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RESUMEN DE GEOGRAFÍA

Proceso de formación del Estado argentino en el tiempo

La formación de los Estados y el establecimiento de sus territorios es el resultado de complejos procesos de


construcción social en el que intervienen diferentes factores, actores y proyectos políticos. El territorio estatal no
tiene un origen natural, sino que se va definiendo durante el proceso de organización del Estado. Este puede
atravesar períodos de rupturas y profundos cambios y otros de mayor estabilidad. 

El Estado y el territorio argentino tal como los conocemos hoy también fueron resultado de un largo proceso.
Para comprenderlo es necesario conocer la historia de su conformación. Si bien puede decirse que el Estado
argentino comienza a delinearse con las revoluciones y los movimientos independentistas de principios del siglo
XIX y que termina de conformarse en la década de 1880, es ineludible la referencia a la etapa de la conquista y
colonización de América, ya que la organización espacial que habían establecido los españoles dejó huellas que
perduraron en la configuración de los territorios de los nuevos Estados.

La etapa aborigen 

El territorio que en la actualidad pertenece a la Argentina fue poblado hace unos 12 000 años. Allí se
desarrollaron grupos aborígenes que ocuparon, organizaron y transformaron el espacio. Tenían diversas formas
de asentamiento y organización social, y en todos los casos, un vínculo indispensable con los recursos naturales
que ofrecía el territorio. 

Se calcula que el número total de población aborigen en lo que actualmente es el territorio argentino oscilaba
entre 300 mil y 900 mil personas. Cuando se inició la conquista y la colonización española –a partir del siglo
XVI–, se produjo un impacto cultural avasallador, que sometió y modificó las culturas de los primeros habitantes
del territorio. 

Para controlar sus colonias en América el Imperio español implementó una estructura político-administrativa y
una organización territorial cuya autoridad máxima era el rey. Los virreinatos fueron la principal división
territorial y administrativa, estos eran gobernados por un virrey que representaba los intereses de la Corona. 

Los virreinatos contaban con tribunales de cuentas y de justicia. A estos le seguían las capitanías, con funciones
militares, y las gobernaciones, que se ocupaban del manejo de los recursos y de las obras públicas. Además, en
cada ciudad que se fundaba se instalaba un cabildo, que era un órgano administrativo que representaba los
intereses de la comunidad.

El actual territorio argentino formaba parte del Virreinato del Perú, y se encontraba repartido en tres
jurisdicciones: la Gobernación del Río de la Plata (1593), la Gobernación del Tucumán (1563) y la Gobernación
de Chile (1540). En 1617, la Gobernación del Río de la Plata se dividió en las gobernaciones del Paraguay y la
del Río de la Plata, con capital en la ciudad de Buenos Aires. En estos territorios se fueron estableciendo
ciudades coloniales que actuaban como centros administrativos y comerciales. Muchas de estas funcionaban
como escalas en la ruta hacia Potosí y se organizaron para proveer de distintos productos a esa ciudad.

Creación del Virreinato del Río de la Plata 

A fines del siglo XVII, el Imperio español atravesaba una crisis política y económica debido a las guerras que
debía enfrentar por conflictos internos y externos en Europa. A principios del siglo XVIII asumió el reinado de
España una nueva dinastía, los Borbones, quienes establecieron reformas significativas, tanto administrativas
como económicas y militares, que impactaron especialmente en las colonias americanas; estas se conocen como
reformas borbónicas. España veía amenazadas sus posesiones en Sudamérica debido a las ambiciones de otras
potencias coloniales, como Inglaterra y Portugal. Los Borbones crearon nuevas jurisdicciones que les
permitieran controlar mejor el territorio. En 1776, se creó en el sur del continente el Virreinato del Río de la
Plata, con capital en la ciudad de Buenos Aires. Uno de los principales objetivos de esta división territorial era el
de hacer más efectivo el control de áreas muy extensas en las que había una población escasa y dispersa, y de
grandes extensiones que se encontraban fuera del dominio efectivo de la Corona. El territorio del nuevo
virreinato se subdividió, a la vez, en ocho intendencias y cuatro gobernaciones.

