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El Holocausto del Palacio de Justicia: la constitución de la masacre del Palacio de Justicia de

Colombia (1985) como un objeto de interés público bajo la denominación de “Holocausto”

Sigifredo Leal y Gaby Andrea Gómez

El 6 de noviembre de 1985 un comando del M-19 tomó por asalto las instalaciones del Palacio de
Justicia, sede de los más altos Tribunales del país, exigiendo la publicación de documentos oficiales y
la presencia del Presidente de la República para someterlo a un juicio público. Sin embargo, el
gobierno reaccionó desplegando un operativo de retoma del Palacio en el que se emplearon tanques
blindados con los que se disparó contra el edificio y posteriormente se ingresó a él. Durante el
operativo se produjo un incendio que consumió el edificio. En total se calcula que la toma y retoma del
Palacio dieron lugar a la muerte de 94 de las personas que se encontraban en su interior (CIDH: 1993),
y que hubo 244 sobrevivientes (Carrigan, 2009: 347). Según varios testimonios y videos de los hechos,
fueron sacadas con vida 11 personas que al parecer fueron desaparecidas por las fuerzas armadas.
Nuestro propósito es indagar sobre los procesos a través de los cuales se ha avanzado, desde
noviembre de 1985, en la construcción de una manera de pensar la masacre del Palacio de Justicia
mediante su vinculación con la figura del holocausto, que ha dado lugar también a la aplicación de la
denominación “sobreviviente del Holocausto” para referirse a quienes sobrevivieron a la toma y las
acciones militares desplegadas para enfrentarla. Queremos indagar sobre el modo en el que se han
articulado, en esos procesos de producción de sentido, distintos sectores a veces contrapuestos de la
sociedad colombiana como las organizaciones políticas, los medios comunicación, las instituciones
académicas, las ramas del poder público, y las organizaciones de la sociedad civil ligadas a la
promoción y defensa de los derechos humanos. Así, al analizar los procesos y agentes vinculados a la
producción e instauración de interpretaciones sobre el carácter de esa masacre y su instalación como
objeto de interés público bajo la denominación de “El Holocausto del Palacio de Justicia”, pretendemos
contribuir al cumplimiento de uno de los propósitos centrales de Ensamblado en Colombia: el de
investigar acerca de “la producción de conocimiento sobre cosas y asuntos de interés público en
Colombia y sobre quiénes y cómo producen ese conocimiento”.

