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04 febrero 2022
Hace cuatro años que acuñé el término Web 3.0. En ese momento estaba claro para
mí: Ethereum - la plataforma que cofundé - permitiría a la gente interactuar a través de
un beneficio mutuo sin la necesidad de confiar el uno en el otro. Con tecnologías para el
envío de mensajes y la publicación de datos, esperábamos construir una web igualitaria
que permitiera hacer todo lo que se puede hacer ahora, excluyendo eso sí servidores o
autoridades que gestionen el flujo de información.
Hoy en día, con componentes clave que siguen faltando o son disfuncionales, con una
escalabilidad que sigue siendo deficiente y con muchos proyectos que sufren problemas
de compatibilidad, no siempre resulta fácil ver la luz al final del túnel. Los puntos clave
no han cambiado desde entonces: la centralización no es sostenible a largo plazo.
Repaso histórico
Si retrocedemos a los 90, Internet era un lugar muy diferente. Google todavía era un
dominio .org, el software de código abierto era calificado como un ‘cáncer’ por Steve
Ballmer, ex CEO de Microsoft y términos como ‘superautopista de información’ o
‘adicto a Internet’ comenzaban a consagrarse. La gente todavía manejaba sus propios
sitios web y servidores de correo electrónico, y la neutralidad en la red era algo que los
pescadores discutían a la hora de comprar barcos de arrastre. El tejido de Internet aún
no se había deformado por la mala praxis de la sociedad. Todavía era bastante
básico y empoderado, lo que reflejaba sus raíces académicas y de aficionados.
Internet está roto por su propio diseño, vemos cómo la riqueza, el poder y la influencia
se ponen en manos de los codiciosos, los megalómanos o los simples malintencionados
La tecnología suele reflejar su propio pasado. Actúa en línea con el paradigma anterior,
solo que de una forma más rápida, más dura, mejor o más fuerte que antes. Cuando la
economía global pasó a ser administrada de forma online, reprodujimos las mismas
estructuras sociales que teníamos antes.
Hoy en día, Internet está roto por su propio diseño. Vemos cómo la riqueza, el poder y
la influencia se ponen en manos de los codiciosos, los megalómanos o los simples
malintencionados. Los mercados, las instituciones y las relaciones de confianza se han
trasladado a esta nueva plataforma, con la densidad, el poder y los titulares cambiados,
pero con la misma dinámica de siempre.
Un ejemplo práctico, ¿cómo pagamos las cosas online? En la Web 2.0 no estás
facultado para hacer pagos en sí. En realidad, debes contactar con tu entidad bancaria
para que lo haga en tu nombre. No se confía en ti para hacer algo tan inocuo como pagar
la factura del agua. Se te trata como a un niño que apela a un padre para esta acción. Si
quieres ponerte en contacto con un amigo en Internet, es probable que tengas que
recurrir a Facebook u otra red social para que transmita tu mensaje.
Los magnates que dirigen estos servicios (a menudo claves para nuestras vidas y
trabajos) no tienen malas intenciones, pero tampoco actúan con benevolencia o una
suerte de principios. Ganan dinero a costa de nuestra fidelidad, alimentando nuestra
información y cortándonos el grifo cuando es conveniente.
Con tantos datos siendo canalizados a través de tan pocos cables, la incómoda verdad es
que, a menos que pongamos en marcha protocolos de software abierto, nuestra
sociedad, cada vez más digital, seguirá estando en riesgo por parte de ‘autoridades’
maliciosas. Los que desean proteger el orden mundial pacífico y liberal de la posguerra
deben darse cuenta: nuestra actual arquitectura digital magnificará los males de la
sociedad, no los limitará.
Si la sociedad no adopta los principios de la Web 3.0 para su plataforma digital, corre el
riesgo de seguir corrompiéndose y acabar fracasando, al igual que los sistemas feudales
medievales y el comunismo de estilo soviético demostraron ser insostenibles en un
mundo de democracias modernas. Algunos aspectos de este nuevo sistema, como el
bitcoin o el Sistema de Archivos Interplanetarios, ganarán primero tracción ‘bajo el
radar’ en las salas de servidores. A medida que la tecnología madure y las empresas
tradicionales frenen inevitablemente su innovación y traten sus productos como vacas
lecheras, las ventajas de la Web 3.0 aumentarán. No será posible prohibir la Web 3.0,
como no lo fue para las ciudades y países prohibir Uber, Airbnb y Wikipedia.
Desde el punto de vista del usuario, la Web 3.0 apenas se diferenciará de la Web 2.0, al
menos al principio. Veremos las mismas tecnologías de visualización: HTML5, CSS,
etc. En el backend, tecnologías como Polkadot conectarán diferentes hilos tecnológicos
en una sola economía y ‘movimiento’.
La Web 3.0 generará una nueva economía digital global, creando nuevos modelos de
negocio, acabando con los monopolios de plataformas como Google o Facebook
La Web 3.0 generará una nueva economía digital global, creando nuevos modelos de
negocio y mercados que los acompañen, acabando con los monopolios de plataformas
como Google o Facebook, y dando lugar a grandes niveles de innovación ascendente.
Los ataques gubernamentales a nuestra privacidad y libertad, como el rastreo
generalizado de datos, la censura y la propaganda, serán más difíciles.
No hay duda en que no podemos predecir los primeros casos de éxito de esta nueva
plataforma ni cuándo podrían aparecer, al igual que ocurrió con el desarrollo de Internet
antes. El plazo podría medirse en décadas y no en meses, sin embargo, cuando surja la
Web 3.0, esta dará un nuevo significado a la Era Digital que conocemos.