Las intendencias (Buenos Aires, Paraguay, Córdoba del Tucumán, Salta del Tucumán, Potosí, Charcas,
Cochabamba y La Paz) funcionaron principalmente como estructuras administrativas. Y las gobernaciones
(Montevideo, Misiones, Chiquitos y Moxos) tuvieron primordialmente una función militar y de defensa, ya que
se localizaron en áreas periféricas para combatir posibles conflictos con la población indígena y con los
dominios portugueses. También se implementaron algunas reformas económicas. Se habilitaron nuevos puertos,
como el de Buenos Aires y el de Montevideo, para cobrar impuestos y luchar contra el contrabando.

El Litoral también tenía una importante producción ganadera, pero dependía del puerto de Buenos Aires para su
comercialización. En el interior del país se desarrollaron pequeñas industrias basadas en las producciones
locales, pero estas no podían competir con las grandes industrias extranjeras. Estas condiciones generaron
importantes desigualdades entre Buenos Aires y el resto del territorio. 
 
La organización del territorio a partir de la declaración de la Independencia 

El 25 de mayo de 1810 se produjo en Buenos Aires un acontecimiento clave para la historia argentina: la
Revolución de Mayo. Este acontecimiento, consistió en la reacción del pueblo y de las milicias urbanas ante el
poder virreinal, y en el establecimiento de una Junta de Gobierno que desconoció la autoridad española.

A partir de este momento, se inició el camino hacia la independencia, que es caracterizado como un proceso muy
complejo en el que se pusieron en juego diversos intereses. Las antiguas intendencias se desintegraron y se
reorganizó el territorio dando lugar a la conformación de las primeras provincias. 

El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán proclamó la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la
Plata (también llamadas Provincias Unidas de Sudamérica). Este además debía redactar una constitución que
permitiera la organización política del territorio; sin embargo, existían posturas encontradas sobre cómo
organizar la nueva nación. Las provincias eran lideradas por caudillos, que en general eran estancieros que
concentraban el poder económico y asumían la conducción política. Los grupos de poder de Buenos Aires, por
su parte, pretendían un gobierno centralizado, lo que generaba rivalidades con el resto de las provincias, que
reclamaban un sistema federal que reconociera la autonomía de los territorios provinciales. Esto determinó que
las fuerzas militares del Litoral enfrentaron al gobierno central en Buenos Aires, que fue derrotado en la batalla
de Cepeda en febrero de 1820. Esto produjo la disolución del poder central, y las provincias comenzaron a
organizarse por su cuenta. Luego se separaron la provincia del Paraguay, la región del Alto Perú y la Banda
Oriental, dando lugar a la constitución de nuevos Estados: la República del Paraguay, la República de Bolivia y
el Estado Oriental del Uruguay. De este modo, el actual territorio argentino   quedó conformado por catorce
provincias: Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Mendoza, San Luis, San Juan, La Rioja,
Tucumán, Salta, Santiago del Estero, Catamarca y Jujuy. Por su parte, la Patagonia y el Chaco constituían
territorios bajo dominio indígena. 

Las provincias entre 1820 y 1860 

Los territorios provinciales representaban el punto de partida para construir un Estado que los integrara. Sin
embargo, a partir de 1820, los enfrentamientos entre las provincias provocaron que estas funcionaran como
Estados autónomos. En un intento de reunificación, en 1831, Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos suscribieron al
Pacto Federal, al cual luego se sumaron otras provincias. Este aseguraba el ejercicio de soberanía de cada
provincia y dejaba en manos de Buenos Aires el manejo de las relaciones exteriores. Durante las décadas
siguientes se mantuvo una débil organización confederal.