El objeto de estudio
Si bien el establecimiento de interpretaciones hegemónicas a propósito de los hechos y las
responsabilidades de los actores directamente involucrados es un campo de disputa por el sentido
histórico-político que continúa abierto, la valoración del acontecimiento como uno de los más graves
de la historia moderna del país parece haber alcanzado la estabilidad de un topo del discurso con el que
se narra y se piensa el pasado reciente de Colombia. En ese contexto, con el paso del tiempo se ha ido
consolidando otro topo: el de la masacre a la que dieron lugar los acontecimientos desarrollados en el
Palacio de Justicia los días 6 y 7 de noviembre de 1985 como un holocausto o, lo que es lo mismo en el
contexto, un sacrificio colectivo. Nuestra indagación se orienta por un lado a relevar las tramas de
sentido en las cuales se ha construido ese segundo topo, y por otro a dar cuenta de la presencia, en las
representaciones retóricas y pictóricas de esa masacre que circulan en distintos ámbitos, de un gran
número de topoi característicos de lo que Burucúa y Kwiatkowski (2009B: 2) denominan una fórmula
representacional: “un juego de dispositivos culturales que han sido modelados históricamente y son, al
mismo tiempo, relativamente estables”, frecuentemente usados en Occidente para representar la
masacre.
En ese terreno, queremos ubicar nuestro trabajo como tributario de una empresa más amplia: la
propuesta por Burucúa (2007: 9) desde el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad
Nacional de General San Martín, Argentina, de abordar el análisis de las representaciones antiguas y
modernas de la masacre con el propósito de comprender mejor tanto lo que tienen en común unas y
otras masacres, como las particularidades de aquellas que han sido perpetradas en nuestros tiempos.
Así, tomando en consideración la serie de topoi1 considerada por Burucúa y Kwiatkowsky (2009A,
2009B) a partir de su análisis de las fórmulas representacionales con las que ha sido abordada la
masacre en distintos momentos de la historia occidental, desarrollaremos nuestro análisis de las
representaciones muchas veces contrapuestas que, desde noviembre de 1985, se han elaborado a
propósito de la masacre de nuestro interés bajo la denominación aparentemente unívoca del Holocausto
del Palacio de Justicia.
La definición del corpus que analizaremos es una tarea que aún tenemos pendiente. En principio
consideramos recurrir a testimonios de sobrevivientes y testigos, declaraciones de personajes que por el
lugar que ocupan en la vida política y cultural del país puedan ser considerados agentes del proceso de
instauración de representaciones sobre los acontecimientos, documentos producidos en el marco de los
procesos judiciales, y documentos periodísticos relacionados con la masacre y sus consecuencias
políticas y judiciales.
Como ya hemos señalado, nos interesa dar cuenta del empleo de una fórmula representacional
específica en la elaboración de representaciones retóricas y pictóricas de la masacre del Palacio de
Justicia, así como de las tramas locales de sentido de las que deriva la utilidad representacional de los
topoi que comprende. Sabiéndonos ciudadanos de un país en el que la masacre ha sido una práctica
social frecuente y naturalizada desde inicios del siglo XX, analizaremos los modos en los que la
masacre del Palacio de Justicia ha sido profusamente representada retórica y pictóricamente, y la
situaremos en el contexto de la amplia tradición representacional con la que demostraremos que se
encuentra emparentada. Hemos elegido, en ese contexto, una masacre que ha atraído la atención
nacional de una manera atípica, tanto si se considera el tratamiento de bagatela que con contadas
excepciones ha recibido el resto de las masacres ocurridas en Colombia en los últimos 110 años, como
si se atiende al hecho de que no ha pasado a la historia bajo la denominación de “masacre”, sino bajo la
de “holocausto”.
En ese marco de propósitos, no es nuestro principal interés reflexionar sobre la pertinencia de la
figura del holocausto para caracterizar los acontecimientos del Palacio de Justicia, una discusión sin
duda legítima y necesaria en el terreno de académico y político de la reflexión sobre la masacre como
práctica social y sus implicaciones. Si bien no descartamos abordarla en un momento posterior de la
investigación, por ahora pretendemos guardar una cauta distancia de esa reflexión, que supondría
preguntarse por el grado hasta el cual pueden resultar comparables históricamente esa masacre
particular y el genocidio implementado por el regímen nazi y sus aliados en las décadas de 1930 y
1940, conocido como “el Holocausto” a partir de la década de 1950. Existen dos razones
fundamentales por las cuales en esta etapa inicial no abordaremos esa tarea, que ha sido encarada en
otros contextos por autores como Katz (2001) y Feierstein (2008). La primera es que no tenemos
claridad sobre en qué medida la figura del holocausto ha sido incorporada en el análisis histórico sobre
los sucesos que nos ocupan, lo cual reclama una indagación particular. La segunda es que el objeto
inicial de nuestro interés no son las representaciones construidas a través de la actividad académica
formalizada, sino aquellas que circulan ampliamente en la sociedad y que han sido construidas de
hecho desde diversas instituciones -incluidas probablemente las académicas-, a partir de los testimonios
de tres tipos de actores: los sobrevivientes, testigos y perpetradores.
En relación con la primera categoría de actores asumimos que la delimitación es clara tanto al nivel
analítico de nuestro trabajo como al de la opinión pública. Al hablar de sobrevivientes (ocasionalmente
denominados “sobrevivientes del Holocausto”), se habla de las personas que, no habiendo formado

