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242-257)
El problema con las emociones es que nos llevan a sentirnos desbordados por fuerzas
que se encuentran más allá de nuestro control. Con mucha frecuencia creemos que, si nos
permitiéramos sentir el enfado o la depresión, por ejemplo, nos veríamos completamente
desbordados y bloqueados o acabaríamos enloqueciendo y, en consecuencia, solemos
considerarlas como una amenaza. Pero luchar contra las emociones es tan absurdo
como tratar de enfrentarnos a brazo partido con una ola gigantesca, ya que es precisamente
nuestra actitud de resistencia a las emociones la que provoca el desbordamiento y nos impide
aprovechar la extraordinaria oportunidad espiritual que representan.
¿Acaso podemos hacemos amigos de nuestras emociones? ¿Cómo podemos
aceptarlas? ¿De qué modo podemos aprender a dirigimos deliberadamente hacia ellas y
convertirlas en un estímulo para el despertar?
Si aprendiéramos a sentir lo que estamos sintiendo, en lugar de reaccionar ante ello,
condenarlo o tratar de eliminarlo, y nos adentráramos más profundamente en las emociones,
tal vez pudiéramos aceptar más plenamente todo lo que la vida nos depare. A fin de cuentas,
los problemas sólo son conflictivos cuando nos sentimos incómodos con los sentimientos que
activan en nuestro interior.
El capítulo de las emociones es uno de los más confusos de toda la psicología moderna.
Quien se acerque a la literatura de la psicología occidental con la intención de comprender lo
que son las emociones, cómo surgen y cuál es su significado se encontrará con un
desconcertante montón de teorías contrapuestas. Como dijo James Hillman después de
haber realizado un exhaustivo estudio al respecto: «hasta el momento, las emociones siguen
siendo un problema con solución inefable».'
A lo largo de toda su historia, la psicología occidental ha contemplado a las emociones
con suspicacia y hasta con desdén como algo ajeno, diferente y separado de nosotros. Desde
la época de Platón, las "pasiones" han sido consideradas como nuestra «naturaleza inferior».
Según Freud. las pasiones se originan en el ello (en el "id"), «en ese caos primigenio, en ese
caldero de bullente excitación», una visión que. obviamente, dificulta el proceso de llegar
a aceptarlas como parte de nosotros mismos. Ésta ha sido la actitud tradicional con la que el
pensamiento dualista occidental ha contemplado a las emociones como algo ajeno y separado
de nosotros.
Es precisamente esta actitud la que alienta la necesidad de desembarazarnos de estas
fuerzas extrañas a través del acting out o la represión. El mismo miedo que nos provocan
pone claramente de relieve lo enajenados que estamos de nosotros mismos. Comenzamos
alienándonos de nuestra propia energía, calificándola de un modo negativo, y acabamos
concluyendo que se trata de algo ajeno. Luego empezamos a imaginar que las emociones
son demoníacas y que albergamos monstruos en nuestro interior. Lo paradójico es que la
misma actitud que nos lleva a juzgar y tratar de controlar a nuestras emociones es la que nos
lleva a sentimos desbordados por ellas y alienta simultáneamente su irrupción, lo que
aumenta nuestra alineación. Considerar las emociones como algo ajeno les otorga la
posibilidad de que acaben controlándonos. Y es que este tipo de estrategias no hace sino
dificultar su experiencia directa e inmediata.
La mayor parte de la gente cree iiusoramente que sólo puede ser feliz si ocurre
algo especialmente bueno. Por más extrañe que pueda parecer, sólo conozco una frase
que exprese que la vida es buena per se. que el simple hecho de estar vivo es
bueno... la expresión francesa joie de vivre, una expresión que significa que el mero
hecho de estar vivo es una experiencia extraordinaria. Cualquiera puede ver la
manifestación de esa experiencia observando los juguetones retozos de un niño o de
un cachorro. Lo que ocurre en esos casos es algo completamente inmaterial
que expresa la simple sensación de estar vivos. Con todo ello no estoy diciendo que
nuestro estilo de vida nos haga necesariamente felices, ya que la evidencia patentiza
de continuo la realidad del sufrimiento. Lo único que quiero señalar es que no. por ello,
el mero hecho de estar vivo deja de ser una cualidad positiva.
Lo que Dubos describe aquí es el simple gozo de ser, la bondad básica, la sensibilidad
primordial a la realidad que descansa en su núcleo y que no depende de que las
circunstancias reales en que vivamos sean buenas o malas.
