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Panamá, 2018
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Pablo Neruda
Canto General
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Capítulo I
EL ATENTADO
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costumbre en estos días, invisible, anónimo. El General Augusto Pinochet sale al portal de la casa
amurallada, respira profundo, camina con su esposa hacia la piscina. Viste su traje militar gris
con sus usuales ribetes rojos y estrellas doradas. Como parte del procedimiento de seguridad, se
escuchan comunicaciones de radio en el entorno, cada jefe reporta la situación y las posibles
novedades. Todo está en calma. No tiene de qué preocuparse. Los numerosos soldados siempre
vigilantes custodian a los miembros de la familia y estos, ni notan que los hay escondidos en
muchos sitios en los alrededores de la residencia. Él y su mujer aún están algo dolidos por la
muerte de Jorge Alessandri ex Presidente de Chile, ocurrida hace una semana en el Hospital
Militar. Admiran a esa casta familiar de donde salieron insignes políticos, y por tanto, los
consideran un emblema del país que desean. Con el rostro arrugado y carente de palabras, el
domingo anterior en horas de la madrugada, el General había salido con gran apuro ante la noticia
de la muerte de Alessandri. En esa ocasión, un comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez
(FPMR) lo esperaba con ansias. La operación tuvo que ser cancelada y el General no supo cuánto
le favoreció que se muriese Alessandri. Pero este domingo es diferente. Los esposos se sientan en
unas sillas mecedoras de metal. Se balancean sin apuros. Miran el cielo cristalino como
examinándolo. Hoy el General está muy sereno, como ocurre tras fuertes campañas guerreras. La
tarde está tranquila y fuera de los ocasionales sonidos de las radios, solo se escuchan algunas
aves.
– A ver mijito, ¿cómo haremos esta semana con las visitas que tendremos?– le dice su
esposa, con el aire ligeramente autoritario con que siempre se dirigió al militar.
– Como siempre, Lucila, como siempre– le responde con cierta parsimonia a quien ha
sido no solo su acompañante en la vida, sino su primer gran reto. Augusto Pinochet aun recuerda
los desplantes de la familia Hiriarte y la sutil actitud distante y casi despectiva con la cual su
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suegro lo toleraba, ya que lo consideraba un fracasado. Pero, esto ha cambiado. Han transcurrido
muchos años desde aquellos en los cuales no era más que un oficial del montón. Luego de un
rato ameno, ambos se levantan y dan vuelta como suelen hacerlo, como si la rutina estuviese viva
y manejara sus actos. Las mecedoras se quedan solitarias pendulando a dos fantasmas. Es hora de
partir a la ciudad. Se acabó el descanso dominical y hay que volver a los asuntos de gobierno, que
no son pocos. Van hacia el auto que lo llevará a Santiago. Ella se quedará un par de días más.
Llega el pequeño nieto y son tres los que se mueven hacia los autos. Lucila Hiriarte de Pinochet
viste un elegante abrigo de piel, un gorro de fina lana y unos delgados, pero estilizados guantes
de lanilla. El dictador lleva su uniforme como obliga su protocolo, o quizás la rutina. Los autos
esperan con las puertas abiertas, y en cada uno, los integrantes de su escolta. Una laucha enorme
brinca en el jardín. La mujer se persigna, su susto fue grande, porque es la primera vez que un
roedor de aquellos se escabulle por las coníferas y los cactus que adornan el patio. Ante su
sobresalto, el General algo alterado por la reacción de su esposa, inmediatamente manda a matar
al animal. No lo quiere cerca. Está consciente que de esa forma pragmática ha tomado y tomará
sus decisiones: rápido y de manera efectiva. Se siente orgulloso de ser así, un líder. Sin protestas,
los soldados obedecen y comienzan la caza, la cual no tendrá fin hasta que hayan matado no una,
sino todas las lauchas que ronden la casa, porque si algo han aprendido con el militar, es
–Abuela, no te preocupes. Las lauchas y las vizcachas son de este tipo de lugar– le
consuela su nieto de diez años– no hacen daño. El General lo mira con cierto aire de
comprensión, pero la decisión está tomada y no dará marcha atrás. Ve hacia su edecán y con un
Aunque ha transcurrido algún tiempo, en la cabeza de Pinochet está aún la escena del
domingo pasado. Se ve a sí mismo, saliendo apurado a acompañar a ese cadáver aún tibio. Lo de
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Alessandri le da vueltas y vueltas como un tiovivo. Su muerte inesperada tiene algo de vaticinio,
aunque trata de no pensar más en ello. Siente que ha vivido este momento antes. Quizás sea un
deja vu, una escena familiar y al mismo tiempo, extraña, desconocida. Ese recuerdo le llega hoy
al momento en que se despide su esposa, quien se acerca, le besa en la frente y algo reflexiva le
sugiere que mejor lleve consigo a su nieto Rodrigo y no en el auto de la escolta civil.
– No, Augusto, prefiero que lo lleves contigo. Es un presentimiento y debe ser así. Eso
jamás lo entenderás de nosotras las mujeres–. Lucila Hiriarte da por entendido que se hará como
ella quiere, ya fuera por algún presagio o capricho. En actitud algo flexible, pocas veces vista,
pues no acepta órdenes y menos, públicas, aprueba con algo de resignación la orden de su esposa
y el niño es llevado al otro auto, al asiento de atrás, junto a él. En fin, no quiere discusiones con
Hace algún tiempo la luz se escondió entre las montañas y el frío habitual de ese mes les
recuerda a todos que aún es invierno. Las montañas aún nevadas en sus cumbres parecen
sabe por qué se le viene a la mente que septiembre fue el mes en el cual Alessandri y Allende se
midieron en el Congreso para definir las elecciones de 1970. Un número le amarga el rostro: 35.
Sólo sacó 35 votos contra 153 de Allende. Trata de olvidar el asunto, total ya es historia.
Además, como ex Presidente, Alessandri recibió un sepelio de altura como solo él podría dárselo
a ese notable chileno. Incluso más, recuerda que lo había puesto al frente de la Comisión que
Presidente de Chile, que redactar los nuevos caminos, las nuevas guías del futuro de todos!
También fue en un septiembre el golpe, la operación perfecta para acabar con los marxistas de la
Unidad Popular.
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“Septiembre, mes de la patria, mes para poner todo en orden, mierda. Sin duda, sin
duda”– se dice a sí mismo, mientras se apretuja en el asiento con su nieto. Recuerda una frase de
seguridad física y moral de todos los conciudadanos.“ También en Septiembre, pero en 1983,
y para ello nombró a Onofre Jarpa como encargado de las consultas. La gente en ese momento
reducir su período constitucional. Todos los meses de septiembre de varios años se le mezclan en
la cabeza y lo abruman. Sin saberlo, está en medio de un remolino de ideas y recuerdos que lo
sorprende en medio de esa tarde que muere. Ve a su Lucila. Ve el cielo por el cual daría su vida.
Una última mirada de adiós se dan los esposos y el vidrio oscuro los separa lentamente. Mientras
se acomodan, reflexiona. “Marina, Marina Lucila, quien lo diría que a pesar de los malos deseos
de tus padres, aún sigamos juntos, casados, con hijos, nietos y ahora, al frente de la patria” –se
dice Augusto Pinochet, mientras mira al pequeño Rodrigo. Sentado en el cómodo asiento de
cuero del lujoso Mercedes Benz blindado comprado hace unos días por la Presidencia, sigue
meditabundo, algo disperso, no sabe por qué, pero en su cabeza suena una cueca tradicional de
Los Huasos Quincheros. Los ve a caballo, trotando orgullosos en una especie de cabalgata. Van
portando una bandera chilena cada uno. Esta imagen en su cabeza le infla el pecho y siente que
no hay ningún remordimiento por ninguna situación que haya tenido que decidir. Sigue la cueca
en su cabeza. Hasta la va tarareando. Ayúdeme usted compadre, pa’gritar un Viva Chile, la tierra
de los zorzales y de los rojos copihues…Chile, Chile lindo, ¡Cómo te querré! Que si por vos me
pidieran, la vida te la daré… Todos esperan que el General, como es su costumbre, ordene la
–¡Sin novedad mi General!– casi grita el oficial, mientras taconea sus botas lustrosas– la
caravana está lista. Cuando quiera podemos partir. Los agentes del CNI han peinado los 33
kilómetros de la ruta y no han encontrado novedades, los muchachos ya cargaron las Uzis y están
a la espera – le informa el Capitán de Ejército Juan Mac Lean Vergara. Pinochet recobra un dejo
de severidad no sólo en su mirada, sino en sus gestos y asiente con energía que partan de una vez
por todas. Así se hace. Finalmente la caravana de cinco autos va andando por la ruta G25. Dos
motos van delante, detrás un auto de escoltas. El segundo vehículo es un Mercedes blindado gris
en el cual va con su nieto. El tercero es otro auto de escoltas, el cuarto, otro Mercedes gemelo que
sirve de señuelo. Cierra la comitiva, el último auto de escoltas, un Ford del año. Como es
costumbre, van bajando a 120 Km por hora y en un mismo carril, pero en formación alternada,
como fueron instruidos desde sus conductores y guardianes. Semejan un tren descarrilado que
amenaza con arrasar lo que encuentre, un torrente metálico de cinco vagones y a la cabeza, dos
motos que parecen los ojos de aquel gusano de luz que desciende apurado por la vía curvilínea
hacia la gran ciudad. La carretera es de asfalto, está en perfectas condiciones. Son dos carriles
angostos, sin agujeros, que van serpenteando las montañas, pero uno está saturado de vehículos,
en su mayoría, de turistas. La comitiva de avanzada los detiene a todos hasta tanto pase el
General. Cruzan San José de Maipo. Llevan más de diez kilómetros recorridos. Dentro del auto,
Pinochet conversa con su nieto. Sus escoltas van en comunicación de radio. El niño va como
siempre lo hace, auscultando las caras y los gestos de quienes ve a través del cristal blindado. Se
siente emocionado de recibir muestras de alegrías y saludos, las siente como si fuesen para él.
Son un caleidoscopio de ojos y rasgos que hasta lo marean. Cada tanto ve, unos ojos de ira que
parecen decir mucho. Y los resiente, quizás por ser un niño. También ojos neutrales, básicamente,
indiferentes. El auto nuevo, como lo llama, es más lujoso, y aunque no lo sepa, es más seguro. El
general no repara en esos ojos brillantes de rencor que deja atrás a gran velocidad. No encuentra
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nada extraño en ello, siente que todo va según lo usual de cada otoño y primavera, que es cuando
emplean la casa de campo. Parece un viaje de rutina como tantos otros anteriores. Pero, no será
Aún se ven grandes manchas de nieve en las montañas hacia el Cajón del Maipo. La fría
brisa hace tiritar algo a Migdalia y a la Peque, quienes simulando ser turistas, se acercan al
residencial Inesita en San José para subir a su habitación. Hay nerviosismo. Saben lo que se están
jugando en la operación, pero para ello se han preparado durante años. Esperan el paso de
Pinochet. Esta vez no ocurrirá que no lo vean trasladarse, en ello han empeñado sus palabras, y lo
En horas previas al mediodía, habían salido con sus cámaras fotográficas y aspecto de
Inesita, la anfitriona. Su recomendación no falló, una cazuela de vacuno que resultó un gusto.
Una mazorca de maíz con un trozo de carne y zapallo, adornado con cilantro les llenó el alma.
Una copa de vino tinto y un postre fueron suficientes para no sólo sentirse satisfechas, sino para
llevar a Migdalia más que a la Peque, al lugar común por el cual se encontraban en esta
operación, su amor a la patria y a su gente. Inesita es famosa en la zona por su gastronomía. Sus
platos, la amabilidad con que trata a sus clientes y la sencillez de su entorno, hacen de esta
mujercita de cachetes eternamente rosados, tan chilena como el copihue, una abuela adorable. En
su residencial, esa casa modesta de dos plantas, con apenas unas cuantas habitaciones pequeñas,
se respira un calor de hogar que incita a cobijarse y dejarse amar. Algo viejita, sabe cómo adoptar
a sus visitantes como a su familia, y eso lo agradecen todos los que se alojan en su pequeño
hostal. Con la Peque y Migdalia ha habido distanciamiento, un cierto misterio que la dueña no
sabe desentrañar, pero que tampoco le resulta un problema. “A fin de cuentas, no todos somos
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iguales”–se dice. Una ventana casi siempre cerrada permite desde el cuarto principal, una vista
panorámica de las calles aledañas. Las chicas se han hecho pasar por una turista suiza y una
amiga del sur que están recorriendo el país. Han sido algo distantes con la bondadosa Inés, pero
por razones de seguridad, no deben intimar con nadie. Eso no evita que la Migdalia se sienta algo
melancólica. Puede perder la vida en esto y lo sabe. Pero también está consciente que quiere un
país libre. Se lo ha dicho muchas veces al espejo. “Chile, la patria, esta tierra de volcanes y
poetas. Por mi familia, mi niña y por todas las niñas que sufren en este momento, por los niños de
mi población, por mis torrentosos ríos y su Cordillera, por los días escondidos, las carreras en la
noche dejando atrás lo querido, los mocosos sobrinos de doña Adriana que fueron asesinados
frente a sus padres para que delataran a los compañeros del partido…, en fin, por tantos amigos
desaparecidos o muertos que quisieron una patria mejor. Por todo ello, es mi renuncia a una vida
cómoda. Esa renuncia a ver a mi niña entrar a su escuela todos los días, llevada de mi mano, y
ella despedirse con una tierna sonrisa como hacen todas las otras. Mi vida, la daré si es necesario,
para acabar con el dictador asesino que mantiene a Chile en agonías…” meditaba mientras la
cazuela le calentaba el estómago. El sabor del zapallo del caldo le recordaba la sopaipilla con
chancaca de la doña Adriana. También las veces que invocaba la lluvia para que la preparara.
“Sin lluvias no hay sopaipillas”– le decía recelosa la anciana. Mientras más comía, más triste se
tornaba. En cada cucharada, una parte de su pueblo y sus asuntos le humedecían el alma como
una fría llovizna de otoño que cae y cae silente, sin parar. Sin duda, comer ese domingo y en esa
forma, la entristeció. Era como comerse a cucharadas a la tierra que ella quiere ver libre.
Un par de días antes habían visitado la región con la idea de conocer a fondo, lo que ya
conocían. Se podría decir que tenían en sus memorias cada recodo, cada curva de aquella vía.
Para no levantar sospechas, la última vez la recorrieron desde las termas de Colina, pasando por
San Gabriel, El Boyenar, San Alfonso donde estaba el resto del grupo comando, El Melocotón,
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El Toyo, Lagunillas, San José de Maipo hasta Pirque. Terminada la cazuela, el vino y el postre, y
sumidas en un silencio total, las mujeres salieron a fumarse un cigarrillo. A pesar del frío de
cinco grados de temperatura, se podría decir que necesitaban respirar aire puro y fresco,
absorberse el paisaje del pueblo y controlar la espera, evitar la ansiedad para que el tiempo
Un día antes del atentado. Ramiro charla con Rodrigo a quien también conoce como Taxi CAB, el
panameño. Están cómodamente instalados en dos sillas sencillas en el patio. Una mesa entre
ambos, los libros y sus ropas les dan un aire de religiosos intelectuales que leen e interpretan la
Biblia. A diferencia del resto de los compañeros, a quienes se les tiene prohibido conversar,
Ramiro está compartiendo con CAB. Hablan de asuntos cotidianos como el clima, hasta que
pasan a otros más serios. Desde lejos pareciera una grata charla entre dos seminaristas, vestidos
como tales, dedicados a una misión religiosa. Dos enormes biblias abiertas reposan sobre la mesa
como espectadores de la extraña conversación. Ambos transmiten una solemnidad que solo dan
los ritos y la muerte. Les cuelgan sendos crucifijos. No cabría dudas de que son hombres
dedicados a la meditación, a la entrega devota, y por tanto, nadie osaría interrumpirles. Se podría
decir que sólo Cristo fue el testigo del encuentro. Alexis, a sabiendas que el chileno sabe en
detalles su vida, puesto que así funciona ese tipo de organización, responde las incesantes
Frente, la cual está montada sobre fuertes cimientos estratégicos militares. De hecho, el Frente
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Patriótico Manuel Rodríguez es una entidad militar constituida por miembros de la izquierda
chilena y latinoamericana. Pero, Ramiro sí sabe detalles íntimos de cada uno, es parte de la
–Bueno, es una historia larga, pero tiene que ver con una frase que se me ocurrió una vez
y la escucharon unos compañeros. Les dije que para el enemigo, "yo soy el taxi que lo conducirá
a otro destino", de allí salió eso. Lo de CAB, es simple, son las siglas de mi nombre: Capitán
Alexis Bethel, para servirle. También es un juego de palabras. Tú sabes, los gringos llaman a los
taxi, yellowcab. ¿Recuerdas la película Taxi driver con Robert De Niro? La vi cuando estudiaba
en Buenos Aires, por ahí por el año 1977, creo. Esa película me impactó. Pero, a diferencia de los
metí en esto por la belleza de una rubia como Cybill Shepperd. Ni soy un soldado retirado de
Vietnam. Pero, me siento a veces ese conductor, ese hombre fuera de contexto. En mi camino,
como si fuera en un taxi, voy escuchando a la gente, a los comunes, a los que nadie ve, y voy
sabiendo sus historias. En ese taxi de la vida, soy testigo de crímenes, de basuras que deben
limpiarse, veo de todo. Veo muchas injusticias que estoy seguro que se pueden remediar, pero no
veo intenciones reales de hacerlo. No hay verdaderos compromisos de nuestros mandatarios con
esa idea. Es entonces cuando me provoca hacerlo a mi modo. Claro, ni soy gringo ni quiero serlo
ni mi ciudad no es Nueva York. Es más, no me interesa ir por allá. Quizás por ello me involucré
desde temprano en la lucha de clases. Por eso me hice soldado, porque amo a mi gente, sus
ruidos, sus cosas, soy muy de acá. Eso sí soy, un soldado del pueblo. Y los soldados del pueblo
debemos estar juntos para ser un ejército del pueblo. De otro modo, sin unión, no venceremos al
enemigo.
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– Por supuesto, compañero. ¿De qué otra forma se podría comprender la historia de este
continente, sino no es de manera integral? Los problemas que padece nuestra gente son los
mismos y son comunes sus enemigos. El hambre es la misma en el altiplano de Bolivia, que en el
norte de Guatemala, en Haití, en una favela de Sao Paulo, en las costas de Bocas del Toro en
mismo. El llanto de un niño enfermo que se oye por nuestros montes y ciudades, no conoce
idiomas, es el mismo. Por eso estoy aquí, para matar la raíz de ese cáncer que acaba con nuestra
gente.
– Estuviste en la Escuela Técnica Superior del Ejército argentino. Supe que tomaste la
– Hacer, tanto como hacer, pues poco. He estado en acciones específicas en las que me ha
tocado enseñar a algunos militantes a emplear adecuadamente los explosivos y no salir herido o
saber cómo manejar bien su efecto destructor. Digamos que he participado en docencia para
jóvenes revolucionarios. Pero, también estuve en el Frente Sur en la lucha para derrocar a
Somoza, el verdugo de Nicaragua. Allá empleamos minas para asegurar nuestra retaguardia. Allí
lo había visto antes, pero fue gracias a su iniciativa que me enrolé para ir a servir a los nicas. Ese
guerra contra el Tachito. Esa vez, en agosto de 1978, fueron universitarios, obreros, gente de
campo y todo tipo de curiosos a un local en Calidonia en la ciudad de Panamá, donde en persona
puse en la fila y me enrolé. Delante había muchachos que se metían sin tener claro ni contra
quien se lucharía ni por qué. Eso me dio más bríos aún, era un compromiso moral con la historia.
Sabían que los hermanos nicas requerían de ayuda. Ese día entendí mejor, la solidaridad. Habían
muchos hombres, y cada tanto, alguna mujer. Allí conocí a una chica que me llamó la atención,
no por guapa, que lo era, sino por lo joven y dispuesta a colaborar como enfermera. Era una
estudiante de periodismo que al final no solo ayudó con su pluma, sino con las armas. Creo que
vive aún en Panamá. Yo me preguntaba si ella estaba consciente del enredo en que nos
embarcábamos. Parecía fugada de su casa. Pero, en el fondo Jossy nunca dudó de su decisión.
¡Qué bella mujer! En aquel tiempo era delgada, de cabello negro intenso y mirada profunda, pero
tierna, inocente, del tipo aquel que no te permite estar cerca mucho tiempo, antes de sentir un
profundo cariño por ella. Dentro de sí, había un temple particular, la fortaleza propia de la mujer
latinoamericana, que conoce del campo y sus asuntos, pero lo mismo se sienta a planificar una
acción guerrera– responde como quien medita mientras habla– todos la querían, tú sabes, una
bella mujer en una guerrilla, pero con su temple, no era para cualquiera de nosotros. Siempre
estuvo cerca de Spadafora. Ella lo adoraba, lo idolatraba. Creo que hasta lo deseaba. Pero, el
Comandante era un hombre de principios y sabía que la disciplina y el deber no debían mezclarse
con el amor pasajero. De alguna manera, nosotros también le teníamos mucho aprecio, sin duda,
un hombre valiente y decidido. Diría, un buen líder, todo un hombre – tras esas últimas palabras,
CAB parece meditar un poco. La charla lleva una lentitud extraña, sin pasiones, pero definitiva,
como ocurre con los días que están encerrados entre el invierno que se aleja y la primavera que
llega. Los hombres siguen conversando con una calidez que despeja algunas dudas iniciales. Se
puede decir que mantienen ciertas formalidades, pero sus corazones parecen destaparse,
mostrándose cómo son. Tras un par de ojeadas al cielo oscuro y transparente, con estrellas que
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empiezan a iluminar con particular brillo, ambos se apretujan un poco en sus ropas y tácitamente
–Más de un puente que volamos dejó desmovilizada a la Guardia Nacional del dictador, a
los chigüines como les llamaban. Como te mencioné, a mí me pasaron a las órdenes directas de
Spadafora en el Frente Sur. Él coordinaba acciones con el Comandante Cero, Edén Pastora, ¿lo
recuerdas?– el chileno tan sólo asiente de mala gana y deja que CAB se explaye aún más.
excepto el bestial cerco que nos hizo la guardia somocista en ruta a Nueva Guinea. Aquello fue
feo. Para aliviar la presión que le habían montado a Estelí, el Frente decidió que se atacara desde
el sur. Pero, los somocistas respondieron con contundencia. No reaccionaron como esperábamos.
Fue una respuesta incisiva y destructora. Allí murieron algunos de nuestros mejores hombres.
Fue lamentable, pero gracias a nuestra fuerza, se mostraba al mundo que los compas, los
hermanos nicas, no estaban solos, que la solidaridad internacional funcionaba. Era increíble como
en medio del tiroteo había quienes cantaban, otros les mentaban la madre a los chigüines, porque
entre esos había conocidos y hasta familiares de los nuestros. Pero, así es la guerra, inclemente, a
veces injusta. Nuestro grupo se integró a la Brigada Simón Bolívar, que la formaban personas de
todas partes, aunque dominaban los colombianos y argentinos. Esa agrupación estaba supeditada
al mandato del Frente Sandinista de Liberación Nacional y bajo esa condición luchamos hombro
a hombro con ellos–. Un silencio momentáneo llegó tras estas últimas palabras. CAB parecía
estar atestado de recuerdos e imágenes. Aunque era poco expresivo, resultaba obvio que el asunto
de Nicaragua estaba presente en su corazón. Un brillo en sus ojos lo delataba. Ramiro callaba, era
parte de su estrategia diaria, hacer silencio y observar. Era lo que estaba haciendo con CAB,
observarlo.
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sabes, Pellegrini. Tuve la honra de verlo disparando, avanzando con furia en un campo abierto
contra la Guardia de Somoza, gritándole a sus compañeros que lo siguieran. En ese momento
supe que mi vida estaba rifada, que no volvería atrás. Me levanté de la trinchera y seguí su
ejemplo. Otros hicieron lo mismo y avanzamos contra la fuerza élite que quería cercarnos. Nos
dejándonos flancos abiertos por donde escapar. Los corrimos de esas áreas y nos salimos del
cerco. Mira, ese hombre quedó en mi cabeza disparando por siempre. Pellegrini, Pellegrini,
¿quién diría que Latinoamérica nos juntaría de nuevo?– dijo meditabundo. Ramiro no dijo nada,
–También había otros compañeros del Partido Comunista chileno muy decididos a acabar
con los militares de la dictadura del Tachito. Gente dispuesta a todo, a cambio de justicia y futuro
para la gente. A esos tampoco los he olvidado. Cada vez que las dudas me asaltan, los recuerdo.
Ese ejemplo y el de Pellegrini, me dieron las fuerzas que requería para decidir que mi vida sería
una tómbola, una lotería, y que el premio mayor lo ganaría la patria de Bolívar, la Patria Grande.
También por él, por el Comandante José Miguel, me decidí a integrar el FPMR.
–¿Y después?– le preguntó Ramiro. Una mirada incómoda se le escapó a CAB. Aún
–¿Después cuándo?
–Esa parte prefiero hablarla en otra ocasión. Obviamente fuimos traicionados y la Patria
grande de Sandino no fue lo que se instaló...nos botaron a Panamá como si fuéramos perros
–Una vez vi una foto de 1969 de Torrijos con Somoza. ¿Eran amigos o no?
–No sé qué decirte. Hay gente que afirma que sí lo fueron un tiempo, que incluso Tachito
ayudó a Omar a regresar de México en su propio avión cuando le estaban dando un golpe de
Estado en diciembre de 1969, que le mandó hombres en armas y lo escoltó hasta que aterrizó en
la ciudad de David, que gracias a esa acción, salvó el pellejo y su gobierno. Pero, si fueron
amigos o no, no lo sé. Es raro porque una vez el General Paredes, muy cercano a Torrijos, me
dijo que ellos salieron en un avión alquilado por el embajador de Panamá en México, y que
pararon a recargar combustible en San Salvador. Al parecer ese avión pequeño fue canjeado por
uno más grande, un Aerocomander de mayor autonomía. Que allí cambiaron de piloto. Un
experto los trajo de vuelta. La vaina es que con ayuda o no de Somoza, el hombre recuperó el
poder. Lo que es evidente es que terminaron odiándose a muerte. Se dicen muchas cosas, entre
otras que Omar se metió con la amante del Tacho, Dinorah Sampson, una mujer atractiva,
periodista dinámica, y ante todo, joven e inteligente. Otros dicen que Omar le debía dinero al
Tachito, y como el nica era muy celoso de sus negocios, es probable que por allí iniciaran los
problemas. Pero, yo no creo que haya sido así. El Tacho era formado en las huestes de la
Academia West Point y allá lo primero que te enseñan es a desconfiar. Tigre no come tigre. Y
estos dos eran unas fieras. Dicen que fueron los gringos los que obligaron a Carlos Andrés Pérez
Sandino. En todo caso, fue en ese tiempo cuando me enrolé, sabía de armas y lodo, no de política.
–También estuviste en Santiago durante los setentas. ¿Qué encontraste aquí que fuera
muy diferente de tu patria y que te impresionara para siempre?– dijo Ramiro, mientras ambos
sentados en torno a una pequeña mesa, disfrutaban unas tazas de té y un par de marraquetas con
mantequilla en la hora de la once, en el patio de una casa de San Alfonso, la modesta Residencial
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Carrió. La noche se acercaba con sus titilantes astros distantes, y los amigos seguían sentados
inalterables. Quien los viese de lejos podría pensar que se trataba de una sesión de un profeta a un
discípulo. La ropa de seminaristas les ayudaba. Aunque en el fondo, esa conversación bien podría
haber sido una sesión educativa, del maestro al alumno. Quizás fuese eso.
–Me resulta difícil responderte esa vaina. Hay muchas diferencias. No sé, se me ocurre
que ver tan de cerca la Cordillera de Los Andes en invierno, esas montañas tan grandes y tan
cerca de uno o quizás ver el sol aparecer sobre la nieve todas las mañanas. Todo ello me resulta
fascinante. En Panamá el sol sale por el mar y se oculta por el mar. De hecho, nuestra
independencia de Colombia en 1903, que hay quienes la llaman separación, se dio durante una
tarde donde el sol se ocultaba en el mar y la luna ya estaba en el firmamento. Los astros siempre
nos gobiernan y están girando allí, como si vigilasen que nos vaya bien. Nuestro escudo está
diseñado considerando esa singularidad, un sol y una luna juntos. Otro asunto de tu tierra es lo
patria no es así. Son doce horas de luz y punto. En mi pueblo, por ejemplo, a diferencia de lo que
he visto acá, hay mucha agua por todos lados, y los campos son siempre verdosos. Incluso en la
temporada seca, encuentras plantas verdes en medio de pastizales amarillentos y secos. Hasta en
los techos de las casas hay que hacer mantenimiento, ya que con la humedad es suficiente para
que crezca un árbol. Pero, agua, esa sí la consigues siempre. De niños nos bañábamos en los ríos
y no había muchacho que no disfrutase aquello. Aquí es diferente. Todo depende del clima. Te
puedes morir en la calle en invierno, allá hasta borracho te puedes quedar en una banca de un
parque y no pasa nada. Cuando mucho, te ganas un resfrío. A ustedes se les mueren los
borrachitos con las heladas. Pude conocer la costa en febrero, y me helé cuando me zambullí en
el mar. Eso no lo aguanta nadie. Imagínate, caminar por la playa con ropa en verano…eso jamás
lo verás en mi tierra, donde el sol y la playa siempre son sinónimos de calor y piel bronceada.
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Acá todo lo es el clima. Piensas en el invierno cuando aún es verano, y la ropa es diferente. En mi
país no importa, si llueve, pues te mojas y punto. No trasciende. Si hace sol, te pones un
sombrero y ya. El sol es calor y la oscuridad no es sinónimo de frescor. Nuestros bosques tienen
idiomas de animales que no paran de charlar. Tus bosques son altos y sencillos, silentes, callados
como iglesias. No hay desorden. En mis rastrojos, todo es espinas, cortaderas, raíces, hojas
armadillos, nidos de pájaros llenos de hormigas, en fin, hay un universo que palpita en cada
–El suelo de ustedes es polvoriento, muy fino, como si faltara agua para mantenerlo firme
y húmedo; en cambio los nuestros son oscuros y frescos. En épocas de lluvias, el barro es una
pasta rojiza que se adhiere a todo. De eso guardo muchos recuerdos. Claro en verano es diferente,
en zonas muy secas, las arcillas rojas parecen teñir los caminos y los aires. En general, hay
disparidades que no sé explicar bien. Yo creo que el clima hace una gran diferencia, pero también
el paisaje. El trópico está lleno de sorpresas, animales e insectos por todas partes, aquí hay que
salir a buscarlos. Ahh…también los temblores. Eso no lo conocía hasta que llegué aquí. Me
aterrorizan aún. Son todos los días. ¿Cómo hacen para acostumbrarse a esas fuerzas salvajes de la
Tierra? No se puede vivir en un lugar que todos los días se sacude y te recuerda que morirás
– Tampoco se puede vivir en un país donde las lluvias se arrancan todo en segundos y
después sale el sol como si nada, donde tras las inundaciones de cada invierno, quedan
cocodrilos, serpientes venenosas en las casas y zancudos que matan a la primera picada– le
replica el chileno.
movimiento de cabeza que su amigo tiene razón–. Se vive donde se nace o donde se decide o
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simplemente, donde toca estar o donde se lucha por una sociedad mejor. En todo caso, cualquier
lugar es bueno si se tiene la mentalidad abierta y la capacidad de integrarse. Bueno, continúo con
– También me impresionaron las lindas mujeres chilenas. Siempre curiosas por saber de
nosotros, nuestro acento tropical y la piel cobriza de indio que tengo. ¿Te das cuenta que todos
los indios nos parecemos? Al final de cuentas, somos la misma vaina. Pero me daba pena
– Puchas que sois raro– comentó sonreído el Comandante– ¿y cuándo llegaste de vuelta a
– Llegué a Santiago en 1985 con el recuerdo intacto de haberme tomado un fuerte trago
de ron que me había ofrecido el compañero Cleto Moure del Partido del Pueblo en una cantina de
mala muerte en Calidonia. Esa fue una despedida obligada de quien alguna vez fue mentor en mi
juventud. ¡Qué bueno es ese líquido de la caña de mi tierra! El ardor de llamas quemándome la
garganta me lo dan, el ron de caña de Pesé en Herrera y el Pisco peruano. No hay otros.
– Bajé del avión y presenté mi pasaporte en Pudahuel. Te juro chileno, que cuando me
entregaron el pasaporte me dije, mi hermano, aquí está enterrado tu destino. Tomé un taxi negro
y amarillo, un auto viejo. Al poco tiempo, me vi andando por la Alameda. La amplia avenida de
árboles negruzcos, que yo conocía excavada por el metro. Caminaba por las mismas calles que
recorría para ir al Colegio. Mientras lo hacía, mis viejos recuerdos se fueron apoderando de la
realidad, y curiosamente, me sentí como el muchacho aquel que fui. Eran los primeros días de
Junio. Primero me dirigía desde la Calle del Ejército hacia la Sazié, allí doblaba a la derecha, e
iba contando casas. Esas de aspecto francés con sus caras mustias, como si un descuido general
las hubiera llenado de polvo, y dentro, con sus caras de museos, respiraran siglos pasados. Como
si la gente de cada una quisiera mantener ese aspecto de roca gastada por el tiempo y quisiera
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también que los empedrados y adoquines fueran los caminos eternos para recorrerlos de ida y
vuelta, una y otra vez. Era un sentimiento extraño que solo siente el que llega de lejos, y yo venía
de una tierra remota. Traía aún la sal y el sonido del mar en mi piel, y los tragos de ron que me
invitó Moure. La vista amplia de espacios vacíos, pero tangibles. Todo aquello por un lado, me
hizo sentir extranjero en Santiago, la gran ciudad, y por otro, propio de esas viejas calles
adoquinadas. En mis años de estudiante, vivía en casa de la tía Claudia, una pariente de mi
madre. Ella me cuidaba y me preguntaba todas las noches, si había aprendido algo nuevo. Era tan
especial la tía. Se pasaba leyendo y aprendiendo de memoria los poemas de Neruda. Una vez le
pregunté que por qué lo hacía, y me dijo que no perdía las esperanzas de recitarle al poeta sus
propios versos, tal como una vez pudo hacerlo con Gabriela Mistral.
vainas inútiles. Tenía unos estantes de madera muy altos. Siempre me asombré de los pocos
productos que se ofrecían. Me detenía un poquito en cada uno de esos sitios, me deleitaba
algunos segundos para ver cómo la señora Melba con sus eternas mejillas rojizas y sus manos
redondas, tomaba un garrafón para servir un vino local, anónimo, tinto, como la sangre de un
barril de madera, almacenada para que los compradores se divirtieran y viajaran en sus fantasías.
Lejos, muy lejos. Veía el garrafón llenándose y apenas me daba cuenta que debía apurar el paso
para no llegar tarde al colegio. Eran ocho largas cuadras en las cuales me detenía ligeramente
admirando los balcones enrejados y solitarios, acongojados por el frío matutino de Santiago.
Ventanas vacías, sin miradas furtivas, sin luz de mañana tibia. Me fui acostumbrando a mi paseo
solitario. Así transcurrían los días, con sus mañanas olorosas a marraquetas y mantequilla, con
las bicicletas repartiendo botellas de leche, con el carabinero en la esquina parado, con su actitud
vertical, como quien dirige el tránsito de una gran avenida. Así transcurrieron los años iniciales.
En los inviernos, el regreso era triste. Fumaba mis vapores desde mi bufanda. Parecía un tren
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soplando nubes. Las manos en los bolsillos, apretado como un caracol, mi bolso de cuero
guindando de lado, un gorro de lana que alcanzaba las orejas, y enterrado en mi pesado sobretodo
verde oscuro, seguía mi camino a la casa, ese caserón con la escalera de madera que abría su
puerta gracias a un hilo que halaba la señora Jacinta desde la planta alta. En mi retorno diario,
más de una rendija de una puerta guardaba algo de una nieve sucia y aguada, diferente a la que se
sabía de tanto leerlas de ida y vuelta: Ejército, Vergara, Carrera, Almirante Latorre, Club Hípico,
Echaurren, República, Vía España, Andrade y Molina. Imaginaba que iba con un lente filmando
parte de esa historia. Cuando pasaba por Almirante Latorre, recordaba inmediatamente la batalla
naval de Iquique. No sabía si el Almirante de la calle había estado o no en eso, pero su título, me
sonaba a gloria, y lo veía montado en la cofia del barco arengando desde allá a los suyos, hasta
quedar ronco de gritar su victoria. Esa placa en la esquina también me recordaba a los grandes
navíos que formaron el nombre de Chile en la Guerra del Pacífico, tal como nos lo enseñó el
los detalles, tan sólo que le habían ganado al enemigo. Y que los barcos chilenos y sus
tripulaciones, salieron airosos. Nos decía el profesor, que el ingenio del chileno siempre fue
superior al del peruano, que el engaño criollo permitió el triunfo. Incluso se burlaba de ellos
cuando se refería a la toma del Morro de Arica. Los ridiculizaba y le creíamos todo lo que decía
Mi mundo eran esas ocho calles. Cada tanto, cuando nos escapábamos de las clases del
Profesor Bascuñán, mi amigo Mauricio Oyarzun y yo nos íbamos a fumar a la Avenida Blanco
Encalada, y de allí, al Parque O´Higgins. Luego paseábamos hasta que se hiciese la hora de
siempre nos cubrían las espaldas nuestros compañeros. Como era distraído y su clase de Artes
Plásticas, fastidiosa, nada mejor que levantar lo suficiente la puerta de atrás y huir a la libertad.
En otras ocasiones, cuando había apremio, tan sólo llegábamos a la Plaza Manuel Rodríguez y
allí sacábamos unos puchos que le habíamos quitado al perro Yáñez, y fumábamos a plenitud. La
plaza con sus pequeños arcos de metal que nos separaban de la grama y los árboles, era suficiente
para nuestras aventuras. Aunque más de una vez, pasamos por encima la cerca y un balón de
plástico nos servía para jugar futbol e imitar las jugadas del loco Caszely. Yo prefería al
Francisco “Chamaco” Valdés del medio campo. Era más sosegado y colocaba los pases como con
la mano. Carlos Caszely era personalista, genial, encajaba más con el carácter volátil e intrépido
de mi amigo Mauricio, quien era fanático del Colo Colo. En cambio yo, prefería al Antofagasta.
Amaba ese uniforme celeste y azul, porque algo de mar y silencios me llegaba con solo verlo.
Aun así, mi ídolo era el Chamaco Valdez, el mejor central de la selección chilena. Más de una
vez nos aventuramos Mauricio y yo a entrar a la casona del Colo Colo en la calle Cienfuegos 41,
ese castillo medieval color de arena, con dos ventanales enrejados, un lugar de misterios. Un día,
preguntamos cómo podíamos hacer para jugar futbol en el equipo. El conserje rio y nos dijo que
nos inscribiésemos el jueves en la noche. En ligas menores podríamos jugar todo lo que
quisiéramos, si sabíamos.
El Comandante Ramiro escucha con detenimiento a CAB. Le parece que miente muy
bien, porque él sabe por informaciones de inteligencia, que el panameño estudió bachillerato en
Nido de Águilas, y que nunca podría haber recorrido las calles que mencionó en su juventud,
porque no fue hasta 1970 cuando llegó becado a la Universidad Técnica del Estado en Santiago.
Para entonces tenía veinte años y no vivía en el centro, sino lejos, en La Reina. Probablemente
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CAB empleaba toda esa historia detallada como un ardid para no delatar direcciones ni fechas ni
datos que pudiesen comprometerlo en el futuro. A pesar del engaño, Ramiro comprende que todo
- Sí, claro. Con mi aspecto de indio guapo cómo no tenerla. Se llamaba Marina Olazábal.
Era un ángel. Estudiaba en el Liceo de Niñas N°1 que quedaba en Compañía 1484. La primera
vez que la vi, sentí un hormigueo que me llegó desde abajo. Era parte de un grupo de chicas
uniformadas que alborotaban como golondrinas en la vereda. Esa algarabía de verano me fue
llegando de a poco. Yo caminaba en dirección a Teatinos. De lejos percibí esas risas contagiosas
como una fiesta en plena tarde. Mientras me acercaba, lo veía todo claro. Seis muchachas
cantaban a Tormenta, una artista argentina que nos tenía revuelto el verano. Adiós chico de mi
barrio, adónde de prisa vas así, pasas en bicicleta, y no te puedo alcanzar… Chico de mi barrio,
flores en el pelo y los pies descalzos, chico de mi barrio, con la cara sucia y el cabello largo...oh!
El canto era contagioso, como sus risas, como sus gestos. Eran lindas y yo, caminando hacia
aquel huracán, sin poderlo evitar. Y pasó lo que no quería que pasara. Me cantaron muy de cerca,
como burlándose. Yo, muriéndome de pena. Papelitos como proyectiles fueron directo a los
bolsillos de mi uniforme. Luego, cuadras más adelante, al abrirlos, me encontré con corazoncitos
y flechas. Un par de piropos me llegaron a mis oídos y no supe qué hacer, excepto caminar más
de prisa. Chico de mi barrio flores en el pelo y los pies descalzos…Pensé replicar con algo así
como: ¡paliduchas!, pero mis ojos se quedaron prendados de los más hermosos que alguna vez vi.
Esa era Marina y sus ojos de cielo. Todo eso me daba vergüenza, pero por otro lado, quería verla
de nuevo. Desde esa tarde, evitaba pasar por Compañía, y tomaba un camino algo más largo.
Pero, Marina no olvidó mi cara rojiza ni la pena obvia de aquel momento. Y me buscó, hasta
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Chilenismo que significa: novia o enamorada.
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encontrarme. Siempre lo hacía. Me tomaba la mano sin permiso alguno y me la apretaba. Esos
momentos los recuerdo como los más felices de mi vida. Se reía a carcajadas, con su alegría
contagiosa cada vez que lo recordaba. Iba de la mano con ella y las veredas eran nuestras pistas
de baile. Saltábamos. Vamos a jugar a la libertad de poder amar, y en algún rincón de mi casa
estoy esperándote…Jugábamos, caminábamos sin que nos importara el tiempo. Éramos el amor
vivo, en el centro de Santiago. Más de una vez caminamos por la Alameda, que era un caos por
las excavaciones del metro, y en la calle Ahumada nos refugiábamos en los Entretenimientos
Diana. Allí las horas pasaban volando mientras jugábamos con las máquinas, hasta que era hora
de separarnos. Salíamos sin una moneda, sin un escudo, pero enamorados y contentos.
Ramiro sabe que el panameño miente. Llegó directamente a la UTE a estudiar y en poco
tiempo se había inscrito en el Partido Comunista de Chile. Esa era una de las recomendaciones
que le diera Moure, su mentor. Incluso, un compromiso para la beca. Ramiro está seguro que lo
de la chica es otro invento, otra mascarada. También sabe que a CAB no le cuesta mucho trabajo
movimientos libertarios. Sabe que las colecciona y guarda un diario o algo parecido. En él plasma
situaciones personales mezcladas con historias de héroes y pueblos oprimidos. Sabe que ese
–Oye, ¿y cómo es el mar del Caribe panameño?– vuelve con una pregunta abierta que en
el fondo lo conducirá a sus recuerdos del Océano Pacífico chileno, a Valparaíso y Viña del Mar, a
los libros de biología de su padre y a la serenidad que le produce contemplar el mar desde la
Caleta Portales. Ama ese ir y venir de las olas y la actividad tempranera de los pescadores que
descargan sus botes. Cierto que es un mar frío, pero ama esa frialdad. Ama las labores de
descarga de los botes, los vapores de yodo, el esfuerzo que se respira en las madrugadas en el
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puerto. El olor a salitre en la oscuridad y ese dinamismo que se produce en el muelle le fascinan,
casi se podría decir, que es un hombre de mar y futbol, entre otras pasiones.
–Mira chileno, nuestro Caribe es muy distinto a este helado mar de ustedes. En las aguas
del Atlántico hay misterios, hay seres vivos que te observan desde abajo y eso no se puede definir
de manera simple, por eso son misteriosas, porque guardan secretos que no se han develado. Por
allí llegaron y se fueron los piratas, los conquistadores de todos los colores, pero allí resistieron
nuestros indígenas. No les resultó fácil la vaina. En Panamá, si viajas por mar desde el oeste
hacia el este, encontrarás primero Bocas del Toro. Allí, dicen, llegó Colón a descansar y a
abastecerse, por ello hay una población llamada Bastimentos e incluso otra, la Isla de Colón, que
obviamente lleva su nombre, es donde se disfruta de los mariscos picantes más exquisitos que
puedas probar en el mundo. En esa región se instalaron negros de las Antillas y es común
escuchar en las calles un patois, creole o como quieras llamarle a ese lenguaje híbrido, un wari
wari que no es más que inglés, guaymí y francés en boca de mi gente. Ellos hablan con el ritmo
de las olas del mar…esa cadencia del lenguaje también la llevan las negras caderonas al caminar.
Allí preparan un arroz con coco que despide un aroma pegajoso que no se olvida nunca. Ese
aceite, los alimentos del mar y los plátanos verdes son imprescindibles para quienes posan sus
pies en esa tierra. El Calipso, la sal y el sol hacen el resto, mi amigo–. Ramiro escucha con
atención las palabras de CAB. Está concentrado, enfocado en las imágenes que le pinta. Le
parece estar en una hamaca al vaivén de los vientos de los piratas, bajo un par de palmeras,
escuchando los secretos de ese mar de leyendas y la algarabía vespertina de las ranas venenosas.
El comando panameño se detiene un poco, baja la voz y observa a la dueña del hostal que los
mira desde lejos y aparentando cierto disimulo, CAB toma su biblia, lee una página cualquiera,
canta unos proverbios con voz alta, tal como les había enseñado uno de sus compañeros de
Hijo mío, si los pecadores te quisieren engañar, No consientas. —Hijo mío, no andes en
camino con ellos. Aparta tu pie de sus veredas, Porque sus pies corren hacia el mal, Y van
Mira de reojo en la penumbra que de a poco ha venido acallando la tarde y la señora ya no está.
Sin duda el canto religioso fue suficiente para ahuyentarla, también para que constatara
nuevamente que ha hospedado a un grupo de hombres religiosos, dedicados al mensaje del Señor.
Una seña oportuna de Ramiro le permite sentarse y seguirle relatando sobre su país, aunque sigue
mirando las páginas de la Biblia, con esa mirada seca y extraviada de alguien que está en otro
mundo.
–Después te encontrarás con un terreno boscoso donde habitan los remanentes de los
indios del Caribe, los gnobe y los buglé. En esas tierras oscuras por las sombras de la noche tan
solo se aventuraron ingleses y españoles en búsqueda de oro. Aún se consiguen restos de minas
en el río Concepción, lugar de serpientes que silban a sus víctimas para avisarles que tengan
cuidado. Hay otras con pestañas que hipnotizan por su belleza, y que sin previo aviso, saltan con
sus dos colmillos cargados de veneno amarillento. La muerte llega pronto con la piel cayéndose a
pedazos, porque ese tóxico destruye tu cuerpo en un par de horas. Esas tierras las manejan los
indígenas, solo ellos conocen sus secretos. Caminan sin zapatos y conocen esos misterios que no
han querido divulgar a nadie. Si logras hacerte de amigos, te hablarán de túneles cubiertos por
marañas de plantas de unas minas que nadie vio o de unas serpientes escamosas verdes que
inofensivas, monos que bombardean con mierdas a los desconocidos, y que se ríen con voces
barítonas cuando aciertan en tu cabeza, hay también, y pude constatarlo, unos ríos de aguas frías,
cristalinas donde pocos hombres han logrado sumergirse. Esas aguas esconden bajo las rocas de
las orillas muchas sorpresas, y si uno es osado, puede meter la mano de noche y sacar unos
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camarones de río, negros como escorpiones, de sabor exquisito. Con uno solo se puede saciar el
hambre. Están los loros de cabeza azul, que con su alboroto avisan a los demás que estás en
terreno prohibido. Y de insectos, ni hablar. Nunca te abandonan. Los hay de día y los hay
diferentes, de noche. No todos pican, pero los que lo hacen, te insertan huevos que en días serán
gusanos moviéndose bajo la piel. Extraerlos produce una sensación de desgarro, que sientes en
carne propia, porque tienen pequeños colmillos con los que se aferran a su nuevo hogar. Es
desagradable, muy doloroso. Hay unas arañas pequeñas cargadas de espinas en las patas que
bajan por los hilos de las hamacas. Cuando menos lo crees, se ensañan con dos garfios como
agujas y te inyectan un tóxico que te da unas horas para contrarrestarlo. Esa arañita es de los
pocos animales a los que los indios le temen. Es verde con la cabeza transparente, suele estar
escondida en unas hojas del mismo color, que con ayuda de sus hilos, logra enroscar como un
cilindro. Duerme dentro y al menor movimiento, ya te tiene en la mira. Los animales de esa zona
son de respeto. Ningún movimiento guerrillero podría subsistir allí sin la ayuda integral de los
indios. Solo ellos sabe cómo sobrevivir a tanto veneno.– le dice CAB como cerrando el asunto de
las selvas del Caribe panameño. Ramiro parece agradecerlo, tanta descripción lo saturó en
segundos. Otro tema parece ser más atractivo para él: las mujeres tropicales.
– ¿Y las minas panameñas? ¿Las mujeres, cómo son?– dijo moviendo las cejas,
insinuando sensualidad.
– ¿Cómo así? ¿Físicamente?– preguntó CAB, al tiempo que el Comandante Ramiro, como
– Mira somos un pequeño pueblo de mezclas. Somos diversos, todos tenemos algo de
negros, y por tanto, el ritmo en todo, hasta en el hablar. Somos amables, de memoria muy corta.
Olvidamos pronto a nuestros enemigos, y terminamos tomando cervezas juntos. Amamos las
vocales, no nos gusta mencionar bien las consonantes. Y hablamos alto, porque el mar cercano te
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lo exige. Recuerda que tenemos mar por todos lados. Ustedes se dicen todo en secretos, bajito,
como si no quisieran que nadie les escuchara. Un legado indígena, quizás. En Panamá los
nuestros son retraídos y no les gusta exteriorizar mucho sus emociones, excepto cuando están
borrachos. Ahh…entonces hay que temerles, porque conocen el lenguaje de las selvas y de los
océanos. Se pueden acordar con rencor de alguna maldad que les hayas hecho, y entonces, tienes
que tener cuidado, porque son terriblemente valientes y osados. ¿Recuerdas cuál fue el primer
–¿Y dónde dejáis a Manuel Rodríguez? Ese sí fue el primero–. Mira hacia los alrededores
de manera muy disimulada y con cara de nostalgia entona bajito un canto que cuando lo hace, le
sale siempre del alma. Una tonada que es un símbolo: "...que se apaguen las guitarras, que la
patria está de duelo, nuestra tierra se estremece, mataron al guerrillero..."–. CAB entiende que
su amigo está algo sentimental. Esos versos representan para Ramiro, mucho más que una
canción, son una apología a una vida con derroteros firmes, una idea extrema que involucra la
decisión o la posibilidad de morir de ser necesario, por una sociedad mejor. Cuando los canta,
Ramiro se convierte por unos minutos en el guerrillero chileno que desesperó a las autoridades
españolas empleando ingenio y gallardía. Es también el intelectual que supo jugárselas en contra
del sistema, hasta lograr un mito en torno a sí. Aparecían los Manuel Rodríguez por lados
opuestos en el país, el pueblo lo quería porque era el carácter de la nacionalidad, su Robin Hood.
Su muerte a traición en Tiltil, dejó en el aire frío de la Cordillera, el fantasma de un hombre que
no ha muerto, que vive en cada chileno que es rebelde. Y ese es Ramiro, el comandante del
FPMR, quien de a poco se apaga con la canción. Un momento de calma se instala entre los
hombres. El aire helado llega sutil y se van filtrando en la ropa y en la piel. Se recogen un poco y
se abrigan algo más. La noche empieza a asomarse tímidamente. Un silencio extraño sigue
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separando a los guerrilleros. CAB respeta ese silencio, hasta que el chileno irrumpe con sus
preguntas.
– Con el asunto de las mujeres, pues mira, hay de todo. En Panamá también tenemos
zonas de legado español, donde las mujeres son blancas y perfiladas, altivas, nacieron para ser
reinas, pero donde el hombre defiende su patrimonio con fiereza. Eso es en la Península de
Azuero. Allá un machete afilado o una navaja son moneda corriente, en particular en bailes. Más
de un marido celoso ha terminado en la cárcel por andar saldando cuentas en las fiestas. Pero,
también está la mujer chiricana. Ahh…esas son las que llamamos, ganado bravo. Te podrás
imaginar el por qué. No las puedes manejar así no más. Son mujeres de carácter recio, orgullosas
de su estirpe. Eso sí, una vez que logras conquistarla, tendrás una fiel compañera. Están las
bocatoreñas y las colonenses que son herederas de nuestro Caribe. Tienen la sensualidad de las
olas y el calor del trópico. El mar parece bambolearlas mientras caminan. Viven en el desorden
de los colores que nos dejó el pasado africano, de eso les quedó un culo grande y redondo que se
mueve como un barco. En eso, las chilenas están en la luna. Ese ritmo es natural y no lo verás así
no más por estas tierras. Esa vaina ocurre allá donde uno–. Una sonrisa de complicidad se dibujó
en el rostro del Comandante Ramiro. Sabía que lo que CAB le contaba era cierto, él mismo había
tenido ocasión de maravillarse con la cadencia de las mujeres del Caribe, especialmente en Cuba.
Consideraba aquello una maravilla de la Naturaleza que debería ser preservada como patrimonio
de la humanidad por la UNESCO. Miró al panameño y le guiñó un ojo para que siguiera.
–También están nuestras indígenas, todas lindas. Pequeñitas, delicadas, de cabellos lacios,
oscuros y de piel de duraznos. Son mujeres fuertes, calladas y muy coquetas. Visten sus ropas y
hablan sus lenguas de misterio. Y están las que me fascinan: las trigueñas. Esas son las hijas de la
historia, son de color canela, caderas anchas, sensuales, de rasgos mezclados con tantos y tantos
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colores y formas de gentes que alguna vez han transitado nuestro estrecho país. Algunas muestran
el legado chino, pues en Panamá desde mediados del siglo XIX hay una comunidad china que ya
es parte de nuestra genética. Son alegres, desenvueltas. Así que somos un pueblo de fiestas, de
alegrías. Nunca hemos librado batallas como ustedes, ni tenemos cientos de héroes de alguna
guerra. Sin embargo, ha habido influencias extranjeras, y siempre ha habido resistencia. Desde la
época de los españoles vivimos invadidos: franceses, gringos, judíos, en fin, siempre hemos
estado jodidos. Así que mi respuesta es que somos todo ello mezclado, y te lo digo cantando para
–Si lo quieres cantar, hazlo, pero de hecho mientras hablas, ya estás cantando. Como si
fueras cubano. Ustedes hablan como si tuvieran al mar al lado reventando olas, una tras otras, o
estuvieran en un bote que lo mecen las aguas, y en su vaivén, van hablando y hablando,
– No, ellos lo hacen diferente. A ellos se les enreda la lengua en voz alta, chico– CAB se
queda con una sonrisa dibujada en el rostro, y Ramiro, pensativo. La oscuridad los va cubriendo,
ambos quieren seguir charlando, compartiendo, uniendo lazos a través de palabras que descubren
– ¿Cómo ves la política de sublevación del Frente? Tú viviste la lucha sandinista y sabes
que debemos tomar el poder para cambiar el destino de Chile. Además, ya hay condiciones para
ello. El pueblo está despertando, hay protestas, una huelga avanza lenta, pero llega como una lava
que se extiende, el régimen de Pinochet está en su punto bajo. No veo otro camino que el de las
armas para ello–. CAB se toma su tiempo para responder. Piensa con calma, pues es la primera
pregunta de corte político que le formula Ramiro. Sabe que es una prueba.
– En primer lugar, sabes que soy un hombre militante, por lo tanto, no cuestiono las
decisiones de la Dirección del Frente. Supongo que si se ha tomado ese rumbo, es producto de un
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profundo análisis político. Las bases del Frente obedecen, y yo soy esa parte de la organización.
En mi opinión personal, creo que con la nueva Constitución, Pinochet no va a dejar el poder así
no más. A él hay que sacarlo, no sólo de La Moneda, sino de la vida de los chilenos. Ese asesino
no debe andar libre, debe pagar por todos y cada uno de los muertos y desaparecidos del régimen
militar. Este año es el "Año decisivo de la lucha contra la dictadura", ya se decidió y nosotros
debemos acatarlo. Antes del 18 de septiembre, el Chancho debe estar muerto, rindiendo cuentas
en otro lado que no sea Chile, ojalá en el infierno, lo demás son pendejadas, compañero.
– ¿Y vos ya estás preparado para morir si te toca?– preguntó con rostro enjuto, glacial.
requería sacrificio, siempre estuve preparado para la muerte. Más de una vez vi pasar la pelona
cerca, y aquí estoy, al pie del cañón. Hay muchos pueblos que han resistido al fascismo y lo han
vencido. Cuando la duda me llega, tan sólo pienso en hombrecillos gigantes como Ho Chi Min,
El Iluminado, quien en su delgadez escondía sabiduría y genialidad. Su cama no era más que
unas pajas y sus ojos, los niños de Viet Nam. Ese pequeño logró derrotar al ejército más poderoso
que esperan. ¿Cómo no voy a estar preparado compadre? Cada vez que me asaltan las dudas,
pienso en los cientos de niños que son arrasados cada año por el hambre, por los quejidos que se
apagan de aquellos que no verán la luz nuevamente, y sé que estoy preparado para ofertar a un
precio alto mi vida, el precio de la libertad de un pueblo. Si ha de venir, pues que llegue, pero a
cambio de algo glorioso, enorme. Así sí.– Ramiro observa y calla, como callada ya está la fría
Día del atentado. 1986. Son las 18:06. La caravana de cinco autos, con Pinochet en alguno de
ellos, salió de su residencia en El Melocotón. En el camino, las turistas Peque y Migdalia esperan
cumplir con su tarea, informar el paso de la caravana. Luego de larga espera, se recibe la llamada
– El cóndor pasa, linda canción de los Andes, toma nota de los acordes: 413625– es la
clave que acordaron y el orden de los vehículos. Son las 18:21. El Comandante Ernesto, a quien
en esta misión deciden llamarlo Bernardo, mira a Ramiro y asiente con un movimiento leve que
se interpreta como la orden de inicio de la emboscada y muerte del dictador, que cambiará la
Alguien coloca, bajo las órdenes de Ernesto, el último discurso de Allende. ...Ante estos
hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito
histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la
semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser
segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos
sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos...
Hay lágrimas de amargura que escurren y la obvia decisión de caer si es necesario, para
darle al largo país sureño, un nuevo destino. Terminan las palabras del Chicho Allende y todos
Ernesto, graduado como oficial del Ejército de Bulgaria y con amplia experiencia en
manejo de grupos guerrilleros, se apoya en su equipo para llevar a cabo la misión, pero es Ramiro
aquel en el que deposita mayor confianza. Van algo nerviosos a cumplir la tarea. Los vehículos
de los comandos salen de la casa en el poblado de La Obra hacia la cuesta. La casa es empleada
como cuartel general, aunque han tomado muchas medidas de seguridad, a los vecinos les resulta
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extraño ver tantos autos distintos y sólo hombres entrando y saliendo de ella. Algunos piensan
que no son más que asuntos de homosexuales, otros piensan que son niños ricos con sus típicas
excentricidades. Llegan al lugar tantas veces estudiado, una curva pronunciada donde se
cambiará todo el destino de la patria. Los miembros del Frente se bajan de los autos y se
esconden de inmediato en el cerro norte de la curva conocida como El Mirador. Cargan consigo
lanzacohetes, fusiles de asalto M16 y granadas de mano. La parte sur es un barranco de más de
veinte metros de caída, que tan sólo tiene una barrera vial como obstáculo. En la preparación de
la emboscada, les fueron asignados códigos a los comandos. El primer grupo, denominado 501,
el resto, aniquilar a los escoltas del primer auto y a los conductores de las motos. El segundo
comando, numerado 502, es el Grupo de asalto a cargo de Bernardo, con Fabiola como jefe
inmediato. Tiene por tareas atacar un auto escolta y el segundo auto, dado que en él podría viajar
Pinochet. Para ello no escatimarán esfuerzos en disparar las veces que sea necesario, los cohetes
y todo el armamento que hubiese disponible. El tercer comando, el 503, a cargo de la comandante
Ramiro, estará enfocado en atacar el tercer vehículo de la caravana y en los dos autos escoltas.
Para ello, atacarán desde una ladera. El último grupo, el 504, es el de Retaguardia. Su misión es
Entre los comandos se encuentra el capitán panameño Alexis Bethel, conocido entre sus
amigos como Taxi CAB, quien recibió entrenamiento en la Escuela Militar Antonio Maceo de
Cuba. En Chile, y en esta operación, le llaman Rodrigo. Por su experiencia en manejo de armas,
le asignaron proteger al Comandante Ramiro y al lanzacohetes M72 LAW que deberá ser
disparado al menos dos veces al auto de Pinochet y al señuelo. Casi todo va de acuerdo a lo
planeado. Son las 18:35. El equipo está listo para el asalto. Días antes no solo escogieron los
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sitios donde se asentarían para el asalto, sino que cada fusilero hasta limpió de piedras su lugar
asignado.
“No habrá escapatoria para el conchaesumadre asesino que maneja este país con mano de
Chile. Pinochet sería condenado a muerte en cualquier Corte de Justicia imparcial, nosotros tan
del atentado. También recuerda la tonada dedicada a Manuel Rodríguez. Le llega a la cabeza y no
se la saca. Un par de frases le dan vueltas como abejas con su runrun constante. El monstruo
morirá, no en un juicio popular como se lo habrían planteado, sino envuelto en llamas, balas y
sufriendo por segundos, algo de lo que han padecido tantos chilenos. …Puede ser un obispo,
puede y no puede, puede ser sólo el viento sobre la nieve, sobre la nieve, sí, madre, no mires, que
Son las 18:37. Es una noche oscura. La caravana avanza a gran velocidad. Empieza a
subir la cuesta de Las Achupallas cuando una camioneta Peugeot Station Wagon azul con un
tráiler se atraviesa tras el paso de los motorizados de Pinochet. Los autos frenan furiosamente.
