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ACTIVIDADES ENTRETENIDAS

Tanto los niños como los adultos consideran natural la disponibilidad de aquello que
nunca les faltó. Pasa como con el aire, no se toma conciencia de su importancia hasta
que no se puede respirar. Aunque muchas personas tienen necesidades básicas
insatisfechas, para otras las carencias bruscas se dan sólo cuando una catástrofe —como
una inundación, terremoto o incendio— destruye sus bienes o los hace inaccesibles —
como una falla del automóvil en lugar desierto, naufragio, descarrilamiento o aterrizaje
forzoso—. No se puede esperar que un niño de familia próspera, en particular uno de
corta edad, imagine por sí mismo situaciones no familiares como ésas, por lo que deben
presentarse simulaciones con los medios más realistas disponibles: cine (de dibujos
animados o de personajes de carne y hueso), historieta y relato.
Historieta Las necesidades vitales

Actividades

1. Teniendo la historieta a la vista el alumno debe identificar los números de los


cuadros dónde:
a. Aparece por primera vez la necesidad de agua, comida, refugio, cuidado
o atención personal, abrigo, descanso;
b. Se resuelven las necesidades de agua, comida, refugio, cuidado o atención
personal, abrigo, descanso;
c. Se satisface un deseo que no es una necesidad básica;
d. Se construye el primer utensilio, la primer arma, el primer útil, la primera
herramienta de carpintería;
e. Se dan técnicas;
f. Se pone en evidencia la necesidad de nuevos conocimientos;
g. Se recolectan alimentos;
h. Se da aplicación práctica al fuego.

2. Identificar, priorizando, las necesidades básicas que se ponen en evidencia. Elija


una secuencia de cuadros donde aparezca una necesidad y la manera de
satisfacerla, como por ejemplo 15-16-17-20. Toma nota de las mismas.

3. Reescriban la historieta: necesidad → medio para resolverla → satisfacción. Hay


muchas otras secuencias similares, elija la que le parezca más apropiada.
Podríamos soportar sin graves consecuencias la pérdida de buena parte de
los artefactos que nos rodean, probablemente de la mayoría de ellos. El problema es
identificar cuáles de esos artefactos son tan imprescindibles que no podríamos sobrevivir
—es decir, satisfacer nuestras necesidades básicas— sin ellos. La discusión de este
problema, ínextricablemente ligado con la identificación de las necesidades básicas,
requiere simular catástrofes, temas comunes en libros y en el cine.
Les propongo leer el siguiente fragmento y luego busquen libros o películas
relacionandas al tema, nombralas al finalizar la actividad:

Libro La isla misteriosa de Julio Verne

Aeróstato de los náufragos en La Isla Misteriosa.

