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1º DE BACHILLERATO
1
ÍNDICE GENERAL:
“¿Qué es la Filosofía?”
QUÉ ES FILOSOFÍA?
José Ortega y Gasset
(Volumen VII, Obras completas, Alianza Editorial-Revista de Occidente, Madrid 1983)
LECCIÓN V
(1)
[La necesidad de la filosofía]
Así ese hecho, al fin y al cabo vital, que es filosofar. ¿Es necesario? ¿No es
necesario? Si por necesario se entiende «ser útil» para otra cosa, la filosofía no es, por lo
menos primariamente, necesaria. Pero la necesidad de lo útil es solo relativa, relativa a
su fin. La verdadera necesidad es la que el ser siente de ser lo que es, el ave de volar, el
pez de bogar y el intelecto de filosofar. Esta necesidad de ejercitar la función o acto que
somos es la más elevada, la más esencial. Por eso Aristóteles no vacila en decir respecto
de las ciencias: anankatióterai pasai, ameinon d'oudemia (Todas son más necesarias,
pero superior, ninguna). Sugestivamente, Platón, cuando quiere hallar la más audaz
definición de la filosofía, allá en la hora culminante de su pensar mas rigoroso, alla en
pleno diálogo Sophistes, dirá que es la filosofía he epistéme ton eleutheron, cuya
traducción más exacta es ésta: la ciencia de los deportistas. ¿Qué le hubiera acontecido a
Platón si aquí hubiera dicho eso? ¿Y si encima de eso hubiera situado su disertación en
un gimnasio público, donde los jóvenes elegantes de Atenas, atraídos por la cabeza
redonda de Sócrates, se agolpaban en torno a su palabra como falenas en torno a una
linterna y alargaban hacia él sus largos cuellos de discóbolos? Pero dejemos al amigo
Platón y sigamos perescrutando la amiga verdad.
La filosofía no brota por razón de utilidad, pero tampoco por sinrazón de
capricho. Es constitutivamente necesaria al intelecto.
¿Por qué? Su nota radical era buscar todo como tal todo, capturar el Universo,
cazar el Unicornio. Mas ¿por qué ese afán? ¿Por qué no contentarnos con lo que sin
filosofar hallamos en el mundo, con lo que ya es y está ahí patente ante nosotros? Por
esta sencilla razón: todo lo que es y está ahí, cuanto nos es dado, presente, patente, es
por su esencia mero trozo, pedazo, fragmento, muñón. Y no podemos verlo sin prever y
echar de menos la porción que falta. En todo ser dado, en todo dato del mundo
encontramos su esencial línea de fractura, su carácter de parte y sólo en parte vemos la
herida de su mutilación ontológica, nos grita su dolor de amputado, su nostalgia del
trozo que le falta pare ser completo.
Filosofía es conocimiento del Universoo de todo cuanto hay. Ya vimos que esto
implicaba para el filósofo la obligación de plantearse un problema absoluto, es decir, de
no partir tranquilamente de creencias previas, de no dar nada por sabido
anticipadamente. Lo sabido es lo que ya no es problema. Ahora bien, lo sabido fuera,
aparte o antes de la filosofía es sabido desde un punto de vista parcial y no universal, es
un saber de nivel inferior que no puede aprovecharse en la altitud donde se mueve a
nativitate el conocimiento filosófico. Visto desde la altura filosófica, todo otro saber
tiene un carácter de ingenuidad y de relativa falsedad, es decir, que se vuelve otra vez
problemático. Por eso Nicolás Cusano llamaba las ciencias docta ignorancia.
Esta situación del filósofo, que va aneja a su extremo heroísmo intelectual y que
sería tan incómoda si no le llevase a ella su inevitable vocación, impone a su
pensamiento lo que llamo imperativo de autonomía. Significa este principio metódico la
renuncia a apoyarse en nada anterior a la filosofía misma que se vaya haciendo y al
compromiso de no partir de verdades supuestas.
Es la filosofía una ciencia sin suposiciones. Entiendo por tal un sistema de
verdades que se ha construido sin admitir como fundamento de él ninguna verdad que
se da por probada fuera de ese sistema. No hay, pues, una admisión filosófica que el
filósofo no tenga que forjar con sus propios medios. Es, pues, la filosofía ley intelectual
de sí misma, es autonómica. A esto llamo principio de autonomía y él nos liga sin
pérdida alguna a todo el pasado criticista de la filosofían; el nos retrotrae al gran
impulsor del pensamiento moderno y nos califica como últimos nietos de Descartes.
