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Enviaste Señor,
tu Espíritu y todo ha sido creado,
y se ha renovado la faz de la tierra. (2)
Consolador buenísimo,
dulce huésped del alma,
dulce refrigerio,
descanso en el trabajo,
en el ardor tranquilidad,
consuelo en el llanto.
DULCE CONSOLADOR.
ENVÍA TU ESPÍRITU
Envíanos, Señor, tu luz y tu calor, que alumbre nuestros pasos, que encienda nuestro amor.
Envíanos tu Espíritu, y un rayo de tu luz encienda nuestras vidas en llamas de virtud.
Envíanos, Señor, tu fuerza y tu valor, que libre nuestros miedos, que anime nuestro ardor;
envíanos tu Espíritu, impulso creador, que infunda en nuestras vidas la fuerza de su amor.
Envíanos, Señor, la luz de tu verdad, que alumbre tantas sombras de nuestro caminar; envíanos tu
Espíritu, su don renovador, engendre nuevos hombres con nuevo corazón.
ES PENTECOSTÉS
Cuando rezamos, cuando cantamos, cuando la fiesta es un celebrar gozoso el día grande:
Pentecostés; cuando llevamos en nuestras manos un resplandor de luz, en nuestro pecho vive y
palpita el que murió en la cruz. Cuando el Señor alienta en nosotros siempre es Pentecostés.
Cuando el amor nos lanza a la vida siempre es Pentecostés.
Cuando queremos comprometernos en una misma fe, una tarea, un compromiso, siempre es
Pentecostés. Cuando decimos sí a la Iglesia con plena lucidez, soplan de nuevo vientos del cielo
porque es Pentecostés.
Cuando los hijos ya van creciendo y dicen que quieren ser miembros de Cristo y de su Iglesia,
siempre es Pentecostés. No nos separan lenguas ni razas, nuestra consigna es ser en el mundo un
testimonio porque es Pentecostés.
Cuando la fuerza que estaba oculta vence con su poder nuestros temores, nuestro egoísmo,
siempre es Pentecostés. Cuando aceptamos ser levadura y llama que quiere arder, nos vinculamos
más a la Iglesia porque es Pentecostés, nos vinculamos más a la Iglesia porque es Pentecostés.
Tu septiformis munere,
digitus paternae dexterae,
tu rite promissum Patris,
sermone ditans guttura.
Amen.
Ven Espíritu creador; visita las almas de tus fieles. Llena de la divina gracia los corazones que Tú
mismo has creado.
Tú eres nuestro consuelo, don de Dios altísimo fuente viva, fuego, caridad y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones; Tú el dedo de la mano de Dios, Tú el prometido del
Padre, pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
Enciende con tu luz nuestros sentidos, infunde tu amor en nuestros corazones y con tu perpetuo
auxilio, fortalece nuestra frágil carne.
Aleja de nosotros al enemigo, danos pronto tu paz, siendo Tú mismo nuestro guía evitaremos todo
lo que es nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre y también al Hijo y que en Ti, que eres el Espíritu de ambos, creamos
en todo tiempo.
Gloria a Dios Padre y al Hijo que resucitó de entre los muertos, y al Espíritu Consolador, por los
siglos infinitos.
Amén.