Se transcriben a continuación dos fragmentos de la novela de Julio Verne La isla


misteriosa, donde se relatan las aventuras de cinco personas escapadas de una prisión
militar sureña durante la guerra de secesión estadounidense. Utilizan para su fuga un
globo aerostático, de cuya barquilla, con todas sus pertenencias, deberán
desembarazarse para no perder altura y caer al mar. Colgados del globo llegan
finalmente a una isla desierta en las condiciones que a continuación se relatan. La novela
—una epopeya del triunfo del ingenio y la organización sobre la adversidad y las
inclemencias de la naturaleza— es representativa de la filosofía positivista de fines del
siglo XIX: optimista, racional e imbuida de la virtud del trabajo duro.
El primer fragmento de la novela corresponde al momento del arribo a la isla y reza así:
El inventario de los objetos que poseían los náufragos del aire, arrojados sobre
una costa que parecía estar deshabitada, se hará en seguida. No poseían nada,
excepto la ropa que llevaban encima en el momento de la catástrofe. No obstante,
hay que mencionar un cuadernillo y un reloj que Gedeón Spilett había
conservado, por inadvertencia sin duda; pero ni un arma, ni un útil, ni siquiera
una navajita. Los pasajeros de la barquilla lo habían arrojado todo para aligerar
el aeróstato.
Los héroes imaginarios de Daniel de Foe o de Wyss, así como los Selkirk y los
Raynal, naufragados en Juan Fernández o en el archipiélago de Auckland, no
estuvieron nunca en escasez tan absoluta. O consiguieron abundantes recursos
de su navío embarrancado, como trigo, animales, útiles, municiones, o bien algún
resto llegaba a la costa que les permitía hacer frente a las primeras necesidades
de la vida. Tampoco se encontraban completamente desarmados ante la
Naturaleza. Pero aquí ni un instrumento, ni un útil: nada. ¡Tendrían que
conseguirlo todo!
Y si al menos Cyrus Smith hubiera estado con ellos, si el ingeniero hubiese podido
aplicar su tecnología, su espíritu inventivo al servicio de aquella situación, tal vez
no se hubiese perdido toda esperanza.
Cuando comienza el segundo fragmento el jefe del grupo, el ingeniero Cyrus
Smith, ya se había reencontrado con sus compañeros de infortunio.
—Pues bien, mister Cyrus ¿por dónde empezaremos— preguntó al día siguiente
por la mañana Pencroff al ingeniero.
—Por el principio— respondió Cyrus Smith.
Y, en efecto, era por el principio por donde aquellos colonos se verían forzados a
empezar. Ni siquiera poseían los útiles; ni siquiera se encontraban en las
condiciones naturales de quien, teniendo tiempo, economiza esfuerzo. Les faltaba
el tiempo, puesto que debían subvenir inmediatamente a las necesidades de su
existencia, y si, aprovechándose de la experiencia adquirida, no tenían nada que
inventar, por lo menos tenían que fabricarlo todo. Su hierro, su acero, se hallaba
aún en estado mineral; sus cacharros, en estado de arcilla; su ropa blanca y sus
vestidos, en estado de materiales textiles.
Hay que decir, además, que aquellos colonos eran hombres en toda la acepción
de la palabra. El ingeniero Smith no podía ser secundado por compañeros más
inteligentes ni con más abnegación y celo. Los había sondeado. Conocía sus
aptitudes.
Gedeón Spilett, periodista de gran talento, habiéndolo aprendido todo para poder
escribir de todo, debía contribuir ampliamente con la cabeza y con la mano a la
colonización de la isla. No retrocedería ante ninguna tarea y, cazador apasionado,
haría un oficio de lo que hasta entonces sólo había constituido para él un placer.
Harbert, magnífico muchacho, notablemente instruido en las Ciencias Naturales,
constituiría un serio puntal a la causa común.
Nab era la abnegación personificada. Astuto, inteligente, incansable, robusto, de
una salud de hierro, entendía algo del trabajo de la forja y sería utilísimo a la
colonia.
En cuanto a Pencroff, había sido marino por todos los mares, carpintero en los
astilleros de Brooklyn, ayudante de sastre en los navíos del estado, jardinero,
cultivador durante sus vacaciones, etcétera, y, como las gentes de mar, hábil en
todo, sabiéndolo hacer todo.
Hubiera sido realmente difícil reunir cinco hombres más adecuados para luchar
contra el destino, más seguros para triunfar.
«Por el principio», había dicho Cyrus Smith. Ahora bien: ese principio del que
hablaba el ingeniero era la construcción de un aparato que pudiese servir para
transformar las sustancias naturales. Sabemos el papel que desempeña el calor
en esas transformaciones. El combustible, madera o carbón mineral, podía
utilizarse inmediatamente. Se trataba, pues, de construir un horno para utilizarlo.
—¿Para qué servirá ese horno?— preguntó Pencroff.
—Para fabricar los cacharros de barro que necesitamos— respondió Cyrus Smith.
—¿Y con qué haremos el horno?
—Con ladrillos.
—¿Y los ladrillos?
—Con arcilla. En marcha, amigos míos. Para evitar los transportes,
estableceremos nuestro taller en el lugar mismo de producción. Nab llevará las
provisiones y no faltará fuego para la cocción de los alimentos.
—No— respondió el periodista —pero nos faltarán los alimentos si carecemos de
armas de caza...
—¡Ah, si tuviésemos sólo un cuchillo!... — exclamó el marino.
—¿Qué? — preguntó Cyrus Smith.
—Pues que construiría rápidamente un arco y varias flechas, y la caza abundaría
en la despensa.
—Sí, un cuchillo, una hoja cortante...— dijo el ingeniero, como si hablase consigo
mismo.
En aquel momento sus miradas se posaron en Top, que correteaba por la orilla.
De repente, los ojos de Cyrus Smith se animaron.
—¡Top, ven aquí! — llamó.
El perro acudió corriendo a la llamada de su amo. Este cogió la cabeza del animal
entre sus manos y, quitándole el collar que llevaba al cuello, lo rompió en dos
partes, diciendo:
—¡Aquí tiene dos cuchillos, Pencroff!
Le respondieron dos hurras del marino. El collar de Top estaba hecho con una
delgada lámina de acero templado. Bastaba, pues, con afilarlo sobre una piedra
de greda, de modo que uno de sus filos quedase en condiciones. Esa clase de
piedra se encontraba en abundancia en la playa, y dos horas después los útiles
de la colonia se componían de dos hojas afiladas que había sido fácil montar en
un mango sólido.
La conquista de este primer útil se saludó triunfalmente. Conquista preciosa, en
efecto, y que serviría a buen propósito.

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