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HISTORIA

El 24 de marzo, Isabel Perón fue detenida y trasladada al sur. Una Junta de Comandantes en Jefe se hizo cargo del
gobierno. Jorge Rafael Videla, integrante de esa Junta, fue nombrado presidente. Según la Junta, se iniciaba de esta
manera un “Proceso de Reorganización Nacional” que buscaría construir un orden nuevo.
Más allá de los planes políticos y las tensiones entre las distintas armas y sectores, la Junta Militar coincidía en que la
crisis económica era en parte la causa de la crisis política: atacando la primera, la segunda comenzaría a resolverse.
Videla designó entonces al frente de la economía nacional a José Martínez de Hoz; este nombramiento reflejaba el
predominio del sector “liberal” del Proceso sobre el “nacionalista”, que prefería una salida industrialista.
El diagnóstico de Martínez de Hoz indicaba que el problema central de la economía radicaba en la excesiva regulación
estatal. Desde 1930, el Estado había intervenido en la economía aplicando políticas proteccionistas, otorgando
subsidios y distribuyendo estímulos. Esto “distorsionaba” la vida económica, volviéndola ineficiente y anquilosada, y
al mismo tiempo generaba un Estado paquidérmico e inoperante, atrapado por las disputas entre los sectores que
competían por su protección y sus beneficios.
Dado ese diagnóstico, la solución parecía sencilla: reducir el volumen del aparato estatal, “abrir” la economía y dejar
que el mercado se encargara del resto. Este propósito quedó fijado en un lema de la publicidad de la época: “achicar el
Estado es agrandar la Nación”. Se suponía que, de ese modo, se reducirían aquellas áreas de la economía que no
fueran competitivas, y que solo podían funcionar gracias a la ayuda estatal, lo cual permitiría que aquellas otras con
potencial propio lideraran el proceso de crecimiento económico.
La batería de medidas que buscaba aplicar este modelo fue variada: reducción de aranceles proteccionistas,
disminución o eliminación de subsidios y privilegios fiscales, apertura financiera y eliminación de controles al
movimiento de capitales, reducción del personal estatal, cierre de diversas dependencias del Estado. De este modo el
Estado dejaba de ejercer una serie de controles e intervenciones puntuales para dar lugar a que las fuerzas del mercado
operaran libremente.
El principal sector afectado fue la pequeña y mediana industria, ya que la apertura de la economía implicaba la
competencia con productos importados frente a los cuales la industria nacional poco podía hacer. El cierre de fábricas
que producían bienes para el mercado interno fue el resultado más visible y su consecuencia directa el aumento de la
desocupación de trabajadores. Los principales beneficiarios de estas nuevas políticas fueron los sectores más
concentrados de la economía, que absorbieron a los que no podían competir sin el paraguas estatal. Entre estos
“ganadores” deben contarse los sectores orientados hacia la exportación –particularmente de materias primas e
hidrocarburos– y aquellos vinculados con el sistema financiero.
A mediados de 1977 el plan se completó con una reforma financiera que desregulaba la entrada y salida de capitales,
dejaba libradas las tasas de interés a la oferta y la demanda y flexibilizaba las condiciones para la creación de
entidades bancarias y financieras. La importancia que adquiría el mercado financiero seducía tanto a quienes tenían
grandes capitales como a pequeños ahorristas, que veían cómo en solo siete días las sumas depositadas se
multiplicaban. Esto a su vez generaba inflación y una progresiva pérdida del poder adquisitivo de los asalariados, en
tanto sus ingresos no se incrementaban en la misma medida. Complementariamente, creció la oferta de dinero, en un
contexto internacional en el que todos los países de la región se vieron inundados por la entrada de capitales
extranjeros. A diferencia de lo que ocurría en el pasado, estos capitales no ingresaban para invertir en el desarrollo
productivo, sino que se dedicaban principalmente a la especulación financiera. Este proceso terminaría produciendo el
endeudamiento generalizado a gran parte de las economías latinoamericanas; en el caso argentino, la deuda externa se
multiplicó por 5, pasando de menos de 10 mil millones de dólares en 1976 a más de 45 mil en 1983 1.
La economía poco a poco iba cambiando su centro: se estaba abandonando un modelo apoyado en la industria y las
exportaciones agropecuarias para pasar a uno que giraba en torno al sistema financiero. Esta euforia especulativa se
mantuvo por varios años, hasta que en 1981 las quiebras de bancos y entidades financieras y los enfrentamientos entre
los distintos sectores internos del Proceso, llevaron a la remoción de Martínez de Hoz. Para entonces, la economía
argentina ya había cambiado irreversiblemente.
El 30 de octubre de 1983 se llevaron a cabo las primeras elecciones generales luego de siete años de dictadura militar.
Alfonsín asumió la presidencia el 10 de diciembre de ese año en un contexto económico, social y político muy
1
Estos años suelen ser recordados como los de la “la plata dulce”: dado que los intereses que se pagaban eran tan altos, que a cualquier
ahorrista le convenía colocar su dinero en un banco a la espera de que, en pocos días, y sin hacer nada, su dinero se viera multiplicado. Desde
luego, esto desalentaba la inversión productiva.
complejo. Tras la instauración de la democracia en 1983, el interés de los actores fue la consolidación de las reglas del
juego democrático; pero superada esta fase política, la preocupación se centró en cómo estabilizar la economía. Ello se
debe a que Argentina entra en un período de hiperinflación durante la segunda parte de la presidencia de Alfonsín,
obligándolo a renunciar a la Presidencia seis meses antes de lo establecido en la Constitución. La victoria de Menem,
en 1989, supuso un cambio estructural en las prioridades de la agenda política: reducir la inflación, disminuir el
tamaño del Estado y reformar la constitución política.
A poco de asumir, Menem logró la aprobación de dos importantes leyes que habrían de inaugurar el desarrollo de su
política de gobierno. La primera de ellas fue la Ley de Emergencia Económica, que anulaba los subsidios y regímenes
de promoción económica sostenidos hasta entonces por el aparato estatal y autorizaba el despido de empleados
públicos. La segunda, la Ley de Reforma del Estado, que permitió la privatización de las empresas estatales y le dio
carta blanca al Poder Ejecutivo para decidir el modo de llevarlas a cabo. Para asegurarse la viabilidad de su proyecto y
con el fin de evitar cualquier fallo adverso en causas judiciales relacionadas con las reformas que pretendía llevar a
cabo, el presidente obtuvo del Congreso otro respaldo más: la ampliación de la Corte Suprema de Justicia; esto le
permitió contar con una mayoría automática que, desde su puesta en funciones, siempre actuó en favor del gobierno.
Estas primeras medidas lograron, además, cierto beneplácito en las instituciones internacionales de crédito,
acreedoras, a su vez, de la Argentina.

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