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Valcarcel, Luis (1976) TempestadEnLosAndes
Valcarcel, Luis (1976) TempestadEnLosAndes
VALCÁRCEL
44 AÑOS DESPUÉS
Sale esta nueva edición de Tempestad en los los Andes
cuarenta y cuatro años después de su aparición en Lima,
bajo el padrinazgo espiritual de José Carlos Mariátegui,
quien había publicado antes algunas de sus páginas desde
el primer número de la Revista “Amauta”. Casi medio siglo
nos separa de aquel tiempo en que el Indigenismo alcanzaba
su clímax en lo ideológico y en lo artístico. Habían amaina-
do los ataques de los hispanistas, cuyos líderes comenzaban
a reconocer que la Cultura Peruana no era un simple apén-
dice de la española. José de la Riva Agüero y Raúl Porras
habían escrito hermosas páginas sobre la Cultura Incaica.
Nadie volvió a afirmar que el Perú solo había recibido el te-
rritorio como legado de la Edad Antigua, ninguno se atrevió
a repetir que la partida de nacimiento del Perú había sido
firmada por Francisco Pizarro. La polémica parecía termi-
nada al patrocinarse la transacción: El Perú tenía una do-
ble e igualmente grandiosa tradición. Sin embargo, recrude-
ció a raíz de la guerra en España, en que el fascismo pe-
ruano se hizo presente y continuó en vigencia en los prime-
ros años de la Gran Guerra. Los intelectuales y artistas li-
bres atacamos acerbamente a la España de Franco que com-
pletaba el terceto con Hitler y Mussolini. Pasada la Guerra,
comenzó la lucha de las ideologías hasta alcanzar contornos
trágicos (asesinatos políticos, verdaderas masacres de obre-
ros y estudiantes, prisiones, persecuciones).
TEMPESTAD EN LOS ANDES 2
LUIS E. VALCÁRCEL
3 LUIS E. VALCÁRCEL
PROLOGO
Después de habernos dado en sus obras De la Vida lnkai-
ca y Del Ayllu al Imperio una interpretación esquemática de
la historia del Tawantinsuyu, Luis E. Valcárcel nos ofrece
en este libro una visión animada del presente autóctono.
Este libro anuncia "el advenimiento de un mundo", la apari-
ción del nuevo indio. No puede ser, por consiguiente una crí-
tica objetiva, un análisis neutral; tiene que ser una apasio-
nada afirmación, una exaltada protesta.
Valcárcel percibe claramente el renacimiento indígena
porque cree en él.·Un movimiento histórico en gestación no
puede entendido, en toda su trascendencia, sino por los que
luchan por que se cumpla. (El movimiento socialista, por
ejemplo, sólo es comprendido cabalmente por sus militantes.
No ocurre lo mismo con los movimientos ya realizados. El
fenómeno capitalista no ha sido entendido y explicado por
nadie tan amplia y exactamente como por los socialistas).
La empresa de Valcárcel en esta obra, si la juzgamos
como la juzgaría Unamuno, no es de profesor sino de profe-
ta. No se propone meramente registrar los hechos que anun-
cian o señalan la formación de una nueva conciencia indí-
gena, sino traducir su íntimo sentido histórico, ayudando a
esa conciencia indígena a encontrarse y revelarse a sí mis-
ma. La interpretación, en este caso, tal vez como en ninguno,
asume el valor de una creación.
Tempestad en los Andes no se presenta como una obra de
doctrina ni de teoría. Valcárcel siente resucitar la raza
Keswa. El tema de su obra es esta resurrección. Y no se
prueba que un pueblo vive, teorizando o razonando, sino
mostrándolo viviente. Este es el procedimiento seguido por
TEMPESTAD EN LOS ANDES 4
y social que sobre ella pesa desde hace siglos. Este régimen,
sucesor de la feudalidad colonial, es el gamonalismo. Bajo
su imperio, no se puede hablar seriamente de redención del
indio.
El término gamonalismo no designa sólo una categoría
social y económica: la de los latifundistas o grandes propie-
tarios agrarios. Designa todo un fenómeno. El gamonalismo
no está representado por los gamonales propiamente dichos.
Comprende una larga jerarquía de funcionarios, interme-
diarios agentes, parásitos, etc. El indio alfabeto se transfor-
ma en un explotador de su propia raza porque se pone al
servicio del gamonalismo. El factor central del fenómeno es
la hegemonía de la gran propiedad semifeudal en la política
y el mecanismo del Estado. Por consiguiente, es sobre este
factor sobre el que se debe actuar si se quiere atacar en su
raíz un mal del cual algunos se empeñan en no contemplar
sino las expresiones episódicas o subsidiarias.
Esa liquidación del gamonalismo, o de la feudalidad, po-
día haber sido realizada por la república dentro de los prin-
cipios liberales y capitalistas. Pero por razones que llevo ya
señaladas en otros estudios, estos principios no han dirigido
efectiva y plenamente nuestro proceso histórico. Saboteados
por la propia clase encargada de aplicarlos, durante más de
un siglo han sido impotentes para redimir al indio de una
servidumbre que constituía un hecho absolutamente solida-
rio con el de la feudalidad. No es el caso de esperar que hoy,
que estos principios están en crisis en el mundo, adquieran
repentinamente en el Perú una insólita vitalidad creadora.
El pensamiento revolucionario, y aún el reformista, no
puede ser ya liberal sino socialista. El socialismo aparece en
nuestra historia no por una razón de azar, de imitación o de
moda, como espíritus superficiales suponen, sino como una
fatalidad histórica. Y sucede que mientras, de un lado, los
9 LUIS E. VALCÁRCEL
El milagro
Era una masa informe, ahistórica. No vivía, parecía eter-
na como las montañas, como el cielo. En su rostro de esfin-
ge, las cuencas vacías lo decían todo: sus ojos ausentes no
miraban ya el desfile de las cosas. Era un pueblo de piedra.
Así estaba de inerte y había olvidado su historia. Fuera del
tiempo, como el cielo, como las montañas, ya no era un ser
variable, perecedero, humano. Carecía de conciencia.
13 LUIS E. VALCÁRCEL
¡Dejadnos vivir!
De todas partes sale el grito uniforme.
Los hombres de la montaña y de la planicie, de la hondo-
nada y de la cumbre, úlulan el grito único.
Lo lanzan al cielo como una saeta vibrante y sonora.
No se escucha otro clamor, como si todos los hombres sólo
fueran aptos para emitir esa sola vibración vocal.
—¡Dejadnos vivir!
Es la raza fuerte, rejuvenecida al contacto con la tierra,
que reclama su derecho a la acción. Yacía bajo el peso aplas-
tante de la vieja cultura extraña.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 14
Avatar
La cultura bajará otra vez de los Andes.
De las altas mesetas descendió la tribu primigenia a po-
blar planicies y valles. Desde el sagrado Himalaya, desde el
Altar misterioso arranca el impulso vital de los pueblos fun-
dadores. En el camino las razas se juntan y entrechocan, se
mezclan y se separan. Cada una se afirma en su esencia,
pese a homologías temporarias. El árbol étnico vive de sus
raíces aunque sus ramas se enreden en la maraña del bos-
que, aunque se vista de exóticas flores. La Raza perdura.
Eclipses, quebrantamientos, inferioridad y opresión todo
lo resiste. Vive en alzas y bajas en florecimientos y decaden-
cias: el brillo o la sombra no le afectan en lo íntimo.
Puede ser hoy un imperio y mañana un hato de esclavos.
No importa. La raza permanece idéntica a sí misma. No son
exteriores atavíos, epidérmicas reformas, capaces de cam-
biar su ser.
El indio vestido a la europea, hablando inglés, pensando
a la occidental, no pierde su espíritu.
No mueren las razas. Podrán morir las culturas, su exte-
riorización dentro del tiempo y del espacio. La raza keswa
fue cultura titikaka y después ciclo inka. Perecieron sus for-
mas. Ya nadie erige monolitos Tiawanaku ni fábrica aryba-
llus Kosko.