Al igual que el agua es el soporte de la vida en tanto que elemento universal presente
en todos los tejidos vivos, esta vitalidad esencial es la fuente de nuestra sensibilidad y del flujo
de la energía que nos alienta. Al igual que la tierra, la vitalidad y las sensaciones que dimanan
de ella son el fundamento que nos sustenta y nos nutre. Al igual que ocurre con el aire que,
cuando lo respiramos, estimula y vivifica todo nuestro cuerpo, la vitalidad abre un espacio
móvil en el centro mismo de todo sentimiento que impide que nos quedemos fijados o
cristalizados. Y, al igual que ocurre con el fuego, nuestra vitalidad esencial es un calor que
irradia libremente en todas direcciones.
Esta vitalidad esencial es la fuente de nuestra sensibilidad y de nuestra salud. La
fragilidad de nuestra piel y el complejo funcionamiento de nuestros sentidos, de nuestro
cerebro y de nuestro sistema nervioso pone de manifiesto que el ser humano está organizado
para permitir que el mundo penetre dentro de él, y nuestro sistema nervioso pone de
manifiesto que el ser humano está organizado para permitir que el mundo penetre dentro de
él, y nuestras emociones y sentimientos son respuestas distintas al modo en que el mundo
nos afecta.
La sensación sentida
Entre la vitalidad pura y abierta y nuestros sentimientos y emociones más familiares se
abre una zona de sensibilidad sutil a la que Gendlin denomina sensación sentida. Cuando,
por ejemplo, me siento enfadado con un amigo, el enojo no es sino la punta del "iceberg" de
una sensación más amplia de frustración. Este iceberg, mucho más amplio y profundo que el
enfado, puede ser experimentado como una sensación sentida global en todo el cuerpo que
asume la forma de un calor abrasador o tal vez de una tensión muy aguda. Y lo mismo
podríamos decir con respecto a la desilusión, la desesperación, el dolor o la opresión, por
ejemplo.
Para conectar con la sensación sentida que subyace a una determinada emoción
podemos preguntamos: «¿cómo experimento globalmente esa situación?" Y, aunque una
sensación sentida suela comenzar de un modo un tanto difuso -porque contiene
muchas facetas de nuestra respuesta a una determinada situación-, una vez conectamos con
ella y empezamos a articular lo que encierra, descubrimos mucha más información y
posibilidades de las que fomentan nuestras reacciones emocionales familiares.
El sentimiento y la emoción
Los sentimientos -como la tristeza, la alegría o el enfado son más claramente reconocibles
que las sensaciones sentidas, que suelen comenzar de un modo bastante incierto. Las
emociones son una modalidad más intensa de las sensaciones. En este sentido, el
sentimiento de tristeza puede erigirse sobre el sufrimiento, el sentimiento de irritación puede
convertirse en rabia y el sentimiento de miedo puede transformarse en pánico. En cualquiera
de los casos, uno de los rasgos distintivos de la emoción es que atrapa completamente
nuestra atención, no puede ser ignorada y habitualmente asume una forma reiterada y
predecible. Los sentimientos, por su parte, son más sutiles y fluidos que las emociones.
¿De qué modo acaban las emociones convirtiéndose en algo denso, claustrofóbico o
explosivo? ¿Cuál es la diferencia que existe entre estar atrapados en las emociones y poder
trabajar con ellas de un modo más constructivo? Supongamos que me despierto triste y que,
en lugar de sentir la tristeza y dejar que me ponga en contacto con algo que está ocurriendo
en mi vida. sólo presto atención a lo que amenaza mi sensación de identidad («Si me siento
triste al despertar es que debe estar ocurriéndome algo grave. Sólo los fracasados se
despiertan sintiéndose tristes»). Cuando un sentimiento amenaza la imagen que tenemos de
nosotros mismos queremos alejamos naturalmente de él. Sin embargo, cuando calificamos
negativamente la tristeza y la rechazamos, acabamos estancándola y perdiendo así el
contacto con nuestra vitalidad esencial. Así es como acabamos sumidos en visiones oscuras
y depresivas sobre nosotros mismos y en pensamientos e imágenes melancólicas que
acabamos proyectando en el pasado y en el futuro («¿Qué es lo que me está
ocurriendo?» «¿Por qué nunca estoy bien?).
