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Elegir a Jesús (lo recomienda el Padre) [Cuaresma 2 C 2022]

Jesús tomó consigo a Pedro, a Juan y a Santiago y subió al monte para orar. Y mientras
estaba orando, aconteció que el aspecto de su rostro parecía otro y sus vestidos se volvieron de
una blancura refulgente. Y he aquí que dos hombre hablaban con Él. Eran Moisés y Elías, que,
apareciendo circundados de gloria, hablaban del éxodo que Jesús había de consumar en
Jerusalén.
Pedro y sus compañeros, estaban cargados de sueño, pero habiéndose desvelado
vieron la gloria de Jesús y a los dos varones que estaban con él. Y aconteció que al retirarse
ellos de Él, Pedro dijo a Jesús: –Maestro, ¡qué bueno es para nosotros estar aquí! Vamos a
hacer tres tiendas: una para ti, una para Moisés y una para Elías. Pedro no sabía lo que decía.
Mientras estaba hablando, se formó una nube y los cubrió; y se llenaron de temor al
entrar en la nube. Y se dejó oir una voz de la nube que decía: –Este es mi Hijo elegido;
escúchenlo. Mientras sonaba la voz, Jesús se quedó solo. Ellos guardaron silencio y no contaron
a nadie por entonces nada de lo que habían visto (Lc 9, 28b-36).

Contemplación
En el Principio y Fundamento de los Ejercicios Espirituales, Ignacio dice: “El hombre es
creado para… Jesús nuestro Señor”. Cuando usa la expresión “Dios nuestro Señor” Ignacio se
refiere a Jesús. Y como “debemos desear y elegir solamente aquello que más nos conduce para
el fin para el que somos creados”, los Ejercicios (y toda nuestra vida) se orientan a “elegir a
Jesús”.
Lo que sucede es que en nuestro paradigma cultural –de un hombre y una mujer autónomos
(con rasgos muy individualistas, aunque ahora esto esté girando hacia rasgos más sociales)- la
elección suele entenderse como “elección de cosas, que en el fondo están referidas a uno
mismo”, cuando de lo que se trata es de “elegir a Jesús”.
Vamos a contemplar que nos implica “elegir a Jesús”, poniéndolo en el centro de nuestra vida,
como dice el Papa Francisco.

– Escuchar

Resuena la voz del Padre. Imaginamos a los apóstoles: están encandilados contemplando a un
Jesús transfigurado que dialoga nada menos que con Moisés y Elías. Las personas que ven los
tienen extasiados. Para un buen israelita ellos representan los dones que Jesús quiere dar a sus
discípulos: la nueva Ley del amor y su Espíritu (así como Elías le dio parte del suyo a Eliseo). De
ambos no conocemos su muerte y es como si se hubieran quedado esperando al Señor .
La visión de Jesús transfigurado no es un espectáculo, no es una visión que los distancie del
Señor y los mantenga afuera de su círculo íntimo. Todo lo contrario, Jesús transfigurado los
hace sentir incluidos; ellos pueden entender lo que Jesús conversa con Moisés y Elías: están
hablando del Éxodo que Jesús va a consumar en Jerusalén. Por eso, aunque tienen sueño, se
desvelan, son conscientes de que están contemplando “la Gloria de Dios”.
Cuando se retiran Moisés y Elías, Pedro se siente movido a participar. Y aunque no sabe bien lo
que dice –el acontecimiento lo ha superado-, igual habla y le sugiere a Jesús que armen
campamento allí. Quiere que Moisés y Elías se queden. Está dispuesto a servirlos. Es en ese
momento que interviene la Voz del Padre.
Por si fuera poco haber visto a Jesús con Moisés y Elías, ahora es el Padre mismo el que les
habla a ellos, simples pescadores de Galilea. Les revela quién es verdaderamente Jesús y qué es
lo que deben hacer para con Él: Escucharlo! Escuchar su Palabra, sus enseñanzas…
En el lenguaje de los Ejercicios diríamos que les inculca en el corazón “el provecho” que quiere
que saquen de esta contemplación. Ellos, conmovidos, guardaron esta revelación en su
corazón. No le contaron nada a nadie hasta después de la resurrección del Señor. Entonces sí,
lo contaron todo.
Y gracias al evangelio, nosotros también podemos participar de lo que ellos vieron; podemos
sentir como dirigida a nosotros la revelación del Padre. Juan, que estuvo allí, nos lo dirá
claramente en su primera carta: “La Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos
testimonio y les anunciamos la Vida eterna (…), para que también ustedes estén en comunión
con nosotros, como nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,
1-3).