Con la proclamación de la Constitución federal de 1853 surgió la Confederación Argentina, pero Buenos Aires
rechazó el texto constitucional y decidió no formar parte. Esto dio lugar a la coexistencia de dos Estados: la
Confederación Argentina, cuya capital era la ciudad de Paraná, en Entre Ríos, y el Estado de Buenos Aires.
Entre ambos Estados existían tensiones políticas y desigualdades económicas. 

Buenos Aires privó a la Confederación de los ingresos de la aduana del puerto. Esto llevó a un enfrentamiento
militar entre el ejército de la Confederación, encabezado por Justo José de Urquiza, y el ejército porteño,
encabezado por Bartolomé Mitre, en la segunda batalla de Cepeda en 1859. Con el triunfo de Urquiza se firmó el
Pacto de San José de Flores, a través del cual Buenos Aires declaraba ser parte de la Confederación. Pero las
tensiones continuaron y en 1861 se produjo un nuevo enfrentamiento militar, la batalla de Pavón, en el que
triunfó el ejército de Buenos Aires. De este modo, se puso fin a la separación de ambos Estados y se inició el
proceso definitivo de unificación de la Nación Argentina con Mitre como presidente.

El período de la organización nacional 

Entre los años 1862 y 1880 se llevó adelante la delimitación y la unificación del territorio nacional, y se
estableció definitivamente el Estado argentino sobre la base de la Constitución Nacional que había sido
sancionada en 1853. Las elites dominantes asumieron el desafío de determinar límites estables y de unificar un
territorio aún fragmentado por la desconexión y las luchas internas que caracterizaron al período anterior. Por un
lado, debían resolverse los conflictos pendientes con los países vecinos para fijar los límites internacionales. Y,
por otro lado, se decidió avanzar sobre los territorios que aún se encontraban bajo el dominio de las comunidades
indígenas, a quienes prácticamente no se les reconocieron derechos civiles, políticos, ni de posesión de tierras. 

Campañas militares sobre los territorios indígenas 

Durante el período transcurrido desde la organización de las Provincias Unidas del Río de la Plata hasta la
consolidación del Estado argentino, permanecieron fuera del control de las autoridades dos zonas aledañas a los
territorios provinciales: la Patagonia y el Gran Chaco. En los límites con estos territorios se extendía un área de
intercambios y de conflictos denominada la frontera.

En la década de 1870, el gobierno argentino inicie el avance militar sobre los territorios del sur. Adolfo Alsina
fue designado para llevar adelante la ocupación de las tierras de las naciones indígenas y para evitar el avance de
los malones hacia los poblados criollos. Las principales razones de este avance fueron la incorporación de tierras
para garantizar un modelo basado en la producción agropecuaria, y la amenaza que representaba.

En 1877 Alsina murió y se designó a Julio Argentino Roca para proseguir con el avance sobre los territorios
indígenas. Roca implementó una estrategia más agresiva; en 1878-1879 organizó la denominada Conquista del
Desierto, la cual fue continuada durante su presidencia hasta 1882. Mediante estas campañas militares se diezmó
y desarticuló a los pueblos originarios de la Patagonia. En 1884, también durante la presidencia de Roca, se
organizó la Campaña al Chaco para incorporar esos territorios del norte argentino. Concretado el avance militar,
estas áreas pasaron a denominarse territorios nacionales, y se organizaron bajo la forma de diez gobernaciones
que dependían directamente del gobierno nacional: La Pampa, Neuquén, Río Negro, Chubut, Santa Cruz, Tierra
del Fuego, Misiones, Formosa, Chaco y el Territorio de Los Andes, luego incorporado a las provincias de Jujuy,
Salta y Catamarca. 

