En el extremo, la perspectiva de que el deseo es puramente una construcción, puede tornarse
culpabilizante y dejar muy poco espacio a lo inconsciente. Si el deseo es “programable”, si no queda nada por fuera de esa programación, entonces devenimos por entero responsables de lo que sentimos. Sucede que una persona puede ser acusada de “transfóbica” por el hecho de dejar de sentir atracción sexual por alguien con quien se ha vinculado sexo afectivamente luego de un proceso de transición de aquella persona con la que se relacionaba. Así, la concepción de un deseo plástico y maleable bien puede conducir a una gran rigidez y codificación en torno a cuáles deberían ser las líneas para deconstruir el deseo. Si el deseo es una construcción y depende de nuestra voluntad deconstruirlo, devenimos responsables de no poder o querer hacerlo y nuestras tendencias deseantes se vuelven “enjuiciables”.