Hay asombro. Están detenidos. Dos comandos del Frente se bajan de la camioneta y aniquilan a
uno de los motorizados. El otro huye ileso. Se inicia la batalla. Hay disparos y más disparos. Los
autos detenidos del dictador son el blanco de una lluvia de balas. Hay fuego cruzado sobre la
caravana. Las sirenas que suelen llevar encendidas, aúllan desesperadas como a punto de morir.
Los disparos hacen del sitio un infierno mortal. Empieza a correr sangre en el pavimento.
Algunos de los oficiales intentan salir y son agujereados por las balas. ¡Emboscada!
¡Emboscada!–se oyen gritos inútiles entre la gente del dictador. Ramiro se arrodilla en la loma.
CAB le coloca un primer cohete sobre el hombro. Apunta con precisión a través de la mirilla. Ve
la cruz sobre la ventana del auto de Pinochet. Dispara el misil. El cohete sale en línea recta al
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vidrio. Desde dentro del vehículo, el General está desesperado. Parece un gato encerrado. Piensa
escapar. Abrir la puerta y correr. Ve venir una centella hacia sus ojos. Ignorando ese cohete, trata
de abrirla. Su edecán Arrieta actúa muy rápido. Le sostiene firmemente del brazo y lo mira con
oído: ¡Atrás cabo, marcha atrás! Pinochet se recoge tras la puerta. Arropa con su cuerpo al niño.
Hay gran confusión. Un comando se para frente al auto del General, le apunta a la cara y
descarga su arma de guerra. Las primeras balas dan con furia en el vidrio frontal del auto, pero no
lo atraviesan. El cohete de Ramiro golpea con estruendo el vidrio trasero de la puerta del militar,
pero no estalla. Cae al suelo. "¡Mierda, mierda, cohete de mierda!"– grita histérico. En medio de
los disparos van cayendo los hombres de la comitiva militar. Dos granadas bajo el Mercedes
estallan y no pasa nada. Es blindado. Ramiro recibe el otro misil que le da CAB. Apunta otra vez
a la ventana del dictador. Presiona el gatillo. Clic. Clic. No se dispara. Clic. No sale del pequeño
cañón. Parece estar dañado. Con disgusto voltea y lo tira a un lado. ¡Cohete de mierda! ¡Dame
otro!– grita furioso. Los otros hombres disparan y disparan de acuerdo a lo convenido. Las balas
se están acabando. La operación se ejecuta como se espera. Pero Pinochet sigue vivo. Tratan con
un tercer misil. Su auto blindado se mueve feroz. El conductor da marcha atrás. Los chirridos
parecen gritos de auxilio. Colisiona varias veces a los otros vehículos tratando de dar la vuelta
para regresar. El auto chilla herido en su retirada en reversa. Con desesperación golpea al
vehículo Ford de la escolta de cierre, echándolo a un lado. Hay disparos de Uzis. Hay tableteos
de los M16. Otras granadas caseras estallan bajo los autos. El conductor de Pinochet acelera a
fondo en una rápida escapada en retroceso. No puede ser detenido por los que cierran la caravana.
Le disparan con desesperación. ¡Se escapa el chancho, mierda! ¡Se escapa! El Mercedes da vuelta
en U y huye. Un misil destroza el quinto auto de la caravana. El fuego lo consume. Los disparos
continúan. Los militares sobrevivientes gritan desesperados por radio. ¡Emboscada! ¡Orden de
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retirada! ¡Retirada! Uno salta el muro de piedras hacia el río, pero una granada le estalla la
pierna. Huyendo del inferno, otro escolta ciego y casi sordo por las bombas, brinca al vacío. No
hay comunicaciones radiales efectivas con nadie en esa esquina de la cuesta. Así fue planificado.
Tres vehículos son comidos por las llamas. Varios cadáveres tirados entre vidrios. Cohetes sin
estallar en el asfalto. El auto del General en carrera loca hacia San José de Maipo. Le sigue el
auto señuelo a gran velocidad. Acosados por las balas, los últimos dos soldados se lanzan por el
barranco. Ruedan como bultos cuarenta metros hasta detenerse más abajo. Se oyen en medio del
estruendo de bombas y granadas, dos pitazos. Señal de retirada del comando FPMR. Los
¡Viva Chile, mierda! ¡Viva Chile, mierda! Otros, los de la retaguardia, saben que se escapó el
Chancho. En su huida, se montan en los autos en los cuales llegaron y para confundir a los
refuerzos del gobierno sacan sus armas por las ventanas y colocan luces de escoltas, haciéndose
pasar por un grupo de seguridad militar. Todo el encuentro duró cerca de nueve minutos, es decir,
una eternidad. Quedan regados por el asfalto heridos sangrantes. Por el otra parte, José, alias
– La nueva patria no puede iniciarse con rencor ni revanchismo, sino justicia. Déjenlos, ya
Se marchan a gran velocidad. Los que van en el primer auto, están eufóricos, satisfechos
de haber abierto una ventana al país, una ventana por la cual podrá respirar aire puro y ver hacia
adelante, tal como lo hacen ellos ahora; y los últimos, cabizbajos, con la certeza que el dictador
escapó al mejor de los esfuerzos del Frente. Esperando una batalla feroz que quizás los aniquile
más adelante, se lanzan en rápida huida hacia la ciudad. Fabiola emocionada le grita a su
compañero que se case con ella, que le diga que sí, y ahora, pues en unos minutos quizás
perezcan a manos de los militares del retén. No saben que el motorizado que salió ileso va
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delante alertando a los militares, quienes ya montaron nuevos retenes, que dejen pasar a los
heridos de la caravana de Pinochet, a los del CNI, sin saber que quienes se acercan bajando, son
sus ejecutores del FPMR. Mientras, en el auto atacado, el General tiembla por lo ocurrido y sabe
que se ha salvado por muy poco. Una virgen del Perpetuo Socorro queda esbozada a punta de
balazos en el vidrio trasero del auto blindado, y no faltará más de uno que le rece y agradezca la
Mientras se retira el grupo de frentistas, Fabiola lleva en su cabeza no sólo grabados todos
los instantes en que arreció su fusil ametralladora contra el segundo auto escolta, sino que se le
mezclan con algunas de las palabras que en 1984 transmitiera en la toma de Radio Minería, en un
acto de divulgación de lo que sería el Frente: Atención, pueblo de Chile: la dirección del Frente
Patriótico Manuel Rodríguez se dirige al país. Hermanos, la paciencia de los chilenos se está
agotando. ¿Hasta cuándo vamos a seguir soportando esta miseria a la cual se nos pretende
condenar? ¿Hasta cuándo tanta hambre, tanta cesantía y tanta pobreza? ¿Hasta cuándo? Sólo
cabe luchar con renovada fuerza, empleando todos los medios que podamos, incluidas las armas.
Pinochet lleva en su cabeza otras imágenes confusas del atentado. Poco es lo que puede
recordar. Empieza a reaccionar gritando histérico órdenes a los presentes. Le grita a Oscar
Carvajal que deje que el auto señuelo pase adelante y les asegure la retirada. Que haga, lo que de
hecho, ya hacía, que lo llevase a toda velocidad a su residencia. El edecán Arrieta sugiere
guarecerse en la ESAFE, una instalación militar ubicada doce kilómetros antes de El Melocotón.
Pinochet fue atacada! Nadie toma decisiones esperando que alguien de alto nivel lo haga. Tiene
una pequeña herida sangrante en su mano izquierda producto de un pedazo de vidrio. Le dice
Las mujeres se retiran del hostal de doña Inesita, tal como estaba acordado. Realizan el
check out sin muestras de una alguna actitud que no sea la rutina de dos turistas que se retiran un
domingo en la noche y se marchan a Santiago. La amable dueña les desea suerte mientras se
montan en un taxi previamente contratado. Ellas se despiden con parquedad. Inician la retirada
hacia la ciudad. Las chicas se miran con complicidad, esperan encontrar problemas en la
carretera, pero están preparadas para ello. Es parte del plan. El conductor escucha música en la
radio Cooperativa, y una alerta corta la programación para informar de un atentado al Presidente.
Todos sorprendidos oyen la noticia de última hora. Las frentistas saben que deben interpretar lo
que salga por la radio, pues no tienen forma de enterarse si hubo éxito en la operación o no.
Muestran caras de angustia para despistar al taxista, pero ambas guardan en sus bolsos un arma
en caso de necesidad. El auto se detiene como muchos otros en la larga fila que usualmente se
forma los domingos cuando el dictador se retira de su casa de montaña. Esta vez la fila será más
larga y angustiosa.
No pasa mucho tiempo antes que el país entero sepa que el atentado ha sido fallido.
Estado de sitio, toque de queda, retenes, detenciones, gritos, botas pateando puertas serán los
signos de las siguientes horas. Incluso, el mismo Pinochet explicará un día después en la
televisión, la manera cómo lo atacaron los miembros del FPMR, a los que se llama “marxistas
extremistas”. Muy calmado, no airado como otras tantas veces solía declarar, ni levantando su
aguda voz de pito y con una venda en la mano izquierda, muestra didácticamente lo ocurrido. En
paralelo a ese extraño sosiego, se está dando una de las cacerías más exhaustivas que haya vivido
la historia contemporánea de Chile. La frase “el cóndor tiene hambre” se convierte en un lema en
las organizaciones de seguridad e inteligencia del régimen. Esas cuatro palabras significan muerte
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y venganza, sangre, más muerte, al menos para cuatro personas que nunca estuvieron vinculados
al ataque. La saña, el sabor amargo de la venganza, todo, queda escrito esa noche en esos cuatro
cadáveres. Para entonces, los comandos del Frente están en casas de seguridad, aparentando una
cantidad de veces que ve en cámara lenta, lo sucedido. Se levanta de la cama. Lucila duerme. Da
vueltas por la casa. Se acerca a su biblioteca. Saca un libro para distraerse. Su preferido, El Arte
de la guerra. Cuando lo abre encuentra un papel amarillo, casi roto. Descubre que es una carta y
que no debe estar allí. Es una carta secreta de una amante. Sus notas, siempre comprometedoras,
las guarda todas en su despacho en La Moneda. Esta vez no resiste la tentación, y tras asegurarse
Te amo. Lo sabes muy bien. Cada vez que te quiero cerca, escojo una partitura de Bach,
Concierto para un amante ausente. Lindo nombre, pero triste. Dentro de mí va creciendo
tu semilla. No espero más que tu apoyo, aunque distante. Le llamaré Juan. Tuya siempre.
EN
Esconde rápidamente la carta otra vez en el libro. Lo guarda detrás de unos de geopolítica.
Ha tenido fuertes discusiones con Lucila desde aquella tarde en que lo descubrió caminando de la
mano con ella en un parque de Quito, cuando estaba destacado en Ecuador. Aquella vez, un
soplido de un oficial la alertó. Su mujer, hecha una fiera, quiso la separación, acabar con el
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matrimonio. Para su ella, el affaire con la ecuatoriana era el colmo de la desfachatez. Días más
tarde, su regreso súbito a Chile, embarazada y con sus tres hijos, fue debido a ello. Mucha agua
ha pasado bajo el puente desde entonces…, pero a Edna la ama como si fuera la primera vez.
Como si el primer movimiento de aquella pieza en piano, le llevara a esa noche en el Círculo
Militar de Quito, cuando era un instructor respetado, honrado por sus propios méritos.
Augusto Pinochet Ugarte, frente a los libros de su biblioteca, recuerda que nunca fue
aficionado a las artes, ni a la literatura. Solo comprende lo militar. Desde su juventud guarda dos
libros que le han servido para guiar su destino: El Arte de la Guerra de Sun Tzu, y Mi lucha de
Adolf Hitler. De cada uno extrae y recuerda frases importantes. Del primero, le viene con
frecuencia a la cabeza, e incluso en momentos extraños, aquella que reza: "Luchar con otros cara
a cara para conseguir ventajas es lo más arduo del mundo." Quizás aplica esas estrategias
castrenses a su vida cotidiana. Este es uno de esos momentos en que la aplicará. A la subversión
la atacará en la oscuridad. Sabe que se salvó por poco, y su vida es un regalo a partir de ahora.
Aunque insomne, sigue pensando lo del atentado, y se le revuelven todos sus recuerdos más
importantes: Edna entra en su habitación, en plena oscuridad. Se sienta. Abre el piano y toca para
él una pieza de Haendel: Sarabande. Pinochet descansa en un sofá, cierra los ojos. La ve con su
grandiosidad de diosa del Olimpo. Tiene la suavidad y donaire que no posee Lucila, quien por el
incomprensible. El resto de las artes, como la escultura, la pintura, el teatro y tantas otras
expresiones que suponen sensibilidad, las etiqueta como debilidades de almas indecisas, propias
inculcado la necesidad de "ser alguien, Augusto José, ser alguien en la vida, alguien poderoso que
no deba pedir nada a nadie, y para ello deberás ser astuto, y buscar las oportunidades. ¿Cómo
crees que se llega a tener éxito, si no es subiéndose sobre las espaldas de los fracasados? Después
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los mismos que te cuestionaron, vendrán corriendo a tus pies a que les des limosnas. Tienes que
que se escape, si puede. Por ello, es sorprendente la manera como en aquella reunión de cortesía
en el Círculo Militar de Quito, Edna Noé lo hipnotiza, lo hechiza con el encanto de la música y
con los suyos propios. Se sienta con parsimonia en una silla de caoba. Abre el teclado del
brillante piano de cola. Viste un elegante traje negro que la realza. Se recoge el cabello, lo deja
caer nuevamente por un costado, como si fuera una cascada oscura, fragante, que busca el mar.
Pinochet con sus ojos cerrados y tirado en el sillón, sigue fantaseando. En las imágenes de
Edna se mete Lucila. Llega vestida de traje de baño. Sus 16 años le sientan muy bien. Augusto
Ramón Pinochet está extasiado. Ella es la reina de belleza del Liceo de San Bernardo, y la quiere
conquistar. Suena el himno del liceo. Con los ojos abiertos al progreso, la esperanza prendida al
corazón…ella erguida, con su cuerpo incólume, virginal. Augusto Pinochet, un joven oficial,
vestido como tal, hincha el pecho y espera que la reina se fije un poco en su gallardía, en su
uniforme. El evento transcurre entre chistes y bromas de los estudiantes. La reina, aplaudida, se
retira sin notar su presencia. Pinochet llama a un amigo cuyo hermano menor la conoce. Se aparta
del grupo del rector Ochoa Ríos. Nadie lo percibe. No es una autoridad importante, es sólo un
–¿La reina? Ella es Marina Lucila, la hija del senador radical Hiriarte Corvalán – le dice
su amigo. Le pide que los presente, a cambio de unos cuantos escudos…y los saca
disimuladamente del bolsillo del pantalón. Unos acordes bajos en el piano empiezan a despertarlo
del recuerdo de Lucila, su juventud, su lucha por un matrimonio difícil, por los conflictos
familiares. Una tristeza particular lo va invadiendo en el Círculo Militar de Quito. Está sentado
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como el resto, pero a él le ocurre algo particular, se ha conmovido con esa pieza clásica. Se siente
extraño, una emoción vinculada a la nostalgia empieza a corroerlo mientras Edna avanza con la
sonata 14 en Do, Claro de luna de Beethoven. Tiene el alma herida y no sabe qué sucede.
Empieza a soñar, a ver una casa de madera en un bosque nublado. Gotean las hojas y parece que
una pertinaz lluvia se deja venir escondida en la niebla. En la casa hay una chimenea pequeña que
mantiene unas flamas lánguidas que están por apagarse. En una ventana algo empañada, una
mujer mira con desconsuelo. Edna sigue concentrada en la pieza, la cual camina entre sombras
mostrando fantasmas. Edna Noé es una famosa pianista invitada por los anfitriones. Aunque se
vieron antes del concierto, no hubo nada en particular que les sorprendiera. Pinochet y Lucila
están sentados junto a otros pocos invitados. Pero, el militar está muy lejos de allí. El primer
movimiento, un adagio sostenuto, sigue con sus tristezas cruzando el bosque. Pinochet se rinde
ante el alma de esa mujer sin rostro que llora con la frente apoyada en un vidrio húmedo. Por
dentro una flama de emociones le va arrastrando a cierta compasión que en unos acordes más,
será amor, un amor asociado a Edna, a quien tan sólo ve de espaldas. Pero adivina sus ojos
cerrados, sus manos como mariposas danzando sobre el teclado, y empieza a desearla. La ve
desnuda sobre el teclado. La imagina sensual. Una mujer así debe ser especial. Sus dedos corren
ahora con sutilezas por el ajedrez del teclado. La imagen de la otra mujer, la parca, solitaria, con
la frente en el vidrio cobra fuerza. Augusto no sabe cómo definirla. No le había ocurrido nada así
antes. Ni siquiera cuando se emborrachó tras el matrimonio con Lucila. Afuera de la casa, la
lluvia llora un dolor silente. Las teclas van escarbando el alma del militar. Su mujer no se entera
de lo que ocurre en el interior de su marido. Piensa que está aburrido como siempre ocurre con
ese tipo de eventos formales. Él quiere que la pieza termine pronto, la angustia lo consume. La
curiosidad también. Debe respirar aire puro y pensar sobre lo que acontece. Mira conmovido
hacia el techo. Trata de distraerse un poco, pero es imposible. La tez pálida de la mujer del vidrio
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de la ventana, la lluvia cayendo en silencio, la mirada perdida, sin esperanzas, y una lágrima
solitaria que resbala por el rostro compungido, resignado de la mujer dolida, lo obligan a
levantarse y dirigirse al balcón. Su esposa extrañada lo deja ir. Sus lentes oscuros impiden que
alguien note que está por llorar también. En el balcón hace movimientos musculares que
allegretto. Pinochet no atina a entender lo que siente, pero sabe que es profundo. Lo asocia a la
ecuatoriana Edna, a su música ejecutada con pasión. El tercero, es algo angustiante, un presto
agitato, es un amante que corre desesperado, lo ve con claridad. El militar sigue perdido. Los
aplausos le traen de vuelta al salón colonial. Edna se levanta, hace una lenta y profunda
reverencia. Mira a todos. Pero se detiene en un uniformado que la observa fijamente. Sus lentes
oscuros no le permiten indagar más, pero intuye que detrás de esa máscara y sables, hay un
Lucila nota una inquietud en su marido. Cierta laxitud en sus gestos. En un descuido de
ella, luego del concierto, Pinochet extrae una tarjeta que entrega a un oficial que le acompaña. Le
escribe una palabra. Le exige al oficial de la embajada que con prudencia se la entregue a la
pianista. Un supuesto malestar sirve de excusa al matrimonio para retirarse del lugar. Él va
callado en el auto. Su alma está revuelta. Cree haberse enamorado de la pianista que abrió su
coraza. Esa noche no la olvidará nunca. Sabe que no habrá fuerzas ni obstáculos que le impidan
Se van yendo los invitados. Quedan tan solo unos cuantos. La pianista se despide. Antes
de marcharse, un oficial que espera asentado en la entrada, le comunica que el Mayor Pinochet le
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ordenó que la condujera segura a su casa. Ella lo acepta, sabe que es una cortesía, o algo más. En
– Mi general le envía esto a usted– la toma y la guarda sin leerla, pues ya sabe que viene
en ella.
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Un par de semanas después, todos los frentistas ya se han fugado al lado argentino
cruzando las montañas por caminos de arrieros. Entre ellos, Alexis Bethel, quien en su país lo
conocen como Taxi CAB. Al panameño se le ve caminar con una mochila pequeña por la
lo conduce hacia donde deambula gran cantidad de personas, así se mimetizará en minutos con
cualquiera, ya sabe cómo hacerlo. En segundos cruza la avenida Bandera de los Andes y se
apresura a entrar al Hospital Central. Allí se confundirá rápidamente con el personal y saldrá
vestido de blanco, como tantos otros auxiliares y enfermeros. Nadie sabrá que es el guerrillero del
FPMR que está escapando una vez más. Toma un autobús. Se sienta, mira taciturno la ciudad.
Nadie sospecha que no es una estudiante de medicina el que va despreocupado mirando por la
ventana. Sin saber por qué, una canción en la radio le lleva a sus siete años, muy lejos de
Argentina, muy lejos en el tiempo. Quizás no sea solo la canción más que una voluntad de
sentirse bien protegido, al calor de la mano del abuelo, de las calles que lo vieron jugar casi
Tal vez sería mejor que no volvieras, quizás sería mejor que me olvidaras…
Está algo oscuro. El autobús destartalado se dirige hacia el oeste con el sol, hacia
Huaymallen. Mientras en su cabeza amanece en la ciudad de Panamá con el sol emergiendo del
mar del Sur. Ese CAB adulto escucha al niño que estuvo siempre con el abuelo Chiño. Ese niño
que le habla de vez en cuando. Recuerda como si fuese otro el que lo hace. Lucho sigue
amenizando el viaje.
amanecido aún, la Avenida Central está repleta de gente. Es un domingo de 1956. Nos dirigimos
al mercado. Cada tanto le habla feliz a algún conocido, o ladea la cabeza y el sombrero como
saludo. Ya se respiran las sales del mar de la Bahía. Llega una procesión marina de botes del
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Darién y del Archipiélago de Las Perlas. Eso es afuera. Adentro del mercado se huelen los
aromas de las legumbres, las delicias de las especias y frutas que empiezan a ser arregladas en los
puestos de ventas. Entre otras, me causan particular entusiasmo las naranjas agrias, que de tan
olorosas, pudiesen ser flores con formas de naranjas. Nunca supe por qué les decían agrias, si no
lo son. Son ácidas, muy ácidas, pero olorosas a jabón de miel. Los marinos, más que bronceados,
negros de tantos soles inclementes, llegan con su alboroto despertando a los borrachos, a los
mendigos, empujando el día con sus chistes soeces, con sus conversaciones a gritos. El mercado
está que revienta. Son las cinco y media de la mañana y mi abuelo me lleva a que le ayude a
cargar las botellas de nances que recogimos entre todos en el patio, hace dos días. La alegría está
desde temprano el arribo de los trabajadores del mar. Nos instalamos en una esquina del mercado.
Veo a mi abuelo, fuerte aunque viejo, inmortal. No me imagino la vida sin él. Veo a mi alrededor
ebrios que duermen en los rincones. Los primeros se mueven como hormigas. Van cargando
todo, motores fuera de borda que algunas veces destilan gasolinas y aceites, o algún atún del
tamaño de un niño, o la batería de un bote que debe ser recargada. Todo ese movimiento con sus
colores y gentes, me gusta. Por tiempos admiré a los pescadores del muelle fiscal. No parten en
los grandes navíos de las historias que nos contaba el abuelo de Henry, mi vecino. Eran negros, o
mulatos como yo, fuertes, de mal hablar, y en algunos casos, con dientes de oro o sin algunos de
ellos. Ese contraste entre lo que nos decían y lo que veíamos me mantenía confundido. Los botes
no eran esas naves de madera con velas estiradas al viento, donde un capitán bien vestido gritaba
instrucciones precisas a su tripulación, ni había náufragas rubias esperando en una isla desierta,
para ser rescatada y llevada a casa, sana y salva. Con mis siete años, y muchas horas de trabajo
con mi abuelo, supe que había una gran diferencia entre esos extranjeros hombres de mar de las
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historias de los libros y los que veía los domingos en el mercado del Terraplén. Los capitanes
reales eran como el Capitán Sarmiento, un hombre bajito, amargado, muy malhablado, que para
saludarme, me golpeaba una oreja y me daba un coscorrón. Nunca entendí por qué el abuelo no
–Chiquillo del carajo, ¿cómo estás?– y antes que le respondiese, ya se había marchado a
la cantina La Bocatoreña, donde le esperaban La Madama y su hija, una negra de fama mundial.
Otras veces me decía con su vozarrón de trueno: –Cuñado, ¿me cuidaste a la hembra?– y por
supuesto no entendía por qué me trataba como a un familiar, si no lo éramos. ¿Y cuál era la
Nada era elegante. Las ropas desechas por la sal, el esfuerzo, no se me parecían a los
lujosos trajes de gala que aparecían en los cuentos que me trajo de España la maestra Silvia Plat.
Dentro del lugar había verduras, legumbres, frutas tropicales y en la sección de las carnes,
siempre había un olor indefinido de sangre vieja y pollo, que no me agradaba. Era diferente al de
los pescados y mariscos. Ese otro, no lo soportaba. Quizás por ello, el abuelo sabiamente me
ponía a vender las botellas en una esquina desde donde se respiraba el aire que provenía de
afuera, de la calle, así no tendría que incomodarme con los vapores que emitía el interior.
Después de las doce, casi siempre antes del sorteo de la lotería, recogíamos todo y nos
sombra de la rampa que lleva a la Presidencia de la República. Newton siempre escogía el mismo
lugar, y se echaba a esperar que la clientela terminara pronto con las botellas. Él era como yo.
Cuando nos iba bien, el abuelo le compraba dos reales de pellejo, y pedía unos huesos para
hacerle un caldo. Lo que no sabía Newton era que en la mayoría de las veces, el caldo era para
nosotros. E incluso, en otras, hasta los pellejos. Eso sí, mi viejo Chiño nunca me dejó recoger ni
un limón ni una zanahoria del piso. Muchas frutas en buen estado se caían y rodaban por ahí, por
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cualquier lado. Verduras sanas eran mezcladas con hojas de desecho, plásticos y basuras. Yo las
podía rescatar, pero el abuelo me decía que aunque no era bueno botar la comida, un hombre
siempre debe ganársela, y nunca debe humillarse, ni mendigarla. Así que tras años de
acompañarle en esas labores dominicales, aunque estuviese muerto de hambre y sed, el suelo no
era mi solución. De los asuntos más extraños que vi allí, me viene a la cabeza aquella cuando a
media mañana entró un grupo de hombres elegantes con sombreros y bigote bien recortado, otros
más atrás con guayaberas blancas, pulcras y actitud arrogante, empujando y abriendo paso al
doctor, al candidato. Estaban vestidos sin uniforme, eran pocos y llegaron gritando al mercado.
Al principio mucha gente murmuró que esas no eran las maneras de tratar a nadie, pero pronto
sus comentarios y críticas se disolvieron cuando entró el doctor Arias en persona a saludar a los
presentes. Mi abuelo fue uno de esos que le brillaron los ojos. Me dijo: "Alex, no te muevas de
aquí, que voy a saludar al doctor". Y me dejó cuidando todo. La muchedumbre se arremolinó en
torno a él, y luego, tan rápido como llegó, se marchó. Cada uno volvió a lo suyo, e incluso aún se
oían comentarios de algunos liberales adversos al candidato, que insistían en que...así no se trata
a la gente. No habían pasado treinta minutos cuando llegaron unos jóvenes universitarios y otros
del Instituto Nacional. Traían consigo unas banderas rojas y negras, e iban arengando mientras
les entregaban unas volantes en las que se pedía libertad para algunos detenidos políticos del
gobierno del General Remón. Él y los militares de su grupo habían instaurado un régimen de
atropellos. Con su muerte, el país despertaba exigiendo sus derechos. ¡Es tiempo de denunciarlo
compatriotas!– gritaban al unísono. El asunto fue tomado como un acto de rebeldía, pues todos
sabían que las autoridades vendrían en minutos a golpearlos. Algunos de los pescadores apoyaron
– ¡Es verdad! ¡Lo que dicen es verdad! Son unos corruptos. Malditos. Por eso mataron al
Presidente– se escucha desde la puerta lateral del mercado. Y otros gritos piden libertad para los
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presos políticos. Un aire raro, como de miedo se siente llegar desde la calle. El abuelo me aprieta
la mano. Me pide que nos movamos rápido. Estoy guardando las botellas en el saco de henequén,
cuando dos radiopatrullas llegan con su luz roja anunciando problemas. Los muchachos gritan
más fuerte. Los ojos del abuelo se inflan de temor, y con esos ojazos asustados comprendo que
hay que irse. Los estudiantes corren a la salida del Terraplén. Los guardias los bloquean. Entran
golpeando con los toletes. Rompen todo lo que encuentran. Se arma una guerra de botellas,
pedazos de ladrillos y verduras. ¡Libertad! ¡Libertad! Suenan dos tiros como truenos. Hay gente
corriendo. Luego otros más. Y más. Casi todos se tiran al suelo o huyen. Hay sangre y alguien en
el piso. ¡Lo mataron! ¡Lo mataron! Chiño ve a uno herido, me mira a mí, me grita que corra, que
me esconda bajo la rampa. Newton ladra y ladra. Yo arrastro el saco de botellas que se van
rompiendo, dejando una estela de nances y vidrios hacia la rampa. ¡Abuelo! ¡Abuelo! Chiño
ayudaba a levantar a uno de los muchachos. El Guardia salta como un lince. Le veo llegar con la
furia de sus ojos hambrientos. Cae como un árbol con el tolete abriéndole la cabeza a mi abuelo.
En el suelo le sigue golpeando con ira. El cuerpo del abuelo es una masa que no reacciona. No se
queja. Otros guardias llegan. Siguen golpeando a cualquiera con ferocidad. Corro hacia mi viejo.
Trato de despertarlo. No me dice nada. No responde. La gente, a pesar de los tiros, se acerca a
auxiliarlo. Pero no se puede hacer mucho, está pálido y suelto como si no tuviera conexiones en
que voy camino a la casa de seguridad en el barrio de la Media Luna. El niño se calló por ahora.
Ya no llora al abuelo. Sé que cuando menos lo espere, saldrá a recordarme quién soy y de dónde
vengo. La radio sigue con los boleros de mi infancia. Cómo fue, no sé decirte, cómo fue, no sé
Capítulo II
EL INVESTIGADOR
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Lunes 22 Febrero 2010. Oscar Klinsman, con una elegante chaqueta negra en mano, espera en la
fila que hacen miles de personas para ingresar a la Quinta Vergara, lugar donde se realiza el LI
Festival de Viña del Mar. Aunque no se considera un hombre frívolo, tiene especial interés en
vivir esa pasión por la música popular, quiere verse envuelto en el lugar común de quien asiste y
se emociona con los artistas. Conoce a Carlos Gómez, uno de los integrantes y baterista de la
banda Difuntos Correa que representará al país en el festival, y no puede rechazar la oferta de
asistir. De ellos le gusta la manera como ejecutaron el poema de Neruda, Sube a nacer conmigo
hermano. Ese poema ya había sido de gran aceptación en la versión de Los Jaivas. No había
razón para no disfrutar esta vez de aquel espectáculo, que año tras año, se había perdido. Oscar
mantiene a ambos entre sus grupos favoritos. Esta vez los verá en medio de la multitud.
Finalmente como si fuera una larga serpiente constituida de gente paciente, hay un movimiento
progresivo pero definitivo que calma los ánimos. Se mueve la lombriz de gente. Oscar al igual
que muchos es presionado hacia adelante. Siente como si le sacaran la cartera. Se da vuelta. Hay
muchas caras, pero todas en sus asuntos, y casi todas con un elemento común: entrar a la Quinta
Vergara. Se palpa el bolsillo trasero y su cartera está allí. Sin embargo, apostaría que lo habían
“tocado”. Otra vez la masa de gente se mueve hacia adelante. Mira de reojo hacia atrás y ve a un
hombre rubio, elegante, con lentes oscuros y una chaqueta fina, una mujer joven que le
acompaña, unas chicas que no paran de hablar de los artistas, dos amigos que parecen ser sus
novios y otras personas. Ninguno levanta sospechas. En fin, no le hace mayor caso al asunto. Por
tercera vez la masa se mueve, presionando. Empieza a darse algo de ansiedad. Esta vez Oscar
siente que alguien lo observa. Con expresión de inocencia se disculpa por los apretones con la
chica que le antecede. Ella es menuda, de tez canela, ojos muy vivos y una expresión risueña que
aparece con regularidad en su rostro. Ella se da vuelta, y con una sonrisa comprende que Oscar
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resignación. Aquella mirada es suficiente para ambos. Empieza a moverse rápidamente la fila.
Todos van buscando sus puestos. Por asuntos del azar, Oscar y la chica se ubican cerca en las
sillas. Yaffit Sacs no espera más para presentarse ante el hombre, que minutos atrás, le ha
– Hola. Me llamo Oscar. Disculpa los empujones, pero como ves, no soy yo quien los
– Descuida, sé que es así. Tienes razón, soy panameña. ¿Se nota mucho?
– Estoy estudiando una Maestría aquí, en Viña del Mar. Tú tienes cara de abogado o
– Casi, en realidad soy investigador forense, pero para ti, puedo ser abogado.
– ¿Nos sentamos juntos?– propone sin protocolos la muchacha, mientras escogen un par
– Genau2– la chica que quedó en medio comprende la situación y cambia de puesto con
pancartas. Empieza un ruido de gente alegre que hace difícil la comunicación entre Oscar y
Yaffit. La mano en señal de espera de ella le sirve a Oscar para entender que lo mejor es ver el
espectáculo, ya tendrán ocasión de hablar en los intermedios o algo más tarde. El evento
comienza con unos sonidos electrónicos y unos rayos láser azul cobalto. En medio de aquella
oscuridad profunda, el Festival abre con una película de imágenes hermosas. El escenario
22
Exacto en alemán.
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atravesado de luces presenta el ambiente perfecto para fijarse tan sólo en los colores brillantes de
los paisajes y animales chilenos. De pronto unos niños como ángeles, cantan una melodía
gran fiesta nacional. En la película aparece una enorme bandera chilena flameante, más niños y
jóvenes de blanco danzan armoniosos bajo las luces azules. Un recuento de la historia indígena y
luego la influencia española es presentada en sutil progresión, que con dinamismo, ofrece un
escenario y en medio, una bailarina se eleva vestida con la bandera nacional. Yaffit está
emocionada, lo están todos a su alrededor. Mira a su lado y ve a su amigo con la mirada húmeda,
orgulloso de su identidad. Sin duda, el ballet ha llegado a los corazones de todos los asistentes.
La inmensa bandera cruza de lado a lado el cielo de la Quinta Vergara, y los fuegos artificiales
tricolores iluminan la noche. Numerosos aplausos despiden a los folcloristas. Anuncian a Coco
Legrand, a quien Oscar tenía mucho tiempo sin oír ni ver. El humorista como es su costumbre,
llega en una moto escandalosa al escenario. Se detiene en medio del juego de luces frente a una
gran gaviota plateada que arriba gira y gira, el símbolo del festival. El estruendo de la Harley
Davidson perturba un poco al llegar. Es un ruido que todos toleran, porque ese que llega al
escenario es querido. Tiene carisma. Posee la habilidad de desnudar el inconsciente colectivo del
chileno. Sabe mostrar cómo es la familia típica de clase media alta a la cual la mayoría aspira a
ser, y lo hace con humor. Tras continuos aplausos y en medio de una gran algarabía, inicia su
show agradeciendo al público. Viste una gorra oscura y una chaqueta celeste de blue jean
gastado, cabellos canosos, un largo collar y el reconocible peinado de muchacho travieso con el
arranque de confianza, Oscar se deja llevar por el momento. Está emocionado de ser chileno y
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quiere hacérselo saber a la chica, quien por demás, le ha demostrado un par de veces, con su
– Oye, chica linda, este tipo es fantástico. Ponle atención, estoy seguro que te gustará. Al
final hablamos– le dijo cerca al oído a Yaffit. Esto último lo hizo así, pues de otro modo no lo
habría escuchado. Ella también lo entendió bien, aunque no dejaba de asombrarse a sí mismo lo
Coco Legrand está sarcástico, analítico, todos disfrutan su humor particular que es casi
una introspección de la sociedad chilena y sus actitudes, algunas veces reprochables, pero
comunes, absurdas, por tanto, risibles. Por medio del humor siempre logra enviar mensajes
crudos, difíciles, que quizás de otra forma, no los aceptarían sus compatriotas. Yaffit ríe
contagiada por el público, aunque gran parte de la verborrea de Coco, no la entiende. Habla muy
rápido. Se da vueltas y mira a su nuevo amigo Oscar, quien de alguna manera, también está
pendiente de los movimientos de la joven panameña. La noche está algo fría. El abrigo de Yaffit
no parece ser suficiente y de esto se percata el investigador, quien de forma caballerosa, no solo
le ofrece su chaqueta de cuero, sino que se la coloca sobre los hombros, a lo que la joven
continua, a la gente le encanta su sarcasmo, se podría decir que hay algo de castigo en la figura
estereotipada de la clase media alta. Yaffit escucha de su nuevo amigo unas palabras que le
avanzando y el frío los encoge a todos en una noche que galopa veloz. Todos quieren más de
Legrand, pero esperan otros artistas. Tal como vino, se marcha. El ruido de la Harley Davidson
inunda el local. A él no le importa. Así es. Al público tampoco parece molestarle. Se despide con
su ruido, sus gaviotas, su chaqueta y su ironía que hace reír y reflexionar, como si se burlara de
todos. El concierto sigue con algunos participantes extranjeros. Pero, todos esperan a un
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canadiense que al parecer, brilló en los años sesenta y setenta. Ese es Paul Anka, un cantante al
que pocos recuerdan, pero esta noche, lo harán suyo. Lo querrán como si una fiebre de olvido se
apoderara de todos y les fuera presentado por primera vez. Llega con mucho entusiasmo
animando al público una vieja canción algo pegajosa: Oh Dayana. Vestido como si fuese a una
entrevista de trabajo, pero con una alegría contagiosa, se mezcla entre los asistentes. Canta con
piruetas, muestra un hombre muy maduro para el canto, pero entusiasta. Una canción en
particular le llega al corazón a Yaffit, la escuchó muchas veces en su casa cuando su madre los
sábados en la mañana solía cantar despreocupada mientras iniciaba el rito de su belleza, Put your
hand on my shoulders. Con la canción She is a lady, que interpretaba el sensual Tom Jones, Anka
pone a todos a cantar y aplaudir. Saca a bailar a una chica. Luego, hasta carga a su hijo de siete
años y baila con él. El público lo celebra. Hay algo de mucha humanidad en ese hombre y ante
todo, gracia. A pesar de esos escasos momentos, al igual que ella, Oscar está algo aburrido.
Reconoce que ese no es el género de música que más le agrada, sin embargo, no lo quiere hacer
notorio. Después de todo, él solo fue quien decidió ir al Festival, sabiendo que se trataba de un
acto de masas, y por tanto, no necesariamente de su gusto. Tanto Oscar como Yaffit, se miran
como diciéndose "no es lo mejor que haya visto, pero no está mal…". Ella tampoco quiere
mostrar su desencanto, porque a pesar de la alegría de Anka, no se siente del todo identificada
con sus melodías. Una de las últimas piezas reanima al público que está algo distraído. Anka con
batuta en mano, dirige a su orquesta, obteniendo un sonido magistral. En esa pieza no canta, tan
solo dirige, y lo hace muy bien. El público le pide una canción extra antes de su retiro del
escenario, y tras presentar a sus doce músicos, vuelve a emocionarse cantando la conocida
Oh...Dayana. Como una merecida despedida, todos de pie lo ovacionan. Faltan Los Difuntos
Correa, pero Yaffit desea irse, y Oscar la acompañará. Se acerca el cierre de la primera noche del
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Festival. Ya no importan los Correa, incluso, a él, otra energía le va naciendo desde dentro. Una
fuerza que hacía años no sentía. Le gusta la chica, y sin duda, acompañarla será más importante
que el concierto.
Yaffit y Oscar, se van escurriendo juntos en medio de la multitud. Para no perderse, ella le
toma la mano. Se sorprende y algo apenado, no la niega. En medio de abrigos, empujones, risas,
llamadas de teléfonos, algo de la multitud se va decantando por las salidas hacia la noche del
Pacífico chileno, hacia el mar. Una vez fuera, una brisa aún más fría, la hace tiritar. Oscar se
ofrece a llevarla a su casa. Nuevamente tiene la extraña sensación que alguien lo mira, pero está
muy interesado en conversar con su nueva amiga. No presta mayor atención al hombre rubio y su
mujer, quienes pasan muy cerca a su lado, sin perderlo de vista. Le parece que fue la misma
– ¿Mañana? ¿Cómo sabes que vendré?– preguntó con cierta malicia la joven.
– No sé, la lógica me dice que nadie viene por un solo día al festival–. Aunque por dentro
reconoce que él tan solo tenía pensado hacerlo ese día. Ahora la situación es diferente, quedó
enamorado de la muchacha casi tras las primeras palabras. Luego de meditarlo algo, ella acepta,
pero con una condición, que tomen un café muy caliente primero. Se van juntos a comentar el
evento, y sin duda, a conocerse. Cada uno va brillando en la oscuridad, pues se han enganchado
de tal forma, que les parece que se conocieron siglos atrás. Un pequeño bar en una calle que
escala al cielo, parece un lugar prometedor. Sentados frente a frente, un destello inquieto entre los
dos anuncia claramente que se gustan. Las miradas coquetas dan paso a preguntas más íntimas.
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Ella le pide su número de teléfono. Se lo dicta. Aunque la noche avanza, no solo no se quieren
separar, sino que las preguntas personales van apareciendo en un diálogo que promete durar sin
importar el tiempo. Varias tazas de café moccacino son testigos de la noche y del encuentro.
Luego un vino tinto descubre los verdaderos gustos de ambos. Oscar está fascinado con la chica.
Es perfecta para él. Así ha deseado a su compañera. Por su lado, ella quisiera que al terminar esa
noche, ese hombre guapo y culto, la abrace, la estreche con energías, porque hace años no siente
esa fuerza de unos brazos sólidos y un rostro de niño que se presenta con la sabiduría y madurez
que toda chica anhela. Está segura que con su creatividad e imaginación, captará el interés que al
– No, hebreo.
– ¿Y qué significa?– tras una larga pausa, como recordando, al tiempo que se prepara
mejor para conocer a su nuevo amigo, Yaffit, responde algo más seria, pero con la candidez de
Scheherazade que cuenta una de las tantas historias de Las mil y una noches. Toma un buen sorbo
de vino. Mira a los ojos a Oscar, y parece que no le importa hacer evidente que le gusta. Ambos
¿Quieres?– le dijo en un tono tan femenino, que no habría manera de convencerla de otro asunto
– Tiene que ver con una mujer ávida de riquezas que trató de engañar a un sultán, y lo
enamoró. Ella le complacía todos sus caprichos, los cuales eran bastante inocentes. Ciertamente
tenían más relación con travesuras de niño, que de un adulto lleno de alhajas, camellos y prendas.
Él a veces le pedía que le silbara como un gorrión amarillo que alguna vez vio en Europa para
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que su imaginación volara a esos lugares distantes. Otras veces, que le adornara simétricamente
los ingredientes de sus comidas, y le dibujara en ellas, paisajes de tierras lejanas. En una ocasión
le pidió que le untara un bálsamo milagroso que le permitiría dormir como un niño, para lo cual
también le pidió que le cuidara el sueño. A ese guapo e inocente sultán la malvada mujer trataba
en vano de extraerle joyas y dineros, pero en esa materia, el hombre era algo más desconfiado y
le profería adivinanzas o acertijos para poder pagarle. La mujer era ambiciosa. Al mismo tiempo,
algo torpe. Muy pocas veces, y no sin esfuerzos, lograba dar con las soluciones a los problemas
planteados. Pero, a su oído llegó la noticia de una ayudante de cocina que parecía inteligente. Sin
duda buscaría la manera de aprovecharse de ella. Era Ester Yaffit, una humilde y educada mujer
llegada de lejos. Una tarde la malvada la encontró arreglando para el sultán una ensalada de
almendras, higos y otras semillas, adornadas con uvas, pasas y cubiertas de salsa de ajonjolí.
Algo de cordero muy tierno quedaba en hilachas alrededor, sin dudas, un plato exquisito. Ya
tenía preparado un té de hierbas aromáticas y pan en forma de una gran galleta delgada. Se le
acercó. La tomó con firmeza del brazo. Le habló con intensidad de una propuesta que no debía
rechazar. Le ofreció algunas monedas si la ayudaba a resolver los acertijos que ella le trajera –.
En esta parte de la historia, Yaffit mueve sus manos de una manera coqueta, sus gestos
saborear el Merlot, que poco a poco se va acabando– Ester algo extrañada por la rara propuesta,
aceptó poco convencida, quizás más por la curiosidad del asunto que por el afán de ganar unas
monedas adicionales. Esa noche el sultán veía conmovido las estrellas del firmamento, cuando
– Tienes un collar de diamantes y rubíes que te he visto vestir cuando llega la luna llena,
– Como bien sabes, la riqueza fácil, no dura. Por ello, debes responder una pregunta
– Yo soy como una botella llena hasta la mitad de un excelente vino. Quiero que me
tomes por completo, que te deleites con mi sabor, y que lo hagas sin romper la botella, sin
perforar el corcho. ¿Cómo harás?–– la mujer memorizó la pregunta y replicó con una solicitud.
encontrarnos en este mismo lugar– a lo que el hombre se negó con un movimiento leve de
cabeza. Por el contrario, le dijo que tenía una hora para traerle la respuesta, de otra manera, el
collar seguiría en donde estaba guardado. Seguidamente, dio vuelta un enorme reloj de arena, el
cual empezó a dejar caer su hilillo de finas arenas del desierto. La mujer apresurada salió en
búsqueda de Ester. La encontró perfumando algunas ropas del sultán. La tomó otra vez del brazo,
con mayor firmeza y autoridad, le exigió que le respondiese el acertijo. Ester escuchó con
– ¡Apura mujer, que requiero tu respuesta!– le dijo la malvada– en esta parte del cuento,
Oscar estaba totalmente absorto. Había descubierto un oasis en un desierto. No entendía cómo
podía haber mujeres como ella sin que las hubiese conocido antes. Empezaba a estar atraído de
manera total por la locuaz panameña. Ella, algo melodramática, hacía énfasis en las palabras que
lo requerían, y susurraba buscando la candidez y sutilezas que merecían otras. Mientras relataba
su historia, la veía con la certeza que cada detalle de su rostro, sus cabellos algo desordenados,
sus ojos, sus profundos ojos negros, y sin dudas sus manos de mariposas, estarían en su cabeza
por mucho tiempo. Había aprendido a fotografiar imágenes, concentrándose a voluntad, y eso
– ¡Apura, apura, que requiero que respondas!– le reiteró la mujer a Ester, quien estaba
En esta parte, Yaffit se detiene, asume la postura de Ester. Sentada con la cabeza sujeta
entre sus manos, guarda silencio un momento. Oscar no interrumpe, hasta que la espera empieza
turno de ella. La noche avanza rápida y fría, pero la excitación en la conversación es obvia, están
– Bueno, eso depende. Siempre hay de todo un poco. El caso más reciente fue la búsqueda
de un familiar que heredó una fortuna y al parecer, lo dieron por muerto. La sucesión no se podía
ejecutar hasta que se descartara su presencia, que se probara que ya no vivía. Todos querían su
– ¿Y qué pasó?
– Te lo cuento mañana–. Y con un guiño de ojo, se sonríe. Ella acepta que aquella frase
que dice que "lo que es igual, no es trampa" y sabe que se aplica a esta situación. También sonríe.
Oscar la invita a retirarse antes que las luces del alba empiecen a pintar los cielos australes. Ella
comprende que la estrategia de su amigo empieza a ganarle terreno, aunque lo acepta, sabe
inmediatamente que no sólo se verán, sino que repetirán la idea de "tomarse un café y conversar".
Por ahora, ya pueden irse a dormir. Tal como fue el gusto de él, Yaffit es llevada a la puerta del
edificio, en donde comparte un apartamento con dos estudiantes también. Un beso tímido cierra
la velada y dos sonrisas cómplices alumbran ese momento. Sin duda, mañana se verán en el
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Festival, así lo han acordado. Será en la entrada principal a las 18 horas. Klinsman se marcha
alegre, hasta salta cada dos pasos. Decide alojarse esa noche en un hotel, no quiere manejar hasta
Santiago, ni a su apartamento. Quiere una noche distinta, y más ahora que sabe que se verá con la
Esa noche, o al menos lo que restaba de ella, Oscar no pudo dormir. Sentía una fuerza
misteriosa que lo mantenía activo, despierto, alerta. Recordaba con nitidez cada parte de Yaffit, la
textura de su piel, su olor, un aroma de flores que seguramente provenía desde el fondo de sí, y
no del perfume que se había colocado por gotas tras las orejas y en su pecho, como suelen hacer
las mujeres. La veía con su cabellera negra, extensa, suelta al viento, y posteriormente, recogida
en un gracioso moño que ocultaba la chaqueta de cuero que le prestó. Sus labios sin ceras ni
artificios, puros, sensuales, algo gruesos, pero, tentadores. La recorrió toda esa noche, la vistió y
desvistió con su aguda mente. No dejaba de asombrarse de aquella chiquilla que le empezaba a
robar el corazón y su control. Yaffit tenía una mirada cautivadora, unos ojos penetrantes que
desarmaban. Ante todo, un brillo infantil que él no pudo menos que guardar rápido en su
memoria. No deseaba ser descubierto oteando de más. Esa mirada quedó almacenada en su
cerebro, y la revivía cuantas veces quería esa madrugada. Ya con las luces del alba tiñendo el
cielo, se levantó a admirar el amanecer como muchos años atrás acostumbraba. No recordaba si
la muchacha le había dejado su número telefónico. Con los primeros rayos del sol, salió a buscar
entre sus bolsillos, la cartera y otros objetos que cargaba. No encuentra ningún papelito ni
anotación. Busca en el celular. A veces anota allí. Tampoco encuentra nada. Se sienta. Trata de
recordar cada movimiento. Nada. Reconstruye todo el tiempo que pasaron juntos y no recuerda
ningún instante clave en el que hiciera tal solicitud. No se perdona aquel descuido. Sin duda
la Quinta Vergara. Se sonrieron al verse. Estaban algo nerviosos al pensar que lo de ayer había
sido un encuentro fugaz de esos que el destino pone a los pies, una sola vez en la vida, y que
quizás el otro, simplemente no se presentara, o lo hiciera con otro rostro. Pero, no fue así, las
energías de anoche siguen en sus venas. Él camina algo apresurado. Viene vestido con unas botas
de cuero negro, un blue jean costoso, y una camisa blanca a medio abrochar. Lleva en su mano
derecha, otra chaqueta de cuero de color negro. A cierta distancia, un hombre con un uniforme
blanco vende golosinas y parece observarlo. Ella luce también unos modernos pantalones largos,
una blusa de corte artesanal, esta vez hindú. Viste una larga bufanda de lanilla tejida con
exquisitos puntos de colores, al parecer, marroquí. Carga en su mano izquierda la chaqueta que le
prestara Oscar la noche anterior. Se abrazan. Se vuelven a abrazar y se demoran unos segundos
para que sus cuerpos se conozcan. En esos segundos, se huelen. Ambos están encantados con
todas esas nuevas sensaciones. Se dan un beso de saludo y otro abrazo, algo más corto. Casi sin
pensarlo, se toman de las manos y caminan a la fila. Por segunda vez están sentados disfrutando
juntos de un espectáculo, que de por sí, es genial. Ambos esperan bailar o moverse un poco con
Don Omar, a quien han anunciado de manera especial. Pero, de acuerdo al programa, será al
final. Mientras llega ese momento, intercambian opiniones sobre los concursantes. Tras un breve
silencio, Oscar no contiene la curiosidad y le suelta sin avisos una pregunta directa.
– ¿Cómo termina tu historia?– Yaffit no se la espera. Su rostro canela con sus ojazos
profundos sigue inquietándolo. Nuevamente se asegura a sí mismo, no haber sentido desde hace
mucho tiempo, el gusanillo de estar enamorado. Suele ser un hombre calculador y metódico, pero
la chica lo ha descuadernado. Se deja llevar por sus impulsos. Es obvio que de ser necesario,
postergará algunos de sus planes de trabajo, llamadas de negocios, y todo aquello que pudiese
perturbar. Se siente un niño capaz de brincar, cantar, sin más ni más, y no importarle el ridículo.
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Él mismo no se reconoce, y todo le ocurre en tan poco tiempo. Está asombrado de sus nuevas
energías. Al mismo tiempo, algo inquieto por la opinión de su nueva amiga, sobre él, su estampa,
su forma de ser. El beso de ayer, las manos tomadas, son un comienzo que lo mantiene desde
algunas horas en una especie de duda existencial. Por un lado, su vida cargada de planes y
metodologías, sus casos, su buena reputación de hombre analítico, objetivo, y ahora por otro
lado, el renacer de ese Oscar que creía dormido, aquel que disfruta lo improvisado y espontáneo,
la buena música popular, el aspirar el aire caminando por una calle del centro de Santiago,
tomando una flor y colocándosela en el cabello a una chica amada. A ese, aún no lo reconoce
como tal, pero, sabe que está aflorando de forma repentina e intensa, como una erupción de un
volcán sureño. El vendedor de golosinas se acerca a su fila, él decide comprarle algo a su amiga.
Ella coqueta, no lo niega. Escoge unos masticables de limón. El vendedor es el mismo que
– Bueno, la historia en sí, no termina. Eso es lo interesante del asunto. Es algo así como
una versión moderna de Las mil y una noches. Y a mí me gusta contarla– dice Yaffit moviendo
ligeramente la cabeza de lado a lado, como quien danza con el vientre sin hacerlo. Oscar la ve y
se la imagina bailando con unos tules y campanitas en la cadera. Mientras lleva adelante esa
doble tarea de mostrarse interesado y al mismo tiempo, imaginarla muy sensual en una pieza de
una castillo en Arabia. Él, un sultán joven y caprichoso que tan solo espera respuestas a sus
preguntas.
– ¿Quién te dijo que lo acertó? Quizás sí, quizás no. Debes ser paciente.
– Bueno, bueno, pero al menos dime qué ocurrió. Dame algunas pistas.
– Está bien. Te adelantaré parte de lo que debería relatarte esta noche– hace un elegante
gesto de agradecimiento. Yaffit mira hacia el escenario, no está ocurriendo aún nada que le
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interese. Da vuelta su rostro hacia el chileno, lo mira con sus ojazos profundos y reinicia la
historia de su nombre en el punto donde había quedado antes. Oscar baja la mirada para escuchar
de cerca la voz que desde ayer, le suena al oído con un nuevo gusto con el cual deleitarse. Yaffit
con sus palabras de misterio inicia el relato de la mujer desesperada por obtener la respuesta al
– Ester estaba pensando y pensando, hasta que la mujer la presionó y amenazó de tal
modo que, apresurada, le dijo la respuesta. “Verá usted, si la botella de vino es buena, nadie la
deja mucho tiempo en reposo. Seguramente lo que el sultán quiere que le diga es que usted debe
pensar mucho antes de romper nada, porque siempre hay un camino de la razón, y ese es el que
increpó algo airada la mujer a la pobre Ester, mientras mostraba una pequeña daga que hasta
ahora, llevaba oculta en su falda. “Para probar el sabor del vino, no hace falta romper la botella,
escuchó la parte de la resolución que era la de mayor sabiduría. Ester se la decía a si misma en
voz muy baja. "El sultán lo que quiere es que se le conozca a fondo, lo suficiente como para
comprender cómo funciona, de qué está constituido, y posteriormente a ello, poder resolver algo
tan simple como obtener de él lo mejor." Para Ester, fue el fin de un suplicio que no sabe cómo se
ganó. Al menos, eso pensó–. Oscar la miró extasiado. Él mismo no tenía idea como responder la
Yaffit, se recriminaba cómo no saberlo, era tan simple. Hasta se empezó a molestar un poco
consigo mismo, pues sabía que estaba distraído, quizás algo ausente, y para su estilo de vida, esto
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era fatal. ¡Por supuesto, hundir el corcho! Luego comprendió con el inmediato silencio de Yaffit,
que quizás el mensaje del cuento estaba hecho a su medida, y que al final, no era más que una
forma parabólica de pedirle que la conociera a fondo, que la entendiera y con ello, el resto sería
sencillo. Esta interpretación le generó una especie de resentimiento, pues no le gustaba que lo
probaran, mucho menos que lo condujeran por un camino que no se habría labrado con sus
propios medios. Era un orgullo extraño que en parte era responsable de su soledad.
En el escenario anuncian a alguien, ambos dan vuelta para retornar de las arenas del
desierto de Arabia y de una torre de un castillo de un sultán, a la Quinta Vergara con miles de
personas ansiosas de ver a los artistas invitados. De golpe es como si para ambos, un zumbido de
mano, sonrieran uno al otro. Sin embargo, ella se da vuelta, le pregunta por el final del caso de la
esclavas de tu sultán– le comentó con algo de reservas, como excusándose por lo que de todas
maneras dirá.
– Pero, dime de todas formas, anda, anda…– insistió tiernamente Yaffit, con esa gracia
– Bueno, te lo advertí. El asunto es que el viejito apareció tras una búsqueda intensa,
medio emparejado con una mujerzuela dominicana en un balneario de Punta Cana. Al viejo no
solo no le interesaba discutir lo de la herencia, sino que se sentía más vivo que nunca, y si a
alguien dejaría algo, sin duda sería a esa mujer que lo zarandeaba cada tres días, y le decía en las
mañanas ¿Qué quiere hoy mi Papito lindo? Te podrás imaginar las caras que pusieron sus
la nueva vida de su ancestro. Peor aún, culpable de la decisión de no dejarle nada a nadie en su
país.
La gente comenta la última presentación. Hay una especie de espera por el próximo
cantante. Ambos se dan un momento de silencio y tomados de la mano, se miran unos segundos
para reconocerse en el encantamiento mutuo. Saben que tienen mucho que saber de cada cual,
pero no hay lugar a dudas que se han encontrado en el lugar común de la felicidad.
– Eso jamás se le debes preguntar a una dama...–le replicó con rostro serio. Oscar se
– Pero, por ser tú, te lo voy a decir al oído– le sonrió Yaffit, mientras con coquetería
caribeña, le decía susurrando, que tan solo unas veintiséis primaveras. Y además, le soltó aquella
frase trillada: “soltera y sin compromiso…”– él sonrió a esto último, hasta se sonrojó, acción que
– ¿Y tú?
– Yo ¿qué?
– ¿Tienes alguna polola? Mira que no quiero peleas con una chilena celosa.
– No te creo– le dice con coquetería femenina Yaffit, los buenotes siempre dicen lo
mismo– lo cual a Klinsman no solo asombró sino que lo colocó con confianza en posición de
jaque, como era su estrategia de este juego ajedrez que pensaba ganar pronto–. Entonces,
– Ya, poh– la chica dejó saldado el asunto con esa expresión corta tan local que
significaba en ese momento un, “sin duda que estoy disponible y preparada para ti”. Sus deseos
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fueron tales, que aún por cantar Don Omar, prefirieron salir, pasear, y amarse de la manera como
empezaban a hacerlo.
Pasan cada momento que pueden, no sólo juntos, sino entrelazados. Oscar recuerda sus
– No sé, debo revisar mis horarios, estamos terminando un trabajo en la maestría. Déjame
revisar y te aviso–. Él no quiso lucir algo desesperado por aquello, por lo que admitió que estaba
bien, ya habría oportunidad. Por dentro se quemaba de las ganas de acelerar el tiempo y amar sin
frenos a esa chiquilla que en días, lo había cautivado. Tampoco quiso decirle que también tenía
un apartamento en Viña. Ese era su plan B, por si todo se venía abajo, o si todo cambiaba en su
favor.
manejarla con el caos de la otra, así estaríamos más juntos– se atrevió a soltarle una indirecta a la
– En la Universidad Viña del Mar, y creo que sí te lo dije el primer día– le replicó algo
– ¿Y tú? Tú sí eres un misterio. No me has dicho nada de tu vida. – Oscar se dice por
dentro una frase lapidaria, “y es que no acostumbro decir nada de mi vida”, sin embargo,
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contrario a lo que ha sido su forma de responder en casos así, esta vez quiere decirle a ella, todo
lo que quiera, porque sin duda, no le quiere ocultar nada que le resulte importante.
Al día siguiente también se salieron en medio del concierto para estar juntos, para
conversar hasta el cansancio, y cuando ocurriese, reposar juntos, porque si algo habían entendido
ambos, era que deseaban estar juntos, no sólo saberse juntos, sino físicamente juntos. De la
Quinta Vergara se trasladaron a la Avenida Perú. Desde allí, con el mar como vecino, ambos se
apretujaron un poco, caminaron con lentitud. La sal de la brisa marina y la caminata le recordaron
a Oscar sus lecturas de Nicanor Parra y sus antipoemas, sus vivencias, su voz lenta, lentísima,
como un toro cansado que ya no brama, que imagina, que retoza su cansancio. Se siente un
peatón, algo que no había experimentado en años y siente las palabras del antipoeta como
cayendo por una escalera: Héroes anónimos de la ecología. Algo callado por el momento, sabe
que este instante lo recordará por siempre. La sensación de haber vivido esos segundos le dio
vueltas en la cabeza como un deja vu. Se lo comenta a Yaffit, quien tan solo disfruta en silencio
de todo aquello.
– ¿Por qué lo dices?– replica con el mismo tono de tranquilidad y cariño con el cual le
habló Klinsman. Han disfrutado los días de los conciertos. Se acerca la pregunta obligada sobre el
futuro. Ambos están conscientes que dependerá de cada uno, cuánto quieran invertir en tiempo y
esfuerzo en esta nueva relación amorosa. Oscar vive en Santiago. Ella en Viña en un apartamento
soñadora y algo desordenada. Ambos jóvenes, pero Yaffit siete años menor. Verse a menudo se
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convierte en un asunto a considerar, los 134 kilómetros entre las ciudades, se traducen en más de
dos horas de viaje, bastante como para verse todos los días.
– Porque me he visto a mí mismo caminando contigo como si fuera otra persona. Es como
si fuera yo estando fuera de mí, viendo hacia abajo– pensativo continuó la narración de su visión.
– O sea, que ando con un muerto…–dijo ella con humor–. Él le apretó la mano y sonrió.