El dominio del territorio, sumado al avance del tendido ferroviario, la fundación de colonias agrícolas, el
telégrafo, la creación de pueblos y ciudades, y el otorgamiento y venta de tierras posibilitaron, finalmente, la
incorporación de la Argentina a la economía capitalista moderna en el marco de la división internacional del
trabajo. Este modelo se profundizará durante el período agroexportador. 
Un federalismo incompleto: territorios nacionales y provincias 

Hasta la década de 1940, la división política de la Argentina contempló dos entidades político-administrativas
diferentes. Por un lado, las catorce provincias “históricas”, que gozaban de la autonomía establecida por la
constitución. Estas elegían a sus gobernadores y representantes legislativos, y podían sancionar sus propias leyes
locales. Y, por otro lado, los diez territorios nacionales incorporados a partir del avance militar sobre los
territorios indígenas. Estos no gozaban de autonomía; sus autoridades eran designadas por el gobierno nacional y
no tenían representantes propios en el Congreso de la Nación. Esta situación comenzó a cambiar a mediados de
siglo xx. Primero se distribuyó el Territorio de Los Andes, correspondiente a la Puna, entre las provincias de
Jujuy, Salta y Catamarca en 1943. Luego, se provincializaron La Pampa y Chaco en 1951; Misiones en 1953;
Formosa, Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz en 1955; y, por último, Tierra del Fuego en 1990.
Características del modelo agroexportador de la oligarquía

Un nuevo panorama se ofreció para el país a partir de 1880. Se impuso la ley y la Constitución sobre cualquier
divergencia interna, con lo que se consiguió fomentar el desarrollo económico y la organización del Estado. Esto
pudo hacerse porque la conquista del desierto dio las seguridades necesarias para el poblamiento y la
producción.

El país se presentó entonces en condiciones de participar en el comercio mundial. Lo hizo proveyendo materias
primas a una potencia mundial: a la vez que exportaba los productos de la tierra, la nación debía importar la
mayoría de las manufacturas para uso interno. Este esquema proporcionó prosperidad a la élite gobernante, pero
generaba dependencia económica.

La política económica se orientó sobre las bases del fomento de la inmigración y la inversión de capitales


extranjeros. A raíz de la nueva política el país experimentó grandes transformaciones como el aumento de tierras
disponibles a consecuencia de la conquista del desierto, la formación de grandes latifundios, la generalización en
el uso del alambrado para la delimitación de los campos, la cría racional del ganado con la introducción de la
mestización, el aumento de la cría del ovino estimulada por las demandas de lana, el empleo de la industria del
frío en la exportación de carnes y la difusión del ferrocarril para crear vías de comunicación convergentes hacia
el puerto de Buenos Aires.

Para lograr una efectiva producción era necesario fomentar la inmigración. El Estado realizó una
activa propaganda ofreciendo paz interna y posibilidades de trabajo.

La mayoría de los inmigrantes provino de Italia y España; en general su afincamiento no se produjo en el campo
sino en los centros urbanos. Una de las causas de este hecho fue la existencia de grandes latifundios que
impidieron la entrega de la tierra en propiedad a los colonos. Por su parte, las colonias agrícolas existentes no
alcanzaron a absorber la masa inmigrada.

Las características del modelo agrario exportador

La dependencia económica del mercado externo. La condición de Argentina como país periférico de la
economía-mundo capitalista dio lugar a que los centros industrializados europeos tuvieran poder de decisión
sobre la organización de la producción argentina.

El latifundio como unidad de producción agropecuaria. La casi totalidad de la producción destinada a la


exportación se obtenía en grandes propiedades rurales ubicadas en la región pampeana.

La intervención del Estado. La fuerte expansión de la demanda mundial de productos agropecuarios de clima
templado y la disposición en nuestro país de tierras fértiles para esta producción, no eran condiciones suficientes
para posibilitar el crecimiento de la producción y de las exportaciones agropecuarias. El Estado tuvo un papel
decisivo para asegurar el funcionamiento del modelo agrario exportador.

