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CLASE 01 Última
LA PERSONA HUMANA Modificación
18/03/2020
1. Introducción
2. La persona humana: Unidad biopsicoespiritual
3. Dignidad de la persona humana
4. Propiedades del alma y del cuerpo
5. Principios fundamentales para el estudio de la vida humana
Objetivo:
Reconocer la dignidad de la persona humana a la luz del Magisterio de la Iglesia y de algunos
ejemplos bíblicos de aquellos personajes marginados que encontraron la vida en Aquel que es la
Vida, descubriendo así el sentido de su existencia en el kerigma.
LA PERSONA HUMANA
Es natural del ser humano defender su propia especie y luchar por enriquecerla con las distintas
experiencias que se le presentan en el cotidiano vivir. Como católicos estamos llamados a amar,
respetar y defender la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Así que, como misioneros
de esta Santa Iglesia, estamos en el deber de conocer y enseñar el valor y la dignidad del ser
humano, “¡sólo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad, paz y felicidad!”
(Encíclica Evangelium Vitae, SS JP II) .
Habitamos un mundo donde se han invertido los valores y se considera más importante la
persona por lo útil que pueda ser a la sociedad, dadas sus pertenencias, conocimientos, riquezas,
poderes, en fin, que por lo que realmente representa como ser humano. Además, priman los
apetitos sensibles en nuestro diario convivir, en lugar de dar cabida a los movimientos de la
voluntad; considerándose, de esta manera, el sufrimiento como un mal terrible que se debe evitar
a toda costa. La lucha del más fuerte contra el más débil es constante, cuya finalidad es la
supervivencia de los mejor capacitados para poblar el mundo.
Basta observar la vida de numerosos personajes que nos muestran las Sagradas Escrituras, entre
ellos Zaqueo (cf. Lc 19,1-10), y María Magdalena (cf. Lc 7,36-50), en los cuales sus vidas eran un
vivo reflejo del hedonismo que opaca el don del Amor, poniendo el sentido de sus vidas en las
riquezas y el placer respectivamente, olvidando su origen, y destruyendo la dignidad propia de
hijos de Dios. Sin embargo, el encuentro con el Resucitado, les dio una orientación decisiva y
definitiva que restauró todas sus dimensiones, convirtiéndose en fieles seguidores de su Maestro,
que les enseñó el verdadero valor de la vida eterna, es decir, la Vida les enseñó que la vida tiene
sentido en tanto se experimenta el Amor de Dios.
Hoy más que nunca, la vida es atacada por una “cultura de muerte”, donde imperan los
eufemismos y las doctrinas o proposiciones antinaturales. Es así entonces como la Ideología de
Género ha trastornado los valores y las buenas costumbres. La comunidad LGBTI se ha apoyado en
esta corriente introduciendo prácticas como el aborto y las uniones por parejas del mismo sexo
llamándolas “derechos”. Nos enfrentamos a una sociedad en la que el hombre se ha rebelado
contra su Creador y contra sí mismo.
Como misioneros, es necesario ser profundos en el estudio y defensa de la vida humana desde la
concepción hasta la muerte natural, evidenciando la obra maestra de la Creación de Dios. Pero
más aún, reconociendo la dignidad de la persona humana en cuanto a que tiene alma de
naturaleza espiritual, y por lo tanto, es hija de Dios. Cuando se pierde de vista este principio
objetivo sobrenatural, las apreciaciones subjetivas convierten al hombre en un ser antinatural.
Por estas razones, es de suma importancia volver los ojos a Cristo y reconocer en Él la dignidad
que tiene todo ser humano, independiente de sus dificultades, miserias, malformaciones,
discapacidades, entre otros. De no ser así, llegará el día en que Dios nos pida cuentas por nuestros
hermanos como en otro tiempo lo hizo con Caín expresándole: “¿Dónde está tu hermano?” y
nuestra respuesta no será otra que la misma egoísta y mentirosa de Caín: ¿Soy yo acaso el
guardián de mi hermano? (cf. Gn 4,9).
Así entonces, toda persona que tenga como centro de su vida a Dios, está en la amorosa
obligación de respetar su vida y velar por preservar la de sus hermanos. Quien defiende la vida,
defiende también a Cristo quien es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14,6).