1 Sobre éstos volveremos al final de esta ponencia.


parte del M-19 o las Fuerzas Armadas, salieron con vida de las operaciones de toma y retoma del
Palacio de Justicia. Las otras dos categorías resultan más problemáticas por distintas razones.
En cuanto a los testigos, el contexto histórico y social de los acontecimientos determina que la
categoría de testigos de la masacre, que tradicionalmente ha cobijado a grupos reducidos, englobe a un
grupo social sumamente amplio, empíricamente inabarcable, conformado por los sobrevivientes,
perpetradores y espectadores directos e indirectos de la toma y retoma del Palacio, y con ellas de la
masacre. Éstas, que fueron perpetradas en la principal plaza pública de Colombia en presencia de
políticos, miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, periodistas y transeúntes, fueron también
transmitidas por los medios de comunicación nacionales e internacionales, merced a cuya mediación la
mayoría de los ciudadanos colombianos y los espectadores de otros países nos convertimos en testigos
indirectos.2
En relación con el análisis de los testimonios tomamos en consideración la advertencia de Burucúa y
Kwiatkowski (2009B) con respecto al trabajo con testimonios de actores políticos enfrentados:

“el papel del testigo no está reservado para los sujetos externos al fenómeno [de la masacre];
también puede ser desempeñado por las víctimas, los sobrevivientes e incluso por los mismos
perpetradores. En todas esas instancias, el grado de involucramiento reclama la consideración de
dos aspectos de parte del historiador: en primer lugar, la fuerte subjetividad (emociones,
pretensiones políticas y marcos ideológicos) de los actores; en segundo lugar el aspecto
diacrónico de los actos de testimonio, es decir las diferencias entre los que tienen lugar in media
res, durante la masacre, y aquellos que se den a posteriori, después del hecho, por ejemplo en el
contexto de los procesos judiciales o discursos apologéticos [nuestra traducción]”.

La categoría “perpetradores”, que remite a los autores directos de la matanza, es la más problemática de
todas, y al mismo tiempo la más interesante dadas las intensas disputas por el sentido que se han
articulado al rededor de ella prácticamente desde el momento en el que se estaban desarrollando los
acontecimientos. Desde entonces, actores pertenecientes a los distintos sectores involucrados en el
conflicto social y armado colombiano han agrupado bajo esa categoría, según sus respectivas
perspectivas políticas, a los miembros de uno u otro de los bandos que se enfrentaron el 6 y 7 de
noviembre de 1985 en el Palacio de Justicia. Ese elemento, que ha emergido vigorosamente como un
asunto de interés público con la reapertura en 2005 de la causa judicial orientada a juzgar a los
responsables de las 11 desapariciones forzadas de personas que fueron sacadas con vida del edificio,
parece constituir la contracara de la aparente unidad de sentido que convoca la denominación
“Holocausto del Palacio de Justicia”. Es importante tomar en consideración, en ese contexto, que entre
los testimonios de los actores que frecuentemente son señalados desde distintos sectores de la sociedad
como perpetradores de la masacre sólo podemos contar con los de los miembros de las fuerzas de
seguridad del Estado, debido a que los guerrilleros que no murieron en combate fueron desaparecidos
por personal del Ejército horas después de haber sido conducidos con vida a la Casa del Florero.
Nuestra indagación entonces, tiene por objeto las múltiples maneras en las que esa masacre ha sido
representada -y en esa medida comprendida- bajo el topo del holocausto por sus testigos directos e
indirectos durante estos veinticinco años. En esa medida, el objeto de nuestro interés se encuentra
acotado a los sentidos que han sido puestos juego en las múltiples alegorías a través de las cuales se ha
establecido una denominación predominante de un hecho que, en lugar de ser referido como “el
Holocausto del Palacio de Justicia”, podría haber sido construido en tanto objeto de interés público bajo
otras denominaciones que también ha recibido, como “la Masacre de la Plaza de Bolívar” o “la Toma
del Palacio de Justicia”, entre otras.

2 Esa caracterización aplica, incluso, para uno de los investigadores, quien a pesar de que en la época tenía apenas cinco
años cumplidos recuerda haber visto el cubrimiento de la retoma en los noticieros de la noche.
La figura del holocausto como topo de la representación de la masacre del Palacio de Justicia, y la
categoría de “perpetrador” como terreno de las disputas por el sentido del topo

Al iniciar nuestro trabajo consideramos la hipótesis de que la consolidación de la denominación