La participación de capitales extranjeros. Las inversiones de capitales extranjeros fueron un sustento


indispensable para el desarrollo del modelo agrario exportador. Estos capitales estuvieron destinados a realizar
las obras que facilitaban el transporte y la comercialización de los productos argentinos en el mercado
internacional. Las inversiones extranjeras también se destinaron a fundar bancos y empresas exportadoras que
realizaban los negocios de compra y venta. Y, finalmente, fueron capitales ingleses los que instalaron los
primeros frigoríficos que permitieron que la producción ganadera de carnes y sus derivados llegara a los
mercados europeos con mejor calidad y, por lo tanto, obtuviera mayor precio.
La inmigración extranjera. Hacia 1860, la escasez de mano de obra en la zona pampeana planteaba un obstáculo
para iniciar la explotación de las tierras. La solución se encontró en la incorporación de fuertes contingentes
migratorios del exterior.

El desequilibrio regional. Las producciones destinadas a la exportación se obtenían, fundamentalmente, de la


región pampeana del país. Y en el interior de ésta, Buenos Aires y su puerto fueron el núcleo que centralizó los
intercambios con el mercado internacional. Por esta razón, también en ese núcleo se concentraron los grupos de
mayor poder económico y los centros de decisión política que trabajaban por el mantenimiento de este modelo
económico que los beneficiaba. Por estas razones, en las otras regiones del país, las economías extrapampeanas,
cuyas producciones no se destinaban al mercado internacional, comenzaron a depender de la economía
pampeana.

El fortalecimiento de este modelo de organización de la economía y la sociedad, consolidó el dominio de un


grupo social sobre el conjunto de la sociedad. Los terratenientes exportadores se fueron constituyendo en el
grupo de capitalistas agrarios y actuaron asociados con capitales extranjeros.

El modelo agroexportador de 1880: la agricultura pampeana entre 1880 y 1916

La rápida valorización de la propiedad agraria en estos territorios, fruto de la especulación y de la alta


rentabilidad de las áreas puestas a producir, provocaron en el sur y oeste de la provincia de Buenos Aires, y más
tarde en el Territorio de La Pampa, el fenómeno de concentración de la propiedad.

En la década de 1880, la producción agropecuaria se vio favorecida porque la inflación valorizó los productos
exportables en relación con los productos de consumo interno. En este contexto, se multiplicaron las colonias
agrícolas establecidas principalmente por empresas privadas que atrajeron a agricultores inmigrantes. Estos
lograron acceder a la propiedad de la tierra. Rápidamente la producción se orientó hacia el cultivo de cereales y
oleaginosas lo que imposibilitó una verdadera diversificación de cultivos.

Hasta mediados de la década siguiente, un buen número de agricultores inmigrantes lograron convertirse en
propietarios de tierras. Desde ese momento, diversos factores fueron alejando definitivamente a los inmigrantes
del acceso a la propiedad de la tierra, entre ellos la caída del precio internacional del trigo, el excesivo aumento
del precio de la tierra, el alto costo de la mano de obra para la cosecha, las reiteradas invasiones de mangas de
langosta y, en algunos casos, la degradación de la fertilidad de la tierra, a causa de un excesivo uso del suelo.

Los trabajadores que por los motivos señalados no llegaban a convertirse en agricultores propietarios, debían
insertarse en la producción rural como arrendatarios o como braceros. Unos y otros estuvieron sujetos a un
“seminomadismo” obligado, al no poder radicarse definitivamente en los lugares de trabajo. Muchos de ellos
residían en ciudades y villas durante las épocas del año en las que el trabajo rural era escaso.

Si bien es cierto que las grandes ganancias resultantes de la explotación agraria eran consecuencia de las ventajas
comparativas producto de la notable fertilidad de las tierras pampeanas y del gran saldo exportable de granos, no
es menos cierto que buena parte de la renta agraria que beneficiaba a terratenientes, comerciantes y transportistas
se basaba en un régimen laboral de sobreexplotación de braceros y arrendatarios.

