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Por Sargoth
Los nervios apenas le dejaron dormir. Iba a ser un gran día, un paso más para que su
nombre, Friedrich Müller, quedara grabado en la larga cadena del colectivo spitaliano.
Se levantó muy temprano sin apenas hacer ruido, no quería despertar a sus compañeros
de barracón. Su litera chirrió un poco, Konrad roncaba en la cama de abajo. El barracón
nº 4 era bastante frio. Sus pies desnudos se posaron en el suelo de baldosas blancas,
caminó hasta un largo pasillo y de ahí al baño, pasando antes por su taquilla para recoger
los utensilios de aseo.
Una vez allí comenzó con el ritual diario. La cuchilla por su cabeza eliminando cualquier
rastro de pelo; enjuagues con agua; limpieza exhaustiva y para terminar, un brebaje que
quemaba la piel. Se vistió con una bata blanca para la ceremonia, y volvió al pasillo
sentándose en un banco a esperar.
Un par de horas más tarde, después del desayuno, comenzó la gala en la que él y otros
Ordenanzas serían al fin ascendidos a Famulantes. Por fin podrían caminar por las blancas
salas del Spital, ayudar a los cirujanos en los quirófanos e incluso acceder a laboratorios
para ayudar en investigaciones secretas. Pero ese camino no sería para todos, en esta
última jornada, solamente habían conseguido ascender 23 ordenanzas. Y dadas las bajas
en la guerra, 22 de los nuevos Famulantes serían destinados a Franka para luchar contra
la sepsis y los Psiconautas. Un sólo puesto se había reservado para permanecer en el Spital
y continuar con los estudios.
Normalmente, en la gala, cada uno de los galardonados debería elegir destino, lo que
marcaría su futura trayectoria en el colectivo, pero este año era diferente, solamente el
primero de entre los ordenanzas, que había superado las pruebas podría quedarse en el
Spital. El resto, sería destinado a Franka. Friedrich había luchado mucho y consiguió esa
única plaza tan ansiada por todos.
La gala concluyó con una motivadora charla por parte de uno de los ocho consultores,
entregando después el traje spitaliano, el Desplegador y el Fusil fungicida. Tres objetos
identificativos del colectivo de gran valor, que deberían portar el resto de sus vidas con
orgullo y respeto.
Aquella noche, la celebración se cerró con una gran cena donde los destilados hicieron
vomitar a más de un famulante. Quizás fuera la última gran cena que muchos de ellos
celebrarían, la mayoría, moriría en Franka.
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La cabeza le daba vueltas, sintió un dolor intenso cuando un ruido estridente resonó en la
habitación:
- ¡Control de armas!, ¡todos arriba! -.
Friedrich bajó de la cama como pudo, y al igual que el resto de compañeros, se situó en
fila frente a su camastro.
Anghela Novakova, la Preservista, se encontraba en la entrada de la habitación junto a
otros dos famulantes veteranos, a los lados. Hacía años que no les realizaban un control
de armas, desde que dejaron de ser simples reclutas. Anghela Novakova era una mujer de
delicados rasgos, pero muy seria y con unos ojos azules que llamaban la atención.
- Famulante Friedrich. ¿Dónde está su fusil? - Las palabras de la Preservista sonaron muy
secas.
- Famulante Friedrich, vaya al punto tres, despacho de personal. Los demás, pueden
retirarse -.
Con la mirada desencajada, Friedrich camino hasta el despacho de personal donde Brein,
un hombre mayor, escribía una carta, le paso la lengua antes de cerrarla y la selló con
cera.
- ¿Eres el que ha perdido el fusil verdad? - preguntó el anciano, quien sin esperar respuesta,
continuó diciendo:
Para cuando Friedrich volvió a los barracones, sus cosas ya se encontraban fuera,
perfectamente preparadas para que se marchara.