“Holocausto del Palacio de Justicia” para referirse a los acontecimientos de noviembre de 1985, era un
fenómeno reciente. Suponíamos que se relacionaba con su re-instalación como asunto de interés
público, tras la reactivación en 2005 de los procesos judiciales orientados a juzgar por crímenes de lesa
humanidad a los presuntos responsables de la desaparición de las 11 personas que fueron sacadas con
vida del edificio, y en cuyo contexto fue proferida en primera instancia la condena contra el coronel
Plazas Vega a 30 años de cárcel por el delito de desaparición forzada agravada.
Entonces, considerábamos la posibilidad de que la instalación de la figura del holocausto para
representar esos acontecimientos estuviera relacionada con el espacio político y discursivo instalado
por la integración creciente de los sistemas de protección de derechos humanos tanto a nivel
hemisférico como global, de los cuales el juzgamiento de los responsables del Holocausto Nazi en
Nüremberg (1945) constituye el hecho fundacional. Se trataba de lo que podríamos llamar “un juego de
hipótesis pragmatistas”. A través ellas relacionábamos genéticamente la analogía “acontecimientos del
Palacio de Justicia / Holocausto como arquetipo de masacre implementada desde el Estado”, con la
lucha de los familiares de las víctimas para lograr la imposición de acciones de reparación al Estado
Colombiano por su responsabilidad en los hechos.
Sin embargo, con el desarrollo de nuestras exploraciones iniciales nos vimos enfrentados a una
realidad que hizo descartar prontamente esas hipótesis, o al menos su dimensión genética. En primer
lugar, la evidencia documental muestra que el empleo de la figura del holocausto para denominar los
acontecimientos del Palacio de Justicia no es nuevo, sino que por el contrario data de los días
inmediatamente posteriores a la finalización de las operaciones militares a las que dio lugar la toma,
cuando apareció en las declaraciones de personajes prominentes de la vida política nacional que se
manifestaron en contra de la política aplicada por el gobierno:

“Antonio Navarro Wölf [sic], dijo [el 8 de noviembre de 1985] en Madrid a la agencia noticiosa
EFE que […] 'Nuestra única petición era la publicación de documentos oficiales, mantenidos
ocultos por el Gobierno, los cuales contaban la verdad sobre la ruptura del proceso de paz; pero
el Presidente trató de tapar la sangre con sangre, de borrar la verdad con fuego. El presidente
Betancur [sic] y el Ejército colombiano han llenado de oprobio el nombre del país y han
provocado un holocausto propio de las peores dictaduras'” (Mantilla, 1986: 23)
“Se proclama igualmente por el gobierno el supuesto triunfo de la democracia y la ley, pero sin
ningún riesgo para el poder ejecutivo, el Parlamento, ni los partidos políticos. Por lo tanto esa
civilización que triunfó se levantó sobre el holocausto de quienes hacen posible precisamente
esa democracia y esa ley, como lo han sido, lo son y lo serán los magistrados, jueces y
empleados de la rama judicial”. [Comunicado de Asonal Judicial firmado por Jaime Pardo Leal
e Iván Motta, reproducido por Mantilla (1986: 77) sin indicar la fecha de su publicación.]
“Sólo dolor y espanto quedan después de haber conocido el infierno. Esa fue la sensación que
me invadió al recorrer la casa de la justicia colombiana, unas horas después de haberse
consumado el holocausto; pero hay una honda y profunda diferencia entre conocerlo muriendo
en sus llamas y haberlas sufrido y perecido en ellas”. [Carta de renuncia a la Comisión de Paz,
dirigida por Emilio Urrea Delgado al presidente Betancourt el 10 de noviembre de 1985
(Mantilla, 1986: 85).]