La huelga de agricultores de 1912 y la gran sindicalización de obreros rurales pampeanos iniciada en 1917
constituyeron una rebeldía frente a las injusticias surgidas del régimen productivo imperante desde hacía tres
décadas. En líneas generales, la actividad agrícola quedó reservada a chacareros propietarios de campos
pequeños o medianos y a arrendatarios que trabajaban parcelas dentro de grandes explotaciones, la mayoría de
las veces estancias ganaderas.

Sin embargo, dentro de sus posibilidades, los chacareros realizaron una densa mecanización de sus labores para
poder trabajar más tierras y cosechar en menos tiempo.
Otro problema que debían enfrentar los agricultores era la ineficacia del sistema de transporte y del acopio de los
granos. En los campos no había silos ni existían elevadores de granos en las estaciones ferroviarias. En los
puertos los grandes elevadores eran escasos.

En el proceso de transformación del mundo rural, el Estado intervino creando las condiciones para la expansión
de las tierras de cultivo, aniquilando a los indígenas pampeanos y formulando una normativa que regulara las
condiciones de la producción rural. También intervino en el mercado de trabajo, fomentando la llegada de
inmigrantes europeos mediante pasajes subsidiados y trasladándolos al interior pampeano con el fin de reducir la
escasez de mano de obra, y reprimiendo las primeras huelgas de peones rurales bonaerenses a comienzos del
siglo XX.

Sin embargo, el Estado hizo poco para fomentar la enseñanza y experimentación agrícolas y prácticamente nada
en relación con el otorgamiento de los créditos necesarios para los agricultores.

En resumen, la expansión agrícola pampeana fue un proceso de intenso crecimiento de las fuerzas productivas,
en el marco de una difusión amplia de relaciones capitalistas de producción, con escasa distribución de
beneficios entre los productores directos y relativa intervención estatal. Las tensiones sociales que este tipo de
organización productiva surgieron tardíamente en el espacio rural, pues la emigración a las ciudades fue la
válvula de escape para los desencantados que fracasaron en sus proyectos.
Dos modelos económicos. Dos modelos territoriales

Modelo Agroexportador

El Modelo Agroexportador (1880-1930) fue un proceso de desarrollo económico que se fundamentó


principalmente en la explotación privada de recursos naturales (granos y carnes) orientada, casi en su
totalidad, hacia los mercados externos. El país cumplió con la función de proveer materias primas para
el mercado mundial, especialmente para las industrias derivadas de la actividad agropecuaria, basadas
en la producción agrícola (trigo, maíz y lino) y en la ganadera (lanas y carnes).

Los países de Europa occidental, que se encontraban en un proceso de creciente industrialización,


requerían de alimentos para una población que cada día aumentaba más. A su vez, demandaban  
materias  primas  que  fueron   utilizadas como insumos para sus industrias.

Insertarse en el comercio mundial como productora de materias primas, mientras que los países
europeos lo hicieron a través de la exportación de productos manufacturados marcó un proceso
conocido como división internacional del trabajo.

El período agroexportador resultó espectacular. En aquellos años, que fundaron una nueva nación, la
población argentina se quintuplicó y el producto bruto se multiplicó por diez. Ese crecimiento era
impulsado por las exportaciones agrarias, cuya renta aumentó notablemente. La región
pampeana atrajo e incorporó a millones de inmigrantes y se ubicó entre las regiones más ricas del
mundo. Simultáneamente se manifestaron en este periodo condiciones favorables para que el país
comenzara un incipiente despegue industrial, entre ellas la corriente inmigratoria con experiencia y
calificación previa en la industria, el desarrollo de la educación y la enseñanza técnica, el crecimiento
del mercado interno y las demandas derivadas de las producciones primarias.

El rol del Estado en esta etapa fue más limitado en comparación con el papel dinamizador que jugaría
en los años siguientes. El Estado no intervenía como productor de bienes y servicios, sino que lo hacía
de manera indirecta para apoyar al sector agropecuario, regulando el proceso inmigratorio y el
comercio exterior.

