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Gente acercable (4 C Cuaresma 2022)

Se acercaban a El todos los publicanos y pecadores para oírlo. Y murmuraban los


fariseos y los letrados diciendo: –Este a los pecadores los recibe y come con ellos.
Entonces Jesús les propuso a ellos esta parábola diciendo: –Un hombre tenía dos hijos. Y
el menor de ellos dijo a su padre: «Padre, dame la parte de la herencia que me corres-
ponde”. Y el Padre les repartió el patrimonio. Después de no muchos días, el hijo menor
juntando todo, se marchó a tierras lejanas y allí dilapidó su herencia viviendo licencio-
samente. Cuando lo había gastado todo, sobrevino una gran hambruna en aquella re-
gión, y él comenzó a padecer necesidad. Entonces fue y se arrimó a uno de los ciudada-
nos de aquella región, quien le mandó a sus campos a apacentar cerdos. Y él ansiaba lle-
nar su estómago con las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Y en-
trando en sí mismo se dijo: «¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan de sobra, mien-
tras que yo aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi Padre le diré: Padre, he
pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno (axios) de ser llamado hijo tuyo; trá-
tame como a uno de tus jornaleros». Y levantándose fue a su Padre.
Cuando aún estaba muy lejos, su padre lo vio, y se conmovió en sus entrañas, salió co-
rriendo a su encuentro, le cayó encima al cuello abrazándolo y lo cubrió de besos. El
hijo empezó a decirle: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de
ser llamado hijo tuyo». Pero el padre dijo a sus criados: «Rápido, saquen el mejor vesti-
do y vístanlo; pónganle también un anillo en su mano y sandalias en los pies. Y traigan
el ternero cebado, mátenlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío ha-
bía muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y lo hemos encontrado». Y comenza-
ron a festejar. Su hijo mayor estaba en el campo. Y cuando volvió, al acercarse a la casa,
oyó la música y los coros, y llamando a uno de los criados y le preguntó qué eran estas
cosas. El criado le dijo: «Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha matado el ternero cebado,
porque lo ha recobrado sano». Se indignó, entonces, y no quería entrar… pero su padre
saliendo comenzó a rogarle. Pero él respondiendo le contestó: «Resulta que hace tantos
años que te sirvo sin haber traspasado jamás tus mandatos, y jamás me diste un cabrito
para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero apenas llegó ese hijo tuyo, que se ha gasta-
do tu patrimonio con prostitutas, y mataste para él el ternero cebado». Pero el padre le
respondió: «Hijo, tú estás siempre conmigo, y todas mis cosas son tuyas. Era oportuno
alegrarnos y hacer fiesta, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida,
estaba perdido y ha sido encontrado» (Lc 15,1-3.11- 32).

Contemplación
Se acercaban a Él todos…
“Se acercaban a El todos los publicanos y pecadores para oírlo”. Me imagino alegre el ambien-
te de toda esta gente “desacostumbrada” que se acerca a Jesús y lo rodea atenta. Un am-
biente alegre con una alegría muy especial: una alegría silenciosa, llena del humilde res-
peto del que se sabe recibido sin merecerlo, del que quiere entrar y sentarse sin que se
note y, al asomarse a la puerta, se encuentra con los ojos de un Jesús que lo invita a pa-
sar sin palabras, los ojos de Jesús que lo hacen sentir reconocido, incluido, familia.

La parábola de la alegría del Padre misericordioso


La parábola se podría muy bien llamar “la parábola de la alegría del Padre mise-
ricordioso por el hijo que se acerca”. La palabra hebrea “simha” (alegría) expresa la emo-
ción interior del corazón que se irradia en el rostro:
“Los mandamientos del Señor
alegran el corazón
e iluminan los ojos” (Salm 19).
La alegría de la que habla la parábola es esa alegría espontánea e irresistible que
uno siente en un reencuentro que se produce después de una larga separación. La aleg-
ría de la que habla Jesús tiene detrás imágenes bíblicas de reencuentros esperados. Es
como la alegría de aquellos israelitas de Bet Semés que estaban segando el trigo y “Al-
zando la vista vieron el arca (los filisteos les devolvían el arca de la alianza que les habían
robado y, sobre una carreta, se la enviaban de regreso por el camino) y corrieron llenos de
alegría a su encuentro” (1 Sam 6, 13). Así es la alegría del Padre al ver a su hijo cuando aún
estaba muy lejos: apenas los ojos distinguen la imagen querida el corazón se estremece de
misericordia.
Y la alegría brota incontenible, se contagia a todos, no le basta el abrazo íntimo de re-
conciliación con el hijo que regresa, sino que para expresarse plenamente necesita armar
una gran fiesta, una celebración en la que toda la casa se regocije y se alegre con cantos
y con danzas.

