana tras la derrota de la liga lombarda en 1239, Federico
se propuso anexionar igualmente el patrimonio de San Pedro para acaparar el dominio
de toda Italia. Marchó sobre Roma, de donde se vio obligado a huir el papa Gregorio
IX, se paseó desafiante y sin oposición por toda Italia, nombró gobernador del
territorio peninsular a su hijo Enzio y él mismo se erigió en señor de los Estados
Pontificios. El año 1253, dos después de la muerte del emperador, el papa Inocencio
IV pudo regresar a Roma desde su exilio francés y retomar el gobierno de la ciudad
y del resto de los dominios eclesiásticos.

Los Estados Pontificios no podían sustraerse a los acontecimientos que se estaban


produciendo en la convulsa Italia de mediados del siglo XIV. Sin contar con la
desvinculación de algunos feudos tradicionales de la corte romana, como Sicilia, en
poder ahora de la Corona de Aragón, o el reino de Nápoles, bajo la autoridad de la
casa de Anjou, el propio Estado pontificio estaba en descomposición. Así lo ponían
de manifiesto casos como el de Giovanni di Vico, que se había erigido en señor de
Viterbo tras hacerse con una extensa zona territorial perteneciente a los Estados
Pontificios; o el de la insumisión en que se encontraba el ducado de Spoleto; o el
de la fáctica independencia del marquesado de Ancona; o el de la privatización de
Fermo llevada a cabo por Gentile de Mogliano y la de Camerino por Ridolfo de
Varano; o el de la abierta rebeldía de los Malatesta; o el de Francesco degli
Ordelaffi, que se había hecho con una gran parte de la Romaña; o el de Montefeltro
que señoreaba los distritos de Urbino y Cagli; o el de la ciudad de Senigallia
apartada de la obediencia al papado; o el de Bernardino y Guido de Polenta, que se
habían adueñado de Rávena y de Cervia, respectivamente; o el de Giovanni y Riniero
Manfredi que habían hecho lo propio con Faenza; o el de Giovanni d’Ollegio que
mantenía bajo su posesión la ciudad de Bolonia.

Era precisa una actuación resuelta y aplastante contra todos aquellos rebeldes si
se quería reunificar el patrimonio de San Pedro. Aprovechando la presencia en
Aviñón del español Gil de Albornoz, arzobispo de Toledo y avezado militar, que
había participado con las huestes de Alfonso XI de Castilla en la Batalla del
Salado y en el sitio de Algeciras, Clemente VI le elevó al cardenalato y le confió
la misión de reclutar un ejército. Dos años después (1353), entronizado ya
Inocencio VI, portando una bula por la que se le nombraba legado plenipotenciario
del papa para los Estados Pontificios, se aplicó Gil de Albornoz a la misión
encomendada, consiguiendo militarmente todos sus objetivos. Recuperó cuantos
territorios habían sido usurpados y doblegó a los altivos cabecillas de la
insubordinación italiana; los Estados de la Iglesia volvían, agrupados, a la
obediencia del papado. Albornoz también redactó y puso en práctica el primer marco
jurídico específico para los Estados Pontificios, las Constitutiones Aegidianae
(las Constituciones Egidianas –por Egidio, esto es, por Gil) que siguieron en
funcionamiento hasta los Pactos de Letrán (1929) que fundan la Ciudad del Vaticano.

La época del Renacimiento


En los albores del siglo XVI, el territorio papal se expandió enormemente, sobre
todo bajo los papas Alejandro VI y Julio II. El papa se convirtió en uno de los
gobernantes seculares más importantes de Italia, participando en la dinámica
diplomática y guerrera con otros soberanos. No obstante, la mayor parte de los
Estados Pontificios, nominalmente controlados por el papa, estaban gobernados en la
práctica por pequeños príncipes territoriales que le disputaban el control
efectivo. De hecho, a los papas les llevó todo el siglo XVI someter de forma
directa todo el Estado.