Pero no se fíen ustedes de la ternura de los nietos. E1 próximo día vamos a ajustar las
cuentas a nuestros abuelos. Comienza el filósofo por evacuar de creencias recibidas su
espíritu, por convertirlo en una isla desierta de verdades, y luego, recluso en esta ínsula,
se condena a un robinsonismo metódico. Tal era el sentido de la duda metódica que
para siempre sitúa Descartes en el umbral del conocimiento filosófico. E1 sentido de
ella no era simplemente dudar de todo aquello que, en efecto, suscita en nosotros duda,
esto lo hace a toda hora cualquier hombre discreto, sino que consiste en dudar inclusive
de lo que no se duda de hecho pero, en principio, podía ser dubitable. Esta duda
instrumental y técnica, que es el bisturí del filósofo, tiene un radio de actuación mucho
más amplio que la habitual suspicacia del hombre, puesto que dejando atrás lo dudoso
se alarga hasta lo dubitable. Por eso no titula Descartes su famosa meditación así: De ce
qu'on revoque en doute, sino De ce qu'on peut revoquer en doute. (No “De qué se duda”
sino “De qué podemos dudar”)
Aquí tienen ustedes la raíz de un aspecto característico de toda filosofía: su
fisonomía paradójica. Toda filosofía es paradoja, se aparta de la opinión natural que
usamos en la vida, porque considera como dudosas teoréticamente creencias
elementalísimas que vitalmente no nos parecen cuestionables. Pero una vez que en
virtud del principio autonómico se ha replegado el filósofo sobre aquellas poquísimas
verdades primeras de que ni aun teoréticamente cabe dudar, y que por ello se prueban y
comprueban a si mismas, tiene que volverse cara al Universo y conquistarlo, abarcarlo
integro. Ese punto o puntos mínimos de verdad rigorosa tienen que ser elásticamente
dilatados hasta aprisionar cuanto hay. Frente a ese principio ascético de repliegue
cauteloso que es la autonomía actúa un principio de tensión opuesta: el universalismo, el
afán intelectual hacia el todo.
ACTIVIDADES:
ACTIVIDADES:
En general, los humanos de todas las épocas (en realidad, todos nosotros) hemos
experimentado la necesidad de conocer el mundo que nos rodea y, a la vez, hemos
buscado modelos de vida que nos sirvieran para orientar nuestra existencia. Nos hemos
planteado cuestiones sobre nosotros mismos y sobre los demás, sobre lo que podemos
saber, lo que debemos hacer y lo que nos cabe esperar. También nos hemos preguntado
qué es la realidad, de qué está hecha y por qué existe algo en lugar de nada. Y hemos
intentado contestar a estas preguntas por medio de razones, con más o menos fortuna, a
lo largo de la historia y en todas las latitudes.
Y es que la Filosofía, como cualquier ciencia o disciplina humana, no surge por
capricho (lo mismo que no hay que estudiarla por capricho), sino que surge por la
necesidad que tiene el hombre de responder a estas y otras preguntas. Lo mismo que el
hombre tiene necesidad de saber cuándo va a llover, para poder calcular el mejor
momento de sus cosechas; igual que todos queremos conocer por qué se produce la
fiebre, para poder luchar contra ella cuando estamos enfermos, etc., así también el ser
humano tiene ciertas preguntas llamadas "filosóficas" que desde siempre ha querido e
intentado responder. Y tampoco se hace el ser humano estas preguntas filosóficas por
capricho, sino por pura necesidad. Veamos cuáles son estas preguntas y por qué es
necesario para el hombre responderlas, o, al menos, intentarlo.
El ser humano tiene siempre presente la posibilidad (que seguro que se realizará)
de la muerte. El ser humano se da cuenta, sobre todo en ciertos momentos de su
biografía, de que su vida es muy frágil, de que en cualquier momento puede morir, y
entonces le sobreviene la angustia, el miedo, lo que Miguel de Unamuno denominó "el
sentimiento trágico de la vida". Cuando pensamos en la muerte y nos hacemos
conscientes de ella nos situamos ante un abismo, ante la posibilidad de la nada más
absoluta, vemos frente a frente que puede ser que algún día no quede nada de nosotros,
que no podamos sentir nada, que no podamos recordar nada, que no tengamos futuro, ni
presente, que todo sea negro, o mejor, que no haya conciencia alguna del color.
Desaparecer nos aterra, y por ello todo ser humano que haya experimentado la angustia
de la muerte se pregunta necesariamente: “¿qué pasará tras la muerte? ¿Podremos existir
de otra manera cuando muramos, o todo se esfumará para siempre?”
Es la permanente presencia de la muerte la principal responsable de que el hombre
se haga otra serie de preguntas filosóficas. Y es que si supiéramos que nunca íbamos a
morir ni nosotros, ni nadie, entonces tendría mucho menos valor la ética, la justicia, la
política, la ciencia, etc. Por mucho que alguien sufra, por muy enfermo que esté, por
poca comida o mucho peligro que suframos, como vamos a vivir eternamente, no habría
que preocuparse pues no hay mal que cien años dure; no inventaríamos medicinas, ni
leyes, ni armas, ni códigos de comportamiento, si no fuera por la presencia constante de
la muerte como algo posible. Por ello esta cuestión de la muerte es lo que hace que nos
hagamos el resto de las preguntas filosóficas, ya que consideramos negativo todo
aquello que nos acerca a la muerte y positivo aquello que aleja la posibilidad de morir
(tanto nosotros como el resto de seres humanos).
ACTIVIDADES:
La filosofía es una actividad teórica, ya que trabaja con ideas (esto es, con
representaciones mentales de cosas, con palabras y significados), y el
resultado de su trabajo es, también, alguna idea o conjunto de ideas con las
que trata de explicar o dar razón de algún fenómeno (por ejemplo, ideas
sobre cómo se produce el conocimiento o sobre qué tipo de acciones son
las buenas acciones).