Era gente que había estado alejada


¿De qué se inspira Jesús para contar esta parábola? Me gusta pensar que la aleg-
ría que expresa la parábola Jesús la captó de la atmósfera que crearon los sentimientos
de los corazones y el brillo de las miradas de publicanos y pecadores. Eran gente que
había estado alejada mucho tiempo, personas que ya no se creían con derecho a partici-
par de las alegrías de Dios… Y de golpe, se corre la voz de que Jesús es distinto. Y se
van acercando para oírle. Asombrados, se sienten recibidos sin reproches, se sienten
bienvenidos, aceptados, perdonados, invitados, dignos. Se sienten como el hijo pródigo
sin saber aún la historia, sienten la dicha de ser recibidos como hijos y eso les emociona
el corazón. Y Jesús capta esa dicha que ellos no se animan a expresar y la plasma en la
parábola de la dicha del Padre misericordioso y de sus ángeles: “Hay más alegría en el
cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan
conversión” (Lc 15, 7).
La parábola que el Señor inventa –en el sentido latino que tiene inventar, que sig-
nifica “encontrar” y “descubrir”-, la parábola, pues, que el Señor descubre en esa alegría
contenida que se gestó, entre los publicanos y pecadores que se le acercaban como oveji-
tas y su corazón de Buen Pastor, es la parábola que sella definitivamente una alegría sin
sombras: la alegría de un perdón definitivo y sin peros, esa que “nadie nos puede qui-
tar” (Jn 16, 22).

Contra los que se creían con derecho a una religión que excluye
Porque la alegría de los que se le acercaban, al percibir el runruneo de la murmu-
ración de los que se creían con derecho a la religión, corría el riesgo de volverse tímida,
de quedarse callada, de sentirse de segunda… Nada de eso: la alegría íntima del Padre
abrazando al hijo es una con la alegría externa de la fiesta que manda organizar y con la
alegría que quiere –que suplica- que tenga el hijo mayor.

Se ha oficializado la alegría del perdón que acerca


La parábola del hijo pródigo oficializa la alegría del perdón y expulsa para siem-
pre del cristianismo todas las devaluaciones y todas las máscaras con que somos tenta-
dos contra la alegría. El Señor vence toda vergüenza ajena, no acepta ningún amague de
comportamiento políticamente correcto, desenmascara todo fingimiento…. Por eso no
tolera el reclamo del hijo mayor que reivindica para sí “una alegría a su medida”, para
él solo con sus amigos. No hay lugar para “dos alegrías”, una para los justos y otra, de
segunda, para los ex-pecadores. La alegría iguala a todos y es la señal de que hay cari -
dad verdadera, perdón verdadero, de que todos nos sentimos hermanos y no hay hijos
y entenados.

Con el Padre en el umbral de la fiesta


Jesús sacraliza la alegría que sienten tímidamente todos estos pecadores que ex-
perimentan su misericordia y la eleva a la categoría de la Misericordia del Padre que ce-
lebra a su hijo que ha vuelto a la vida, la sacraliza como el único ámbito sagrado en el
que se puede estar en relación con él. Por eso el Padre sale hasta el umbral en el que se
ha detenido su hijo mayor y lo invita a participar de la fiesta, a sentirla como propia. De
ahora en adelante no habrá alegrías legítimas fuera del ámbito de la alegría común que
el Padre ha organizado para los pródigos. En el fondo, lo que el Padre le está diciendo a
su hijo mayor es que él también es un hijo pródigo, aunque no haya traspasado ninguno
de sus mandamientos. No basta no traspasar. Hay que entrar. Entrar en la fiesta. El ma-
yor es pródigo porque no ha gozado de “todo lo del Padre” como propio, sino que ha
ambicionado “su cabrito”, su parte, su alegría particular, solo para algunos. Y fuera del
ámbito de la fiesta de los perdonados, expresión externa de la alegría interior del cora -
zón del Padre, todo es “país lejano”, “chiquero”, exclusión.

