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“Con Cristina no alcanza, pero sin Cristina no se puede”. Esta fue la fórmula descriptiva que
acuñó Alberto Fernández a principios de 2018 tras reencontrarse –después de diez años de no
verse- con Cristina Kirchner, y que se convertiría en algo así como el enunciado a partir del cual
comenzaría a ordenarse el peronismo en busca de la unidad. Una forma de decir que Cristina
era necesaria, pero no suficiente. Acaso en la segunda parte de la fórmula (“sin Cristina no se
puede”) pueda leerse entrelíneas tanto el reconocimiento de lo insustituible de esa figura
como un dejo de resignación por ese carácter.
Ya más cerca de las elecciones, a comienzos de 2019, aquélla aséptica frase fue reemplazada
por otra, un tanto sacrificial y erótica: “Unidad hasta que duela”. Pronunciada por quien era
entonces el presidente del Partido Justicialista, José Luis Gioja. “Tenemos que sacrificarnos por
la unidad. Unidad hasta que duela”, dijo en la antesala de la realización del congreso del PJ.
Aquélla frase se cristalizó en la extraña fórmula electoral que conocemos, con la socia
mayoritaria de la coalición –en términos de votos- escoltando a un candidato con amplia
presencia mediática pero escasísimo armado territorial y nulo historial de exitosas
candidaturas propias.