La filosofía es una
actividad reflexiva, ya que
las teorías filosóficas no se
construyen sobre el vacío o
la mera suposición. Nada
hay de gratuito o
caprichoso en la reflexión
filosófica. Todos los
filósofos han abordado con decisión los problemas más difíciles y urgentes
de sus respectivas épocas. Es una actividad reflexiva que intenta
comprender los problemas que preocupan al ser humano y trata de sugerir
propuestas y vías de solución, pero nunca una solución definitiva. Por ello,
la filosofía plantea constantemente preguntas, quizá porque estos
problemas no tengan esa solución definitiva.
La filosofía es una actividad lógica, ya que la única vía que usa para dar
razón de las posiciones que defiende o ataca es la argumentación lógica. El
único medio que hay para defender las ideas propias es el diálogo
razonado.
1. Cuando un filósofo de hoy día investiga sobre un asunto ¿es necesario que
conozca las conclusiones que las demás ciencias han alcanzado sobre dicho
asunto? ¿Por qué?
2. ¿Por qué algunas preguntas que originalmente eran filosóficas han pasado a lo
largo de la historia a ser científicas? ¿Y por qué otras preguntas han continuado
perteneciendo al campo de la Filosofía?
3. Lee el texto de Bertrand Russell de la página anterior y responde: ¿Cree el autor
que la Filosofía es un saber necesario para el ser humano? ¿Por qué?
E. HERRAMIENTAS PARA FILOSOFAR
Una vez que tenemos claro qué es la filosofía, debemos plantearnos si tiene algún
valor, si conviene estudiarla y si resulta ventajoso practicarla en la vida cotidiana. La
filosofía, en efecto, tiene una doble utilidad: una utilidad teórica, en cuanto da
respuestas razonadas y razonables a nuestras preguntas; y una utilidad práctica, por
cuanto aspira a orientar nuestras vidas y nos previene contra el error y los prejuicios.
UTILIDAD TEÓRICA:
UTILIDAD PRÁCTICA:
La filosofía puede funcionar como mediadora de conflictos, ya que, muchas veces, nuestras posiciones dogmáticas nos impiden ser razonables y co
manera particular de ver las cosas. Esto es lo que se llama una concepción del mundo.
Una concepción del mundo incluye afirmaciones sobre la realidad, creencias, ideales
morales y valores. Estos contenidos los hemos ido incorporando a nuestras vidas, como
una consecuencia del lugar y el tiempo en que vivimos, a partir de la educación, las
experiencias propias y la influencia de las personas de nuestro entorno. Nuestra
concepción del mundo, sin embargo, no es un saber, no es un conocimiento en el mismo
sentido que lo es la ciencia empírica, pero lo aplicamos como si lo fuera, convencidos
de que es la manera correcta de entender el mundo y orientarnos en él.
Sin embargo, muchas ideas que forman parte de nuestra concepción del mundo
son dudosas o abiertamente falsas, aunque nos mantenemos fieles a ellas porque
cuentan con el apoyo del sentido común y con nuestra convicción (creemos que es la
forma “normal” de ver las cosas). Por eso tener una filosofía propia no es garantía de
que sepamos cómo son y cómo deberían ser las cosas realmente. Nuestra concepción del
mundo puede ser un catálogo de opiniones no contrastadas que, a modo de gafas mal
graduadas, distorsionan nuestra visión de las cosas y nuestro comportamiento.
Pues bien, combatir o reflexionar sobre estas ideas es una de las utilidades de la
filosofía, vista como un antídoto racional contra el error, el fanatismo o las posiciones
dogmáticas, sean científicas, religiosas o políticas. Comprender nuestra propia filosofía
puede servirnos para evitar y resolver muchos problemas. Practicar la filosofía puede
ayudarnos a evaluar nuestras creencias y rechazar aquellas que no han sido
voluntariamente aceptadas por nuestra razón.
ACTIVIDADES:
1. ¿Cuál de las herramientas para filosofar te parece más necesaria? ¿Por qué?
2. ¿Qué diferencia filosófica hay entre una “opinión” (Doxa) y un “conocimiento”
(episteme)?
3. Dentro de la herramienta nº4 aparece el “principio de no contradicción”. ¿En qué
consiste?
4. Resume cuál es la utilidad práctica y cuál es la utilidad teórica de la Filosofía.
G. LAS RAMAS DE LA FILOSOFÍA
Epistemología:
Lógica:
Metafísica:
Antropología
La antropología es el estudio general acerca del ser humano tanto desde el punto
de vista biológico, cultural o social. Pero desde la perspectiva filosófica (Antropología
filosófica) lo que se estudia es cuáles son las características definitorias del ser humano
y hasta qué punto el ser humano constituye un mundo aparte en el conjunto de los seres
del universo.
Filosofía de la acción:
En esta rama se agrupan las reflexiones filosóficas sobre la práctica humana (la
acción en general, la acción creativa, la acción transformadora, la decisión, la
valoración, la acción racional, la acción moral...). Entre todas ellas destaca, por
tradición y por importancia, el estudio de las acciones morales y la justificación de los
códigos morales de comportamiento (Ética).
Filosofía política:
Ya hemos visto al comienzo de este tema cuáles eran las principales cuestiones
filosóficas, las eternas preguntas que todo ser humano se plantea alguna vez. Pero tales
cuestiones son muy amplias y muchas veces contienen otras preguntas más concretas
que constituyen el campo de estudio de la filosofía. Veamos algunas de ellas.