Cuantas más vueltas doy a este tipo de argumentación, más triste me pongo y más
oscuras se vuelven esas tramas arguméntales, entrando en una especie de círculo vicioso
que aboca a las sensaciones más intensas de la depresión y la desesperación. Y. cuando la
tristeza acaba estableciéndose como depresión y nos alejamos de ella, comenzamos a ver a
todo el mundo, toda nuestra biografía y todos nuestros proyectos futuros bajo esa perspectiva.
Así es como los pensamientos depresivos se expanden en todas direcciones y nos mantienen
atrapados, y así es como lo que comenzó siendo un sentimiento fluido acaba convirtiéndose
en algo denso, pegajoso y pesado.
Entonces reaccionamos en contra de nuestros sentimientos -tememos al miedo, nos
indignamos con el enojo, nos deprimimos con la tristeza, etcétera-, lo cual es mucho peor que
los sentimientos originales, porque acaba convirtiéndose en un circulo cerrado que se vuelve
en contra nuestra. Entonces es cuando comenzamos
a girar en torno a sentimientos-que-dan-lugar-a pensamientos-todavía-más-intensos.
enturbiando nuestras percepciones y llevándonos a decir o hacer cosas que luego
lamentamos.
La disciplina de la meditación y la psicoterapia pueden ayudamos, de modos distintos,
a salir de esta tendencia a quedar atrapados y perdernos en pensamientos y guiones
emocionalmente cargados.
Transmutación
Son muchas las metáforas que se han utilizado para describir esta transmutación de la
energía emocional. El psicoanalista francés Hubert Benoit la compara con la metamorfosis del
carbón en diamante «en la que el objetivo no consiste tanto en la destrucción del ego como
en su transformación. La aceptación consciente permite que el denso, oscuro y opaco carbón
se transforme súbitamente en un diamante completamente transparente».
Esta imagen de transparencia y luminosidad en la que la emoción se transforma en una
ventana abierta a una vitalidad más profunda es particularmente relevante en el caso del
budismo tántrico o vajrayana. Vajra es la claridad indestructible y diamantina del estado
despierto de la mente que manifiesta como la sabiduría del espejo. El vajrayana (que
literalmente significa «camino del diamante»), la claridad absoluta, considera que el mundo
se halla naturalmente iluminado. Luchar por afirmar nuestra propia imagen sólo genera una
cortina de humo que oscurece el resplandor natural de nuestra conciencia. Transmutar las
emociones es una forma de transformar el mundo oscuro de la mente confusa en el
resplandor de la visión clara.
La transmutación puede tener lugar de un modo súbito o de un modo más gradual a
través del proceso que nos lleva a hacemos amigos de nuestra experiencia. Hay muchas otras
metáforas que subrayan la naturaleza gradual y orgánica de este proceso. En palabras de
Trungpa: «Los campesinos torpes malgastan sus ahorros comprando estiércol a otros
campesinos. Pero aquellos que, a pesar del mal olor y el trabajo sucio, se ocupan de recoger
sus propios desperdicios y de utilizarlos para abonar la tierra, verán cómo crece su cosecha
[...]. La semilla de la realización crece en medio del estiércol». Suzuki Roshi habla en un modo
parecido de la ventaja que supone utilizar las malas hierbas de la mente como abono para el
despertar de la conciencia: «Enterremos las malas hierbas junto a la planta para alimentarla
[...]. Deberíamos estar agradecidos a la cizaña, porque ése es el mejor abono de
nuestra práctica. Si utilizamos la cizaña de nuestra mente como abono, nuestra práctica
avanzará considerablemente».
La transmutación tiene lugar a través del descubrimiento del espacio abierto que se
halla en el centro de toda experiencia, un espacio en el cual nuestras emociones cobran una
dimensión diferente. Cuando superamos el miedo a nuestras propias emociones aumenta
también nuestro valor para afrontar la vida, una actitud que el budismo conoce como «el
rugido del león»:
El rugido del león es la clara proclamación de que cualquier estado mental,
incluyendo las emociones, puede trabajarse. Si no oponemos resistencia no hay nada
que pueda desbordamos, nada que nos controle y, de ese modo, hasta las más
poderosas energías se vuelven completamente manejables. El arte indio del período de
Ashoka representa al rugido del león con cuatro leones orientados hacia las cuatro
direcciones, hacia los cuatro frentes, simbolizando así la idea de no tener espalda, la
conciencia que todo lo impregna. Y es que la ausencia de temor abarca todas las
direcciones.