– Sí, llévame a ver el Castillo Wulff, ese lugar tan raro que me recuerda los cuentos de mi
infancia, las princesas, las doncellas, y tan lleno de magia. Quiero verlo de lado, como si fuera un
enorme barco que sale de las montañas para perderse con sus banderas y sus caballeros. Llévame,
anda, ¿sí?
– Claro, lo que mande, mi reina…– le dice con un tono de rendición, extraño en él. Se
toman de la mano y caminan hacia el auto. Hace frío. Mantienen los vidrios cerrados. Oscar
atreven a romper el delicado velo que el músico polaco ha deslizado sobre sus cabezas. Llegan al
algún momento deben abordar: el futuro de una aventura incierta entre ambos.
verano pienso apurarme con la tesis y entregarla pronto–. Oscar está preocupado y no es hombre
de decidir a ciegas nada, quiere tener control de las variables de esta relación sentimental. Sabe
que ella tiene dos opciones, terminar sus estudios y regresarse a su país o quedarse en Chile.
Desconoce los planes de la muchacha, pero está tan enamorado que es capaz de abogar por que se
apartamento en Santiago sería el nido de amor de ambos. Todos estos planes rondan en su cabeza
desde que supo que se entenderían. Pero, ignora mucho de ella aún. Hay muchas preguntas que lo
mantienen distraído. Suele ser un hombre de mucho control, pero esta situación lo ha colocado en
solicita una reunión al recientemente electo Presidente Sebastián Piñera y les otorgan diez
minutos. En dicha sesión le piden apoyo para que se esclarezca si hubo manos extranjeras, y en
particular de gobiernos como el de Cuba, Nicaragua o Panamá, en el atentado que sufrió en 1986
el General Augusto Pinochet, por parte del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. De haberla,
querrán establecer responsabilidades, una demanda internacional y de esa forma levantar fondos,
considerando que la familia está en situación económica precaria, según se le ha escuchado decir
al hijo mayor. Hay quienes piensan que la demanda podría ser producto de la avaricia y el afán de
más riquezas. Antes lo habían intentado sin éxito con la Presidenta Michelle Bachelet. Ahora la
situación política les favorece, se sabe que el nuevo Presidente proviene de un sector muy
oligárquico de la sociedad chilena, y comprenderá el pedido de los Pinochet. Entre los asistentes
se encuentra la viuda de Pinochet, Lucila Hiriarte, quien le recuerda a Piñera que en diciembre ya
habían sostenido una rápida conversación sobre el asunto, mientras aún no era envestido como el
primer mandatario del país, y que él le prometió retomarlo una vez el Congreso le otorgara el
concediéndole la razón. Parece un hombre sabio, sabe callar y escuchar. Mientras lo hace, se le
ve como a un ejecutivo que tiene muy claras sus decisiones y sus posturas. En asuntos de
sagaz, de temple y carácter objetivo, que encuentre evidencias, referencias de peso. Para ello, les
probarse la hipótesis con pruebas claras, el asunto sería olvidado y él no se ocuparía de revivirlo.
General ante instancias internacionales, apoyará con recursos financieros, y lo anunciará ese día.
Por supuesto que no quiere escándalos y mucho menos, tensiones sociales por un asunto que,
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hasta ahora, no es más que una especulación no demostrada. Al terminar la reunión, le pide al
despide del grupo, no sin antes hacerle una sutil seña al funcionario, quien a su vez recibe una
Klinsman.
La tarde del lunes 17 de Mayo de 2010 no traía nada de particular. Regresaba del
–Buenas tardes, ¿hablo con el investigador Klinsman?– Oscar ya había detenido su auto a
un costado de la calle, y encendido las luces intermitentes para poder atender la llamada. Le
parecía raro que una llamada anónima llegara a ese número privado, el cual sólo lo tenían algunas
contadas personas de muy alto perfil. Solía no mezclar sus asuntos personales con los de trabajo.
Una voz de una mujer muy mayor, quizás de más de ochenta años, sonaba sincera y amable.
un muy alto funcionario de este gobierno. ¿Podemos vernos en algún lado para explicarle nuestra
inquietud?– comprendió que debía ser una referencia del Presidente, con quien tenía cierta
restaurante..
–No, prefiero que sea verbal. Eso sí, le pido que sea un restaurante muy discreto y muy
poco concurrido. Ojalá fuera en alguna sala reservada, lejos de la vista de terceros. Por la
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–Prefiero llamarle yo misma en diez minutos. Por cierto, acuda vestido con ropa sport,
blue jeans y camisa blanca. Si necesita, lleve una chaqueta de cuero, así lo podré distinguir
inmediatamente. Yo por mi parte iré con un abrigo de piel, usted comprenderá que hace algo de
frío en esta época, y unos guantes de lanilla de color marrón del mismo tono que el abrigo. Tengo
el pelo cano y estoy algo gruesa. Es muy probable que al verme, me reconozca como a una
Terminada la extraña conversación, Oscar supo que se podría tratar de un asunto legal o
político y que en 2010, cualquier asunto serio, tendría que ver con demandas de la era de la
dictadura. Estaban destapándose aún los detalles de sucesos que conmovieron al país y al mundo.
Y la curiosidad de los nuevos chilenos era grande, porque grande también había sido la
especulación. Cada sector trataba de exponer “su verdad”. Sin duda, el país estaba curando de a
poco sus heridas y cerrar esas cicatrices tomaría tiempo. De acuerdo a Oscar, solo la verdad
parecía ser el auténtico bálsamo para acelerar ese proceso, pasar la página y seguir adelante con
nuevos bríos. Por todo aquello, se sentía pieza importante en develar los secretos bien guardados
de aquellos años. Buscó en su teléfono celular un buen restaurante en la zona recomendada y dio
con varias opciones. Decidió por El Mesón de la Patagonia. Ocho minutos más tarde, otra vez la
–Sí. A mi marido le gustaba la comida del sur. Conozco al dueño y le pediré que nos haga
–Genau– y colgó. Oscar se dio cuenta entonces, que contaba con el tiempo justo para
arreglarse y llegar al lugar. Se apresuró. Llegó a casa. Antes de iniciar el rito de prepararse,
colocó música, tal como era su costumbre. Entonces se duchó y vistió como le habían pedido. Un
gusanillo de curiosidad le horadaba el cerebro. Estaba algo inquieto desde que cerró la llamada.
Había aprendido a mantener la sobriedad, incluso en los momentos más inquietantes de su vida.
Se podría decir que era frío y calculador. Por un instante se detuvo frente a la ventana desde la
cual podía mirar la cordillera, aun con manchas de nieve. “Es curioso–pensó– suceden cosas raras
en septiembre, mes de la patria.” Sonaba en el aparato de sonido una pieza clásica que disfrutaba
Mefistófeles, un barítono con voz enérgica y muy grave, como seguramente es el verdadero
diablo cuando exige rendiciones y acuerdos macabros. La versión que más le gusta es la de la
Orquesta de París conducida por Daniel Barenboim y a Plácido Domingo en el papel de Fausto.
Los cantantes le resultan sublimes en algunos casos y de una fuerza terrible en otros. Siempre
disfruta de las historias de amor. Se ve reflejado en dramas como el de Berlioz, en el cual la razón
le obliga a Fausto a dar la vida al demonio y sus infiernos candentes, por la de Margarita. Todo
ello gracias al amor irrenunciable que le guarda a la hermosa mujer, de la cual vivirá el resto de
su vida enamorado. Se siente transportado durante la pieza. Sabe algo de francés y se conoce los
orquesta los coros, se siente en un éxtasis, luego del cual se permite ver el mundo con una
tranquilidad particular, una paz que se parece mucho a la que siente Margarita en el paraíso,
gracias a su Fausto, quien ya está en los infiernos asándose en medio de tridentes encendidos.
Lunes 17 de mayo de 2010. 19 horas. Oscar llega puntual a la cita. El Mesón de la Patagonia
parece un lugar de mucha actividad para una cita de confidentes, sin embargo, una vez entrega las
llaves al valet parking, se le acerca muy discretamente un hombre alto, muy bien vestido, quien a
– ¿Señor Klinsman? – pregunta en baja voz. Ante la afirmación sutil de Oscar, el hombre
Una puerta de madera tallada con arabescos es la antesala de una segunda y más lujosa
habitación decorada. Una mesa lujosa de seis puestos con sus respectivos platos, vasos, copas y
cubiertos bajo una lámpara de cristales y luz amarillenta le dan un toque exótico al lugar.
–Tome asiento por favor. ¿Le podemos ofrecer una copa de champagne mientras llega su
invitada?– con delicadeza le extiende una carta de cuero con filigranas en los bordes en la cual se
presentan marcas de champagne que poco conoce, pero sabe que son de las mejores. De las que
reconoce, se encuentran Dom Pérignon, Veuve Clicquot, Krug, Ruinart y Moet & Chandon.
– Bien, tráigala.
La señora que llega a la cita no es otra que Marina Lucila Hiriarte, ex Primera Dama de la
República, quien es conducida de la mano por su hijo Carlos Antonio. Oscar se levanta muy
ceremoniosamente, y estrecha la mano de la mujer, quien despide a su hijo, para quedar en una
cena de mucha confidencialidad con el investigador. Tras las presentaciones inútiles, pues ambos
sabían quiénes eran, permitieron que el dueño del restaurante en persona llegara a ofrecerles los
mejores platos de su cocina. Escogieron todo de acuerdo a las recomendaciones del chef,
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incluyendo los postres. Terminado este proceso introductorio, y con la paciencia que Oscar
Klinsman había cultivado en su vida, se dio a la tarea de escuchar con detenimiento lo que la
mujer le propondría, quien con un tono autoritario, de esos que no dejan alternativas, le fue al
–Mire señor Klinsman, lo primero que quiero que sepa es que todo lo que hablemos aquí,
no lo dije, esta reunión no existe, ni existió y usted nunca cenó conmigo. ¿Estamos de acuerdo?
Lo segundo es que a partir de este momento, cualquier información o reunión que requiera,
incluyendo un contrato a nombre de terceros, se resolverá con mi hijo. La próxima vez que nos
veamos, será al momento de entrega de su Informe final, cuando también por supuesto, le
Con aires de misterio y complicidad, Oscar arrima un poco su silla hacia el lado de la
viuda y presta atención de forma cuidadosa. Tras una hora de explicaciones e información, la
reunión llega a su fin, no antes de que la señora pidiera a su hijo, quien ha estado pendiente de
todos los movimientos y gestos de su madre, un sobre blanco de aspecto común. "allí tiene un
pequeño trozo de papel que se obtuvo de un terrorista quien a su vez lo obtuvo de un militar
centroamericano. Como podrá ver, es auténtico, y se piensa que es parte de un diario de guerra.
Creo que de ser usted, trataría de conseguir ese documento. Parece ser la clave de nuestro caso.
Por cierto– y con una amable sonrisa por parte de la viuda– le recuerdo que ese material debe ser
–Mesonero, por favor la cuenta– y con gesto de caballerosidad Klinsman hace saber a su
invitada que ha degustado la cena y que ha contactado a la persona indicada para resolver su
caso. Saludos, cortesías y algunos ademanes son los últimos gestos de la pareja. Klinsman paga
con una tarjeta dorada que parece nueva, deja una propina generosa y tras recibir su chaqueta y
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ser conducido a su auto, medita lentamente el enjambre de ideas y datos que le ha soltado la
viuda. Se marcha con calma, con música clásica de fondo y con la serenidad que le brinda
manejar su lujoso Mercedes. Va pensando todo el asunto y analiza mejor el lío en que se acaba de
meter, o en el que lo acaban de meter. No recorre más de tres kilómetros hasta que la curiosidad
le impide conducir un minuto más sin abrir el misterioso sobre blanco. Detiene el vehículo.
Enciende las luces intermitentes. Tras revisar en redondo que nadie le observa, abre el sobre y se
sumerge en una página manuscrita que lo asombra. Dobla el viejo papel que está numerado en la
esquina inferior derecha: 367. Respeta los dobleces iniciales, lo coloca en el sobre, lo introduce
en el bolsillo interno de la chaqueta, apaga la música y conduce su auto. Su rostro tan solo indica
confusión.
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Junio de 1996. Han pasado diez años del frustrado atentado al dictador. Los comandos de
aquella operación, cayeron de a poco en las garras de las autoridades militares, entre otros,
Ramiro, quien a pesar de ello, no ha perdido el tiempo dentro de la cárcel. En secreta y bien
lograda comunicación con miembros del Frente, logra articular un audaz plan de rescate.
Saldrá, no sólo él, sino al menos tres importantes frentistas más. Para ello, como gran
estratega, observa con paciencia los procedimientos de los custodios del penal, los
construcción de una maqueta que sea una réplica a escala del penal. Esta maqueta será
pieza clave para diseñar el escape. Para lograrlo, todos los involucrados ayudan a dibujar un
plano con dimensiones. Por otro lado, caracterizan la rutina diaria de los gendarmes y saben
los detalles de sus movimientos, los tiempos que emplean y los lugares por donde se
mueven. Con esos datos es sencillo escoger ángulos de aproximación de una aeronave, la
hora más adecuada, así como la estrategia de extracción de los reclusos. No cabe dudas que
el helicóptero no podrá descender a más de quince metros, razón por lo cual, serán los
frentistas los que tendrán que aproximarse a una cesta e introducirse en ella. En la parte
FPMR, entre otros, el comando Taxi CAB, quien encabeza la lista de quienes de manera
por la cual se le escogió está más relacionada con sus destrezas en el manejo del Bell
Se han discutido las debilidades de cada una de las propuestas para lograr la
liberación de los frentistas y tras largas horas de debates, se reafirma la idea del rescate
aéreo. Otras posibilidades son descartadas: un túnel, con la debilidad que podría ser
detectado por medio de instrumentos muy sensibles colocados en el perímetro del recinto.
Otra idea es un escape terrestre logrado por la toma militar de la cárcel, para lo cual tendría
que haber una batalla bien pensada y ejecutada. Otros no menos impresionantes surgen sin
éxito.
En la cárcel, Ramiro ha pedido a sus colegas que se preparen. Siempre ha creído que
clave para el éxito. Cada uno, a su manera, realiza rutinariamente flexiones de brazos y
abdominales. Se sabe que los necesitarán. Ramiro trata de convencer a Carlos Escorza, otro
detenido, que los acompañe en esta alocada aventura que podría resultar en su libertad.
Pero, Carlos tiene una razón de peso para quedarse, su enferma esposa, quien además de
recluida como él, sufre un cáncer terminal. Escorza, valiente y gallardo, quiere estar con
con una fuerte y sincera palmada en el hombro, el Comandante Ramiro reconoce de forma
definitiva, que Escorza no estará en el grupo del escape. Se levanta de la cama y con un
dejo de tristeza, algo raro en él, se marcha reconociendo que su amigo es un viejo Quijote
olvidado por el tiempo, que se siente orgulloso de que su grupo cuente con gente así,
sensible, coherente. Al fin de cuentas, es el amor por los demás lo que les mantiene claros
Rodrigo Taxi CAB, había formado parte de muchas batallas y acciones militares,
pero ésta en particular le llama la atención. Se podría decir que lo mantiene alerta y
excitado. Casi como a un niño que sabe que se acerca la noche de Navidad, y con ella, los
emplearían un modelo Bell Ranger, se tranquilizó más. Ese lo conocía de sobra. Sin duda,
sería un placer conducir en esta ocasión la nave, y extraer de ella toda su potencia para
Ramiro.
Además de él, dos chicas de unos cuarenta años con pintas de extranjeras, muy bien
preparadas para el asunto, se habían ofrecido en obtener el helicóptero. Su tarea era volar
con el capitán de la empresa privada que lo alquiló, para revisar unas casas y unos terrenos
en los cuales se suponía, estaban interesadas en invertir. Simularían estar mareadas por el
vuelo, incluso, tendrían que vomitar para darle mayor realismo a la operación, de esa forma
le solicitarían al piloto que aterrizara. El resto sería como quitarle un dulce a un niño. Y así
fue. El lugar escogido estaba cercano del lago Rapel, donde una vez en tierra, otro grupo
cama. Quedaría secuestrado por unas horas en esa hermosa casa solitaria. Cuando CAB
supo que estas hermanas irlandesas, Frances y Christine Shannon, que simulaban ser
turistas, eran del IRA de Dublín, no tuvo la menor duda que la acción sería un éxito. Sería
como aquella que en 1973 avergonzó al gobierno irlandés cuando en el penal de Mountjoy,
Con los datos de la operación, Taxi CAB recordó que siendo un estudiante de
ingeniería militar en la Argentina, asistió un domingo a un cine en Buenos Aires para ver la
película Fuga suicida, con su actor favorito, Charles Bronson. Nunca pensó que tantos años
más que pudo aquella cinta que tenía a un matrimonio como actores principales. Esos
pequeños detalles de las películas y sus actores le interesaron tiempo después. Saber que
antes David McCallum, de la serie de televisión UNCLE, ese enigmático pero eficiente
espía de acento extranjero, de cabellos muy rubios, había sido en la vida real el esposo de
Jill Ireland, quien en la película del escape hacía el papel de la hermosa y desesperada
mujer de un preso injustamente encerrado en México, y que tiempo después lo fuera del
parecía casual que ahora estuviese involucrado en asuntos que de niño, le fascinaban. Las
Día de la fuga. 2:30 pm. A pesar del calor de la tarde en Santiago, los reclusos deciden
jugar al futbol. Bien conocida es la afición del Comandante Ramiro a ese deporte, y en
particular al Colo Colo, equipo que sigue como fanático desde niño. El resto de los presos
los cree unos atrevidos por jugar con el candente sol, pero para un ex jugador del
Orompello como Ramiro, esto no es problema alguno. Los frentistas habían sido
trasladados a un mismo pabellón por sugerencias de una psicóloga francesa que desde una
tenerlos separados del resto de reclusos, porque los adoctrinaban. A la gente del gobierno
–Ya, pucha, hagamos la pichanga no más– son las palabras de Ricardo, quien entre
otros escoge para su equipo de futbol al Ramiro, a Pablo y a Patricio Ortiz. El resto se
agrupa entre los contrarios. En la pequeña cancha del patio tres del penal y bajo el calor
sofocante del verano chileno, mientras juegan, esperan con paciencia un sonido que no
Santiago está diseñada de forma tal que altas torres permiten a los custodios vigilar desde
arriba. Tienen un panorama amplio. Está dividida en secciones radiales, algo así como un
gran pastel partido en tajadas iguales y en el centro, un gran círculo. Las autoridades de
en los dos gendarmes de guardia en las torres de la CAS. En un recinto como ese son pocos
los elementos que pueden causar sorpresas a los guardias. Pero, esta vez es diferente. Casi
sus chalecos antibalas y no los alcanzan. Las balas silban dentro y fuera de las torres de
vigilancia. Mientras esto ocurre, una cesta artesanal de kevlar es lanzada desde el
pueden más que encogerse en un rincón, esperando que las balas no los alcancen. No
pueden transmitir la novedad. Dos de los reclusos corren hacia la cesta y se lanzan dentro
de ella. El Comandante Ramiro es el último. Recoge una ametralladora que se ha salido del
cesto, y tras mirar alrededor y no percibir peligros ni respuestas al ataque, corre a montarse.
Queda guindando de sus brazos. El cesto empieza a oscilar como un péndulo mientras el
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helicóptero asciende. Con la oscilación, los hombres se golpean contra una de las paredes
del penal, pero no se caen. El Pato Ortiz también guinda de sus brazos, los otros dos desde
dentro tratan de sujetar lo mejor posible a sus colegas. CAB pregunta a gritos dentro de la
CAB presta especial atención a las comunicaciones por radio, esperando algún
llamado de emergencia de la policía. Pero, nada. Parece que a pesar de dos largos minutos
de traslado, nadie ha transmitido ninguna alerta. Eso le hace sonreír. Sostiene con mucha
rigidez de su brazo derecho el control del aparato. No quiere saltos ni alteraciones que
puedan significar riesgos adicionales a los escapistas. Y aunque él piensa que todo marcha
bien, Ortiz y Ramiro siguen aguantando por fuera de la cesta, casi al límite de sus fuerzas.
Ramiro se queja a los gritos, está muy mareado. Empieza a desesperarse. Ricardo lo sujeta
firmemente, pero hay mucha intranquilidad. La cesta se mueve, oscila. A pesar del
entrenamiento, se le agotan las fuerzas a los que cuelgan. Falta poco para aterrizar en el
Parque Brasil. Un sonido como de pieza rota y un sacudón alerta a todos. CAB revisa los
controles y todo parece estar bien. Pero, no es así. Pierde algo de altura. Revisa de nuevo y
mantiene con firmeza la palanca de la nave. Los pedales vibran un poco, más allá de lo
usual. Le gritan a CAB. No sabe lo que pasa, quizás es el exceso de peso, pero está seguro
que llegarán al Parque Brasil. El verdor es un buen signo para Ramiro y Ortiz, quienes
saben que están por bajar. Los otros dos también saben que la pesadilla está terminando. En
la cabeza del cuarto, la Cabalgata de Las Valkirias de Wagner suena y suena permanente.
Quizás por la película Apolcalipsis Now de Francis Coppola en la cual los americanos
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familias vietnamitas. Se siente culpable por ello, porque esta operación no se le compara en
propósitos a aquella. Ni esta es una película de los años setenta. Es la realidad. Sin
embargo, no puede evitar que siga sonando y sonando. Preferiría escuchar en su cabeza a
The Doors con su memorable The End, pero su cabeza manda y lo que está en ella es
CAB no llega con suavidad, sin pausas baja la nave de manera directa. No desea
perder tiempo alguno. Salir de ella y escapar en auto es la parte más vulnerable del plan. Lo
saben muy bien. Esperan enfrentamientos con carabineros. Al llegar la nave a tierra, otros
comandos salen a su encuentro, y aunque hay felicidad por lo que parece una operación
exitosa, no arriesgan. Cada uno toma las armas y municiones que le corresponden y salen
hacia una camioneta roja que los espera. CAB deja encendido el Bell Ranger. Se despide de
él de manera frívola lanzándole un beso como si se tratase de una amante a la cual deja
triste en un puerto del Caribe. En esta operación de rescate, a CAB le llaman “Cholo”.
–Ya poh, Cholo casi me dejái– le dice en tono de broma el Comandante Ramiro a
Bethel. Tras esas palabras escuetas hay otras intenciones, quizás una forma tosca de
agradecer, eso lo saben ambos. CAB sabe que su amigo Ramiro tan sólo quiso decir
“¡gracias! Te debo una”. Una mano aprieta la otra, y es obvio el sentimiento de gratitud y
El helicóptero queda encendido con sus aspas girando como símbolo de una
maquinaria viviente, engranajes que aún se mueven y que pudieran causar daños a quienes
operación Vuelo de Justicia como la bautizaron, fue un acontecimiento de cine, y ellos, los
actores. Así se sienten, protagonistas de una película con una sola toma. Fueron aplaudidos,
en un acto de natural solidaridad, por los detenidos de la CAS, quienes los vieron
marcharse. Eso también lo intuyen, porque en medio del alboroto, no tuvieron cabeza para
algo que no fuera escapar rápido. También fueron vistos con curiosidad por los niños que
jugaban futbol en el Parque y algunas personas que no entendían lo que ocurría y que eran
investigación. Un elemento que le llamó la atención era que no todos los integrantes del
grupo del atentado de 1986 habían sido identificados. Quizás CAB fuera uno de esos. En
algunas declaraciones se menciona que los integrantes del grupo, por no conocerse entre sí,
no sabían más que los seudónimos. Sin embargo, en dos de ellas se mencionaba a un
cabello muy liso, de corte indígena, que podía ser un agente especial. Uno de los
integrantes llegó a declarar en una investigación judicial, que pensaba que el caribeño
podría haber estado vinculado al desembarco de armas que fue descubierta por las redes de
inteligencia de la dictadura ese año. Al preguntarle el fiscal por qué pensaba eso, el
interrogado mencionó que había oído de un compañero, que las toneladas de armas y
equipos las había traído un pesquero, que fueron traspasados a una barcaza que desembarcó
individuos.
–Fue Pedro el responsable de esa acción militar. Los compañeros me contaron que
una noche les tocó movilizar las armas que habían transferido de un barco cubano llamado
Najasa aguas afuera, a una barcaza, la Astrid Sue y ésta atracó en la Caleta Corrales, al
especulaciones. En los días previos al atentado, a Rodrigo lo vieron, a diferencia del resto,
conversando largas horas con el Comandante Ramiro. Al parecer, este último era el único
que podía identificar a ese hombre misterioso que ayudó a disparar los misiles contra el
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auto del General. Esto le dio la clave a Klinsman que el siguiente paso, sin duda, era
periódicos, estaba preso en Brasil, cumpliendo una condena de treinta años. Oscar no
escatima esfuerzos en tratar de obtener una visita a la Cárcel Federal de Catanduvas donde
llamadas, se envía una nota urgente al gobierno brasileño. Una de las gestiones la emprende
Claudia, hermana del Comandante, con quien se compromete tan solo a revelar la verdad de
manera paralela, y con ayuda del monseñor Alfonso Baeza, quien en el año 2009 logró que
ese gobierno le permitiese una visita humanitaria, obtiene algunos nombres de funcionarios
a los cuales recurrir para solicitar también la entrevista con el hombre que parece la clave
visita tiene múltiples restricciones: no permitirán toma de fotos, tan sólo un hora de
preguntas y respuestas, presencia permanente de dos agentes del presidio y una barrera de
acepta.
En pocos días se informa de todos los detalles que la justicia chilena tiene sobre el
país y está pagando una de treinta años en Brasil. Por la hermana sabe que Ramiro quiere
nada que no sea escucharle y tomar notas. En la cárcel le dan un trato diferente al resto de
los reclusos. Saben que se ha fugado muchas veces, y además, pareciera que en su figura
quieren presentar un escarmiento que va más allá del asunto del secuestro de Washington
Olivetto en 2001.
No tiene radio, ni periódicos, y tan sólo recibe dos horas de luz natural al día. Le
entregan una hoja de papel a la semana para que pueda escribir. Sabe que lo quieren
Capítulo III
–Dime, ¿hay algo que no te guste aquí? O en otras palabras, ¿vivirías conmigo en
– Bueno tú mismo habrás visto que hay diferencias entre estar en Santiago, y el
capital, la contaminación obliga a estar en las faldas de la Cordillera, lo cual es lindo en una
época del año, pero el resto, en el otoño y en el invierno, me resulta muy triste, solitario.
Creo que me moriría si viviese como lo hacen esas personas del Cajón del Maipo. Es muy
frío y gris. De vivir en Chile, escogería Viña–. Con ese comentario, el chileno no sabe
cómo llegar al asunto medular y es que ha llegado el momento oportuno de compartir sus
– Genau, te diré cómo lo veo yo. El lugar de residencia de uno está en tu cabeza, cada
ciudad o cada barrio, cada calle tiene su encanto. Me ha tocado vivir en diferentes ciudades
y siempre encuentro atractivo algo que me hace extrañarla cuando me voy. Estar en las
quiero decir con ello que no aprecie la libertad de Viña. Es que en el fondo, lo que quiero
particular se interpone entre los dos. Yaffit sabe que la conversación giraría en espiral hasta
chocar en el piso en ese tema. Se toma unos segundos que aumentan la inquietud de Oscar,
a quien pocas veces le toca esperar respuestas para asuntos serios en su vida, casi siempre
él lleva el timón de todo. Esta vez es diferente. Ella se queda mirando desde la ventana,
muestra que es posible vivir juntos, llegar a acuerdos. En sus vidas, esta escena se repetirá
Santiago con una nube espesa de gases, la recibió silente. Yaffit llegó de Viña hace
dos días. Oscar le había dejado las llaves con el conserje. Andaba por Concepción y en un
par de días estaría de vuelta. Yaffit se dio a la tarea de arreglar los espacios, colocando unas
flores frescas, unos cojines en la alfombra, conectó una pequeña fuente con unas piedras
que generan un ambiente de agua rodando por alguna quebrada cristalina. Los cambios van
restándole algo de la seriedad excesiva del lugar, haciéndole más amigable, más
confortable. Cuando el chileno llegó, su primera impresión era que había cierto desorden,
pero no le desagradaba tanto como para no soportarlo. Además la chica había preparado
unos platos del Caribe y se respiraba un aroma diferente en la cocina. Aunque no era una
experta cocinera, lo hacía con gracia y tenía el gusto sutil de la comida tropical. De hecho,
tuvo que salir a comprar algunos ingredientes que no estaban en su despensa. Colocó la
mesa con unos candelabros que esperaban el retiro de algo de la luz de la tarde para ser
encendidos y darle ese carácter romántico que suelen tener las velas, los quesos y los vinos.
Mientras conversaban, ella colocaba en el centro, una crema de papas que era una delicia,
de hecho le había esparcido una película de queso parmesano, una pizca de ají picante, unos
toma las manos, lo ve a los ojos fijamente y lo invita a sentarse en el sofá. Ella viste con la
ligereza que tanto lo hipnotiza, unos pantalones ajustados a ese cuerpo que tanto desea, su
cabellera libre y brillante, sus manos delgadas que parecen mariposas que flotan aquí y allá.
Una blusa sensual, o quizás no sea la blusa en sí, sino su propia cabeza que la imagina
siempre desnuda con sus senos agudos y punzantes, redondos, tentadores. La ve presionada
hacia él y eso lo excita. Esa mujer tiene atributos que le erizan los órganos, que lo
mantienen al margen de la serenidad habitual, tranquilidad que perdió desde Febrero de ese
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– Oscar, cariño, en tan poco tiempo has trastocado mi vida. Cada fin de semana nos
Chile para mí, terminaba con la Maestría. Ahora no lo sé. Tengo mis dudas, has robado mi
corazón y también lo sabes. Al igual que tú, he pensado en una vida en común, sin ataduras
por ahora, sin amarres más allá que no sea el amor. No quiero que esto genere tensión entre
nosotros, sé que tu vida es diferente a la mía, que eres muy disciplinado y eso podría
cambiar mi forma de ser, no sé tampoco cuánto podría durar ese nuevo estilo de vida. Cada
tanto extraño mis ambientes, mis libros a medio leer, la música de fondo, no puedo vivir sin
música. No puedo vivir sin el sonido del mar. Tú eres diferente. Eres ordenado, metódico,
disciplinado. ¿Podemos convivir siendo tan distintos? Por otro lado, no tengo nada claro en
mi futuro. Sin embargo, te digo que no estoy atada a ninguna frontera, ni a ninguna tierra,
aunque te reitero que mis raíces están lejos de aquí–. El chileno la mira a los ojos y
entiende que han llegado rápido al punto al cual trató de hacerlo indirectamente. Y ese
–Yaffit, mi amor. He estado pensándolo muy bien. Eso es lo que quiero que
hablemos. ¿Cómo crees que podríamos vivir? No te veo viajando todos los fines de semana
como ahora, me gustaría que te quedaras y lleváramos una vida juntos. Así de simple. Te
diré cómo me veo contigo: como ahora, abrazados, caminando por la vida. Ojalá tú,
trabajando en alguna empresa en Santiago, en lo que has estudiado. Como sabes, tengo
muchos clientes de recursos a los que podríamos presentarte. Es asunto que termines la
Maestría y cuando...
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todo el tiempo. No quiero que te ilusiones con ello, así de fácil. Necesito aire siempre,
necesito tener la libertad de moverme y vivir. Aunque sea aquí en esta parte de la ciudad,
que es fría y alejada. No sé cómo podemos hacer un balance de esto. No me veo como la
típica ama de casa esperando a su marido. Eso lo hago cuando quiero y no como rutina–. La
música que ha colocado Yaffit sigue sonando con su letanía como saliendo de los rincones
momento, suena Roberto Ledesma con "El árbol". Siguen ajustando los detalles de sus
vidas. Ya son otras iniciales las que bordan cada día, otro acaricia tu mano, mientras sola
esta la mía...
– Se me ocurre que podemos experimentar un tiempo para ver cómo nos va, así
podríamos hacer un balance y ajustarnos el uno al otro. Por ejemplo, no me interesa que me
mantengas, creo que estamos formando un hogar, y por lo tanto, lo justo, es que aporte la
– Puchas, mi amor, ¿cómo vas a hacer algo así?, si ambos sabemos que estás becada y
– Es que no quiero que te apropies de mí, esto debe ser una entrega mutua, no quiero
deberte nada, ni que me debas–. El chileno empieza a entender que tendrá que ser flexible,
abierto, y experimentar un sistema diferente al suyo. Empieza a ceder. Quiere vivir con la
panameña aunque ello signifique cambios en sus días. Lo que aún no digiere es la
incertidumbre de no saber cuándo estará y cuándo no. Ella requiere esa libertad, y sin duda,
no le quedará más salida, que aceptarlo así. Sigue la noria del tiempo, ¡sigue girando la
La mira de cerca y la aprieta contra sí, unas sonrisas cómplices indican que se están
entendiendo muy bien. Yaffit se levanta, le hace señas que espere un poquito. Enciende las
velas de la mesa. Apaga las luces y se acerca con picardía hacia el sofá. Nuevamente Oscar
tiene la sensación de estar acariciando a una diva, le recorre la espalda con sus dos manos
mientras la besa con pasión. Otra vez sus dedos encuentran esas dos protuberancias
redondas que lo seducen. Las acaricia primero, luego las aprieta y aprieta. ¡Esas nalgas
esféricas que tanto le agradan! A Yaffit ese gesto no solo la excita, sino que empieza a
gemir muy bajito como una gatita, cada vez que él lo hace. Una vez más se aman sin
pudores, sin reservas, entregándose por completo. Entre leves quejidos y sonidos del amor,
las velas se van consumiendo poco a poco, como los boleros. La ciudad duerme, y ellos
Viernes 11 de junio de 2010. Tras un largo viaje, Klinsman espera a que autoricen su
medio de la nada, pero con cercas de púas y estructuras de vigilancias que le dan al lugar,
hay ni un árbol ni nada que le recuerde a la Naturaleza salvaje de Brasil. Solo mosaicos,
losas de concretos. Cuatro pesadas torres de vigilancia observan los mínimos movimientos
de todos, pues a excepción de las celdas, el resto son pasillos enjaulados, patios
transparentes e incoloros, paredes mudas, simples, que lo divorcian del mundo diario lleno
de colores y sensaciones al cual pertenece. Sin haber entrado aún, tiene la sensación de
estar ya en un submundo tenebroso como el descrito por Dante. Ese infierno que lo
las clases de literatura en el Colegio. No se imagina lo que podría vivir dentro de esa
estructura de puntas afiladas, postes de luces potentes y alambres cortantes. Solo siente que
sería la muerte.
obedece de manera fiel las instrucciones dadas. Camina tras el hombre fornido que le han
preguntas que parecen incomodarlo un poco. Repite las mismas respuestas, y parece un
juego de habilidades en el cual no piensa caer, por tanto, repite una y otra vez el propósito
de la visita, entrega de nuevo los permisos del gobierno federal. No pierde la calma,
comprende que este procedimiento es necesario. De esa forma justifica las incomodidades.
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Oscar está internándose en una cueva de guardias y restricciones que le recuerdan las
trampas de camarones que usaba su personaje favorito en la serie Tarzán, un cono de pajas
tejidas que hacía imposible a cualquier crustáceo su regreso a la libertad. Una carnada
atractiva al final del cono incitaba a los animales a encogerse, a cerrarse lo más posible para
pasar a la otra cámara, un recinto del cual no podrían salir más. Oscar olvida ese fugaz
jaulas donde no ve a nadie, tan solo siente un rumor de animales salvajes domesticados, y
detenidos son estratégicamente vigilados. Cada cerradura que suena y deja atrás, le hace
sentir en un mundo cerrado, distante, aislado, y aun sabiendo que no se trata de él, no puede
Un hombre calvo de mirada inquieta espera entre dos guardias fornidos, como casi
todos los que están vinculados a su seguridad. Reconoce al chileno que será objeto de
buena parte de su investigación, el individuo que puede dar los elementos claves que
iluminen el camino a seguir. Lo recuerda más joven, menos agotado. Pero, su mirada es la
misma de todas las imágenes que revisó antes de partir a Brasil. Viste un sweater celeste y
bajo ese, una camiseta blanca, ambos parte del vestuario del penal, que debe emplear. Tiene
el ceño algo fruncido, una barba incipiente le da un aspecto de descuido o desaseo, sin
–Comandante Ramiro, soy Oscar Klinsman, y según tengo entendido, usted ya sabe
a lo que vengo. Las autoridades brasileñas no se han comprometido a nada conmigo ni con
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quienes me pagan, mucho menos con usted, por permitirme esta entrevista. A cambio de
valiosa información, que creo que solo usted conoce; hay una promesa de la justicia actual
de revisar uno de sus casos, si coopera con nosotros, claro.– El hombre calvo, de cejas
cual se le buscó desesperadamente luego de que se supo que era el ejecutor y responsable
del atentado a Pinochet y otros crímenes no menos importantes. Un sujeto escurridizo que
poco, y la información que pueda suministrar parece ser clave. Decide colaborar a cambio
de una esperanza.
que deba decirle. Así que sabe cuánto me gusta el futbol, en especial, el Colo Colo.
También, que jugué desde cabro chico, lo hice con pasión, pero con dedicación también.
Pues bien, ¿saldría a la cancha a jugar una final si no le han marcado las líneas con cal
primero? Imagine el área grande, o la pequeña. ¿Lo haría? Pues así me siento. Como a un
defensa que le piden hacer su trabajo, sin las líneas marcadas. Quiero que negociemos mi
– Mire Comandante, yo no soy la persona que puede hacer esa gestión– sintió el
sutil cambio de sus ojos cuando lo llamó por ese rango militar.– Lo que tengo para usted es
una entrevista de una investigación particular, y nada más. Las autoridades chilenas me han
hecho saber que si usted colabora, pues podrían elevar una solicitud al gobierno brasileño
ara que se revise uno de sus asuntos. La verdad, no creo que responderme algunas
preguntas vaya a resultar en su perjuicio, y por el contrario, veo una posibilidad remota si lo
quiere así, pero posibilidad al fin, de ayuda de nuestro gobierno. De hecho, las preguntas no
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cambiarán sus declaraciones con respecto a los eventos de violencia en los cuales usted
estuvo involucrado, sino que permitirán información importante sobre agentes no chilenos
en el atentado a Pinochet–. Tras una muy larga pausa, el Comandante Ramiro parece
– Pregunte.
durante la operación Siglo XX? Si es así, pues le pido su nombre. También su nacionalidad.
– ¿Tenía relación con Cuba a través de este señor? ¿Estuvo vinculado al desembarco
nosotros los del sur de este continente, no resulta sencillo distinguir esos acentos. Él no era
representante de ningún gobierno, menos del gobierno cubano, su compromiso era consigo
mismo y su conciencia. En lo del desembarco, sí tuvo que ver.– Ramiro medita un instante
y su respiración pausada le permite pensar cada palabra. De hecho, las tiene escogidas
mucho antes de que el investigador llegase, las tenía muy estudiadas desde el momento en
que supo que le habían concedido un tiempo a Klinsman. A pesar de ello, no puede evitar
que le llegue a su mente, como si fuese en una gran pantalla de cine, lo ocurrido en la casa
donde después del atentado, a inicios de Octubre de 1986, fueron convocados por la
estaría Ernesto, el verdadero responsable. Eso también lo había decidido la alta dirigencia.
Se requería un análisis de las causas del fracaso del atentado, una autocrítica profunda. Lo
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había ordenado la dirigencia del FPMR. En su cabeza van llegando los nombres, los
rostros. Los conoce a todos y sabe lo importante que resulta enmendar los errores. Es una
buena práctica militar, y ellos lo son. Le gusta esta humilde casa de seguridad. Se siente
muy bien en Mendoza. A pesar de no ser un hombre de letras, Ramiro sabe que ese barrio
es icónico por el legado del poeta Armando Tejada Gómez, figura latinoamericana de gran
valor. De él y de Cesar Isella recuerda Canción con todos, todo un himno de corte regional.
Se siente caminando “…por la cintura cósmica del sur…” Hace calor. Un sopor llega
recordando el inicio del verano. Con la canción girándole en la noche, desde una rendija de
la puerta reconoce a los dos primeros frentistas en llegar al rancho. Los ve venir según lo
acordado: cerca de la media noche, un auto oscuro algo destartalado se detiene a unos
metros de la casa. Se bajan dos hombres jóvenes con aspecto de deportistas. Se despiden
con una seña ligera del conductor del auto, quien da vuelta y tal como llega, se regresa en
medio de la oscuridad mendocina. Los hombres se estiran un poco, miran hacia el canal de
la media luna, encienden un par de cigarrillos y se disponen a llegar al sitio de reunión. Uno
de ellos, sigilosamente ve hacia atrás y verifica que no les han seguido. En el barrio, nunca
ver lo que no le interesa. Algunos de los frentistas vienen desde Osorno en Chile, cruzando
a la Argentina por el paso de Puyehue. Otros por el paso Los Libertadores. El grupo está
incompleto, no llegan a ocho, pero son suficientes para además de recapitular lo referente al
atentado, recomendar a la dirigencia del Frente, otro nuevo atentado a Pinochet a realizarse
Uno de los frentistas que ya está en casa es CAB. Llegó en un autobús deteriorado.
Siguió los protocolos de seguridad establecidos. Inicia la reunión. Por razones de disciplina
– Compañeros, ¿recuerdan las enseñanzas del maestro Ho Chi Min? ¿Saben por qué
muestra de entereza al mundo?– pregunta Ramiro de manera seca y hosca. El resto del
grupo, en especial, Bethel y Javier, escuchan con atención. Nadie responde, todos esperan
que el propio Ramiro concluya sus palabras iniciales. Sin duda, es el inicio de una larga
noche de reflexiones.
muy bien, inclusive a los menores, a las mujeres, a todos, que son el legado de siglos.
Aman su tierra, su gente, sus comidas, sus canciones, su razón de ser en esa parte del
mundo. El líder lo que les dio fue una dirección a ese orgullo, a su dignidad, tan antigua
como el Mekong. Nosotros no somos menos. Por ello nos llamamos como el gran Manuel
Rodríguez, estratega, militar agudo, abogado, hombre sabio que supo tomar las armas y con
Nuestra gente, a las miles de Amandas de Víctor Jara, a los Luchin de esta larga tierra
andina, sacudida cada tanto desde el corazón del planeta. Por ellos estamos aquí,
programáticas de nuestra dirigencia. Somos algo así como los Húsares de la Muerte que
protegían y luchaban con Rodríguez, hombres sin dobleces que preferían la muerte a
entregar Chile a los colonialistas españoles. Esos somos nosotros. Ahora, compañeros,
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quiero que esquematicemos y analicemos las razones por las cuales falló la Operación Siglo
XX– terminando su intervención, Ramiro se sienta y escucha, aunque parece obvio que sus
propias palabras han generado en su interior un vendaval de razones e ideas. Quiere que
sean los ejecutores los que abiertamente desglosen las causas y se llegue a sugerencias, a
– ¿Por qué fallaron los cohetes? Por viejos, creo yo– apunta Bernardo uno de los
dirigentes en la Operación– todos sabemos que las armas que usaríamos las descubrieron
los milicos en Carrizal Bajo. Y allí se fueron los RPG rusos con los que habíamos
entrenado.
– ¡Pero había más RPGs! ¿Por qué si nos entrenamos con esos, cambiamos a los
hijoeputas cohetes gringos que no sirven? Los LAW malditos– dijo molesta, Fabiola. Mira
a Ramiro esperando una explicación. Ramiro toma nota de la angustiosa pregunta. No dice
nada aún. Deja seguir la catarsis de los frentistas. El resentimiento mayor no es tanto con
los compañeros, sino con que el cerdo sigue vivo. Aunque están acostumbrados a mantener
estalló– dice Alonso. Jorge y Joaquín asienten– …y las granadas sólo lo remecieron.
¿Nadie averiguó que ese vehículo era blindado? Compañeros, aquí ha fallado la inteligencia
Nosotros cumplimos con los procedimientos para los cuales nos entrenaron. Yo estoy de
acuerdo que falló lo de los cohetes– insiste Fabiola– Bethel sabe que en Punto Cero nos
disciplinada, pero eso no significa que no pueda diferir. En este caso, no entendí por qué
iniciamos con fusilería en lugar de los explosivos. En las operaciones cubanas siempre nos
explicaron las ventajas de hacerlo en ese orden: primero explosivos, luego fusilería. Acá
fue al revés. Quisiera una explicación. Un entrenador búlgaro nos enseñó que los cohetes
explosión. Los que disparamos no recorrieron ni diez metros antes de golpear el vidrio del
deja que su corazón mande. Estamos todos aquí precisamente para comprender qué faltó,
que no funcionó. Si la dirigencia del Frente lo planificó todo así, se decidió así, no veo por
qué cuestionarlo en este momento. Ahora resulta sencillo decir todo eso que Usted
– La fusilería sería tan nutrida que no había manera de que esos dos vehículos
– Así es compañero. Pero ¿por qué no buscamos la manera de emplear otros cohetes
rusos nuevos? Los compañeros argentinos tenían cómo pasar armas por el sur, pero esa
opción no se planteó.
uno de tantos.
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poco, pero su rostro indica que la molestia es profunda, así como la decepción. Al terminar
la revisión de los fallos, será la primera en plantear otro nuevo atentado. Por ahora, se
– Comandante Ramiro. Mi inquietud está relacionada con el escape del auto, más
que con el asunto del fallo de los cohetes. ¿No teníamos a la gente del 504 en la retaguardia
– Recuerde que no es fácil ubicar hombres en esa carretera. Esa vía siempre está
bajo vigilancia militar. Tampoco era fácil encontrar un punto vulnerable mejor que la
cuesta de Achupallas. Por lo tanto, la retaguardia tendría que estar muy cerca del resto del
equipo. Y así fue. Lo que no contábamos era con la astucia del conductor. Supo hacerlo
muy bien. Golpeó con fuerzas nuestros autos hasta hacerse camino en retroceso. El resto
– Mire compañero, todo eso está bien si se tratase de una operación simple, de un
objetivo menor. Pero, este no era el caso. ¡Era el Chancho! El asesino que tiene a mi patria
de rodillas. Todos actuamos siguiendo el plan, pero el plan era de novatos. Era un plan de
mismo que yo. ¿Cómo vamos a enmendar si no hay un análisis real de esto? Explíqueme,
compañero.
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podría dar vuelta y escapar del grupo de cierre. No teníamos francotiradores para ello, ni
rematadores, ni explosivos en los puentes hacia El Melocotón, que sirvieran para aislar la
huida. Eso también formó parte de la instrucción en Punto Cero en Cuba. Y nosotros no los
teníamos. Otra vez le pregunto, ¿por qué? Con el respeto de todos mis compañeros,
también quiero saber si todos los presentes tenían amplia formación militar. Aquí no se
trataba de hacer justicia sobre un pituco y ya. ¡No!, era cambiar el curso de la historia de
Chile, nuestro Chile. Y creo que no todos los fusileros estaban a la altura de esto.
Comandante Fabiola respiró profundo, se apretó la cara en silencio. Nadie más habló por
unos segundos. Unas lágrimas amargas se le escaparon entre los dedos a la Comandante.
como quien regresa de un sueño. Está absorto en algo que solo él recuerda. El investigador
– Ramiro, ¿Sabe si murió? ¿Guarda alguien algún documento o referencia que nos
– ¿Quién Bethel?
– Sí, él.
era una mezcla de diario con libro de crónicas en el cual apuntaba sus reflexiones y
eventos. Usted comprenderá que estaba cifrado, a nadie con dos dedos de frente se le
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ocurriría portar tanta información sin tenerla asegurada. En ese libro también coleccionaba
eventos de cambios o luchas sociales que han resultado ejemplares. Creo que algunas de
sus aventuras y relatos tenían datos verídicos. Era muy receloso con su diario.
– Claro, la defensa del glorioso pueblo soviético contra los nazis en San
trabajo por mucho tiempo. Por cierto, una vez me dijo que ese sería un legado a la izquierda
puedo decir que es un hombre de estatura media, de piel cobriza, aspecto indígena, cabello
lacio, muy lacio de color negro. Es algo locuaz, es de contextura fuerte, yo diría que pasa
como un chileno del norte. Es un hombre optimista que no se detiene ante los obstáculos.
No aparenta su edad.
– Bueno, diría que para hoy podría tener entre cincuenta y cincuenta y cinco años.
– ¿Sabe su profesión?
pero la situación política de 1977 le obligó a marchar de allá. Ha sido un combatiente por la
libertad de los pueblos. Su actitud le hace un hombre útil en la tarea que le asignen.
– Hay quienes dicen que también estuvo involucrado en su fuga de la Cárcel de Alta
Sabe que esa fuga lo ha hecho famoso en el mundo entero, y que sus amigos demostraron
una actitud solidaria más allá de barreras o muros de cualquier prisión. Respira hondo. Se
toma un tiempo. Pareciera que escogiera con estrategia cada palabra. Se relaja un poco y
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comienza a relatar con frases bien seleccionadas, los hechos que condujeron a su escape
memorable.
contextualizar ahora y desde aquí, el momento político que vivía Chile Es en ese entorno
que se da la acción de la fuga, lo cual para nosotros no es más que un acto de justicia. De
hecho, lo llamamos Operación Vuelo de Justicia. Había una clara ruptura entre el PC
chileno y nosotros. Con el tiempo creo que hasta fue una ruptura lógica, nosotros éramos el
brazo armado de una organización que quería, como todos, la devolución de la patria. No
precipitar la caída del régimen torturador y asesino. Con la mayoría de los altos dirigentes
detenidos era muy complicado alcanzar ese objetivo militar y político. Organizamos el
escape desde dentro. Fue fundamental la ayuda externa, sin duda. En esa acción, CAB, mi
amigo, camarada panameño, fue el piloto del Bell Ranger que nos dejó caer la cesta de
Kevlar. Él nunca supo las veces que le mentamos la madre en el corto vuelo, ni los gritos de
alertas, pues como debe saber ya, sufro de vértigo, y la cesta se movía de manera
impresionante. El pobre no tenía la culpa de aquello, pero comprenderá que los nervios nos
estaban destrozando, pues estábamos guindando de esa cesta que giraba sin parar. Yo
llegué al punto en que prefería soltarme si eso no terminaba pronto. Mis camaradas me
sujetaban como podían y me gritaban que aguantara. Y así fue. Al aterrizar en un parque,
CAB dejó el aparato encendido. Todos salimos corriendo a los autos que nos esperaban,
entre otros, mi amigo el panameño. Venía sonriente. En ese momento no supe por qué
estrategia para ganar tiempo, cuando llegasen los carabineros, pensarían que era riesgoso
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acercarse. Quizás por alguna bomba o por alguna persona armada dentro. Les tomaría unos
– Eso fue en 1996. Usted se fue a Cuba. Después de aquello, ¿lo volvió a ver?
contextura fuerte, piel morena o canela, en eso de las pieles no soy bueno. Para mí no hay
tonos de colores en las pieles. Son pieles y ya. Ojos oscuros. Cabello muy lacio. Sin barba
ni bigotes.
– ¿Peso aproximado?
momento?
Son ellos los que lo guían. Detesta al imperio norteamericano. Sabe muy bien las razones
por las cuales ellos colocan y quitan marionetas en la vida de nuestros pueblos. Tanto él
latinoamericanas sabe que no hay nación que no haya sido explotada de alguna manera por
nosotros. Nos han infiltrado hasta nuestros recuerdos, nuestra historia. Panamá no es
diferente. No sólo bananos y Canal han sido objeto de esa explotación. Pusieron a militares
cada vez que quisieron, cada vez que los necesitaron, luego les armaron las justificaciones.
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Lo mismo con los Presidentes, con los oligarcas, en fin, nada que no sepamos. Por cierto, si
todo el mundo sabe que Noriega desde muy joven era agente de la CIA y que realizaba
negocios ilícitos con cualquiera, ¿qué le hace pensar que CAB lo defendería? No sé qué fue
de él en esos días, si murió o no. Él luchó con Spadafora, y todos sabemos que Noriega lo
mandó a decapitar. ¿Si usted fuera CAB, lucharía en defensa de un dictador asesino? En el
fondo creo que se encontró en una verdadera disyuntiva, entre defender su patria, a riesgo
de que se le confundiera con la defensa del régimen de Noriega, o guardar energías para la
reconstrucción de una sociedad mejor. Por lo que lo conozco, creo que no se quedó
del Partido UDI en 1991. Todos sabemos que usted mantiene una condena en Chile por ese
caso y no creo que haya alguien que conozca mejor la operación ejecutada. ¿Fue parte
seleccionara cada palabra. Para Oscar, este punto parece ser fundamental, pues los delitos
que hasta entonces le imputaría a Alexis Bethel, eran actos de terrorismo, porte ilícito de
armas, robo de helicóptero, robo de varios autos, piensa que también incorporaría, en caso
de tener evidencias suficientes, porte de identidad falsa y asalto a mano armada. Todos de
alguna u otra manera, difíciles de probar y de sentencias que podrían ser negociadas por un
buen grupo de abogados defensores. Él buscaba más. Quería establecer vínculos de CAB
con muertes y bombas, y si además, formó parte activa en la planificación de tales hechos,
sin duda tendría un buen caso en sus manos. Klinsman sabía de sobra la participación de
111
Ramiro en otros asuntos como el secuestro de Edwards o Carreño, quien fuera liberado en
Brasil.
asignaron tareas menores, como el rescate del compañero Salomón en 1989 de la clínica
donde lo cuidaban los de Gendarmería. Así que no insista en mezclarlo en asuntos que ni
sabía.
– ¿Y qué me puede decir del secuestro de Christian Edwards, hijo del dueño de El
– No.
Esta última respuesta, lacónica y breve, era un signo que Oscar tomaría en cuenta.
Al Comandante no le interesaba dar mayor información sobre esos temas, muy chilenos,
– Si usted fuera yo, sabiendo que puedo gestionar o negociar una salida a su
– Señor Klinsman, creo que es poco lo que puede obtener de mí, porque como ve,
estoy muy aislado. Y aunque supiese más, lo pensaría mil veces, pues no solo no soy
delator, sino que no entregaría así no más, a quien le debo mucho. Eso hace diferencias
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entre usted y yo. Nosotros tenemos una moral de fierro y ustedes se venden según el precio
de su conciencia.
Con esa respuesta era poco lo adicional que se le podría extraer al Comandante.
Tampoco quedaba tiempo para más. Un guardia brasileño hace una seña con el brazo. La
entrevista ha llegado a su fin. Antes de levantarse, Oscar captura con una mirada rápida el
entorno en el cual ha logrado algunas respuestas: un espacio reducido, una mesa sobre la
cual un Ramiro con barba cana de dos días, apoya sus brazos, su suéter celeste, su rostro
algo enjuto, la mirada inquisidora y unas arrugas horizontales en su amplia frente que
No se le permitió tomar fotos, pero la imagen de Ramiro sentado frente a él, delante
hasta salir, Oscar sintió que había transitado por las puertas del infierno de la obra de
sentimiento provocado por el entorno del encierro y la desproporción entre la idea de una
aislamiento, le llegó muy profundo. Aunque saludable, lo vio endeble y muy vulnerable. En
ello coincidió con el Monseñor y se prometió hacer alguna gestión algo más allá de lo
pactado. Quizás apoyar la idea de una transferencia a otra prisión menos restrictiva, aunque
Sin duda, tendría que rastrear al comando CAB desde sus inicios, es decir, en
Panamá. Quizás su Yaffit pudiese ayudarlo un poco, dado que no conoce ese país ni su
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gente, y a decir verdad, su único vínculo con esa tierra es su pareja, a la cual extraña y
recuerda cada noche. Cuando lo hace, los poros se le alborotan, se le revuelven las
hormonas, quiere tenerla y apretarla hasta la histeria, gozar por su satisfacción al hacer el
amor mil veces. Se excita tan sólo imaginarla en su habitación. La ve llegar con su aire
despreocupado de colegiala. Su blue jeans ajustado que le calza como un guante, sus botas
de cuero que le lucen magníficas dándole un aire de informalidad, con el contoneo que lo
desconcentra cada vez que la ve caminar así, con ese balance marino que le abre los
sentidos. Una blusa que parece flotar, soplándose cuando se quita la chaqueta de
hacer hoy y aquí, tu y yo– le dice con cierta picardía. Se levanta, va al aparato de sonido,
busca un disco romántico, de esos que a ella la entristecen. No encuentra los de su estilo.
bueno.
Se le acerca con el trago en la mano, ella lo toma y brinda. "Por nuestro repentino
amor que parece ser el sino de una larga peregrinación de dos solitarios en este mundo".
Oscar no puede más que asentir y abrazarla, tocarla, apretarla. Ella se deja hacer. La aprieta
contra su pecho, siente sus senos endurecerse contra el suyo. Sus labios se han unido en un
sello infranqueable. Sus manos empiezan a buscar los caminos del sexo. La blusa
Yaffit contra la ventana, despojándose de sus ropas. A él le resultó más fácil, más rápido,
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como más rápido quiere hacerle de todo. La alfombra recibe a los amantes y los cobija en
ese ir y venir de cuerpos desnudos. Ella, siendo aún más joven, le calma sus ímpetus de
caballo desatado y desea gozar toda la noche con ese, "su hombre". Con voz sensual y
pegajosa, Myriam sigue diciendo que "eres mi talla perfecta, eres, todo para mí...” Mientras
recuerda a su Yaffit, se va erizando la piel, el pene y hasta cree tener una erección
ha atrapado. Siente una atracción casi animal por la panameña. La recuerda con todos sus
aromas y sabores.
marinos, guerras, flores y cuentos, tomados de la mano, caminando como hacen los
enamorados. Sin duda, la extraña. Piensa en unos helados de frutilla con almendras. Sigue
laberinto de jaulas de alambres y sol ardiente que le revive y lo trae de vuelta a la realidad,
a la ruta hacia la libertad desde esa prisión infernal brasileña. Cada candado dejado atrás es
principal, Klinsman descansa en la salida. Un taxi lo espera. Se toma un tiempo para digerir
Ramiro es escoltado hasta su celda. Ingresa en ella y se dirige a una esquina. Lo abordan
los recuerdos de la reunión en Mendoza. Incluso esa conversación tan importante, solo es
historia. Algunos de los que asistieron fueron apresados o muertos por la dictadura. Aun
así, su mente los trae de vuelta. Fabiola descansa con la cara aún irritada por un llanto
silente y agrio, el de la derrota. Los compañeros han quedado en silencio también, como si
la conclusión de la sesión fuese admitir que eran unos novatos en una operación que resultó
un desastre. Sabía que algunos de los fusileros nunca habían empleado un M16. A ella no le
cabe en la cabeza que esos jóvenes de veinte años de edad fueran la tropa élite escogida
Recuerda a sus compañeros caídos en los años de la tiranía, a los torturados, y siente
remordimiento por no haber reaccionado a tiempo. Ramiro no tiene mucho que decir. Es
frío, calculador y sabe que de todo este asunto saldrá una lista de debilidades que no
deberán repetirse en operaciones en el futuro. Ella fue de las pocas personas que sabía
Sentado en una esquina, tal como en la reunión aquella, Ramiro escucha y asiente
operación. Ahora está claro que se dejaron llevar por el entusiasmo y que Pinochet tenía
oscuridad. Se va quedando dormido y como un pequeño arroyo que deja caer sus cristalinas
gotas contra una piedra, escucha el rumor de la noche en Mendoza. Todos se fueron
después de la reunión. Quedó solo con sus reflexiones. Ese sonido agradable de
tintineos finos es el mismo que recuerda de la vez en que siendo un adolescente, tirado en la
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Descubre que la calidez de ese titilar proviene de un móvil de trozos de cristal y pedacitos
de aceros que está armando una muchacha recostada en la base de un pino. Se acerca.
– Bien, poh– responde Cathy. A partir de ese instante, ambos quedan encantados
con una conversación superflua, pero suficiente para atraerlos. Ella explica su técnica para
el asunto de los móviles; él habla de lo que sabe: futbol. Hay cierta paz en el lugar. Los
árboles, la brisa cálida a ratos, la cordillera a lo lejos, van dando pinceladas de una tarde
hermosa. El amor entre ellos surge espontáneo y juvenil, sin cortapisas. Asombrados y
nerviosos se ven a los ojos. Es ella quien se acerca y le da un beso. Luego otro. A partir de
ese momento, se descubren sin palabras, hasta que la tarde y el tiempo los obliga a retirarse.
Tomados de la mano, caminando muy juntos, se hacen inseparables. Ramiro escucha otra
vez el tintineo y extraña ese sentimiento fugitivo, exquisito, de estar enamorado. Su cabeza
está llena de odios, de amores contradictorios, pero ante todo, de una lucidez aplastante,
una racionalidad que justifica y maneja su vida. Cada tanto, siente la melancolía de no tener
a alguien como Cathy a su lado, para apretarla sin más ni más. Sin deseo sexual de por
medio, tan solo de apretar, estar juntos viendo las nubes o escuchando los móviles de
cristal. Sigue en la esquina, en ese lugar muerto. Para él no es la noche, es tan solo una
circunstancia que debe vivir, en la oscuridad seca y vacía de una celda. Abre los ojos,
de sus asientos para buscar con apuro sus maletas. Se respira un aire de tensión, como si
fuera indispensable apresurarse. El chileno conoce de sobra esta desesperación, por ello, se
lo toma con calma. Da la oportunidad a varios a salir antes que él. Recoge su computadora
portátil y su bolso de mano. Es la primera vez que viaja a Panamá. Al salir al túnel, un aire
húmedo y cálido, quizás demasiado para su gusto, le abofetea el rostro. Una vez en las
entrañas del edificio, observa a su alrededor con aquella mirada escrutadora que tantas
veces otros le han conocido. Pareciera que se estuviese tragando su entorno. La curiosidad
la lleva a flor de piel. Una bonita funcionaria de piel morena le sonríe y le pide su
pasaporte. Luego de dos preguntas de rutina, se lo devuelve sellado con la misma grata
sonrisa con que se lo solicitó. Se dice para sus adentros, que todo, hasta ahora, parece ser
como lo pensó. Un pequeño país cosmopolita, pleno de colores y calor humano. Sin más,
decide tomar el bus del hotel que lo llevará al centro de la ciudad. Ha escogido el Hotel El
Panamá por varias razones, una de ellas es la cercanía a los sitios que tiene pensado visitar,
y otra es que supo por Yaffit, que ese hotel es una pieza viviente del primer gran hotel que
tuvo la ciudad en los años sesenta. Ella le habló de un órgano musical que tenía un teclado
en forma de arco y que era una excentricidad de aquella época. Llega a la recepción, toma
el diario La Prensa. Suele enterarse de los eventos locales como primera acción en sus
acondicionado, abre las cortinas un poco más y se acuesta a ojear el periódico. Un primer
titular le llama la atención: “Esperamos que Noriega sea condenado en Francia“. Quizás
como una curiosidad casi turística, irá a ver la casa del dictador. Sabe que en su viaje tendrá
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dictaduras que se hicieron etiquetar “de izquierda”. Así que el tema de Noriega, no escapa a
sus propósitos. Podría ser que CAB estuviese vinculado a los grupos que estuvieron en el
poder en aquellos años. Esa noche decide tan solo descansar en su habitación, reorganizar
sus notas y repasar su estrategia. Incluso parte de lo que requiere está en una maleta
perdida. Dejó una copia de esos documentos en Santiago. Lo primero que hará es tomar un
baño reconfortante y caminar un poco antes de cenar, y sentarse a estudiar sus apuntes. En
efecto lo hace.