1. Sobre la existencia del alma: si el ser humano está compuesto sólo de cuerpo,
o sólo de alma, o de ambos.
2. Sobre la existencia de Dios y sobre qué sea Dios.
3. Sobre la muerte
4. Sobre la libertad
5. Sobre la filosofía práctica: la Ética.
6. Sobre los fundamentos del Estado
7. Sobre el Derecho.
8. Sobre qué es el bien.
9. Sobre la necesidad humana de vivir en sociedad.
10. Sobre la belleza (la estética)
11. Sobre el arte (¿creación o imitación?)
12. Sobre el tiempo.
13. Sobre el conocimiento (¿es posible alcanzar la verdad?)
14. Sobre la ciencia (¿Qué es y qué no es ciencia?)
15. Sobre la verdad (¿Qué es la verdad?)
2. ESPECIFICIDAD DE LA FILOSOFÍA
I. FILOSOFÍA Y CIENCIA
J. FILOSOFÍA Y RELIGIÓN
Así como hay ámbitos en los que coinciden filosofía y ciencia, también los hay
comunes a filosofía y religión: coinciden en su interés por el origen del mundo, la razón
de la existencia humana, el sentido de la vida, la explicación del dolor y la muerte, etc.
Estos puntos de contacto han llevado a que, en determinados momentos de la historia, se
hayan confundido religión y filosofía o se haya considerado que la filosofía debía
trabajar al servicio de la religión. Una
confusión difícil de entender si tenemos en
cuenta que la filosofía nació como reacción al
pensamiento mítico y que, a menudo, ha
combatido las ideas religiosas.
A pesar de la coincidencia entre
filosofía y religión respecto a su
preocupación por comprender los grandes
enigmas del universo, la filosofía adopta
frente a ellos una actitud muy diferente: la
filosofía trata de hallar respuesta por medio
del razonamiento y la discusión, sin aceptar
nada que previamente no haya sido analizado
Dios en el Paraíso junto a Adán y Eva y sometido a crítica, siendo sus soluciones
siempre provisionales y revisables. La
religión, por el contrario, aporta soluciones concretas y definitivas pero basadas, no en
la reflexión racional, sino en el ejercicio de la fe. El “creyente” debe aceptar esas
“verdades” sin cuestionarlas ya que, por un lado, se supone que provienen de una
autoridad de superior capacidad a la propia (de un profeta, un visionario, un gurú...) y,
por otra parte, porque dichas verdades de fe caen fuera de cualquier posibilidad de
verificación e incluso más allá de los límites del pensamiento racional. (Un autor
medieval decía: “Credo quia absurdum”, -creo porque es absurdo-, esto es, muchos
autores religiosos aceptaban las verdades de fe en mayor grado cuanto más difícil les
resultaba comprenderlas racionalmente).
Las ideas filosóficas, por el contrario, tienen su fundamento en la razón o en las
razones que hayan parecido más poderosas al que reflexiona; y no provienen de ningún
iluminado o profeta elegido por la divinidad, sino que cualquier ser humano que
reflexione críticamente sobre cualquiera de los problemas filosóficos está capacitado
para alcanzar las ideas filosóficas más profundas; no pueden considerarse verdades
definitivas, sino que las ideas filosóficas son siempre discutibles y refutables. La
persona racional las acepta provisionalmente como verdaderas, pero se mantiene alerta
y está dispuesta a cambiarlas si descubre que está equivocada.
Filosofía y religión, por otra parte, recomiendan cómo se debe vivir o enfocar la
vida. En eso también se parecen, pero mientras que los consejos filosóficos son
opiniones más o menos bien fundadas y, por tanto, abiertas y flexibles, los códigos
religiosos funcionan como prescripciones que no pueden ser discutidas y que conviene
aplicar si queremos obtener los beneficios que prometen.
ACTIVIDADES:
A. FILOSOFÍA GRIEGA
El centro de irradiación de la ciencia y la cultura helenística en el siglo III a.C. es la ciudad de Alejandría (en Egipto), mientras, en Atenas, surgen d
producen? Las respuestas, sin embargo, serán múltiples y diversas: para los filósofos
monistas, la naturaleza es una sola cosa (Tales: Agua/ Anaximandro: lo ilimitado/
Anaxímenes: Aire...); para los pluralistas, son cosas distintas que, al mezclarse,
producen la variedad de lo existente (Empédocles/ Demócrito).
“A los primeros filósofos de Grecia se les suele llamar “filósofos de la naturaleza” porque,
ante todo, se interesaban por la naturaleza y sus procesos.
Ya nos hemos preguntado de dónde procedemos. Muchas personas hoy en día se
imaginan más o menos que algo habrá surgido, en algún momento, de la nada. Esta idea no
era tan corriente entre los griegos. Por alguna razón daban por sentado que ese ‘algo’ había
existido siempre.
Vemos, pues, que la gran pregunta no era cómo todo pudo surgir de la nada. Los griegos
se preguntaban, más bien, cómo era posible que el agua se convirtiera en peces vivos y la
tierra inerte en grandes árboles o en flores de colores encendidos. ¡Por no hablar de cómo un
niño puede ser concebido en el seno de su madre!
(...)