La singularidad de Alejandro VI estriba en que concebía la organización episcopal


como una monarquía personalista y ansiaba la formación de un reino centroitaliano
desvinculado de la Santa Sede, cuya corona descansase sobre la cabeza de alguno de
sus hijos. A tal efecto, decidió subyugar a los tiranos locales, vasallos nominales
de Roma pero que gobernaban a su antojo sus respectivos feudos. Con su hijo Juan de
Borja y Cattanei, II duque de Gandía, a la cabeza de los ejércitos pontificios
fueron cayendo los castillos de Cervetri, Anguillara, Isola y Trevignano, acciones
por las que le nombró duque de Benevento y señor de Terracina y Pontecorvo. Cuando
Juan murió asesinado, el papa encomendó la capitanía de sus ejércitos a otro de sus
hijos: César Borgia. Con la ayuda militar francesa, César tomaba en 1499 las
ciudades de Imola y Forlì, gobernadas por Catalina Sforza, y luego la de Cesena.
Más tarde se apoderó de Rímini, señoreada por Pandolfo Malatesta y de Faenza, de
Piombino y su anexa Isla de Elba, de Urbino, Camerino, Città di Castello, Perusa y
Fermo, y por fin de Senigallia. De todo ello pasaba a ser dueño el hijo del sucesor
del apóstol Pedro, a quien este había nombrado soberano de la Romaña, Marcas y
Umbría.

El empeño del papa Julio II (1503-1513) consistió en devolver a la Iglesia las


posesiones de que los de Borja o Borgia se habían apropiado. En algunos casos lo
consiguió con facilidad; en otros, por la fuerza de las armas. Perusa y Bolonia
quedaron reintegradas en los Estados Pontificios de esta manera en 1506. Venecia
amenazaba con competir con la Santa Sede por el dominio de Italia; para atajar este
peligro, Julio II formó la Liga de Cambrai con la intervención de Francia, España,
el Sacro Imperio, Hungría, Saboya, Florencia y Mantua. Venecia no pudo oponer
resistencia a tan potente enemigo y resultó derrotada en la batalla de Agnadello en
1509, dejando al papa sin rival. Con la ayuda de España trató luego de
desembarazarse de la presencia en suelo italiano de los franceses, dueños de Génova
y Milán. Lo consiguió tras dura lucha, pero lo que nunca lograría es liberar a
Italia del dominio español que perduraría intensa y prolongadamente, en especial
durante los reinados de Carlos I y Felipe II, aunque estos nunca acrecentaron sus
posesiones a costa de los Estados Pontificios. Por el contrario, Felipe II, si bien
contra sus deseos, no impidió que el papa Clemente VIII anexionase a los bienes de
la Iglesia el Ducado de Ferrara el 29 de enero de 1598. La expansión territorial
continuaría en años posteriores, con la anexión del Ducado de Urbino, en 1631 y el
Ducado de Castro, en 1649.

Movimientos revolucionarios

Mapa de Italia en 1796, mostrando los Estados Pontificios antes de las guerras
Napoleónicas que cambiaron el mapa de Italia.
El condado Venesino y Aviñón pertenecían a los Estados Pontificios, formando un
enclave en suelo francés. Estas posesiones fueron confiscadas durante la Revolución
francesa, siendo papa Pío VI (1775-1799).

La invasión napoleónica de Italia en 1797, supuso la pérdida de Bolonia, Ferrara y


Forlì, anexadas a la República Cisalpina y además no se detuvo ante las puertas de
Roma: un año después las tropas francesas entraban en la ciudad. Unidos a los
franceses, los revolucionarios italianos exigieron del papa la renuncia a su
soberanía temporal. El 7 de marzo de 1798 se declaró la I República Romana y el
papa fue apresado y deportado a Francia. Napoleón Bonaparte quiso regularizar las
relaciones con la Iglesia, lo que quedó plasmado en el Concordato que Francia y la
Santa Sede firmaron en 1801. El papa –lo era entonces Pío VII– regresó a Roma, de
donde retornó a París para coronar emperador a Napoleón en 1804. Pero el papa
supuso pronto un estorbo en los planes del emperador, en noviembre de 1807 las
tropas francesas ocupaban Urbino, Macerata, Fermo y Spoleto. El 6 de julio de 1809
se adueñó de los Estados Pontificios, los incorporó al Imperio francés y retuvo a
Pío VII como prisionero en Savona. Tras las derrotas de Napoleón, el papa pudo
recuperar sus posesiones en 1814; en el Congreso de Viena de 1815, se reconoció la
pervivencia de los Estados Pontificios dentro del nuevo orden europeo, aunque con
una ligera merma territorial (Occhiobello, Canaro, Ariano nel Polesine y Corbola)
de 370 Kilómetros cuadrado que fueron a parar al Imperio austríaco; el Condado
Venaissin se mantuvo en manos de Francia.