Una creatura nueva


Nouwen hace notar que la cara del hijo pródigo en el cuadro de Rembrandt es un
rostro extraño: la cabeza está rapada, como si saliera de un campo de concentración…
Pero si uno mira más detenidamente lo que se nota es que los rasgos están como poco
definidos, como si fueran los de un feto todavía en formación. El abrazo del Padre mise-
ricordioso está transformando al hijo en una nueva creatura, como dice Pablo en la se-
gunda lectura: “El que vive en Cristo es una nueva creatura: lo antiguo ha desapareci-
do, un ser nuevo se ha hecho presente” (2 Cor. 5, 17).
El Padre abraza al hijo pródigo con el mismo amor, la misma emoción y la misma
alegría con que abraza a Jesús, su Hijo amado. Experimentar esta alegría del Padre mi-
sericordioso cuando uno está en la miseria de sus pecados, es lo que nos convierte el co-
razón y nos hace amar a Jesús.
Él es el que posibilita esta reconciliación. Para eso vino, para eso se encarnó y
compartió su vida con nosotros. Lo amamos más porque en esta parábola ni siquiera
aparece. En la de la higuera hacía de humilde contratista. En esta se identifica tanto con
nosotros que no se lo puede reconocer, sino en su deseo de identificarse con ese hijo
pródigo desfigurado por el pecado que se funde en el abrazo del Padre para ser restitui-
do a la vida junto con todos nosotros.

Dos tipos de alejados


Hay dos tipos de alejados, aquellos cuyo discurso es como el del hijo pródigo y
aquellos cuyo discurso es como el del hijo mayor. Sintamos un poco: El hijo pródigo es
un buscavidas, un tipo que se mueve: se va de casa, se divierte, busca laburo, entra en sí
mismo, se levanta, regresa a la casa paterna… El hijo pródigo sabe dónde está parado y
piensa de manera pragmática. No echa culpas ni busca excusas: constata su situación y
llega a la conclusión de que lo mejor que puede decir a su padre es que lo trate como un
jornalero. El hijo pródigo tiene como discurso que “él no es digno”.
El hijo mayor, en cambio, es un tipo paralizado, uno que anda por los rincones y se
detiene en los umbrales; no traspasa las reglas, pero tampoco se mueve para ponerlas
en práctica. El hijo mayor, no sabe dónde está parado: está lleno de reproches a los demás –
a su padre y a su hermano -, es uno que se compara; uno cuyos lamentos no lo llevan a
ninguna parte. El hijo mayor tiene como discurso que “su dignidad no ha sido reconocida”.
En el caso del hijo pródigo, su alejamiento es “acercable”; en el hijo mayor, pare-
ciera que no, al menos si se mantiene en sus posiciones.

A mi me encanta interactuar con hijos pródigos “acercables”, como les llamo.
Esos que uno ve que hacen un poco como los chicos tímidos, que se ponen a tiro y se
dejan encontrar. Están alejados, es verdad, pero no en el fondo del corazón. Los alejan
situaciones en las que se fueron complicando, pero su corazón está deseando estar en
casa, está anhelando el abrazo del padre y la fiesta.
Los otros, los hijos mayores “no acercables” son difíciles de tratar y la verdad es
que trato de no perder mucho tiempo con ellos. Rezo para que algo los desestabilice,
porque si el discurso es “mi dignidad no es reconocida”, van mal. Todos podemos re-
clamar algo de esta dignidad no reconocida en el mundo en que vivimos. Pero no es el
punto para charlar con nuestro Padre Dios.
Ser “acercable” es una elección de vida, una opción. Si uno desea ser acercable, la
gente se acerca. Y Dios también. Para eso hay que “moverse”, saber “donde uno está
parado” y ser conscientes de la propia indignidad.

Diego Fares sj

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