Los primeros filósofos tenían en común la creencia de que existía una materia primaria,
que era el origen de todos los cambios. No resulta fácil saber cómo llegaron a esa conclusión,
sólo sabemos que iba surgiendo la idea de que tenía que haber una sola materia primaria que,
más o menos, fuese el origen de todos los cambios sucedidos en la naturaleza. Tenía que
haber algo de lo que todo procedía y a lo que todo volvía.
(...)
“Podemos constatar que hacían preguntas sobre cambios visibles en la naturaleza.
Intentaron buscar algunas leyes naturales constantes. Querían entender los sucesos de la
naturaleza sin tener que recurrir a los mitos tradicionales. Ante todo, intentaron entender los
procesos de la naturaleza. ¡Es algo muy distinto a explicar los relámpagos y los truenos, el
invierno y la primavera con referencias a sucesos mitológicos!
De esta manera, la filosofía se independizó de la religión. Podemos decir que los
filósofos de la naturaleza dieron los primeros pasos hacia una manera científica de pensar,
desencadenando todas las ciencias naturales posteriores”. (Gaarder, J.,El mundo de Sofía,
págs. 37,38.)
En la segunda mitad del siglo V a.C., la reflexión sobre la naturaleza había llegado
a un callejón sin salida, y los filósofos dirigieron su interés hacia el ser humano y su
comportamiento. Primero los sofistas (Protágoras, Gorgias, etc.) y Sócrates y, poco
después, Platón y Aristóteles se preocuparon y teorizaron sobre la condición humana y
su dimensión social (qué es la vida buena o cuál es la organización justa de la sociedad).
Tras la muerte de Aristóteles comienza para la cultura griega el llamado periodo
helenístico, durante el cual la actividad filosófica y científica experimentó un cambio
radical: fue una cultura de carácter cosmopolita (y no tan localista), los pensadores ya
no abarcaban tan amplio espectro del saber como en periodos anteriores, sino que se
especializaron en aspectos concretos dando así lugar a las ciencias particulares. Las
ciencias ya no necesitarán de la filosofía tanto como hasta ahora y esta se desentenderá
de aquellas refugiándose en reflexiones sobre la moral.
B. FILOSOFÍA MEDIEVAL
Como hemos visto, en la Edad Media lo importante era la fe, la religión, los
dioses,... con lo que en realidad era una cultura basada en el Teocentrismo (Dios está en
el centro, es lo principal). Sin embargo, en el Renacimiento se produce un cambio muy
importante, ya que ahora lo más importante no es Dios, sino el hombre
(Antropocentrismo). Lo que ocurre es que lo que aquí renace, es la cultura clásica,
aquel afán de los griegos y los romanos por abandonar los mitos y utilizar su razón, sus
herramientas humanas para conocer la verdad.
Por todo esto en el Renacimiento vuelven a surgir la filosofía, la ciencia y el arte
que en la Edad Media se habían perdido, pero que ya existieron en la Antigüedad.
¿Por qué renacen estas disciplinas en este preciso momento? Hay varios factores
que hacen que esto suceda, como la aparición de una burguesía adinerada que encarga
obras de arte (mecenas) y que hace que prospere Europa económicamente (donde hay
dinero, hay ciencia, arte, lujo...). También influyó mucho la invención de la imprenta lo
cual hizo posible que los conocimientos se promulgaran por todas partes con gran
rapidez y facilidad.
Es en esta época, a pesar de lo que suele pensarse, cuando la Inquisición
condenó a más gente y fue más dura en sus condenas, ya que como ahora proliferan los
artistas, científicos, filósofos etc. con sus propias ideas, la Iglesia tuvo que endurecer
sus castigos contra todos aquellos que pretendían contradecir sus dogmas (Galileo fue
obligado por la Inquisición a afirmar que la Tierra no se movía, aunque él hubiera
descubierto que no era así).
He aquí algunos acontecimientos de suma relevancia a la hora de propiciar el
declive de la cultura medieval y que prepararon el nacimiento del espíritu moderno.
- Reforma Protestante impulsada por Lutero (1483/1546) que impugnó y
puso en crisis la todopoderosa autoridad de la Iglesia de Roma y defendió
que la conciencia individual era la autoridad suprema a la que se debe
someter cada cual.
- Nuevos descubrimientos geográficos y científicos que ayudan a aumentar
el horizonte intelectual de la época. Destacan los científicos Copérnico
(1473/1543), Galileo (1564/1642) y Kepler (1571/1630).
- Con el auge del capitalismo y de las monarquías nacionales se hizo
necesaria una reflexión científica sobre el poder político, reflexión que fue
llevada a cabo por Maquiavelo (1469/1527).
D. FILOSOFÍA MODERNA
KANT (1724/1804)
conocimiento que verse sobre objetos no experimentables sensiblemente, como ocurre
con la metafísica, no podrá alcanzar verdades científicas, sino que deberá conformarse
con meras especulaciones e hipótesis); esta corriente de filosofía iniciada por Kant se
denominó criticismo.
Además de los temas epistemológicos, la modernidad plantea y desarrolla
importantes cuestiones sobre el origen y la estructura del Estado, el fundamento de las
leyes y la posible existencia de derechos universales, la moral individual y social, etc. A
lo largo de los siglos XVII y XVIII diversos pensadores como Hobbes, Locke,
Montesquieu, Voltaire o Rousseau reflexionan sobre estos asuntos y aportan ideas que
examinaremos en la parte final del curso (3ª evaluación).