“E l hombre está llamado a una plenitud de vida que va má s allá de las dimensiones de su
existencia terrena, ya que consiste en la participació n de la vida misma de Dios. Lo sublime
de esta vocación sobrenatural manifiesta la g randeza y el valor de la vida humana incluso
en su fase temporal. En efecto, la vida en el tiempo es condició n bá s ica, momento inicial y
parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que,
inesperada e inmerecidamente, es iluminado por la promesa y renovado por el don de la
vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad” ( Evangelium vitae, 2).
Durante este nivel se estudiará la vida de la persona humana, teniendo en cuenta los
principios morales, resaltando su dignidad de hija de Dios; tomando como fundamentos
disciplinas como la medicina, el derecho, la antropología y la filosofía.
Es por esto, que el ser humano posee tres dimensiones fundamentales: la biológica, la
psicológica y la espiritual, las cuales se encuentran interrelacionadas mutuamente.
Estas tres dimensiones son inseparables, de manera que no podemos tener el cuerpo por
un lado, la mente en otro lado y el alma por otro lado. Así las cosas, en los actos humanos
intervienen estas tres dimensiones y se interrelacionan todo el tiempo.
objetos y los hombres son sujetos personales. Por ejemplo: si alguien llega a casa y quiere
saber si hay alguien pregunta: ¿hay alguien en casa? O ¿quién está en casa? Nunca
preguntaría: ¿hay algo en casa? O ¿qué hay en casa? Las dos primeras preguntas se
refieran a personas y las dos últimas a objetos.
Por eso no es correcto decir ¿qué es el hombre? Sino que la manera correcta para
preguntarse por el ser humano es: ¿quién es el hombre? Porque el hombre no es una
cosa sino una persona. De hecho, los derechos y los deberes son de las personas, no de
los objetos; un objeto no tiene derecho a nada. Por su parte, el hombre no es un
instrumento ni un producto que se fabrica en serie, sino que es un sujeto único e
irrepetible que Dios crea en serio.
Por haber sido hecho a imagen de Dios, el ser humano tiene la dignidad de persona; no es
solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de poseerse y de darse libremente y
entrar en comunión con otras personas; y es llamado, por la gracia, a una alianza con su
Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser puede dar en su
lugar (Catecismo, 357).
a. Es inmortal:
El alma no muere. Al poseer naturaleza espiritual no puede disolverse en partes ni
tiene dependencia directa del cuerpo para existir. La única posibilidad de que
desaparezca es que sea aniquilada por Dios. Sin embargo, el infinito amor de Dios
le lleva a apreciar cada alma que ha creado, que por eso compró cada una con el
precio de la sangre de Jesús.
c. Social:
Mediante el cuerpo el hombre puede relacionarse con otros estableciendo una
vida comunitaria. En este aspecto se entiende además la reciprocidad más alta
que se da entre el varón y la mujer dentro del matrimonio, a través del don de la
complementariedad.
d. Ético – religiosa:
A través del cuerpo como signo visible, el hombre se lanza a relacionarse con Dios
para alabarle y glorificarle. Con el cuerpo se toman las disposiciones para orar.
Video de Apoyo
https://www.youtube.com/watch?v=HHlvM_dJVUQ&feature=youtu.be
Bibliografía
Congregación para la Doctrina de la Fe (2008). Instrucción Dignitas Personae sobre algunas
cuestiones de Bioética. Obtenido de:
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/documents/rc_con_cfaith_doc
_20081208_dignitas-personae_sp.html
Juan Pablo II. Carta Encíclica Evangelium Vitae. Mar 25 de 1995. Obtenido de:
http://www.vatican.va/content/john-paul-ii/es/encyclicals/documents/hf_jp-ii_enc_2503
1995_evangelium-vitae.html
Juan Pablo II. Catecismo de la Iglesia Católica. Oct 11 de 1992. Obtenido de:
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/index_sp.html
Lucas Lucas, R. (2008). Bioética para todos. Ciudad de México, México: Trillas.
