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ABSTRACT
■ This article focuses its discussion on «social rights» in the welfare state,
stressing that, contrary to the criticism from different political positions, such
rights are es- sential to enable the autonomy of the citizen. Therefore, been
considered as «social rights» or prerequisites of rights, the exclusion from
effective access to certain basic services implies a reduction of citizenship, not
only because it reduces the range of rights, but it affects the reality of citizenship
as civil and political status.
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Incluso puede considerarse que el problema de la ciudadanía es el de lo que une a
un con- junto de ciudadanos en una comunidad política coherente y estable. Cf. R. Beiner,
«Liberalismo, nacionalismo, ciudadanía: tres modelos de comunidad política» en Revista
internacional de filosofía política, 10, Madrid, 1997, pp. 5-22.
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4 Ciudadanía y derechos
T. H. Marshall/T. Bottomore, opus cit., p. 22-23.
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«El ciudadano sin más por nada se define mejor que por participar en la administración
de justicia y en el gobierno» (Aristóteles, Política, III, 1275 a, 22-23).
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Cf. Aristóteles, Política, III, 5; IV, 6, 1293 a, 1-10; IV, 11.
10
Véase p. ej. I. Kant, Metafísica de las costumbres, 1.ª parte, §46: «Sólo la capacidad de
votar cualifica al ciudadano; pero tal capacidad presupone la independencia del que, en el
pueblo, no quiere ser únicamente parte de la comunidad, sino también miembro de ella, es
decir, quiere ser una parte de la comunidad que actúa por su propio arbitrio junto con otros.
Pero la última cualidad hace necesaria la distinción entre ciudadano activo y pasivo, aunque el
concepto de este último parece estar en contradicción con la noción de ciudadano en general.
(…) Los siguientes ejemplos pueden servir para resolver esta dificultad: el mozo que trabaja al
servicio de un comerciante o un artesano; el sirviente (no el que está al servicio del Estado); el
menor de edad (naturaliter vel civiliter); todas las mujeres, y en general cualquiera que no puede
conservar su existencia (su sustento y protección) por su propia actividad, sino que se ve
forzado a ponerse a las órdenes de otros (salvo a las del Estado), carece de personalidad civil y
su existencia es, por así decirlo, sólo de inherencia» (Cito por la traduc- ción de A. Cortina y J.
Conill, Tecnos, Madrid, 1989).
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La Asamblea Constituyente estableció que para ser ciudadano activo había que pagar el
equi- valente a tres jornales en impuestos directos. En Inglaterra el grado de riqueza requerido
era mucho más alto: Shaftesbury propuso en 1679 que sólo pudieran votar los residentes con
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Por ejemplo, en la Constitución española de 1978, el derecho de propiedad no se
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«No se trata tanto de recordar que los individuos son iguales sólo si se consideran
en abstracto como de reconocer que las diferencias sociales —irrelevantes en la atribución de
los derechos de libertad— pueden en cambio asumir gran importancia cuando se
confrontan de manera realista con las oportunidades de disfrute efectivo de esos
derechos» (A. Brillante, opus cit., pp. 209-210).
17
Sin embargo, el propio Marshall recuerda que se ensayaron medidas alternativas al
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recono- cimiento de los derechos de la ciudadanía para paliar la desigualdad sin atacar al
1
sistema, como la
«Poor Law» inglesa.
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T. H. Marshall/T. Bottomore, opus cit., p. 51.
19
T. H. Marshall/T. Bottomore, opus cit., p. 54.
20
Giddens, A Contemporary Critique of Historical Materialism, MacMillan, Londres, 1981,
pp. 226-229.
21
Cf. D. Held, «Ciudadanía y autonomía» en La Política, n.º 3 (1996), pp. 41-67.
porque aseguran los requisitos mínimos de una vida digna y son presupuesto
del ejercicio de los derechos fundamentales civiles y políticos.
El debate sobre el Estado del Bienestar revela, sin embargo, la dificultad
de conciliar una noción de ciudadanía llevada a sus últimas consecuencias
con la lógica del capitalismo. Y en el centro del debate siempre han estado los
derechos sociales, objeto de críticas desde la derecha y la izquierda, sobre
todo a raíz de la crisis del Estado del Bienestar24.
24
Entre otros factores de crisis se han mencionado la globalización de la economía, que
resta margen de maniobra; la insuperabilidad del desempleo; la división sexual del trabajo, que
carga las tareas asistenciales sobre el Estado, etc.
25
Ver p. ej. la Constitución española, donde el derecho al trabajo, a la vivienda, la salud, el
me- dio ambiente, etc. se incluyen en el capítulo de «Principios rectores de la vida social y
económica», por lo que no pueden invocarse estrictamente como derechos subjetivos vinculantes
para los poderes públicos.