El siglo XVIII es conocido también como la Ilustración o siglo de las Luces, ya
que adquiere gran importancia el movimiento ilustrado, un movimiento cultural europeo
que posee una concepción del mundo que abarca todos los aspectos de la vida humana.
En efecto, su ideal es conseguir el dominio de la naturaleza por medio de la razón,
garantizar el progreso de la humanidad por medio de la ciencia y de la técnica, vencer la
superstición y el oscurantismo a través de la educación. Estos ideales, adoptados por la
burguesía ayudarán a desencadenar la Revolución Francesa. Para Kant, la Ilustración se
define como el abandono por parte del hombre de su “minoría de edad, de la que él
mismo es culpable”. El instrumento para esa emancipación es la libertad de
pensamiento.
E. FILOSOFÍA CONTEMPORÁNEA
Karl MARX
F. NIETZSCHE
autónomo, racional e indeterminado que habían dibujado los ilustrados no fuese más
que una invención? Con las ideas de Shopenhauer, Kierkegaard y Nietzsche, entre
otros, la razón ilustrada y sus principios entraron en crisis. Para ellos, la razón, la
libertad o el progreso no son más que ilusiones que ocultan la auténtica nada existencial.
La crisis se prolonga a través del pensamiento de Sigmund Freud inventor del
psicoanálisis y de Heidegger, así como de los pensadores existencialistas.
Otro tema central del debate contemporáneo es la ciencia, sus métodos de trabajo
y el valor de sus resultados. Carnap llevó a cabo una defensa del lenguaje de la física
como un lenguaje que describe hechos observables y se puede verificar, mientras que
muchos de los enunciados filosóficos no significan nada para
él. Por su parte Popper defendía que un enunciado sólo es
científico cuando forma parte de un sistema científico y puede
ser refutado, es decir, cuando puede ser falsado a la luz de la
experiencia. El criterio de refutabilidad o falsabilidad es un
recurso que permite distinguir los enunciados científicos de los
que no lo son.
K. POPPER
ACTIVIDADES:
1. ¿Cuántos períodos tiene la Historia de la Filosofía? ¿Qué siglos comprende? Y, ¿cuáles son los
principales problemas filosóficos que preocupan especialmente en cada una de las épocas?
UNIDAD 2: EL CONOCIMIENTO
TEXTO INICIAL: Lee el siguiente texto y responde a las cuestiones del final.
CUESTIONES SOBRE EL TEXTO:
1. LA VERDAD
1. Protágoras y Gorgias fueron dos sofistas. ¿Qué pensaba cada uno sobre la
posibilidad de conocer la verdad?
2. ¿Qué quiere decir que “el hombre es la medida de todas las cosas”? ¿Quién lo
dijo?
A. CRITERIOS DE VERDAD
EL CRITERIO DE CORRESPONDENCIA:
EL CRITERIO DE COHERENCIA:
Este criterio afirma que una proposición es verdadera si (y sólo si) es coherente o
compatible con el conjunto de proposiciones del cual forma parte, es decir, si no se
contradice con ellas. Así pues, la proposición “la adición de uno y uno es igual a dos”
es verdadera porque es coherente con el resto de proposiciones de la matemática,
mientras que la proposición que afirma que “uno y dos es igual a cuatro” es falsa
porque contradice el resto de afirmaciones de la matemática.
EL CRITERIO DE EVIDENCIA:
Según este criterio una proposición es verdadera si (y sólo si) la mente no puede
dejar de aceptarla como verdadera cuando la considera. Es algo así como si la
proposición verdadera aportara su propia luz y la mente no tuviera más remedio que
mirarla y verla, que “intuirla”, como dijo Descartes. Así, serían verdaderas
proposiciones como “yo pienso”, “veo un perro gris”, o “yo existo”. La evidencia está
muy emparentada con la certeza; ante lo evidente, el sujeto no duda, experimente la
certeza o la seguridad de estar ante la verdad.
EL CRITERIO DE LO ÚTIL:
DIFICULTAD: A alguien puede serle útil una piedra porque cree que esa piedra es
un talismán lo cual le da confianza a la hora de actuar y eso le ayuda. Sin embargo la
proposición “esta piedra es un talismán”, pese a su utilidad para alguien en concreto,
puede no ser útil para otros. Con lo cual este criterio no nos ayuda realmente a discernir
lo verdadero de lo falso, sino tan sólo lo útil de lo no útil.
1. ¿Qué criterio deberíamos usar para verificar cada una de las siguientes
afirmaciones? Justifica la respuesta.
A. INTRODUCCIÓN
DEFINICIÓN:
El término "método" viene del griego (metá = a través, y odós = camino) con lo
que etimológicamente su significado viene a ser "camino a través del cual se busca
algo". "Método" es, pues, una forma o un modo de hacer algo. Por ello hay métodos
para aprender a tocar el piano, métodos de jugar al fútbol, métodos para parecer más
atractivo a tu pareja...