La denominación, inicialmente vinculada al repudio de las acciones del Estado al que algunos
señalaban como responsable de la masacre, aparece consagrado como denominación oficial en el
informe del tribunal espacial de instrucción al que le fue encomendada la investigación sobre los
hechos. Si bien en el decreto 3300 de 1985, por el cual se creó el tribunal y se dictaron normas para su
funcionamiento, no se emplea la figura del holocausto, sino que se habla de “la toma violenta del
Palacio de Justicia”, el informe del tribuna especial de instrucción, entregado el 31 de mayo de 1986 se
titula “INFORME SOBRE EL HOLOCAUSTO DEL PALACIO DE JUSTICIA (Noviembre 6 y 7 de
1985 )”. Aunque no tenemos claridad sobre si ese es el primer documento público oficial en el que se
emplea la figura del holocausto para referirse a los acontecimientos del Palacio de Justicia, o en él se
retoma una denominación que ya había sido apropiada públicamente por las instituciones estatales,
queremos llamar la atención sobre la resemantización de la que da cuenta su apropiación por parte de
las instituciones del Estado, habida cuenta del hecho de que el informe no responsabiliza al Estado por
la masacre.
Asistimos así a una manifestación temprana de la disputa por el sentido que parece haber atravesado
el empleo de la denominación “Holocausto del Palacio de Justicia” desde hace veinticinco años. Si bien
tanto en el Informe como en las declaraciones referidas la figura mantiene su sentido general de evento
catastrófico, en el informe se resemantiza el sustantivo, empleado tempranamente como sinónimo de
“masacre histórica” para referir la existencia de una responsabilidad subjetiva de parte del Estado, y se
lo emplea como sinónimo de “matanza derivada de la retoma del Palacio”, sin el propósito explícito de
atribuirle la responsabilidad a alguno de los actores de la confrontación.
Así, de las cuatro veces en la que se emplea el sustantivo en el resumen del Informe publicado en el
Diario Oficial el 17 de junio de 1986, una de ellas corresponde al título del documento, otra al subtítulo
de la sección en la que se intenta reconstruir el desarrollo de la retoma y el destino de los ocupantes del
Palacio, y las otras dos a los acontecimientos que produjeron la muerte o desaparición de las víctimas:

“Las víctimas de este holocausto fueron las siguientes: [sigue una lista de veintinueve nombres
organizados en las categorías ‘Magistrados de la Corte’ (9), ‘Magistrados Auxiliares’ (3), ‘Personal
de la Secretaría de los Magistrados’ (12), ‘Oficial de la Policía Nacional’ (1), ‘Suboficiales y
Agentes del DAS y F-2 (Servicio de Escolta de Magistrados)’ (3)]”

“d) Del número y comprobación de los cadáveres aparecidos en el cuarto piso, examinadas las
nóminas de Corte Suprema y Consejo de Estado, comprobado el número de evadidos, existe un
grupo de cadáveres que necesariamente corresponde a desaparecidos y es sensiblemente igual al de
esta lista que se presenta al principio de este capítulo.

”e) No ha sido denunciada otra desaparición por o durante estos sucesos con lo cual se acrecienta la
convicción de que los llamados desaparecidos perecieron en el holocausto.”

Esa presencia temprana de distintos sentidos construidos alrededor de la asociación entre la masacre y
la figura del holocausto resulta consistente con la ambigüedad que ha caracterizado el empleo de la
denominación en el periodo posterior a la reapertura de las causas judiciales en 2005. Actualmente la
denominación “Holocausto del Palacio de Justicia” resulta unívoca en cuanto a los acontecimientos a
los que se refiere, si bien no es empleada por todos los actores que participan de la discusión pública
que suscita, como es el caso de los que participan de los movimientos de apoyo a los militares
procesados por las desapariciones de noviembre de 1985. Sin embargo, al margen de su uso
convencional, entre quienes la emplean desde distintos sectores de la sociedad colombiana parece
remitir a interpretaciones con frecuencia contrapuestas sobre el carácter de la masacre y sus
responsables. Así, bajo la aparente unidad de la denominación circulan distintas representaciones de la
masacre, y con ellas distintos modos de comprensión y atribución de responsabilidades.
Nuestra opinión es que la instauración generalizada de la figura del holocausto para referirse a la
masacre del Palacio de Justicia se encuentra estrechamente relacionada con su carácter polisémico, 3 de
modo que en el contexto que nos ocupa remite silenciosamente a distintas interpretaciones sobre los
acontecimientos, mientras diferencia esa masacre de tantas otras ocurridas en el país en los últimos
veinticinco años.4
Su consolidación como figura a través de la cual se piensan los acontecimientos del Palacio de
Justicia parece depender, entonces, de su utilidad para dotar de sentido la masacre, para comprenderla
desde distintos sectores de la sociedad que incluso se ubican en trincheras enemigas del conflicto. Así,
según nuestras exploraciones, tras una sola figura se articulan múltiples interpretaciones confrontadas
sobre lo que sucedió en el Palacio el 6 y 7 de noviembre de 1985, de modo que la denominación de
“holocausto” nos enfrenta a un consenso meramente aparente, “un árbol que no deja ver el bosque”.
Consideramos que allí arraiga la sensación de desubicación que frecuentemente enfrentamos cuando,
en un país en el que las simpatías políticas se develan en el uso de expresiones como “Paramilitar” /
“Autodefensa”, o “Ajusticiado” / “Fusilado”, leemos las opiniones de quienes, por obra y gracia de la
denominación “Holocausto”, resultan difícilmente clasificables “a golpe de ojo”. Así, el uso de esa
denominación dificulta establecer de qué lado está un sujeto en el campo fragmentado de atribución de
las responsabilidades por la masacre que tuvo lugar entre el 6 y el 7 de noviembre de 1985 en el Palacio
de Justicia en particular, o por el conflicto armado colombiano en general.
En ese orden, si todos parecen coincidir en que allí tuvo lugar un holocausto independientemente del
sentido que tenga la figura en cada sector, la noción de perpetrador concentra como ninguna otra las
contradicciones de las interpretaciones que circulan sobre esos acontecimientos, superficialmente
veladas por la denominación común. Al mismo tiempo, ésta parece dar cuenta de una línea de quiebre
que atraviesa la sociedad colombiana más allá de la discusión sobre lo que sucedió en el Palacio de
Justicia: la de la atribución de las categorías de víctima y victimario a distintos sectores de una sociedad
marcada por la prolongada confrontación militar interna.

Dos nociones de holocausto para representar la masacre y el incendio del Palacio de Justicia

Entre los testimonios y declaraciones a los que hemos accedido hemos encontrado que la figura del
holocausto aparece vinculada a dos tramas de sentido claramente diferencibles: la tradición
judeocristiana a la que pertenece la figura del holocausto como sacrificio, y la tradición jurídica
relacionada con la tipificación de los crímenes de Estado en los juicios de Nüremberg, orientados al
procesamiento de los responsables de el Holocausto nazi. Nuestras exploraciones han comprendido
sobretodo relatos de sobrevivientes y testigos, y declaraciones de personajes ligados a la vida pública
nacional durante los meses posteriores al 6 y 7 de noviembre de 1985, y permiten dar cuenta de la
presencia de esas dos tramas de sentido y de su asociación con los sectores que señalaban como
principal responsable de la masacre a la guerrilla del M-19 y al gobierno, respectivamente.

La figura bíblica del holocausto


El concepto judeocristiano de holocausto aparece definido en el Antiguo Testamento como una
“ofrenda, [...] sacrificio por el pecado, [...] por la culpa, de las consagraciones y del sacrificio de paz” (
Levítico, 7: 37-38). En tanto ritual, las condiciones de su realización se encuentran claramente
pautadas, tanto en lo referente a la víctima sacrificial y los efectos de su inmolación (“macho sin
defecto lo ofrecerá; de su voluntad lo ofrecerá a la puerta del tabernáculo de reunión delante de Jehová.

3 Dicho de otro modo, con la variedad de tramas de sentido en las cuales ésta resulta pertinente para pensar
acontecimientos sociales sumamente traumáticos para los miembros de los grupos a cuyo interior se desarrollan.
4 Según el Grupo de Memoria Histórica de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (2008), entre 1982 y
2007 tuvieron lugar 2.505 masacres en Colombia, las cuales dejaron un total de 14.660 muertos.
Y pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, y será aceptado para expiación suya” 5), como en lo
relacionado con el lugar y la forma en el que debe ser realizado (“Cuídate de no ofrecer tus holocaustos
en cualquier lugar que vieres; sino que en el lugar que Jehová escogiere, [...] allí ofrecerás tus
holocaustos”6). Así, prescripciones sobre el procedimiento y sus ejecutores aparte, la figura bíblica del
holocausto se caracterizaría por la presencia de un macho perfecto ofrecido como víctima sacrificial en
un lugar consagrado, con el propósito de alcanzar un bien individual (el perdón) o colectivo (la paz).
Si bien algunos de esos elementos aparecen por separado en las declaraciones de diversos testigos y
personajes de la vida política nacional que se refieren al “sacrificio” de los magistrados, o justifican la
matanza en tanto precio del bien común (la defensa de las Instituciones), existe un texto en el que los
elementos característicos del holocausto bíblico aparecen notablemente articulados. A pesar de que
entre los textos que hemos explorado solamente ése presenta una articulación tan detallada -si bien,
dicho sea de paso, aparece la figura del holocausto pero no se emplea ese sustantivo-, la fuerza de la
representación que propone relaciona tan densamente la imaginación religiosa con la vida política y
una interpretación conservadora del conflicto armado colombiano que estamos interesados en rastrear
su presencia en otros documentos. Nos interesa, en ese terreno, explorar la posibilidad de avanzar en la
comprensión de las relaciones que se dan entre la imaginación política y la religiosa en los procesos de
comprensión de la realidad nacional, un tema que ha sido objeto de la atención de uno de nosotros en el
pasado (Leal: 2004) y fue analizado en profundidad por Taussig (1982) para el caso venezolano.
El texto en mención fue reproducido por Mantilla (1986: 120-124), quien afirma que apareció
publicado en un diario del país pero no cita la fuente ni la fecha, y se trata de una declaración firmada
bajo el seudónimo de “Vera, Huérfana Ufana”. Si bien resulta sensato dudar de la autenticidad de un
texto claramente apologético del accionar del poder Ejecutivo, publicado en medio de una gran
controversia nacional sobre lo acertado de la operación de retoma, merece nuestra consideración en
tanto representación de la masacre que refleja una lectura particular de los acontecimientos, habida
cuenta de que el objeto de nuestra reflexión no es la masacre en sí misma, sino su representación. He
acá algunos fragmentos:

“[Mi padre, a]sustadizo como era frente a los rudos, las ráfagas de metralla debieron henchir su
corazón ante la proximidad de la muerte inexorable en el altar de la patria. […]
”Habría querido estar allí, viéndolo enhiesto, sereno y firme, consciente de que iba a ser
sacrificado con otros [...], de una manera casi inadvertida, colocando así -sin quererlo, pero
disfrutando el momento feliz de otro servicio a la patria- un granito de arena en la defensa de lo
que fueran sus grandes valores, que desde niños le oíamos proclamar, él, que soñaba y vivía con
esos puros principios de justicia, rectitud, caballerosidad, pulcritud suma en todo. […]
”Casi diría que se deleitó al ver que su involuntario sacrificio y el de sus compañeros iba a ser
un precio que nuestra nacionalidad habría de pagar por el mantenimiento de los principios que le
eran tan caros. […]
”Para mi no sucumbió: nació para los suyos, para la Patria; mártir mudo, involuntario, pero
quizás gozoso de ofrendar lo único que podía brindar a la patria amada y a los suyos: la vida.
”En aquellas circunstancias alguien tenía que morir para vivificar algo más importante que las
personas inmoladas. Bienaventurados los que supieron entender el valor de su postrer instante.
[...]
”Hoy me siento, paradójicamente en mi dolor de huérfana ufana, rica en grandeza de haber
heredado de mi progenitor lo que sé que él vivió en su último trance: el valor de un sacrificio
que, aunque no buscado, fue útil para el bien común.”

5 Levítico, 1: 1.
6 Deuteronomio, 12: 13-14.
El holocausto como masacre perpetrada por las fuerzas del Estado
Como hemos dicho, la figura del holocausto como masacre perpetrada por las fuerzas del Estado
emergió tempranamente, en las declaraciones del entonces dirigente del M-19 Antonio Navarro Wolff y
los dirigentes del sindicato del Poder Judicial Iván Motta y Jaime Pardo Leal (posteriormente asesinado
durante lo que se conoce como “el genocidio de la UP”). En ese marco, el uso de la figura del
holocausto remite explícitamente al espacio de las tramas de representaciones asociadas al genocidio
nazi, la matanza fundacional de la tipificación de la masacre organizada por el Estado como delito a
nivel internacional. Esa acepción del sustantivo, a través de la cual se responsabiliza centralmente al
Estado por la masacre, parece ser la predominante en el contexto instalado en 2005 con la reapertura de
las causas judiciales por la desaparición de 11 personas sacadas con vida del Palacio.
En este momento inicial de la investigación consideramos la hipótesis de que ese predominio de la
asociación de la figura del holocausto con los crímenes de Estado se relaciona con el hecho de que, en
el discurso de las fuerzas militares y partidarios del general Plazas Vega, se hable de “los hechos del
Palacio de Justicia” o “la batalla de la Plaza de Bolívar”, pero no de “El Holocausto del Palacio de
Justicia”.

De ciertos topoi en las representaciones de la masacre del Palacio de Justicia, o de los vínculos
entre las representaciones de esa masacre y las de otras de la historia de Occidente

Como hemos señalado al inicio, nos interesa rastrear la presencia en nuestro objeto de estudio de varios
topoi que se encuentran recurrentemente en las fórmulas representacionales con las que ha sido
abordado el fenómeno de la masacre en las sociedades occidentales. Así, pretendemos seguirle la pista
a algunos topoi relevados por Burucúa y Kwiatkowski a partir de su análisis de las representaciones
retóricas y pictóricas de varias masacres antiguas y modernas: la cacería, el infierno, el martirio, la
presencia de actores considerados “justos” y bystanders7 (2009B),
intervención directa del aparato del estado y de sus agentes en la matanza colectiva, enormidad del mal
acontecido, engaño de las víctimas, ahogo u opresión del testimonio, ocultamiento del hecho, destrucción de
pruebas, carácter inexplicable de la ruptura producida en las cadenas de causas y efectos, discontinuidad en la
progresión del tiempo, pérdida abisal del significado de los hechos, sensación de la incapacidad insuperable del
lenguaje y de otros medios de representación para describir acontecimientos de semejante naturaleza (2009A),
y la conversión de las víctimas en un “otro radical”.
Si bien la extensión a la que se debe ajustar este texto no da lugar a la presentación detallada de las
maneras en las que dichos topoi se articulan en las representaciones elaboradas por los sobrevivientes y
testigos de la masacre del Palacio de Justicia, queremos enunciar acá su presencia. Son frecuentes, por
ejemplo, las referencias al infierno, el martirio, la representación del presidente Betancourt como un
bystander, la enormidad del mal acontecido, la destrucción de pruebas, el carácter inexplicable de la
ruptura producida en las cadenas de causas y efectos, la discontinuidad en la progresión del tiempo, la
pérdida abisal del significado de los hechos, la sensación de la incapacidad insuperable del lenguaje y
de otros medios de representación para describir los acontecimientos, y la otredad radical de al menos
un grupo de las víctimas: los guerrilleros sobrevivientes y sus supuestos colaboradores, valorados por
los militares como un otro irreconciliable y digno de la desaparición de la que fueron víctimas.
Ese trabajo de rastreo de los topoi con los que los sobrevivientes y testigos de esa masacre han
intentado representar y comprender el horror que supuso contemplar o habitar el infierno en la Plaza de
Bolívar, se nos presenta al mismo tiempo como un desafío emocionante y doloroso. No se trata de un
ejercicio de banalidad intelectual con el cual pretendamos mostrar la estirpe occidental de los

7 Aquellos que pudiendo haber emprendido acciones para salvar la vida de las víctimas se mantuvieron al margen.
colombianos, aunque sin duda resulta intelectualmente interesante la posibilidad de considerar los
vínculos existentes entre la amplia tradición occidental y las maneras en que ha sido pensada una de
nuestras masacres. Al ocuparnos de las representaciones de la masacre del Palacio de Justicia como un
holocausto queremos aproximarnos por la negativa a uno de los aspectos que quizá resulten más
característicos del espíritu nacional colombiano: la naturalización de la masacre, que en este caso por
una vez, entre más de 2.500, ha causado el estupor y el dolor que hace tiempo las demás dejaron de
provocar.

Referencias
Burucúa, José Emilio y Kwiatkowski, Nocolás. (A) “Masacres antiguas y masacres modernas:
Discursos, Imágenes, Representaciones”, en Pasados en Conflicto: representación, mito y memoria.
Prometeo, Buenos Aires, 2009.
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