15 LUIS E. VALCÁRCEL
El sol de sangre
“La sociedad alentaba en un espíritu occiden-
tal y el pueblo vivía con el alma en la tierra.
Entre esos dos mundos no había inteligencia
alguna, no había comunicación; no se perdo-
naban uno a otro".
SPENGLER
¿Rusia? ¡¡El Perú!
He aquí nuestra historia nacional, el perenne conflicto
entre los invasores y los invadidos, entre España y las In-
dias, la lucha de los Hombres Blancos y la Raza de Bronce;
guerra sin tregua, todavía sin esperanzas de un pacto de
paz. Cinco siglos de cotidiana batalla que consagra y ratifi-
ca en cada amanecer el dominio victorioso del conquistador,
pero que no da la seguridad de nuevas auroras idénticas.
17 LUIS E. VALCÁRCEL
Un pueblo de campesinos
El Perú como Rusia es un pueblo de campesinos. De los
cinco millones de hombres que probablemente —carecemos
de cifras exactas— viven en el territorio nacional, no llega a
un millón el número de los habitantes de las ciudades y los
villorios.
Cuatro quintas partes de la total población del Perú la
constituyen los labradores indígenas.
Bolivia, el Ecuador, Colombia, una mitad de la Argenti-
na, integran la colectividad agraria de los Andes.
Los problemas de esta gran colectividad andina son co-
munes a otros países como Venezuela, como el Brasil, como
México, como la América Central y las Antillas. Un fuerte
porcentaje de pobladores de raza aborigen forma el elemen-
to básico de las nacionalidades americanas.
Viven estas repúblicas en el desdoblamiento insalvable
de los dos mundos disímiles: la minoría europeizada, la ma-
yoría primitiva.
Somos los pueblos felahs, los campesinos eternos, ahistó-
ricos de Spengler. En la capital y las pequeñas ciudades
perdidas en la inmensidad del país inhabitado, una simula-
ción de cultura occidental justifica el barniz de pueblo "mo-
derno" con que nos presentamos en el "concierto" de las na-
ciones cultas.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 20
El apóstrofe
Estaban hartos de palabras dulces; estaban hartos con-
miseración. Preferían un garrotazo a una palmadita cariño-
sa a las espaldas. Todo eso era ofensivo para ellos. Apiadán-
dose de su opresión, lo sabían perfectamente, no hacían sino
despreciarlos.
En casa del abogado, en la oficina del periodista, en las
antesalas del patronato, en todas las dependencias de la fi-
lantropía, oían la misma cosa;
—¡Estos pobres indios!
Aquella tarde —lo recordaban como si fuera ayer— fue la
·comisión a entrevistarse con un antiguo magistrado. Tenía
el anciano fama de cascarrabias, un genio de todos los dia-
blos.
Temerosos temblando casi, los ocho traspusieron zaguán
de la casona. El viejo leía sentado al sol. Los indios, al verle,
se descalzaron, y todos gimientes ya a prosternarse ante él.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 24
Los ayllus
Desparramados por la cordillera, arriba y abajo monta-
ñas, en las estribaciones de los Andes, en de los pequeños
valles, cerca a las cumbres venerables, cabe a los ríos, a la
orilla de los lagos, sobre césped siempre verde, debajo de los
kiswares vernáculos, en las quiebras de las peñas, oteando
el paisaje, allí están los ayllus.
Los ayllus respiran alegría. Los ayllus alientan belleza
pura. Son trozos de naturaleza viva. La aldehuese india se
forma espontáneamente, crece y se desarrolla como los ár-
boles del campo, sin sujeción a plan; las casitas se agrupan
como ovejas del rebaño; las capajas (?) zigzaguean, no son
tiradas a cordel, tan pronto trepan hacia el altozano como
descienden al ·riacho. Al humillo de los hogares, al amane-
cer, eleva sus columnitas al cielo; y en la noche brillan los
carbones como ojos de jawar en el bosque.
Después del Intiwata, cuando el Padre Sol ha surgido de-
trás del Apu Ausankati, los trabajadores yogan con la tie-
rra. Perfumes de fecundación impregnan la·matinal.
Sale de los apriscos el ganado y el olor a boñiga agrega
un matiz al paisaje campero. Silva el pastorcillo; ]adra el
perro custodio. En marcha. Por el desfiladero, la teoría mu-
giente y balante rumbo a los ichales de la altura.
Abajo, la oscilación de las chakitajllas viriles, desfloran-
do la virginidad cada año recuperada de los maizales.
Hilitos de agua como cintajos metálicos que se tejen y se
destejen en la pampa grávida. Es el riego.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 28
Un mundo
Veinte días de la orilla del mar, en el último repliegue de
los Andes, en la invisible hondonada que protegen como in-
franqueables muros las montañas; allí, donde casi es impo-
sible llegar, vive Un Mundo.
Las aguas de la Historia no bañaron sus riberas. Desde
los lnkas magníficos del Cuzco, desde la época de oro del
Imperio del Sol, los habitantes de Un Mundo, no saben más
que la leyenda un poco fantástica, un mucho confusa de los
Hombres Blancos.
31 LUIS E. VALCÁRCEL
Secreto de piedra
Cuando el indio comprendió que el blanco no era sino un
insaciable explotador, se encerró en sí mismo.
Aislóse espiritualmente, y el recinto de su alma —en cin-
co siglos— estuvo libre del contacto corruptor de la nueva
cultura. Mantúvose silencioso, hierático cual una esfinge.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 32
Poblachos mestizos
Hórrida quietud la de los pueblos mestizos. Por el plazón
deambula con pies de plomo el sol del medíodía. Se va des-
pués, por detrás de las tapias, de lo galpones, de la iglesia a
medio caer del caserón destartalado que está junto a ella;
trepa el cerro, y la traspone; voltea las espaldas definitiva-
mente, y la espesa sombra sumerge al pueblo. Se fue el día,
se acabó la noche; son clepsidras invisibles los habitáculos
ruinosos; lentamente se desmoronan. Después de veinte
años, el pueblo sigue a medio caer; no se da prisa al tiempo
destructor.
Gusanos perdidos en las galerías subcutáneas de este
cuerpo en descomposición que es el poblacho mestizo los
hombres asoman a ratos a la superficie; el sol los ahuyenta,
tornan a sus madrigueras. ¿Qué hacen los trogloditas?
Nada hacen. Son los parásitos, son la carcoma de este pu-
dridero.
El señor del poblacho mestizo es el leguleyo, el “kelkere”.
¿Quién no caerá en sus sucias redes de arácnido de la ley?
El indio toca a sus puertas. El gamonal lo sienta en su
mesa. El juez le estrecha la mano. Le sonríen el subprefecto
y el cura.
El leguleyo es temido y odiado en secreto. Todas las astu-
cias, todos los ardiles, para confundir al poderoso, para es-
trangular al débil, son armas del tinterillo. Explota por
igual a blancos y aborígenes. Prevaricar es su función.
Como el gentleman es el mejor producto de la cultura blan-
ca, el leguleyo es lo mejor que ha creado nuestro mestizaje.
Hórrida quietud la de los pueblos mestizos, apenas inte-
rrumpida por los gritos inarticulados de los borrachos. La
embriaguez alcohólica es la más alta institución de los pue-
TEMPESTAD EN LOS ANDES 34
El carnaval de Oruro
En el Alto Perú es frecuente la sorpresa del blanco ante
el inesperado bienestar del indio. Acostumbrados los domi-
nadores a verle siempre andrajoso, paupérrimo, respirando
miseria por todos los poros, no esperan nunca este espectá-
culo de abundancia, de riqueza, de ostentación que ofrece el
capitalista indígena. Son los indios mineros de Potosí, de
TEMPESTAD EN LOS ANDES 38
LA SIERRA TRÁGICA
En el plácido escenario rural, la némesis india proyecta
su sombra de sangre.
41 LUIS E. VALCÁRCEL
El embrujado
Se moría.