Anexo
Instrucción Dignitas Personae
Congregación para la Doctrina de la Fe
7. La Iglesia tiene la convicción de que la fe no sólo acoge y respeta lo que es humano, sino que
también lo purifica, lo eleva y lo perfecciona. Dios, después de haber creado al hombre a su
imagen y semejanza (cf. Gn 1,26), ha calificado su criatura como «muy buena» (Gn 1,31), para más
tarde asumirla en el Hijo (cf. Jn 1,14). El Hijo de Dios, en el misterio de la Encarnación, confirmó la
dignidad del cuerpo y del alma que constituyen el ser humano. Cristo no desdeñó la corporeidad
humana, sino que reveló plenamente su sentido y valor: «En realidad, el misterio del hombre sólo
se esclarece en el misterio del Verbo encarnado».
Convirtiéndose en uno de nosotros, el Hijo hace posible que podamos convertirnos en «hijos de
Dios» (Jn 1,12) y «partícipes de la naturaleza divina» (2 Pe 1,4). Esta nueva dimensión no contrasta
con la dignidad de la criatura, que todos los hombres pueden reconocer por medio de la razón,
sino que la eleva a un horizonte de vida más alto, que es el propio de Dios, y permite reflexionar
más adecuadamente sobre la vida humana y los actos que le dan existencia.
A la luz de estos datos de fe, adquiere mayor énfasis y queda más reforzado el respeto que según
la razón se le debe al individuo humano: por eso no hay contraposición entre la afirmación de la
dignidad de la vida humana y el reconocimiento de su carácter sagrado. «Los diversos modos con
que Dios cuida del mundo y del hombre, no sólo no se excluyen entre sí, sino que se sostienen y se
compenetran recíprocamente. Todos tienen su origen y confluyen en el eterno designio sabio y
amoroso con el que Dios predestina a los hombres “a reproducir la imagen de su Hijo” (Rm 8, 29)».
8. A partir del conjunto de estas dos dimensiones, la humana y la divina, se entiende mejor el por
qué del valor inviolable del hombre: él posee una vocación eterna y está llamado a compartir el
amor trinitario del Dios vivo.
Este valor se aplica indistintamente a todos. Sólo por el hecho de existir, cada hombre tiene que
ser plenamente respetado. Hay que excluir la introducción de criterios de discriminación de la
dignidad humana basados en el desarrollo biológico, psíquico, cultural o en el estado de salud del
individuo. En cada fase de la existencia del hombre, creado a imagen de Dios, se refleja, «el rostro
de su Hijo unigénito... Este amor ilimitado y casi incomprensible de Dios al hombre revela hasta
qué punto la persona humana es digna de ser amada por sí misma, independientemente de
cualquier otra consideración: inteligencia, belleza, salud, juventud, integridad, etc. En definitiva, la
vida humana siempre es un bien, puesto que “es manifestación de Dios en el mundo, signo de su
presencia, resplandor de su gloria” (Evangelium vitæ, 34)».
El matrimonio cristiano «hunde sus raíces en el complemento natural que existe entre el hombre y
la mujer y se alimenta mediante la voluntad personal de los esposos de compartir su proyecto de
vida, lo que tienen y lo que son; por esto tal comunión es el fruto y el signo de una exigencia
profundamente humana. Pero, en Cristo Señor, Dios asume esta exigencia humana, la confirma, la
purifica y la eleva, llevándola a la perfección con el sacramento del matrimonio: el Espíritu Santo
infundido en la celebración sacramental ofrece a los esposos cristianos el don de una comunión
nueva de amor, que es imagen viva y real de la singularísima unidad que hace de la Iglesia el
indivisible Cuerpo místico del Señor Jesús».
10. Juzgando desde el punto de vista ético algunos resultados de las recientes investigaciones de la
medicina sobre el hombre y sus orígenes, la Iglesia no interviene en el ámbito de la ciencia médica
como tal, sino invita a los interesados a actuar con responsabilidad ética y social. Ella les recuerda
que el valor ético de la ciencia biomédica se mide en referencia tanto al respeto incondicional
debido a cada ser humano, en todos los momentos de su existencia, como a la tutela de la
especificidad de los actos personales que transmiten la vida. La intervención del Magisterio es
parte de su misión de promover la formación de las conciencias, enseñando auténticamente la
verdad que es Cristo y, al mismo tiempo, declarando y confirmando con autoridad los principios
del orden moral que emanan de la misma naturaleza humana.