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Pedro Nolasco, legendario ídolo de los carnavales caraqueños

por su encarnación del "Diablo", observa con nostalgia la


decadencia de esa fiesta en el presente. En otras épocas, con la
sola presencia de su traje y su látigo, dominaba las multitudes
haciendo valer el prestigio que había alcanzado después de
vencer a otro "Diablo" de la vecindad. Sin embargo, en una
oportunidad había terminado en la cárcel por haber lastimado la
espalda de un muchacho "de influencia". Desde entonces, había
decidido no disfrazarse más.

Ese día, Pedro Nolasco observa un hecho que lo indigna: la


multitud sigue fascinada la grotesca figura de un payaso de
gestos afeminados. No puede soportar tal ignominia y, al día
siguiente, sale con su antiguo disfraz. Al principio vuelve a captar
el interés de la gente y se siente feliz. De pronto, aparece el
payaso y, ante las dos figuras en pugna, la multitud vacila, pero
luego elige seguir la ridícula sombrilla del payaso que le asegura
una diversión fácil y vulgar.

El viejo "Diablo" comprende que su fama ha caducado e intenta


irse. El vencedor, enardecido, incita a la turba a que apedree al
derrotado. Pedro Nolasco inicia, entonces, su fuga final: una
piedra golpea su cabeza y lo derriba en medio de un basural.
Entre tanto, un angustioso silencio envuelve la sórdida escena.

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