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Tania Elcke Benavente Valdez

Seminario de Crítica Literaria Latinoamericana


Carrera de Literatura 2015

La escritura ritual

Introducció n: la distancia de lo sagrado

A consecuencia de leer la novela de Juan José Saer El entenado, podemos presenciar


hoy en día que las ciudades modernas, ademá s de ser horizontales y disimular el cielo, han
ido provocando la ruptura que hasta hoy el hombre tiene con la naturaleza. Basadas en una
ideología capitalista corporativistas, este tipo de sociedad ha implantado un nuevo régimen
de adoració n hacia las cosas, en el que el desarrollo y el consumismo serían sus mejores
aliados. En esta medida, el hombre moderno no repara en el pasado y piensa má s bien en el
porvenir, en un mejor futuro: má s confortante y má s seguro. Sin embargo, esta necesidad de
seguridad surge precisamente de aquello a lo que los colastinés temían tanto: la
contingencia. Es así que las ciudades de hoy en día han levantado enormes monumentos y
dado nombre a todas las cosas con un solo objetivo: el hombre solo puede temerle al
hombre y nunca a la terrible naturaleza; nunca a todo aquello que con su sola existencia
pareciese ignorar la nuestra.

Asimismo, obstinados del deseo que “se vuelca sobre el objeto para abandonarse
má s fá cilmente a la adoració n de sí mismo”1, el hombre civilizado ha creado también
rituales que confirmen su existencia y den sentido a su vida. A pesar de ello, a diferencia de
las tradiciones y los rituales de los antiguos, estos inventos son má s una convenció n, una
formalidad, que solo provocaría má s duda y abandono:

(…) fui dejando atrá s, poco a poco, mi infancia, hasta que un día una de las putas pagó mis
servicios con un acoplamientos, gratuito –el primero, en mi caso– y un marino, de vuelta de
un mandado, premió mi diligencia con un trago de alcohol, y de ese modo me hice, como se
dice hombre. Saer, pág. 5

1
Juan José Saer. El entenado. Biblioteca breve. Buenos Aires. 2002, pág. 21
Con la misma intenció n –la de reconocernos hombres a través de los otros– es que, segú n
John Berger, miramos a los animales en los zooló gicos: esperando detrá s de las jaulas
reconocer en su mirada una breve señ al que confirme un pasado mítico, en el que
compartimos un mismo mundo. Pero “ningú n animal reserva para el hombre una mirada
especial”, y la falta de un lenguaje comú n da cuenta de un silencio, un terrible silencio, que
garantizaría su distancia, “su diferencia, su exclusió n con respecto al hombre”2.

Y, sin embargo, si “el vicio fundamental de los seres humanos es el de querer contra
viento y marea seguir vivos y con buena salud, es querer actualizar a toda costa las
imá genes de la esperanza”, hoy en día y de algú n modo aú n existen mitos y rituales que
responden y cuestionan lo exterior desde manifestaciones totalmente subjetivas que, si se
quiere, surgen de un impulso secreto, un rumor interno, una memoria distinta a la memoria
histó rica del mundo. Es en esta línea que me parece pertinente plantear la escritura en El
entenado como un ritual en el que se instaura la creació n de una historia sagrada, y en ella
un mito de origen (la del protagonista) que prolongaría y completaría un mito cosmogó nico.

La ritualidad en El entenado

Dos nacimientos y dos rituales son de suma importancia para esta lectura. Por un
lado está el nacimiento del personaje de la obra que luego el lector reconocerá como el
entenado o el huérfano de padre y madre. Por otro lado, añ os má s tarde, el narrador
relatará otro nacimiento suscitado al encuentro con los colastinés:

(…) me doy cuenta de que, recuerdo de un acontecimiento verdadero o imagen instantá nea,
sin pasado ni porvenir, forjada frescamente por un delirio apacible, esa criatura que llora en
un mundo desconocido asiste, sin saberlo a su propio nacimiento. No se sabe nunca cuá ndo
se nace: el parto es una simple convenció n (…) Entenado y todo, yo nacía sin saberlo y como
el niñ o que sale, ensangrentado y ató nito, de esa noche oscura que es el vientre de su madre,
no podía hacer otra cosa que echarme a llora. Del otro lado de los á rboles me fue llegando,
constante, el rumor de las voces rá pidas y chillonas y el olor matricial de ese río
desmesurado, hasta que por fin me quedé dormido. Saer, pág. 17
Aparte de ello, el entenado también experimentará dos rituales de iniciació n: el primero de
ellos, anteriormente citado, lo convierte “como se dice, en un hombre”; y, el segundo,
aunque no se presenta en la novela de manera explícita, lo experimenta justamente después
de su nacimiento previo al ritual de la carne. Ahora bien, ¿en qué medida creo pertinente
2
John Berger.”¿Por qué miramos a los animales?” En Mirar. Ediciones de la Flor. Buenos Aires. 1998, pág. 15
esta interpretació n?, justamente porque es en este ritual en el que los colastinés piensan
confirmar su lugar en el mundo como “hombres verdaderos” y al mismo tiempo necesitan
de un testigo que testifique, valga la redundancia, esta suprema cualidad que es “distinguir
entre lo interno y lo exterior” del mundo. Es así que el entenado no se da cuenta,
verdaderamente, sino añ os má s tarde, que aquel ritual lo estaba elevando 3 por sobre su
rango de “indistinto” para luego llegar a ser un objeto primordial del rito cosmogó nico de
una tribu indígena:

(…) De todos esos huéspedes, yo era el ú nico que no sabía có mo comportarme (…) el Def-ghi
(…) desentrañ arlo fue como abrirme paso por una selva resistente y trabajosa. A los indios,
para quienes todo lo externo se les subordinaba, nunca se les ocurrió que yo podía ignorar
su lengua y sus intenciones. Yo, que a decir verdad no tenía, desde el punto de vista de ellos,
existencia propia, no debía ignorar, desde ese mismo punto de vista, lo que ellos esperaban
de mi persona. No me dieron, ni una vez sola, ninguna explicació n. Ya entre las primeras
miradas que me dieron, en el primer anochecer en que anduve entre las hogueras, había, me
doy cuenta ahora, ademá s del deseo de llamar mi atenció n y de caerme en gracia, la
expresió n del que recuerda a una de las partes, con insistencia un copo obscena, las
clá usulas de un pacto secreto. Saer, pág. 66
En esta media, el pacto secreto, que tardaría añ os en entender nuestro protagonista, se
haría evidente al darse cuenta de la fragilidad de una tribu que necesitaba de un rito para
sostenerse frente a lo indistinto:

Daban la impresió n envidiable de estar en este mundo má s que toda otra cosa. Su falta de
alegría, su hosquedad, demostraban que, gracias a ese ajuste general, la dicha y el placer les
eran superfluos. Yo pensaba que, agradecidos de coincidir en su ser material y en sus
apetencias con el lado disponible del mundo, podían prescindir de la alegría. Lentamente, sin
embargo, fui comprendiendo que se trataba má s bien de lo contrario, que, para ellos, a ese
mundo que parecía tan só lido, había que actualizarlo a cada momento para que no se
desvaneciese como un hilo de humo en el atardecer. Saer, pág.60
Ahora bien, de los dos nacimientos y de las dos ceremonias de iniciació n que tuvo el
entenado, só lo las experiencias que obtuvo con los colastinés empezarían a cobrar en él un
verdadero sentido existencial. Tanto así que el recuerdo de este periodo de su vida lo
distanciaría permanentemente, no solo del tiempo y la sociedad en la que ahora hacía parte
sino, también de todo lo exterior a los colastinés:

3
Según Mircea Eliade, en Aspectos del mito, las ceremonias de iniciación estarían encaminadas por dos motivos:
“mostrar la manera de celebrar estos cultos a quienes se va a elevar, o que acaban de ser elevados, al rango de
hombres” (pág. 24). En este caso, el entenado estaría encaminado a elevarse como hombre.
De la misma manera que los indios de algunas tribus vecinas trazaban en el aire un círculo
invisible que los protegía de lo desconocido, mi cuerpo está como envuelto en la piel de esos
añ os que ya no dejan pasar nada del exterior. Ú nicamente lo que se asemeja es aceptado. El
momento presente no tiene má s fundamento que su parentesco con el pasado. Conmigo, los
indios no se equivocaron; yo no tengo, aparte de ese centelleo confuso, ninguna otra cosa
que contar. Ademá s, como les debo la vida, es justo que se la pague volviendo a revivir, todos
los días, la de ellos. Saer, pág. 68
Sin embargo, segú n plantea Mircea Eliade, una de las repercusiones que tiene el rito por
sobre las personas que lo practican es: forzar má gicamente a las cosas y a los seres a
retornar a sus orígenes, es decir, reiterar su creació n inicial 4. En esta medida, me parece
oportuno plantear que después de aquella primera noche del nacimiento del entenado y de
su primera participació n en el rito cosmogó nico de los nativos, al ser él mismo, al igual que
sus compañ eros fallecidos, parte del ritual de la carne, este ritual lo forzaría desde su
interior a retornar a su origen, instalá ndose dentro de él como un rumor arcaico:

A los recuerdos de mi memoria que, día tras día, mi lucidez contempla como a imá genes
pintadas, se suman, también, esos otros recuerdos que el cuerpo solo recuerda y que se
actualizan en él sin llegar sin embargo a presentarse a la memoria para que, reteniéndolos
con atenció n, la razó n los examine. Esos recuerdos no se presentan en forma de imá genes
sino má s bien como estremecimientos, como nudos sembrado en el cuerpo, como
palpitaciones, como rumores inaudibles, como temblores. Entrando en el aire traslú cido de
la mañ ana, el cuerpo se acuerda, sin que la memoria lo sepa. Saer, pág. 67
De este modo, “no basta con conocer el ·origen·”, el entenado deberá “reintegrar el
momento de la creació n”5 y asumir por completo las consecuencias que tiene conocer la
historia primordial de las cosas. 6 Por lo que, la escritura se convertirá , segú n mi
interpretació n, en parte primordial del ritual, ya que es a través de ella que el mito
cosmogó nico de los colastinés podrá ser reactualizado.