- Elegir

El amor del Padre por su Hijo es un amor que elige, un amor que tiene su predilección. Sentir
amor, experimentar la fuerza de atracción que tiene sobre nosotros la persona amada, recibir
amor… todo esto es la mitad de la gracia que tiene el que ama: La mitad pasiva. La otra mitad
es activa: y consiste en discernir el amor mayor y elegirlo: es decir, preferirlo a todo lo demás,
cultivarlo, ceñirse a su forma, no permitir que se le mezclen otros amores…, esa es la otra mitad
de la gracia que trae en sí el amor. El amor sentido y elegido es el verdadero amor.
El Padre elige a su Hijo. ¿Cómo podría no elegirlo?, pensamos. ¡Cómo podría un padre no sentir
amor por su hijo! Pareciera algo instintivo, obligatorio. Y sin embargo, es a la vez, lo más libre,
lo más personal. Elegir el amor que uno siente le agrega valor a ese amor. Cuando elijo amar al
que amo reduplico el amor, lo personalizo. La predilección del Padre por Jesús mira a poner
todo en manos del Hijo: el Padre deja todo en manos de Jesús y tratará a los hombres cómo
Jesús le diga. Se trata de un Jesús hombre que conoce desde dentro lo que sentimos los
hombres. Yo no se si se puede hablar así, pero desde que vino Jesús, pareciera que Dios Padre
se volvió más misericordioso,
más realista
y de una manera que no podemos medir, pero que se siente, se volvió más vulnerable.
Dejó de castigar, como hacía en el Antiguo Testamento.
Dejó de soñar que con dar unos mandamientos bastaba.
Dejó de mostrar esos arranques de Todopoderoso tan frecuentes en el Antiguo
Testamento.
Espero que se me perdone por esta manera de hablar que puede parecer impiadosa.
Aunque quizás sea mejor decirlo de otra manera: decir que lo que cambió fue nuestra
manera de percibir la acción De Dios. Y esto gracias a Jesús.

- Participar

El Padre quiere que escuchemos a Jesús porque El es el único que nos puede revelar y enseñar
cómo es su verdadero rostro y cómo siente su corazón. Para sanear todas las falsas ideas de
Dios que circulan. Gracias a Jesús, el elegido, el predilecto, sabemos que Dios es nuestro Padre.
Un Padre Misericordioso, que no se cansa de esperar, de salir a buscar, de perdonar…
Pero más que todas estas “cualidades” novedosas de Dios –que ya están presentes en el
Antiguo Testamento, pero que gracias a Jesús consolidan una nueva imagen de Dios- más que
todo esto, digo, lo más grande que se nos revela del Padre es su amor por Jesús, su Hijo
predilecto. Y lo más inaudito es que se nos invite a participar de ese amor que se tienen los dos.
Que se nos invite a entrar en esa comunión, como dice Juan: “para que también ustedes estén
en comunión con nosotros, como nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo
Jesucristo”.
Elegir a Jesús,
preferirlo a todos los tesoros de la tierra,
no anteponerle nada,
desear que todo sea con Él,
aspirar a que todo sea para Él,
Aficionarnos solo a Él, como quería Ignacio,
sentir que todo es en Él…,
a eso nos invita el Padre cuando nos pide que escuchemos a Jesús,
cuando nos revela cuánto lo quiere.
Elegir a Jesús no solo no es una elección de “cosas que hay que hacer o mejorar”.
Tampoco se trata de elegirlo como si fuera alguien aislado.
Elegir a sus amigos
Elegir a Jesús es elegirlo junto a los que lo eligen:
elegir al Padre, en primer lugar,
elegir a Nuestra Señora, a San José…,
elegir a Juan, Pedro y Santiago…, que nos quieren incluir en esa comunión,
elegir a todos los que han amado a Jesús –a Francisco, a Ignacio, a Teresita… (cada uno hará su
lista personal de santos y santas más cercanos a su vida).
Elegir a los pobres
Elegir a Jesús es elegir también a los que Él elige:
a sus preferidos: elegir a los más pequeños, elegir a los pobres, elegir a los que lo siguen más de
cerca, a los que le rezan, a los que quieren vivir en la comunidad de la Iglesia.
Escuchar al Hijo amado es escuchar a aquellos con los que él se identifica.

Y es tan fuerte lo que nos dicen los pobres, tan estridente, que sobrepasa nuestra capacidad de
oír individualmente; no porque no digan nada, no porque sufran en silencio, sino porque no es
una palabra individual.
“¿No escuchan lo que nos pasa a tantos?”- nos dicen.
Y no me lo dicen a mí o a vos.
Nos lo dicen a todos juntos, nos lo dicen al Pueblo.
Por eso hace falta una comunidad de personas que quieran ponerse a escuchar juntas.
Cuando formamos una verdadera comunidad,
cuando acallamos nuestras voces individualistas,
cuando hacemos silencio a nuestros reclamos
y bajamos el tono y no le damos tanta importancia a expresar “nuestra opinión”…
entonces comenzamos a escuchar a los más pobres.
Y descubrimos maravillados que el Hijo predilecto está hablando todo el tiempo,
solo que cada uno de nosotros lo quería escuchar individualmente
y El –en ellos- estaba hablando en el idioma común de los que sólo le hablan a los que viven en
común.

Diego Fares sj

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