No hubo remedio alguno para su mal. Curanderos de la
comarca y médicos de la ciudad se declararon vencidos. No
llegaban a descifrar el misterio ni la ciencia de los unos ni
la experiencia· de los otros. “Laik'aska”, diagnosticó, mo-
viendo la cabeza, un viejo “kamili”. Sí, no cabía duda, esta-
ba embrujado y... sólo indio Tomás podía desembrujarle.
Lo mandaron llamar.
—Taita Tomás sálvame— le imploró gimiente el mori-
bundo.
El indio tozudo, sarcástico, le respondió en keswa:
45 LUIS E. VALCÁRCEL
Los vampiros
En Saman, en Ayapata, vivían felices los pastores. Plani-
cies y lomadas cubríanse de fresco y verde casi todo el año.
Humeaba en las eabañas sin interrupción el fuego del ho-
gar, y en las fiestas los tranquilos ganaderos gozaban de la
abundancia de los frutos recogidos sin gran trabajo en las
quebradillas y encañadas. Tenían fama de ricos los pastores
de Saman y Ayapata. Contábanse por millares las llamas y
las alpacas, las reses mayores y menores. Podían vender
mucha lana en la ciudad. Conocían el ahorro y atesoraban
las sonantes monedas de plata. Indios ricos... Los mestizos
del pueblo tramaron contra ellos un astuto plan. El tinteri-
llo forjó una denuncia. Los indios de Saman y Ayapata roba-
ban. El ganado que ponían no era suyo. El juez inició un su-
mario. Comparecieron testigos. Se había probado el delito, y
el juez ordenó la captura de los felices pastores de Saman y
Ayapata. El subprefecto y los gendarmes irrumpieron una
noche en la tranquila estancia. Ladraron desaforadamente
los perros. Des pavoridos huyeron los zorros, rondadores
nocturnos del rebaño. Todos los indios fueron apresados y
conducidos a la cárcel del pueblo. Sin pérdida de tiempo, los
representantes de ·la justicia y del gobierno incautáronse de
todo el ganado de los indios "ladrones" allanaron las vivien-
das que después aparecieron incendiadas, y del próspero ay-
TEMPESTAD EN LOS ANDES 48
Fratricidio
Llegaron en la noche al pueblo las noticias de la subleva-
ción.
Ya desde días antes, temerosa la autoridad del estallido
indígena que provocarían las torturas que se inflingieron en
la hacienda del cacique a los cabecillas, había logrado refor-
zar la guarnición provincial con soldados del ejército. Eran
sesenta hombres de infantería suficientes para acabar con
los indios rebeldes.
Todavía en plena oscuridad salió la expedición a dominar
a los sublevados. Había que caer en la madrugada sobre el
poblacho, sin darles tiempo para huir. Terminantes eran las
órdenes. Se tenía que hacer un “escarmiento”, porque ya la
insolencia de los indios no era tolerable. Pretendían nada
menos que recuperar las tierras detentadas por el señor Di-
putado.
A la luz indecisa del alba, comenzaron a descender. En el
fondo del vallecito se acurrucaba la aldehuela de Inkilpam-
pa, con sus casuchas aglomeradas, sin formar calles.
Un agudo silbido atravesó el espacio como una saeta. Era
la señal de peligro. De la semidormida aldehuela, como de
TEMPESTAD EN LOS ANDES 50
La danza heroica
Se había sublevado la indiada.
Su rebelión se reducía a negarse a trabajar para el terra-
teniente. Llegaron abultadísimas las noticias al Cuzco y el
prefecto, alarmado mandó cincuenta gendarmes a dominar
la sublevación.
Los indios se hallaban reunidos un domingo, en la plazo-
leta del pueblo. Comían y bebían en común, recordando los
pasados tiempos de sus banquetes al aire libre, presididos
por el lnka o por el Kuraka.
¡Estaban reunidos! ¡Conspiraban! Y sin más, el jefe de la
soldadesca ordenó fuego.
Los indios no huyeron. Tampoco se defendían, puesto·
que estaban inermes. Llovían las balas, y comenzaron a
caer pesadamente las primeras víctimas.
Entonces, algo inesperado se produjo. La banda de músi-
cos indios inició una k'aswa, y hombres y mujeres, agarra-
dos de la mano comenzaron a danzar frenéticamente por so-
bre los heridos, por encima de los cadáveres y bajo las des-
cargas de la fusilería.
Danzó alocada la muchedumbre y el clamoreo ascendía
cada vez más alto como la admonición de la tierra a todos
los poderes cósmicos.
La incineración sacrílega
Llegó la noche. Un soplo frío y persistente bajaba de las
cúspides. Hacía un silencio de puna. Densas tinieblas su-
55 LUIS E. VALCÁRCEL
Hambre
Estaban perdidas las cosechas aquel año seco. Los dioses
no escucharon sus plegarias; y la Saramama, a pesar de las
ofrendas, esta vez no multiplicaría los frutos. El cielo que
negaba sus aguas tan fieramente, mostró su nítido azul, y
en la noche brillaron las estrellas como gotas de cristal. En
la madrugada, todos los arroyos habíanse congelado y una
blanquísima capa de hielo cubría como un manto la plani-
cie.
Los ayllus del Kollau sentían ya, como un sordo peligro
que se acerca pesada e inflexiblemente, la aparición del te-
mido fantasma del hambre. Con su rostro descarnado y sus
manos atenaceantes llegaría, una vez más, cumpliendo su
palabra, el fatídico visitante. Lloraba la mujer estrechando
entre sus brazos a su pequeñuelo. El kolla taciturno, senta-
do a la puerta de su choza, contemplaba en silencio el paisa-
je. No se había salvado ni su chacrita de la hoyada. Todo
está amarillento,·definitivamente muerto. Nada produci-
rían los tallos quemados por el frío que antes agostara la se-
quía.
Otra vez como hace apenas tres años. Y reapareció ante
sus ojos la vida de ese entonces reciente: su pobrecito Pablu-
cha pereció ¡de hambre! Recordábalo bien; había ido él a la
hacienda y, con lágrimas en los ojos, le pidió al patrón un
poco de chuño.
Oh el malvado: nada pudo conmoverle. Su respuesta no
la olvidaba.
—A estos indios rebeldes ni takjia...
cCuando volvió a su casa, Pablucha gemía impereptible-
mente, iba apagándose como una vela que se consume. Se
TEMPESTAD EN LOS ANDES 58
El licenciado
Saltó del tren, vestido aún con las prendas militares; de
la estación se puso en marcha, lentamente, al pueblecito en
que vivían sus padres.
Todo estaba igual. El calvario a medio caer, verdes los
campos, humeantes los hogares. Allí estaba su choza; allí le
aguardaban los viejos. Cuando atravesó el puentecillo, se
hizo visible a los suyos. Fueron a su encuentro; después de
dos largos años, Marianucha se reunía con sus padres.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 60
Ensañamiento
—¡Señor! Un crimen horrendo. El pobre caballero ha sido
descuartizado. Le mataron cuando se hallaba en reposo, sin
darle tiempo para la defensa.
Terribles golpes sufrió. Mire Ud. los garrotes ensangren-
tados. Vivo aún lo arrastraron por las habitaciones y por el
patio erizado de agudos guijarros. Las mujeres ayudaban a
sus maridos en la perpetración del crimen. La víctima au-
llaba de dolor y ellas acribillaban con los gruesos alfileres
de sus tupus. Vea usted como le reventaron los ojos, como le
quebraron las piernas y los brazos, como le desgarraron la
piel arrancándole el cabello.
—¡Es horrible, es horrible, señor!
El juez recorría el teatro del crimen, dictaba al escribano
el acta de reconocimiento del cuerpo del delito escuchando a
los testigos, interrogándoles.
La mujer seguía su relato, entre gemidos y gritos. La mu-
jer lo había visto todo, desde su escondite. Ay si descubren
donde se ocultaba. Como ella atendía al patrón, como ella
era su amancia. También la habrían torturado, la habrían
muerto. Gritaba y gemía la mujer.
—¿Todos eran indios?, preguntaba el juez.
63 LUIS E. VALCÁRCEL
La parcela
Juan Ramírez, agente de pleitos, era el más temido “mis-
ti” del pueblo. Quien caía en su red no tenía salvación, como
la inocentísima mosca entre las mallas de la Apasanka.