En el lobby del hotel le han recomendado tener alguna cautela al salir, aunque ha
recomendaciones. Camina unos metros y llega a un gran casino. Como parte de su afán por
explorarlo todo, ingresa con la idea de no gastar más que veinte dólares. Al fin de cuentas,
su propósito no es el lucro, y por cierto, duda mucho que se lleve un centavo de ganancia
de las máquinas. Tan solo quiere conocer algo de estos lugares. Dentro del casino se entera
Aunque la ciudad de Boston no era la más movida, sin duda era muy conocido, no había
fiesta de latinos en los cuales no se bailara su música. Con mayor dificultad recordaba a
Al ingresar va directo a una mesa donde tomarse un trago y disfrutar del concierto.
El lugar es una mezcla de gran bar con máquinas tragamonedas, mesas de apuestas por
comer o tomar. Pide un whisky en las rocas mientras escoge algo para picar. Lee el menú.
Boston, sus amigos latinos, la música de salsa, algunos pubs en Belfast, algunas mujeres
que han dejado alguna huella. El ambiente es único. Está oscuro, y el escenario parece una
mujeres muy atractivas a su alrededor, o al menos eso parecen. Llega el Niño bonito de la
salsa. Empieza a sonar un bolero de fondo. Klinsman cierra los ojos. Siempre quiso
conocer sobre la cadencia tropical. Nunca se atrevió a nada. Y mucho menos a bailarla.
En medio de la noche, nota que una chica delgada que está en una de las barras, no
deja de mirarlo. Siente la tentación de asumirla como a una "presa fácil". La mujer está
sola. Lleva un largo vestido de noche, muy elegante, con un toque glamoroso. En su
cabeza, Oscar está claro que no piensa enredarse con mujeres. Sin embargo, la coquetería
presente.
Sonaba con la misma cadencia que él conoció en Boston, eso que sus compañeros
portorriqueños llamaban, la salsa brava. Vestido con chaqueta blanca, blue jeans, un par de
entradas que anuncian la calvicie en camino, un enorme reloj de oro en su brazo derecho,
una cruz en medio de su pecho y con la alegría de siempre, salta al escenario Ismael
Miranda. Los aplausos acallan al presentador quien trata de decir algo de su vida artística,
pero la gente quiere oírlo, quiere bailar y no le dan tregua al animador, quien se aleja
dejándolo con su público. Las trompetas inician con una melodía que todos cantan de
repente. Tú la tienes que pagar María Luisa, eso no se le hace nadie. Tú me enseñaste a
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querer, con pasión desenfrenada. Tú la tienes que pagar vida mía, eso no se le hace a
nadie... Su voz es la misma que todos conocen. Canta y baila con cadencia y ritmo. La
gente se contagia. Empieza las parejas a levantarse de las mesas, que van quedando solas
con sus botellas de ron, whisky o cervezas. Esto impresiona al chileno, quien no sabe bailar
salsa ni nada, pero estaría dispuesto a menearse de alguna forma. El ambiente está
candente. Las trompetas siguen en su diálogo con las congas. El coro sigue dando cuerpo a
la presentación. Las luces están puestas sobre el cantante y su gente. El resto está muy
oscuro. Oscar siente que una mano suave le toca el hombro, un aroma dulzón, y una voz
sensual que le dice, ¿bailamos? A partir de ese momento, pocas veces en su vida se había
sentido tan desinhibido. La chica comprende su dificultad con la salsa, pero el entusiasmo
de Klinsman lo compensa todo. Nadie lo mira, pues todos están en lo suyo. La pista de
baile está cada vez más oscura, dándole un aire de nocturnidad bohemia. La salsa se le va
metiendo en el cuerpo y no necesita mucho más para que canciones como Cipriano
Armenteros, No me digan que es muy tarde, Así se compone un son, Galera tres y otras lo
vayan incendiando de a poco. La mujer con sus escotes indiscretos y su rostro de niña
grande lo va apretando cada vez más. En las últimas piezas ya están muy juntos, como dos
enamorados adolescentes. El ron Abuelo, los senos de la mujer y la oscuridad, son sus otros
cómplices de su primera noche en Panamá. Tras una pausa de la orquesta regresa Ismael y
Todo de mí o La copa rota solo sirven para que juntos en un abrazo permanente y algunas
palabras suaves al oído, la pareja salga del casino rumbo a la habitación de Klinsman, quien
El resto fue una sesión de sudores y pasión. Unos senos prominentes contra la
noche, con sus puntas de madera de ébano y unos labios recorriéndolo por completo,
succionando todo, absorbiéndolo todo, es más de lo que espera. El movimiento del baile
sigue en la cama, luego en el piso, y por primera vez en su vida, Oscar comprende desde
sus entrañas, el sentido, la cadencia azucarada de la música del Caribe. La mujer no para.
Nuevamente tras sus grititos, le pide otra vez. Sus manos como pulpo se multiplican y
tanteando todo lo posible, la hurga por todo el cuerpo, introduciendo sus dedos en sus
entrañas. De él sale un lado salvaje, que poco conoce. Ella lo aspira por todos lados y se
deja hacer. Cuando ya piensa que terminaría todo, la hembra se arrastra como serpiente
sobre su cuerpo. Le introduce la lengua en sus oídos mientras le susurra una frase de un
bolero de Ismael Miranda. Empiezan los besos prolongados, lo explora por todos sus
sentidos, sus delicadas manos acarician sus piernas, ascendiendo hasta tomarle con
sensualidad su pene, moverlo, estirarlo y encogerlo como un resorte. Con sus labios
gruesos, empieza a succionar con cariño animal. Oscar aspira las puntas erguidas de esos
senos firmes. Los aprieta y soba hasta que se los lleva a la boca. Gira a la mujer de
posición. Para un lado, para el otro. También la coloca bajo su cuerpo. Ella es una fiera
tropical. En cada caso, prolonga lo más que puede su eyaculación. Tras el último suspiro,
–“Pucha que sois buena”– son las primeras palabras del investigador– me destruiste
todo, bueno, casi todo– dice de manera jocosa. Ella con su piel y voz de tigresa, se le
escurre sobre el cuerpo, y le sonríe. “Niño guapo, todavía te falta otro round”– y le hace
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unos pequeños masajes en los abdominales, y lentamente su mano se va hacia su pene, sus
testículos y se los lame con suavidad. Él, quien pretendía que los placeres habían terminado
y que era hora de descansar, entiende que su orgullo de macho puede quedar en entredicho
y se deja llevar. En una ceremonia de silencios y entrega, ambos parecen caer agotados en
su última refriega. Aún con las cortinas cerradas, el alba apunta con toda luminosidad
Oscar Klinsman despierta con los rezagos de la noche, sigue Ismael Miranda
cantando su bolero… yo crecí junto a la barra, y entre copas tuve amigos, pero un golpe
Es algo tarde en la rutina del chileno. Abre los ojos y la luz que se filtra le indica
que es tiempo de levantarse. Como intuye, la chica no está. De no ser porque encuentra
algunas huellas, podría pensar que la noche anterior había sido un sueño. Piensa en Yaffit.
Medio resignado a un leve dolor de cabeza, se incorpora y dirige al baño para iniciar su
ser otra vez, Oscar Klinsman Poblete. Una ducha lo despierta del todo. El dolor de cabeza
revisar sus pertenencias, una idea loca le llega a la cabeza. Se apresura a buscar en su
maletín, su cartera y la encuentra en orden, excepto un par de tarjetas de crédito que sabe
que no están en el sitio que les tiene destinado. Se acerca al closet, busca su computadora
portátil. La encuentra. Respira profundo. Sin embargo, le parece por algunos menudos
detalles, que alguien estuvo revisando sus apuntes. Trata de no darle mayor importancia.
Puede ser la típica paranoia de quien está acostumbrado a buscar información sensible en
acerca al ventanal y se repite que debe seguir su rutina, no desviarse del propósito que le
trajo a este lugar. Es una primera recriminación. La segunda se la da cuando abre la puerta
y encuentra su maleta perdida. Todo parece estar en orden. La abre luego de colocar la
clave que se sabe de memoria y que cambia cada seis meses. Al abrirla su ropa parece estar
en desorden, lo que es normal si dio vueltas por el mundo. Lo que no estaba en orden eran
algunas notas en una carpeta. Le faltan algunas copias donde traía su estrategia trazada y
Mientras el chileno investiga en Panamá, Yaffit está en Viña del Mar por el asunto
comparten en Santiago. En efecto eso ocurre así, porque fue lo acordado. A Oscar le deleita
saber que ella ocupa sus propios espacios y empieza a enraizarse con la idea de la vida en
común.
Ella llega despreocupada el sábado en la tarde. Se quita los abrigos y guantes. Los
coloca en cualquier parte, revisa la refrigeradora y con alguna fruta o bebida caliente se
instala frente al equipo de sonido. Busca con paciencia algo de música de su preferencia.
Escoge salsa de Rubén Blades. De lo más reciente del cantautor istmeño prefiere la canción
País portátil, la cual escucha repetidas veces. Cada vez que lo hace, algo se le desencaja
dentro, y se indigna, no con el cantante, sino con la realidad, con la posibilidad de admitir
que su patria es una nación en venta al mejor postor. Ha escuchado que eso es exactamente
lo que plantea el recién estrenado Martinelli. Esto le causa una angustia que en más de una
ocasión, termina apagando el aparato. Piensa en la desproporción entre la vida ideal, el país
ideal, la gente ideal, y la existencia cotidiana. Esta vez, y en el apartamento, desde donde
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siente un ambiente diferente a "su" realidad, quiere estar alegre, muy alegre, y quedarse
esperando la llamada de Oscar. Cambia el disco compacto, coloca del mismo cantante, el
disco "Mundo". Una pieza le agrada de manera particular: Sebastián. Esa pieza le recuerda
golpe, los balcones con veraneras floridas del verano, los gritos de los vecinos para decirse
noticias o chismes o para comunicarse lo más insulso, el paletero con su carga de hielo,
escarchas y sabores que van enrojeciendo los labios de los niños pobres, el paseo por Las
Bóvedas cuando la marea está alta. Como si estuviera en su ventana, las voces le van
hablando.
enamorado de la luna, el soñador con su cohete hecho de latas y trapo que una noche partió
a buscar las estrellas para su amada luna. ¿Cómo no recordar su ciudad calurosa pero
pensar más. Enciende la TV por cable. Se va quedando dormida con una película sosa,
hasta que a media noche, el frío la obliga a acostarse en la cama de ambos, la ancha y
espaciosa cama que es tan solitaria cuando él no está. Se cuela bajo la manta térmica y su
duerme con la paz de quien no espera nada nunca. Recuerda en tinieblas, que mañana con
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calma revisará algunos archivos de Oscar. Total, mientras esté en Panamá, tiene todo el
Uno de los primeros pasos de la investigación del abogado fue enterarse de los
detalles de aquella operación Siglo XX y del grupo FPMR. Los servicios de inteligencia del
Estado habían capturado en corto tiempo, a todos los integrantes que participaron en la
emboscada.
peritos y expertos. Se bajan de los tres autos negros con sus maletines de equipos y guantes.
El fiscal militar Fernando Torredas autoriza que se coloquen cintas para evitar intrusos o
detalladas a los vecinos de la casa. Su experiencia dictamina que llegarán a buen final si
actúan con rigurosidad y disciplina, tal como él lo hace en su vida diaria. Tras cuatro horas
Torredas sabe que como en un juego de ajedrez, ha empezado con los primeros
movimientos de peones y caballos. No tiene dudas que es asunto de tiempo dar con los
del cotejo con la base de datos de los extremistas en dos horas–. El perito sabe de la
urgencia y obedece.
acerque al CNI, ya tienen un nombre: Juan Morreno alias "Sacha". La sonrisa ligera
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continúa en el rostro del fiscal, quien ya sabe lo que continúa. Klinsman también lo
recuerda.
El primero en ser capturado fue él, un frentista de baja estatura y delgadez casi
enfermiza. Luego, fue asunto de metodología militar que "cantara" el lugar de reuniones del
Frente, "La oficina", que no era más que un descampado del Parque O´Higgins donde
solían entrenarse como tantos otros chilenos. Allí, uno a uno, fueron arrestados los demás.
pesar del paso del tiempo, la estructura de militares retirados sigue ejerciendo control sobre
dificultades para obtener textos y datos para seguir las investigaciones. Pero Oscar es un
abogado obsesivo, de estirpe alemana, como muchos chilenos. Trata de alejar sus creencias
políticas o religiosas de sus trabajos y gracias a ello, cuenta con una reputación envidiable.
Le gusta jugar ajedrez y gracias a ello, entiende su profesión como una estrategia con
jugadas a futuro. Hasta ahora, le ha funcionado. Está convencido de que ésta no sólo es una
investigación más, sino un deber, se debe esclarecer con la verdad lo ocurrido en 1986, tal
pudieron estar relacionados con la entrega de armas y preparación de los comandos, pero ya
es sabido por los Pinochet, que el gobierno cubano sabría defenderse y en el escenario más
optimista, nunca pagarían ninguna demanda. Diferente es el caso de Panamá. Con Piñera y
contratado.
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Gracias a los contactos suministrados por Yaffit Sacs, Oscar logra ubicar en Panamá
a un par de estudiantes dirigentes del FER 29 y a tres de los nuevos dirigentes del FAD y
FRENADESO, el ala más activa de la nueva izquierda panameña. De ellos quiere saber dos
Panamá un país tan pequeño, no hay duda que un militar con su prontuario, debe ser
conocido, o al menos se deben tener pistas de su paradero. Oscar ya está listo para salir,
toma su libreta de notas y nuevamente tiene la extraña sensación de ser vigilado. Mira a su
Una sorpresa se le presenta esa mañana en un sobre que introdujeron bajo la puerta.
Lo abre y extrae una página que parece ser del diario de CAB. Está numerada con el 433 en
la esquina inferior derecha. Oscar la desdobla y lee. Alguien le está tratando de guiar hacia
una dirección y eso no le agrada. Reconoce la letra y caligrafía que hasta entonces le
atribuyen a CAB. Enviará la hoja a un laboratorio de forenses que le dirán si se trata del
mismo autor, también el tipo de papel, química de la tinta, buscarán huellas digitales y
mis tropas contra los malignos escorpiones del cáncer que pretenden acallar mi voz..." Por
primera vez, le parece cierto aquello que supo en Santiago, y es que a CAB podría haberlo
matado un cáncer.
–Mi amor, toma nota– le dice Yaffit por teléfono a Klinsman–. Para que puedas
ubicar ese documento que andas buscando o al autor, debes entender el asunto de la
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podrían darte información, pero te recomiendo que empieces por los muchachos de la
Universidad de Panamá. Allí vas a encontrar varios grupos actualmente, entre otros, Unidad
lo que fue el FER 29, el Bloque Universitario Popular (BPU) y otros menores como el
–Wao... ¿Tantos?
diferentes facultades. De todos ellos, los más icónicos son el FER29, el PAT y el BPU. Con
ellos debes hablar, pues si alguien podría saber de tu investigado, son ellos. Sin embargo,
cuando te hablo del FER29 antiguo, no me refiero a los cuatro gatos extraviados que
de otros grupos, sino a la vieja militancia. Los actuales están agotados, por ello nacieron
Incluso de ese último se menciona que está vinculado al grupo de Malbina Ferrera dentro
del PRD. Como ves el FER29 se ha atomizado, no es la sombra del movimiento que luchó
en las calles por la soberanía del país. También hay grupos de papel como el MEBO.
me suena interesante, el Partido Alternativa Popular (PAP). ¿Qué sabes de ellos?– dice
Oscar.
130
de las masas. Esa gente está detrás de Jiovanét, un economista brillante, pero sin arrastre.
directa el investigador. La panameña queda algo sorprendida, piensa que se trata de una
–No lo sé. Supongo que algunos vínculos mantienen con grupos de Cuba o
Venezuela. No creo que estén en conexión con el PRD, quizás con la gente del
SUNTRACS, que es el sindicato más organizado y fuerte que tiene el país. Ellos son la
político de izquierda que irá a las elecciones en el 2014. Te podrás imaginar que el símbolo
de lucha del BPU es una hoz y un martillo sobre un tapiz rojo escarlata, algo así como la
bandera de la URSS, con una estrella al medio y las letras BPU. En otras palabras, estos
proclaman.
MLN–29 acusó a la llamada Tendencia del PRD y al PRT de ser agentes G–2 a favor de
131
Noriega; por su parte, la Tendencia del PRD y el PRT señalaron al MLN–29 de agentes de
la CIA y proyanquis; el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) acusó al Partido del
Partido del Pueblo al PST de agentes del imperialismo y civilistas. Como ves, no fue
– ¿Y eran muchos?
– Algunos se fueron con Rubén Blades en su Papá Egoró de 1994. Lo que pasa es
que no entiendes al pueblo panameño, a nosotros nos gusta la música, la alegría, y ¿te
–Yaffit, supongo que no estás hablando en serio, ¿no?– la chica guardó un segundo
del cementerio Amador, el más emblemático del país. Aunque va en busca de la tumba de
heterogéneo. Hay cierto grado de anarquía y desorden a pesar del diseño rectangular del
lugar y de sus pasillos bien trazados. Los contrastes le llaman la atención. Encuentra un
hermoso mausoleo de estilo francés protegido con una cerca de gruesas barras de acero de
dos metros de altura. Pregunta a un vigilante la razón de tal desatino, quien lo ve extrañado.
–Si no le ponen candado a esos muertos, les hurtan las flores, los adornos. Ni
siquiera aquí están en paz esos señores. Hasta los ángeles han tenido que reforzarlos para
evitar que se los lleven a alguna cantera. Yo creo que esos difuntos hace años que se
marcharon de este lugar. Hay mucha delincuencia y anarquía. Antes no era así. Sólo en el
día de los muertos los arreglan. ¿Usted se cepilla los dientes una vez a la semana, o al mes,
al año? No, verdad. Entonces ¿por qué a los muertos sólo los visitan y arreglan sus recintos
una vez al año? Esas son cosas que no entiendo de mi gente–. Oscar lo mira alejarse
alegando a los vientos sus argumentos. Va muy molesto por la falta de cariño hacia los
familiares fallecidos.
Por un instante se olvida que viajó a Panamá a ubicar el destino del Capitán Bethel.
Sigue explorando épocas y nombres. Quiere comprender a este pequeño país. Hace un
mausoleos más sobrios, tan solo por curiosidad. Paso a paso, como engullendo aquello,
camina por el pasillo central y por los laterales. Esas estructuras agrupadas desde el siglo
XVIII le resultan fascinantes. Piensa que detrás de cada una de ellas, hay vidas con
historias a conocer. Hasta imagina algunas. Con mucha paciencia se pasea lentamente entre
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las tumbas. Hay algunas personas dándole mantenimiento a las lápidas de sus familiares.
Lee con detenimiento los epitafios. Toma notas de algunos. Aunque piensa que debe
enfocarse en el asunto de Bethel, sabe que no será muy a menudo que visite este lugar, y lo
disfruta como lo haría un turista, que de pronto, se encuentra solo frente a una obra de arte
diamante en bruto, que sólo él sabría cómo pulirlo y tallarlo hasta convertirlo en una joya
vasto.
Se detiene ante el mausoleo del General Ignacio Quinzada. De él había sabido por
una página de historia, que fue un personaje interesante, uno de esos prohombres
históricos, por ello, se promete al terminar su tarea, obtener una copia de la controversial
ley 44 de 1932 en la cual se le reconocen los méritos de militar como parte del Ejército
anecdótico que lo hubiesen relevado del servicio militar obligatorio a la edad de 82 años y
Otro que lo retiene un momento es el de Duque – von Lindeman, el cual está sellado
con doña María von Lindeman. ¿O serán ellos mismos? Sea cual fuere, quizás ligados al
antiguo periódico The Star & Herald que luego se llamó La Estrella de Panamá. Uno de dos
de grandes bodegones.
disfruta del paseo. Encuentra ángeles caídos del cielo, tallados en mármol blanco manchado
por el musgo y las inclemencias del trópico, ángeles que piden silencio con el dedo en la
boca, casi implorando tranquilidad. Quietud que contrasta fuertemente con el bullicio de los
hongos parecen no respetar a los difuntos. Encuentra gracioso un mausoleo con un pequeño
balcón. Se pregunta qué quiso transmitir el arquitecto que lo diseñó. ¿Comodidad? ¿Una
réplica de alguna vivienda suntuosa? En ello estaba cuando una mano morena en su hombro
le asusta. Una vendedora de billetes de lotería se le había acercado con su tira de papeles de
–Lleve el quince, lleve el quince. Número bajito. La suerte está de su lado, lleve el
quince– dijo mirando al chileno– este domingo juega el Gordito del Zodíaco, no se lo
pierda.
– Dos balboas cada pedazo. Juegue el quince, usted sabe, es que me quedan pocos.
Como siempre pasa con la Extraordinaria, los bajitos se acaban primero. Aproveche.
– No, no soy de aquí. Llegué ayer en la tarde. Dígame algo. ¿Usted conoce este
Chorrillo. Aquí hay gente trabajadora y honesta, aunque digan lo contrario. Mire, a punta
de lotería mandé a mis tres hijos a la escuela primaria, luego Yurisbeth se me graduó de
tengo en la Policía Nacional, a ver si me lo aceptan. Pero, ¿busca a alguien aquí? ¿Algún
familiar?
–Mire mijo, yo no necesito que me regale plata, sino que me pague los billetes. De
todas formas, si sé lo que busca, le respondo. Por cierto, a esta hora no es bueno que ande
solo por aquí, los maleantes ya se están despertando y a media mañana ya esto es zona roja,
para mí no, los conozco a todos. No son más que unos malcriados. Ellos saben que si me
vienen con sus locuras, le doy una nalgada a cada uno. A algunos los vi crecer. Creen que
con sus pistolas me van a asustar, pues no. A mi edad son pocas cosas las que me pueden
alterar.
– ¿Y quién es él? –la mujer parece sorprendida por el nombre, pero Oscar, experto
– Con ese nombre no creo que sea rabiblanco. – Ante la cara de incomprensión del
– De los de billete, mijo. Quizás sea un muerto reciente. Alexis hay muchos en este
cementerio. Lástima que estén muertos, sino les preguntaríamos para que nos ayudaran. No
recuerdo ese apellido. ¿Y militar?– frunció el ceño y continuó– No sé. Habría que
preguntarle a Heriberto, el agente de seguridad que está en la entrada. Pero, puede ser que
estemos en el lado equivocado. Aquí están los ricos y famosos. Los pobres los consigue en
–Ya lo hice– y sonriendo algo sarcástico Klinsman trató de repetir las palabras del
vigilante– y me dijo algo así como “allá en el fondo hay una lápida rara que nadie recuerda
cómo ni cuándo llegó. Tiene inscrito el nombre de Alexis. Pero, ojo, yo le garantizo su
–Pues tiene toda la razón. Ya le expliqué que esos muchachos andan por mal
Heriberto. Lo que pasa es que ya me estoy poniendo muy vieja, usted sabe, la mitad de las
cosas se me olvidan. Usted discúlpeme. Pues, sí…Heriberto, Heriberto Bonilla. A ese señor
lo conozco desde que mi madre nos trajo de Colón a este barrio. Así es como se llama el
viejo refunfuñón que lo atendió. Él tiene toda una vida aquí. Conoce cada esquina e incluso
hasta a algunas familias que vienen a reunirse con su gente. Hasta le traen regalos el día de
su cumpleaños. Una vez la gente del Municipio lo jubiló, y no duró ni un mes antes que les
suplicara que lo contratasen de nuevo, porque “no se hallaba bien” sin sus muertos. Soñaba
en las noches que los difuntos se reunían y le pedían que volviese. Y usted sabe, a los
muertos hay que hacerles caso. Aquí hay gente grande e importante. Así que en el
municipio movieron los papeles, y ya lo ve, feliz de acompañarlos otra vez–. Mientras
entrada, Heriberto los mira con curiosidad hasta que se da vuelta. Sabe que el chileno está
en buenas manos. Así que permanece erguido y atento en la actitud vertical de un guardián
de mármol, tiene inscrito un epitafio dorado que por su estilo y dimensiones pasa
inadvertido, como ocurre con la mayoría de las lápidas de los pobres: ―Gracias a Alexis B.,
el hombre que destinó su vida a los demás, donde quiera que estuviese y en el tiempo que
–Los vigilantes no saben cómo apareció un día esa tumba. No recuerdan el cortejo
fúnebre, simplemente apareció. Hay quienes piensan que está vacía. Esa vez Heriberto no
estuvo laborando por alguna razón. Lo raro es que él, incluso enfermo viene a trabajar.
Hasta los días que está libre, se da una vuelta para verificar “que todo está tranquilo, como
debe ser en un cementerio”– dice la vendedora. Oscar se detiene con la curiosidad que le
caracteriza. Toma notas en una pequeña libreta amarilla. Lo hace en alemán, idioma que
hablaba muy bien su padre y que heredó como un legado natural, para evitar que en el
escenario de una pérdida, alguien le entendiese sus trazos y letras. Además, las notas están
familiaridad del epitafio: a Alexis…, sin apellido, como si se quisiese transmitir un mensaje
personal, pero de interés colectivo. Le da con disimulo la espalda a la dama. Mide, toma
fotos, sopla los bordes de la lápida. Esparce un polvillo fino. Saca una cinta plástica y trata
procedimiento. Guarda todo. La señora no logra ver bien sus movimientos, que los realiza
encuentran.
–Genau. Claro. Quédese con el vuelto. Lo que necesito aquí es suerte, y usted me la
entrada un grito desgarrador recorrió la cuadra. Oscar se puso nervioso. Sonaba como si
torturaran a alguien en plena luz del día, “Yo no sé, yo no sé…” se oía en medio de los
llantos y gritos histéricos que barrían la calle de un lado al otro. Eran las once y el grito
deambulaba a esa hora hubiese escuchado esa algarabía antes. Ya no les asusta. Ante la
–Ese es el doctor Arnulfo Arias. Así llaman al Loco de la calle B, que se cree que es
el Presidente. Se la pasa gritando a esta hora, a las doce descansa y vuelve a la batalla a las
cinco, cuando el sol ya ha bajado un poco, porque es loco, pero no tonto. Y usted querrá
saber acerca de su nombre, pues le cuento que él era uno de esos hombres cercanos al
Presidente Arias, pero en 1968 cuando lo del golpe de Estado, lo tomaron preso, lo
torturaron y el G2 lo dejó así. Nunca más sirvió para nada. La gente de por aquí le da
comida y no falta el gracioso que le grite que viene “la batida”, usted sabe, la policía. El
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pobre echa a correr como loco que es, y no para hasta llegar al Marañón. Allá se esconde en
el gimnasio por un buen tiempo. Pobre hombre. Poca gente sabe por lo que pasó en esos
años. Mire, en 1996 le dio a la gente del gobierno por echar abajo la cárcel modelo. Eso
pasó por un periodista que se puso a filmar una paliza que le dieron dentro de la cárcel, a
unos maleantes. La cosa es que después de aquello, murieron dos presos. Hasta allí llegó la
paciencia. Hubo presiones y finalmente la demolieron. Esa universidad del crimen no debía
existir más. Cuando el Doctor, como le decimos por este barrio, se enteró de que la iban a
tumbar, se desveló por tres días con tal de estar enfrente para no perderse nada. Se quedó
allí hasta que detonaron esa estructura. Mucha gente no sabía qué hacía sentado viendo sin
pestañear, con la cara empapada. No era sudor, eran lágrimas de dolor y recuerdos, porque
él estuvo preso ahí dentro. Lo torturaron. Le destrozaron el cuerpo. Peor aún, le destruyeron
el alma. Eso sí, no le sacaron nada. Se supo mucho tiempo después, que sí tuvo que ver con
la guerrilla panameñista de Piedra Candela. Andaba con un uruguayo que lo mataron los
ticos en una pensión del lado de allá de la frontera. Hay quienes dicen que andaba también
por allí, pero que fue un asunto de suerte que no lo mataran. En esos días se pensaba que en
Chiriquí se armaría un gobierno con el Doctor Arias al frente. Pero, los gringos y los ticos
lo abandonaron. Por el contrario, ayudaron a los militares de Torrijos, quien en esa época
era un teniente coronel. Ese también venía por aquí, como usted, a revisar nombres de
– Porque aquí en este paisito, no hay secretos. Créame, no hay secretos. Todo se
sabe, sólo es asunto de tiempo, paciencia y curiosidad. Y por lo visto, usted parece tener las
tres, ¿no? Recuérdelo. Además, le digo algo, los muertos saben mucho, pero también hay
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muchos vivos que callan. A esos también los conocemos bien. Uno de ellos escondido me
contó en una borrachera, que en 1969 cuando a Torrijos le dieron un golpe, aprovechando
que estaba en México, el que estaba detrás no era otro que el famoso Tachito Somoza de
Nicaragua. Parece que hasta puso dinero para que lo tumbaran, porque esos dos se odiaban.
Pero, el destino es raro, y uno nunca debe escupir para arriba. Tarde o temprano, los
muertos salen y cuentan sus verdades. Resulta que quien se vengó fue el General cuando
ayudó en 1979 a derrocar al dictador nica. De aquí salieron muchachos jóvenes a tumbarlo.
Bueno, como ha oído, aquí todo se sabe. Somos un pañuelo. Si usted tiene la paciencia
–Pregunte allá, en la tienda del chinito en la esquina, por la Negra Isidora. Ellos
saben decirle por dónde ando.– Los gritos se fueron mudando poco a poco a las calles
aledañas y Oscar estimó que era tiempo de volver a su trabajo en el hotel. La mujer se va
caminando con su paso cojo, como un viejo cangrejo cansado que regresa al mar. Va
cantando un pregón que llega a todos y que forma parte de la vida cotidiana en ese lugar:
“la suerte es loca, loca, loca; y a cualquiera le toca, toca”. Oscar saca la mano para tomar un
taxi y se detienen tres, pero se monta en uno que parece estar esperándolo.
Mira atrás para no olvidar nunca lo que acaba de vivir: un cementerio lleno de
tesoros y misterios, una vendedora que le acaba de enseñar la mejor lección que puede
darse en un día, información de una tumba que parece vacía, que bien podría ser el fin de la
investigación del chileno; y algo de una historia local viviente que le empieza a sonar
exótica, pero valiosa al mismo tiempo, y por tanto, atractiva. Mientras va en el auto
141
amarillo, ve hipnotizado los colores brillantes de los buses Diablos Rojos, escucha ruidos
de la gente que le resultan novedosos, pero sigue con Bethel en su cabeza. Sabe que si no lo
encuentra en persona, al menos tendrá que dar con un documento que pareció portar
siempre consigo, una especie de diario donde compilaba sus memorias, historias, sus
testimonios, con otras fantásticas, a manera de colección y que prometió dejarlo en manos
de líderes de la izquierda de su país. Esto lo supo por una entrevista que realizó a uno de
sus amigos, preso en Brasil, el famoso Comandante Ramiro, como le gusta que lo llamen.
Va meditando en el auto y toma una decisión. Tratará de saber algo del diario de CAB.
Según los contactos de su amante Yaffit Sacs, ese documento debe estar en manos de los
grupos extremos de la izquierda local. Pero de los viejos. Quizás los del FER 29 o los
Guaicuchos sepan algo de ello. Revisa en su libreta, busca los nombres de algunos
contactos. Mientras el calor de mediodía parece estar en su tope máximo. El auto no tiene
aire acondicionado. El conductor lleva una música retumbante que lo mantiene muy
rumbo. En medio del escándalo que lleva el conductor con su música del Bronx, Oscar le
aquella pieza de reggae, de la cual Oscar no puede evitar la idea que se trata de música de
– ¿Cuál?
un súbito giro prohibido en U y se dispone a llevarlo a las puertas de la Facultad. Sube otra
sólo es el escándalo, sino unas vibraciones intensas que hacen mover cada pieza del taxi. El
auto lleva por dentro todo tipo de adornos baratos. Cuelgan zapatos de niño recién nacido,
hay fotos de artistas con lentes oscuros, que de no ser porque se había ilustrado antes de
llegar al país sobre costumbres y modas, juraría que eran imágenes de los delincuentes más
buscados de Nueva York, El cinturón de seguridad del conductor está roto, no funciona, sin
embargo, lo carga encima para engañar a los agentes del tránsito. Cada vez que suena la
bocina del auto, lo cual hace con una frecuencia innecesaria, le parece que es un tren en
emergencias que grita desesperado. Ese chillido incómodo le penetra los oídos. Además, un
olor a Pachulí se le ha impregnado en la ropa, y hasta cree saborearlo. Ese aroma penetrante
que le recuerda a Yardena, la gitana de la buena suerte del Mercado Central de Santiago,
sale de una botellita ámbar que está pegada a la tapicería delantera del auto. Su piel ya
huele a las esencias que la adivina de Chile suele esparcir en su local para alejar a los malos
espíritus. No sabe cómo hace el conductor para ver con claridad hacia dónde se dirige, pues
el vidrio frontal del auto tiene dos bandas de papel ahumado muy oscuro que tan sólo le
dejan una estrecha franja. Oscar cree estar en una cueva de piratas cargada de baratijas y
tesoros falsos en algún rincón caluroso de Jamaica en el siglo XIX. Tras unos pocos
– Son veinte palos– le dice el conductor sin mirarlo si siquiera. El chileno sabe que
se trata de varias veces la tarifa, pero no tiene humor ni estómago para lidiar con ese
143
veinte. El hombre se sonríe con malicia –le brilla un colmillo dorado que le da un aspecto
vibraciones y el ruido se alejan entre los autos. Oscar siente un alivio que no sabe explicar.
logra estacionarse cerca, apagar el vehículo y seguirle los pasos. Saca un celular de la
predilecto para la reunión y momentos de ocio de la dirigencia del FER 29, del PAT y del
BPU. La edificación habla por sí misma. Es algo vieja, descuidada, colmada de mensajes
edificio viejo de Humanidades del Campus Octavio Méndez Pereira. Klinsman llega al
Paraninfo. Sabe por referencias que este es un lugar clave, en él se realizan reuniones y
mítines políticos. Para el chileno, deambular por allí es una gira cultural. Va en medio de la
un idioma casi universal de los sitios donde se imparten clases de historia, filosofía,
sociología e idiomas. Hay ventas de libros usados, una librería algo incompleta, pero con
precios muy razonables. Se acerca a una fotocopiadora donde un joven lee un libro que
conoció muchos años atrás: Diario del Ché en Bolivia. Incluso le parece que se trata de la
muchacho. Le cuenta en tono muy calmado, casi reflexivo, sobre la muerte del argentino.
144
– Cuando lo leí, me pasé varios meses meditando sobre ese hombre y su soledad, su
sueño de justicia, traté de entender el camino que tomó, quizás sabiendo que iba rumbo a la
tumba. Espero no prejuiciarte con el libro, ya que es un legado, una enseñanza que todos
deben leer y comprender. Pero lo veo anacrónico– el chico lo mira algo sorprendido.
mataron, por el contrario, creo que su ejemplo inmortal perdura a través del tiempo y su
claro pensamiento libertario está más vigente que nunca. Si no, mire a su alrededor y verá
que nada ha cambiado, los mercaderes del templo haciendo sus negocios despiadados. La
no se ve que los gobiernos lo vayan a cambiar, porque ellos mismos son los aristócratas que
mandan. Nos regalan pan y circo, y el pobre lo acepta, porque no le queda de otra forma.
Nosotros aquí en la universidad del pueblo, orgullo de nuestra nación, somos al menos una
vanguardia de un movimiento que pretende cambiar ese orden, sacar del horizonte a esa
burguesía ladrona que se roba nuestros recursos, que mata a nuestra gente. Eso debe
cambiar. El Ché lo tenía muy claro. Por esa idea, murió. Acá lo que necesitamos es levantar
la conciencia dormida de la gente, cambiar con una revolución originaria, esta situación
denigrante.
1967. Ni el mundo es el mismo. Hay interrelaciones que deben ser incluidas en el debate. Y
en eso hay que tener cuidado porque se podría equivocar el análisis político, y llegar a
fuertemente vinculada a la presencia extranjera, quizás por el comercio o por aquello que
boliviana, la estructura social y productiva está muy bien diferenciada, casi que se podría
afirmar que hay restos de una sociedad de finqueros y terratenientes mezclada con los
nuevos ricos que dejaron los comercios lícitos y los ilícitos de las últimas décadas,
incluyendo la dictadura militar– el muchacho se quedó esta vez algo meditabundo. Antes
de continuar con el debate espontáneo con alguien que al parecer sabía no sólo de política,
sino de historia, quiso auscultarlo en detalles. Lo observó con la lentitud que requería,
preguntaba si sería un nuevo docente. Vio que el chileno iba vestido muy deportivo, con
zapatos de cuero de buena marca, con una camisa holgada y clara, unos lentes de aros
redondos que le recordaron los de Lennon. Su mirada era intensa sin pretenderlo, pero en
ella había un haz brillante difícil de ignorar, algo atrayente como podría ser la sabiduría o la
armonía. Si fuese un nuevo docente, le habría gustado participar en su clase, para debatir
señala con el brazo hacia una aula descolorida bajo unas escaleras.
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busca a CAB como si estuviese vivo, luego como difunto. Para ello dio con una página web
información de amigos suyos en otros países. De acuerdo a sus fuentes, es posible que
Bethel hubiese fallecido y estuviera enterrado en el Cementerio Amador. Pero, tendría que
escándalos. Por el contrario, quiere una investigación minuciosa sin prensa ni titulares.
Nada que alerte o perturbe al gobierno extranjero. Nada parecido a polémicas públicas, y él
sabe que ordenar la apertura de esa tumba podría causar problemas. También sabe que
realizara la exhumación. Por eso, ahora no le preocupa el asunto. Por sus informantes
panameños referidos por Yaffit, el cáncer pudo ser la razón de su muerte. Dicen que de
quimioterapia, pero intuye también que Taxi CAB debe ser experto en desaparecer y
escabullirse sin dejar huellas, no en vano los gobiernos nunca lo apresaron. Quizás la tumba
Tras otro día de subir y bajar escaleras, tratando de encontrar más contactos de los
que Yaffit le recomendara, Oscar llega agotado al hotel. El clima tropical le afecta, está
sudado a pesar de no haber realizado grandes esfuerzos físicos. Suele movilizarse en taxis y
cada vez que lo hace, le resulta una experiencia sociológica diferente. Aprovecha esos
instantes para indagar a la gente, conocer sus opiniones y con ello, entender la cultura local.
Entre otras personas a las cuales recuerda, se encuentra un conductor de origen campesino,
probablemente acostumbrado a lidiar con vacas terneros, caballos, quizás con siembras y
– ¿Cómo no? míster, siéntese– bajó un poco el volumen del equipo de sonido, el
cual tenía una cumbia panameña de corte popular. Tras algunas demoras en las calles
– Hombre, estas calles están saturadas de carros. Ya no es como antes, fíjese que
para que haga un día bueno, cada vez debo levantarme más temprano y llegar a casa más
tarde. Yo tengo cinco chiquillos, el más grande de catorce. A esos pelaos los he educado
como me enseñaron a mí. Los tengo amenazados, el que me venga con vainas de vicios y
drogas, se larga de la casa. Y que no me venga a pedir ayuda, ¡porque no se la doy, carajo!
Así es como me enseñó mi viejo allá en Cañitas, y aquí me ve, peleando para vivir.
– Soy chileno.
–Ah, ya me parecía que no era de por aquí. Pensé que era venezolano, porque ahora
hay muchos de esos señores por Panamá. Parece que el tal Chávez los está botando. ¿Será
148
verdad eso?– el taxista tendría unos sesenta años y era buen candidato para que Oscar le
preguntara de los años ochenta, sobre aquellos militares voluntarios que formó la dictadura.
los que se van son enemigos de ese gobierno, la inseguridad allá es muy alta y al parecer...
–Alta, alta es aquí. Mire cuantos taxistas van asesinados este año. Eso es de miedo
le digo. Esa vaina de las pandillas de pelaos de no más de catorce años está jodiendo este
país. Si fuera en la época de Robles, se habría acabado. ¿Sabe quién fue Robles?– el
chileno niega con la cabeza dado que el conductor no ha dejado de llevar la conversación a
primero y que preguntaran después. Así fue que la Guardia Nacional controló la situación,
acuerdo que tumbaran al Presidente Arias. Ese hombre sí ayudaba al pobre, pero nunca lo
dejaban terminar sus gobiernos. Pero después de eliminar a sus adversarios, el general
como que enderezó el rumbo. Empezó a ir donde la gente humilde, así como uno pues, y
los ricos empezaron a respetarlo. Eso sí, hubo mucho muerto en esos días. El General
mandó a desaparecer a todos los que se le oponían. Mucha cárcel, mucho exiliado. Buena
gente fue expulsada del país, y yo creo que eso no está bien. Después vino Noriega, pero
ese sí que fue un zángano. Dice la gente que él fue el que mandó a tumbar la avioneta del
General. Mire un compadre mío que también maneja taxi en Tocumen, vio con sus propios
ojos cuando en una ocasión bajaron un ataúd que venía de Medellín por Avianca. ¿Y qué
149
cree? Como venía para la Presidencia, a nombre de Manuel Antonio Noriega, el hombre
pidió desde el Cuartel central que abrieran eso y su gente lo abrió para ver qué vaina era.
Adentro venía un letrero que decía "el próximo eres tú", firmaba un grupo que se llamaba
– Bueno, no sé. La vaina es que fueron unos de allá– Oscar se queda pensativo. Cree
que es mejor no insistir con algún tema político, pues sin duda, el taxista es poco objetivo.
calle, estacionó el auto. Se dio vuelta, con rostro serio ignorando la pregunta le dijo: –Ahí
está El Panamá, son tres balboas–. El chileno comprendió que la conversación había
terminado.
Lunes. 5 de julio 2010. Días más tarde realiza una visita a la Directora del Registro
vez que, siendo un niño y de la mano de su padre, visitó el Mercado Central de Santiago.
cargadas de todo tipo de alimentos, de artículos. Los olores variaban de verduras muy
frescas, con sus hojas húmedas, frutas rebosantes de sabores, melocotones, peras de varios
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tipos, las de agua, muy delicadas y a punto de deshacerse en las manos, las paltas, los
membrillos duros y difíciles, tomates, y tantos otros productos de la tierra; hasta los
llegados del mar, de océanos solitarios con olas gigantes capaces de tragarse barcos enteros,
almejas, locos, erizos, algas con sus fuentes de yodo rojizo, y el aire salobre de un mundo
sumergido lleno de historias adormecidas por el frío viento del sur. Pero, ante todo, el caos.
Los gritos de los anunciantes, y los piropos a las damas con sus cestas. Desde esa época,
mucho ha transcurrido. Por primera vez en tantos años, las oficinas de cedulación en
Panamá, le recuerdan aquel desorden de una entropía galopante. Lleva varios minutos
sentado esperando que la Directora termine de auscultar sus documentos, pero las
interrupciones de las empleadas subalternas y los llamados del teléfono prometían hacer de
resignación bien lograda, tan sólo espera explicarle cuán importante es obtener información
clave para determinar si CAB está aún vivo, si ha renovado su cédula de identidad, si ha
votado en las elecciones más recientes, y por supuesto, tratar de ubicar su domicilio, o el de
familiares. Antes de salir de Chile, movió sus influencias para que la Cancillería le ayudara
un poco con su contraparte panameña. Esta será la primera de varias visitas a oficinas
De abajo, como si subiera un vaho de una caverna profunda, cada tanto llega un
vapor cálido acompañado de sonidos de niños llorando mientras esperan sus turnos para ser
de familiares que ya no están, parejas que tomadas de la mano sufren la espera para
legalizar sus situaciones matrimoniales, algunos extranjeros, la mayoría chinos, que buscan
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información para naturalizarse y muchas madres con sus niños solicitando constancias para
poder matricularlos en las escuelas. En la acera, desde donde Oscar está es posible verlo,
hay todo tipo de gestores, quienes a bajos precios logran orientar a los perdidos, sacar
fotocopias en blanco y negro, vender timbres fiscales, lavar los autos con un trapito sucio,
– ¿Crisol de Razas? ¿El operativo? Sí, señor ministro, ya estamos coordinando con
trabajando en eso– decía en voz muy alta la Directora, mientras atendía el teléfono.
Simultáneamente revisa el expediente de un panameño quien vivió ochenta años fuera del
país y quiere obtener su cédula. Una media firma en la solicitud es suficiente señal para que
una empleada, que está parada al lado de su escritorio, recoja el expediente, y sea seguida
Recuerde que debo enviar la solicitud con tiempo suficiente, y el trámite de los viáticos. Sin
eso, Usted sabe que no hay viaje– acentúa la funcionaria. El chileno sigue esperando
mientras mira las paredes algo deterioradas de la oficina. Un aire acondicionado mantiene
flotando unas hilachas de polvo que parecen salidas de alguna película de horror. Los altos
Su escritorio colmado de papeles, parece salido de una oficina kafkiana. Él está seguro que
si se trata de la organización que él cree. De ser así, la directora podría ayudar aún más de
Digitalización. Si estaba en lo correcto, esa oficina estaría montando una base de datos
objetivo básico, Taxi CAB. Parecía obvio que este edificio sería visitado por él algunas
veces más.
–En principio, Doctor Klinsman, dígame cómo podemos ayudarle. Me han hecho
saber desde la Cancillería, de su necesidad, pero aunque le quiero ayudar, debe ser un poco
más explícito, más preciso. Tan solo veo dos nombres y usted quiere que le dé información
de ambos, ¿es así? De todas formas, le parecerá razonable que haga algunas consultas con
nuestro departamento legal. Como ve, aquí hay mucha información de todo tipo y tan sólo
gobierno chileno. Es probable que tengamos que cursar una nota adicional a la cancillería
otra vez. Le pido que regrese en unos catorce días hábiles o llámenos a ver si hay respuesta
–Genau. Por cierto, lo que me dijo es lo que necesito. Me refiero a los dos nombres.
llamada, en la cual se requería que revisase otro documento de los tantos que erizaban su
escritorio.
diferente adentro. Tenía la sensación de haber viajado a otro lugar, que al cerrar la puerta
principal, un mundo de una vida autónoma, entrópica, que tenía un pulso propio, estaba con
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cómo aquellos empleados podían laborar en ese entorno de caos, y al mismo tiempo,
intensas que debía, por ética, callar para siempre. Ese mundo de papeles le parecía un
mundo irreal, y al mismo tiempo, tangible de la realidad de Panamá. Algo así como un
mundo de fantasías extraído de una novela de Kafka. Esa idea le había llegado pocas veces
a su cabeza. Una de ellas, y mucho tiempo atrás, fue durante un caso de secuestro de un alto
donde lo habían dejado amarrado sus captores. Por norma, debía tomar los datos en el lugar
donde estaba el secuestrado. La idea de haber ido a otro planeta o a un destino muy
distante, le dio vueltas por su mente mientras estuvo allí. Esto lo perturbaba un poco, pues
tenía que hacer esfuerzos adicionales para no perder la concentración del caso. Mientras, a
hasta en buen estado, otros putrefactos, aves desesperadas peleando residuos, y una masa de
Casi unos seres de otro planeta, y él vestido de oficina, tomando datos e informaciones en
Unos metros lejos del edificio del Registro Civil, al salir a la avenida Perú, siente
renacer el trópico con su calor, humedad constante y su desorden ascendente. Decide irse
otra vez a su hotel a poner en orden su estrategia y su cabeza. Además, lo piensa hacer bajo
un autobús pintado con el rostro y cuerpo sensual de Jennifer López en la puerta trasera y
en la defensa una frase que dice: “Amigo, tu mujer nos engaña”. Le causa gracia y decide
tomar nota de semejante ocurrencia. Además, ve otros. Le parece una curiosidad que podría
ser una nueva forma de arte urbano. Hay frases e imágenes coleccionables: “Sufran en
silencio”, “Cholo is back”, "Las reglas las pongo yo", "Bajo el amparo de Dios", "El que se
apura, poco dura", "Maldito ignorante", "The Leyend" es Most wanted, "Educando a la
competencia", "Chúpate éste", "Parkeando donde los demás no pueden", "Yo no tengo
amigos", "Ahora vengo yo", “Sólo Dios perdona”, "De la abundancia del corazón habla la
boca", "Te da dolor que sea el mejor", “Chequera mata galán”, "Hambre de perros", "El
Empieza a comprender mejor a Yaffit cuando le contaba que su vida era un “arcoiris
palabras no tenían sentido hasta tanto bajó del avión en Tocumen y empezó a respirar esa
fantasía que ronda la realidad en el trópico y que se convierte en la esencia de los días.
Después llega otro bus loco conducido por un loco, frenando de golpe y acelerando, que
con gran escándalo se estaciona en medio de la avenida y en forma paralela al primero, casi
barcos o trenes, ruidos y palabras grotescas que tan solo logran en el conductor del bus, que
mire por el retrovisor que tiene a su izquierda, y con un rictus de no me importa, seguir
dando instrucciones a los pasajeros: Córranse para atrás que hay puesto... Lo maneja un
hombre flaco, moreno con unas trenzas largas como la de los Rastafaris, con dos aretes que
brillan a lo lejos, al igual que un colmillo de oro. Deja bajar a los pasajeros por la puerta
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delantera, la de atrás, la de emergencias, la tiene cerrada con soldadura por fuera para evitar
que los vivos se monten sin pagar. Esta tiene una foto vieja y desteñida de Rocky Stallone
que dice: “Sufre la envidia, que yo voy con Dios”. Oscar se promete montarse en uno de
esos aparatos que llaman con acierto, los diablos rojos, pero no hoy. Da vueltas y toma un
–Yaffit, mi amor. Te llama tu media naranja exprimida– le dice con voz romántica
de niño bueno. De fondo escucha un bolero que ya conoce de tanto oírselo a Yaffit: En un
sin embargo prefiero verte. La imagina como es ella, bailando y cantando como si fuese un
momento definitivo, como si la vida se le escapara en esos segundos en los cuales baila y
canta. Lo hace sola, apretada, sensual. Se mueve con una cadencia que él, no solo no
maneja, sino que admira y poco comprende. Ella termina casi llorando luego de escucharla
no menos de cinco veces seguidas. En esos instantes no interviene, sabe que no debe y que
además, sería absurdo. En la duración de ese espectáculo, no existe. Tan solo se sienta a
verla. Ese baile, esa canción no es suya, le pertenece a ella y a su pasado, del cual, por
verás que el pesimismo que me envuelve será alegría para los dos.
En el auricular y por algunos segundos, el pasado vuelve a ser un tercero. Esta vez, para su
fortuna, ella lo considera y le habla pronto, sin dar espacio a la tristeza, ni a la reflexión. No
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está triste, por el contrario, la siente contenta. Cuando quiere estar melancólica usa las
versiones originales de los boleros o de las canciones en general. Sabe que si es Yordano,
no hay de qué preocuparse, si fuese Orlando Contreras (ahora lo sabe), sería distinto.
–Oscar, dame un minuto para bajar la música– le dice con obvio interés. Él nunca ha
terminado de entender ese asunto de los boleros y la tristeza tropical. Ese sentimiento es
profundo, lo sabe. No ha querido indagar, ni hurgar mucho, pues intuye que podría ser
peligroso. Esa es una zona oscura donde sabe que Yaffit no estaría dispuesta a transar o
negociar algo que no sea su silencio. Quizás sea un poco lo que le ocurre a él cuando
escucha las viejas piezas de rock inglés que alguna vez colocó múltiples veces en el equipo
– Yo también. ¿Sabes?, te extraño un montón, aunque aquí entre tus cosas, es como si
estuvieras presente. Tu olor está conmigo. Te huelo en tu ropa, en tus libros. Tus muebles.
conversación, y ella nuevamente la retoma con una pregunta tangencial– ¿Cómo te ha ido
en la investigación?
sepas que te extraño mucho, y quisiera llenar mis ropas, mis espacios, mi tiempo, y pasarlo
allí, contigo. Sin más, que disfrutándonos. Te envío un cálido beso. Y te dejo por ahora,
porque estoy muerto. Necesito un trago y dormir un poco. Luego me levantaré a trabajar.
– ¡Ay, no! Oscar. ¿No me digas que te montaste en un Diablo Rojo? Eres un loco.
apartamento en Viña. El mismo lugar desde el cual suele ver el horizonte. Sabe que estará
fisgoneando en su vida, en sus artículos, en sus recuerdos. Incluso en aquellos que están
se imagina dando razones de su pasado. Sabe que en su casa, donde impera el orden y el
buen gusto, hay tesoros de sus mujeres. Se ve con un trago en la mano pidiéndole a Yaffit,
que no intente preguntarle de sus novias. Y aun en ese sueño, se ve así mismo, recordando.
Desde su balcón, es un marinero de muchos mares. Allí tiene un pequeño bar. Abre una
refrigeradora. Toma una botella de whisky que guarda para ocasiones especiales, y que
mantiene fría como una promesa de que su calidad no se verá alterada. Se sienta en el
cómodo sofá que también mira solitario a lo lejos. Tres cubitos de hielo golpean entre sí,
tintineando. El aroma del whisky le recuerda un Pub donde pasara una noche con unas
amigas en Belfast. También sabe del vacío a la mañana siguiente, cuando se escapa
silencioso de aquella experiencia que le robó parte de su alma. Le ocurrió varias veces. La
Por último, el odiado vacío. Ese hueco que deja el no reconocer lo actuado. No quiere
sofá viaja en los trenes de olas que parecen siempre venir. Pero, él se quiere ir. Desea
embarcarse en un crucero sin destino, y volver como esas olas grises, callado, anónimo,
dejando atrás amores frustrados, noches de sexo excesivo, llenas de sensaciones. Pero de
vacíos como el de ahora. Quiere volver desde lejos a sus costas. Saborear las de Viña del
Mar. Traer la sabiduría de destinos distantes, quedarse en las frías playas de su Chile natal.
De eso quiso hablar esa vez con las irlandesas, pero no encontró palabras. Ellas saturadas
tuviese más contacto. La colorina, la pelirroja, por quien habría renunciado a tanto…Del
mismo modo, cree no haber entendido algo que le dijera ella en la madrugada. Tras la
batalla del amor, ella fumando triste mencionó unas frases sobre el orgullo de ser lo que es,
de los abuelos de sus abuelos. De jamás migrar porque… se pertenece a la tierra de los
viejos, pero de la ansiedad de vivir otra vida. Le murmulló con firmeza, como un credo, del
fría, lluviosa, como lo es Belfast, una ciudad sin mañana. Luego calló. Se recostó sobre él.
La sintió distante. Tan lejana como Viña y su infancia. Como ahora siente a su Yaffit.
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Capítulo IV
de la tía Geraldine Klinsman, quien vivía en una enorme construcción en la calle dieciocho,
cerca de La Alameda, donde de vez en vez, compartía la once con su amiga Carmen
Valdés, una mujer aristócrata de mucha clase. Este año, la primera nevada en Santiago me
atrapa caminando a casa. Salgo de clases usualmente a las cinco de la tarde, pero a los trece
años, las calles son un universo de posibilidades. Son las seis y aun ando deambulando las
amplias aceras del centro de la ciudad. Me distraigo mirando las ventanas francesas de las
casas de la calle Sazié. A pesar de que puedo tomar la micro, decido caminar con pausas,
sin prisa alguna, disfrutando todo lo que me ocurre. Mientras camino, llevo el cuento en la
texto que le entrego tiene sabor a tristeza, a dolor, y es lo que ella quiere, que le
reproduzcamos las miserias que sentimos a través de una historia propia. Una ficción que
parte de la lectura larga y difícil de Hijo de Ladrón de Manuel Rojas. Es la segunda ocasión
en que obtengo un premio. Mis compañeros me ven con algo de envidia, ella felicita con
sus gestos sobrios, que todos comprendemos. Lo hace de manera callada, casi silente.
Aunque cuando castiga, es implacable. Como siempre, viste de negro. Nunca pregunto más
o quien sabe por qué se encierra en la oscuridad. Con ese manto delicado, negro también, y
Zorba, el griego, quien surge de los claroscuros de un caserío griego. Una mujer reprimida
por otras, esa es Irene– Claudia. Con sus palabras escogidas, seleccionadas, nos habla de la
evolución de nuestras letras, de los Premios Nobel, de Neruda, de Nicanor Parra y sus
que despiertan al país, de Palomita blanca de Lafourcade, de tantos nombres y autores, que
se me escapan todos. Pero, la profe no sabe que en mis cuentos no hay ficción, sino la
simple repetición de hechos que me cuentan los arrieros del fundo de mi Tata. Por ello,
que es un asunto técnico también. No creo que los escritores imaginen todo lo que escriben,
debe haber algo de historia personal en sus textos. La acera me devuelve mi visión mientras
camino con las manos en los bolsillos. Una brisa leve levanta algo de polvos. El cielo se
oscurece. Va cayendo la tarde pesada, plomiza. Llegando a la esquina donde Juanito vende
principio, me alerto como todos, me refugio bajo un alero. Pero también oigo expresiones
de asombro, de alegría. La nieve es fría, aunque trae calidez y sorpresas a la gente. Una
extraña alegría ronda mi cabeza. Me dejo empapar por esos pequeños trozos que se derriten
muy pronto. Me embarga una placidez total, como la que siento cuando veo el mar en Viña.
Klinsman sigue oteando el horizonte desde su apartamento. Su caminata un día que nevó en
Santiago muchos años atrás, le da vueltas, como la mirada de Claudia, la vecina que lo besó
por primera vez. Hoy su pasado está revuelto. Se le aparece hecho sombras, esquinas. Lo
sorprende como quien se toma un café, en el distante horizonte del océano Pacífico.
sueño: su biblioteca en Santiago. Quizás sea una reflexión sobre ella y lo que les ocurre, lo
que busca y lo que encuentra en la vida, la razón de tanta fantasía. Una cosa conduce a otra.
Se acerca a sus libros. Siempre tiene algunos predilectos. Los mira. Extrae uno. Lo revisa
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como si fuera a comprarlo en una vieja librería de la calle Huérfanos. Leer siempre le ha
conducido a buenos derroteros. Pero, hoy no quiere leer. Quiere tan solo tocarlos, verlos.
Con ello es suficiente para que sus recuerdos se aplaquen y lo dejen tranquilo un rato. Aun
así, se ve entrando al establo del fundo del Tata. Manchita espera con la montura puesta.
izquierda y con sus botas de equitación, camina muy vertical, como le gusta al Tata. "Todo
un hombre ya…", le ha dicho varias veces a Mamá. Ella se ruboriza un poco, quizás porque
el abuelo tenga razón. Creo que en el fondo, quiere que mi madre me ubique en la carrera
periódico, levanta la vista. No dice nada. El Tata y mi madre se ven con complicidad.
Mercurio, y bajándolo de vez en cuando para supervisar que todo está en el mismo lugar.
De hecho, lo ha insinuado algunas veces, "…mientras todo esté bajo control, se hará lo que
decida tu madre."
equitación de la semana. El viejo quiere que participe en alguna competencia pronto, dice
confabulan para que todo me resulte fácil con Manchita. Pero, aparte de mi amistad con esa
yegua, no siento que deba hacer más que cabalgar y saltar de vez en cuando. Me gusta, lo
disfruto, es lo que más anhelo los fines de semana al salir del internado. Al llegar el viernes,
tarde, pero me quedan las horas de un sábado, lo que siempre es un escape. A veces, por
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razones ajenas a mí, nos castigan en el internado, y debo quedarme el fin de semana
completo limpiando junto a los demás. Por ser buen alumno, siempre me eligen "defensor"
del grupo. La injusticia de esos castigos me causan furia, una rabia muchas veces
incontenida, pienso en lo libre que me siento cuando galopo por el campo, y lo opresivo de
mis aulas, los dormitorios, cuando nos castigan, y nos mantienen aprisionados durante los
sábados y domingos. El lunes temprano llegan los demás muy frescos, y nosotros,
velocidad y gracia…! –me repite mil veces Melgar. Melgar Penna, famoso por su tío, Julio
Félix Penna, una leyenda. ¡Equilibrio, velocidad y gracia, equilibrio, velocidad y gracia,
equilibrio, velocidad y gracia…! Todo el tiempo es igual. Si supiera que lo que quiero es
Manchita y decirle que lo ha hecho bien, que nos compenetramos mucho. Ella sabe de mis
angustias. Yo creo saber lo que quiere. Una vez, quizás por un insecto molestándola, no se
sabe, al término de una práctica y yo siendo un pequeño, me lanzó por los aires. Caí en la
arena de la pista. No me golpeé, pero vi de cerca los cascos de la yegua mientras estuve
tirado al lado de sus patas, y eso sí me intimidó. No recuerdo bien los detalles, excepto los
cascos. Los cascos blancuzcos a una cuarta de mi cara. La arena en mi boca. Los gritos de
los arrieros. Melgar saltando la barda. Solo sé lo que me contaron los mozos, los arrieros
que veían la práctica. Melgar corrió como loco por primera vez. Siempre giraba
instrucciones desde el portón. Era un comandante desde allá, altivo, con su kepi dorado. Y
decirme que me calmara, aunque en efecto, yo estaba tranquilo. Que eso ocurría en algunos
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caballos, que no era gran cosa. Lo veía nervioso, preocupado, como pocas veces. Creo que
semanas de espera. Me veía volando de nuevo a cada instrucción con las riendas. Con el
tiempo supe que el temperamento de los caballos es como el nuestro. Hay días en que no
queremos movernos, no queremos que nadie nos perturbe, tan solo deseamos tendernos en
Klinsman sigue de pie al lado del teléfono. Yaffit ya colgó. En su cabeza, Viña, su infancia,
el Tata, el mar. Aunque agotado, quiere tenderse en la cama y dormir, dormir, y escaparse
los eventos electorales les dieron legitimidad a los gobiernos posteriores a la era Pinochet.