Bandera de los Estados Pontificios (1808-1870)


El espíritu revolucionario francés se extendió también por Italia. En 1831, el
mismo año en que era nombrado papa Gregorio XVI, estalló un levantamiento en
Módena, seguido de otro en Reggio y poco después en Bolonia, donde se arrió la
bandera episcopal y se izó en su lugar la tricolor. En cuestión de semanas, todos
los Estados Pontificios ardían en la hoguera revolucionaria y se proclamaba un
Gobierno provisional. En torno a la Marca se creaba el «Estado de las Provincias
Unidas» de la Italia central. Gregorio XVI no contaba con efectivos militares
suficientes para contener un movimiento de aquellas proporciones; necesitó la ayuda
extranjera, que en esta ocasión le vino de Austria. En febrero de 1831, las tropas
austriacas entraban en Bolonia forzando la salida del «Gobierno provisional», que
se refugió en Ancona; en dos meses la rebelión quedó de momento sofocada. Con
verdadera urgencia se dieron cita en Roma representantes de Austria, Rusia,
Inglaterra, Francia y Prusia, las cinco grandes potencias del momento, para
analizar la situación y elaborar un dictamen sobre las reformas que a su juicio era
necesario introducir en la administración de los Estados Pontificios. No todas las
sugerencias realizadas en tal sentido fueron aceptadas por Gregorio XVI, pero sí
las suficientes como para que los cambios en materia de justicia, administración,
finanzas y otras fuesen palpables.23

A pesar de ello, estos pequeños logros no fueron suficientes para satisfacer las
exigencias de los exaltados revolucionarios. A finales de ese mismo año de 1831, la
rebelión se propagaba otra vez por los Estados de la Iglesia. Las tropas
austriacas, cuya presencia constituía una garantía de estabilidad y orden, habían
regresado a sus bases de origen; fue preciso pedir de nuevo su intervención, cosa
que llevó a cabo solícitamente el general Radetzky. Unidas sus fuerzas a las del
papa, fue tarea fácil tomar Cesena y Bolonia, focos de la protesta revolucionaria.
Francia, por su parte, desplegó algunos destacamentos en Italia y ocupó Ancona, que
fue desalojada en 1838. Después de unos años de calma, la agitación revolucionaria
se hizo notar en 1843 en Romaña y Umbría. En 1845 fuerzas sublevadas se apoderaron
de la ciudad de Rímini. Pudieron ser expulsadas aunque no reducidas, de forma que,
si bien abandonaron Rímini, llevaron la revolución a Toscana.