Ducho en las artimañas curialescas, enredaba en el labe-
rinto de sus “articulaciones” a los propios abogados de la
ciudad. Y era su vanagloria ponderar en el bebedero:
—Yo derroté, hice “muka” del gran Doctor Camacho.
—Pregúntele al dueño de “La Victoria” cómo “refuté” a su
defensor el primer jurista del Cuzco.
La fama del rábula trasponía las fronteras del distrito.
No sólo era un peligroso sopatinta; tenía también hechuras
matonescas, y en su labor contaba con hazañas elecciona-
rias y empresas de pugilato que podían abonar su prestigio
de perdonavidas.
El indiecito Carmen Sut’a fue a caer en tan “buenas ma-
nos”.
No se sabe explicar el citado cómo fue que, de la noche a
la mañana, Juan Ramírez tomó posesión de los terrenos
maizales a título de comprador, y previas las formalidades
de un interdicto de adquirir tramitado irreprochablemente.
El indiecito y su familia se quedaron en la calle, sin ha-
ber recibido más de quince soles por todo precio.
El ayllu Tujsan, al cual pertenecían Sut’a y los suyos,
comprendió sagazmente qué se proponía el leguleyo. Puesto
en sus tierras el “clavo del jesuita”, y a la vuelta de unos po-
cos años, Ramírez se apoderaría de todas las tierras comu-
nitarias.
67 LUIS E. VALCÁRCEL
El “Ponguito”
Clemente Sullka, lindo "ch'utillu" de Paucartambo.
Con sus dieciocho años rozagantes, oliendo a tierra hú-
meda a carne púber, era un personaje interesante en aquel
hogar de mujeres. El “Caballero” ha muerto dejando una
buena fortuna, y lo mejor de sus bienes era la “finca K”... La
viuda y sus tres hermanas solteronas amén de una chiquilla
clorótica, hija del difunto, eran todo el personal “decente” de
aquella casa que completaba su ajuar con cinco “cholas”,
criadas desde chicas junto a la familia.
“Clementicha”, como le llamaban cariñosamente, había
venido de las tierras altas, al tocarle el turno del “ponguea-
je”, en casa de los amos de la ciudad. Con su hatillo a la es-
palda, llegó un día. Lindo muchacho, se dijeron en coro, de
botones para adentro, la viuda, las solteronas y la hija del
difunto. Cuando el nuevo ponguito entró a la cocina a repa-
sar los restos de la comida, menudeáronle los pellizcos pro-
vocativos de sus compañeras de servicio. El inocente mance-
bo repudiaba todo aquello como un juego sin trastienda. Pa-
saron los días, Clementicha fue despertando de su sorpresa
inicial frente al mundo desconocido de la ciudad. Ya no se
perdía por las calles, ni temblaba de temor al sentir la pro-
ximidad de los bulliciosos carruajes y transportes. Sus ojos
asombrados se tranquilizaban y sus manos torpes podían
manejar sin peligro la vajilla de porcelana y cristal.
Lo que no entendía era cuanto le pasaba en la noche. Con
un sueño de piedra, tendíase sobre sus pellejos de carnero
en cuanto acababa de comer. ¿Era verdad o imaginación
suya lo que vio una vez? Se había despertado al oír muy cer-
ca de sí a alguien que le llamaba contenidamente de su
nombre. Por un ángulo del corredor penetraba al pasadizo
TEMPESTAD EN LOS ANDES 76
El cura de Kawana
El viejo párroco está en la capital, en Ejercicios Espiri-
tuales; hace dos semanas que descansa su grey. Mucho de-
mora el solícito pastor, mucho, mucho.
Por fin, en lo alto de la cuesta, un atardecer de diciembre
después de copiosa lluvia de todo el día frescos los campos,
húmedos los caminos, alegre el cielo, el viejo párroco apare-
ce cabalgando en su tordillo pajarero. Desde allí, bendice a
su pueblo. Estuvo ausente quince, días y se le antoja un si-
glo; no, no, con nadie cambiaría su amada parroquia. Ni el
77 LUIS E. VALCÁRCEL
—¡Juliana!
—¡Meculás!
Desmonta el viejo párroco, dificultosamente, se tercia el
poncho, bájase la sotana, enciende un cigarrillo y se sienta
sobre un poyo, pensativo.
¿Entró quién sabe el Enemigo? Se aprovechó de su au-
sencia y el lobo cayó sobre el aprisco. Dispersó su pobre re-
baño.
Meditaba el viejo, tristemente, ensombrecido el rostro de
presentimientos fatídicos. El ánima en suspenso como si
aguardara dentro de un minuto la mala noticia.
Y así fue.
El sacristán no se dio punto de reposo hasta encontrar a
los buscados. Confudido en las sombras de la primera no-
che, allí estaba el fiel guarda del templo. Compareció tam-
bién en las tinieblas el alférez ·de turno. De vez en vez bri-
llaba como el punto lejano de una fogata el cigarrillo encen-
dido del viejo párroco; antojábasele aparecer como una es-
trella titilante temblorosa. Los cuatro hombres hablaban a
oscuras quedamente, como si un soplo de misterio les estre-
meciese el alma. La feligresía indígena en masa habíase de-
sertado de la Iglesia Apostólica Romana. El domingo último
los centenares de indios de la parroquia cerraron el templo
con cerraduras nuevas. Clausuraron también la cural.
En medio de todo, tuvieron un gesto de gentileza. Reser-
varon para su viejo párroco una casita en Kawana alta y
una capilla próxima. Allí viviría el resto de sus años, sin
que nada le pudiera faltar.
79 LUIS E. VALCÁRCEL
Waman, Sargento
Un año hacía que estaba en filas: lo sacaron de su choza
puneña, a medianoche. Lloraban la madre·y la mujer, des-
pertáronse los chicos, asustados. Fue en vano que ladrara el
fiel “Pumawak’achi”. Los soldados condujeron maniatado al
pobre Waman hasta el pueblo. Cuántos golpes de culata su-
frió en el camino. Aquella noche durmió en la cárcel, y allí
continuó encerrado los seis días siguientes, mientras se reu-
nía por este medio cinegético, el contingente de conscriptos.
Del presidio salieron algunos de sus compañeros, salieron
con rumbo a la subprefectura, y después ¡libres! A sus hoga-
res. Más tarde supo que los muy felices habían comprado a
la autoridad: dos toritos, una vaquillona, algún dinero.
De la cárcel marchó Waman con el contingente a la Capi-
tal. Ingresaron todos al cuartel, después de que el médico
los hizo poner en cueros para examinarlos. Allí acabó el in-
diecito para comenzar el soldado. Adiós al poncho, al jubón
y los gregüescos; las sandalias fueron reemplazadas por los
toscos zapatos, y Waman vistió el uniforme de infantería.
Apenas si podía caminar con los zapatazos…
Se pasó un año en la vida de cuartel. Ahora era sargento.
Lo ascendieron después de su conducta valerosa en la últi-
ma intentona revolucionaria.
En la ciudad sentíase una conmoción política: estaba el
pueblo indignado con el gobierno, y las gentes salieron a las
calles a manifestar con airadas voces sus sentimientos. Se
improvisó el mitin. Se empinaron los oradores en lo alto de
las balconerías para lanzar desde allí la arenga revoluciona-
ria.
Pocos minutos después salía el regimiento a restablecer
el orden. Las tropas fueron recibidas a pedradas y tiros de
TEMPESTAD EN LOS ANDES 80
La nueva amistad
No tuvieron amigos; eran esclavos, y la amistad fue tabú
para ellos. Sus amos, cuando les trataban mejor, sabían que
les estaba prohibido aproximarse amistosamente a quienes,
por ley y costumbre, tenían que ver como inferiores. El indio
quinientos años se pasó con la sola amistad del borriquillo.
El buen asno, tardo, le ayudó a portar la carga que sobre
sus espaldas le echaba el blanco. El buey, otro amigo, cola-
boró con él en las faenas de la tierra, ahorrándole esfuerzo.
Pudo reservar el tirapié (la chakitajlla) para los barrancos.
La pareja de bovinos avanzaba lentamente con el arado de
palo. Por los caminos, tras el pequeño asno; por los sembra-
dos, en pos del buey, el indio hace su trabajo silenciosamen-
te. A veces canturrea una tonadilla del viejo lar, a ratos in-
tenta el diálogo con sus amiguitos. Diálogo frustrado. Ellos
no responden. Ah sí, quién sabe, es mejor; dicen tan poco
sus grandes ojos turbios…
“Marcus”, “Mareano”, apacibles compañeros, cuánto pa-
recido tienen a los buenos labriegos; como ellos, sufridos y
resignados; como ellos, tranquilos, quietos, frugales. Del
campo al establo, del establo al camino, todos los días, todos
los años, hasta morir oscuramente, de puro viejos.
Ya el indio no sólo tiene como amigos a “Marchus”, “Ma-
reano”; es otro hombre como él quien le ha abierto el cora-
zón. Es otro hombre blanco; cosa extraordinaria, un hombre
blanco su igual, su amigo, no su opresor, el amo siempre ti-
ránico. A este amigo le estrecha la mano y le mira a los ojos,
de frente, sin temor, sin desconfianza.
Es el adventista, el bueno y alegre Miller, rubicundo hijo
de Yanquilandia, que ejerce el apostolado de la Nueva
Amistad.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 82
La nueva escuela
Indalecio Mamani es el preceptor en el ayllu de Kollawa;
salió diplomado de la Escuela Norma de Juliaca, hizo su
práctica como maestro ambulante en Chucuito. La escuela
ocupa un edificio recién edificado bajo la dirección del inge-
niero de la Misión. Amplias salas iluminadas, con bellas
vistas sobre el panorama de la planicie y el cordón nevado
de los Andes. El niño indio concurre con placer, porque el
paisaje familiar lo tiene siempre ante los ojos.
El maestro indiano sabe lo que debe enseñar a los hijos
de su raza, y cuanto enseña lo hace con amor, con el ideal
de rehabilitación como la luz de Sirio en las tinieblas de la
inconciencia pedagógica.
La casa-escuela es el orgullo del ayllu. Las familias abo-
rígenes se sienten ligadas a ella, como diez años antes a la
iglesia parroquial. El domingo, el salón de actos rebosa de
público que, ávido, escucha la palab elocuente de Indalecio
Mamani, el educador de la Raza. Las almas embotadas de
la grey andina comienzan a sacudirse de su sueño de pie-
dra. Como un barreno penetra a lo hondo de esas concien-
cias la voz del maestro, y hay algo que se agita en el subsue-
lo espiritual estos hombres olvidados de sí mismos.
83 LUIS E. VALCÁRCEL
El hermano adventista
Entre la peñolería, como nido de rapaces, se pierden las
casitas del ayllu. Desde esas oquedades se percibe la tersa y
diáfana superficie del Lago, cuyo leve oleaje apenas riza el
lomo de las aguas. En los vacíos que enmarcan los pelados
peñascales, el indio cultiva papas, ocas y kinua, lo bastante
para su propio consumo. En declive está el corral de las ove-
jas con su fuerte olor a estiércol húmedo, y su baja muralla
de ch'ampas y espinos. Este recodo, entre la kancha y la
chocita, es un lindo mirador del campo, del camino y del
lago. Allí se recuesta, bajo el sol tibio, el guardián de la casa
y del rebaño, el perrillo azorrado que aúlla en las noches os-
curas, cuando pasa el viento como una rauda jauría invisi-
ble…
La familia de Bartolo Condori no ha salido hoy de la cho-
za. En el fondo oscuro, al resplandor del hogar encendido, se
sorprende el triste cuadro. La madre, presa de la fiebre,
TEMPESTAD EN LOS ANDES 86
Amor y raza
Pablo Kutiri distinguíase entre los maestros indios que
recibieron su preparación en la primera ·escuela normal ad-
ventista, por su clara inteligencia y decidida vocación apos-
tolar. Los jefes de la misión hablaban siempre con elogio de
Kutiri; en menos de un año había dominado el inglés, con
igual facilidad que el español, el aymara y el uru. Era un
87 LUIS E. VALCÁRCEL
El indio a caballo
La civilización americana —observó Sarmiento— una ci-
vilización de peatones, de indios a pie. El caballo traído por
el conquistador incorpórose a la casta dominante, de los
opresores. Fueron los caballos bestias temidas; arrollaron
bajo sus cascos y entre bélicos relinchos a las masas iner-
mes de Cajamarca. Los jacos piafantes que mascaban hie-
rro, cuánto auxiliaban a los invasores. Buena parte del éxito
feliz de la conquista debe ser atribuida a los rocines de Cas-
89 LUIS E. VALCÁRCEL
El indio a soldado
No sólo la herramienta, el arma también la hemos puesto
en manos del indígena. Trabaja nuestros campos y es la
base de nuestra economía su labor; conserva el orden públi-
co, y es el fundamento del Estado su fidelidad.
¡El día que nos falte el brazo viril que maneja el azadón!
El día que no obedezca el autómata que dispara.
Habrá cesado de producir la tierra. Habrá concluido la
sociedad política que se denomina la República del Perú.
Con indios hostiles que vuelvan el arma contra blancos y
mestizos; con indios indiferentes que se alcen de hombros
ante la cosecha próxima, ¿qué podrá hacer el Estado?, ¿có-
mo se defenderá la orgullosa minoría de momentáneos ven-
cedores.
Es de aborígenes el noventinueve por ciento del ejército,
la gendarmería y la policía. Son indios, indios de pura san-
gre, los que forman el íntegro de la fuerza armada. Elude el
blanco la obligación del servicio militar; la elude también el
mestizo que no pasa de movilizable. El único que ingresa a
los cuarteles, se disciplina militarmente, se adiestra a con-
ciencia en el manejo de las armas, es el habitante de las se-
rranías, el sobrio, resistente, valeroso indio peruano, solda-
do por excelencia, soldado vocacional, capaz de todos los sa-
crificios, modelo de virtudes militares, el único que hizo to-
das las campañas, desde las conquistadoras de medio mun-
do bajo sus propios jefes, los Inkas invencibles, hasta las de
emancipación al mando de los grandes capitanes "realistas"
y "patriotas". El indio hizo todas las guerras; ¿no le vemos
tan pronto en las faldas del Pichincha con Santa Cruz ven-
cedor, como en los desiertos de Tarapacá, desnudo, famélico,
inerme, entregado por la traición a las balas del ejército
TEMPESTAD EN LOS ANDES 92
La gran parada
—¿Son quince mil hombres?
—Quizá, pasan de veinte mil.
93 LUIS E. VALCÁRCEL
Indios electores
Los indios de Moho y Platería que saben leer y escribir
que están inscritos en el registro militar, son, en una pala-
bra, ciudadanos, tienen en sus manos la victoria del sufra-
gio en la capital de Puno.
Pueden elegir su diputado por inmensa mayoría. Un di-
putado netamente indio.
De modo que, bajo la garantía de una ley electoral verda-
dera, un candidato "caballero" sería derrotado por un candi-
dato “sirviente”.
La proporción de electores indios es de más de doble del
total de votantes blancos y mestizos. Pronto, en otras pro-
vincias de la meseta, crecen considerablemente el porcenta-
je de “ciudadanos” indígenas.
97 LUIS E. VALCÁRCEL
La rebeldía ortográfica
Basta ya de sujeción al yugo de la gramática española se
han dicho los idiomas vernáculos.
Sí, guerra a las letras opresoras: a la b y a la v, a la d y a
la z, que no usaron jamás; afuera la c bastarda y la x exóti-
ca y la g decadente y femenina, y la q equívoca, ambigua.
Vengan la K varonil y la W de las selvas germánicas y
los desiertos egipcios y las llanuras tártaras. Usemos la j de
los árabes análogos.
Inscribamos Inka y no inca: la nueva grafía será el sím-
bolo de la emancipación. El keswa libre del tutelaje escritu-
rario que le impusieron sus dominadores.
El keswa en la simpática amistad y vinculación fonográ-
fica de los idiomas símiles.
Reaprendamos a escribir los nombres adulterados. las to-
ponimias corrompidas. Kosko y no Cuzco, Wirakocha y no
Viracocha, Paukartampu y no Paucartambo, Kochapampa y
no Cochabamba, Kawiti y no Cahuide, Atau Wallpa y no
Atahualpa, Kunturi y no Condori, Kespe y no Quispe, mit-
majkuna y no mitimaes, yunkas y no yungas...
Limpiemos el keswa de escrecencias hispánicas, purifi-
quemos la lengua de nuestros padres inmarcesibles los Hi-
jos del Sol: que brille su áurea, pulida armazón, recubierta
por cinco siglos de mugre esclavista. Impongamos el léxico
andino: que el orgulloso usurpador adopte las voces sin
equivalencia. Que la vieja Academia de Madrid reconozca,
vencida, la fuerza del andinismo filológico.
Rompamos el último eslabón de la cadena, aunque giman
los nostálgicos del yugo, los españolistas a ultranza que sus-
piran por el Siglo de Oro Castellano, y rinden fanático culto
99 LUIS E. VALCÁRCEL
IDEARIO
TEMPESTAD EN LOS ANDES 102
Ideario
De los Andes irradiará otra vez la cultura.
El andinismo es mucho más que una bandera política; es,
sobre todo, una doctrina plena de mística religión. Sólo con
la fe de los iniciados, con el ardor de sus prosélitos, el andi-
nismo surgirá para encerrar en su órbita todo lo que los An-
des dominan desde su altitud majestuosa.
__________
De los Andes tienen que nacer, como nacen los ríos, las
corrientes de renovación que transformen al Perú.
El indio es el único trabajador en el Perú, desde hace
diez mil años. Levantó con sus manos la fortaleza gigantes-
ca de Sajsawaman, la ciudad sagrada del inka, los templos
y los palacios inkaicos, los grandes caminos continentales,
la canalización de los ríos, la captación de las aguas, los co-
losales acueductos, las terrazas innúmeras, las subterrá-
neas galerías, las urbes colosales con sus moles catedrali-
cias y sus conventos de magníficos claustros, los puentes,
las fábricas, los ferrocarriles, las obras portuarias, las insta-
laciones internales de las minas profundas y multimilloná-
rias.
El indio lo hizo todo, mientras holgaba el mestizo y el
blanco entregábase a los placeres.
En la sangre india están aún todas sus virtudes milena-
rias.
_________
103 LUIS E. VALCÁRCEL
Costa y sierra
En una sociología freudiana, estas dos regiones del Perú
representarían dos sexos. Feminidad la costa, masculinismo
la sierra. Ya en el tiempo precolombino se habían marcado
los contrastes: gentes amigas de la holganza, de la vida
muelle, de los placeres viciosos, eran las del litoral, en tanto
que las andinas se distinguían por la rudeza de sus costum-
bres, su frugalidad y su espíritu bélico. Bien lo hacía notar
el fraile Las Casas, en su apologética historia.
En el período de la conquista, las hazañas de los bravos
aventureros se realizaban entre los riscos y los peñascales
de las tierras altas; del Cuzco salían todas las expediciones,
ya al Tucumán, ya a los desiertos de Atacama.
Existieron dos coloniajes: el coloniaje de Lima, pleno de
sibaritismos y refinamientos, con un acentuado perfume
versallesco —la Perricholi su símbolo— y el coloniaje del
Cuzco, austero hasta la adustez, varonil y laborioso. La co-
lonia costera. tiene su tradicionista y la crónica cortesana
de Ricardo Palma. La colonia serrana no está historiada.
El peninsular absorbió el barroquismo chimú-naska: tras
de las montañas fue americanizado virilmente el hijo de
Castilla. En las sierras, lo indio se impone: a las orillas del
mar, lo español.
Este "eterno femenino" de Lima tiene sus mejores pági-
nas en la historia republicana, desde los albores de la vida
libre.
San Martín se adormeció en sus brazos con laxitud ca-
puana, en tanto que Bolívar se vigorizaba en los fríos climas
de los campos serraniegos. En el Cuzco, el Libertador se
postró ante el solio de los Inkas: en Lima, el Libertador era
servido de rodillas. Lima fue dos veces violada por el inva-
115 LUIS E. VALCÁRCEL
EL PROBLEMA INDÍGENA
TEMPESTAD EN LOS ANDES 118
gado humano de los Andes y ella los hace vibrar como una
tempestad que se avecina.
¿Qué resistencia oponerle?
El block de mestizo-europeo es minúsculo emerme. Las
gentes de color significan el décuplo y han monopolizado el
arma. Ya lo dije otra vez, el fusil es indio.
El autómata que hoy dispara contra sus hermanos de
raza dejará de serlo. ¿Y entonces?
Quién sabe de qué grupo de labriegos silenciosos, de tor-
vos pastores, surgirá el Espataco andino. Quién sabe si ya
vive, perdido aún, en el páramo puneno, en los roquedales
del Cuzco.
La dictadura indígena busca su Lenin.
Los que vivimos en el corazón de la sierra, poseemos el
privilegio de asistir al acto cosmogónico del nacimiento de
un mundo, como el viajero que contempla el sublime espec-
táculo de la tempestad en medio de la llanura azotada por
el rayo. Privilegio en el peligro.
En el Cuzco centro de la indianidad, los núcleos de la in-
teligencia están en guardia. La Escuela Cuzqueña —así la
ha bautizado Francisco García Calderón— hace bastante
tiempo que se organiza y disciplina. Sus actividades indiani-
zantes e indiófilas han traspuesto las fronteras para exten-
derse por la América que busca en los Andes una justifica-
ción de su existencia, como el hidalgo en su solar: Artistas y
escritores cuzqueños son acogidos con simpatía por los nú-
cleos americanistas y en las grandes publicaciones de In-
doamérica no sólo con curiosidad sino con interés profundo
son leídas sus producciones, comentadas sus obras.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 126
ANDINISMO
Es una expresión geográfica, toda vez que la raza existe
en tanto se arraiga en un trozo del planeta. (“Raza y paisaje
van juntos, y donde se halla el solar permanece también la
raza”).
Andinismo, expresión deportiva. Supera a alpinismo
como superan al Mt. Blanc el Waskaran y el Koropuna.
Andinismo, deporte de dioses. Anhelo de infinito, de exal-
tación constante.
Andinismo, agua purificadora, creadora, sangre de los
antepasados, aspiración vertical de la tierra. La vida y la
cultura germinaron en la planicie y en el valle andinos. ¡Ex
Oriente Lux!
(Absurdo enuncian cuantos dogmáticamente sostienen
que la cultura trepó a la meseta. ¡ Basta abrir los ojos para
pensar lo contrario! Hombres y formas culturales se despa-
rramaron —copa colmada— de la hoya del Titikaka, costa y
sierra abajo).
La doctrina andinista pretende ser un ensayo de ideolo-
gía aborigen. Se forma lentamente y a la larga indios o in-
diófilos nos entenderemos.
Se percibe ya la inquietud prolífica que va a crear el
apostolado. La suma de inauditas iniquidades contra el in-
dio colma toda medida. Ha llegado el turno de indignarse a
los indiferentes, a los timoratos, a los endurecidos.
La raza crucificada se transfigura. ¿Cuándo la resurrec-
ción no fue precedida del martirio y la muerte?
Y de este dolor de las lacerias, de las injusticias, brota,
como flor de cactus, el anhelo primaveral, el amor de la vida
nueva, del Resurgimiento, de la elevación a la luz, y al goce
129 LUIS E. VALCÁRCEL
De Franz Tamayo
Su tradición y su natural inclinación lo llaman a la tie-
rra. Será siempre un agricultor de buena voluntad, mucho
más si llega a conocer los modernos procedimientos. La for-
taleza de su cuerpo lo capacita para ser un excelente mine-
ro. Su gran sentido de régimen y disciplina, su profunda e
incomparable moralidad hacen del indio un soldado ideal,
probablemente como existe superior en Europa. Soldado,
minero, sembrador —esto es ya el indio, y lo es de manera
inmejorable, en cuanto pueda serlo alguien que lo ignora
todo, y de quien nadie cura sino para explotarle.
