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Iturbide Agustín de

1783-1824

Agustín de Iturbide y Arámburu nació en Valladolid (hoy Morelia), Michoacán el 27 de septiembre


de 1783, hijo del español don José Joaquín de Iturbide y de doña Josefa Arámburu, criolla. Estudió
en el Seminario de Valladolid; después se dedicó a labores del campo, para posteriormente
ingresar al servicio de las armas en 1798, en clase de alférez de regimiento. A los 20 años contrajo
matrimonio con la hija de un acaudalado michoacano, don Isidro Huarte, de nombre Ana María.

Era alférez del regimiento provincial de Valladolid cuando inició el movimiento independentista.
Ya para entonces contaba con cierto prestigio militar; fue por ello que en 1810 recibió una carta
firmada por el cura Miguel Hidalgo en la que éste le ofrecía el grado de teniente general de los
ejércitos insurgentes. Sin embargo, Iturbide rechazó la oferta, debido a que, según explicó después
en sus memorias escritas durante su exilio en Liorna, los planes de Hidalgo, mal concebidos,
llevarían a la ruina a la Nueva España. Los siguientes diez años se mantuvo fiel al rey de España, lo
que demostró siendo un feroz combatiente contra el movimiento insurgente.

Entre las batallas más importantes en las que participó destacó la del Monte de las Cruces, donde
se distinguió en el cumplimiento del deber, por lo que fue ascendido a capitán de una compañía
del batallón provincial de Tula. Dos años después, su fama se incrementó cuando capturó a uno de
los más temibles guerrilleros: Albino García.

En 1820 Iturbide volvió a la acción: la proclamación de la constitución liberal de España, jurada por
Fernando VII, puso en riesgo los privilegios de los criollos y de la jerarquía eclesiástica en la Nueva
España, por lo que el alto clero novohispano, encabezado por Matías Monteagudo, José Antonio
Tirado y Miguel Bataller, convocó a los más acaudalados criollos a romper los vínculos con España
para impedir la aplicación de la Constitución liberal de Cádiz y conservar así el control político y
económico de la Nueva España.

Sin embargo, Iturbide buscó un apoyo más amplio y al parecer compartió sus planes a los
diputados novohispanos que estaban por viajar a las cortes españolas cuando, ya brigadier, fue
enviado por el virrey Apodaca a combatir a las fuerzas de don Vicente Guerrero en el sur del país.
Esos diputados harían que se nombrara jefe político de Nueva España al liberal Juan O'Donojú,
Guerrero era el último de los líderes independentistas que mantenía los ideales de Hidalgo. Pero
Iturbide, como lo señaló Alamán, “en los momentos en que peleaba contra los insurgentes,
pensaba en realizar lo que ellos no podían lograr”. Y así lo hizo.
A partir de entonces, el movimiento independentista encabezado por Iturbide y financiado por un
grupo de mercaderes del Consulado de la Ciudad de México, cundió por doquier, y en seis meses
recorrió casi todas las ciudades importantes, en las que se le tributaron grandes recepciones. Casi
al mismo tiempo desembarcó en Veracruz don Juan O’Donojú, último gobernante enviado por
España, quien al ver perdida la causa para la metrópoli, negoció con Iturbide los Tratados de
Córdoba, firmados el 24 de agosto de 1821, en los que se establecía que si la casa reinante de
España no aceptaba la corona mexicana, el Congreso de la nación tendría el derecho de elegir otro
monarca.

Casi un mes después, el 27 de septiembre de 1821 –día de su cumpleaños- Iturbide hizo su


entrada triunfal en la ciudad de México consumando la independencia del país. Ante la multitud
culminó su discurso: “Ya sabéis el modo de ser libres, a vosotros toca señalar el de ser felices”.

Traicionado por su ejército, abandonado por sus seguidores y repudiado por el pueblo, Agustín I
tuvo que abdicar el 19 de marzo de 1823. El congreso no admitió su abdicación porque la
consideró improcedente, dada que su elección había sido nula, “viciada de origen”, lo condenó al
destierro perpetuo con una pensión vitalicia. Partió desterrado hacia Liorna, Italia, de donde pasó
a Florencia y a Londres, porque tenía que evitar que los españoles pudieran aprehenderlo. "El
amor a la Patria me condujo a Iguala, él me llevó al trono, él me hizo descender de tan peligrosa
altura, y todavía no me he arrepentido no de dejar el cetro ni de haber obrado como obré".

El señor Lara queda encargado de poner en manos de mi sobrino Ramón para que lo recibas, mi
reloj y mi rosario, única herencia que constituye este sangriento recuerdo de tu infortunado.
Agustín. “

Al salir Iturbide de su prisión para ser ejecutado dijo: "A ver muchachos, daré al mundo la última
vista". En el paredón, repartió entre los soldados el dinero que llevaba en los bolsillos y entregó a
un cura su reloj, un rosario y la carta para su familia. Ante el pelotón de fusilamiento, el
consumador de la Independencia pronunció la siguiente arenga:

“Mexicanos: en el acto mismo de mi muerte os recomiendo el amor a la patria, y observancia de


nuestra santa religión, ella es quien os ha de conducir a la gloria. Muero por haber venido a
ayudaros, y muero gustoso porque muero entre vosotros. Muero con honor, no como traidor: no
queda ni a mis hijos y su posteridad esta mancha; no soy traidor, no. Guardad subordinación y
prestad obediencia a vuestros jefes, que haciendo lo que ellos os mandan cumpliréis con Dios; no
digo esto lleno de vanidad, porque estoy muy distante de tenerla.”

Rezó en voz alta y beso un crucifijo al momento que recibió la descarga de los fusiles.

Sus restos fueron trasladados a México hasta 1838, por decreto del presidente Anastasio
Bustamante, cuando se depositaron en la capilla de San Felipe de Jesús, en la Catedral
metropolitana. El Congreso lo declaró por unanimidad “el consumador glorioso de la
Independencia de México”. En su tumba se puso el siguiente epitafio: “Agustín de Iturbide: autor
de la Independencia mexicana. Compatriota, llóralo. Pasajero, admíralo. Este monumento guarda
las cenizas de un héroe. Su alma descansa en el seno de Dios.”

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