Unificación italiana y fin de los Estados Pontificios


Mapa de los Estados Pontificios; el área rojiza fue anexionada al Reino de Italia
en 1860, el resto (en color gris) en 1870.
Artículos principales: Unificación de Italia y Toma de Roma.
Los aires revolucionarios que soplaban con fuerza por toda Italia derivaron en
corrientes impulsoras de la unidad nacional. El rey sardo-piamontés Carlos Alberto
asumió las iniciativas en pro de tal unidad y declaró la guerra a Austria. El papa
Pío IX no quiso unirse a la causa, actitud que no le perdonó el pueblo romano.
Estalló la rebelión y Pío IX tuvo que huir de Roma en noviembre de 1848. Se abolió
el poder temporal del papa y se proclamó la II República Romana. Se organizó un
contingente militar aportado por diversas naciones católicas, y el 12 de abril de
1850, el sucesor del apóstol Pedro regresaba a Roma, abolida la efímera república.
En el verano de 1859 algunas ciudades de la Romaña se levantaron contra la
autoridad del papa y adoptaron la plebiscitaria resolución de anexionarse al
Piamonte, lo que se llevó a efecto en marzo de 1860. Ese mismo año, Víctor Manuel
solicitó formalmente del papa la entrega de Umbría y de Marcas, lo que Pío IX
rehusó hacer. Las tropas piamontesas se enfrentaron a las del papa, que resultaron
derrotadas en Castelfidardo (18 de septiembre) y en Ancona (30 de septiembre). La
Iglesia se vio desposeída de aquellas regiones que, en unión de la de Toscana, de
Parma y de Módena —estas por voluntad propia expresada mediante plebiscitos—, se
anexionaron al creciente reino de Piamonte-Cerdeña (noviembre de 1860), que pasaba
a denominarse reino de Italia del Norte. Los Estados Pontificios quedaban
definitivamente desmembrados y reducidos a la ciudad de Roma y su entorno, donde el
papa, bajo la protección de las tropas francesas, siguió por el momento ejerciendo
su declinada autoridad civil.

En 1870 estalló la guerra franco-prusiana y el emperador francés Napoleón III


precisó disponer de todos los efectivos militares, incluidas las unidades de
guarnición en Roma. Italia fue aliada de Prusia en esta contienda, por lo que contó
con el beneplácito del Canciller de Alemania Otto von Bismarck para actuar sin
reparos contra las posesiones del pontífice profrancés. Pío IX reunió ocho mil
soldados en un desesperado intento de resistir, pero el insuficiente ejército
episcopal no pudo contener a las divisiones italianas que marcharon sobre Roma. El
20 de septiembre de 1870 entraban en la capital del reino de Italia, en cuyo
palacio del Quirinal establecía su corte el rey Víctor Manuel II. El 20 de
septiembre de 1900, con motivo del XXX aniversario de la ocupación de Roma, los
Estados Pontificios eran disueltos.

Desde el comienzo de su pontificado, el papa Pío IX se vio envuelto en la vorágine


histórica que significó el proceso de unificación de Italia. Esta implicaba
necesariamente el fin de los Estados Pontificios, a lo que Pío IX se opuso
tenazmente. El papa Pío IX se autoproclamó prisionero en el Vaticano cuando el
reino episcopal en Roma terminó por la fuerza. Los Estados Pontificios fueron
incorporados al nuevo Reino de la Italia unificada, bajo el rey Víctor Manuel II.
La ciudad de Roma se convirtió en su capital.

El 11 de febrero de 1929, Pío XI y Benito Mussolini suscribieron los Pactos de


Letrán, en virtud de los cuales la Iglesia reconocía a Italia como Estado soberano,
y esta hacía lo propio con la Ciudad del Vaticano, pequeño territorio independiente
de 44 hectáreas bajo jurisdicción del papado.

Banderas en orden cronológico

Uso normal entre 928-1803

Uso normal entre 1803-1825


Uso normal entre 1825-1849

Bandera de la República Romana en el año 1849

Uso normal entre 1849-1870

Uso normal entre 1862-1870

Fuerzas armadas
Con base en una consideración genérica se puede afirmar que el Estado de la Iglesia
ha intentado defender los bienes materiales y su autonomía religiosa, recurriendo,
en primera instancia, al poder religioso, especialmente al de la excomunión, o más
raramente al de entredicho, pero cuando esto no bastara, también hacía uso de las
armas.24

Ejército
Artículo principal: Ejército de los Estados Pontificios
El Ejército del Estado de la Iglesia o Ejército del Estado Pontificio fue el
ejército al servicio del papado. Constituido a partir de la Edad Media, fue
disuelto en 1870 con la captura de Roma y la unificación de Italia.