Del mito de origen al mito cosmogó nico

Sumando a todo lo dicho, segú n Mircea Eliade, existen varias formas de volver hacia atrá s y,
sin embargo, dos son las má s relevantes: “I) la reintegració n rá pida y directa a la situació n
primera (…), y 2) el retorno progresivo al origen remontando el tiempo, a partir del instante

4
Ibbid. Pág. 23
5
Ibbid. Pág. 41
6
Existen bastantes citas significativas a lo largo de la novela que hacen referencia a los colastinés y al lugar en
donde habitan como el lugar de origen y los primeros hombres hechos de un barro primigenio.
presente hasta el ·comienzo· absoluto” 7. Esta segunda manera de contar un mito, segú n el
mismo autor, estaría dirigida a rememorar minuciosa y exhaustivamente acontecimientos
personales e histó ricos relevantes en la construcció n del pasado, por lo que se creería que el
narrador de dichas historias estaría dotado de poderes má gico-religiosos, ya que no
cualquiera es capaz de recordarse. En esta medida, se confirmaría el lugar del entenado
dentro del ritual como aquel “sobreviviente” que es capaz de recordar, a través de su
conocimiento subjetivo, el origen de las cosas.

Por otro lado, Eliade complementa esta idea afirmando que aquel que tenga conocimiento
de sus propias existencias anteriores, es decir, se acuerde de su propio ‘nacimiento’
(origen) y de sus vidas pasadas, “logrará librarse de sus condicionamientos ká rmicos”;
dicho de otra forma, se hará dueñ o de su destino 8. En el caso de El entenado, llevar a cabo el
esfuerzo que implica el hecho de recordarlo todo (sin discriminar los rumores de cuerpo
entre lo verdadero y lo falso, el sueñ o o la realidad), posiciona a su protagonista en al rango
de cosmócrata (quien recuerdan el nacimiento) ya que, como se evidencia a lo largo de la
narració n, es só lo a través de la escritura y de la memoria que el huérfano de padre y madre
puede volver sobre sus pasos, mirarse desde afuera, y reflexionar sobre sí mismo de una
manera mucho menos ingenua.

En esta medida, la historia que se narra en la novela de Saer se convierte en una historia
sagrada al tratarse de un acontecimiento que ha sucedido en “el tiempo fabuloso de los
comienzos”; a su vez, también es la escritura de un mito, ya que relata las experiencias y
aventuras de seres sobrenaturales y có mo los mismos han venido a la existencia. Ademá s de
ello, es también un mito de origen, ya que sirviéndose de los colastinés y de su historia, el
entenado, que siempre vino de la nada, pudo confirmar su nacimiento y plantar su origen.
En esta medida, el mito de origen (del entenado) que se plantea en esta lectura, no solo
prolongaría y completaría el rito de los colastinés (en el que se rememora el asesinato
primordial) sino, también, su cosmogonía.

Para concluir, sería interesante marcar algunos paralelismos en la novela en los que se
confirmaría a los colastinés como aquellos hombres primordiales de los que hoy en día

7
Ibbid. Pág. 81
8
Ibbid. Pág. 83
somos consecuencia. Por un lado, la narració n del “periodo de locura” por el que habían
atravesado el barco repleto de marineros, encaminado al Nuevo Mundo, es
extremadamente similar al “periodos de locura” por el que atraviesan los colastinés: en el
que lo femenino y lo masculino; las relaciones paternales o familiares; e incluso, la parte
má s racional del hombre, era sometido al instinto surgido a causa de la contingencia. Por
otro lado, está la narració n del pequeñ o niñ o que representa, burló n, una escena de teatro,
imitando a los de su tribu: có mo querían ser representados por el Def-ghi (pá g. 19), en la
cual encuentro cierta similitud con la narració n del padre Quesada, quien “ridiculizá ndose
así mismo con expresiones pensativas y zumbonas” (pá g. 49) hacía reír a los que le
observaban, con intenciones no tanto ingenuas pero sí (ambos) amparando cierta
esperanza, contraria a la contingencia.

Bibliografía:

Berguer, John. Mirar. Ediciones de la Flor. Buenos Aires. 1998

Eliade, Mircea. Aspectos delmito. Pá idos. Buenos Aires. 2000


Saer, Juan José. El entenado. Biblioteca breve. Buenos Aires 2000. Versió n pdf.

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