El Proceso de Industrialización por Sustitución de Importaciones (1930-1976)

La abrupta caída de los precios de los productos exportables argentinos, principalmente cereales y
carnes, provocada por la reducción de la demanda internacional de esos productos a causa de la
recesión y el desempleo mundiales, trasladó la crisis internacional a nuestro territorio. Ante esta
situación, los sectores económicos y políticos de mayor poder (ganaderos, terratenientes, grandes
comerciantes, exportadores etc.) que controlaban el modelo agroexportador, decidieron cambiar el
rumbo de la economía nacional.

En la década del ‘30 comenzó a perfilarse la industrialización sustitutiva de importaciones, que se


consolidaría en la década del ‘40. El proceso de sustitución tomó como base las externalidades que
generaba la actividad agroexportadora y centró el desarrollo económico en la actividad manufacturera.
El eje del desarrollo fue la industria que, intrínsecamente, otorga mayor relevancia al dominio de la
tecnología. A partir de la década del treinta, dicha estrategia apuntó, en una primera fase, a la industria
liviana, intentando compatibilizar la sustitución de importaciones con la generación de empleo al
utilizar técnicas simples en unidades económicas de menor porte. Posteriormente, y con diversos
grados de dificultad, avanzó hacia las producciones metalmecánicas y químicas.
El modelo de sustitución de importaciones, fue impulsado por el sector industrial, principal motor del
crecimiento productivo argentino. Precisamente fue este sector el que experimentó una gran expansión
debido, entre otras cosas, a la mayor capacidad adquisitiva de la población y al proteccionismo
aduanero, medida que evitaba la entrada al país -y por lo tanto la competencia- de los bienes
manufacturados importados, similares a los que se producían dentro de la Argentina.
El modelo funcionó, por un lado, manteniendo como principal pilar el sector primario, fuertemente
exportador, basado en riquezas naturales, con escaso impacto sobre el empleo y superavitario en
términos de balance comercial y, por otro lado, el sector industrial importador de maquinarias e
insumos necesarios, volcado casi exclusivamente hacia el mercado local, pero fuertemente demandante
de mano de obra. La puesta en marcha de este modelo de desarrollo estuvo orientado a satisfacer la
demanda interna gracias a la estimulación de la capacidad de compra de los consumidores nacionales.
El Estado nacional, pese a la ideología acentuadamente liberal, decidió adoptar medidas de fuerte
intervención en el mercado al defender un sector clave para que el sistema productivo siguiera
obteniendo apoyo crediticio. El estado  intervenía en la compraventa de cereales y oleaginosas (en
especial trigo y maíz) con el propósito de garantizar a los agricultores de la Pampa Húmeda un precio
fijado por el gobierno, llamado precio sostén.

Estas y otras medidas favorecieron la evolución de la actividad industrial, cuyos productos pasaron a


ocupar el lugar que dejaban los productos extranjeros, debido a la reducción o eliminación de las
importaciones.

En esta primera etapa se privilegió el desarrollo de la industria liviana (alimentos, textiles y metalurgia
para maquinaria agrícola básica y algunos artefactos del hogar). Este proceso de industrialización
generó la aparición -cada vez más notoria- de pequeños y medianos empresarios de origen nacional y
absorbió la mano de obra reclutada entre los inmigrantes que se asentaron en las grandes ciudades.

A fines de la década de 1950 se cierra el primer ciclo de industrialización acelerada, con la instalación
de plantas productivas en las principales aglomeraciones del Centro y el Litoral y sus respectivas áreas
de influencia. En esos años, la fuerte demanda interna -alentada por el aumento de los salarios y la
ocupación-, que se orienta hacia el consumo de productos manufactureros nacionales, permitió
absorber toda la población que se desplazaba masivamente desde las áreas rurales y el interior del país
hacia las grandes aglomeraciones.

El Estado fue implementando en forma programada una política económica de marcado


intervencionismo en el mercado de producción, distribución y consumo de bienes y servicios.

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