Hay personas que quieren saber cómo son las cosas, cómo funcionan y cómo
podemos dominarlas. Estos son científicos (dentro de los cuales quizá también estén los
filósofos) que quieren conocer y dominar la realidad. Sin embargo, como toda actividad,
esta actividad científica requiere un modo para ser realizada, y no todos los modos son
igualmente correctos. Cuando los investigadores científicos consiguen encontrar un
camino o método para conocer la realidad entonces comienzan a suceder múltiples
descubrimientos científicos.
Pero no siempre ha habido un mismo método de investigación científica, ni todas
las ciencias utilizan un método idéntico. Hay diversos tipos de métodos científicos
dependiendo de la ciencia en cuestión a la que nos refiramos, y al momento en el que
esas ciencias se encuentren. Además, cada ciencia utiliza, para determinar si sus
descubrimientos son o no válidos, criterios de verdad diferentes.
GRUPOS DE CIENCIAS:
Tenemos que tener en cuenta que hay dos grandes familias de ciencias:
- Ciencias Formales: Son aquellas que prescinden de los sentidos para hacer
sus descubrimientos1, basándose principalmente en evidencias de la razón.
Estas ciencias utilizarán principalmente el criterio de coherencia y, para
determinar sus axiomas o verdades elementales, el de evidencia. A esta
familia pertenecen principalmente las Matemáticas y la Lógica, que no
tienen que montar un laboratorio con aparatos y microscopios para
descubrir sus verdades, sino que les basta con un lápiz y un trozo de papel.
1
Lo cual no quiere decir que luego sus descubrimientos no puedan ser aplicados a la práctica.
MÉTODOS:
Cada una de estas dos familias tiene sus propios métodos de investigación
científica.
Las ciencias empíricas o experimentales utilizan los métodos siguientes:
Inductivo, Deductivo e Hipotético-deductivo.
Las ciencias formales utilizan el método Deductivo.
Pese a la diversidad de métodos, todos tienen un común denominador: todos
tratan de sacar una conclusión a partir de unas premisas.
Existen unas teorías ya conocidas, y se nos dan unas premisas que nos plantean
ciertos problemas. Este método es capaz de combinar estas teorías y estas premisas y
sacar conclusiones necesariamente verdaderas, siempre que las teorías y premisas sean
también verdaderas.
P
A1, A2, A3, A4...
S
T Hipótesis
P
NS
Consecuencias
Confirmación Falsación
Contrastación
+ -
(Probablemente verdadera) (Necesariamente falsa)
T: Teoría / P: Problema/ NS: NO Solución
ACTIVIDADES:
Haz un esquema con los tipos de ciencia, los criterios de verdad que usa
cada una y el o los métodos que suela usar para llegar a sus conclusiones.
El autor de una obra filosófica en la que se habla por primera vez de este tema de
los métodos y las revoluciones científicas es Thomas Kuhn. En su obra La estructura
de las revoluciones científicas (escrita en el S. XX) hace un análisis de
los métodos científicos señalando que no siempre una misma ciencia
utiliza un mismo método, y que la evolución de la ciencia no depende
sólo de la razón, sino también de la imaginación y otras circunstancias.
En resumen, lo que kuhn viene a decirnos es lo siguiente:
Las ciencias se dividen en formales y empíricas. Respecto de las
formales poco hay que decir puesto que siempre usan el mismo
método: el Deductivo. Pero las ciencias empíricas o experimentales no T. KUHN
siempre usan el mismo método.El método inductivo, antes usado por estas ciencias está
en claro desuso, pero la ciencia actual utiliza normalmente el método deductivo.
Toda ciencia empírica pasa por dos momentos en su desarrollo:
D. EL MÉTODO FILOSÓFICO:
TEXTO:
Descartes, Discurso del método, cuarta parte, traducción de Manuel García
Morente
Igual que las ciencias empíricas y las formales, la filosofía ha ido creando a lo
largo de la historia diversos métodos para que sus investigaciones no carecieran de un
orden y una sistematicidad propias. Así podían conseguir alcanzar verdades racionales
capaces de resistir el análisis riguroso de la crítica. Sócrates utilizaba la “ironía” y la
“mayéutica” para, mediante el diálogo, conseguir que él y sus interlocutores aclararan
sus ideas y llegaran a conclusiones racionales. Platón consideraba la “Dialéctica” como
el método adecuado para alcanzar el conocimiento de las Ideas y el Bien. Pero fue
Descartes quien elaboró un método estrictamente racional basado principalmente en el
criterio de evidencia y que utilizaba en gran medida la deducción para tratar de
conseguir que la filosofía alcanzara el estatus de ciencia y se pusiera a la altura de las
matemáticas (que para los ilustrados era el paradigma de cientificidad). Por ello nos
parece oportuno estudiar dicho método como ejemplo fundamental de lo que es un
método filosófico.
Ahora cada cual debe comparar el modo como funciona la Filosofía (recordemos
los pasos que constituían el modo como la Filosofía pensaba y sacaba sus conclusiones)
con los demás métodos científicos y determinar si podemos o no considerarla una
ciencia. Es evidente que los científicos actuales no suelen considerarla una ciencia ya
que no utiliza el método hipotético-deductivo. Pero nosotros nos preguntamos ¿entonces
las matemáticas tampoco son científicas por utilizar otro método?