Después, ciertos tipos de hombres especiales… su resis-
tencia corporal y su paciencia nos darían excelentes explo-
radores; su sentido estricto de las realidades y su carencia
innegable de imaginación nos darían matemáticos de pri-
mer orden, constructores e ingenieros; su paciencia y su es-
píritu metódico —el indio es lo más admirablemente metó-
dico que existe en América— nos darían incomparables ma-
estros de escuela; su natural disciplinario y obediente nos
daría excelentes sargentos, lugartenientes y subjefes y más
tarde tal vez tácticos y capitanes; y más tarde aún, las gran-
des cualidades fundamentales de la raza, el propio dominio,
la suficiencia, la voluntad silenciosa indomable y cierta do-
sis de fatalidad superior que importa consigo toda cabeza
hegemónica y que posee el indio indiscutiblemente, harían
que éste nos dé hombres gobernantes y grandes patricios.
En este sentido, Santa Cruz es un verdadero representative
man de la raza.
______________
El alma india es un alma replegada y revertida sobre sí
misma.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 134
De Ricardo Rojas
...Los españoles hispanizaron al nativo; pero las Indias y
los Indios indianizaron al español. Penetraron los conquis-
tadores en los Imperios aborígenes; pero, tres siglos des-
pués, los pueblos de América expulsaron al conquistador.
______________
(Ley de Continuidad de la Tradición)
Atahualpa fue muerto, y el indio fue cristianizado en la
misión; o esclavizado en la encomienda. Pero aquella brusca
interrupción es sólo una apariencia de teatro, la ilusión de
un instante. El río de la tradición autóctona ha caído en un
abismo hacia el siglo XVI, pero seguirá su curso subterrá-
neo para reaparecer más tarde. Es un misterio de la intra-
historia popular, la que persiste, más esencial que la histo-
ria externa. Atahualpa ha muerto; pero resucitará en Túpac
Amaru a fines del siglo XVIII, y después de la independen-
cia, en el· proyecto de Belgrano para coronar a un descen-
diente del Inca.
De Arturo Capdevilla
(Los conquistadores) ... para imponer el respeto a la vida,
a la propiedad y a la mujer, no hallaron camino más corto
que matar, robar y fornicar. De todos sus mandamientos no
practicaban sino una vana santificación de las fiestas. Ve-
137 LUIS E. VALCÁRCEL
De Baltasar Brum
Soy hombre incapaz de hacer cosa alguna por mera cor-
tesía. Lo que no es concorde con mi sentimiento lo rechazo.
Tratándose de la Misión peruana que acaba de visitarnos,
soy uno de sus admiradores. Por que lo soy y muy grande,
de esa raza quechua, cuyos monumentos aprecié en mi gira
por el Perú. Y creo que en el esfuerzo de la misión, hay un
mérito digno de premiarse, no sólo por lo que revela y resu-
cita; sino por la reivindicación de un pueblo con quien los
conquistadores y el fanatismo han sido lastimosa y estúpi-
damente injustos... ¡Ojalá volviéramos a ser lo que fue el
Imperio de los Incas! Si yo fuese peruano, me sentiría el Es-
partaco de ese pueblo.
De Antonio Caso
“Comenzó entonces el grave problema de formar un pue-
blo de mestizos con dos grandes culturas profundamente di-
versas, sin puntos de contacto de ninguna especie en lo reli-
gioso ni en lo político…”.
______________
La democracia es imposible mientras persiste la hetero-
geneidad de los vencedores y de los vencidos, e los “criollos”
y de los “indios”; porque nada aparta tanto a un hombre de
otro como el sentimiento inconsciente, pero profundísimo
·de la diferencia de raza.
______________
El factor histórico y social preponderante en nuestra vida
colectiva es la raza.
Contra todos estos inconvenientes no tenemos sino la
obra lenta, muy lenta, de los cruzamientos consanguíneos, y
la otra rápida, como lo quiere nuestro deseo, de la educación
nacional.
______________
Somos, a la vez, varios ritmos históricos que marchan a
descompás.
TEMPESTAD EN LOS ANDES 140
De Lord Bryce
La raza autóctona adquiere riquezas y conciencia de su
valor, y más tarde o más temprano tomará posesión del
país.
De Leopoldo Lugones
No existió un solo vínculo de amistad entre el indio y el
conquistador. Fue una animadversión de raza que los des-
cendientes siguieron abrigando.
______________
Víctima de la civilización moderna, desde el comienzo, el
indio continúa siendo en ella el conquistado. Nunca la ha
entendido ni le interesa. Por esto, vímoslo oponerle una in-
quebrantable resistencia pasiva o voluntad de conservarse
cuando le es posible, en el estado precolombino que le carac-
teriza con asombrosa persistencia.
______________
El indio no es sustancialmente inferior al blanco. Es, tan
solo, muy distinto.
______________
Todos los focos de la antigua iniciación han vuelto a en-
cenderse. La Palabra, a la vez divina y fatal, ha cruzado
esta vez los mares; y desde los demonios siberianos que el
“shaman” evoca con su epiléptico tamboril, hasta la piedra
misteriosamente sonreída de la Esfinge; desde la montaña
hindú donde impera el Grande Asesino, hasta los Señores
de Piedra de Tiahuanaco y del Yucatán, la inquietud de los
días iniciales se eriza como una crin sobre el lomo de la tie-
rra.
141 LUIS E. VALCÁRCEL
De Dora Mayer
¿Y no es lógico suponer que en la renovación del prestigio
de su raza fundamental esté la salvación del Perú?
______________
¡Qué raza blanca ni raza de color! Tut-ank-Amón ha sali-
do muerto de su tumba, mañana saldrá vivo un rey de Egip-
to de entre las cataratas del Nilo y se sentará en el palacio
de los Faraones. Abiertas para los judíos están las puertas
de la Palestina. Los hijos de Gandhi verán la India sobera-
na, y el Inca allí, colocado en un crucero de las calles de la
herviente urbe moderna1, hará el proyecto de una nueva or-
ganización política regeneradora, netamente aborigen.
______________
La historia de todos los pueblos terrestres se pierde en la
leyenda. Las leyendas atribuyen a todos ellos un origen des-
de los dioses. Le. leyenda peruana es la del Inca. Lo que tie-
ne en la sangre la nación peruana de España, de Italia, de
países sajones, esclavos, mongoles o malayos se remonta al
mito ibérico, nórdico, tao-tseico, etc. La leyenda propia es la
piedra de toque de nuestra autenticidad racial. Sólo es ver-
daderamente peruano el hilo histórico que parte de las
aguas heladas que sostienen las naves de totora en el lago
más alto sobre el nivel de los mares de la Tierra.
De Lothrop Stoddard
(De las exposiciones y comentarios que Francisco García
Calderón hace en diarios de Buenos Aires y Lima).
La tesis central del autor es esta: después de invadir a
otros continentes, a partir de 1500, era de los grandes des-
cubrimientos geográficos, de ejercer una hegemonía petu-
lante, Europa retrocede en las últimas décadas y la gran
guerra que turba a los pueblos interiores con el mensaje
wilsoniano, acentúa ese retroceso. El asalto continúa, caen
los diques de defensa, se arman los Estados remotos, desde-
ñan a las naciones magistrales, fenece el imperio del hom-
bre superior.
______________
Las Américas son el país del hombre rojo, entre el río
Grande y el trópico de Capricornio. Allí vive la raza AME-
RINDIANA, es decir, el indio puro y el mestizo, cuarenta
millones aproximadamente, dos tercios de la población to-
tal. Al sur, zonas blancas o semiblancas, como la Argentina.