Por esa razón, la vía armada quedó descartada por el grupo. Sin embargo, hay quienes aún,
en pleno 2010, no pueden llevar una vida normal, tranquila, debido a los años tormentosos
de militancia subversiva. Es por ello que los activistas del FPMR le siguen la huella a la
Fundación Pinochet. Desde aquel momento en que fueron informados de una solicitud que
penal y civil contra los extranjeros que atentaron contra Pinochet en 1986, no han bajado la
guardia. Para ello, han empleado los recursos más insólitos que alguien pueda imaginar,
autos oficiales, secretarias o incluso, personajes claves del sistema jurídico chileno. A
través de su red de informantes han hecho saber a sus colegas de Panamá, que hay interés
arriesga a su gente ni a sus camaradas centroamericanos, a los que les piden acciones de
bajo perfil, muy simples, solo información y seguimiento. Gracias a esa cautela extrema la
que está dando vueltas por la ciudad, preguntando sobre los comandos nacionales que
pudieron participar en el atento de 1986, sobre un diario, que está dispuesto a comprar.
algunos incluso piensan que pertenece a la CIA. Saben de él gracias a informaciones vagas
que les ha llegado desde Santiago, por parte de agentes sobrevivientes del Frente. También
saben que revivir los años de la dictadura en busca de responsables, es un juego peligroso,
en especial, si la investigación la realiza la derecha. Así que desde allá piden prudencia con
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datos verosímiles, que sean lo suficiente para que se marche con algo en las manos, pero
nada realmente comprometedor. Anda tras las huellas de los extranjeros que participaron de
acciones del FPMR, por ello no les cabe duda de que el viaje a Panamá del joven
investigador, tiene como propósito encontrar evidencias y rastros de Alexis Bethel, Taxi
CAB. No en vano los informantes del Frente han notificado que sus pesquisas de
información a través de los expedientes del atentado a Pinochet del 86, como Causa Rol N°
Panamá. Sábado, 10 de julio 2010. Casi como una ceremonia, Oscar toma su teléfono
celular, se sienta en la cama, coloca una música a bajo volumen, cierra las cortinas y se
dispone a llamar a Yaffit a su casa. A esa hora espera encontrarla. Está llegando la noche.
Aún se siente el hastío de los conductores de vehículos atascados en largas filas en las
avenidas del centro de la ciudad. Un aguacero que duró una hora, se descargó con tal
intensidad, que colapsó los drenajes. Lo curioso para Oscar es que transcurrida la lluvia,
salió un sol esplendoroso que contrastaba con el azul del cielo. Está acostumbrado a otro
tipo de lluvias, una más constante, menos intensa, pero continua. Sigue sin comprender esta
parte del planeta donde lo maravilloso se asoma con la naturalidad de un nuevo día. Ha
leído sobre lo real maravilloso, sobre el realismo mágico, pero ahora lo vive a cuentagotas.
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Disca el número de Yaffit y nadie responde. Lo intenta tres veces y nada. Decide
esperar. Enciende la televisión para enterarse de las noticias locales: El diputado Kafú rinde
también fue parte. Asegura que será reelecto. El gringo asesino Wild Bild convicto confeso,
buena conducta. Está acusado de asesinar y enterrar a cinco personas a las cuales despojó
de sus tierras. En declaraciones Bild aseguró que “…prefiere regresar a Bocas, ya que teme
que su esposa lo deje y se vaya con algún chiricano mientras están en el presidio, cosa que
no ocurriría en la isla, porque sabe que a ella no le gustan los negros...”. Tonosí, una nube
de insectos ataca las siembras de arroz. Se informa que las lluvias en esta región han sido
Alcaldía de Panamá entregará calcomanías en lugar de placas metálicas para los autos de la
capital, la razón de ello ha sido la escasez de dicho material como producto de las ventas
del metal reciclado a China. “De esta forma no se incentiva el robo” declaró un vocero. Se
cumplen diez años desde que el perro norteamericano Eagle, quien laboraba para la
restos humanos que podrían haber correspondido al dirigente Floyd Britton, cuyo cadáver
fue enterrado en un punto desconocido de ese penal, luego de morir torturado por agentes
de la dictadura. En aquella ocasión Eagle se sintió satisfecho del hallazgo y así lo hizo notar
enterrando huesos de cerdos para que fueran encontrados. La indignación llegó a todas las
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esferas. Ambos fueron deportados al día siguiente. Al perro se le notó cabizbajo y triste por
la acción. Algunos afirman que lo vieron llorando cuando subió a la cabina de American
Airlines que lo devolverá al sitio de donde vino. El alcalde Posco Mallarino debe hacer una
reingeniería total de su equipo de trabajo y presentar ideas serias que se puedan debatir.
Pato Donald y el Mickey Mouse, como parte de sus iniciativas caprichosas, irreales,
incoherentes. Bilardo y Maradona son las personalidades más populares y polémicas del
fútbol argentino de los últimos años. Desde hace año y medio los juntaron en el cuerpo
técnico de la selección argentina y se les conoce como Tom y Jerry por sus maneras de
operar. “Michael Jackson sufría al orinar…” así lo declaró su doctor Murray, quien le
suministró la dosis letal de sedante al malogrado cantante. A la pregunta del fiscal de "cuán
estrecha" era su relación con el rey del pop. "¿De verdad quieren saber qué tan estrecha era
nuestra relación? Yo tenía que sujetar su pene todas las noches para que pudiera orinar
correctamente–.
Tras esta última noticia, Oscar no soporta más la mediocridad televisiva y apaga el
aparato. Otra vez enciende la música. Quiere algo de paz y tranquilidad antes de intentar
otra vez hablar con Yaffit. Escoge Tristán e Isolda de Wagner. Empieza a sonar aquella
maravilla dramática que le recuerda el mar, las olas golpeando la costa en Viña y los paseos
de la mano con Yaffit mientras los envuelven las bondades de la tarde y el castillo de
vida juntos. Recordando las olas de Viña y abrazados en el sofá, oliendo las sales potásicas
del Pacífico, Oscar le reitera que pueden hacerlo. Ella, luego de reflexiones y condiciones,
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muy feliz y complacida acepta, aunque advierte que serán muchos los obstáculos a vencer,
– ¿Sabís? Yo tengo que viajar a Panamá por un caso de investigación– dice Oscar.
– Será en breve, quizás en Julio. Creo que estaré un par de meses o algo más.
¿Vienes conmigo?– dijo sin mucha convicción, casi como un murmullo. Esto último era de
esos asuntos que siempre tuvo claro en su vida profesional, separar los asuntos amorosos de
su trabajo, pero sin saber cómo, su boca actuó primero que su cerebro.
–No puedo, debo terminar mis asuntos de tesis. Con más razón quiero terminarla
ahora. Aprovecharé ese tiempo para apurar todo. También quiero conocer algunas
sido. A mi padre tengo muchos años de no verlo. Me da pena decirte, pero no sé si aún
– En lo del trabajo, creo que te puedo ayudar con unos contactos en el gobierno.
Con respecto a tu gente, pues parece un tema algo espinoso, mejor hablamos de nuestro
futuro. ¿Te parece?– dice Oscar. Ella parecía un pajarito en la palma de la mano de un buen
samaritano, un ser frágil que no debe quedarse solo, que trina y que ignora los asedios. Él
es el hombre protector, organizado, sabio. Ambos se entienden desde la primera vez que se
apretaron en la fila de la Quinta Vergara. El castillo Wulff sigue inhiesto como un gran
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barco con su proa enfilada que partirá a los océanos en cualquier momento, y ellos lo verán
salir, se despedirán y seguirán soñando la vida juntos desde la costa de Viña del Mar.
Disca nuevamente y empieza a sentirse celoso. No sabe bien de quién, pero celoso,
molesto por no poder conversar con su amada. Un nuevo intento, por fin, la escucha.
– Aló. ¿Yaffit?
– ¡Hola mi amor! ¡Te he extrañado tanto! ¿Cómo estás? Cuéntame. ¿Has conocido a
la gente que te recomendé para tu trabajo?–. De fondo sigue el amor de Tristán e Isolda
cuenta de sus gestiones sin dar detalles, ella pregunta queriendo saberlo todo. Oscar torea
una de sus curiosidades es conocer la literatura a cada lugar que va. Panamá no es la
excepción. Días atrás estuvo dos horas dentro de una librería cerca de Calidonia, Librería
– ¿Qué libros compraste? Quizás está alguno de mis favoritos. Acuérdate que soy
buena lectora…
pidió que leyera a Rogelio Sinán, un adelantado a su época. Así que empecé a leer La isla
mágica. También encontré otros, pero los tengo en la mesa de noche esperando su
momento.
– Estoy leyendo La isla bajo el mar de Isabel Allende. O sea, que ambos estamos
aislados…jajaja–. Celebra con entusiasmo su frase. Del otro lado del auricular él hace lo
mismo. Escucha también la segunda parte de la ópera de Wagner y recuerda que es en esa
171
parte donde ambos enamorados por la poción mágica, se juran eterno amor. Hay una
similitud grandiosa con la historia de amor de ambos. En el tercer acto, Tristán herido de
muerte solo puede salvarse con la presencia de Isolda, y siente que es la presencia de su
Yaffit la que lo puede “salvar”. La añora aunque esté hablando con ella. Y se lo dice.
“Yaffit, te extraño”
querían hablarse, escucharse, saberse cerca. La voz de Yaffit le fue calmando, apaciguando,
se sentía tranquilo, en paz, con solo escucharle. Ella por su parte, adoraba su tono de voz,
Lunes. 12 de julio 2010. –Buenas tardes doctor, tal como le habrá hecho saber su
asistente, me llamo Oscar Klinsman, soy chileno y estoy realizando una investigación
criminal respaldado por mi gobierno y necesito hacerle algunas preguntas–. El despacho del
Klinsman observa un venado rondando. Le explicaron que antes de 1999, la instalación era
virtud del Tratado de 1977, fue entregado al gobierno panameño. Widenn ya sabía de la
visita del investigador. Había recibido una llamada de la embajada solicitándole la cita, y de
– Ante todo, muchas gracias por permitirme esta reunión. A ver, comencemos.
¿Recuerda a mediados de los años noventa, quizás más, a un enfermo panameño llamado
Alex o Alexis de aspecto fuerte, militar, cabello lacio, que fue diagnosticado con cáncer?
– Sí, recuerdo ese caso muy bien. El expediente debe estar en el Departamento de
fase inicial, luego se nos perdió y regresó años después. Aún tenía buenas probabilidades de
Eso ocurre a veces. Su tratamiento duró siete meses, y fue durante el año 2003.
– ¿Puede suceder que un cáncer como el que tuvo, haya resurgido, y lo haya
aniquilado?
– Bueno, al salir por esa puerta –y señala hacia la puerta principal del edificio– su
estado era bueno, no podría hablar de manera objetiva ni pronosticar más, pero creo que
apuntan en esa dirección–. El chileno asiente tomando notas en su libreta, como siempre en
alemán. En la hoja tiene escritas las respuestas de Widenn. Ya se retira cuando se da vuelta
enfermedad?
173
– Sí, una señora extranjera de unos cincuenta años. No recuerdo más, pero cada año
en diciembre se organizan donaciones y fiestas para alegrar a los enfermos, y cada tanto se
guardo ninguna, pero la enfermera Dallys suele llevar un álbum año por año. Podría ser que
su investigado esté en alguna–. Sin pensarlo dos veces, aprieta el botón del
–Dallys, ¿En el año 2003 sacamos fotos de Navidad y Año Nuevo con los
pacientes? En esa época no estuve aquí y quedó a cargo la doctora Amirienis. ¿Se acuerda
de esos días?
esas fotos.
–Señor Klinsman, ha sido un placer, espero que consiga lo que requiere. Queda en
información valiosa de las imágenes. Sale a la calle Gorgas y observa las sólidas estructuras
del ION, tiene un pálpito que le indica que de ese hospital saldrá la clave que resuelva su
caso, espera ser concluyente con respecto a CAB. Camina un poco para respirar aire puro, y
piensa que tomará un taxi hacia el hotel en la Avenida de los Mártires. Al llegar, prefiere
caminar algo más, y llega a la bulliciosa “avenida peatonal”, o lo que en alguna ocasión fue
la Avenida Central. Se siente contento. No sabe bien por qué, pero el ambiente le contagia
cierta alegría informal, natural, que de pronto lo hace sentirse parte de la gente que camina,
174
ríe y compra por allí. Se detiene en la acera en una venta de frutas y no puede resistir la
tentación de comprar unos bananos. Hay una música de salsa sonando a alto volumen. Es
un tema bien conocido de Oscar D´León y La Dimensión Latina. Una vieja vendedora es
invitada a bailar por un vendedor vecino, y juntos sonriendo de la ocurrencia, son rodeados
por un grupo de gente alegre también. ―Siéntate ahí para que veas al nene…está
concurso de baile, todos corean y aplauden a los bailarines. Oscar no deja de asombrarse de
– Los plátanos están a cuatro por un dólar. ¿Cuántos quiere?– le dice un vendedor
anciano, algo cegato, pero con la habilidad de atender su negocio sin que lo noten sus
clientes.
–Deme solo un par– y el anciano coloca dos plátanos verdes enormes en una bolsita
–Pero bueno mijo, lo que usted quiere son guineos, no plátanos. Los plátanos son
para hacer patacones–. Le entrega la bolsa con dos bananos amarillos y recibe la paga. El
chileno se marcha con la penosa actitud de quien no sabe detalles elementales para vivir en
el caos del trópico. El anciano se queda murmurando con su soledad, “estos gringos no
aprenden, no aprenden…”
Unas semanas después, viernes 23 de julio. Aunque Klinsman no suele distraerse en tareas
directora. Sigue muy enamorado de la chica, pero su espíritu desconfiado le hace tomar
aniversario de la revolución cubana. Ese día será importante para su trabajo, ya que gracias
a los contactos de Yaffit, logró una cita con miembros importantes del FER 29, un grupo de
ultraizquierda venido a menos, pero que aun viviendo del pasado rebelde de los años
fotocopias, se declaran amores, se conspiran marchas y se organizan eventos, todo ello bajo
la mirada implacable del Comandante Fidel Castro Ruz, quien desde una pared roja insta a
la rebelión en los años sesenta, señalando con el dedo índice de su mano derecha extendido,
despide furia. Aquella imagen que de fondo tiene una bandera cubana, lo presenta con una
fuerza de toros desatados, como un tren desbocado que se abalanzará contra su público en
cualquier momento. La foto en blanco y negro es tan expresiva que habla sola, y Klinsman
no puede dejar de verla unos segundos. Tan inmiscuido está en los asuntos de la izquierda
latinoamericana, que casi está seguro que esa imagen corresponde a un discurso dirigido a
los Comités para la Defensa de la Revolución en el cual advierte a sus enemigos "los
176
saboteadores, los gusanos, los parásitos", que la Revolución será "severa, implacable e
inflexible". Pensativo estaba el chileno cuando finalmente aparecieron los tres muchachos
más de una hora a que llegaran los del FER 29. Una bolsa que contiene un cuaderno de
cubiertas duras cortado a la mitad le es entregada para que la revise. En efecto extrae parte
del diario de CAB. Lo toma en sus manos, lo ojea, lee un par de páginas y por su aspecto
deteriorado, la letra de gusanito que ya conoce del panameño, y por último, por la actitud
mostrada por los muchachos, sabe que las posibilidades que el texto no sea legítimo, son
remotas. El acuerdo es simple, si el chileno desea el resto del documento, se debe negociar
otra vez y pagar un precio mayor. Salda lo convenido. Todo termina como si se tratase de
información que será clave para desentrañar el caso: una porción del diario de Alexis
Bethel, Taxi CAB. Pagó de su propio bolsillo lo solicitado por los muchachos de la
Universidad de Panamá. Espera que en esa parte se encuentren elementos de peso que den
un giro positivo a su búsqueda, y que la enrumbe hacia el final esperado. Como un leopardo
que ya ha cazado su presa, llega a su habitación, cierra la puerta, no sin antes mirar en
ambas direcciones del pasillo. Desde que está en Panamá, no ha dejado de sentir la
presencia de un espía o de un agente o algo así que lo sigue y vigila. Cierra la puerta, pasa
los seguros y se tira a la cama a leer. Le parece que hay listas de personas tras cada
narración, y por supuesto, esto puede ser una pista importante. Si estuviese narrado el
evento de 1986, sabría quienes participaron. Al cotejar esta información con la que ha
recogido de los juicios, podría llegar a buenas conclusiones. También encuentra relatos de
177
tipo militar latinoamericano. Ve nombres conocidos. Ello le hace suponer que va por buen
camino.
4 de febrero de 1992. Son las dos de la mañana. Desde la medianoche hay un golpe de
Estado en Venezuela. Detrás está el teniente coronel Hugo Chávez Frías, Francisco Arias
Revolucionario 200 (MBR200), una logia militar de al menos diez años de existencia y que
Hay muchos resentimientos contra el recién electo Presidente Carlos Andrés Pérez
del partido Acción Democrática, quien prometió que todo sería como antes, ―Con AD se
vive mejor…‖, y lo primero que hizo fue imponer un paquete de aumentos, empezando por
gasolina local. Con ese aumento, llegó el inevitable alza del pasaje en el transporte
público. Luego no pasó otra cosa que lo predecible: un levantamiento popular. Hubo
Pero eso fue el Caracazo, el 27 de febrero de 1989. Aún están vivas en las mentes de los
jóvenes oficiales bolivarianos, las imágenes de los caídos, la desesperación y las calles
con gentes cargando electrodomésticos, pan o carne en canal. Tres años después, esa
pobreza que recomendaban los economistas gringos del FMI, y Bolívar cabalgaría
provenían de las guarniciones militares de los estados Aragua, Carabobo, Miranda, Zulia
178
y el Distrito Federal, todos dirigidos por Hugo Chávez, Francisco Arias Cárdenas, Yoel
conocida y apresamiento de los alzados, Alexis reaparece días después en las calles de El
Chorrillo en la ciudad de Panamá. Viste como civil. Su huida se debió a una fortuita
confusión en la cual terminó escoltando a los insurrectos en el Museo Militar, aunque aún
mantuviese una boina roja en un bolsillo y un rostro marcado por la angustia. ―Soy del
alto mando de la contra–insurgencia, llevo una misión secreta, ¡déjeme pasar o lo mando
preso, carajo!– fueron sus palabras al ser cuestionado por los agentes de seguridad de la
DISIP. De allí, y sin pensarlo, se trasladó a la casa del embajador de Panamá en Caracas.
extinga, redacto el listado; pero esta vez incluyo a los inocentes y a los adversarios, ellos
también merecen respeto. Como dice el refrán "Honrar, honra": Deivis Peña Juárez, Cabo
Segundo de la Guardia Nacional; Elio José Gamboa, Cabo Segundo, Guardia de Honor;
Miguel Escalona Arriechi, Guardia de Honor; Jesús Alberto González, Guardia de Honor;
Julio Peña Labrador, Guardia de Honor; Jesús Santiago, Capitán (Ej); Fernando
Cabrera, Subteniente (Ej); Pablo Linares, Sargento Técnico (Arv); Celso González, AT de
la Aviación; José Salas Ramírez, Distinguido (Ej); José Ramón Noguera, Soldado (Ej);
José Nieves, soldado (Ej); Jesús G., Rodríguez, Distinguido (Ej); Luis García, Distinguido
(Ej); Guerras Montes de Oca, soldado (Ej); Hernández Herrera, Soldado (AV); César
179
Castillo, Soldado (Ej); Wilmer Molina, Soldado (Ej); Gerson Gregorio Castañeda, Agente
años de edad. Recibió una bala perdida de FAL en la cabeza; Echarta Gaiska, estudiante
cabeza durante el asalto de la Base Aérea La Carlota; Hugo Orlando Villarte Mejías,
entera de que en el llamado Caracazo, aquel funesto alzamiento popular del 27 de febrero
de 1989, se vio muy activo en reuniones con grupos de ultraizquierda en el sector del 23 de
enero, a un militar que concordaba con la descripción física de CAB. No le extrañaría que
fuese así. Aún mantiene contactos de peso en Caracas y cree que podrían informarle mejor,
lo cual obviamente debe tratar en persona, en particular, el costo de la gestión, porque para
Estelí.
Las primeras páginas que lee del diario de Alexis Bethel reflejan su capacidad para
desdoblarse y escribir desde su perspectiva los hechos históricos que quiere preservar, lo
Klinsman no duda de que en sus textos, Alexis ha plasmado de manera muy realista eventos
que vivió o supo de fuente fidedigna. Desconoce el origen de sus datos, pero no cabe duda
de que los ha entregado de manera novelada y bajo una óptica crítica, como intuye que es
él.
armas. En esos trances, sus subalternos lo dejan solo, pues entienden que son momentos
íntimos. Toma una libreta gruesa que guarda con recelo y escribe. No le agrada que lo
vean en ello, por tanto, lo hace en lugares algo distantes del resto de los soldados y en
horas en los cuales solo queda la guardia despierta. La noche está despejada. Los
para escribir. Sabe que cuando algo extraño se acerca, los insectos, las ranas y algunos
otros animales, callan. Él los llama, los guardianes naturales. Escribe en su diario.
Sabíamos que matarían a la población civil, que no les importaría, total, lo habían hecho
antes. Esta vez sería por escarmiento. Entonces, echamos a andar la estrategia.
Dejaríamos a Estelí como un cascarón. No nos encontrarían. Los cabrones llegarían a una
ciudad muerta. Y así, los encerraríamos. Le asigné a Froylán una tarea básica, y lo hizo a
costo de su vida: los niños y las mujeres fueron llevados a un sendero por El Calvario,
después por la parte sur del potrero del jodido José Lanuza y desde allí los pasamos
181
agachados hacia la Panamericana. Casi arrastrados, cruzamos en las narices del cerco de
los guardias somocistas. Nunca se imaginaron que vaciaríamos las casas, la iglesia, las
calles empedradas, y que sólo entrarían a luchar con sus tanquetas contra barricadas
informe del Comandante Zorro, leído no menos de diez veces, Bethel deja escapar su
imaginación. Ve a los dirigentes de las calles y de los barrios organizarse con el respaldo
del Frente Sandinista. Decide que la toma de Estelí y las batallas que se libraron en ella,
bien merecen estar en su colección y por eso, la escribe a su manera. La experiencia vivida
en el Frente Sur, en la Brigada Simón Bolívar, de la cual formaba parte, no pasará tan
Mi lista de los internacionalistas del Frente Sur. Para que la memoria de los compañeros
que lucharon en el Frente Sur de Nicaragua no se extinga, redacto este listado que
pretende dar a conocer las identidades de los camaradas fallecidos en combate, a ellos los
menciono con sus apodos de guerra y sus verdaderos nombres y apellidos, porque sin
duda, se han ganado un puesto en la historia de este continente. A los compañeros que aún
viven, les protejo colocando tan solo sus apodos, ellos en su momento adecuado,
permitirán que la Patria Grande los conozca sin máscaras, sin falsos nombres, porque
somos el nuevo valor moral de la patria, como ya lo dijo Sandino, ―Nuestro ejército, por
recuerdo del Frente Sur Benjamín Zeledonio son: Chilo―El Tigrillo‖, Pedrón, Poeta loco,
León de Segovia, Haroldo Horta, Luis Amado Laguna, Jossy, Elizabeth, Justo el tico,
182
Pardillo, Armando Garay ―El Tiquillo‖, Jacinto ―El Caballo de Hierro‖, Comandante
Alciviades ―Pacheco‖, Marvin, Victor, Efraín Rojas ―Macho‖, Olmedo Alonso ―Coco‖,
Murillo ―El Tigre‖, Antonio ―Caballo loco‖, Pedro López ―Barbita‖, Alexis Noriel
―Pele‖, Saint George ―Ciego‖, Rogelio ―Geño‖, Coclé, Santa María, Vladimir, Águila,
Amelia, Oriel Sánchez ―Oso‖, José Moreno ―Da Vinci‖, Rubén Salvatierra ―Diablo‖, y
Hugo Spadafora ―Comandante Ramón‖, entre tantos que no recuerdo sus nombres.
Cantaura.
Otro de los hechos plasmados en el diario de CAB que impactó a Klinsman fue el
cerco que el Ejército venezolano dio al grupo Bandera Roja, en el oriente de ese país, en
1982. No sabe si los datos son ciertos, pero coinciden con lo que el investigador logró
averiguar. Incluso, pensaría que los nombres esta vez, al menos los seudónimos, no fueron
cambiados. Otra vez su autor se introduce en esta historia como protagonista, y más aún,
como testigo y sobreviviente de una operación que fuera catalogada después por la prensa,
profundo de la selva. El aroma del café empieza a despabilarlo. Amanece. Aún están en sus
manos y en su mente las calles de ese pueblo nicaragüense acosado por la guerra, cuando
un estruendo lo sacude. Una bomba retumba en medio del campamento del Frente Américo
Silva. Las ollas saltan en pedazos. Hay caos. Oye que lo llaman. Los voluntarios de la
universidad no tienen armas y corren en la confusión hacia cualquier lado. Parecen abejas
alborotadas sin panal ni reina a quien seguir. La explosión, los gritos, lo hacen tomar su
183
El avión regresa y con él, el silbido de otras bombas que caen. ¡Retirada, retirada! En
medio de la locura, CAB huye con algunos hacia la espesura. Le acompaña Alejandro
Velásquez, a quien le quita el arma y la boina roja, le entrega unos papeles y algo de
dinero.
–Camarada, usted va a ser la voz que denuncie estas muertes– le dice muy serio a
Velásquez– huya, escóndase y sobreviva para que esto no pase impunemente en la historia.
La mayoría del contingente cae agujereado para siempre con balas de alto calibre.
La piel de algunos salta deshilachada con cada tiro certero. No sólo el avión dispara. En
tierra el ejército les montó un cerco. El capitán CAB escapa arrastrándose entre plantas y
lodo. Dispersos y sin instrucciones, algunos tratan de rendirse. Otros corren hacia la
carretera y son abatidos sin misericordia por una herradura muy bien plantada de los
lanzan a matar sin inclemencias y a los rendidos, los fusilan. Él no lo sabe aún, pero es de
los pocos que logra sobrevivir a la masacre. Llevan varias horas de persecución. Se
llama por miedo a ser descubierto. Se asombra aún más cuando lo ve huir por un sendero
perdido hacia un vehículo verde del Ejército, que arranca dejando tras de sí una nube de
polvo. Una lágrima de impotencia le escurre la cara. Su rostro y la imagen de esa huida no
lo olvidará jamás, como tampoco olvidará a Sor Fanny o a los 21 compañeros que cayeron
esa noche.
184
Mi lista de los vinculados a Cantaura. Para que la memoria de los compañeros que
lucharon en Cantaura no se extinga, redacto esta lista: Carlos Hernández, Nelson Pacin,
Eusebio Martel, José Zambrano, Enrique Márquez, Beatriz Jimenez, Carmen Rosa García,
Idelmar Morillo, Euménides Gutiérrez, Sorfanny Alfonzo, Julio César Farías, Roberto
Rincón, Luis José Gómez, Emperatriz Guzmán, Rubén Castro, Jorge Luis Becerra y José
Zerpa.
185
Santiago.
Septiembre 1973. Desde temprano hay movimientos en las calles. Algunas cerradas,
otras con tanques militares. Son las siete y cuarenta. Bethel como muchos otros, desde
hace algunas horas integra las tropas leales del Palacio. Las mujeres nerviosas lloran y
tratan de escapar. Les piden una tregua a los golpistas para sacarlas. La niegan. Se
escuchan advertencias y no hay autos ni buses en las cercanías. Empiezan a oírse los
tiroteos. Los primeros disparos a las ventanas y a las puertas las ahuyentan. Los militares
de Pinochet no están dispuestos a nada que no sea la muerte. Miembros élites del GAP
corren entre muros impactados y vidrios rotos, corren vestidos de civil con sus armas por
los jardines internos de la Casa de la Moneda buscando al Presidente. Con una banda
al Chicho Allende, quien armado de un fusil que le regaló Fidel, lo descarga desde una
ventana, hacia el enemigo que se acerca por la calle Morandé. Una tanqueta se ha
Presidente sabe escabullirse. Ha negado varias veces que vaya a rendirse, incluso sus
hombres saben que han pedido a los elenos3 de INDUMET y de poblaciones como La
Legua, que abran un corredor para sacarlo vivo y constituir un gobierno paralelo. Allende
revisa las posiciones de sus veintiséis hombres en La Moneda, a los detectives les asignó
la defensa frontal de la Alameda, de esa forma se evitaría que la tropa golpista los
rodeara, a los GAP los mantenía en la parte trasera del Palacio, frente a la amplia Plaza
Constitución. Una vez que se sabe que han destituido al General de Carabineros
Sepúlveda, Allende solicita que los carabineros de la Presidencia salgan, y les retienen las
3
Elenos: grupo organizado desde el PS entrenado para resistir militarmente a la derecha chilena, y que en los
años sesenta estuvo cercano a la guerrilla del Ché en Bolivia, de allí su nombre ELN.
186
armas, los cascos y las máscaras de gases. Sus amigos más cercanos le piden que mande
Las antenas de las radios son bombardeadas por los insurrectos. Sólo quedan en pie
día. Bethel escucha tras él. Oye palabras de sosiego, de un hombre que exige madurez y
tranquilidad a los trabajadores, que tan solo pide un estado de alerta. Son las nueve de la
mañana. Los tiroteos se incrementan. Ya han caído las fuerzas leales en casi todo el país.
Aun así, hay obreros atrincherados en las fábricas y en las poblaciones. Esperan
instrucciones y armas. También hay unos cuantos hombres que morirán con el Presidente,
aunque él no lo quiera.
–Presidente, sólo nos queda radio Magallanes para dirigirnos a nuestro pueblo– le
dijo con tono apremiante, el capitán Bethel a Salvador Allende– Venga, la transmisión es
urgente– le señaló el camino a una oficina en desorden. Esta vez Alexis escuchó palabras
de ira en un hombre que con frialdad, dará su vida por sus ideas. Eso lo avergüenza.
Quiere quedarse con Allende, pero le tiemblan las piernas con cada estallido. El Chicho
lleva también su terno de invierno y sus lentes bifocales. Mientras da su último discurso,
una serena pausa le permite admirar a ese hombre que supo conquistar los corazones y las
La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio Corporación. Mis
palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas el castigo moral para los que
187
han traicionado el juramento que hicieron…‖ Bethel aprieta el fusil que carga consigo.
Aún no lo ha disparado. Afuera las viejas paredes de La Moneda resisten el acoso de los
tanques y las balas. Los disparos de las punto 30 destrozan los nervios de Alexis y los
barrotes de acero de las ventanas. Vienen del Ministerio de Obras Públicas. Hay tropas
moviéndose alrededor. "…estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi
sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral
que castigará la felonía, la cobardía y la traición..." Allende termina sus palabras y sigue
resistiendo. Hay avances de las tropas golpistas. Los GAP disparan furiosamente. Bethel
se faja en una ventana y cree haber impactado a tres soldados. Mueren algunos otros
Es casi mediodía. Los aviones sobrevuelan. Son dos naves inglesas que vienen por el
sur, pasan por detrás del Cerro San Cristóbal y se enfilan contra el Palacio de la Moneda.
Se escuchan dos bombas que hacen temblar las paredes. Otra vuelta y caen con su
estruendo de muerte. Un fuego se inicia en el Palacio. Uno de los GAP grita que son
también gases lacrimógenos. El aire es tóxico. A los que no tenían máscaras, el doctor,
como le decían algunos de sus subalternos, les pide que se tiren al suelo y respiren lo
mejor que puedan en esa posición. Por la parte frontal de La Moneda, un tanque golpea
una de las puertas. Entra la tropa. Bethel al igual que otros, porta una máscara. Se
dispersan tratando de sobrevivir. Siente terror. Sin que lo vean, se quita la insignia del
GAP y tira el fusil. No quiere morir. Las alfombras están en llamas. Un ruido de metralla
sorprende a todos. Los miembros del GAP, algunos con apenas veinte años, se rehúsan a
abandonar el Palacio. Allende les explica que no vale la pena la muerte de militantes tan
188
jóvenes, pero ninguno da muestras de querer huir. Todos regresan a sus puestos de
defensa. Se suicida Olivares, un gran amigo. Parece que los más aguerridos vienen a la
planta baja con Allende. Los GAP élite lo protegen, él comanda desde atrás los
movimientos de lo que parece una rendición. Alexis no está en el grupo de mayor confianza
del Chicho. Pero los ve moverse cerca. Hay ruidos de disparos por doquier. Los muros
Resuenan más tiros. Hay carreras, gritos. Hay rumores que el Presidente fue asesinado.
Otros gritan que soporten, que la revolución se defiende. Nuevamente los aviones dejan
caer su carga. La tierra tiembla resintiendo las toneladas de explosivos. Un GAP amigo
baja apurado y toma a Alexis por el brazo. Lo aleja de la ventana. Le susurra llorando que
Allende se suicidó, que tan sólo se le pudo reconocer por el reloj. Le muestra un pedazo de
los lentes del Presidente que extrae de su bolsillo. Lo empuja y le dice que todo acabó, que
salve su vida. Los bomberos esperan afuera y los militares no les permiten apagar el
permite hablar. Ya se sabe que una tanqueta rompió la puerta principal y que la tropa
entra matando todo lo que se mueve. Son las dos de la tarde. El palacio arde por dentro. A
muchos detenidos, en particular, a los del GAP, los mandan a acostar y alinear en el suelo
en Morandé 80. El Comandante de tanques da la orden de aplastarlos con uno que está a
unos cinco metros. El General Palacios, a cargo de la operación, grita furibundo mientras
prisionero.
189
como si fuese una aparición, como si hubiese estado escondido y de golpe entra en un
jardín. Está vestido de bombero y ayuda a cargar una camilla de lona militar cubierta con
un colorido poncho chileno. Debajo parecen reposar los restos del Presidente de Chile.
Militares y bomberos se escurren con el bulto por la calle Morandé hacia una ambulancia,
mientras, se inicia la más feroz persecución humana que recuerde el capitán Alexis Bethel,
quien con su atuendo rojo de bombero, llega hasta el Hospital Militar, desde donde logra
huir nuevamente. Son las seis de la tarde, hay toque de queda. La orden es matar a
cualquier sospechoso de terrorismo que esté en la calle sin autorización. El capitán CAB
salta de casa en casa, de jardín en jardín escurriéndose hasta llegar a Las Condes, lugar
de la embajada de Panamá, donde una bandera azul y roja con dos estrellas le hace
derramar un llanto inconsolable. Se siente feliz de haber salvado la vida, aunque llore
como un niño.
esta lista: Domingo Bartolomé Blanco, José Belisario Carreño, Carlos Alfonso Cruz, Luis
Alfredo Gamboa, Pedro Juan Garcés, Mario Gonzalo Jorquera Leyton, Oscar Osvaldo
Contreras, Hector Daniel Urrutia, Julio Tapia Martínez, Juan Alejandro Vargas, Enrique
Paris Roa, Oscar Lagos Ríos, Jose Freire Medina, Jaime Sotelo, Manuel Castro, Julio
En el diario hay páginas en blanco, iniciadas con un título de una historia ausente: La
Asunción. Muerte del tirano; Managua. Toma del Parlamento–22 agosto 1978; Malvinas.
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Noviembre 1995. Alexis lucha buena parte de su vida y esa decisión personal inicia
desde joven. Tiene un gusto particular por las situaciones en las cuales las adversidades son
vencidas contra todos los pronósticos, a pesar de la pérdida de la fe. Por ello, cada tanto o
lee libros de historia clásica de triunfos y derrotas militares, o alquila películas de esa
orientación. Hoy lleva consigo la película Apollo 13 y piensa verla en la noche. Le han
dicho que lleva el mensaje de superación ante la calamidad, que tanto le agrada. Ha
invitado a su hija a disfrutar la película juntos. Algunas veces habla con Jessica, su ex
mujer, con quien mantiene buenas relaciones a pesar de los sinsabores de las separaciones,
las ausencias y las distancias. Ella se residenció en Panamá y labora como docente de
Alexis, ya sea para escuchar a su niña o para proponerles que lo pasen juntos. Su hija ya
tiene once años, a pesar de su corta edad, muestra interés por la política y la historia. Le
gusta escuchar las que le cuenta su padre, especialmente aquellas en las cuales los pueblos
Alexis hace algunas compras. Aunque el tiempo y las luchas lo han mermado
lleva de todo y siempre gusta. Corta el ñame baboso y lo separa de los demás ingredientes,
los pone a hervir hasta que estén algo suaves. Por otro lado, toma seis alitas de gallina de
191
patio que logró comprar en el mercado de abastos, las lava y las coloca en una sartén
caliente junto a tres muslos pequeños, tres cuellitos y una molleja. Las sofríe hasta obtener
de ellos un aroma que va abriendo el apetito antes de tiempo. Coloca todos los ingredientes
en una olla honda y se acerca al patio de la pensión donde vive en Juan Díaz, extrae unas
hojas de culantro, las lava y agrega al sancocho panameño. Poco antes de hervir, sazona
con abundante orégano en hojas. No demora en esparcirse ese agradable olor a campo y a
infancia que pocas veces se huele por allí. En otra hornilla coloca una paila para preparar
arroz con guandú morado, el oloroso. Sabe que a sus mujeres les agrada el toque de coco
que sabe darle a ese tipo de arroz. Con esmero logró pelar y rayar un coco de una palma
vieja que también está en el patio de la casa de pensión. Cuando está lista la cena, espera
No le gusta que lleguen muy tarde porque a la vuelta a casa, dado que no tiene mucho
espacio ni comodidades para que se queden con él, la noche se hace peligrosa, cómplice de
los delincuentes en esa parte de la ciudad. Son las ocho y no han llegado. Está ansioso.
Tiene la película que le recomendaron, una con Tom Hanks y otros buenos artistas. La
revisa, está a la espera de sus mujeres, que no llegan. Media hora después le tocan la puerta.
Aparece la señora Gertrudis, dueña de la casa, para indicarle que Jessica llamó y le pidió
que le informara que no podrían ir. Mañana se comunicaría con él para darle explicaciones.
Alexis agradece. Cierra la puerta. Se sienta sobre el catre donde duerme. Se queda
lástima de sí mismo, quizás algo de contrariedad, pues realmente quería verlas y disfrutar
un buen momento con ambas. Está algo melancólico, no más. Se levanta y se sirve un plato
de sancocho con algo de arroz. Se lo come como si no tuviera el gusto ni el olor de hace un
192
par de horas. Está absorto, solitario, mirando la bombilla de 25 vatios que alumbra su
Clínica Génesis de Juan Díaz, lo remiten al Hospital Santo Tomás y de allí al Instituto
Oncológico Nacional (ION). Le tomó varios años convencerse de la necesidad del auxilio
médico. Nuevamente es diciembre, otra vez, Año Nuevo, pero del 2000. A pocos días de
haber asistido al acto de graduación de bachiller en ciencias de su hija, ahora una hermosa
no morir. Asistió a varias citas previas, la de hoy es decisiva. Llega temprano. Aunque es el
último día del año, en el ION la actividad médica parece normal. En una agradable
habitación pequeña con paredes que exponen sendos diplomas de universidades nacionales
cómodamente no puede evitar que su mente vuele. Siente que es muy temprano para
fallecer y que tiene mucho que dar aún, por lo que está preparado para aceptar lo que
venga, sea cual fuese el diagnóstico. Aburrido de ojear una revista de modas y autos, decide
leer con paciencia los diplomas que exhibe el doctor. En marcos delgados, casi todos
iguales, encuentra las instituciones a las cuales pertenece: American Society of Clinical
música instrumental suena de fondo. Toma otra revista de modas y noticias del jet set. No
193
invierte tiempo en leer, solo pasa las páginas en un acto desinteresado, casi reflejo. La
secretaria abre un poco la puerta que los separa de los cubículos, lo mira de reojo y la cierra
delicadamente. Empieza a sentir cierta angustia, no tanto por el diagnóstico en sí, para el
cual está preparado, sino por la simpleza de una espera larga y tediosa. Una pequeña fuente
atrás aprendió algunas técnicas de autodominio budistas, y sabe que todas están basadas en
la capacidad de controlar la respiración. Inspira muy lentamente, cierra los ojos. No hay
más pacientes que él en la pequeña sala. Repite el ejercicio, se va calmando poco a poco.
Lo repite con más lentitud. El ambiente está agradable, el aire acondicionado es muy
silencioso y produce la brisa fría de una pradera templada. La luz con su matiz blanco
entre montañas con cumbres nevadas. Las ve empinadas en torno a un gran semicírculo,
quizás un cráter de un volcán antiguo. Las nubes cubren los riscos de esos gigantes de roca
oscura. El cristalino sonido de vidrios de una pequeña cascada le permite caminar hacia un
riachuelo que se descuelga entre unas grietas limosas. Con las manos frías y el andar
pausado se agacha y alcanza a tomar un par de sorbos de aquella agua de maravillas que se
escurre río abajo, pero que proviene de las alturas y llega cayendo con sus músicas hacia el
vacío, como quien salta de roca en roca buscando la llanura. Se sienta sobre una enorme
raíz a orillas del riachuelo. Aquel ambiente de paz le trae a la memoria las vivencias de los
libros de Herman Hesse. Se recuesta del tronco de aquel árbol, que sin duda debe ser
centenario, cierra sus ojos. Se deja llevar por el tintineo de las aguas que cada tanto salpican
las orillas. Imagina que en aquella belleza escondida, y por medio del sendero cubierto de
194
agujas de pinos, hojas oscuras, camina a su encuentro Adelita Castaño, la mujer que en su
juventud robó su corazón, quien nunca lo devolvió. Se acerca con su cabellera larga, rizada,
de la cual cuelgan gotas brillantes como muestras de un ambiente nublado, mágico, frío.
Viste su uniforme de enfermera graduada. Llega muy cerca, le toca el hombro. –Alexis,
Alexis– en su sueño en ese bosque de duendes pecosos, siente que su amada le presiona
entonces despierta. Se toma un par de segundos antes de descubrir que sigue en el hospital.
La habitación del doctor sigue siendo la misma. La enfermera le sigue empuja el hombro
hasta darse cuenta que ya está totalmente despierto. No es Adelita. Apenado se despabila.
–Señor Alexis Bethel, soy el doctor Paolo Widenn, su nuevo oncólogo. El doctor
campo le resultará más conveniente. Tome asiento– el doctor mira a Bethel como a todos y
abre su expediente. Habla pausado, pero con claridad y transparencia, lo que le ha ganado
sobriedad, la brinda. Del mismo modo, cuando sus gruesas manos son capaces de irradiar
calidez y consuelo.
–Como sabe, le hemos realizado varias pruebas diferentes, en todas se confirma que
tiene un tumor cancerígeno glótico muy localizado– tal como lo intuía CAB. El médico
sigue explicándole la estrategia que emplearán para eliminarlo. Presta mucha atención, está
dispuesto a seguir viviendo y enfrentarlo como otra batalla más que tiene que ganar.
195
malignas. Estamos en el punto en el cual no se debe esperar más. Sin embargo, le pido que
entienda que lo debe seguir fielmente, de otro modo las posibilidades de control
ningún tipo, ni en pequeñas cantidades ni fumar. Le pido que regrese mañana para explicar
lo que se debe hacer. Por ahora, llene los formularios de los seguros y de la exoneración de
responsabilidades.
Alexis CAB se levanta, le estrecha la mano al doctor, lo cual le causa una extraña
sensación, pues ese gran hombre tiene una piel sedosa y delicada. Este contraste le genera
una contrariedad. Se dirige a la recepción en la cual por unos instantes se vio en un sendero
entre montañas nevadas, y le pide a la secretaria los formularios. Ella los tiene preparados
en una carpeta amarilla. Le anota la cita siguiente en un gran libro de registros. Con una
amable sonrisa se despide de él. La puerta del consultorio se cierra sola, con lentitud. De
pronto CAB está en el pasillo del hospital oncológico y se encuentra caminando hacia su
modesto auto. Su nueva situación no lo deprime, pero tampoco se siente muy animado. Le
males que más deteriora y degrada al hombre. Se marcha pensando, pensando, su suerte.
El cáncer lo ha asustado. Sale al patio de la casa y siente la brisa que llega del océano
Pacífico. En el fondo, la necesita. Requiere de ese Mar del Sur que tantas veces conoció a
lo largo de América. Esta vez, espera que su fuerza le sea transmitida con esa suave brisa
que le trae mensajes distantes. Reflexiona su situación. Para ello, nada como escuchar
modesto aparato de música el concierto que diese el grupo Inti Illimani a su regreso a
Santiago de Chile en 1988. Ese concierto junto a otro grupo, Illapu, le llena el alma como si
Bolívar lo hipnotiza, le cambia el rostro. Empieza a cantar con fuerza, con intensidad, a
pesar del dolor en su garganta. ―…Simón Bolívar Simón, Simón Bolívar, nació de tu
Venezuela y por todo el tiempo vuela como candela tu voz. Como candela que va,
señalando un rumbo cierto, en ese suelo cubierto de muertos con dignidad…‖ También
escucha a Carlos Mejía Godoy y recuerda a sus amigos los compas nicaragüenses. Ve a Los
de Palacaguina y al mismo Carlos, con su melena, con la picardía propia de los nicas.
siente como Clodomiro, y lo canta con el corazón las veces que puede, excepto que su voz
no es la del ñajo de Mejía Godoy. ―Clodomiro, Clodomiro ¿para dónde vas tan serio? –
vida? –Me defiendo, me defiendo como gato panza arriba‖. Luego de varias veces con
Clodomiro, CAB disfruta con la canción Los Perjúmenes Mujer. No sabe bien qué
significaba aquello de sulibeyar que mencionan en la letra, pero interpreta que es el reflejo
sobre el agua más lindo que una mujer enamorada puede provocar en un hombre, y hacerlo
brillar, como los luceros, como los soles y enceguecer al mundo. A pesar de ser una
canción alegre, con una letra ingeniosa, una estrofa le recuerda a su Adelita. “Tus pechos
cántaros de miel, como reverbereyan, como reverbereyan, tus pechos cántaros de miel‖. Y
de tan alegre, le resulta algo melancólica. Chico Buarque, Elis Regina, Milton Nascimento,
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Phil Collins, Los Beatles, Pink Floyd, Violeta Parra, Rubén Blades, Alí Primera, El Tri,
Juan Luis Guerra, Oswaldo Ayala, Donovan, Lulú, Eddie Palmieri, John Lennon,
Diomedes Díaz, Black Uhuru, Myriam Makeba, La Lupe, José Alfredo Jiménez, Julio
Jaramillo pasan varias veces por sus oídos esa noche. Cada uno le recuerda momentos de
Decide descansar un par de horas, otra vez visitar al médico quien le dirá cuál tipo de
portando fusiles, arrastrándolos por un camino pedregoso. Le duelen los brazos y casi no
puede moverlos. Con cada paso avanzado siente que el bulto de las armas se hace más
pesado. En esa tarea está cuando un resbalón al borde del camino le hace perder el
equilibrio y cae de espaldas. En el aire siente el vértigo de la muerte. Pasan por su vista
escenas que de tan rápidas, no las puede identificar. Se siente mal, nauseabundo. Cae y cae.
El abismo se está terminando, el fondo rocoso se acerca más y más... Tiene miedo, grita,
pero su grito no se oye. Desesperado abre los brazos en cruz como rogando. De pronto, un
estertor lo despierta. Está en el viejo sofá, aun algo alterado. Son las diez, debe apurarse
esa forma no arriesgaremos sus cuerdas vocales ni otros órganos– le dice el médico. Esta
CAB se retira tal como llegó. Está más tranquilo. Debe mentalizarse para cumplir otra
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campaña de luchas, lo cual no le resulta novedoso. Él pelea tal como en su diario lo hacen
los pueblos o personajes asediados. Sabe que debe seguir todas las recomendaciones
médicas y se empapa de temas como el poder de la mente sobre la materia, aun así tiene
dudas. Prefiere instruirse sobre la enfermedad y fórmulas alternas para combatirla. Lee sus
apuntes de su diario y está seguro que saldrá victorioso. Arma su propia estrategia basada
en sus propios agentes inmunológicos. Cada noche se concentra en ordenar sus tropas.
Pone a sus células a trabajar frente a las bacterias que lo tienen postrado, a las cuales
identifica por sus colores oscuros y sus formas ovaladas. Las suyas son un ejército bien
formado, alineado, dispuesto a dar de sí, lo mejor. Al enemigo lo ve por los intersticios de
su interior, escondiéndose en las penumbras, huyendo con sus tenazas de cangrejos. Cree
triunfalista, arrollador, descalificador. Pero, en otras ocasiones pierde la fe, siente que la
Así se le escurren un par de años, entre trabajar como supervisor en una empresa
de metales, escribir memorias en su diario y luchar cada noche contra esos invasores
silenciosos que quieren deshacerlo. El tratamiento estuvo postergado, porque no había cupo
lo admiten.
–Enfermera, acérquese por favor– le aprieta el brazo, con voz quebrada le suplica que
lo acompañe mientras reúne a sus fuerzas y se reorganizan para luchar contra el enemigo de
su voz. Le pide su diario que está en la mesita de noche. Lo toma como si fuese una biblia.
Quiere releer relatos sobre los sandinistas y sentirse feliz por los niños que no murieron en
Estelí, quiere ensanchar su pecho de orgullo por los soviéticos que padecieron hambrunas
de cuero y hueso, pero no claudicaron ante los nazis ni ante Stalin, quiere sentir la fuerza
del odio contra el delator de Cantaura y quiere reivindicarse con la vida, decirle a Allende
que lo acompañaría nuevamente, y que esta vez no le tendría miedo a la muerte, porque ya
la conoce, la respeta y sabe que puede convivir con ella, al menos una vez más.
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Capítulo V
INFORME Y RETORNOS
201
Klinsman es un hombre de éxitos que alcanza los objetivos de sus planes. Es persistente y
moviliza sus recursos y atributos hacia el logro efectivo de lo que se ha propuesto. Para él,
el caso de Alexis Bethel CAB era uno más, sin embargo, en el transcurrir de la
que sacrifica asuntos con tal de obtener resultados alentadores. CAB –él lo intuye– fue
considera más que un luchador social, un guerrero. Nació soldado y morirá –o murió–
como tal. Los resultados del laboratorio indicaron algo de grasa que a su vez dejaron
plasmadas unas huellas digitales en la tumba del Cementerio Amador, que parecen
concordar con las que los americanos le suministraron. De ser así, su hombre estaría vivo, y
la tumba no sería más que lo que originalmente pensó, un engaño para despistar. Sin
centroamericano, y todo apunta a que es el panameño CAB. Pero, el transcurrir del tiempo
y las circunstancias han contaminado esta tesis, y es probable que lo que queda del FPMR
tal, y sus mejores hombres están muertos, retirados en el extranjero o presos. Solo un
entusiasta grupo de activistas se niega a la idea de dejar morir por cansancio esa opción,
que alguna vez sumara las simpatías de miles de chilenos y extranjeros que veían una salida
de fuerza a la dictadura. Tal como el escudo de Chile reza, "Por la razón o la fuerza", la
mayoría de los chilenos optó por lo primero, y fue la alegría y los votos los que destronaron
la fuerza, y con ello, la razón inmediata de ser del FPMR. En esta sección de sus
202
reflexiones, Klinsman recuerda a Neruda, quien enfermo y días tras el golpe de Pinochet,
escribía memorables palabras, con algunas de ellas expresaba su deseo porque aquella frase
fuese cambiada a una única y humana posición ante la sociedad: "Por la razón o la razón".
Santiago en 1996, revive las brasas de esa agonizante hoguera política y al parecer, no cabe
dudas que en ella también participó activamente el panameño. ¿Es suficiente para abrirle un
proceso legal en Chile? Las evidencias no son contundentes y el caso también ha sido
esclarecido por la historia. Pero, la Fundación Pinochet quiere jugar al "ojo por ojo" como
lo hiciera su líder. También quieren que se juzguen a los responsables que aún no han
entrado en los procesos penales, y con mayor énfasis a los extranjeros. Alexis Bethel es el
candidato perfecto para ello, pues su historial está muy vinculado al FPMR y a acciones
militares bien conocidas. Los aportes de sus textos, al cual Klinsman ha llamado su
investigado. De hecho, algunos datos podrían ser parte de las pruebas en un potencial
juicio, pero la fantasías de otros eventos narrados en el mismo libro, le restan veracidad a lo
que apunta a ser un verdadero hallazgo judicial. Los resultados del programa corrido con
la sociedad. El programa señala que por la edad y las probadas conductas de CAB, debe
estar intentando un cierre de su vida con repercusiones que permitan colocarlo en el sitial
que él espera, en materia de la lucha social. Pero, nuevamente la pregunta si está vivo o no,
y a cuál grupo podría estar vinculado sigue latente y sin respuestas claras. El programa
también da altas probabilidades a un ataque, más que una lucha de desgaste, y que quizás
203
esté rondando en la cabeza de CAB la idea de asumir otra causa popular en el continente
para ello.
la Fundación. Sabe que las conclusiones generadas podrían alertar a las autoridades
militares de la región y quizás sea del interés de la viuda, obtener algún favor político o
calificaría para una tesis doctoral en su alma mater, Universidad de Harvard, en la cual
tecnología, gerencia e información se emplean de manera eficiente y exitosa para una causa
Abre su maletín ejecutivo y lee otra vez esa hoja gastada que está numerada 367. La
quisieron pactar más con él ninguna venta del resto del diario de CAB. Se estruja las ideas
tratando de encontrar una fórmula que le permita conseguir al menos la página 368, en la
cual, de acuerdo a sus propias conclusiones, debería estar una lista de los involucrados en el
atentado, y por el perfil psicológico del panameño, no debería estar excluido. Se le acerca el
fin del período otorgado a los Pinochet. Hasta ahora está en una encrucijada que lo tiene
indeciso: las evidencias señalan circunstancias en las cuales seguramente CAB estuvo
involucrado, entre otras, el atentado al General, actuando como apoyo del Comandante
que el barrendero anónimo no es otro, sino él. Haciendo un resumen de las evidencias no ha
podido ir más allá de las conjeturas. En el Registro Civil aparece una persona identificada
204
como Alex Beltrán Rodríguez, nacido el primero de mayo de 1950 en el Hospital Panamá,
de la ciudad capital. Con esta información y cotejándola con el informe de la CIA sobre
norteamericana, llega a la conclusión que Alexis Bethel CAB es Alex Beltrán Rodríguez.
Viernes. 30 de julio 2010. Semanas después y tras una llamada de la enfermera Dallys del
Hospital Gorgas, Klinsman se presenta al ION. Ella tiene preparado el álbum de los
pacientes que han dejado huellas, especialmente los más locuaces. Aunque los tiene
referenciados por años, algunos espacios están vacíos por fotos que han sido sustraídas o
de enfermería– y le extiende una silla de metal frente a una mesa de trabajo en un cuarto
alumbra permanentemente el rincón de la mesa. Allí tendría el clima necesario para revisar
con calma el álbum de fotos. La mujer se retira con su bamboleo de barco a la deriva, con
su estampa de elefante bondadoso, mientras tararea una melodía cristiana. Oscar abre con
cierta premura el documento y busca rápidamente el año 2001. Se encuentra con numerosos
cierta desesperanza. Cree que es una sutileza, pues tratan de sonreír y mostrarse conformes.
205
En la parte inferior del amarillento documento hay algunos nombres y muchos apodos, algo
que ha descubierto con sorpresa en Panamá: todos tienen uno. No le resulta extraño
encontrar referencias como: Pepe se despide de sus amigos. Diciembre 2001, y sobre esas
palabras una imagen de un hombre delgado, calvo, sin barba ni bigotes, su tez blanca, más
pálida que lo que debe estar, con una túnica que parece de un sacerdote oriental en
con un cariño que se adivina, casi maternal. En otra ve a unas gemelas conocidas como
Chana y Juana. Iguales en todo. En esa, el doctor Widenn aparece saludando con cierta
altivez. Ambas hermanas presentan esa misma mirada de animal resignado que se
encuentra en casi todos los rostros de los enfermos irradiados. Las hojas de los niños se las
herido a casa, por lo que se espera que retorne feliz. Ese pensamiento le queda rebotando en
las sienes hasta que con sorpresa identifica algo que le llama la atención. Se levanta. Abre
un poco más la persiana para obtener más luz solar. Quiere estar seguro de lo que ha
identificado. Hay una leyenda que reza, Alexis retorna a su batalla. La acompaña una foto
borrosa en la cual se identifica a un hombre acholado, bajo de estatura, algo fornido aún.
Parece ser lo que busca. Otro asunto lo mantiene alerta. Hay una muchacha orgullosa con
asemeja mucho a Yaffit. Aún asombrado, Oscar llama con urgencia a la enfermera y le
– La foto la tomó una extranjera, una mujer blanca delgada que llegó a visitar varias
veces al paciente. Era como si hubiese vivido entre panameños por mucho tiempo, pero se
le sintiera su acento foráneo aún. De la muchacha pues, no recuerdo mucho, excepto que
me entristeció verla con el diploma de bachiller. Usted sabe, uno se va endureciendo con la
vida. Nos toca ver escenas desgarradoras. Pero, en ese caso, no era dolor por la muerte
cercana, era una melancolía diferente. Creo que no se veían en mucho tiempo y ella estaba
muy orgullosa de mostrar su logro. Los vi llorar a los tres. Eso le llega a uno, ¿usted sabe?
Parecía que las distancias los habían separado, como si hubiera sido a la fuerza, usted sabe,
cuando uno se quiere y el destino nos separa. Eso es duro de tragar. Lo sé. Lo he vivido.
Por eso le digo que esa gente sufría su distanciamiento. Era obvio que se habían extrañado
mucho. Eso fue triste, muy triste. El paciente llamaba a la señora, Jessi, y a la niña, Yaffit.
207
Pocas veces Oscar pierde el control. En esa ocasión se sentó, aspiró profundo y
agradeció a la enfermera su ayuda. Ella lo notó raro, algo pálido. Quiso estar solo un rato.
La señora no comprendió el por qué, pero lo dejó en el cuarto. Debía volver a la Sala donde
estaba. Antes de irse, el chileno le pidió sacar una fotocopia de la foto. No había más que
esa, y la quería. No hubo problema en dársela, con el obvio compromiso que la devolviese.
Al salir del Hospital, esta vez Oscar prefiere caminar hacia el Cerro Ancón.
Necesita aire fresco y aplomar sus ideas. Se siente burlado, decepcionado. Sin duda todas
las pruebas apuntan a que Yaffit es la hija de su investigado: Alexis Bethel, cuyo verdadero
investigación. Pero, ¿por qué? Trata de poner todo en orden. Ya está claro que Alex CAB
Bethel es un prófugo que pudiese estar vivo, y la única persona que puede sacarlo de dudas,
La subida al punto más alto en la entrada sur del Canal, el emblemático Cerro
Ancón, le hace bien. Unos turistas toman fotos en todas direcciones. Él se limita a sentarse
al lado del monumento a Amelia Denis de Icaza. Lee su poema al cerro. Trata de mantener
su cabeza fría y sobria, pero no es fácil. Ha decidido olvidarse de todo por unas horas. En
ciudad. Varios barcos hacen fila para entrar al Canal. En una esquina, en el suelo, unas
ardillas pelean unas semillas con unos ñeques. Al parecer las ardillas se salen con las suyas.
208
Contempla el Mar del Sur. Se imagina el Casco viejo asediado por piratas que vencen los
muros y asaltan. Se imagina las bases militares con su soldadesca lista para entrar en acción
desde este país ubicado en el centro de América. De hecho, mientras subía, miraba con
curiosidad las ruinas de estructuras de concreto que, según ha leído, guardan túneles y
Baja algo más tranquilo. Sabe qué hacer, al menos en las próximas horas, aunque en
Llega al hotel, pero prefiere ir al Casino de al lado, el que lo recibió el primer día.
Una penumbra habitual, llena de misterios, abre sus puertas. Esa oscuridad es cómplice de
Pide una botella de whisky. Se prepara un trago doble en las rocas. Su cabeza está
llena de imágenes y momentos, sin embargo, su corazón está vacío. Un vértigo lo arrastra
en una caída que no termina. Yaffit fue su todo durante unos meses, y siente que fue toda la
vida, toda su vida. El primer trago se lo bebe casi todo en un envión. Cierra los ojos. Parece
que duerme. Ahora suena una canción de Myriam Hernández que ya conoce. Con ella
Yaffit cantaba y cantaba hasta terminar exhausta, llorando. Luego le decía que ella portaba
el alma de La Lupe. Nunca le comprendió eso. Tan solo sabía que debía ser algo muy
–Hola, por favor dígame. ¿Ha visto hoy a Kimberly por aquí?– pregunta de manera
sosa al mesonero. Lo ve, y aunque sabe de quién se trata, suele ser muy discreto. Mueve la
cabeza y la boca en dirección a una mesa solitaria en un rincón. Una figura de una mujer
sentada, lo excita. Se acerca y le habla con decisión. Una voz seductora le responde. Piensa
un poco, está tentado a dejarlo todo así, pero un impulso desconocido en él, lo invita a
seguir el juego.