26
Cf. R. Alexy, opus cit., pp. 490-491.
27
Ref. R. Nozick y los «libertarians» (el liberalismo libertario). R. Nozick, Anarquía,
28
Por ejemplo: para satisfacer el derecho de todo desempleado a un puesto de trabajo, el
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Esta- do tendría que, o bien dar a todos ocupación en la Administración pública (lo que sólo
1
ocultaría el desempleo, además de gravar considerablemente el presupuesto estatal), o bien limitar y
hasta supri- mir la libertad en materia de contratación de los agentes económicos privados.
res subrayan que hay que tener en cuenta que las políticas sociales se refieren
so- lamente a la distribución, y no a la producción; por lo que no tocan el
núcleo de los intereses del capital.
Ahora bien: que no se cumpla efectivamente lo que se proclama no
tiene por qué llevar a pensar que los derechos son inútiles, sino más bien a la
exigen- cia de tomarlos en serio, y de que se adopten las políticas necesarias
para que sean efectivos. Y, asimismo, la denuncia de la utilización política de
los derechos so- ciales no tiene por qué conducir a rechazar sin más las
políticas de bienestar so- cial, salvo que se siga el criterio de «cuanto peor,
mejor»29.
Pero también desde posiciones más cercanas a la socialdemocracia (como la
«Tercera Vía» de Tony Blair en el Partido Laborista británico o el «Nuevo
Cen- tro» defendido por Gerhard Schröder en el SPD alemán) se han
señalado las consecuencias negativas para la ciudadanía de la política del
Estado de Bienestar. Se advierte así de que las prestaciones sociales del
Estado del Bienestar son com- patibles con un paternalismo no democrático
(de hecho, en los países del «socia- lismo real» hubo derechos sociales sin
derechos civiles y políticos), y susceptibles de fomentar una degradación
«clientelar» de la ciudadanía (voto de «clientes», condicionado a los servicios
ofrecidos), por lo que «...los derechos sociales po- drían incluso significar la
cuasi-renuncia privatista a un papel de ciudadano, que se reduce entonces a
relaciones de clientela con unas administraciones que otor- gan sus
prestaciones en términos paternalistas»30. En este sentido, el Estado del
Bienestar habría favorecido más bien la heteronomía y la pasividad de los
ciuda- danos. E incluso puede afectar a su autonomía privada en cuanto
impone una
«normalización» y un control tutelar preocupantes.
Desde una óptica foucaultiana Emilio Santoro31 señala que el aparato
del Estado de Bienestar, lejos de promover la autonomía del ciudadano, es un
ins- trumento de control y sujeción de los individuos. Las demandas de
justicia no llevan a un control de la actividad del Estado o del sistema
económico, sino a una serie de medidas de compensación cuyo coste recae,
no sobre los detenta- dores del poder económico sino sobre la sociedad en su
conjunto, y que sirven además de legitimación al Estado. Así, los derechos
sociales corresponderían a la lógica de la «biopolítica», mientras que los
civiles y políticos corresponden a la liberal. Por eso —señala— la polémica
contra los derechos sociales refleja en parte intereses de propietarios privados,
pero también la reivindicación de una
29
«¿Se quiere quizá concluir que es preferible no tener ninguna política de derechos
sociales para mantener «hambrientas» formaciones de ciudadanos, que estarían así siempre
32
J.M. Barbalet, Citizenship: Rights, Struggle and Class Inequality, University of
Minnesota Press, Minneapolis, 1988. Las referencias a este ensayo están tomadas de D. Zolo
(1994).
Conclusiones
La cuestión es, sobre todo, qué consecuencias se sacan de la afirmación de
Barbalet acerca de la incompatibilidad de las lógicas de los derechos sociales y
del mercado. Se puede optar por restringir el alcance de la noción de ciudada-
nía, apelando a la incompatibilidad de mercado (identificado con libertad) e
igualdad35; pero también por enriquecer al máximo, aun aceptando las
tensiones internas, la noción de ciudadanía.
Pero, en definitiva, ya se les considere «derechos sociales» o prerrequisitos
de los derechos, la exclusión del acceso efectivo a ciertos servicios básicos
implica
33
Barbalet propone distinguir entre «derecho social» como pretensión a prestaciones
públicas garantizada por su accionabilidad judicial y «servicio social» como prestación social
ofrecida dis- crecionalmente por el sistema político en respuesta a exigencias de integración
social, legitimación política y orden público.
34
D. Zolo, «La strategia della cittadinanza» en D. Zolo, La cittadinanza, Roma, Laterza,
Roma, 1994, pp. 33-34.