Al norte, un país que ha aniquilado al indio: Estados Uni-
dos. La América “Latina” no lo es por la raza, sino mas bien
continente amerindiano o negroide, con ligero barniz espa-
ñol o portugués; zona inmensa de color que se ha oscureci-
do, si es posible expresarse así, en el ultimo siglo, al dismi-
nuir el número de los invasores y de sus descendientes.
______________
TEMPESTAD EN LOS ANDES 146
De Ernesto Quesada
La población actual egipcia presenta distinto carácter
que el de sus antepasados, en la época de su brillo cultural,
tanto que Spengler ha acuñado un término nuevo para indi-
car ese estado especial: el del estado de Fellache o de barbe-
cho, durante el cual descansa un pueblo que tuvo una cultu-
ra deslumbrante.
Pero, en cambio, ese período de barbecho no puede ser
eterno y alguna vez despiertan los pueblos: exactamente
como el terreno cansado de producir sucesivas cosechas y
TEMPESTAD EN LOS ANDES 148
De Manuel Gamio
En el Congreso Científico Panamericano de Washington
dijo: “Las delegaciones asistentes al Congreso son represen-
tantes en raza, idioma y cultura de no más que un 25% de
las poblaciones de sus respectivos países; representan el
idioma español y el portugués, de la raza y la civilización de
origen europeo; el 75%, los hombres de raza indígena, de
lengua indígena, de civilización indígena, no están repre-
sentados; apenas si se les menciona con criterio etnológico,
como objeto de especulaciones científicas de escaso número
de investigadores, pudiendo decirse que, para el llamado
mundo civilizado en general, pasa inadvertida la existencia
de esos 75 millones de americanos, ya que se desconocen los
idiomas que hablan, se ignoran las características de su na-
turaleza física, y no se sabe cuáles son sus ideas éticas, es-
téticas y religiosas, sus hábitos y costumbres”... ¿Pueden
considerarse como patrias y naciones, países en los que los
TEMPESTAD EN LOS ANDES 150
______________
El indio no representa únicamente un tipo, un tema, un
motivo, un personaje. Representa un pueblo, una raza, una
tradición, un espíritu. No es posible, pues, valorarlo y consi-
derarlo desde puntos de vista exclusivamente literarios
como un color o un aspecto nacional, colocándolo en el mis-
mo plano que otros elementos etnográficos del Perú.
______________
El colonialismo, reflejo del sentimiento de la casta feudal
se entretenía en la idealización nostálgica del pasado. El in-
digenismo, en cambio, tiene raíces vivas en el presente. Ex-
trae su inspiración de la protesta de cuatro millones de
hombres. El Virreinato era: el indio es. Y mientras la liqui-
dación de los residuos de feudalidad colonial se impone
como una condición elemental de progreso, la reivindicación
del indio y, por ende, de su historia y de su tradición, nos
viene insertada en el programa de las avanzadas del porve-
nir.
153 LUIS E. VALCÁRCEL
LA ACCIÓN ADVENTISTA
Informaciones y comentarios
TEMPESTAD EN LOS ANDES 154
La instrucción en la república
Por DORA MAYER DE ZULEN
Vocabulario
Algunas voces keswas
167 LUIS E. VALCÁRCEL
Laikaska Embrujado
Llakolla Manto
Machu Anciano
Misti Mestizo
Llijlla Manteleta
Tupu Prendedor
Takjía Estiércol
Sipas Doncella
Taktai Baile
cón)
Warmacha Chiquillo
Waillar Pradera
Waina Mozalbete
Waska Soga
COLOFÓN
Ni lo Indio, ni lo Gaucho ni lo
Español separadamente contie-
nen todo el espíritu nacional.
RICARDO ROJAS.-"EURINDIA", 349.
A fuerza de escuchar a las piedras, milenaria, Valcárcel
ha captado su mensaje. Pero, vehemente profesor de idealis-
mo, alterna, ahora, la proclama encendida con la interpre-
tación ardiente, y, fuego sobre fuego, ha caído su antigua
máscara arqueológica por mostrar la faz del predicador ilu-
minado. Predicador laico, rebelde, cuyo sermón se dirige, en
regiones abruptas, o estoicos caracteres amasados por el do-
lor y connaturalizados con el infortunio, ya que hasta la
imaginación pedestre de turistas y poetastros ha querido
simbolizarlos en cromos convencionales.
Valcárcel, pues, ha olvidado sus andanzas arqueológicas.
En sus dos últimos libros, adviértese un absoluto cambio de
frente. Del Ayllu al Imperio, colección de antiguos estudios,
no es todo lo que pudiera ser dude el punto de vista estricta-
mente histórico. De la Vida inkaika, más moderno, trasluce
el afán de un poeta. que se extravió por entre los vericuetos
de la historia y que hoy reivindica su patrimonio imaginati-
vo, evocando la egregia figura del leyendista Herodoto y la
del orador Michelet. Las citas de Spengler, a través de esos
ensayos, me parecen embozo o antifaz. Plugiérame mucho
leer ahí, trascripciones del Ramayana o glosas de Le cou-
teau dans les dents. Por eso, quizá, Valcárcel ha seguido,
ahora, la senda interpretativa de Ars Inka y Glosario de la
Vida lnkaika, sus dos producciones más originales, de las
cuales desconfían absurdamente los historiadores chapados
173 LUIS E. VALCÁRCEL
Índice
44 AÑOS DESPUÉS..............................................................2
PROLOGO..............................................................................4
TEMPESTAD EN LOS ANDES..........................................12
Como un ladrón en la noche............................................13
El milagro........................................................................13
¡Dejadnos vivir!................................................................14
Avatar..............................................................................15
El sol de sangre................................................................17
Un pueblo de campesinos................................................20
La palabra ha sido pronunciada.....................................22
El apóstrofe......................................................................24
DETRÁS DE LAS MONTAÑAS..........................................27
Los ayllus.........................................................................28
La mujer que trabaja.......................................................30
Un mundo........................................................................31
Secreto de piedra.............................................................32
Poblachos mestizos..........................................................34
El inka rubio de Paukartampu.......................................36
El carnaval de Oruro.......................................................38
El tesoro de los Inkas......................................................39
LA SIERRA TRÁGICA.........................................................41
El pecado de las madres..................................................42
181 LUIS E. VALCÁRCEL
El embrujado....................................................................45
Los vampiros....................................................................48
Fratricidio........................................................................50
El crimen del desertor.....................................................52
La danza heroica..............................................................55
La incineración sacrílega.................................................55
Hambre............................................................................58
El licenciado.....................................................................60
Ensañamiento..................................................................63
LOS NUEVOS INDIOS.......................................................66
La parcela........................................................................67
El consejo de los ancianos................................................69
El amor de don Rodrigo...................................................71
El mito de Kori Ojllo........................................................74
El “Ponguito”....................................................................76
El cura de Kawana..........................................................77
Waman, Sargento............................................................80
La nueva amistad............................................................82
La nueva escuela.............................................................83
Los misioneros de cultura...............................................84
El hermano adventista....................................................86
Amor y raza......................................................................87
El indio a caballo.............................................................89
El indio a soldado............................................................92
TEMPESTAD EN LOS ANDES 182
La gran parada................................................................93
Coca, alcohol, carne.........................................................96
Indios electores................................................................97
Los indios artistas...........................................................98
La rebeldía ortográfica....................................................99
IDEARIO............................................................................102
Ideario............................................................................103
El Perú, pueblo de indios...............................................112
Costa y sierra.................................................................115
EL PROBLEMA INDÍGENA.............................................118
Conferencia leída en la Universidad de Arequipa el 22 de
enero de 1927.................................................................119
¡ARRIBA LOS INDIOS!.....................................................133
De Franz Tamayo..........................................................134
De Ricardo Rojas............................................................137
De Arturo Capdevilla.....................................................137
De Baltasar Brum..........................................................139
De Francisco García Calderón......................................139
De Antonio Caso............................................................140
De Lord Bryce................................................................141
De Leopoldo Lugones.....................................................141
Lugones y un sabio peruano..........................................142
De Dora Mayer...............................................................145
De Lothrop Stoddard.....................................................146
183 LUIS E. VALCÁRCEL