– Soy el chileno que no sabe bailar salsa. ¿Te acuerdas de mí? El del concierto de
Ismael Miranda, aquí, en el hotel El Panamá hace un tiempo. Quiero tener una noche
movida…– solo recordarla, lo va excitando y de pronto está desinhibido, audaz, con ganas
– ¿Movida? ¿Qué significa eso?– le dice con expresión muy coqueta, dulzona, como
es ella, como si susurrara algo tierno al oído, haciéndose la inocente, aunque sabe desde las
– Ahh…tú, niño guapo. Claro, ¡cómo olvidarte cariño! Si tu chequera da para todo
lo que quiero, ¡sí!...jajaja– una risa fresca sin quiebres le confortó, olvidándose un poco del
asunto de Yaffit, que a finales de cuenta, es lo que pretendía con esta nueva aventura.
Abre los ojos. Sigue en el casino, solo, triste. El escenario oscuro. Pide al mozo que
le prepare otro trago, él ya no puede. Ya no acierta nada. Cierra otra vez los ojos y se da
cuenta que no es capaz de levantarse para pedirle nada a nadie, mucho menos a una mujer
que lo consuele, que lo mime, porque está muy dolido. Mira hacia el fondo. No hay nadie
no le pude acompañar
otra botella.
211
hija de CAB. Sale apresurado del hotel y se dirige a la Oficina de la entropía, como ha
así que saca la mano, le hace señas a un taxi, sin preámbulos le pide que lo lleve. El
conductor se asoma por la ventanilla del pasajero, medita un par de segundos, le dice “No
voy” y se marcha a la caza de otro cliente. A Oscar esto no le asombra, con algo de
resignación, vuelve a intentarlo. Sabe que los taxistas determinan hacia donde se dirige el
pasajero y no al revés como ocurre en cualquier parte del mundo. Esos autos amarillos
obligación de dirigirse hacia el lugar señalado por el cliente, sino, de acuerdo al tránsito y
estado de las calles, al que más le convenga a él. Mientras viaja en uno de ellos, va
respecto a Alexis Bethel alias Taxi CAB. En un primer escenario piensa en la posibilidad
un objetivo claro, comprobar si está registrado como difunto o no. Otra acción inmediata
teléfonos, o de sus familiares. Bajo el supuesto que los obtenga, debe montar una estrategia
si estuvo en Chile en 1986, si participó en el atentado, y en otros asuntos. Esta última parte
le resulta también, el reto de su trabajo. Aun teniendo a CAB enfrente y grabando sus
declaraciones, las cuales no está obligado a dar, no resulta obvio que haya cómo obligarlo,
excepto, una orden judicial y su comparecencia ante algún tribunal. Sin duda, ello escapa
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de los alcances de su investigación, la cual llegará hasta demostrar que CAB vive, y dónde.
El resto lo haría la diplomacia junto con la justicia chilena, empleando todas sus
herramientas. Las evidencias para resolver el caso deben incluir un peritaje caligráfico que
confirme que es autor de un diario donde se describe el atentado, algunas fotos de la época
en las cuales que pueda identificado por parte del resto de fusileros presos que actuaron ese
día y que podrían recibir consideraciones en la reducción de sus penas si colaboran con este
nuevo caso, y por supuesto, una declaración formal de él, admitiendo su participación.
complica, tendría que insistir en hurgar en la izquierda local hasta obtener información
relevante que le permita saber su nombre verdadero y ubicarle. Para ello, sin duda tendrá
que pagar, comprar conciencias, cosa que ha hecho en otras situaciones. La llave mágica
del soborno le ha funcionado muy bien en asuntos legales, así que no tendría
remordimientos en emplearla. Recuerda muy bien que incluyó el nombre de Yaffit en las
Llega al conocido edificio. Como siempre, hay mucha gente alrededor. También
ese universo de funcionarios cargando copias, extranjeros tomándose fotos tipo pasaporte,
niños tomados de la mano de sus padres, quienes buscan las cédulas juveniles para el
próximo período escolar. Va preparado para presionar a la Directora con el asunto del
vicepresidente del CLARCIEV, su colega y amigo, Rodrigo Durán. La noche anterior habló
con él. Espera que de acuerdo a los resultados que obtenga, Durán pida al propio Piñera,
213
que se comunique con su homólogo Martinelli, para que se preste la mayor colaboración en
espera con cierta angustia. Oscar piensa que el cambio quizás se deba a llamadas desde
Lunes, 2 de agosto de 2010. “Bueno, directora, soy todo oídos”– le dice a Sharon Michelle
del Registro Civil, quien a todas luces se muestra más colaboradora que la última vez que
se vieron. Ella nunca supo por dónde llegó la orden, pero fue tajante. Trató de investigar
homólogo chileno Rodrigo Durán llamó en persona a Sebastián Piñera, quien no dudó en
contactarse con el Presidente de Panamá. El resto era de suponer: apuros, tensión, incluso
gritos y amenazas de entrega de información, “que buscaran hasta debajo de las piedras
sintiendo aquella cosquilla que precedía a los descubrimientos importantes en los casos de
su carrera. Siempre le recorría un calambre sutil que lo aceleraba y le hacía pensar con
214
prontitud y sagacidad. Esa era su droga, por ello disfrutaba tanto resolviendo sus asuntos.
Se podría decir que ese era el momento cumbre de la investigación, el resto era trabajo
mecánico.
–Le investigué a las dos personas que me pidió: a Alexis Bethel y a Yaffit Sacs.
¿Por dónde quiere que comencemos?– el chileno se queda pensativo. En su afán por
conocer los detalles de la pesquisa de la directora obvió plantearse qué le resulta más
urgente, en su cabeza su lado racional le dice que sin duda alguna lo referente a su trabajo
es lo que más importa, es decir, la identidad real y detalles de dónde conseguir a CAB, pero
por otro lado, cierta curiosidad enfermiza le persigue desde hace tiempo, al punto que le
desvela alguna que otra noche, pues como pocas veces en su vida, está realmente
responsabilidad, todo lo relacionado a su caso, porque por eso es que está en Panamá, y
además, el tiempo se le agota. Recuerda que los Pinochet tienen una fecha mortal que se
acerca: 11 de septiembre.
Abre la puerta la asistente de Sharon Michelle, trae consigo dos vasos de agua con
quien no acepta, más por apurar el retiro de la asistente que por el asunto del café en sí.
– Mire, antes que nada déjeme advertirle que aunque aún no sé detalles de su
persona, veo que esta investigación tiene prioridad para su gobierno, eso lo respetamos,
215
además que lo que le voy a suministrar está sujeto a la mayor confidencialidad. En otras
palabras, no puede divulgarse, de otra forma estaríamos todos en problemas. Supongo que
– Bueno, del señor Capitán Alexis Bethel encontramos indicios que ese es un
nombre ficticio, y que por datos de inteligencia suministrados por nuestros “socios” y por la
Oficina de Seguridad del actual gobierno, al comparar la grafología del escrito que nos
suministró, un par de huellas dactilares que pudimos rescatar de ese papel, algunas
que acompañó la lucha de los sandinistas contra Anastasio Somoza Debayle, y por las
descripciones de los testimonios en casos judiciales chilenos que nos hiciera llegar desde su
país el colega Durán, hemos concluido que esa persona es Alex Beltrán Rodríguez. Este
La última vez que acudió a renovar su cédula de identidad fue en 2004, previo a las
cáncer de laringe detectado el año anterior. Podemos darle una copia de la foto de la cédula.
Dado el diagnóstico oportuno y el bajo grado de avance de su cáncer, se le pudo extirpar sin
regresó a los controles, y por tanto, no se sabe si el cáncer volvió. En su perfil psicológico
tenemos que es un hombre de carácter fuerte, introvertido, de decisiones firmes, ante todo,
valiente, muy callado, lo cual no se debe traducir en timidez, y creo que lo más resaltante
216
que encontré en esta descripción es que tiene proyecciones en su vida que lo vinculan de
manera permanente con el servicio a los demás, es decir, un hombre entregado a sus
lealtad. Con respecto a las características físicas que completan su imagen nos mencionan
setenta kilogramos de peso, aspecto indígena, cabello lacio negro, sin barba ni bigotes. No
tiene cicatrices visibles, ni ausencia de dedos, manos o pies. En el año 2004 tenía cincuenta
y cuatro años, y tal como aprecia en la foto ampliada de nuestros archivos, no tiene canas ni
actividades políticas más notorias desde cuando se le empezó a seguir. También suponen
que muchas otras no fueron registradas ni conocidas por esos mismos servicios. Estudió en
la Universidad de Panamá entre los años 1968 y 1970. No terminó sus estudios
universitarios, sino que formó parte del Partido del Pueblo y gracias a ello, obtuvo una beca
gestionada ante la Universidad Técnica del Estado de Chile para estudiar ingeniería naval.
En ello colaboró la relación entre Cleto Moure de Panamá ligado al mencionado Partido del
Pueblo y Volodia Teitelboim del Partido Comunista de Chile. Alex Beltrán Rodríguez se
militante de rigor y disciplina. Es poco lo que se sabe tras el golpe militar de Pinochet de
1973 con respecto a nuestro investigado. Luego hay un vacío. Se cree que viajó a
Lorenzo que comanda el médico panameño Hugo Spadafora. Tras el triunfo sandinista, se
paradero, algunos creen que se sumó a la contra guerrilla nicaragüense ARDE que dirigía el
217
Comandante Cero, Edén Pastora. Otra información menciona una corta estadía en Panamá
y una hija concebida con una exiliada chilena, de nombre Jessica Sacs Leighton. Hago un
paréntesis en esta parte, para pedirle que me recuerde más adelante que le suministre más
información sobre esta persona–. En ese momento, un súbito impulso, imperceptible para la
funcionaria, recorrió la espalda del chileno, un signo inequívoco de una intuición, algo que
superaba por mucho sus expectativas–. Volviendo a Beltrán, se sabe que se sumó al FPMR
de Chile en 1985 tras el cruel asesinato del guerrillero Hugo Spadafora bajo el régimen de
acuerdo a una entrevista que sostuve con un funcionario del gobierno americano, no es
común que se ignoren datos del investigado de manera súbita, en su experiencia esto solo
protege al no registrar datos de sus acciones–. La directora hace una pausa. El chileno se
acomoda en su silla, estira el brazo y sujeta el vaso de agua, se la bebe con lentitud, como
quien no quiere.
Abajo, el caos usual de esa entidad pasa ajeno a la sesión que mantienen ambos. La
Directora se levanta, se asoma a la ventana, descubre que hasta ahora, la reunión con el
reinicia el relato del informe. El investigador toma notas de aspectos claves que le
– Como podrá ver, la información es detallada y estimo que le resultará muy útil– le
– Bueno, hasta ahora es así. Sin embargo, usted comprenderá que la necesito
impresa y en formato digital y debo sumarla a un análisis muy minucioso, por tanto, no
puedo adelantarle más que no sea mi agradecimiento por el esfuerzo dedicado a nuestra
solicitud. Sin duda, al llegar a la habitación del hotel, me pondré en contacto con su colega
Durán y seguramente él le hará saber a nuestro mandatario que su país está colaborando
con nosotros.
primero, y en los privados después, si tenían a algún paciente de cáncer con este perfil entre
sus pacientes desde el año 1985 hasta la actualidad. Y sorpréndase...en 1995 un hombre con
las características de Beltrán fue referido de la Clínica Génesis de Juan Díaz al Instituto
Oncológico Nacional-ION. El doctor entrevistado, Luis Ramos, dijo que "hay dos cosas
que no olvidaré de ese día: era 24 de diciembre, día de Navidad y por tanto difícil para
Aunque no supo definirla bien. Se registró esa vez con el nombre de Alexis.
– En los registros del ION no se encontró nada parecido a Alex Beltrán, pero sí un
buscado que llegó a inicios de 2001 con un cáncer incipiente en la garganta. Tras la espera
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doctor fue el prestigioso galeno Widenn y él declaró que su paciente era muy raro, de una
conducta fuera de lo común. No se deprimió tanto como ocurre con el noventa por ciento
de los enfermos de cáncer. Recuerda que leía y escribía mucho, y guardaba con recelo un
viejo cuaderno de tapas duras, y un par de libros–. Tanto la directora como el chileno
– En este sentido, tenemos otro vacío. Nuestros sabuesos no pudieron ir más allá.
De acuerdo al doctor Widenn, "…se piensa que terminó adecuadamente el tratamiento, tal
como queda en los registros del Instituto, pero no asistió a las citas de control. Esa conducta
evasiva es común en pacientes que se sienten curados y creen que no habrá marcha atrás
con su enfermedad, pero algunos se equivocan. Pero, después es muy tarde para rectificar, y
La directora hace una pausa. Se siente algo liberada después de referirle todo lo que
obtuvo al investigador. Oscar sabe que, con respecto a CAB, no es mucho más lo que
– Bueno, parece que ha sido extenuante para usted este asunto. Le agradezco lo que
– Ahhh...claro, casi lo olvidaba, menos mal que le pedí que lo recordara, como ve
– ¿Disculpe?
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de la memoria, empieza a buscar entre los papeles que tiene sobre su escritorio. Se
puño y letra sobre una presentación del CLARCIEV, con notas del presupuesto que irán a
chileno, pero requiere unos minutos para encontrar tan importante asunto. Él comprende y
se llena de paciencia. Ella la va perdiendo poco a poco. Finalmente llama con voz grave a
su asistente.
hija de Jessica Sacs Leighton, una chilena de padres adinerados, residenciada en el país,
– ¿Entonces?
– Que esta joven Yaffit aparece en nuestros archivos como hija reconocida por Alex
5 de Agosto 2010. Era extraño que antes no se le hubiese prestado atención a ese tipo de
bala, que según el informe forense, provenía de una tercera arma. Con las copias de los
expedientes y los testimonios que llevó en su laptop a Panamá, Oscar pudo revivir en su
cabeza el asesinato del Senador Guzmán ocurrido en 1991 y que estremeció a la nueva
democracia en manos de Patricio Alwyn. Uno de esos documentos claves eran las
Investigaciones. En esas 59 fojas, Oscar encontraría datos fundamentales para su caso. Ató
cabos con el texto que obtuvo del diario de CAB y el asunto parecía estar claro: el comando
panameño participó como personal de contención del atentado. Él fue el autor de los
Santiago. 1991
Los Comandantes Ramiro, Salvador, Eduardo y el "Chele" van armando el atentado. Están
la manera colectiva de tomar decisiones, le piden a dos compañeras de alto nivel que se
sumen a las discusiones. Lo hacen, y es asunto de algunas horas para que entre los cinco
Se levanta el Comandante Ramiro y pregunta al resto por los ejecutores. "¿A quién
dispararán, un conductor y otro que protegerá el escape. Los perfiles son claros: valientes,
expertos en armas cortas, serenos. Todos concluyen que esta labor es para un joven como
el Negro, quien estará apoyado con otros tres comandos: su compañero el Comandante
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Los convocan, sin explicar aún detalles de la operación, los interrogan. Todos están
conveniente, prevé consecuencias políticas y militares sobre el FPMR que lo hacen dudar,
ensayándolas, una y otra vez. Algunos cambios de planes repentinos harían que el Negro,
la operación a no disparar, sino a apoyar, formara parte ejecutora del crimen. Marcela
contención.
con una chica al volante está estacionado frente a la universidad. Cerca de allí, un
limpiador parece hacer su tarea. Guzmán sale de clases a las 6:25 pm. Despide a un grupo
a bajar al primer piso. Un presentimiento de que algo no anda bien, le obliga a regresar
todos lados. Está nervioso. Hace unos días le persigue una sensación de vulnerabilidad.
Para Luis, todo parece estar en orden, sale de la universidad y toma a la derecha como
suele ocurrir. Al llegar a la esquina, la luz roja peatonal se enciende para permitir el paso
cruzando la calle. El barrendero deja sus utensilios. Se toma la cintura, como si portara
una pistola. La chica del auto Opala deja de acicalarse en el espejo. Tres disparos a través
del vidrio frontal impactan mortalmente sobre el Senador. Llegan otros más de lado, desde
el vidrio del copiloto. El auto sale disparado. El barrendero dispara dos veces sobre el
vidrio trasero, ignorando que el político ya va rumbo a la muerte. Unos últimos tiros al
aire denotan rencor y cierta arrogancia. En la mano del Senador creador de la UDI, un
crucifijo apretado no será suficiente para impedir que sus órganos colapsen. Mientras los
comandos corren al auto de la chica, un carabinero que escucha las detonaciones, corre
Por el apuro y las presiones políticas, fue necesario concluir rápidamente el caso, e
incluso capturar y acusar por error a otra persona ajena al atentado, hasta que por fin, se
pudo girar órdenes de detención sobre los ejecutores del FPMR. Pero, tan sólo un personaje
Hércules Poirot, Dupin o más aún, como Sherlock Holmes, a quienes había mitificado y
colocado en un pedestal personal. Sanetti fue pronto removido del caso porque sus
Para el año 2010, Sanetti está jubilado, sin embargo, nunca deja cabos sueltos, y sus
notas sobre el asunto las mantiene en un cofre de documentos en casa. Aunque su pasión
detectivesca no fuera apreciada suficiente por sus superiores en aquellos violentos años,
presencia de un hombre bajo, fornido, vestido de barrendero era importante para adjudicar
todas las responsabilidades. Hasta entonces solo se habló de dos ejecutores, no se mencionó
más a la chica del auto ni al hombre de cabellos lacios y piel morena que aparentaba
limpiar en ese momento, quien también disparó al coche de Guzmán. Por la descripción,
Klinsman piensa que CAB estuvo allí, y de ser cierto, se mantiene su nueva tesis de la
complicidad penal.
no le resultó difícil pensar no solo que el comando panameño había tenido una
investigación de la Fundación Pinochet, sino que ya no se trata tan solo de haber atentado
contra el General, sino de complicidad en el asesinato y acto terrorista con muerte, para el
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cual las normas internacionales son claras. Habría acumulación de ambos casos y hasta se
podría solicitar a la Interpol, la captura del panameño a través de un llamado "rojo" que
a Olea Gaona como autor material del asesinato, Oscar inicia un nuevo camino, tras haber
llegado a uno sin salida, en el cual CAB no sería más que una marioneta dentro del FPMR
que trabajó como tantos militantes, bajo las órdenes de superiores, sin poder de decisión y
era finalmente sobreseído del cargo de homicidio de Guzmán, que había sido o una pantalla
había propuesto canjear todos los detalles de la muerte del Senador de la UDI, incluyendo
las responsabilidades personales de la alta dirigencia, por su vuelta a Chile. El caso fue
reabierto.
Panamá, lunes 9 de agosto 2010. Al chileno aún le quedan muchos cabos sueltos, uno de
muerto o no. De lo primero no hay mucha información en Panamá. La única que tiene
hay un asunto que debe conocer, y es la posibilidad de que a pesar que se haya curado por
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15 de Agosto 2010. En la parte del diario de CAB que le vendieron, el investigador chileno
también descubre un texto, el cual parece tocar asuntos históricos recientes de Panamá.
CAB escribe sobre su intento de acabar con la corrupción que se traga los dineros públicos
por el asunto de la corrupción en el gobierno. El robo de las piezas de bronce del Despacho
Estado, están en el marco de dicho texto. Su historia está contenida en los que parecen ser
los últimos escritos de su diario. De esto puede deducir que si CAB está vivo, no está
inactivo.
Conocedor de los hechos más relevantes de los últimos años en el país, Klinsman identifica
sustraídos ocurre en agosto de 2008. Esa fecha es importante para la investigación del
primero que concluye es que hasta ese año, CAB estaba vivo, de otra forma no podría haber
descrito todo aquel asunto de las estatuas de los niños. Revisa otra vez el texto. Trabaja
Descubre el buen sentido del humor y el sarcasmo como vía de la denuncia. Este dato le
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resulta novedoso. Siempre pensó en CAB como un hombre muy serio y quizás amargado
por tantas adversidades. Piensa y por ello toma notas de esos datos, que algunos de sus
personajes se llaman como en su cuento, y que tal como le enseñó la Negra Isidora el
primer día, en Panamá todos se conocen y dar con esos personajes es asunto de tiempo y
paciencia.
Otra característica que se desprende de sus notas es la constante disciplina mostrada en sus
relatos, siempre está a cargo de alguna tarea asignada por algún superior y él o sus mejores
personajes, con la obediencia debida, ejecutándola. Todo esto hace pensar al investigador
que CAB es un hombre de firmes convicciones que obedece mandatos dictados por alguien
sobre él, que no escatima esfuerzos en la realización de sus objetivos, militares o no, y que
definición, ya están perdidas. Llama la atención que en los relatos siempre hay honestidad e
incluso, tanta que CAB aparece en posturas cobardes. En su análisis, este elemento puede
deberse a una excesiva autocrítica que de forma permanente le exige dar más y más de sí.
CAB al “nuevo hombre” que planteó el Ché, de quien es fiel seguidor, crítico a más no
poder. Por tanto, no se engaña con la fácil conclusión de que se trata de un hombre cobarde,
Uniendo los datos obtenidos. Oscar trata de estructurar una matriz que le permita
También trata de definir las variables y sus parámetros para correr un programa que le
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permita predecir su nuevo proceder ante, al menos, tres escenarios. Consulta a un colega de
Harvard que lleva una línea de investigación sobre comportamiento humano, acerca de su
conducta de los clientes en los negocios, y trata de establecer vínculos sencillos con
cualquier aproximación debe hacerse desde esta óptica, trabajando con modelos basados en
conocimiento profundo de las formas cómo las personas se relacionan, cómo generan un
grupo y luego, cómo se organizan, bajo qué esquema ocurre esto. Hay una frase que el
algoritmos. Y eso es lo que ha tratado hasta ahora, conocer al hombre que investiga.
así como las evidencias de las circunstancias. Michel suspira, agrega que es un caso muy
interesante, por tanto, sin duda sacará tiempo y esfuerzo para levantar escenarios y
de los hallazgos, de su Informe final, el cual sin duda, va más allá de una simple demanda
de un gobierno a otro. El chileno ha levantado un expediente histórico para cada caso de los
herramientas que dispone. Su conclusión inicial es que los nombres y datos de los hechos
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descritos son reales, y ello lo conduce a pensar que si el resto del diario está escrito
siguiendo ese patrón, debe contener información muy relevante sobre su participación en
Fundación Pinochet. Será fácil para sus miembros, y en especial a la viuda, entender que,
aunque encontró elementos importantes que vinculan a Alex Beltrán Rodríguez alias CAB
del año 1986, no cuenta con evidencias sólidas que puedan llevar el asunto a una demanda
de las consecuencias que ella espera. Tampoco está claro si vive. Él intuye que aún lo está,
y que pronto necesitará "entrar en acción" en algún atentado o causa de relevancia. Omite
la versión digital, decide despedirse de Panamá. Arregla maletas y toma un taxi que lo
Camina como el primer día, por el centro de la vereda del Cementerio Amador. Se
dirige con cierta parsimonia a la tumba que está identificada como la de Bethel. Se
arrodilla, deposita un ramo de flores en honor al hombre que ha sabido dedicar su vida a las
causas imposibles, al guerrero que aún anda herido buscando refugio, en fin, a un
adversario que le supo ganar la partida, pues lo atacó en el alma. Tras un minuto de
reflexión, se levanta. Se siente observado, tal como en algunas otras ocasiones en Viña y en
porte fortachón, de unos sesenta a setenta años. El hombre lo mira sin alterarse. Se
reconocen. Saben por qué están allí esa mañana. El militar se despide del chileno con un
lento saludo castrense. Oscar sabe que ha agradecido el honor de las flores y quién sabe si
solitario, sino de una red que funcionó muy bien desde el primer día. Ahora lo comprende
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todo. Al menos eso cree. Desde el vendedor en el Festival de Viña, hasta las coqueterías de
Yaffit, incluso ahora está seguro que le revisaron su maleta perdida, y que le copiaron
Bethel antes que la viuda de Pinochet. Lo ve caminar lentamente hacia un auto modesto y
reconoce en el volante a una chica de ojos oscuros, tez canela y cabello negro, que está
seguro que no olvidará nunca más, porque le robó su corazón. De pronto en su cabeza
suena Berlioz, y siente consigo a Fausto, quien está por bajar a los infiernos, por no causar
dolor a su Margarita. Au revoir, mon amour. El auto se aleja y él lo ve irse. Lo sigue con
una mirada larga como el horizonte del Mar del Sur. En esos cortos instantes recuerda
algunos de los episodios de su vida con Yaffit. Los encuentros en su apartamento, las
exquisitas noches de amor y placer junto a la mujer que más ha deseado en la vida.
Recuerda los boleros que ella le cantaba a media luz. Algo se le descuelga de su pecho,
Santiago son el escenario perfecto para una velada romántica. Ella parece hacer un recuento
en su cabeza, y empieza a tararear bajito una melodía. La ve con devoción. Intuye que tuvo
una infancia de música popular tropical que él no conoce, y sin saber por qué, siente celos
de algo invisible. Hasta cree arrepentirse de semejante pregunta. De pronto ella empieza a
cantar una parte de una canción muy vieja que al parecer, le sale de lo profundo. Levanta la
voz con maestría. Tan solo la mira y no quiere interrumpir ese momento de magia. Le
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recuerda la vez que la conoció y la historia de su nombre inserta en la leyenda árabe de una
adivinanza. Esta vez, una lágrima solitaria se resbala por su cara de la chica, dando
evidencia clara, que no miente, por el contrario, que vive esas palabras, esa música, y lo
responder.
canción que más le agrada–. Esta la recuerdo de mi padre y las miles de veces que la
colocaba cuando rememoraba sus viejos tiempos. Jamás te olvidaré, te lo puedo jurar.
Hasta que llegue el fin, jamás te olvidaré...Por siempre esperaré, que vuelvas a mí...Y
– ¿Quién la cantaba?
– Chucho Avellanet. Mucho tiempo después supe que era él. No lo conocía. Su
versión es tan triste que pocas veces puedo escucharla toda–. Se acerca para abrazarla un
poco, ella sutilmente se separa. Él ha abierto una puerta que no cerrará tan fácil, y además,
parece que no tiene lugar en ese viaje al pasado. Lo sabe ahora. No le queda más remedio
que entrar en ese mundo, su mundo, aunque sea, de forma oblicua, tangencial. Y en el
recuerdos a alguna melodía amorosa que le delate sus intimidades infantiles. Sin esperar,
Yaffit entona una vieja canción de La Lupe, la extravagante cubana que sacudió los
rincones con su latin soul. Esta vez sin llanto, pero con el mismo sentimiento a flor de piel,
Destino cruel que así mató todo el amor que nos unió.
Adiós, que triste fue el adiós que nos dejó al partir ya sin voz de llorar…– toma una
servilleta como micrófono y semeja a La Lupe, quiebra la voz con tristeza. Canta al suelo
mirando sus pies, no a Oscar. El chileno siente celos otra vez, no sabe de qué, pero está
Mientras sigue masticando su bolero triste, Oscar le hace señas que ya recuerda una.
que le provoca cantarle a capella a su amante. Quizás sea la única vez que lo haga. La
primera frase la recita tal como hiciera en 1967, el venezolano Cherry Navarro.
–,aleluya…
devoción y no cabe dudas de que esa canción le fascina y que tiene un hondo significado en
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su vida. Ese estilo lo tenía guardado de su infancia, de hecho, se sorprende a sí mismo con
su performance.
aleluya…
adolescencia. La parte que más le gusta es la estrofa que dice lo relativo al cierre de las
Es el turno de Yaffit. Escoge otra canción que la mata cuando la oye. Unas trompetas y
unos violines llorones anuncian la llegada de un bolero ranchero que se derrama en forma
de un dolor almibarado sobre la joven, cada vez que la escucha. A su lado sienta a Javier
Solís con su sombrero charro y sus bigotes bien recortados. Lo mira. Él le canta con
tristeza, pero con intensidad, en una voz que parece no tener piedad, pero sentida.
de San Carlos. Quizás debas ir allá cuando viajes a Panamá. Es un lugar caluroso con
aspecto desértico y que cada tanto te regala ríos donde sumergirte para aplacar el calor. Ella
vivía con unas hermanas en un ranchito, de donde no quiso salir jamás. Allá nos enviaban
en verano a todas las nietas. Nos hartábamos de caña dulce, ciruelas traqueadoras, mangos
perfumados, corríamos a caballo, nos bañábamos en las quebradas cercanas. Eran aguas
cristalinas que cantaban mientras nos sumergíamos en los pozos transparentes. Nos
secábamos al sol y volvíamos a los juegos. Lindos recuerdos, lindos. Por ahí rondan los
fantasmas de mis primeros amores, mis primeros besos bajo la sombra de un enorme
mango cargado de olores y humedad. Mi abuela fregando los platos con su estropajo,
nosotras como abejas rondando los néctares de su amor tierno. A pesar de su cuido férreo,
– ¿Estro.., qué?
– Estropajo, una vaina de una enredadera que sirve para lavar en el campo, en lugar
– Bueno los míos son más urbanos, siempre relacionados a las casas afrancesadas de
Santiago. Quizás por eso son más tranquilos, más simples. No tienen ese sabor dulzón ni
tropical de los tuyos. Los míos huelen a polvo de repisas de madera vieja, a eucalipto en los
inviernos y a frazadas guardadas, esperando a que regrese el frío. Mis canciones son de dos
temporadas. Las del invierno son así, saturadas de un olor a casa cerrada, un sabor frío. Las
del verano son de movimiento, son coloridas. Las que mejor recuerdo son las canciones que
están plasmadas de paredes de ese caserón donde vivíamos. Posteriormente nos mudamos a
Viña. Allí el mar y los productos de las pesca me cautivaron por años. Aún hoy cuando
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mostraba ese paraíso de conchas rugosas medio vivas, con su olor de sodio y cloruros.
– ¿Sabes? Nunca había hablado de esto con ninguna mina. Mis recuerdos son muy
míos, ¿me entiendes? Pero, tú eres diferente. A ti te los fío todos. Es más, te dedico otra de
mis canciones de siempre, aunque ésta es más reciente que las tuyas. Es de Los Prisioneros,
No te pares frente a mí con esa mirada tan hiriente. Puedo entender estrechez de
de odios y traiciones…
congelaron en esas palabras: odios y traiciones. Se levanta, mira hacia el cielo y el sol
parece quemarle las pupilas. Respira hondo. Sabe que debe retomar su camino, continuar;
encuentra fuerzas en la idea de cambiar de lugar, irse lejos como estaba pensado. Excepto
que se va solo, para vivir solo, o al menos un tiempo. Recuerda los trenes de olas frente al
calor sofocante y húmedo de la ciudad, le corresponde una vida que le resulta muy colorida,
pero extraña, demasiado rápida y desordenada para su gusto. Esta urbe continúa con sus
ruidos, con sus voces anunciando lotería “Lleve el quince, lleve el quince….", como
burlándose de él y su destino. Siente que no pertenece a estos suelos tropicales; que sólo lo
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será, cuando acepte la entropía y el caos natural, los gritos y la espontaneidad excesiva, los
colores llamativos de los hombres, mujeres y la Naturaleza...sólo así podría sumarse a esa
vorágine diaria que permite sobrellevar la vida aquí. "Lleve números bajitos. La suerte está
de su lado, no se lo pierda…”. Dos Diablos Rojos van haciendo regatas en las calles
angostas de El Chorrillo y con sus bocinas de barco trasatlántico, alterando a la gente; “La
calle en calle mientras corre como loco, que no torturen más a Britton en el penal de Coiba.
Oscar está sudado, lo oye como el resto de la gente, con indiferencia. Ya está acostumbrado
a ello. Recuerda que se marcha, y aunque no pretende regresar, sabe que perdió la ocasión
de visitar a Noriega, o al menos su casa, que según supo, la piensan demoler para que se
olvide pronto esa parte de la historia, porque acá parece ser portátil y ligera. El sol está
inclemente. Se seca el sudor de la cara, da una última ojeada a su alrededor con ánimo de
no olvidarlo, levanta la mano, detiene un taxi, una ola de calor le abofetea el rostro y casi es
una alegoría de su estadía en Panamá. Le pide al conductor que lo lleve al aeropuerto. Una
Diciembre 2010. Alexis CAB vaga por la peatonal. Va sin rumbo y algo pensativo. Sabe
extraviados en pandillas que solo buscan el poder que dan las drogas, de niñas calientes por
de todos. Lo que más lo asquea es la normalidad con que la gente acepta esa condición de
país.
guerra de Colombia. Como en otras ocasiones, está confundido. Después de lo del chileno,
perdió contacto con su hija Yaffit. El trauma de haberse enamorado de verdad del joven
investigador chileno, tuvo su precio. Él trata de entenderla. Sabe que su última despedida,
lo será por mucho tiempo. De su madre, Jessi, tampoco sabe nada. Y está seguro que no lo
quiere ver. Lleva otra vida, una diferente, con sueños, con alegrías, quizás con otro hombre.
Son las diez de la mañana y las palomas revolotean buscando maíz que suele
repartir todos los días, Chucho el piedrero. Se adivina extravío en la cara de Alexis. Se
sienta en un banco de concreto que hizo la Alcaldía. Recibe los rayos del sol, que más que
entibiarle, le queman, le tuestan. Así es su Panamá. Se levanta acalorado y decide pasar por
el Hotel Ideal, seguro conseguirá a un colega periodista que desde hace treinta años se
más que cuatro cuartillas engrapadas, que hace más de ocho meses no publica. Mientras
camina los cuatrocientos metros que lo separan del escondrijo de Sucre, lee en un titular
escalofrío le recorrió la espalda. Cada vez que aparece en su historia algún asunto de la era
acosan, se desatan, y no le dan tregua. Sabe mucho de los detalles de los envíos de drogas
en la época de la guerra contra Somoza. También sabe que no todas las heridas están
cerradas, y que hay varias promesas sin cumplir por parte de gente pesada, gente de pocas
sonrisas.
Acelera el paso. Sube las escaleras del viejo hotel. Consigue a su amigo debajo de
una nube de humo azuloso. Su mirada vacía, sin contenido. Difícil saber si es desesperanza
o cansancio.
–Oye, por cierto. ¿Quién anda detrás del asunto de Hunt y el atentado a Torrijos?
¿Por qué no me averiguas con tus contactos?– Sucre lo ve. Lo ausculta como si fuese una
tortuga que decide ver mundo. Sus ojos vidriosos hablan por sí solos. Van diciendo, ¿de
quiénes me hablas? ¿De los muchachos? Se te olvida que solo quedan tres, y no salen de La
Mayor. Están borrachos casi todos los días, y ni recuerdan por qué existen. Sucre
escaleras de madera. Los crujidos y la oscuridad lo conducen a otra casa, a otro tiempo.
advierte que quizás es mejor irse del país por un tiempo, o quizás, para siempre.
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Sin duda su viaje a Managua es un escape, una huida, otra más. Le acosan los vivos, los
muertos, en fin, el miedo. Sabe que los chilenos lo buscan y desconfía de Klinsman. Espera
que el informe deje tranquila a los Pinochet. Aunque, algo en el fondo le dice que seguro
volverán por él. También sabe que los asuntos oscuros de las drogas y armas en la época de
Torrijos y Noriega, así como su muerte en sí, lo involucran, y huye porque teme una
venganza tardía.
Camina con una mochila de lona que lleva algunos libros, ropa, y parte de su diario.
Recorre, quién sabe si por última vez, la avenida peatonal, aquella que cuando pequeño era
económica es baja. Le sigue resultándole un lugar atractivo, donde es posible sentarse y dar
de comer maíz a unas palomas, mientras unos jóvenes artistas, bañados en sudor y pinturas,
imitan a Marceau.
Se marcha otra vez, y se podría decir que ha pasado más tiempo itinerante, que
estable en algún lugar. Vaga con parsimonia hacia la Calle 17 donde a las once saldrá
rumbo a Managua. El enorme Ticabus rojo, azul y blanco, le trae a la mente, las múltiples
veces que salió apresurado, hacia algún destino. Casi siempre con lo puesto o disfrazado.
Esta vez no lleva disfraz alguno, es él, cansado y sin sueños. Lo conduce la inercia de la
Escoge un número, el que nadie quiere, el que según la vendedora ha dicho antes, podría
regalárselo, si no fuera porque debe rendir cuentas de sus ventas en un par de horas.
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–Deme el cero cero cero cero–.Le extiende un billete de dólar, gastado y casi roto.
La vendedora lo ve a los ojos y baja la mirada. Alexis camina hacia la calle Ancón de
hija, quien tiene otro tablero de billetes, la mira y pregunta. Ifigenia responde.
–Ese hombre lleva la muerte tras de sí. No lo sabe, y no hay manera de que la
Alexis llega al local de Ticabus. Se extraña al ver sólo unos vehículos pequeños y
–No señor, eso cambió hace mucho tiempo. Debe ir a la Terminal de Pasajeros de
Albrook. Allá sale el autobús, por cierto, como su boleto es de clase turística, sale a las
comodidad en ninguna parte. En el pequeño cuarto que la doña Eulogia Cuadra le alquilara,
tiene un escritorio de madera barata, una silla también modesta, una ventana que mira a un
patio interior, y un baño con ducha, lavamanos y servicio higiénico. La cama es sencilla.
No hay cuadros, excepto un viejo y descolorido afiche de unos perros jugando cartas. Ese
es su mundo. En un rincón acumula algunos libros. Una pirámide de textos muy diversos,
que son el ícono de lo que ha vivido recientemente. El ruido de la calle se filtra en el cuarto
y es fácil sentir la ciudad desde su escondrijo. Aun así, es un refugio oscuro que le viene
Recuerda muy bien viaje a Managua. Un gran letrero verde ubicado a mano derecha que
reza solitario, Bienvenidos a Nicaragua, le informa lo que ya sabe: Rivas a 37 Km, Granada
a 103, y Managua a 147. La calle de tierra, con charcos de agua de la lluvia reciente, le
indica que algunas cosas no han variado, el muro de colores alternos blanco y azul, la
misma caseta desteñida en medio de enormes camiones varados como ballenas, los
funcionarios adormecidos por el calor, y la gente que camina en dos direcciones, con su
Toma un vaso de plástico verde. Destapa una botella de ron venezolano Santa
venido a menos, que cada año pasa por Managua a revisar la situación de los amigos, y
hacer uno que otro negocio raro con el gobierno sandinista. Se sienta con cierta parsimonia
Volcanes, volcanes. Esta tierra estrecha llena de volcanes, de furia, de lava- piensa y bebe.
la primera imagen que lo impactó, fue el Paricutin. Esa imagen de la tierra emergiendo en
el patio de una casa, donde unos campesinos mexicanos tenían un maizal raquítico, casi
agonizante y seco, se le grabó desde que la vio por primera vez en un volumen de la
enciclopedia británica en la biblioteca. Tenía apenas doce años. Estudiaba primer año en el
Instituto Nacional.
contar de viva voz, lo acontecido con esa montaña gris. El resto lo imaginó, y lo hizo parte
por qué, pasó de pensar en el episodio del volcán en 1943, a su mujer, la chilena Jessica, la
historias que no has vivido. Estás engañado desde el fondo, Alexis. Esas cosas no son
simples, tienes que ver qué haces con tu vida de fantasías…–. Eran palabras que le
volcán que nació de la nada. No comprendía que era su forma de vivir realmente. Incluso
no terminaba de entenderla, pues, al inicio, cuando se hicieron pareja, ella le pedía que le
receloso, accedía la mayoría de las veces. Pero, el tiempo erosionó la ternura y la paciencia.
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Ya no había historias, sino reclamos. No llegaba dinero ni para los asuntos más básicos, y
ella se fue hastiando. Se sumaron las distancias y las melancolías. Y no solo era ella. Alexis
estaba destruyéndose por dentro. Su inactividad, su papel pasivo ante lo que ocurría, lo fue
mermando. Se hicieron comunes los gritos. Los llantos. Ella callaba cada vez más. Y él tan
solo salía molesto a caminar sus angustias por la ciudad. Hasta que la frustración le condujo
a tomar la decisión política, y personal, de unirse al FPMR. Entonces fue asunto de unos
meses, para que llegara la idea de separarse. Todo ello, en 1984, justo después de que nació
su hija Yaffit. Toda fantasía quedó sepultada por la brutal realidad, bajo toneladas de
recuerdos polvorientos. Ahora un trago de ron, lo conduce a ese sótano de eventos locos.
Con la mirada perdida sigue su recuento, que cada vez, y con los años, es más impreciso.
Incluso, feliz.
Dionisio lo mira y le pregunta por qué no se acerca a quemar esa basura que tanto ensucia
el patio. Sin mencionar palabra, toma un saco viejo, y con la escoba reúne en medio de una
nube de polvo, cuatro latas, dos botellas y muchas ramas con hojas secas. Alexis está
acompañado por Fidelio, hijo menor de Dionisio, y por Catalina, una linda cholita de ojos
taciturnos, a quien nunca le escuchó decir nada. La noche anterior, Paula, su mujer, había
despertado sudando por la angustia de saber que el demonio rondaba los suelos de la casa.
Unos temblores, seguidos de aullidos de rocas, como gritos profundos, parecían advertir
que eso de quemar hojas y ramas en la rajadura del suelo, no le agradaba. Llevaba varias
noches escuchando los gruñidos de la bestia. No le había dicho nada a su marido, por temor
– Te lo dije, pero eres muy terco, Dionisio– reclamaba Paula envuelta en llanto– ese
diablo nos va a matar por lo de la basura. ¡Te lo dije! Pero, no me haces caso nunca.
– Cálmate mujer. Si el fuego atrae el fuego, ¿por qué le ha de molestar unas llamitas
de unas ramas secas? Pon a los muchachos a rezarle a la virgen de Guadalupe, ella no falla.
Eso lo aprendí de mi abuela, y nunca le tuvo miedo a nada, porque nunca estuvo sola, la
histérica y nerviosa por los profundos lamentos del subsuelo. Con una vela encendida,
levantó a los hijos, que ya estaban despiertos y esperándola. Pronto, al pie de la cama, una
hilera de cuatro chiquillos y ella, mascullaban en murmullos súplicas a la virgen, para que
calmara a ese monstruo hediondo a azufre, a pecado. Él tan solo meditaba el asunto. El
cansancio y las horas vencieron a los piadosos. Pero, Dionisio seguía meditabundo.
alboroto de unas gallinas flacas que escarban desde temprano. Con ojos cansados, acuosos,
Dionisio se acerca al patio a ver la raja del maizal, como la llama desde aquel día en que la
apertura de metro y medio, surgió de la nada. Camina tranquilo, pero desconfiado. Lleva su
ocasión, para espantar con su abanico de sablazos, a aquellos que lo han desafiado. No le
gusta matar, pero si debe hacerlo, lo hará. Se detiene ante el camino. Toma con la mano
dirección al hueco. Camina con decisión entre los moribundos maíces. Desde lejos, y sin
que lo sepa, Paula lo espía por una rendija de la puerta de madera. Va llegando. Da los
Un movimiento del suelo le hace trastabillar. Los pájaros se callan, y algunos prefieren
Una columna de polvo muy fino se cuela por las rajaduras, que se empiezan a
extender como raíces demoníacas. El color amarillento de la nube que viene soplando desde
abajo lo obliga a correr. La mujer llorando de temor, aprieta a sus hijos, mientras estos
rezan sin parar, avemarías, padrenuestros y credos. Pasaron horas sin salir de la casa,
escuchando los lamentos de los infiernos. A las cuatro, bajo una tarde calurosa, nuevamente
Dionisio se satura de los horrores de esos gruñidos y decide encarar a los demonios. Esta
vez, con una cruz más grande, como de metro y medio, vestido de camisa blanca y pantalón
blanco, el mismo que usa de año en año en Semana Santa, decide peregrinar con cantos de
alabanzas, que hace años no entona, hacia el hueco de Lucifer. Llegando al sitio, un trueno
parte al mundo. Los cielos límpidos, azules. Y luego, otro, como si fuera una tormenta sin
– ¡Vengo a echarte, Satanás!– un nuevo estruendo sacude los confines, y con los
ojos fijos en el hueco, levanta la cruz a los cielos, pidiendo ayuda. Esta vez, sale una
columna de gases fétidos, amarillentos, y se levanta la tierra con su lomo erizado, como si
fuera un gato a punto de arañar. El hueco empieza a crecer bajo sus pies. Dionisio corre
ante el nacimiento de la montaña. Paula y sus hijos corren también hacia el pueblo. Los
ruidos mantienen a los vecinos cobijados en la iglesia, la cual fue abierta a la fuerza, pues el
247
padre Antonio tan solo viene cuando hay muertos o nacimientos. Las mujeres y sus hijos se
madera reseca, las mira indiferente desde arriba. En la puerta, los hombres siguen alertas
con sus machetes afilados. Más de uno recuerda la última borrachera. Otro, la escabullida
de noche a la Casa de la luz roja. Se arrepienten. Sobre sus cabezas, un letrero olvidado
reza: San Juan Parangaricutiro. Toneladas de cenizas flotan por los aires, y el volcán, como
una gran espinilla de la tierra, escupe lavas candentes, que con la noche, parecen artificios
de las entrañas. Los habitantes se van agotando de a poco. Tan sólo algunas beatas
murmullan, como abejas, una y otra vez, plegarias a la virgen y a cuanto santo recuerdan.
Por ahora, el Paricutin sigue escupiendo sus candentes vísceras, emponzoñando el aire y la
Alexis vuelve a su cuarto, al ron Santa Teresa, olvida de a poco aquellos días. Su
larga caminata desde Paricutin a Uruapan, y los más de trescientos kilómetros hacia la
ciudad de México. Ya ni sabe si estuvo allí, y empieza a creer que Jessica tenía razón. Vive
fantasías que termina por creer. Se recuesta contra la pared, y se sirve otro trago sin hielo.
quiere irse. Le parece verla soñando, en su casa en Juan Díaz, sentada en la mecedora de
mimbre que heredaran de unos vecinos, tranquila, pensativa, con sus cabellos colgando
como cintas de color caoba, mientras el grupo Illapu la hipnotiza desde un aparato de
sonido, con sus quenas melancólicas y sus zampoñas milenarias. La música se va callando
pino, que tanto adora. La mujer se va destiñendo, hasta no ser más que un recuerdo fugaz.
248
CAB levanta la mirada, recoge el libro que lee por tercera vez en su vida:
Siddhartha de Hesse. Guarda la botella. Decide a ahuyentar de una vez por todas a su ex
Capítulo VI
LA TESIS DOCTORAL
250
Punto y final.”
Mi patria, mi Italia
(Oriana Fallaci)
251
– ¿Tú crees que le debo escribir al poeta Ernesto Cardenal? Seguramente es una
persona muy ocupada, quién sabe si hasta aislada del mundo. No sé. No sé. No me atrevo…
– le dice Andrea Fortunatti, una joven comunicadora social que está trabajando en su tesis
investigación. Mira que la Agencia está a la espera de tu doctorado. Creo que el poeta
la verdad, no habrás perdido mucho. Andrea, en la vida hay que arriesgarse para volar alto,
y tú lo deseas, así que no lo pienses tanto– le replicó de manera firme mientras le sujetaba
– Ahora, hablemos de tu estrategia inicial. Por tanto, te tengo varias preguntas. ¿No te
sirven los canales regulares del gobierno nica, de su embajada? ¿Por qué al poeta Cardenal?
– No sé si los canales de gobierno son útiles cuando se trata de investigar razones que
aún no parecen estar claras entre los mismos nicaragüenses. ¿Qué por qué el poeta
Cardenal? Porque los curas revolucionarios no mienten. Y él debe saber mucho de ese
estaba convencida de ese siguiente paso, aunque no lo demostrara del todo. Sus dudas,
aparentemente ingenuas, eran una invitación a una reafirmación. Desde que la conoció supo
que era una alumna brillante, pero que cada tanto requería de algún "sí, estás en lo
– Ah, claro, claro. Bueno, hablando de otro asunto, ¿qué pasó con las solicitudes de
– Bueno, les envié mis papeles a muchas. Espero que me respondan pronto. Pero, tú
sabes que esto suele ser así. Les escribes y te entrevistas con mil, para que un par te
responda.
semanas sería madre, mientras que Andrea había decidido sumar un peldaño en su carrera
mentor le había guiado de forma pragmática por el camino del análisis lógico y ella había
asimilado no solo esa perspectiva de la vida, sino, el afán de conocimientos que a sus
ochenta años aún lo desbordaba. Contagiaba a sus discípulos con preguntas curiosas,
desestabilizadoras, que generaban situaciones difíciles, para las cuales Andrea, solía estar
preparada. Y cuando no, se comprometía a desentrañar. No era raro que al día siguiente lo
interceptara en algún pasillo, y le dijera a manera de secreto, con amabilidad, pero con
callado, obsesivo. De él logró poner en orden sus ideas de a dónde dirigirse, qué camino
tomar, y ante todo, pensar, pensar, y saber que esa propiedad es única de hombres y
mujeres. –Esa es la parte complicada– solía decir– pero, la más satisfactoria en todo reto
periodístico.
Andrea usualmente vestía unos jeans algo flojos, una camisa desenfadada, holgada.
No era enemiga de las modas, pero no destinaba mayores esfuerzos en lucir chic. Poco o
nada se maquillaba. Aunque sus largos cabellos castaños le daban un aire muy juvenil,
253
cuello. Entonces, Lucila como una quinceañera volátil, energética. Era delgada. Con una
mirada inquisidora que desarmaba. Unos ojos grandes, expresivos y una nariz perfilada,
pequeña, algo respingada, le proyectaban como una niña traviesa y caprichosa. Sobresalían
Cuando estuvo claro el tema de su tesis, lo primero que hizo fue ubicar por internet la
dirección del poeta nicaragüense. Una carta concreta, elegante, con un vocabulario
adecuado fue el primer contacto. El sacerdote aun con sus noventa años a cuestas, responde
sus cartas. Es parco, pero conciso. Aún esconde en sus palabras cierta gallardía y
dicha para Andrea, quien no salía del asombro. Respondió de inmediato. Y otra nota llegó.
Y otra, y otra. En la última, Ernesto Cardenal le invitaba a visitar Managua donde trataría
de ponerla en contacto con actores de la Revolución de 1979. Ellos sin duda, le ayudarían a
localizar información valiosa, alguna “que no había sido publicada por nadie aún”.
Juan Pablo II en 1983 lo increpó de manera firme, definitiva, en la pista del aeropuerto de
Managua. Cardenal, sumiso aunque sonriente, recibió los regaños con estoicismo. Parecía
del Papa hacia Cardenal y el dedo del Pontífice riñéndole: “Usted tiene que arreglar sus
254
asuntos con la iglesia”, le dio la vuelta al mundo, como si aquella escena desarticulara para
siempre las contradicciones sociales y los planteamientos de los jesuitas. El avión del
pontífice partió dejando tras de sí, algo más que humos y confusiones. Los jesuitas
nuevamente estaban cuestionados y limitados a los preceptos de una iglesia anacrónica que
trampa de cómodos dogmas anquilosados. Cardenal obedeció sumiso lo que a todas luces
Hasta esos días, el devenir de ese país centroamericano había sido objeto de muy
poco interés para Andrea, su novio Vittorio, o Nora o cualquiera de los estudiantes de su
inicial, las alegrías y las marchas de respaldo, se ahogaba como tantos otros países, en
deudas y medidas económicas que asfixiaban la realidad. Y por tanto, nada se sabía de sus
Contra, de la injerencia norteamericana y sobre todo, de las grandes carencias con las
asunto académico donde se disputaban planteamientos políticos y sociales, que calles sin
acueductos, con campos arrasados, escasez de alimentos, desplazados retornando con los
pies hinchados, suelos chuceados con bombas sin detonar, viviendas destruidas, escuelas
los grandes dilemas era que recibían un país en guerra, con todas sus falencias, con
255
múltiples tareas y con las mismas personas para hacerlas. Un ejército sandinista de
guerreros, y un gobierno que inicia con somocistas como fuerza vital, a falta de otra gente.
Ahora, a tantos años de aquello, de manera apresurada, ella se ilustra sobre la historia
ojos transparentes, que con sus palabras, con su estampa de octogenario rebelde, señala una
postura en la vida. Andrea carga consigo un par de sus libros. Muchas de sus poesías las
tiene subrayadas. Adora el tono coloquial y sencillo de sus versos, la manera espontánea y
ética. Encuentra en sus versos, galanterías que ya no se dicen, que no se oyen, que ya no
existen, pero que rondan en sus poemas como aroma de café matutino. Sueña con haber
sido una de las damiselas a las cuales alguna vez rozó con sus delicadas palabras. Le
particular, que le llega hondo por aquello de haberse separado de Vittorio recientemente. Se
ve retratada en esas frases. Y es él quien pierde. Eres tú, Vittorio. No supiste llegar adonde
con tanto esfuerzo llegué yo. No recuerdas las veces que amanecí esperando de ti una flor,
una caricia tibia. No entendiste cuando rompí todas las cartas que guardaba con tesón para
comprendiste cuando airada, pedía tus manos con el ánimo de sostenerlas entre las mías.
Siempre estabas distraído. Ese despiste te lo perdonaba, creía que algún día cambiarías.
Pero, ilusa, nunca pensé en tu olvido como una actitud frente al amor. Una forma material
sin alma te estaba tragando, y en ese deglutir, me disminuía cada vez más. Incluso hasta
desaparecer de tus días. Tan solo quedó marcharme. Insisto en que no era olvido lo tuyo,
Andrea sigue con el libro del poeta abierto, pero su cabeza solo deletrea seis versos,
como si fueran parte de una dulce venganza que algún día ejecutará. En tu cara Vittorio.
Así será. Y que me perdone Cardenal, pero ahora ese poema es mío.
Está sentada en la plaza frente a la entrada del edificio del rectorado de la universidad.
Medita sobre las muchas veces que caminó por las calles cercanas a la UNLP hasta llegar al
número 676. Sabe que le agobian las rutinas. No podría laborar en una oficina con horarios
rígidos. Observa a tantos estudiantes en los alrededores. Ella ya empieza a extrañar esas
caminatas. Se siente próxima a iniciar otra etapa en su vida. Mientras se traga ese paisaje a
bocanadas, con cierta desesperación, porque el tiempo no perdona, porque ella ya está
saliendo de un cascarón, reflexiona. Aguarda por Nora. Un libro de Cardenal sigue siendo
su amigo cuando la espera es larga, y esta podría serlo. Desde hace un tiempo, lee también
a otros nicaragüenses, Alegría, Belli y Ramírez. Empieza a sentir mucha curiosidad por ese
país centroamericano. Recuerda cada tanto uno de los consejos de su mentor: cuando
sueñes con tu problema, estarás preparada para encontrar sus soluciones. Ella empieza a
257
soñar Managua, sus conflictos, su tropezada historia. Y sin duda, está ansiosa por resolver
sobre la dinastía de los Somoza. Una de ellas es una tesis de maestría realizada por un
lentamente, como un velero humilde que oscila para allá, para acá. Su barriga de varios
acostumbrada. Sin duda, le alegra saber que su amiga está excitada con su proyecto. Tenía
meses deprimida, estancada. Hoy brilla con la alegría que solo puede explicar el saberse
despierta a la vida.
su análisis, debe ser objetiva y por tanto, desarrollar la capacidad de escuchar y leer, sin
Nicaragua, así como es necesario indagar en los factores externos que apoyaron a sus
gobiernos. Los gringos, los cubanos, la Guerra Fría…Levanta el rostro para sentir la brisa.
El sol. Se quiere acariciar con el astro rey. Abre los ojos. Allí está su universidad, lugar
donde se enamoró, discutió, se entristeció. Ahora toca partir dejando algo de sí en esas
paredes. Ve la entrada de las tres altas puertas de madera, rememora los trámites y el primer
día de clases. No sabe aún por qué, pero siente distante aquel momento. Es un pasado
258
reloj de esa casa enorme que fue su segundo hogar, que alguna vez fue un banco, señala las
once de la mañana. Hay una fresca primavera que sopla los rostros. Se ha detenido en
disfrutar de los detalles de la fachada. Quizás antes, el apuro y los entuertos académicos no
le permitieron esa oportunidad. Revisar los detalles había sido uno de los legados que
aprendiera de su mentor.
comunicador a otro cualquiera que tan solo repite la realidad como un loro…– le respondió
el maestro mentor, mientras leía una nota de prensa en la cual se informaba de la nueva
periodismo–. Mira esta nota– y le extendió la misiva de su colega– en ella verás lo que los
Andrea lo hace a media voz. "Querido Pasqualini, como sabes, no me ando por las
periódico. Se llama El Español. Será como el que alguna vez fundara Blanco White para
defender nuestra libertad; como el que lograra en 1935, Borrego; como el que impulsaba
Maura con el cual pretendía hacer 'La revolución desde arriba'; o como el de Luis
Bonafoux, cuando clamaba por una Revolución desde abajo". Amigo, esta era requiere
buena gente. Hay mucho por hacer aún…te repito mi frase favorita, bueno, la de Marceau.
―Los actores, al igual que los periodistas, somos los historiadores del ahora‖. Saludos.
Pedro.
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– ¿Tienes idea qué edad tiene Pedro? Te respondo de inmediato. Es muy joven,
tiene la edad necesaria para no morir…y sabe que la vida es corta, que no hay tiempo para
González en España? Quizás no, pero te digo que ese hombre fue el que destapó aquello. Y
Carter and Central America, 1977–1981–. Ahora solo necesitas tiempo y energías. Y tú
cuentas con ambas. Feliz viaje. Regresa con tu tesis, con la verdad en la mano y con las
Ella sigue anclada frente a la U. Disfruta el momento. Los rayos del sol caen
estatua de bronce que saluda a cientos de estudiantes y docentes cada día. Esa efigie que
ahora la aprecia diferente. Tiene el tiempo para detallarla. La imagen severa de un abuelo
sentado que aconseja proviene de una luz que baja diagonal del cielo y le da un contraluz a
reflexiona sobre su futuro inmediato. Ve los tres altos ventanales del frente. Se cuela entre
ellos, el director de su tesis, a quien considera un sabio perdido en el siglo XXI. No puede
captado el mensaje. Andrea baja la vista. Afuera, en la entrada, la estatua del ministro sigue
260
inmóvil. Ofrece su mejor rostro, a pesar del tiempo y los acontecimientos, a los nuevos
mejor el significado de aquella simple noticia personal. Ella se sienta. Tiene un aire de
especial, la rectitud. Sabe el poder que tienen las palabras bien manejadas. Quiere aprender
– Profesor Pasqualini, antes de marchar, quiero hacerle una consulta. Usted también
nos ha enseñado sobre la importancia de la síntesis. ¿Cómo ahora nos pide detalles? ¿No es
contradictorio?
– No. No lo es. Los detalles te darán las certezas. Luego deberás comunicar lo
importante, y mantendrás contigo esas reservas concretas que te servirán para respaldar tus
muchacha, como acostumbra, como lo ha hecho en los últimos cinco años de la vida de la
chica.
universidad. Sigue con cuidado lo que ocurre en su entorno. Un mensajero llega y estaciona
su moto frente a los escalones. El reloj sigue avanzando. No le importa mucho. No tiene
fin, su futuro inmediato se vería colmado de emociones. Por otra parte, la separación
sufrida de Vittorio, su novio, le dio nuevos aires y esperanzas para iniciar algo, un proyecto
que la sacara de la modorra en la cual se había sumergido. Y para ello, nada más acertado
La ve llegar con su andar de tortuga vacilante. Sabe que luego del nacimiento del
hijo, sus vidas serán otras. Ya no se verán como las recién egresadas profesionales del
periodismo. Los lugares comunes seguirán siendo eso, comunes, y nada más. Los edificios,
los pasillos, los vendedores de libros usados donde tantas horas pasaron ambas
asomarán a las ventanillas de los salones, y nadie reconocerá a esas dos señoras que
curiosas, ojean los pasillos. Los docentes más arrugados y olvidadizos las recordarán luego
Andrea lo sentirá profundamente. Era una de esas personas a las que querría ver para
referencia. Para informarle que sus enseñanzas no “cayeron en saco roto”, como lo decía
cada tanto. Caminarán bajo el cálido sol de enero. Encontrarán todo medio vacío. Los
mismos perros que hurgaban en las basuras, más viejos y blancuzcos. Algunos nuevos
árboles y otros que ya no están. No conocerán al nuevo Decano. Los seminarios tratarán
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asuntos contemporáneos, más arrimados a los adelantos de la tecnología y los cambios del
Hombre. Sin prisa se dirigirán hacia Medicina. Se sentarán en una banca a esperar el tren
universitario. Mientras llega, recordarán el día en que leyeron la carta de Cardenal en la que
– ¡Nora, mira!– le muestra la carta como un trofeo de guerra. Ambas ríen con una
Sus familiares siempre fueron muy liberales con ella y su hermano. Aunque la distancia
entre Buenos Aires y La Plata no era tanta, se fueron acostumbrando a los espacios y
libertades que resultan del vivir solos. Cada tanto se hablaban por teléfono. Los viejos
lograron también tener teléfonos celulares y se enviaban mensajes familiares. Apenas supo
que se iría con una media beca en búsqueda de informaciones de su tesis, llamó a sus
– ¿Por qué no hija? Vos sos talentosa y sé que lo harás muy bien. Recuerda que tu
norte es encontrar la verdad detrás de las máscaras. Y de esa actitud, cosecharás tus propios
logros.
– Claro, pero no ando pensando en premios ni nada de eso. El asunto es hacer una
buena tesis que me abra las puertas de una agencia de noticias o de una empresa editorial.
Bueno, no sé. Algo así. Por cierto vieja, ya he mandado mis papeles a varias a ver qué pasa.
ocurrencia.
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Un frugal desayuno en una mesa modesta de madera ligera es el escenario para que
aves que miran al cielo, cactus redondeados, conejos pequeños que irradian inocencia,
gaviotas en maderas variadas; se reúnen a disfrutar de un encuentro dominical más, que con
el pasar del tiempo se ha convertido en una agradable rutina. El último domingo de cada
mes se hablan para reiterar quién traerá el pan, el queso, y quien el vino, aunque de
Después de bendecirla, Ernesto Cardenal desvela una cesta de mimbre y toma una
rodaja de pan casero preparado por él mismo. Invita a su amigo a hacer lo mismo. Es pan
integral. Lo mira con detenimiento mientras comenta en voz baja a Sergio Ramírez sobre
cómo Neruda descubría en los elementos más comunes de la vida, la alegría de vivir.
– Las aves para Pablo lo eran todo. Sintetizaban la maravilla de la Naturaleza. Mira
Sergio, fue gracias a una de sus frases que descubrí esa fascinación por las cosas simples,
por las aves, por los olores del campo y gracias a ese misticismo minimalista, también
encontré un mundo que desconocía. Los pájaros nos circundan, nos dan vueltas, nos
maravilla de las formas de sus alas, la lógica de sus plumas, sus ligerezas que con
– ¿Y recuerdas la frase?
algunos de sus amigos? Artes de pájaros. Allí hay dos poemas que me cautivaron. En la
265
parte que describe los pájaros reales, porque está en dos, como sabes, hay un ritmo de aves
volando:
no al árbol, ni a la hierba, ni al
combate,
ni a la atroz superficie,
ni al taller sudoroso,
de un fruto transparente!
– Ese poema es largo, lleno de sabias palabras. Así era Neruda, ¿no?– unta un poco
algunos versos.
de profesores puros
de espaldas en la arena
o en los sueños.
mintiéndome a mí mismo
266
y volando
solo y a oscuras.
Asiente con un movimiento leve. Un silencio natural se instala entre ambos y se prolonga
mientras con calmada inercia, ambos degustan el pan, el vino y la mantequilla. También
degustan los versos, se los comen con delicadeza, como quien camina entre filigranas de
azúcar. Continúa Sergio hurgando en sus recuerdos y las palabras más icónicas del chileno.
– En la sección de Pajarantes hay uno que es genial, como todo lo que hacía Pablo, el
Tintitrán. Y me gusta porque a veces me siento como esa ave llovida de la cabeza del
poeta:
Es transparente el Tintitrán,
es un latido de cristal.
– Amigo, no eres el único Tintitrán en esta tierra. Somos al menos dos–. Con mirada
profunda, el sacerdote escucha y tras una breve pausa le comenta que a Neruda le mantenía
– Yo le decía siempre: "Pablo, vos no conocés una garza nica. Esas duermen con los
ojos abiertos para evitar que las capturen los chigüines de Somoza..."– Y se reía de la frase,
267
porque a ello dio una respuesta clara el poeta chileno– "Ernesto, es que las nieves
– ¿Y las garzas que vos hacés tienen relación con el poema de Pablo?
– No, realmente ese poema es simple, sin gracia. Por eso le invitaba a que viniera a
conocer las nuestras. Quería que viera como una garza blanca es una flecha, un dardo que
apunta desde el sol, para atravesar los alambres de plata que, azarosos, les pican las
uñas...pero Dios se encargará de mostrarle desde arriba esa maravilla de estas costas y
lagos.
continuar la charla.
– Sergio, vamos a mi estudio– sugiere. Ambos saben las razones del cansancio físico
del sacerdote. Sus noventa años lo han encontrado lúcido, pero con un cuerpo agotado.
Sergio. El despacho es una habitación pequeña con una cama sencilla y una hamaca
colocada a lo largo. Un estante de madera con algunos libros y una amplia ventana. Se
cama, un Cristo de madera oscura vela los sueños. Del otro lado de la cama, un aire
Bajo el brazo de Sergio, con la botella de vino chileno, también vinieron esa mañana
los periódicos del día. El primero en ser abierto es La Prensa. Reposan en una tablilla, El
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adueñado de Nicaragua, y ahora no le bastan los millones de la Piñata, sino que quieren
partirnos en dos, a manos de los chinos. Sergio, la América toda estará dividida en dos otra
vez– ambos escritores se mecen con suavidad, con parsimonia. El leve crujir de las patas de
la silla de mimbre es el único sonido que está presente. El taller del sacerdote está en el
flota acallando los pasillos durante el día. En la noche, una algarabía de grillos y ranas dan
casa. "es una suerte escuchar a los animales conversar todas las noches"– menciona cada
En una repisa de madera, reposan entre otros, tres tomos de El Mundo de los
Animales, una serie de diez revistas Scientific American, Nature, Das Capital, A Draft of
XVI Cantos de Ezra Pound, Las Aves de Panamá de ANCÓN, Aves de Nicaragua, Manual
de la Buena Cocina, Evangelio del Cristo cósmico de Leonardo Boff, Entre todos los
Hombres de Frei Betto, la Isla Mágica de Rogelio Sinán, un CD con el video El Origen del
Hombre de National Geographic, dos CDs de Leonard Cohen, otro de cantos gregorianos y
– Bueno, Ernesto, vos sabés lo que pienso de esa locura. En el partido están actuando
con lo que pueden para denunciarla. Esa fantasía de los Ortega destruirá nuestro país. Al
igual que muchos, tampoco salgo del asombro lo mucho que cambió Daniel. Y los otros
269
que le acompañan también. Cambiaremos a los yanquis por los chinos– sigue leyendo
algunas noticias escondidas entre los grandes titulares. Dobla La Prensa, se levanta, da una
vuelta y se dirige hacia los libros como movido por una fuerza inercial. Se detiene unos
segundos en cada título. Mientras, sigue conversando con el poeta. Toma la Biblia con la
– Dios no lo permitirá. Yo oro para que despierte y nos mire un rato. Mis plegarias
fallar más; y Jesucristo lo sabe. Se dará cuenta que hay que parar a esos locos que
pretenden solo la destrucción. Aún tenemos una revolución por delante, Sergio. No
debemos permitir el mamotreto de los Ortega. Ya es tiempo que rebroten los principios
sandinistas. Que renazca la ética. Que nos enfilemos a una revolución de amor. Con el
nuevo Canal de Panamá ampliado, sin contar que llevan más de hace cien años por delante,
cómo se les ocurre que los dueños de naves se arriesgarán a cambiarse a un experimento
chino que aún ni sabemos en qué consiste. Esos cambios no se dan así no más. Las fuentes
de agua dulce serán destruidas, y el equilibrio ecológico del lago y su entorno también.
Nadie puede prever lo que ocurrirá con ese sistema natural. Lo que está claro es que
gente, los pescadores que dependen del lago. ¿De qué vivirán? Sólo veo un oscuro camino
en esa idea del Canal. Lo de los puertos y la vía de trenes es otra cosa, pero no creo que los
– Correcto. Tenés razón. Y no hemos hablado de las tierritas de las familias. Mirá, ya
no esas monstruosidades de concreto.– Sergio sigue con los dedos los sobre relieves de la
lámina repujada– nuestra gente no se merece a ese clan que ha desvirtuado tanto esfuerzo
histórico.
– ¿Sabés?– y tomando el libro con la cubierta de cobre dirige una mirada algo triste al
poeta.
– Esta biblia me recuerda a Rogelio, creo que él fue quien te la regaló en Santiago de
– Sí, fue así. ¡Qué vida tan corta la de tu hermano! Tenía mucho que dar aún. Bueno,
estará haciéndolo en alguna parte que le tenga el Señor. Aún lo recuerdo, con su enorme
cuerpo de gigante inocente, caminando con su barba de filósofo griego, y diciéndome por
qué debíamos visitar a los pueblos del mundo, y mostrarle la belleza de nuestra Revolución.
Claro, lo de la Biblia fue mucho antes. Esa vez en Santiago, me llevó al Mercado de La
Vega. La gente, los productos del mar, los vegetales y el incesante bromear de los
poema de Neruda.
Todo
un profundo latido
aguda de la vida,
pescados hacinados,
la flecha se fatiga,
También me dio a probar mote con huesillo. ¿El vaso con melocotones? Lo vendía un
señor en un carrito ambulante. Le gustaba mucho a los chilenos esa bebida. ¿Lo recuerdas?
– Claro. Aunque te soy sincero, no me gustaron. Quizás más que el sabor, el aspecto,
cerebro preservado en formol. Vos, sabés. Vainas de uno…– sigue tanteando ciegamente
las líneas de la placa de cobre; un copihue y una pareja danzando una cueca son el fondo
rojizo donde resalta la palabra Biblia. Ernesto se estira en la hamaca. Se ajusta los lentes.
– Por cierto, me escribió una muchacha periodista para que la ayudemos con su tesis
¿Lo conoces?
– No lo recuerdo. ¿Y eso?
– Pues ella quiere que le orientemos sobre la gente y los detalles de la muerte de
Somoza.
– Pues que la chica me ha contactado por la página facebook. Como sabes, Luz
Marina me revisa esa página todos los días. Se llama Andrea Fortunatti. Ha intercambiado
varias comunicaciones con nosotros. Le he dicho que más que yo, tú podrías ayudar. Lo
que requiere es que le presentes a algunos de los comandantes que aún saben del asunto.
Me parece importante que se investigue y se publiquen los detalles. Que se sepa la verdad.
Hay mucha incertidumbre sobre ese atentado. Ella vendrá a Managua el próximo mes.
¿Podrás atenderla?
presentaré. El resto, pues será su propia investigación. Ese asunto espinoso podría ser
desvelado con pormenores. Nunca me agradó la idea de que se pensara que todos
queríamos la muerte por la muerte. Tú sabes que no era así. Queríamos justicia. Eso sí. Sin
embargo, no me quedó claro si los que lo mataron realmente estaban actuando en defensa
del nuevo gobierno, y evitando que el tirano volviese, o desatando la ira contenida, y
ajusticiando por mano propia.– Se detiene serio en este punto. Cardenal no opina.
Ramírez toma la botella de vino y dos copas que Luz Marina ha dejado preparadas
sobre un mantel de hilo blanco. En la bandeja reposa la botella descorchada. Le alarga una
breve trago, acostumbran oler el vino, un Merlot de sabor suave, fino, muy aromático que
Andrea decide descansar una noche en Panamá. El largo viaje desde Ezeiza la obliga
a dormir en la ciudad del Canal. Al levantarse temprano el martes, continúa hacia Managua.
Le agrada ver el istmo centroamericano desde el aire. Una cintura verde, estrecha, llena de
vida e historias. Llena de misterios. ¿Cómo en esa franja tan angosta se han definido tantos
Smithsoniano en el cual se expone por qué el cierre geológico de esa zona causó un cambio
de corrientes marinas que a su vez, modificó el clima del planeta. Se acabaron las
de caminar por esas mismas arcillas milenarias donde alguna vez hubo caballos con
norte y simplemente, caminar por los senderos donde alguna vez Sandino condujo a su
gente, imponiendo respeto frente a los poderosos. Siente que su trabajo de investigación
ayudará un poquito a develar respuestas del atentado a Somoza y con ello, a consolidar la
El avión corre por la pista hasta detenerse frente al andén. Antes de terminar el
proceso, los pasajeros se van levantando, recogiendo sus pertenencias, a pesar de las
primera vez que viaja a Managua, en realidad, a Centroamérica. Está muy emocionada con
la visita, con el inicio de campo de su tesis, y con los aires calurosos pero renovadores, que
van inundando sus nuevos días. Lleva poco equipaje, no es mujer de exagerar. Está algo
tsunami. El nerviosismo se va trasladando como una corriente eléctrica que pronto llega a
ella en forma de multitud que corre hacia las puertas. Por los altavoces se escuchan
con uniforme corre con una mujer desmayada en sus brazos. Otro corre con una oficial de
policía que va sangrando por los oídos. Ingresan al aeropuerto unos hombres con armas de
guerra vestidos de negro, miras telescópicas, lentes oscuros y rostros cubiertos. La gente
atropella a los taxistas en las salidas. Andrea se pega a la pared. Se agacha. Se escurre
nerviosa, invisible. Quiere pasar desapercibida. Trata de comprender lo que ocurre. Los
soldados se dispersan como hormigas. Gritan a todos que se lancen al suelo. A los de las
puertas, que escapen hacia unos autobuses que dejaron enfrente. Una brigada de voluntarios
de enfermería llega con botiquines y máscaras. Se ubican en una esquina fuera del alcance
campo de guerra. Hay ruidos e histeria. Tras unos segundos de tregua, traen a dos enormes
perros belgas expertos en detectar explosivos. Los sueltan. Andrea no sabe cómo
desaparecer. Se aprieta las rodillas y llora por los nervios. Los perros corren a lo largo de la
aduana y brincan sobre dos hombres armados de chaquetas de cuero. Con los hombres
girando en el suelo y los animales furiosos destrozando las protecciones de cuero, termina
heridos atendidos de manera correcta– reportó por teléfono a algún alto oficial.
275
cortésmente llama a todos a volver a sus puestos de trabajo, a las filas de aduana y de
migración. Las preguntas van y vienen. Una persona de alto nivel administrativo que sabe
por ataque terrorista. Hay quejas de todos lados. La mayoría opina que “esto no se le hace a
un turista recién llegado”. Otros dicen de manera comprensible que es así cómo funcionan
los simulacros, sin avisos previos. El desorden habitual del aeropuerto va llegando en la
Andrea se incorpora. Se limpia la cara. Seca las lágrimas y trata de calmarse. Camina
temblorosa aun. Presenta sus papeles en la ventanilla. Los sellan. A la salida del aeropuerto
lee en grandes letras doradas: Aeropuerto Internacional Augusto César Sandino. Nicaragua
Libre. Aunque sigue molesta con lo ocurrido, un sentimiento de alegría le llena el alma.
Sandino varias veces. Unas hermosas flores blancas adornan las orillas del estacionamiento.
– Por supuesto, niña. Esas son unas Sacuanjoche. Permítame regalarle una– el taxista
toma una hermosa flor blanca y se la coloca en el cabello. Con una espontánea sonrisa se
olvida definitivamente del asunto del terrorismo, del susto inicial, del mal rato. Managua se
El mismo taxista que le regaló la flor, un hombre maduro y servicial, con aspecto de
Güegüense.
La casa le agrada, es una antigua vivienda bien remodelada que fue en alguna época,
de las opciones que estudió, fue la posibilidad de estar cerca de algún parque. En su ciudad,
piscina.
– Muchas gracias, pero ¿podría cambiarme a alguna donde pueda tomar el sol?
– Con gusto, le reasignaré la veinte. Esa tiene un balconcito que resulta adecuado
para ello.
– Perfecto. La tomo.
Andrea abre su pieza y la recibe una corriente fría, confortable, proveniente de un aire
abril es seco y caluroso. A pesar del cansancio, decide dar una vuelta por los alrededores.
Pide por teléfono que le den un mapa del área, se viste cómodamente. Se ducha y sale
Unos árboles en las cercanías le orientan hacia el Parque de las Madres. Camina unos
trescientos metros hasta encontrarlo. Se sorprende que aunque hay algunos árboles muy
verdes, el suelo está desnudo, polvoriento. Se imaginaba un prado. Aun así, se sienta a
digerir su primer día en esa ciudad histórica. Se pregunta de forma reiterada el origen de
todos los nombres de las calles, de las plazas, los monumentos. (Detalles, Andrea, detalles)
homenaje a la primera obra de teatro nica de origen náhuatl, y que resultó una sátira de los
españoles, aunque ellos se riesen a carcajadas por cuatro siglos, sin comprenderla a
– Si quiere le puedo organizar una visita a esa Parroquia. No es lejos de aquí. Está al
sur.
– Muchas gracias. Por ahora tengo otros planes. Joaquín, no comprendo bien. ¿Qué es
el Güegüense?
entre otros a mi sobrino, quien es el Alguacil Mayor. Ese viejo sabio representa lo que
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somos. En Nicaragua hemos vivido tantos años gracias a esa astucia, a esa picardía, ha sido
la manera de sobreponerse a las circunstancias. Aquí niña, no sólo los volcanes y los
terremotos nos azotan, también los malos mandatarios. Y por ello es importante ese Macho
Ratón, como le llaman algunos. Gracias a él, nos podemos reír de nuestros días y de ellos,
Por ahora quiere beberse sola la ciudad, al menos esa parte de ella.
Luego de sentarse y descansar un buen rato a la sombra de los árboles y tomar con los
ojos cerrados, el sol directamente como quien no lo ve desde hace mucho, Andrea se
encamina a la Rotonda. Al llegar, fuera de ver autos circulando alrededor de ella, como si
se tratase de la falda de una bailarina de flamenco que gira y gira, encuentra a tres enormes
personajes teatrales de concreto blancuzco. No hay paso peatonal para llegar a ellos.
Pareciera que no se pensó que alguien quisiera visitar al Güegüense. Atraviesa la Pista
Benjamín Zeledón. Quiere vivir de cerca esa leyenda, aspirar ese conocimiento ancestral
del Macho Ratón. Un sol inclemente cae rectilíneo, con intensidad, sobre la ciudad. No le
importa mucho. En el centro de la rotonda hay tres hombres congelados bajo el calor
Uno de ellos inclinado, con el lomo de una lagartija, parece dar explicaciones a los otros
dos, sin duda, los españoles. Camina por el engramado tratando de descubrir y recordar la
historia teatral que le explicó el taxista. Mira de cerca al hombre con lomo de animal e
intuye que en esa expresión de locuacidad, se halla la sabiduría que le ha permitido a los
nicas, sobrevivir inteligentemente. Da vueltas en torno a los tres hombres. La rotonda está
El mapa que le entregaron en el hotel le señala que está a unas cuadras del Parque de
la Laguna de Tiscapa, un cráter de un volcán extinto. Nada más atractivo para ella que
saber que alguna vez en la loma adyacente a ella estuvo hasta 1972, año del terremoto que
destruyó Managua, la casa de gobierno. A ese lugar irá caminando y sintiéndose como una
esponja que va absorbiendo los días, las horas, el aire de la tierra de Sandino. Camina por
las orillas de la pista Zeledón. El sudor y los labios resecos le recuerdan un poco el norte de
carrasposo. No son más de dos kilómetros de distancia y siente que las piernas ya no le dan
más. Nunca ha sido buena para caminar, menos bajo el ardiente sol de mediodía en
Managua. Desde lejos observa la silueta de Sandino en el Parque histórico, lugar donde
estuvo asentada la Casa Presidencial desde el cual imperó Somoza García, el viejo. Pasa
por detrás del Hospital militar y tras esforzarse en una última colina, llega a la base de la
espigada figura de Augusto César, una enorme sombra oscura que sin duda es su estampa.
Unos guías le dicen en inglés a unos turistas suecos que “…la laguna de Tiscapa en los
años ochenta, era un delicioso balneario. Hoy como pueden observar, las aguas verdosas no
están aptas para la recreación. Es un ecosistema cerrado que está muy contaminado”.
Se asoma y observa un gran agujero verdoso. Se imagina bajo ella, lavas ardientes
que con su furia de naranja y zumos ácidos van carcomiendo rocas y paredes hasta explotar
con una fuente de trozos de tierra fundida. Las altas columnas de lava se elevan al cielo
nicaragüense con la furia terrestre, con las amarguras del planeta. Con sus miles de grados
apocalipsis final. En Argentina nunca estuvo tan cerca de los interiores del planeta. Acá es
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tangible y su expresión destructiva es tan real, que aún hay zonas de la ciudad, según le
escuchó a los guías, casas destruidas y abandonadas desde el terremoto de 1972. "¿Como
las que vimos ayer'", preguntó una señora que tomaba fotos, “no, a esas las destruyó la
guerra”.
Muchas leyendas rondan las noches de la laguna. Las más recientes están vinculadas
a los quejidos y lamentos de los hombres torturados en los sótanos y cárceles de los
alrededores de la Casa Presidencial. Otros hablan de una antigua historia quiché, una
historia de amor. Uno de los muchachos le cuenta a la sueca que preguntó primero, cómo se
escapó un tío suyo durante el terremoto, y cómo voluntariamente regresó tres días después
para evitar que le dieran cacería como a tantos otros que aprovecharon las circunstancias de
la Tierra para escapar. "La muerte por el terremoto era mil veces mejor, que la muerte en
“Las puertas quedaron abiertas, los soldados corrieron, escaparon como reptiles. Unos
gritaban que las aguas saltarían hirvientes, que los sancocharían vivos. Otros tiraban las
armas, equipos y pesos. Corrían desesperados. De pronto, los presos se encontraron libres,
asustados, por el movimiento telúrico y por las represalias posteriores de los soldados. Sin
duda, esa noche los diablos visitaron ese lugar y sus alrededores".
– El tanque viejo que ven allí, lo envió Benito Mussolini al dictador, como muestra
de hermandad con el pueblo italiano– señaló otro de los muchachos– En los años ochenta,
se llevaron a cabo actos culturales y deportivos. Luego vino el abandono. Hoy Sandino
– ¿A los managuas?
– Sí, a nosotros.
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La sueca, coqueta, le lanza una mirada sugerente al guía, y le pregunta algo en voz
baja. Él sonríe. Le responde casi al oído, que... de noche se tiene prohibido circundar las
áreas boscosas de la laguna. “Pero, las normas en este país, son para romperlas”– y le
pasan gritando mientras cuelgan de unos cables a varios metros de altura. Es un tour que
– Buenas tardes. Me llamo Andrea Fortunatti. ¿Es usted el escritor Sergio Ramírez?
– Así es.
– Bueno, la recogeré a las siete de la noche y la invitaré a cenar a un lugar donde creo
Decide ducharse y esperar al escritor. Tiene suficiente tiempo, así que se lo toma con
calma. Es temprano. Se ve al espejo. Encuentra a una mujer joven de ojos inquietos, ojeras
leves, que le imprimen un aire de lejanía, soledad, quizás de cierta capacidad para
siente sensual y sabe que su figura junto a su refinada inteligencia suelen ser atractivas.
Recuerda con amargura lo último. Ha tenido relaciones con hombres complicados, porque
así es ella también. Regresa a la imagen. Viste una camisa negra sin mangas. Adora la
comodidad de sentirse libre, lejos de amarres o cinturones. Se acerca. Mira sus pupilas
como si no fueran suyas. Como si se estuviese examinando desde otro cuerpo. Como si
quisiera saber quién es, qué hay dentro de esos ojos infantiles. Entra en un mundo de
– Andrea, dígame qué tiene en su pupitre. ¿Qué esconde allí?– dice con severidad la
maestra Pochi, una anciana odiada, poseedora de un tono de voz muy agudo, chillón, como
una flauta desafinada. Desde el escritorio y con sus gritos histéricos suele alterar los nervios
de todos en la clase. Infunde terror. Cada uno conoce lo malvada que puede ser, si se lo
levanta y con paso ceremonioso, se acerca a su puesto. Afuera está gris, como si el cielo
envuelta en lanas.
– Nada maestra– la docente se acerca suspicaz a revisar, lo que a todas luces es, una
página escrita y dibujada por la niña. Se la arrebata, la inspecciona, y con desdén recita de
manera burlona, con su atiplada voz, versos que había escrito esa madrugada. Andrea,
impresionada por el aspecto sombrío del día que iniciaba, sintió la necesidad urgente de
buscar un lápiz, garabatear las palabras y un par de dibujos, que le llovían desde su cerebro.
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tiempo para releerlo. Y nada mejor que durante la aburrida hora de moral y cívica que
Andrea avergonzada, trata de minimizarse. Promovidas por las burlas de la vieja, las
miradas de rechazo se multiplican. Las siente aguijoneándole el cuerpo. Solo dos de sus
Pochi. De reojo, logró darse cuenta de quiénes se solidarizaron con su silencio. Una de ellas
es Nora Zimmerman.
– Escribir versos es una debilidad. ¿Cierto? – casi gritaba la vieja con su pito
desafinado y estridente.
– Sí, Maestra
– ¿Cierto?
– ¡Cierto, maestra! – el coro termina de hundir el rostro de Andrea entre sus manos.
Las lágrimas se le agolpan y siente el calor de sus mejillas que arden como hormigas. El
recuerdo de aquella escena no la abandona nunca. En el recreo, Nora la toma del brazo, se
lo aprieta y le exige que no llore, que la bestia es la maestra, que sus versos nadie se los
robará ni los destruirá, porque ya nacieron en su corazón. Le sujeta el brazo y la mira a los
ojos.
– Andrea, mírame.
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Con once años de edad, empezaba la aventura de leer, de ojear los libros que
encontraba en el estante. Empezó con los de anatomía que su tía Monique había dejado
olvidados por algún tiempo en casa. A nadie molestaba que la niña los tomara y revisara,
una y otra vez, como si cada nueva ocasión fuera la primera. El asombro de las
bautizaba con nombres salidos de su imaginación. La página 345 tenía a una mujer abierta
telaraña de Eva. El texto de medicina era por fuera era marrón, de tapas duras, pesado y
algo viejo. Su simpleza, y hasta su olor a biblioteca de madera, lo protegieron por mucho
tiempo de su curiosidad. A un rostro de hombre con los detalles de los músculos faciales le
llamó Cara mundi. A un dibujo del cerebro, Coliflor. Luego de revisarlos y auscultarlos,
los libros eran regresados a sus guaridas en la esquina del cuarto de sus padres, donde
estaba empotrado el estante que atesoraba lo mejor de la casa. El orgullo de sus padres.
Una tarde de otoño, cuando cursaba séptimo grado, se acercó como siempre a los
libros, sus amigos, y decidió indagar en la segunda tablilla. Arrimó una silla, empezó de
izquierda a derecha. Pasó por alto algunos de títulos largos y sin ilustraciones. Fue, luego
de leer las palabras Anatomía comparada, que descubrió el mejor material. Entre otros, el
que la mantendría por meses, interesada en conocer los cuerpos, los órganos, y sus detalles.
Todo ello en figuras monocromáticas, hasta que descubrió el Manual de Orts de 1969. ¡Ese
era el que esperaba ver algún día! A partir de entonces, adoraría aquellos de páginas
brillantes, con fotos, dibujos, esquemas a colores del sistema nervioso, de los huesos o del
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sistema digestivo. El tomo I era el mejor: aparato locomotor y musculatura. Todo lo que
veía le recordaba los huesos de los pollos de los asados y las sopas de la tía. Aunque nadie
dijera nada, sentía que su madre se preocupaba por saber qué ojeaba la niña. Una noche
– Ese asunto de revisar los libros de Monique me tiene algo nerviosa. Es tan pequeña
aún. ¿Crees que esté bien que vea los cuerpos desnudos? ¿No será mejor que se los
– Mirá, no seas…ya te dije que la piba está creciendo y debe saber lo que deba saber.
Y lo que no sepa con los libros, lo investigará. De esa manera se hará adulta. Encontrará la
a sus veintiocho años. Siempre ha buscado la esencia de las cosas, tal como lo mencionó. Y
por ello está en Managua. En un hotel, que es más una casa, sigue frente al espejo,
reiterándose en su aventura por saber qué ocurrió aquel día en La Asunción, los detalles, las
confidencias, todas las razones detrás de aquella explosión. Está en el inicio de un camino
que le resultará complicado, fascinante. Quizás también le resulte un largo respiro que
oxigene la deteriorada relación amorosa con Vittorio. Se aleja del espejo, y se reconoce
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Reconoce al novelista apenas lo ve en la entrada del hotel. Viste una camisa manga
palabras. Luego del saludo formal, conversan de manera algo escueta. Andrea sabe que es
pausado y breve. Ella respeta sus silencios. El trayecto al restaurante es corto, tan solo unas
puerta del auto. Ingresan a una sala amplia con ventanales de madera al estilo tradicional de
tranquilo rincón donde la privacidad parece ser lo importante, pero desde donde se pueda
tener una visión panorámica de la sala. Sin mayores preámbulos, toman las cartas de menú.
Con caballerosidad, Sergio le invita a escoger los vinos. Ella poco o nada sabe de ello, tan
sólo una frase que alguna vez le retuvo a Vittorio: a carnes rojas, un vino fuerte. Con el
listado de vinos en sus manos, le repite la frase al mesonero quien sonríe, y le recomienda
un Merlot chileno 2013, año seco en el sur. Ella intuye que eso significa, uva dulce y buena
plato fuerte, nada como un buen corte Angus, especialidad de la casa– le sugiere el
mesonero.
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Sergio le pide al mesonero que traiga dos platos de Güirila con queso y Chiltomas
asadas. De plato principal ambos acordaron unos churrascos medio término. Cuando ya
estuvieron listos los encargos y el mesonero se marchó presuroso, Sergio comentó sobre el
asunto de la tesis.
tutor, me recomendó varios temas. Uno de ellos estaba vinculado con algún tema histórico
de relevancia que tuviera repercusiones políticas amplias y que fuera un misterio aún no
Argentina fue obvia, sin embargo quedaron muchas incógnitas. Nunca apareció el cadáver
estuvo claro si el recién gobierno sandinista giró la orden de ejecutarlo, o fue la CIA, o
alguno de sus socios millonarios. También se comenta que Somoza tenía ya planeada una
contraofensiva desde Honduras para arrebatar el poder al FSLN. ¿Fue la novia venezolana
la que entregó a Oyarzum? ¿Quién era ella? Se habla de complicidades. Somoza tenía una
fortuna, una gran fortuna de miles de millones, ¿querían los sandinistas ese dinero para
reactivar el país? ¿O para su propio beneficio? ¿Sabía Stroessner del atentado? ¿Estuvo su
yerno involucrado? En fin, como ve hay mucha tela que cortar. (Detalles, Andrea, detalles).
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Ramírez escucha pacientemente. Parece absorber todas y cada una de las palabras de
– ¿Por qué menciona que hay incertidumbres? Me parece que los hechos hablaron
solos. Somoza es el claro ejemplo de aquella máxima que reza: "Quien a hierro mata, a
hierro muere..." en Nicaragua le habrían juzgado por los miles y miles de casos de abusos,
asesinatos y muchos otros crímenes. La pena que habría recibido, superaría los quinientos
años de prisión. Aunque no estoy de acuerdo con el terrorismo, y mis acciones así lo
demuestran, creo que el destino de ese dictador habría sido la cárcel hasta su muerte o la
muerte en la cárcel, porque tenía enemigos en todos sitios. No hubo familia nicaragüense
que no tuviera un muerto, preso, exiliado o torturado por el régimen militar. ¿Dónde estaría
lo novedoso de su investigación?
– En la verdad.
Traen el vino y las entradas. Postergan por unos instantes la conversación. Ambos se
deleitan con los buenos sabores de la comida de Don Cándido, quien en persona sale a
saludar al escritor.
– Pues sí hombre. Te presento a Andrea Fortunatti, una periodista argentina que nos
visita.
– Cándido, le tengo una pregunta. ¿Habrá visto por aquí al señor Bethel?
– Pues, él acostumbra venir los viernes que es cuando tenemos música en vivo.
mesa que está al fondo, al lado del escenario. Hoy quizás no lo vean. Si regresan mañana,
La noche del viernes comenzó con ajustes en los micrófonos, cables y equipos de
sonido. Otra vez Andrea y Sergio se encontraron con la idea de contactar a Alexis Bethel
alias CAB, un capitán panameño que luchó en el Frente Sur Benjamín Zeledonio en la
guerra contra Somoza. Allí conoció a Oyarzum, uno de los ejecutores del atentado, y con
sesión de boleros de los viernes. A ella le resulta novedoso. No conoce muchos boleros y le
parece música de sus abuelos. Alguna vez escuchó a su nona tarareando uno de Leo Marini.
Como entradas, dos sendos Ratatouille con dos copas de Carmenere chileno dieron
inicio a una locuaz sesión en la cual Ramírez cuenta a Andrea, algunos de los errores y
aciertos de la revolución. En una pausa, la chica se distrae un poco, eleva la copa y mira a
través de ella. El color carmesí típico y el olor a frutas le hacen soñar con su nuevo reto
información clave que la conduce a razones políticas profundas, emanadas de los dirigentes
vienen a la cabeza: Rómulo Betancourt, Carlos Andrés Pérez, López Michelsen, Rodrigo
Unos pimentones rellenos, tortillas asadas y dos buenos trozos de Sirloin llegan para
ser acompañados con dos copas de vino Cabernet Sauvignon Concha y Toro.
insiste.
esfuma. Los conspiradores se borran y frente a ella, el rostro serio, pero sincero de quien
Como suele hacer, ella absorbe muchos datos, los cuales al llegar al hotel, escribirá
con fidelidad en una libreta de apuntes que le acompaña desde hace años. Bajan la
intensidad de las luces. Desde el rincón del trío, se escucha una guitarra que empieza a
llorar tristezas, unas maracas marcan el ritmo lastimero de ese llanto. Un teclado pequeño
completa el juego de instrumentos. En este último, Jorge García, suele sumar tambores,
campanillas y trompetas cuando amerita. Una voz profunda y firme entona, remedando a
José Feliciano.
Un pedacito de cielo.
–Sergio, ¿qué habían pensado ustedes con respecto a una vuelta militar del dictador?
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que lo que venía era el sabotaje norteamericano. Había mucha oposición a Carter por parte
de la derecha republicana. Decían que íbamos a ser otra Cuba. También había una unidad
interna, aquí en Nicaragua, que se resquebrajaba a gran velocidad. Con todo por hacer, no
estábamos enterados de lo que hacía el dictador, excepto por la poca información que nos
hacían llegar los cubanos. Stroessner lo había recibido, y por cierto, le cobraba la estancia.
El dictador tenía mucho dinero, podía pagar eso y mucho más. Hasta donde supimos,
mayoría había sido robado al pueblo nicaragüense por esa familia de asesinos. Así que le
También nos informaron, incluso él mismo había declarado, que los gringos le habían
dado la espalda, y quizás fue así. Por años fueron ellos los que lo sostuvieron en el poder,
no sólo de Nicaragua, sino de Centroamérica. Decidía lo que se hacía en toda la región. Era
Así que no me extraña que los opositores a James Carter pudiesen estar tras los
intentos del dictador, de volver al poder. Ellos se entendían bien. Pero, los gringos son así,
negociaba su salida, que su renuncia era un hecho. Aun sabiendo que tenía sus días
que le cuidaran sus negocios. Nosotros queríamos capturarlo vivo para juzgarlo, aunque
había un sector del Frente que no estaba dispuesto a nada que no fuera la justicia popular. Y
rencor y odio represado. Todo a punto de reventar. La guerra terminó de caldear a los
hombres y mujeres de esta golpeada franja de tierra– Andrea termina un trago de vino que
le supo amargo, quizás porque se había entibiado algo, o quizás por las verdades que
empezaban abundar en esa mesa. Un hombre bajito con camisilla blanca entra silencioso y
se coloca en el rincón de la música. Tiene un libro consigo. Resulta extraño verle leer
donde está situado: al lado de los músicos. Sin embargo, se le ve concentrado, ajeno a lo
que ocurre a su alrededor. Lo atiende con diligencia, un mesonero. Le lleva un trago de ron
En Julio de 1979 ya se tenía más de un mes de negociaciones con los gringos y Somoza,
nada. No se va. Nosotros avanzamos. Vamos tomándonos el país desde el norte. En el sur,
la situación militar es muy difícil. Los enfrentamientos son duros, sangrientos. La Guardia
Nacional no respeta a niños o mujeres. Con tanques entran en las ciudades destrozando
todo. Otro telegrama interceptado dice que Tacho busca dilatar las negociaciones de su
renuncia. Ya ha aceptado irse, pero a cambio quiere más garantías. ¡Las quiere
– Supongo que usted se conoce de sobra lo que le estoy contando– agrega Ramírez y
continúa su relato. El hombre taciturno que se sentó al lado del escenario, mira de reojo al
escritor. Eso lo nota la joven periodista. Sergio, de espaldas a ese lado, percibe cierta
inquietud, pero no se detiene en su recuento, que parece más una confesión guardada por
De esos días de apremio, dolor y angustias, hay un texto que se grabó en mi memoria,
recibiremos en Estados Unidos, tal como el Embajador lo indicó. Su continua demora solo
tratar de lograr un resultado moderado”– el escritor hace una larga pausa. El bolero apunta
a su final, y las cuerdas con su dolor agridulce se preparan para un solo del cantante.
–Para nosotros, ubicados en San José de Costa Rica y para la dirigencia dentro de
Nicaragua, es obvia la salida del monstruo. Pero, no menos importante es detener la guerra
salvaje. Son los estertores de la bestia que muere. Bombardean ciudades, barrios. Los
francotiradores matan a cualquiera sin importarles edad o sexo. Eso debe acabar. A través
sus hermanos. A pesar de los abusos y de la mala fama de la Guardia Nacional, para
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obtener ingresos, muchos chavales se ven obligados a formar parte de ella, básicamente de
salario. Toda esa locura y muerte debe terminar con urgencia. Es momento de empezar a
– Un proyecto loable. Sergio, respóndame una duda. Yo leí que el gobierno de Carter
había pedido cambios a Somoza un año antes y que él no los implementó. Que por su falta
de compromiso, los norteamericanos le dieron la espalda. Pero que fue un acto cobarde, la
Nacional lo que terminó de convencer al Presidente y a los políticos de allá. De otra forma,
–Andrea, recuerde que los gringos permitieron años y años, décadas de muerte, y
nunca les preocupó. Los Somozas les representaban control y negocios en Centroamérica.
Pero, como todo proceso histórico basado en contradicciones, algún día hacen crisis y se
resuelven. La Revolución tomó Managua el jueves 19 de julio de 1979, ese fue el Día de la
generaciones. Los gringos no querían que el pueblo tomara las calles y se hiciera su propio
– Bueno, algo así. En realidad son varios los intentos para que no se dé la
Revolución. Hay un tal Brzezinski, asesor de Carter, quien ve factible desde Washington
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hacer un gobierno intermedio con los somocistas y la Guardia Nacional– Ramírez se sonríe.
Calla unos segundos y continúa– Ellos siempre ven nuestro futuro muy fácil. No sólo es la
Guardia Somocista la que se opone, los gringos están nerviosos. No quieren un gobierno de
unidad nacional, porque saben que los nicaragüenses han despertado. Ven la realidad
diáfanamente. Saben también, que el dictador es historia, agua pasada bajo el puente. Al
final, y muy tarde ya, Tachito en su huida, coloca a Urcuyo como Presidente interino, pero
esa decisión no es más que un pobre maquillaje, que lo único que hace es evidenciar la poca
seriedad de las medidas solicitadas por Washington, y la derrota inminente del régimen. Ya
nadie les cree. Nuestro pueblo no aguanta más. Esto es incontenible. Es asunto de horas la
caída de aquel andamiaje de terror. Décadas de oprobio y abusos no se pueden aguantar con
–Con respecto al periodista Bill Steward, pues, fue muy lamentable lo que pasó. Sin
embargo, esa era una muestra más de lo que ocurría aquí hacía cuarenta años. Esa era la
Nicaragua bajo la bota atroz de esa dinastía. La muerte y el dolor estaban instalados en
nuestra tierra desde décadas atrás. Miles morían y los gringos no hacían nada. Por el
contrario, daban soporte al dictador. Pero fue la muerte de un periodista, uno solo de los
círculo más cercano? ¿Habrían estado de acuerdo con sacarlo del poder, y quedarse algunos
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militares más moderados? (Detalles, Andrea, detalles). ¿Por qué la idea de la muerte del
–Con mucho respeto le digo, señorita, que está haciéndome preguntas para las cuales
en su mayoría, no tengo respuestas. Creo que en ellas reside la clave de su grado de doctor
en Comunicación Social.
–En alguna publicación barata de esos años agitados, que obtuve en digital en la
biblioteca de la universidad, leí que Somoza, además de ser un duro dictador, también tenía
fama entre las mujeres de personajes importantes, y que esa característica de "hombre
escritor la mira fijamente, presta mucha atención a una tesis que parece ser la primera vez
que escucha.
lo sé, se involucró con la amante del yerno de Stroessner, Humberto Domínguez Dibb, una
hermosa mujer quien además, había sido reina de belleza del Paraguay: Marina Ángel
Marquínez.
Ramírez queda algo sorprendido, o fascinado. Como escritor sabe que ese asunto es
justo el tipo de casos que un hombre como él novelaría. Una historia obsesiva de amantes,
excesos, muertes y negocios con dinero de otros, que termina con un asesinato. Recuerda
dictadura somocista, para plasmarlos en un libro que publicara junto a su esposo Darwin
–Por supuesto, lo he hecho. Pero como usted sabe, la información confiable apenas va
–Me gustaría que mientras esperamos a nuestro contacto, me hable del día anterior a
compromiso en el cual está inmerso. Hace muchos años que no es político, y que por el
contrario, ha intensificado su legado literario y periodístico. Así que rememorar esos días
lleva un esfuerzo especial, que quizás no quiera hacer en ese momento y en ese lugar. Se
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toma su tiempo en responder. El mesonero les cambia las copas y les descorcha otra botella
de vino.
–Mire, esta parte de la historia son los estertores del régimen inhumano que desangró
mi país por décadas. Prefiero mencionarle, por considerarlo de mayor utilidad, algunos
antecedentes básicos para que usted se interne en el asunto y pueda estructurar las razones y
Humberto redactó un documento que llamó Plataforma General Político Militar de lucha
del FSLN. En él desglosa líneas básicas de acción y principios políticos con los cuales se
oposición.
agradece las muestras de aprecio por la canción y empiezan otra. El hombre de la camisilla
blanca se levanta y se acerca a la mesa. Saluda a Sergio con familiaridad. Le acompaña una
aureola de cierta melancolía, de madera vieja, que parece ser propia del lugar.
– ¿Qué tal? Sentate pues. Andás callado. Contáme, ¿cómo estás? – el escritor le estira
– Andrea te presento a Alexis Bethel, conocido por sus amigos como CAB.
– Andrea, lindo nombre. Mucho gusto. Bueno, ya sabes mi nombre– dijo en actitud
galante, algo artificial, que inicialmente molestó un poco a la argentina. Más tarde
comprende que el hombre de sesenta y cinco años, tan solo trata de ser bien recibido.
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–Mirá, Bethel. Esta joven periodista fue remitida a Ernesto, y él a mí, para que la
orientes en cuanto a información detallada del atentado del Tachito en Paraguay. Le servirá
para estructurar un libro que será su tesis doctoral–. El panameño mira con una mezcla de
desconfiado de todo, y quizás esa ha sido su manera de sobrevivir. Sin embargo, que la
referencia proviniese de esos dos amigos es suficiente para que sus niveles de suspicacias
bajen un poco.
te sigo amando,
entender nuestra existencia. Y quizás, nuestro destino– Sergio aprueba con un leve gesto, y
se lo devuelve.
Las luces están bajas otra vez. Las guitarras van dando paso a la voz melosa del
cantante. Para CAB, este ese es el ambiente generoso y sensual en el cual se le habla bajito
y acaricia a una dama. En su caso, ficticia. Su esposa, una francesa residenciada en Panamá
desde los años setenta, se separó de él veinte años atrás. Su única hija trabaja como
Managua, su razón de vivir. La Revolución fue su enamorada y obsesión. Aun añora los
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ideales con los cuales se movieron cientos de jóvenes en América Latina hacia Nicaragua, a
forjar “una revolución bonita y justa”. Sin embargo, en algún momento se destiñeron los
sueños, se trocaron como cambian de amantes los hombres inmaduros, sin dolor ni
riquezas y negocios fáciles que abandonaron los somocistas. Se dio “la piñata sandinista”, y
indefiniciones de Edén Pastora, también huyó. No aceptaba tan fácilmente que la CIA
metiera sus narices. Se sentía culpable de haber montado a los comunistas en el poder,
los miskitos, “lo único puro que queda en Nicaragua…” le decía a CAB. Luego vendría el
del Cartel de Medellín, y con esas drogas, financiaba armas para la lucha. Pero, la guerra es
confusa. Todo se mezcla, el sabotaje y otra vez, la muerte absurda. El resultado fue el
olvido y la frustración. Fue perseguido por la gente de Noriega, y al igual que Hugo, le tocó
invasión de los gringos, regresa a Panamá. Permanece escondido unos años. Tiempo
todos lados para asegurarse que no hay quien lo sigue o quien buscará matarlo.
302
historia y textos budistas. En ello coincide con Oyarzum, un guerrillero argentino que no
conoce el miedo. No es extraño verlos discutiendo de las enseñanzas orientales, del Zen o
heroicos.
de ron Flor de Caña. Ya el grupo canta la última canción de esa noche. Es algo tarde. El
Mira su reloj, y supone que lo más sensato es que ellos se encuentren con calma otro día, en
una sesión de trabajo. Él ha cumplido con el encargo de su amigo Ernesto Cardenal. Quizás
Tres días después de la presentación entre la argentina y Alexis, una segunda jornada,
esta vez de trabajo, va conformando el plan de información que está pautado por la
obstáculos. Ella planteó que fuera en la Laguna de Tiscapa. Alexis no lo objetó. Se sentaron
en torno a una mesa en el mirador. Un radiante sol le da al día un aire de primavera seca, un
doctorado.
– Con mucho gusto. Mi pasaporte dice que nací en Salta, obviamente soy argentina.
obtuve mi grado, me plantee un peldaño más. En mi familia nadie ha llegado allí. Mis
padres son parte de una modesta familia campesina que emigró en los años sesenta a La
Plata. Mis abuelos quedaron allá, ellos son italianos y llegaron después de la guerra. Mi
– Somos dos. Mi hermano Alberto se fue desde temprano a vivir a Buenos Aires, y
nos vemos cuando podemos. Aunque siempre llama a los viejos y está pendiente de ellos.
–Háblame del asunto de la tesis– empieza a tutearla con una confianza que al
chica le recuerda de alguna manera a su hija. Ella abunda en datos y fechas de entrega de
estructura de la investigación. Sin embargo, lo más obvio es que para que toda su
investigación tenga sentido, debe conocer datos y fechas, nombres y lugares de lo elemental
del atentado. Ante todo, las razones y los ejecutores. Y si puede, evidencias. “Una
periodista profunda debe soñar con las preguntas de su trabajo hasta quedar exhausta…”, le
había dicho en algún momento Pasqualini. Ella aún no estaba en esa etapa de enajenación.
–Alexis, ¿usted conoció a Oyarzum? Me han dicho que eran amigos, que ambos eran
buenos lectores. Me puede hablar de él– Andrea rompe con el ritmo de asuntos
– Sí, Claro. Nos conocimos en San José de Costa Rica en Octubre de 1978. Yo
del Comandante Ramón; para nosotros, sus amigos, el médico Hugo Spadafora Franco. La
voluntarios de todas partes del continente. Fue lindo ver tanta gente dispuesta a morir si
fuera necesario, tan solo por un ideal. Los Somozas habían sido un extremo en la relación
de poder del imperio norteamericano con nosotros. Ellos los permitieron a su gusto, luego
se habían tapado los ojos ante el horror y la muerte, e incluso, me atrevo a firmar que lo
habían propiciado y fomentado. Recuerde que no era la única vez que metían sus manos
aquí. Siempre quisieron estas tierras para sus propios proyectos, entre otros, el famoso
305
canal entre océanos. ¿Sabe que quisieron anexar esta tierra como una estrella más de su
bandera en 1856? ¿Le suena el nombre de William Walker? ¿Un gringo que se
hermanos. Tanto Costa Rica, El Salvador y Honduras decidieron echar a los filibusteros de
Walker y acabar de raíz con la locura del gringo de sumar una estrella más a la bandera del
imperio. Aunque hay que reconocer que esa solidaridad mencionada, tuvo mucho que ver
con los ingleses y el mismo interés de mantenerse cerca de un posible canal. También con
Tú deberías empezar por comprender esa parte de la historia, porque mucho de lo que
hoy ves, se deriva de ella. El interés de gringos e ingleses en este istmo era simple: un paso,
un canal para su comercio y control militar. Mucho tiempo después, durante la Guerra Fría,
los intereses seguían siendo los mismos: control militar del paso entre océanos y extracción
de nuestras riquezas.
comprendió que para un exmilitar, resultaba muy difícil dar detalles de su gente, sus
operaciones, en fin, dar detalles. Antes de la entrevista, ya Alexis CAB Bethel, había
indagado con sus fuentes, lo referente a la argentina. Sabía que no había peligro al revelar
información. Lo de la tesis era cierto, y no había nada de qué preocuparse. Aun así, por su
modo de ser, era reservado, silente. También sabía que develar detalles de la muerte de
306
tirano sería una manera de mostrar al mundo el horror por el cual murieron miles de
nicaragüenses durante décadas a manos del clan Somoza. Ya no existía el ERP. El pelado
Gorriarán había sido capturado en México en 1995, y enviado a Argentina para ser juzgado.
había salido de la cárcel por un indulto, en mayo de 2003. Había muerto en 2006 en un
hospital del gran Buenos Aires. A tantos años de aquello, ni los hijos y sobrinos del tirano
querrían levantar polvos para justificar nada. También había una razón política: hallar
militancia muy comprometida con el ERP. Incluso de sus acciones militares, y su fuerte
Tuvo serias derrotas. La del combate de Manchalá, en el año 1975, en el que una columna
del ERP fue derrotada por el Ejército argentino. Atacarían el comando del Operativo
Santiago salió herido en una pierna. Algunas fuentes señalan que esa lucha fue el detonador
–Eso es cierto. Una vez me mostró la enorme cicatriz que le quedó de aquello. ¿Has
–Realmente no. Sólo una descripción que lo hacían singular, su altura y el color
militar, también supe que esa batalla en Tucumán estuvo bajo su mando. Y no sé si es una
– Bueno, joven periodista. Sé muy bien que su tarea estará centrada en la muerte de
Somoza, pero debo aclararle que conversé muchas noches con Hugo sobre las pérdidas, y
en especial, la de Monte Chingolo, en 1975. En cada caso, sin duda, hay explicaciones bien
documentadas. Por ejemplo, en el caso de Monte Chingolo, que resultó la muerte del ERP,
había un delator. Piense en lo que eso significa. Aunque algunos guerrilleros aconsejaron a
su conductor, Mario Roberto Santucho, que abortara la operación, pero no hizo caso. El
resultado fue una aplastante victoria del gobierno. Imagine que está en una emboscada bien
montada del Ejército argentino y su rifle no funciona. Ahora imagine que lo mismo le pasa
a sus compañeros. Eso fue una matanza. Los pocos que huyeron fueron extraídos casa por
casa de una población cercana al cuartel. Arriba, desde los helicópteros se giraban
instrucciones y se informaba para que ninguno escapara vivo. Los aviones disparaban para
aterrorizar a las familias y expulsar a los guerrilleros. El saldo fueron decenas de muertos.
enero de 1976. Él informaba detalles al Coronel Carlos Antonio Españadero–. En esta parte
del relato, Alexis toma un respiro. Aprovecha para pedirle una pausa a la argentina, y se
levanta para ir al baño. Ella hace lo mismo. Al regresar, ya él, está esperándola. Sin mediar
– Usted se preguntará qué pasó en esa operación con mi amigo Hugo. Pues a él le
lado sur del cuartel. Para ello, fue asignado a la Compañía Juan de Olivera. Creo que eran
armas y municiones. Pero, la delación y el saboteo de las armas los llevó a todos a una
momento. Una victoria habría significado un tremendo respaldo a las acciones que se
planificaban contra el malgobierno de Isabel Perón y López Rega. Tiempo después la CGT
convocó a una gran huelga que fue exitosa. La Presidenta atacaba a sus propias bases
obreras, y por primera vez en la historia de ese país, se declaraba una huelga masiva
durante un gobierno peronista. Esos son los errores de algunos gobernantes. Este es un
simple ejemplo. Pero, claro, hemos dejado de lado a Hugo. Él cumplió su tarea. Los
prendió fuego para evitar el paso de tropas. Al cabo de unas horas, ya casi de noche, los
militares, empleando grandes camiones, lograron pasar hacia Lanús. Hugo debió replegarse
con su gente. Después de esa derrota, el ERP decidió el exilio de sus mejores cuadros.
Muchos partieron a Europa, ese fue el caso de mi amigo–. Ella sigue tomando notas
– Andrea, esta tarde debo hacer algunas diligencias. ¿Le importaría que siguiésemos
mañana?
– Con gusto. Hasta ahora me ha resultado muy importante todo lo que me ha dicho, y
tendré trabajo para varias horas, así que no hay problemas. Prefiero dejarle descansar un
siente un fresco aroma a flores en su piel. Le estrecha la mano, y la siente sedosa. Un taxi
llevará a Alexis a su hostal, don Joaquín lo hará por Andrea. La laguna de Tiscapa parece
una gran esmeralda oscura en el centro de una gran circunferencia. El sol de mediodía
intelectual, sino física. Son vecinos. Sergio y Ernesto se sientan con calma, con la lentitud
placentera que dan los años bien vividos. Un pan hecho en casa y que aún humeante, es
colocado en medio de una mesa cubierta con un mantel blanco de lino, mantequilla,
algunos cereales y leche. Los diarios de ese día completan la escena. Nuevamente es Sergio
quien se aproxima a la casa del poeta. Suelen intercambiarse pequeñas sorpresas, regalos.
– Mirá Sergio, esto es para ti. Un amigo me ha hecho llegar este ejemplar de la revista
tamaño tabloide, amarillenta y pegada en la mitad con cinta adhesiva. Toda la revista está
colocada por páginas en unos sobres de plástico que la preservan. Sin duda, Ramírez no
sale del asombro y deleite al revisar el material que le regala su amigo Cardenal.
–Aquí veo que escribían Octavio Paz, Neruda, Rómulo Gallegos. Mira qué curioso,
un aviso de la Editorial Espasa Calpe Arg., S.A. anunciando la nueva publicación de Ortega
la Casa de la Cultura Española. Qué cosa tan curiosa…escucha Ernesto, "…el arte de
construir Relojes de Sol sin tener el menor conocimiento de gnomónica…", "De la nada a
proyecta llevar adelante la realización de una serie de conferencias venezolanas, cada una
de las cuales versará sobre uno de los Estados del país, ya en un aspecto general, ya sobre
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algunas de las fases más sobresalientes del mismo. Cada una de estas conferencias estará
a cargo de un escritor nativo de las respectivas entidades federales. Por otra parte, ya han
sido señalados algunos de los conferencistas: Ramón Díaz Sánchez, por Carabobo;
Manuel Rodríguez Cárdenas, por Yaracuy; J. M. Rondón Sotillo, por Sucre; Luis B. Prieto
F., por Nueva Esparta; Luis Peraza, por Portuguesa; Ibrahim García, por Falcón."
Me llena de curiosidad esta noticia, porque para esa fecha, abril de 1940, yo ni había
nacido y vos tendrías unos quince años, y había gente valerosa hurgando a los pueblos
desde la cultura, promoviendo raíces. A algunos de ellos los leí mucho después, incluso a
multicultural donde se reunían los bohemios, los escritores, y sobre todo, los artistas del
teatro. Era una hermosa casona de varios niveles, enclavada en el centro de Caracas, a
orillas del Museo de Bellas Artes. Bueno, en ese entonces ya le llamaban Galería de Arte
Nacional. En uno de mis viajes, me encontré a Miguel Ángel Otero Silva allí. Bajamos a
tomarnos un café, que se prolongó por tres horas. Esa vez me relató la larga historia de ese
centro que comenzó en un pequeño local en la esquina de Marrón. María Teresa Castillo
frente del diario El Nacional. Como todos los medios de prensa, ha tenido serios problemas
aletargado, pero quienes lo conocen saben que su cabeza está lúcida, creando, buscando
razones, recordando.
– Otero Silva me autografió su libro Fiebre, el original. El de 1971 fue revisado por
él mismo. Le hizo algunas correcciones y eso le acarreó problemas. Aun lo guardo entre
educador muy progresista. Muy oriental, él. Hablaba con ese acento acelerado de los
gobierno en una gira de búsqueda de apoyo político y económico, y en Caracas asistí a una
reunión de gente de izquierda. Por supuesto estaba él. Es curioso, ¿sabes? Este hombre
funda en 1967 un partido llamado Movimiento Electoral del Pueblo que es un ala
progresista de Acción Democrática, más bien, una ruptura. De hecho, eran y siguen siendo
socialistas moderados. Hay quienes me han contado bien esa parte de la historia política
venezolana. Entre otros, mi querido amigo Alí Rojas. ¿Lo conoces Ernesto?
–La verdad es que no lo recuerdo. Pero continúa. Está muy interesante tu relato.
– Bueno, según Alí, a Luis Beltrán Prieto Figueroa le correspondía ser el candidato
tratando de obtener espacios políticos en democracia. Para que lo veas más claro, por
ejemplo, Leoni, mantenía al Partido Comunista de Venezuela (PCV), en una situación muy
elecciones bajo ese nombre. Y mucha gente valiosa estaba en esa organización. Entre otros,
Otero Silva. Y era probable que se acercaran o votaran por Prieto. El asunto es que dentro
de AD había fuerzas negras que no querían a Beltrán Figueroa ni a Paz Galarraga en las
Buscan apoyo para constituirse en una alternativa electoral y convocan a otras fuerzas
políticas como el MIR, que también había sido parte de una ruptura previa de AD, con
URD que la lideraba Jóvito Villalba, con el PRIN y el FDP. Este último lo manejaba Jorge
Dáger. Aunque con el transcurrir del tiempo, el mismo Dáger buscó apoyo del Almirante
– Claro, él mismo.
de ese partido, que por cierto, había salido del MIR. Fueron aquellos que no aceptaron la
– Bueno, creo que sí, porque en general, todos ellos habían salido de ese gran
partido.
Bethancourt en 1962. Y como sabes, Rómulo era un hombre de conducta rectilínea, muy
mantenido la tesis de los sistemas políticos. Algo así como ver y comprender nuestros
países y realidades desde una óptica global, entrelazada. No paisito por paisito. Tú conoces
314
bien el caso cubano. Debes recordar que para esos años sesenta, en América Latina había
efervescencia, y los gringos no querían otra Cuba, así que el modelo a apoyar era el de la
democracia al estilo venezolano. Y en eso coincidían con Rómulo. Era en Venezuela donde
se conectaban las dos tendencias adversas de la guerra fría: la lucha armada comunista y el
nosotros los nicas no podemos olvidar que en ese mismo período, esos mismos gringos
– Tienes mucha razón, Sergio. No debemos olvidarlo. Por cierto, vos serías un
chaval cuando eso, pero no sólo eran los acontecimientos políticos los que rodearon a
Próceres. Tengo una foto que se publicó del auto en llamas y del otro, en el cual viajaba el
Presidente.
– El que estaba detrás de ello era Rafael Leonidas Trujillo, el dictador dominicano,
ese monstruo. Estos hombres se odiaban a muerte, literalmente hablando. Para mí nunca
– Parece que todo comienza en 1929 cuando Trujillo era Director de la Policía
Trujillo, éste se prometió acabar con el venezolano. Promovió varios atentados, uno de
ellos en San José de Costa Rica. Lo que recuerdo de la historia de Alí es que Bethancourt
celebración de Los Próceres, en el cual decía que "se me quemen las manos si me he
Presidente decide rendir honores y demostrarle a los militares que una dudaban de él, su
generales ese día. Su gobierno era endeble aún. A pesar de sus dolencias del hígado, y
Dora, la esposa del general Josué López Henríquez, Ministro de la Defensa, quien se
encuentra sentado enfrente al Presidente, en una silla que mira hacia atrás. En el puesto del
copiloto, su edecán, Coronel Ramón Armas Pérez, y el conductor, Azael Valero. Se trata de
una caravana de cuatro vehículos: el presidencial, dos escoltas y el del Ministro de Defensa.
Todos van rumbo al Paseo de Los Próceres en El Valle. En la avenida que los encamina al
binoculares poderosos. Al paso del auto del Presidente, levanta la mano haciendo una
electrónico que envía una señal de microondas, detonando los explosivos. El auto verde
estalla en mil pedazos. Los vidrios salen diseminados. Los postes del alumbrado se
316
avenida. El Cadillac del Presidente está en llamas. Los ocupantes del primer auto de la
caravana no sufren ningún daño. El denso humo negro alerta a todos. Corren al vehículo
guardias y militares. En medio de los gritos, Rómulo y el General luchan por escapar.
Juntos abren una puerta del auto. Sacan a la dama. El conductor escapa también del fuego.
– Decime Sergio. ¿Y cómo se supo que era Trujillo el autor del atentado?
la PTJ, y delata a sus cómplices. Declara que el que activó el detonador a control remoto
fue el coronel dominicano Luis Cabrera Sifontes, quien huía del país cuando lo detuvieron.
Policía Secreta dominicana. Incluso se menciona que fueron interrogados y dieron los
detalles de la operación. Por cierto, de alto nivel de coordinación y con equipos de primera.
pipa ensalmada en Curiepe. Otro hecho relevante fue que La Voz dominicana, una radio,
había dado la noticia del atentado y de la muerte de Betancourt a las 9:10 am, hora
venezolana. El hecho fue anunciado como cumplido 18 minutos antes, cuando nada había
queman las manos, y se hace famosa la foto en que aparece con ambas vendadas, sino que
esto trae consecuencias en unos casos, y levanta suspicacias en otros. Como consecuencia
matar a otro en su propio país. Tan sólo un año después, Trujillo muere abaleado en una
– Bueno, no me atrevería afirmarlo. Creo que nadie lo haría. Pero, razones tenía. Por
otro lado, la confianza en el régimen fue obvia. La gente decía que, la cachimba, la pipa de
Rómulo estaba protegida, ensalmada. Que era inmortal. Para la iglesia católica, el asunto
era de otra naturaleza. Este Presidente era muy conflictivo. Se requería un cambio político.
Por ello, la iglesia venezolana, muy conservadora, impulsa de alguna manera, la alternativa
del partido COPEI, de ascendencia demócrata cristiana. De hecho, Rafael Caldera, queda
segundo en los comicios de 1963. De modo que era asunto de tiempo que ganara la
lo de la muerte de Somoza?
– Ella está en contacto con Alexis Bethel. ¿Te acuerdas? Uno de los generales
extranjeros del Frente Sur. El hombre está dispuesto a guiarla, y que el resto sea su trabajo
de investigación. Esa tesis será esclarecedora. Sin duda, un valioso documento histórico.
También le recomendé que visite nuestra biblioteca y conozca bien la historia de los
Ernesto está meditabundo. Asiente con un movimiento sutil. Su amigo sabe que
ambos están de acuerdo. Un silencio los acoge, y como muchas veces, ambos disfrutan ese
momento sagrado.
318
Urtrecho. Está convencida que debe ir a pie, y así disfrutar de la ciudad, conocerla de la
manera más sencilla y barata. Pregunta en la recepción y le recomiendan que tome un taxi.
– No está tan cerca como usted cree. Mire tendría que caminar unos tres kilómetros.
– Bueno, debe caminar por esta calle, El Palmar, unas dos cuadras. Llega a la Pista
Zeledón, allí frente al Pricesmart debe tomar a la izquierda y caminar hasta llegar a Velosa,
allí dobla a la derecha por la Avenida 6 suroeste, luego la 19 y la camina unas cinco
cuadras hasta cruzarse con la Avenida Bolívar. La reconocerá por una gran ferretería que
hay que se llama Suminsa. Allí comienza la parte más larga. Casi tres kilómetros hasta
llegar al cruce de la Pista La Resistencia. También la llaman Juan Pablo II. Cuando dobla a
historia del país, no escatima esfuerzos en obtener información de variadas fuentes. Y los
muchos años de aquel evento, sin embargo, muchas heridas quedaron abiertas. Todavía hay
319
temor en algunas personas que creen que el discurso actual de Ortega revive los años del
– Mire señorita, aquí se ha satanizado todo lo que hicieron los Somozas. Ahora es lo
mismo con los bienes públicos, y no pasa nada. Yo tengo 66 años de edad. Cuando cayó
Tachito, yo tenía treinta y servía como subteniente en la Guardia Nacional. Como soy de
Somoto, un caserío, digo yo, otros lo llaman pueblo, que queda en Madriz, al norte de aquí,
al inicio el asunto me atrapó cerca de mi casa, pero después nos rotaban. De esa forma debí
pelear en el Frente Sur y en Estelí, más al sur. Y claro que conozco bien el asunto. Cuando
apoderado de todo, y se han vuelto millonarios a costa del pueblo nica. No en vano
llamamos "la piñata sandinista", al carnaval con que se repartieron todo, incluso tierras,
mujeres y casas.
luchábamos por una Nicaragua libre. Sabíamos que los comunistas iban a destruir la patria,
porque así pasó en Cuba y en todos los lugares donde se han metido.
hacíamos porque sabíamos lo que se venía. Y no nos equivocamos. Esos comunistas son
ateos. No creen en Dios. Y por eso, no le tienen miedo al castigo divino. No saben que se
quemarán por siempre en las llamas de Satán. La Biblia lo dice a través de Juan 3:36, "…El
Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en su mano. El que cree en el Hijo tiene
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vida eterna; pero el que no obedece al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios
hable bien de los Somozas, pero, en este momento ya hay muchos compatriotas que se
camina pensativa. El taxista se marcha con el rostro amarrado. No cabe dudas de que en
Andrea ingresa a la biblioteca y trata por sus propios medios de encontrar literatura
sobre lo ocurrido. Empieza a percibir que Don Joaquín tiene algo de razón. Solo consigue
textos que están abiertamente en favor de la revolución. Por razones metodológicas, debe
revisar y citar fuentes de cada lado del conflicto. La asistente la ve deambular por los
pasillos, y en más de una ocasión le ofrece su guía. Ella insiste en su propia intuición.
hijo de Luis, hermano del dictador, quien explica desde Florida en los EEUU, los aciertos
Siente las palabras de aquel hombre, sinceras, aunque parcializadas. Le dan vueltas y
vueltas en la cabeza. Ella supone que nunca admitiría los desastres que fueron los robos
descarados, las muertes, el terror desatado por años, las componendas de sus familiares.
Contra ello expone en su favor, con lucidez, medidas sociales y políticas razonables, como:
el derecho al voto de la mujer, la derogación del Tratado Chamorro Bryan, el seguro social,
321
la ley del salario mínimo y el Código del Trabajo. Se sienta en la alfombra del pasillo con
Managua, y demostrar que así fue. Yo conozco a los jugadores de ese lugar muy bien,
conozco sus esqueletos, le tengo el pulso a ese pueblo, que es un pueblo altamente noble.
e industrial, que dedicó un tercio de su tiempo a esas actividades. Creó empleos. No como
los políticos de ahora que se aprovechan de los cargos y viven de eso. Es mentira que
Nicaragua fuera “la finca de los Somozas”, eso era una exageración de los locos comunistas
que llegaron después. Mi padre fue un hombre de conciencia social, al cual la patria llamó
varias veces. Nunca aspiró a ser presidente. Fue un llamado del país, que nunca negó. Eso
– Al igual que mi padre, soy muy cristiano, y el pecado no está en mis horizontes. No
asistente que le permita fotocopiarlos todos. Ella algo desconcertada, le explica que debe
llenar formas, pagar el costo de las copias, y recogerlas en quince días. Andrea comprende
322
que ese es el sistema, y que aunque quisiera los libros en menor tiempo, no tiene otra
La asistente sella las planillas y le confecciona el recibo de pago. Ella toma un texto
párrafos. Poco a poco se va sumergiendo en las interioridades de la historia nica, tal como
con sigilo. Hablando apurados. Temiendo que estén en tiempos claves para tomar las
mejores decisiones. Uno de ellos, vestido de verde, con un arma en el hombro, habla al
teléfono. Otro más adusto, conversa con una mujer de cabello corto y mirada firme. Sin
nicaragüense merece justicia, que renuncie, que se entregue a un juicio justo. No solo se
burla, sino que desconoce su situación militar, la cual me recuerda los últimos momentos de
Hitler en Berlín, cuando insiste en girar órdenes absurdas a sus generales, ignorando que no
hay manera de defender sus posiciones ante el avance indetenible de los aliados,
Somoza que se marche. Tenemos buena información que señala que toda acción de
negociación, que no sea su renuncia, ya es tardía. Dora, su salida es inminente. Aun así,
Somoza revisa la situación del Frente Sur. Sin duda es lo que más le preocupa. Pierde
posiciones a pasos acelerados. Comprende que la guerra se mudó de las montañas a las
ciudades, y que la complicidad de la población hace imposible que pueda ganar terreno.
Ordena bombardear los pueblos donde la guerrilla tiene dominio. Aun con tanques y
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aviación trata de revertir los logros del FSLN, pero le resulta muy complicado. Los
sabotajes y el pueblo armado con todo tipo de artefactos, le están haciendo perder en todos
lados.
guerra– le pido dos minutos para informarle esta novedad–. Somoza con una gorra militar,
un radio en la mano, y frente a dos generales discute cambios en la estrategia con la cual
está dando batalla en el Frente Sur. Mira a los ojos de su subalterno y da un par de pasos
atrás. El general le dice de manera muy cautelosa que el embajador Pezullo lo cita
nuevamente a una reunión de trabajo. Quiere verlo en dos horas en la embajada. Somoza
sabe que es su última oportunidad de alcanzar un arreglo con los gringos, sobre su salida, su
– ¡Shit, holly shit! Está bien. Respóndale que allí estaré, pero tan solo cuento con
tropas sandinistas, quiere mayor compromiso de los norteamericanos. Exige una salida,
"honrosa y temporal". Sabe que lo acosan por todos los flancos, que las tropas están a un
punto de "ataque sobre Managua" y lo quieren vivo para juzgarlo. Ya no se preocupa de sus
soldados como hace meses, ni está altanero con su tropa, se le ve cansado y casi derrotado.
Algunos militares cercanos perciben ese cambio, y huelen el engaño, la huida, en la cual
seguramente ellos no están incluidos. Empieza una conspiración de algunos altos oficiales
Días antes, la OEA emite una declaración conjunta en la cual le piden que entregue el
instrumento diplomático para hacer presión. Cada vez que le informan del asunto, no sólo
arruga la cara de ira, sino que explota maldiciéndolos. Sabe que son los mismos que tiempo
– ¡Carter, Son of a bitch! ¡Cyrus, Carter, Pezullo, Christopher son unos hijos de la
gran puta!– grita con frecuencia en el Bunker. Los que están cerca de él, bajan los rostros y
cualquiera.
– ¡Qué plebiscito, ni qué mierda! ¡A estos comunistas hay que aplastarlos! Para eso
entrenamos tanto jodido soldado, para que esos cabrones desaparecieran. ¡Pero son como la
mala hierba! ¡Shit! ¡Shit! ¡Shit!– Los gritos van y vienen. Cuando lo hace en inglés, le da
mayor énfasis a sus palabras. Las lanza como cuchillos en todas direcciones. Quienes lo
Otra vez siente un malestar en la garganta, lo que le recuerda aquel julio de 1977
cuando una afección cardiaca casi lo sorprende en la ducha. Aquel susto terminó en un
hospital en Miami donde fue atendido con diligencia. Esta vez la ira le ha subido la presión
mañana. Aquella vez, dos años atrás, previendo un desenlace fatal, Tachito designó a su
elecciones si fuera el caso. El legado de aquella crisis de salud es una estricta dieta que lo
enorme casa que le confiscaron los Somozas a unos alemanes durante la Segunda Guerra,
326
desde donde se puede ver el mar. Septiembre de 1977 lo recuerda por unas medidas de
aperturas a la prensa escrita que debió decretar. Octubre de ese año empieza con dos
ataques casi suicidas de unos muchachos del llamado FSLN, uno en el Cuartel de San
Carlos en la frontera con Costa Rica y otro en Masaya. Esa noticia lo tranquiliza, pues lo
único que le transmite es la debilidad de unos locos que piensa combatirle. Para el pueblo
nicaragüense, es el inicio del fin. El coraje y entrega mostrados por esos jóvenes, es el
– Oye, tú. Tráeme un trago, estoy seco– el ministro de guerra sale apenado a resolver
la exigencia del tirano, quien vuelve a tomar los mapas del sur, y analizar la situación
militar.
– ¿Explícame por qué mierda estoy con ustedes discutiendo de estrategias militares,
cuando los que nos combaten son una cuerda de chavales cagados? ¿Cómo llegamos a esto?
sigue indignado. No entiende cómo se pasó de los dos atentados de 1977, a una guerra en la
– ¿Qué pasó con la gente de la EEBI? ¿Para qué mierda les pagamos más que a los
demás? Llámame a Anastasio. Esos cabrones ya deberían estar en Rivas. ¿Mandaron las
armas los judíos?– nadie responde a las preguntas del General. Todos bajan la cabeza.
tienen los locos esos en Peñas Blancas y Sapoá? ¿Es que ustedes no saben que esa es la
puerta del río Ostayo? ¿Y que de Costa Rica se meterán como ratas a jodernos?
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– ¿Por qué creen esos yanquis que los hemos apoyado por décadas? ¿Para qué? ¿Para
que nos dejen plantados cuando los necesitamos? Ya se olvidaron de las veces que los
acompañamos en su política exterior. ¡Se olvidaron de Bahía Cochinos, Coño! ¡De nuestro
apoyo a lo de Guatemala!–. Se queda callado unos minutos. Medita. Sabe que no debe
perder el control. Eso es parte de su sólida formación en armas recibida en West Point de
donde se graduó en 1946, pero la indignación puede más. Se siente traicionado. Sin saber
por qué, recuerda el día en que le impusieron el grado de Coronel. También le llega el
reconoce como un imberbe que luego sería más gringo que los propios gringos, tal como lo
derivadas del poder. Por ello, nadie osa verle a los ojos. Solo su hermano Luis es capaz de
volverlo a su sitio en medio de sus episodios. Es conocida la vez en que gracias a él,
Tachito se abstuvo de dar la orden de destruir León, porque era la ciudad donde habían
asesinado a su padre. También era sabido el poco o ningún respeto por su gente, tal como
quedó claro cuando se apropió de los dineros internacionales que llegaron a Nicaragua tras
el terremoto de 1972, y que engrosaron sus cuentas personales. Por ello, más que respeto,
irradiaba terror.
Ve a lo lejos el río Hudson en New York. Es uno más de los cadetes de la larga fila
gris que portan un emblema que reza: Deber, Honor y Patria. De pie, sin moverse, y en una
estricta postura de saludo militar, espera el instante final de la ceremonia, la cual llega sin
protocolos. Al igual que todos, lanza su sombrero al aire. Ríe como el resto, le cruza el
pecho una banda blanca que es distintivo de ese elegante uniforme. En ese momento, se
328
imagina que la banda tiene los colores de la bandera de su país, blanco y azul, pero es un
pensamiento fugaz que se escapa en medio del alboroto y la celebración, porque se siente
muy gringo, mucho más que algunos de sus compañeros de armas. Desde la amplia pradera
inundada de cadetes que revolotean felices por la grama, da vuelta la mirada y reconoce la
monolítica edificación de tres niveles que durante varios años de su vida, fue su centro.
Aquella "enorme caja de piedra" como la bautizó, le sirvió de hogar para aprender
– Presidente– le dice con suavidad su asistente– él sigue en New York. Sigue en el río
Hudson y entre sus compañeros de armas. Escucha un rumor que insiste en los mismos
sonidos, como si fuera lluvia que arrecia. Despierta de sus visiones y encuentra a su
asistente a su lado.
Capítulo VII
LA MUERTE RONDA
330
Bardo–Thodol
(Padmasambhava)
331
Andrea tiene una grabadora pequeña. Al principio, a Alexis, le resulta difícil aceptar que lo
graben. Pero, con la chica empieza a ser flexible. En esta entrevista, ya ella no toma notas,
–Andrea. Como sabes, yo no participé de este asunto, aunque sí estuve de acuerdo cuando
ocurrió. Mis amigos, Hugo, bueno, Comandante Santiago, que en paz descanse, y Gorriarán se
papel importante, los hermanos Sanchiz: "la Cachorrita" y Ruperto. También Claudia Laredo. En
decisión colegiada"?
advertía de un giro político importante: Somoza estaba decepcionado del papel que los
norteamericanos jugaron en su derrota. Como militar y ácido anticomunista, decidió que el rol de
balance en América lo jugaran Argentina y Nicaragua, una vez él, recuperase el poder. Con
idea de volver a gobernar con mano de hierro. Peor aún, convencido de que Carter era un traidor,
Más aún, afirmaba que la CIA había renunciado a desplazar a los comunistas bajo el gobierno de
gente como el Coronel "Balita", un conocido torturador, que adiestraba a la contra en suelo
hondureño.
–Querida Andrea, te he explicado que había razones más profundas que un acto de
empieza a adorar esos ojos inquisidores. Ella lo nota y se ruboriza. Baja la mirada, y sigue con
otras preguntas.
sabotajes y las escaramuzas. Por su lado, como te mencioné, Somoza desde el sur del continente,
organiza su contraataque. Pero, fue en Los Gauchos, en julio de 1980, sentados conversando en
torno a una botella de ron, que se hizo un balance de lo que ocurría. Fue en esos días en que se
supo de la decisión de detener lo que se veía venir por parte de la derecha internacional.
– ¿Es decir, tu sabías de la operación? – Alexis se queda algo meditabundo. No quiere que
se sepa tan fácil, que sus lazos con altos dirigentes del ERP eran tangibles y muy reales.
– En los primeros meses de 1980, ya había algunos compañeros que estaban operando en
Paraguay, buscando información exacta de la rutina del dictador. Preparando los detalles de la
acción. Los principales eran tres. Y la información venía de allá, de La Asunción. Por cierto, es
primera vez que la refiero a alguien. Ya no es un secreto, y no hará daño a la historia que se sepan
algunos detalles.
nerviosa, oculta el desliz. Resulta obvio que está algo abochornada. Pero, continúa restando
importancia al asunto.
333
política? ¿Varias? ¿El FSLN estaba de acuerdo?–. Alexis parece algo dubitativo, o quizás sea una
estratagema para evitar la respuesta, que por demás, es delicada. Mira con calma como quien ve
al horizonte. También mira a su alrededor, es una costumbre que nunca dejará de lado. Regresa a
la mesa del patio interior de la casa de alquiler de doña Cuadra. Se ve uno de los volcanes con su
permanente columna de cenizas diminutas. La casa guarda cierta calidez, una protección de lugar
íntimo. En todo el tiempo de la entrevista, nadie ha llegado o salido. Y es que la casa de los
Cuadra, es un hostal de un par de habitaciones. Doña Eulogia es una mujer de ochenta, altiva y
portadora de donaire aristocrático. Su casa, es como ella. El patio interior es pequeño, pero muy
agradable: una fuente pequeña surte de aguas que junto con un móvil de cristal le imprimen al
sitio, una calma de santuario. Alexis se reacomoda en la silla de mimbre. Sigue callado, y Andrea
comprende que por hoy, no habrá más información histórica. Con el ánimo de "dejar que todo
fluya" como le decía una amiga, se queda también inmóvil, meditabunda. Le vienen desfilando
de a poco, ideas y palabras, que le acompañan como perros lazarillos: Detalles, Andrea, detalles.
Alexis no quiere importunar a Andrea, aunque por dentro, quisiera verse abrazado a ella.
Sería feliz, como en años no lo ha sido, si se viese en un gran espejo, y se reconociera junto a la
argentina. Apretados como un par de amantes que regresa luego de una separación. Cierra
ligeramente los ojos. No escucha sino el rumor del agua y los cristales rozándose. Tampoco
quiere que se dé cuenta que ha estado enamorándose de su juventud, de sus cabellos, pero, de sus
ojos inquietos. Y ante todo ello, le basta con haberla tenido enfrente, curiosa, incrédula.
fantasía, apretarla y besarla. Y no en la rigidez de las formas sociales que le impiden cortejarla.
Andrea intuye que la sesión terminó. Se levanta con sutileza, le toma la mano, y le agradece sus
334
recuerdos. Él la mira, y sin soltar esos finos dedos de seda, baja la cabeza asintiendo. La ve
marcharse con su mochila al hombro, y su cabellera recogida, debido al calor de Managua. Entra
de Somoza.
divagaciones existenciales. Tiene sesenta y cuatro años, una vida de luchas, encuentros y
desencuentros. Su familia, tan solo lo fue por algún tiempo. Luego, sus luchas políticas y
militares, lo alejaron de cualquiera posibilidad de mantener una. Y aunque extraña esa idea, en
esta etapa, no se ve iniciando todo de nuevo. De hecho, su hija Yaffit, quien lo visita cada dos o
En ocasiones se siente ligero, volátil, con la energía de un toro, como para enfrentarse al
mundo y sus prejuicios, para luchar contra los celos traicioneros, para evitar las explicaciones y
salir tomados de la mano, con la cara al sol, orgulloso de su nueva vida. En otras, como hoy, está
tan derrotado, que sale a caminar los pueblos cercanos de Managua, buscando un "no sabe qué".
Se escabulle. Busca refugio en algunas calles. En caseríos pequeños. Parece un mendigo. En sus
horas de meditación, escapa de su cuerpo para observar a "su" Andrea, para dialogar de historia
con su amigo muerto, Hugo alias Santiago, para imaginar otra vida. Tiene algunos meses que no
sabe nada de Yaffit. Ella le quiere e idolatra, pero su mundo se aleja cada vez más del suyo. Sabe
que lo de Klinsman le dolió. En el fondo sabe que la lanzaron a un sacrificio para el cual creía
estar preparada. Pero, se enamoró como nunca de un hombre joven e inteligente, al cual,
le ha cegado de tal forma, que ha olvidado de que en La Plata está su novio, o mejor dicho, su ex
novio. Durante su estancia en ese país centroamericano, ni lo recuerda. Tan solo lleva en la
cabeza al extraño hombre de luchas que tiene mucho que decirle aun. Lo ha visto de reojo, y sabe
que le agrada. Pero, cada tanto, siente que no debe llevarse por el impulso de tener un amorío con
una persona que al final sufrirá cuando todo termine. Por razones diferentes, ambos sienten
remordimientos, y en las últimas ocasiones, los dos parecen notarlo. Con sus apuntes, grabadora
y otros enseres a cuestas, sale del hostal. Mira a ambos lado de la calle, siente que transpone un
mundo por otro. En su cabeza hay dos fuerzas contrapuestas: la fascinante historia de la muerte
Es tarde en la noche. Han estado conversando de todo lo que se les ocurre. Sin duda, están
enamorados y mostrándose entre ellos. La argentina sabe que Alexis la desea, está dispuesta a
irse esa noche con ese hombre que la mantiene soñando. No solo dispuesta, sino que si él no toma
la iniciativa, lo hará ella. Pues, lo desea. Lo quiere abrazar, mimar, besar, como a nadie antes.
– Anoche soñé contigo. La mayoría de las veces no recuerdo los sueños. Son como
fantasmas que se escurren apenas abro los ojos. Te veía alrededor de una fogata en una sabana
– ¿Yo? Soy el ser más cobarde de la Argentina. Alex, sin duda era un sueño. ¿Y qué más
ocurrió?
– Bueno, yo me senté a tu lado. De pronto, ya no eras tú. Era un animal con uñas como
garfios que abrió sus fauces, y cuando estaba por morderme, me desperté.
–La verdad es que no soy buena en esas artes de interpretación de sueños. Ni siquiera se
me ocurre qué decirte. Hay gente que tan solo con algunas descripciones te arman una historia
coherente, que hasta te convence. Pero, soy el otro extremo. No se me viene nada a la mente. Lo
más que te diría es que soy una fiera que te quería comer…pero, tampoco. No le hago daño a
nadie. Me cuesta matar una mosca. Te preguntaría, ¿alguna vez sentiste miedo en alguna de las
dolor, y por último, cuando estás cerca de ella, miedo a lo desconocido. Es una transición de
sentimientos. En la última etapa, hasta quieres rezar vainas que habías olvidado. Yo interpreto de
esta forma mis miedos. En la mayoría de las acciones, siempre ha habido situaciones de riesgo.
Balas que te barren los oídos, estallidos que revientan cerca, autos que se vuelcan y tú, adentro,
como una maraca. Pero, el mayor riesgo es de los adversarios, porque ellos te quieren causar
– Con los enemigos, ustedes hacen lo mismo, ¿o no? – Alexis calla. No está molesto, sino
indiferente. Hasta se diría que está pensativo. Pareciera que nunca se había detenido en pensar el
grado de dolor que causaba a sus contrarios. De pronto, se da cuenta que es posible que sea así.
Igual, pero del otro bando. Que esta situación es como un espejo, y él empieza a darle la vuelta y
mirar el revés.
– Quisiera llevarle una flor a la tumba de dos personas a las cuales admiro con cierta
devoción.
– ¿Quiénes son?
comprender lo del Comandante Santiago. Pero, ¿Quién es Shaka? No quiere herirlo, pero
tampoco demostrar su ignorancia con respecto a Shakazulu, aquel personaje que derrotó con
piedras y palos al ejército inglés, y que creó su propia nación: Zululand. Recuerda que una de las
pasiones de su amigo es la historia de pueblos heroicos. Le sugiere que se vayan a su hotel. Está
cerca. Él acepta.
Tres días después, Alexis recoge a Andrea. Le ha prometido un “viaje histórico”. La lleva
a Estelí. El auto en el que van se lo ha prestado uno de los “muchachos” que aún lo reconocen.
Salen de Managua temprano hacia Tipitapa. Desayunan poco. El viaje continúa por la vía a
Ciudad Darío y luego a Matagalpa. Allí descansan de las dos horas de trayecto.
– Por supuesto.
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de Matagalpa, donde unas cabañas tipo bungalow suizo en medio de la niebla y la oscuridad,
sirven de paraíso a ambos. El frío y las bellezas del lugar les hacen evadirse de la realidad. Viven
La siguiente noche, unidos como adolescentes, se llevan unos quesos y vinos a la cabaña.
Se cuentan historias y anécdotas. Él evita el tema de la guerra, las acciones militares. Ella está
apasionada con las historias de los pueblos liberados que tanto le gustan. Alexis le promete
contarle la historia de Shaka. Y también, las conversaciones de la filosofía budista que mantuvo
con Hugo. Pero, ella espera con paciencia ambos, que en la vida de CAB parecen ser
El vino entibia sus cuerpos. Se van apretando en un largo y lento beso. Apagan las luces,
y en las tinieblas, se palpan encontrándose otra vez. Sus voluptuosidades son recorridas palmo a
palmo. Se enroscan en la cama, y giran en un ovillo de pieles y brazos. Van respirándose las
oquedades. Ella sostiene en sus manos su espada, la lame, la aspira, la absorbe una y otra vez,
arriba y abajo, gime de placer como una gatita hambrienta. Se da vueltas y se abre ante él como
una bisagra dorada. A pesar de sus años, Alexis está firme, denso. Su cuerpo es pesado, más no
obeso. Se enfila sobre el cuerpo anhelante. Pero, no está listo. A pesar de su entusiasmo, no
funciona. Su pene empieza a decaer. Flácido. Él arremete con más besos. Intenta otra vez. Nada.
palabras, Andrea se lo sostiene como a un pajarito que cae del nido. Pero tan solo logra
comprobar que esa noche, no habrá más que caricias. Alexis no puede penetrarla. Se siente
impotente por primera vez en su vida. Se besan, se arremolinan. Él usa sus manos, sus dedos, y la
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hurgan hasta hacerla gemir de placer. Ella excitada lo toca con delicadeza. Se lo sujeta con
caricias, y aunque estuvo erecto algún momento, perdió tensiones, perdió su rigidez. Lo intenta
varias veces más, hasta que ambos comprenden que no ocurrirá. Andrea no le presta mucha
atención. Está satisfecha. Supone que hay ocasiones en que no hay más que mimos. No le
importa mayormente esa noche. Se abrazan y para ella, es suficiente. La cobija les abriga las
pocas horas que les restan hasta el amanecer. Se enroscan en un remolino de piel y lana. Y se
duermen bajo la música del bosque nuboso de Matagalpa. A él le resulta complicado dormir con
– Andrea, ven. Mira– le muestra por la ventana un manto blanco, una neblina espesa que
parece algodón. En medio, unos rayos oblicuos su cuelan para señalar unas plantas muy verdes,
casi esmeraldas. La escena parece una postal. La periodista, con la cobija envolviéndola como si
Ella comprende que se trataba de un hombre de más de sesenta y cinco años que empieza
a decaer, que su actividad sexual está en declive. Pero, le importa su cariño, su madurez. Por su
parte Alexis, está meditabundo. Reflexiona sobre la aventura con la argentina y coloca los pies en
la tierra. Esa chica es un sueño que termina. Tal como terminó la “revolución bonita”. Su destino
no está vinculado a una joven mujer, que casi tiene la edad de su hija, por más que pensara en el
uso de hormonas o medicamentos. No. No se trata de aquello, lo cual podría resolverse de alguna
manera. Es darse cuenta de que su vida está decadente, que vive con muy pocos recursos,
incluyendo las ayudas que de vez en cuando le llegan de Yaffit, de los pequeños trabajos
sociedad. La impotencia de esa noche le sirve para ver con claridad, lo que de alguna manera
previó cuando empezó a enamorarse de Andrea, que ella se iría en algún momento, y que debería
estar preparado para la desilusión. Ya parecía llegar el fin del trabajo de ella en Nicaragua, de su
viaje, y del amor que se dedicaron. Para ello, no estaba muy preparado. Porque cuando lo
conoció, aún no determinaba qué seguiría en su vida. Ya estaba viejo para emprender hazañas
guerrilleras, por otro lado, en el fondo, no compartía mucho lo que veía en Venezuela ni en la
eliminaron a cualquier adversario, y se dedicó a reinar con su esposa. Eso lo frustraba. No veía
diferencias en esa conducta, a la del tirano Somoza. Todo este tiempo, fue una gran excusa en su
vida. Andrea fue un accidente caído del cielo. Y ese paréntesis, se cerraba. Volvía a las
La mañana avanza, se disuelven las penumbras. Se marchan a Estelí por el camino largo:
Jinotega y Moropotente. CAB quiere que Andrea conozca unos de los pueblos donde se libró la
guerra calle por calle, casa por casa, donde los jóvenes levantaban barricadas de la nada, y con
mujeres y niños escaparon en las narices de los soldados. Ella está entusiasmada por la gira.
Luego de transitar por una carretera de montaña, plena de reservas forestales, y disfrutar
de un clima fresco, llegan a al valle de Estelí. Alexis conduce directamente a un lugar que le trae
recuerdos, el Hotel Los Arcos, ubicado a en una esquina, cerca de la Catedral. Ambos se desean
acostarse un rato, estar juntos, disfrutar de las libertades de un viaje sin agendas ni horarios.
Después de registrarse, les conducen a una modesta habitación en un segundo piso. Andrea
tropicales, de hermosas flores. Está feliz. Por ahora, los muertos pueden esperar– piensa. Luego
341
se recrimina por algo así. Sabe que Alexis quiere que viva la historia, para que comprenda mejor
En la Batalla de Isandlwana, el ejército del imperio británico huye de las lanzas de las
tropas de Shaka, un negro tan grande y fuerte, como astuto. En eso se parece a mi amigo. Cuando
conocí a Oyarzum, supe que seríamos amigos para siempre. Cuando nos despedimos en esta
misma tierra ajena, pero querida, yo le regalé un tesoro. Un libro que me acompañó siempre. Y
– ¿Cuáles fueron?
– Calma. Ya te digo, porque ambos los tengo en la cabeza. Le dí una fotocopia del libro
de Frances Colenso, History of the Zulú War and Its Origin. Hugo me regala Bardo thodol, El
libro tibetano de los muertos. En momentos de bromas yo lo llamaba de manera sarcástica, Buda,
– Es una larga historia. Ambos admiramos al guerrero africano que se enfrentó a las tropas
inglesas y los venció con piedras y flechas. Y los dos creemos que el paraíso es un lugar apacible
donde el equilibrio de las fuerzas permite el respeto por toda forma viva.
Siguen en la cama donde se sienten cómodos. Las horas siguen siendo un botín que saben
apreciar. Ambos intuyen que un viaje como este no se repetirá, y se sacian una y otra vez, de sus
cuerpos, de sus palabras, de sus miradas. Shaka y Buda esperan sentados en el sofá de la
La huida de Nicaragua se precipita. Andrea desea terminar con todo pronto. Él lo comprende muy
bien, aunque no lo mencione. La periodista está sentada frente a CAB. Mantiene el ceño fruncido.
Escucha los detalles de lo ocurrido a Somoza. En su estrategia está investigar y constatar todo
aquello que le devele, verificar las fuentes, contrastar argumentos, hechos, fechas, detalles.
tal como se lo recomendó Ramírez. Ahora comprende mejor lo acontecido. Su tesis ayudará a
esclarecer la muerte del dictador, pero más aún, a cerrar con información objetiva, una etapa de la
historia de Nicaragua.
conversación. Un pequeño patio interior adornado con flores da un aire andaluz a la casa. Tienen
la libertad de entrevistarse en su cuarto, pero ambos, sin proponérselo, lo evitan. Los dos saben
que los deseos están muy superficiales, y sería muy fácil que pasaran el día completo retozando
entre sábanas. Ella quiere avanzar con su trabajo. Él lo comparte, no quiere ahondar la sima
– Capitán, explíqueme bien su versión del atentado. Alexis se recuesta un poco en la silla.
Le ha llamado Capitán. Ningún tuteo. Solo, Capitán. Mira hacia el cielo, auscultando recuerdos.
La chica sabe que lo que escuchará viene de fuentes de confianza del militar, pero que él mismo,
Para Ramón conseguir un auto adecuado, o una imagen acorde con el papel que le correspondería
jugar, era asunto rutinario. Para el atentado a Somoza, el argentino se decidió por una camioneta
azul, y por armas obtenidas en el mercado negro. En Ciudad del Este, logró contactarse con unos
árabes palestinos que le vendieron un fusil de precisión M–16, un lanzagranadas ruso RPG 2 y un
capaz de interceptar la radio del Mercedes blanco del dictador. A la operación primero la
llamaron, Reptil. Luego, tras una divagación y algo de humor, prefirieron bautizarla como Hey,
en honor al cantante Julio Iglesias y su éxito musical del momento. Al final le agradecerían que
en su nombre se lograra el alquiler de una vivienda ubicada en la avenida por donde pasaba
heroica muerte de Salvador Allende. Así rendiremos tributo a nuestros hermanos caídos por la
dictadura. Y la Operación Hey, la celebraremos cuando el dictador pase muerto frente a nosotros.
CAB recuerda la larga conversación con su amigo Enrique Gorriarán, que como un sueño,
se hace recurrente. Unos tragos de ron van entonando las gargantas y mejorando la memoria. Es
una tarde soleada en las afueras de Managua. Un lugar modesto, vulgar, de carácter bullicioso. Es
– Ummm. ¡Qué bueno es este 18 años!– se saborea Enrique. Unos hielos tintinean en el
fondo del vaso. Alexis toma la botella y le sirve un trago generoso. El argentino enciende un
cigarrillo. Le gustan sin filtros, y de olor penetrante, fuerte. Saca el último de la cajetilla. Mira a
344
– Por cierto, te traje un regalito– y extrae un puro envuelto en una bolsa plástica. Se trata
– Amigo. ¡No tienes idea cuánto extrañé estos tabacos centroamericanos! Te lo agradezco.
Sin duda, es una joya, y lo fumaré en esta velada, en honor a Hugo y a otros.– Una tos repentina,
profunda, le interrumpe. Alexis nota que no es un ahogo normal. Sin querer importunarlo, lo mira
– Mirá, che, siempre he pensado que la muerte nos llega saludables o no. No me he sentido
muy bien que digamos, parece que es la presión alta, pero, ésta– y señala su sien izquierda– ésta
brilla hasta ahora. De resto, pues hago ejercicios cada mañana para no perder condiciones.
Termina el cigarrillo con un par de bocanadas, y con sus profundos ojos azules, se apresta a
– ¿Te acordás del Gordo? ¿Farfán? Pues estuvo con nosotros desde el principio en la
operación. A ambos no indignaba que el Tacho fuera tan cínico y cara dura. A un año de la
revolución y el cabrón seguía como si nada, operando sus negocios millonarios con la plata de los
nica. Al Frente le convenía sacar del medio a ese hijo de puta. Eso todos lo sabíamos. Los
cubanos nos habían informado del reacomodo de fuerzas en Honduras y de su idea de retornar al
poder. Tenía el apoyo de mucha gente aún. Bueno, vos sabés lo que costó en el sur, mover a los
somocistas. No eran unos campesinos con escopetas; los gringos y los israelitas los habían
preparado muy bien, y si nos descuidábamos, nos hacían la guerra de nuevo. Como en efecto
ocurrió. Así que fue unánime la decisión de acabar con el dictador. Muchas muertes y mucha
– Pero, ¿entonces es cierto que fue solo el ERP el que manejó todo desde el principio? – un
silencio típico en las conversaciones con Gorriarán se instaló entre los dos. La botella seguía
– Comprenderás CAB que algo así no puede ser muy popular. Incluso, hasta unas semanas
antes, solo tres sabíamos los detalles de la operación. Los compañeros conocían que se trataba de
del pez gordo, pero el momento adecuado era asunto de estrategia, y esa, esa la manejábamos
– Vos sabés que después de la operación, algunos nos fuimos a La Plata, entre otros
Oswaldo. Celebramos con un asado la muerte del cerdo tirano. Un churrasco…madre mía. Una
belleza.– El líder del ERP aspira con intensidad lo que le resta al puro, se toma el último trago de
Se coloca unos audífonos. Oswaldo sintoniza la transmisión de onda corta de Radio Habana
Cuba, en la cual se informa del asunto de la muerte de Somoza. El resto de los comandos debe
estar en las casas de seguridad asignadas. Sólo falta Hugo: "…Por su parte, el único caído del
comando sandinista–erpiano fue el Capitán Santiago, de nombre Hugo Oyarzun, quien volvía al
domicilio del barrio San Vicente, para retirar armas y unos 4 mil dólares. Ahí fue interceptado,
herido de bala y llevado a Investigaciones, donde murió en tortura. El cuerpo sin vida fue
mostrado a la prensa, por Pastor Coronel, Jefe del Departamento de Investigaciones, quien
informaba a periodistas que había muerto en un fuego cruzado, mientras éste presentaba claros
Oswaldo aprieta el rostro. Vuelve con el plato del churrasco. El Comandante Ramón
comprende que algo terrible sucede. Y le oye decir tan solo una palabra: Santiago.
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Al igual que aquella vez, se toma un par de minutos para salirse de ese recuerdo amargo, y
vuelve con su adarga al brazo como el Quijote, a la conversación con Alexis. Ambos se ven
continental. Cuando habla con sus amigos, sus ojos azules, penetrantes, desnudan cierto tono
irónico. Así es. Pero, con CAB, es distinto, es como si le removieran ataduras y quedara suelto, al
aire, sin temores. El panameño le sirve de espejo, una pantalla donde cada tanto, refleja su rostro
alguna toma de algún Palacio presidencial, seguido de miles de combatientes, quienes de manera
proclaman al mundo una nueva era. Una época sin hambre, plena de gente solidaria y amable,
amantes de la Naturaleza, y respetuosos de mujeres y niños. Por ello, se sigue encontrando con
CAB, para tantear su futuro, o al menos, para no acercarse a ese espectro fracasado que le
representa el panameño. Aun así, ninguno de los dos se cuida del sentido de las palabras, porque
salen espontáneas, sinceras. Son directos. A CAB, los encuentros esporádicos con el argentino le
sirven para revivir su fe. Ve en ese hombre al combatiente que nunca claudicó. Al hombre de
convicciones firmes y de andar estratégico por la vida. Incluso lo respeta por su jerarquía militar,
– Che, todavía no sabemos qué pasó con Hugo. Los planes eran claros: había que huir a
Argentina por el río Paraguay o salir a Brasil al día siguiente. Él no estuvo a la hora acordada– le
decía el argentino a Alexis, mientras vaciaban poco a poco la botella de ron. Enciende
– Siempre estuve seguro de que era el mejor combatiente con que contábamos. Luego de la
operación, nos reunimos algunos a revisar todo el asunto, a evaluar, y aunque especulamos un
poco, por metodología, buscamos fisuras o delaciones, o fallos en el sistema de escape, pero, tan
solo encontramos lo que nunca debió ocurrir: una novatada. Podía pasarle a cualquiera, menos a
Hugo.
– Che, con calma pibe. Aun duele. Todos llegamos a la conclusión de que el único factor
que nunca dominó Santiago, fue el amor. Por su corazón pasaban cosas que su mente no
controlaba. Era así. Al final y revisando los detalles de lo poco que sabemos, establecimos que en
su huida, su compañera venezolana, Coromoto, lo obligó a quedarse un rato con ella en el cuarto
de ambos, hacer el amor, prometerse lealtad, hasta quedar exhaustos. Vos sabés que después lo
que vendría sería largo, y la chica, pues no lo vería por mucho tiempo. Y lo que debió ser un
escape rutinario, se modificó, y horas más tarde, ya no habría cómo solucionarlo. Primero, lo
dejamos en el cementerio de la capital, desde allí salió con Oswaldo hasta Itá enramada, sabés, el
puerto paraguayo frente a Pilcomayo en Argentina. Al día siguiente debía encontrarse con Ana.
Eso no ocurrió. ¡No entiendo por qué regresó, carajo! Tan solo le esperaba la muerte. Los
paraguaya lo había identificado la misma noche del atentado, a través de un video de una cámara
operativo de captura, él saldría en medias saltando por los techos, aun medio adormecido. Se
mitología griega. Lo demás es obvio, gritos, torturas, y luego la muerte inevitable. Nunca
– Triste lo de Santiago…– pide otra botella de 18 años, la abre, salpica el suelo en honor a
los caídos, y sirve con generosidad ambos vasos– Cuéntame del asunto de la operación.
Enrique se sonríe un poco. Parece que hay cierta complicidad en ambos al entender que
esa acción militar, fue una jugada de ajedrez que llegó a un Jaque Mate victorioso, y eso, en sus
vidas, pocas veces ocurre. Especialmente en la de Enrique, quien fue responsable de muchas
Indignados por la vida del sátrapa, que como sabes, lo hizo con la fortuna que le robó al pueblo
nica, y por los planes de retomar el poder, supimos que esta acción no debía fallar. Nos fuimos a
Colombia a entrenarnos con los chicos de la FARC. Allá repasamos bien los equipos más
adecuados para que tuviésemos éxito, en particular, los RPG. Luego mandamos a varios
comandos a La Asunción.
– Alexis, de lo que te pueda contar, resaltan situaciones tan extrañas como el día que
estuvimos buscando con Claudia, la dirección exacta de Somoza. No teníamos ni puta idea de
donde vivía. A ella, siempre genial, se le ocurrió preguntarle a un taxista por un salón de belleza
que estaba en los alrededores de la casa de un tal Somoza. ¿Y qué crees? Como el hombre
tampoco sabía, se le ocurrió a su vez, preguntarle a unos policías de la delegación cercana a dicha
residencia. La pobre Claudia se iba a morir, Me confesó que por dentro, estaba nerviosa. Se había
entregado casi voluntariamente a los servicios de Stroessner. Los policías tan solo señalaron
– Estuvimos desde abril recabando información. Decidimos, Hugo y yo, que lo mejor era
alquilar una residencia en la "boca del lobo". Y fuimos a una que alquilaban muy cerca del
objetivo. Nos hicimos pasar por los representantes del cantante Julio Iglesias, y que se iba a
filmar una película allí, por tanto, que se requería privacidad y confidencia total. El dueño
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entendió y lo aceptó. Pero nos impuso una condición, que por cierto, aun no le cumplimos,…y es
que el hombre quería que cuando el cantante llegara, le firmara un autógrafo. Claro, también lo
hizo porque le pagamos muy bien. Le dimos una guita de mil quinientos dólares por mes. Y
fueron tres. Te imaginás…Eso era una fortuna. En aquella época, era mucho dinero en La
Asunción.
enfrente, desde donde vigilaríamos al dictador. Oswaldo se leía todos los diarios y revistas, y
pronto fue el más conocedor de lo que acontecía en Paraguay, hasta de los chismes y de la prensa
roja. El hombre empezó a vivir una realidad paralela a la nuestra. Era un vendedor amigable y no
levantaba sospechas. Así fue como le montamos guardia al cabrón de Somoza. Tomamos nota de
todos sus horarios y construimos su rutina. La estudiamos con minuciosidad. De esa manera,
teníamos muy seguro el asunto de los autos que empleaba, las rutas y los horarios, que por cierto,
los cambiaba con regularidad. En medio de su azar, teníamos algunas certezas. Por ejemplo,
La noche cae lentamente. Los dos amigos siguen conversando en un rincón del modesto
restaurante. Piden otra botella. Los vasos con sus campanas de hielo, siguen escuchando detalles
– En efecto, esa mañana nos levantamos temprano. Cebamos un mate. Nos miramos y
conversamos sobre el porqué de la operación. Todos tranquilos, bien coordinados. En fin, nos
tocaba tan solo esperar. Era el 17 de septiembre de 1980. Habíamos planificado todo para el 18,
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pero decisiones de última hora nos impulsaron a adelantarlo un día. Recordamos la consigna de
Santiago: “iniciar sin levantar sospechas, ejecutar la acción sin que te capturen, y salir sin dejar
Sabíamos que el cerdo, a quien en esta operación lo llamamos Eduardo, se había instalado
en una mansión en la calle Mariscal López y Motta. Esa casa había sido empleada por la
embajada de Suráfrica, y vos sabés lo que pienso del Apartheid. Bueno, el asunto es que vivía allí
con Dinorah, con dos hijos del General José, su medio hermano, y varios asistentes. El cabrón, en
tan poco tiempo, ya había comprado más de 25,000 hectáreas de tierras en Paraguay, se daba la
vida de un playboy, con dinero del pueblo nica, enamorando las mujeres de los militares locales y
Gordo, Oswaldo desde el kiosco de diarios, tres combatientes más y yo, que en esta ocasión era el
hacíamos desde un supermercado, dos estaciones de servicio y además, un recorrido a pie que nos
tomaba tres cuartos de hora. Te juro flaco, que no se nos iría vivo. Esta vez no fallaríamos.
Oswaldo había desarrollado tal confianza con los policías del lugar, que les hacía ofertas por las
sospechaban que desde el kiosco, ubicado más o menos a dos cuadras de la casa del tirano, le
teníamos tan chequeado. Por nuestra parte, debíamos movernos con mucho sigilo, porque el lugar
era un serpentario. Teníamos un poco más lejos, al Alto Mando militar de Stroessner, la
Habíamos preparado todo el equipo. Nos alistábamos a la ejecución del dictador. Antes de
salir de la casa, revisamos el plan. Recordamos a los más cercanos y las causas de nuestra lucha
armada.
A las 10:10 am, Oswaldo manda la señal. El cerdo sale en su Mercedes sedan blanco, de
placa 177561, por la avenida Generalísimo Franco. Por cierto, otro hijo de la gran puta. Le
conducía Cesar Gallardo, un fiel escolta. Nosotros tres esperamos en la camioneta. Después
– ¡Vamos carajo! Le toma unos minutos llegar aquí. Solo son siete cuadras.
La luz cambia a verde. Pasan cuatro autos, el Gordo acelera. Atraviesa la camioneta frente a
una Combi Volkswagen. Detrás viene el Mercedes. Este frena con un aullido. Salimos al paso
desde varios frentes. Lo bloqueamos. Son las 10:30 am. Santiago brinca por el lado izquierdo. El
Gordo, por el lado derecho. Yo estoy apostado en la casa de Julio Iglesias. El Mercedes me queda
enfrente. El auto no es blindado. Eso lo supimos después. Por esa razón llevamos el RPG. Aún
recuerdo la cara de espanto del conductor. Y es al primero que le disparo. Yo tengo un fusil M16.
Empiezo a cubrir a Santiago, quien está a mis espaldas. Debe accionar el proyectil, y tan solo
escucho un clic. Volteo y lo veo colocando otro. El primero falla. Disparo sin parar. Se me van
las 30 municiones del cargador. Santiago corre a mi izquierda, a la casa. Acciona el RPG, y es un
rayo que va hacia el auto. Estalla. Estalla en pedazos. El Gordo mantiene a raya a los escoltas del
Ford Falcon rojo que siempre cuidan al dictador. Estos se encuentran detrás del muro de la casa
de enfrente. Con la explosión, la escolta no dispara más. Todos huimos. Salimos tal cual lo
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habíamos planificado. El auto del tirano arde. El conductor quedó a muchos metros de allí. Hay
dos masas destrozadas en el asiento de atrás. Mientras nos alejamos los cuatro, oímos las sirenas
llorar histéricas. Nuestra camioneta azul se detiene a los pocos metros. No funciona bien, se
apaga. No enciende. Así que aun con las capuchas puestas tenemos que secuestrar un Mitsubishi
Lancer que nos sacara de allí. Nos fuimos repartiendo de acuerdo a lo convenido.
353
Capítulo VIII
EL DESTINO INCLEMENTE
354
yo no lo puedo aceptar,
Cordillera en Santiago. Regresa de una intensa sesión en el gimnasio. Está algo más canoso,
especialmente en las sienes. Suena una llamada telefónica, y detiene el auto, tal como hizo en
2010. Es Piñera. Le propone que se encuentren en un almuerzo, pues le tiene un trabajo, uno que
le llevará a acompañarlo por segunda vez, a la Presidencia de Chile. Oscar acepta ir. Y tal como
algunos momentos difíciles del asunto de Yaffit. Se ve abordando en Tocumen. Sigue sintiéndose
desgraciado, engañado. Ingresa al avión. Se acomoda, y sin demoras pide un trago de whisky. Se
El avión aterriza sin contratiempos en Pudahuel. Sigue muy contrariado por lo de Alexis
Beltrán Rodríguez, pero mucho más, por la traición de su hija. Abre la puerta del apartamento.
Trae consigo una maleta y su computadora. Las tira sobre la cama. Todo parece estar en orden.
Lo primero que hará mañana, será cambiar las cerraduras. No quiere dejar asuntos de seguridad
pendientes. Otra medida será la modificación de todas las contraseñas de sus aparatos y sus
cuentas electrónicas. Se toma una ducha. Cuando levanta la toalla que está doblada, encuentra un
CD y una nota. Reconoce la letra de Yaffit, e intuye de qué se trata. No la lee, y el CD lo tira a la
– Oscar, no sé cómo explicarte que todo, créeme, todo, lo hice por mi padre, a quien admiro
profundamente. Nunca estuvo pensado que encontraría a la persona maravillosa que eres tú. Esa
parte de este enredo no fue planeada por nadie. Se trataba de salvar a mi papá de un problema
enorme, sabes que la derecha lo expondría internacionalmente, y eso no es lo justo. ¿Que hubo
engaños? Sí, y muchos. Pero, en medio de esa cortina de falsedades, lo único que siempre brilló
desde que te vi en Viña, fue mi amor por ti. Ojalá leas estas palabras, y alguna vez nos podamos
encontrar para decírtelas en persona. Te pido perdón. Perdón. Perdón. No lo he solicitado a nadie
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en toda mi vida, y esta vez, lo hago con mucha humildad. Créeme, por favor. Te seguiré amando,
aunque me odies. Seré tuya mientras los recuerdos vivan en mi corazón. Tu Yaffit.
PD. La canción de Rubén y Ana dice algo de nuestro desencuentro: Tu mejor amiga. Al
final toca la percusión, gente de la Banda de El Hogar, a quienes conozco. Te amo. La otra es una
France Presse ha contactado a su tutor y éste, a la familia Fortunatti. Gracias a las redes sociales,
finalmente dan con ella en Managua. La oferta es clara, un cargo inicial en el equipo
para lo cual cuenta con dos meses. Le tienen varios temas para investigar, pero recuerda uno en
periodo 1960-1990. Acepta de manera inmediata. Al terminar la llamada, salta, canta y decide
más, logra llevársela también en digital. Ya tiene la estructura de su trabajo doctoral, y las
Plata.
Su partida debe ocurrir en breve. Ya cuenta con información económica y financiera que le
permite sustentar que Somoza y sus allegados movilizaron suficientes recursos para una
contraofensiva militar, que estaba en ejecución un plan para asentarse de manera firme con
inversiones agrícolas en Paraguay, y que una conveniente alianza política con el gobierno
argentino para el respaldo que necesitará, una vez retome el poder en Nicaragua, está andando.
Los siguientes cuatro días los dedicará a organizar todo. Un gerente de banco, a quien parece
agradarle, ofrece darle copias de documentos que heredó, en los cuales queda claro que el
dictador movilizó cerca de 500 millones de dólares a través del Whitney Bank of Miami; e igual
suma en el Healed Bank y en el Miami Bank. Que además realizó transferencias importantes
desde las Bahamas al Banco Ambrosiano en los días previos a su derrocamiento y durante su
peregrinar posterior. Que existían nexos muy cercanos con militares hondureños. Que la CIA
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había solicitado a Noriega en Panamá, el sabotaje a los puertos nicaragüenses empleando fuerzas
panameñas.
Busca y encuentra el teléfono del escritor Ramírez. Lo llama para despedirse. Él, muy
agradecido por las muestras de gratitud que reiteradas veces le repite la argentina, se ruboriza
algo, y con cortas y precisas palabras, también se despide. Por no encontrar el teléfono de
Cardenal, le pide que le agradezca también en su nombre, le dice que no olvidará a Nicaragua, no
solo por el asunto de la tesis, sino porque deja parte de su corazón en esta parte del istmo
centroamericano, en su gente, en los que viven en ella, y porque aquí aprendió algunas lecciones
asaltan dos fuerzas, la de quedarse para siempre en estas cálidas tierras, y la de alejarse de una
vez, y retomar su vida en La Plata, o donde sea, lejos de la historia de guerra, sufrimiento y
liberación. En la medida en que arregla su equipaje, clasifica los libros y el material de la tesis, se
le aparecen en sus pensamientos, su novio Vittorio y su amiga, Nora Zimmerman, de la cual sabe
que ya es madre de una hermosa niña. Aún no sabe qué ocurrirá cuando lo vea, pero intuye que
seguirá sola su camino. Lleva mucho dentro de sí, suficiente para cargar consigo misma, sin él y
sin Alexis. Se mira en el espejo y reconoce que la Andrea que vuelve a La Plata, es otra. Con una
visión del mundo que incluye otras latitudes, otras personas. Siente a Vittorio, como un ancla en
su futuro. Será duro explicarle que seguirá su propio camino. No se siente culpable, porque no los
hay.
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Alexis sabe que también se acerca el final de su historia de amor. Escoge una despedida
icónica frente al lago donde se conocieron en los primeros días. Le toma la mano, y la elocuencia
está en los sonidos de las aves que les rodean, en el zumbido del tránsito, en el rumor de la
ciudad. No hay mucho que decir. Andrea ahoga unas lágrimas. Prometió no llorar, pero no se
puede resistir, aunque lo hace en silencio. Sabe que el hombre que deja, es un lobo solitario, que
además, está extraviado, perdido. Incluso, lo siente morir. Intuye que ella lo olvidará pronto, pero
no ocurrirá igual en él. Y eso le causa pesar. No le gusta generar dolores a nadie, y lo hará. No es
mucho lo que pueda decir o hacer, sino partir, como siempre estuvo claro.
– Andrea, hoy entiendo a los zulúes más que nunca. Lo comprendo todo. Hoy es el día en
que murió la luna– ella muy extrañada no entiende nada. Sabe que Alexis habla en parábolas
cuando está sentido, y seguramente esa frase está referida a alguna batalla. Y es lo que ocurre
ahora. No pregunta más. Le tocará averiguarlo. Así son las tareas de los periodistas, difíciles. Le
– Alexis Bethel– y le toma la otra mano. Lo mira a los ojos, y ve que está muy triste.
– ¿Dónde está la tumba de Shaka? ¿Dónde la de Hugo?– Solo hay silencio. Él le retira
Sentada en el pasillo de ventana, el avión recorre la pista en dirección sur. Los vientos
tropicales darán paso a otros australes, y en horas estará en Ezeiza. Lleva en su piel la sensación
de haber perdido su brillo, algo, o a alguien. Sin embargo, piensa en su tesis y una sonrisa
inevitable le pinta un rostro de alegría, un esbozo de una meta cumplida. Se despide del Lago de
Nicaragua, que desde lo alto lo ve oscuro, tanto como los misterios que no pudo resolver de las
Alexis reflexiona. Han pasado cinco años desde que se encontrara con el chileno Klinsman,
el día de su partida. Eso ocurrió en septiembre de 2010, año en que abandonó Panamá y se
refugió en Managua. Lo respeta, el chico llegó lejos. Llegó a preocuparlo seriamente. Lamenta el
dolor que le causó el asunto a Yaffit. Nunca pensó que se fuera a enamorar de Klinsman. Valora
que su hija lo haya escogido a él, y no al “amor de su vida”, como le confesó. Pero, siempre ha
sido un ingrato que se pasea por el mundo arrastrando los sentimientos de sus familiares más
No ha transcurrido tanto tiempo, pero siente que entre ese día y ahora, hay un agujero, un
vacío negro. Días que pasaron sin dejar huellas. Se siente solo, abandonado. En Managua no haya
destino. Las pocas veces que se acerca a los sitios donde celebró algo con los “muchachos” de la
revolución, tan solo encuentra fantasmas, recuerdos que lo atormentan. Por primera vez en
muchos años, no le entusiasma la lectura de sus héroes sociales. El mundo parece olvidar las
razones de la guerra, los muertos, la causa digna. Nicaragua está diferente. Ortega encarna un
gobierno en torno a su figura, y realiza los cambios que le permiten a él y a su grupo, continuar
cómodamente en el poder. Alexis no está de acuerdo con lo que ve en las calles. La pobreza
continúa. La gente se queja de la complicidad del ejército, de la policía, esa mezcla extraña en
Casi ni abre sus textos orientales. Las pocas veces que lo hace, busca en ellos consuelos
para moribundos, porque así se siente. Un muerto que camina aun. La partida repentina de
Andrea terminó de desplomarlo. Sabe que nunca verá la publicación de la muerte del dictador, la
Entre los pocos libros que ha cargado consigo se encuentra el regalo del Comandante
Santiago, El libro tibetano de los muertos. Un tesoro que no deja en ningún lado. A través de ese
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y otros, aprendió que puede renacer, que su vida no es un desperdicio. Que puede buscar la
perfección del alma, la iluminación. También aprendió que se puede preparar para otra vida,
según el budismo del Tibet, y quiere alcanzar esa iluminación al morir. Considera el libro un
legado, no solo por lo valioso, sino en el mismo sentido que dan los tibetanos a los tesoros, que es
que creía su amigo. Lee las instrucciones que alguien debería recitarle al oído tras su muerte, pero
sabe que nadie en Managua lo hará. Lo hace él mismo. Aunque no comprende todos los alcances
y detalles de tales directrices, sabe que debe escapar de las proyecciones que le impedirán
alcanzar el nirvana. Las proyecciones, es decir, sus proyecciones, no son más que sus criaturas
generadas por su propia mente kármica. Y a esas, les teme, porque son deidades violentas. Lo
interpreta como sus propios pecados en la Tierra. Y sabe que tiene muchos. El libro es su apoyo
en momentos difíciles. Aprovecha para leerlo, aun haciendo filas o viajando en un auto. O
simplemente en un parque.
Desde la cama ve el blanco cielo del cielorraso de su habitación. En esa pantalla ve avanzar
su vida. O retroceder, como la noche aquella. Se prepara un baño con agua fría. Se quiere sacudir
la modorra, la tristeza, aunque sea bebiendo algo de ron y escuchando boleros. Toma un taxi que
lo conduce al restaurante de Don Cándido. Entra silencioso. Se coloca a un lado de los músicos.
Abre su libro mientras ellos empiezan a calentar su presentación. Busca como un periscopio a los
amigos. Va de mesa en mesa, y no encuentra a nadie conocido. En una mesa distante resalta una
joven esbelta, blanca de cabellera suelta, libre, que conversa con el escritor Sergio Ramírez. Se
admira de la juventud que irradia la chica, de sus ademanes tan resueltos. En un instante le ve el
rostro, le agrada. Un calambre extraño le recorrió la espalda. Una electricidad que hacía mucho
– ¿Qué tal? Sentate pues. Andás callado. Contáme, ¿cómo estás? – el escritor le estira una
obliga a desenterrar lo acontecido en la guerra. Por algunos meses, está a su lado mostrando
detalles, datos de la historia, su lado humano, como lo expone en Estelí, donde casi de manera
dramática, encarna las luchas de los nicas, de los “muchachos”. Y aunque sabe desde el primer
momento en que todo acabará, nunca espera que sea tan difícil. Pero, lo es. La energía de esos
meses es un premio de lotería que llegó sin aviso alguno. Se encandiló. Hoy vuelve a la
oscuridad, a las sesiones aburridas de boleros donde Don Cándido, quizás a la espera de alguno
como él. Hace unos días, mientras caminaba hacia la UCA, creyó reconocer en un mendigo, al
Comandante Cachito. Un hombre aguerrido, obrero en una empresa pesquera, un nica que como
tantos que abandonó todo para ir a los montes a luchar. Se llenó, o le llenaron, la cabeza de
ilusiones, de un mundo nuevo, justo, solidario, digno. Él fue un convencido de que el sueño era
posible. Fue en el Frente Sur donde le conoció. Pero, un evento inolvidable, traumático, lo
hermanó a ese hombre bajito. Pasados apenas unos días desde la victoria, custodiaban una
escuela. No sabían que allí habían escondido los somocistas, unas armas. Fue una noche de
disparos y balas, gritos e insultos. Los contras buscaban sus fusiles. Alexis y Cachito tenían la
mirada de hombres dispuestos a morir por una causa, por un nuevo país. Se defendieron por horas
– ¿Y por qué una escuela? – se preguntaron agotados después de ser auxiliados, hasta que
horas después sacaron dos cajas de fusiles y pertrechos que estaban escondidas.
El mendigo con la mirada perdida ni nota su presencia. Cachito deambula buscando algo
valioso en los basureros. Siempre encuentra algún objeto, o algún trozo de alimento.
Cierra los ojos, los aprieta, y continúa su camino. Va cabizbajo. Derrotado. Esa noche
Alexis no duerme. Se le llena la cabeza de preguntas sin respuestas. Inspira con intensidad y
luego, muy, muy pausadamente expele al aire. Aun así, no encuentra paz.
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Alexis Bethel alias CAB se está muriendo. Está muy delgado. No retiene alimentos. Su
cáncer volvió de forma despiadada. Él lo sabe, como también sabe que el atentado a Somoza
contaba con el respaldo de Tomás Borge del FSLN. Y que había designado a Cerna como
contacto operativo. Pero, esto no se lo diría a Andrea porque en el fondo, ha entregado todo a las
causas que ha albergado en su interior, a los amores frustrados. Se siente algo egoísta. No quiere
entregar más nada. O quizás sí, a cambio de algo. ¿Amor? ¿Compasión? Ojalá Andrea intuya que
él aún sabe mucho, y viniese en su búsqueda otra vez. Sabe dónde encontrarlo. Managua es
pequeña, y no regresará más a Panamá. Ella lo sabe. Ojalá lo busque, lo encuentre, lo bese y le
pregunte todo aquello que él aún le puede brindar. Así le dirá que se llama Alex Beltrán
Rodríguez. También sabrá que las razones del Comandante Ramón para el ajusticiamiento de
Somoza, como lo de Honduras, eran válidas, como también la mezcla de odio, rencor y sed de
justicia que reinaba en muchos de los combatientes de la Revolución. Así como todos los secretos
del tráfico de drogas en Panamá apoyados por Noriega, para la compra y venta de armas. Se
guarda para sí, que el atentado en sus inicios estaba dirigido al “Chigüín”, el hijo del dictador,
con lo cual le causarían una herida muy profunda al Tachito, porque el pueblo sufrió décadas de
la mano de ese clan. Pero esa opción fue rechazada por encontrarse en suelo norteamericano,
cual dejó como legado a los chicos del FER29 en Panamá. Pero recuerda muy bien los nombres
de los chilenos del GAP en La Moneda, los compañeros del FPMR, los del Frente Sur, los del
ERP, a algunos caciques Miskitos y tantos otros que conoció durante su vida. Nunca le contó
diría de la red de comunicaciones entre grupos combatientes de América Latina, como las FARC,
el M19, el ELN de Colombia, el MRTA de Perú, incluso de grupos como la ETA del país vasco,
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o el IRA de Irlanda. Sabe que gracias a esas redes, y a la colaboración espectacular de su hija
Yaffit, y los cubanos, el investigador Klinsman no supo dar con él, ni con información clave en la
demanda de la viuda de Pinochet. Y esa pequeña victoria la llevará en su pecho hasta que muera.
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Contenido
EL ATENTADO .............................................................................................................................. 4
EL INVESTIGADOR .................................................................................................................... 52