En realidad bajo nuestro punto de vista lo que diferencia un conocimiento
científico de otro no científico es que sus conclusiones deben ser:
- Accesibles para todos los que se interesen (aunque no tienen por qué ser
fáciles)
- Comprobables con nuestra razón y/o nuestros sentidos y
- Susceptibles de crítica racional.
ACTIVIDADES:
La única forma que el ser humano tiene para pensar, investigar, alcanzar,
demostrar y compartir la verdad es mediante el lenguaje. Dicho de otra forma, sin
lenguaje, el ser humano no podría pensar, ni comprender la verdad, ni desearla, ni
buscarla, ni encontrarla, ni demostrarla, ni compartirla... Un lenguaje es un sistema de
signos que nos permiten comunicarnos con otros individuos y expresarnos acerca de
nuestras propias vivencias.
Así, con el lenguaje, podemos hacer preguntas, dar órdenes, expresar deseos, y
también hacer afirmaciones acerca de los objetos y hechos que nos rodean. Para ello el
lenguaje hace uso de proposiciones:
- proposiciones desiderativas, para expresar deseos: “ojalá llueva”
- proposiciones exhortativas, para dar órdenes: “¡No te muevas!”
- proposiciones interrogativas, para hacer preguntas: “¿Qué hora es?”
- proposiciones enunciativas o enunciado, para afirmar algo sobre hechos o
cosas: “La casa es blanca”.
- Etc.
Las únicas proposiciones que pueden considerarse verdaderas o falsas son las
proposiciones enunciativas, las que “enuncian” algo sobre la realidad. Por ejemplo, si
yo digo que “Ahora hace frío”, puedo estar diciendo algo verdadero o algo falso. Pero
nadie puede decirme que estoy diciendo algo falso cuando pregunto “¿Has cerrado con
llave?” o cuando exclamo “!Quédate quieto!”. Por tanto, cuando el ser humano quiere
tratar con la verdad, esto es, adquirir, demostrar o transmitir alguna verdad, necesita el
lenguaje y, dentro de él, las proposiciones enunciativas.
El tipo de lenguaje que más suele utilizarse en la vida cotidiana es el denominado
“lenguaje natural” que es el que usamos diariamente para comunicarnos con nuestros
vecinos, amigos, etc. No es que un lenguaje sea natural porque hayamos nacido con él
ya sabiéndolo, sino porque es el que se aprende desde niño para comunicarnos. También
suele denominarse lengua materna. Así, son lenguajes naturales el español, el árabe, el
inglés, el francés, el chino... Con todos ellos los seres humanos de nuestro planeta tratan
de describir el mundo, convencer a sus amigos de sus propias ideas, criticar a sus
políticos, engañar a sus enemigos, etc. En general, los usos que podemos hacer del
lenguaje natural son prácticamente infinitos.
Con el lenguaje natural, en la mayoría de los casos y de las ocasiones, nos bastaría
para poder conseguir la mayoría de las metas que nuestras vidas nos propongan:
reclamar en una tienda, discutir un tema con amigos, buscar ayuda en caso de peligro...
Y, aunque todos creemos que sabemos usar el lenguaje natural que nos ha tocado
aprender desde niños, muchas veces no es del todo así. Veamos por qué.
1. LAS FALACIAS:
Todos solemos pensar que somos capaces de usar el lenguaje correctamente para
defender nuestras ideas o para sacar conclusiones. Así, cuando queremos realizar algún
razonamiento solemos usar argumentos y sacar conclusiones que nos parecen
“lógicas” según nuestro sentido común. Por ejemplo, si queremos convencer a alguien
de que debe invitarnos a una coca-cola podríamos decirle:
Si alguien quiere ahorrar dinero no debe comprar ropa de marca. María quiere
ahorrar dinero. Por tanto, María no debe comprar ropa de marca.
Pero que un razonamiento sea válido no significa que sea verdadero ni que sus
premisas sean verdaderas. “Válido” significa que se deriva lógicamente de las premisas
sean estas falsas o no. Por ejemplo, el siguiente razonamiento posee premisas falsas
todas ellas, pero es un razonamiento válido (pero su conclusión no es verdadera):
Si nos fijamos la conclusión no puede obtenerse de las premisas con seguridad (no
es una conclusión necesaria): un alumno puede aprobar si estudia, claro, pero no
solamente si estudia, también podría aprobar si supiera con antelación las preguntas o si
hace “chuletas”. Por tanto, esa argumentación no podría considerarse válida ya que,
aunque las premisas fuesen verdaderas, de ellas no podría obtenerse con seguridad la
conclusión.
Veamos otro ejemplo más claro:
Vemos que no es necesario que, porque el bosque esté ardiendo, alguien haya
tenido que haberle prendido fuego pues, siendo posible, también hay otras causas que
provocan incendios (un cristal, un rayo…).
Pues bien, muchas veces, debido a nuestra falta de conocimiento o por intereses
poco nobles, no sabemos o no queremos usar bien el lenguaje en nuestras
argumentaciones de modo que cometemos errores denominados FALACIAS. Las
falacias son argumentos aparentemente solventes, pero que en realidad no lo son. En
este sentido, se les puede considerar falsos argumentos o argumentos engañosos. Las
falacias son argumentos que o bien no son válidos (falacias formales), o bien no son
sólidos (falacias no formales).
Existen distintos tipos de falacias no formales. