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DEL INDIVIDUALISMO ÉTICO AL COSMOPOLITISMO

Tras la Rev. Francesa (1789) el pensador J. de Maistre criticó (como también hizo Diógenes) el abstracto concepto de
hombre portador de derechos, frente al más real de individuos concretos y de diversos orígenes. Esta idea de
cosmopolitismo puede ser una tercera vía a las dos posiciones del pensamiento que investiga la moral y la política:

(i) Universalismo. Habla del hombre en abstracto como portador de derechos, independientemente de sus
características particulares (nación, religión, orientación sexual, etnia, clase social, etc). Prescinde del
vínculo de los s.h. a un ethos comunitario concreto. Exceso de abstracción. La comunidad no significa nada.
(ii) Comunitarismo. En la línea de Maistre y Aristóteles, el hombre abstracto se humaniza en cuanto a miembros
de una comunidad nacional concreta que los define. Pero es insuficiente concreción, pues la comunidad
(nacional) sigue siendo un cualidad muy amplia. La comunidad significa todo.

El Cosmopolitismo defiende la entidad individuo y la entidad comunidad. Hoy es la Nación-Estado, como comunidad
nacional, quien posee suficiente soberanía política (sin olvidar la importancia de otras entidades subnacionales o
supranacionales). Sin embargo, la comunidad humana o humanidad (con su carácter cosmopolita) no es políticamente
soberana, pues no existe un “Mundo-Estado”. Declararse “ciudadano del mundo” es solo un recurso retórico. ¿Cómo
definir, pues, un Cosmopolitismo o comunidad cosmopolita que carece de historia?

Podríamos emplear la metáfora en la que la comunidad mundial sería una comunidad de comunidades de individuos
que viajan en una misma “nave Tierra”, que es la que nos coaliga. En esta macrocomunidad existen conflictos materiales
y conflictos morales. Estos últimos afectarían a la hora de implementar unas mismas reglas morales en comunidades
diferentes con diversas visiones de los derechos humanos.

Para el comunitarismo toda moral debe ser comunitaria o patriota. Y el patriotismo que entiende esta corriente (en su
vertiente más extrema) es aquello por lo que todo individuo que pertenezca a la comunidad (nación) debe estar
dispuesto a morir/matar. Defender la moral patriótica. Queda pues excluido el pluralismo valorativo dentro de esa
comunidad y cualquier conflicto de valores/intereses entre comunidades-naciones solo puede ser resuelto bélicamente
entre dos morales patrióticas irreconciliables.

Al universalismo se lo critica porque parece que las reglas morales rigen para cualquier ser racional con la misma rígida
universalidad que las reglas matemáticas. Sin embargo, aunque estas son universales y están abiertas a ser aprendidas
por cualquiera, las reglas morales no son universales de la misma forma pues no aprendemos unas reglas morales
abstractas sino un determinado tipo de moralidad ligado a la comunidad a la que pertenecemos; igual que al aprender
un lenguaje, aprendemos “un” lenguaje y no “el” lenguaje. Por otro lado, cuando aprendemos una moral determinada,
lo que aprendemos de verdad es a “comportarnos moralmente” con respecto a la moral de nuestra comunidad, cosa
que podríamos hacer también aprendiendo las reglas morales de otra comunidad.

El perspectivismo orteguiano argumenta que la mirada moral de cada individuo está condicionada por la perspectiva de
la comunidad en la que vive, lo que no quita que la vida moral, en general, pueda ser contemplada con otras
perspectivas. Frente a la visión estrecha de la “sociedad cerrada”, el individuo (como agente moral autónomo) no debe
sentirse coaccionado por la perspectiva moral de su comunidad y, desde una disidencia de pensamiento, puede
transformar su comunidad en una “sociedad abierta” (ya sea renunciando al “individualismo ético” o bien confrontando
las propias costumbres a las de otras comunidades desde una óptica pluricultural).

Cuando se habla de los Derechos humanos (DH) y se trata de internacionalizarlos, siempre se hace desde una
perspectiva etnocentrista occidental del Primer Mundo, lo que los convierte en mera exportación de un subproducto del
neocolonialismo. Quizá convendría contemplar esa posible internacionalización como una herramienta que pueda
contrarrestar las desastrosas consecuencias (para el Tercer Mundo) que sí ha ocasionado la expansión del imperialismo
de los mercados financieros.
Por otro lado, el individualismo ético bien entendido parece indispensable para contar con sujetos dispuestos a luchar
por los DH en un proceso de internacionalización/globalización de estos. Por ello, más que medidas de presión externa
(como bloqueos económicos, que pueden perjudicar a inocentes) o injerencias coactivas de potencias imperantes, se
hacen imprescindibles medidas como: el apoyo (moral y material) a la disidencia interna de aquellos países que no
respetan los DH, apoyo y envío de contingentes de fines humanitarios, así como instituir tribunales internacionales que
penalicen crímenes contra la humanidad.

Como sugiere Kant en su texto Hacia la paz perpetua, la Justicia plena (en esta vida, no en ultratumba) es una utopía (en
forma de sociedad sin Estado) que nunca alcanzaremos pero hacia la que nunca debemos dejar de caminar, y para la
que se requiere una “ciudadanía mundial” organizada por la propia conciencia de los ciudadanos y fundamentada en
preceptos morales, sin coacción de leyes jurídicas o poderes políticos. Mas, Kant se contentaba con el sueño de una
vigencia planetaria de los DH en un mundo gobernado por una Liga de Naciones de organización horizontal. Sería
partidario de la ONU, aunque criticaría la paradoja de ser una organización para la preservación de la paz mundial y los
DH, al tiempo que se la obliga a realizar intervenciones armadas, o toma resoluciones bajo presión de potencias
hegemónicas. Aunque la configuración imperial del mundo actual dificulta ese sueño kantiano, la ONU es al menos
condición necesaria (con mucho margen de mejora) para continuar en el intento de preservar la paz y DH.

Según el filósofo M. Giusti, el cosmopolitismo necesita alas para sobrevolar los particularismos hacia una aspiración de
universalidad (global), y raíces para no perder el arraigo a nuestra comunidad (local).

Finalmente, son los individuos de los que debe partir el impulso (como las ondas provocadas por una piedra arrojada al
centro de un lago) para la tarea secular de la construcción de una cosmópolis.

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