Armada
Artículo principal: Marina pontificia
La armada papal tuvo presencia desde la Edad Media. Sin embargo, nunca fue de una
fuerza considerable ni igualaba el poder naval de otros Estados italianos. Esta
fuerza papal naval se mantuvo hasta la incorporación de los Estados Pontificios al
Reino de Italia.

Estandarte de batalla

Enseña naval

Referencias
«Papal States». Encyclopædia Britannica.
Previte-Orton, Charles W. (1975). The Later Roman Empire to the Twelfth Century
(en inglés) 1. Cambridge University Press Archive. p. 224. ISBN 9780521059930.
Herrin, Judith (1989). The Formation of Christendom (en inglés). Princeton
University Press. p. 379. ISBN 9780691008318.
Partner, Peter (1972). The Lands of St. Peter: The Papal State in the Middle Ages
and the Early Renaissance (en inglés). University of California Press. p. 22. ISBN
9780520021815.
Frassetto, Michael (2013). The Early Medieval World: From the Fall of Rome to the
Time of Charlemagne (en inglés) 1. ABC-CLIO. p. 19. ISBN 9781598849967.
Durant, Will (2011). The Age of Faith: The Story of Civilization (en inglés).
Simon and Schuster. p. 469. ISBN 9781451647617.
Brubaker, Leslie; Haldon, John (2011). Byzantium in the Iconoclast Era, C.680-850:
A History (en inglés). Cambridge University Press. p. 171. ISBN 9780521430937.
Moore, Robert Ian (2013). A History of Medieval Europe: From Constantine to Saint
Louis (en inglés). Routledge. p. 152. ISBN 9781317867890.
Koch, Carl (1997). A Popular History of the Catholic Church (en inglés). Saint
Mary's Press. p. 119. ISBN 9780884893950.
Moore, Robert Ian (2013). A History of Medieval Europe: From Constantine to Saint
Louis (en inglés). Routledge. p. 157. ISBN 9781317867890.
Barbero, Alessandro (2004). Charlemagne (en inglés). University of California
Press. p. 93. ISBN 9780520239432.
Calisse, Carlo (2001). A History of Italian Law (en inglés). Beard Books. pp. 118-
119. ISBN 9781587981104.
Goodson, Caroline (2010). The Rome of Pope Paschal I: Papal Power, Urban
Renovation, Church Rebuilding and Relic Translation, 817-824 (en inglés). Cambridge
University Press. p. 30. ISBN 9780521768191.
Partner, Peter (1972). The lands of St. Peter: the Papal State in the Middle Ages
and the early Renaissance (en inglés). University of California Press. pp. 49-50.
ISBN 9780520021815.
Canning, Joseph (1996). A history of medieval political thought, 300-1450 (en
inglés). Routledge. p. 74. ISBN 9780415013505.
McKitterick, Rosamond (1995). The New Cambridge Medieval History: c.500-c.700 (en
inglés) 2. Cambridge University Press. p. 331. ISBN 9780521362924.
Halphen, Louis (1991). Carlomagno y el imperio carolingio. Akal. pp. 328-329. ISBN
9788476006788.
Folz, Robert (1974). The Coronation Of Charlemagne (en inglés). Routledge &
K.Paul. pp. 197-199. ISBN 0710078471.
Ostrogorsky, Georges (1984). Historia del Estado Bizantino. Ediciones AKAL. pp.
241-243. ISBN 9788473396905.
«La Edad Media». tatsachen-ueber-deutschland. 2006. Consultado el 7 de octubre de
2007.
Reuter, Timothy (2005). The New Cambridge Medieval History (en inglés) 3.
Cambridge University Press. p. 141. ISBN 9780521364478.
Emerton, Ephraim (2007). Mediaeval Europe - 814-1300 (en inglés). Read Books. p.
138. ISBN 9781406734942.
Castella, Gastón (1970), Historia de los papas, tomo II, Espasa-Calpe, Madrid:
ISBN 84-239-4883-8, pp. 274-282.
Contamine, Philippe (2005.). La guerra nel Medioevo (en italiano). Il Mulino. ISBN
88-15-10781-9.

También podría gustarte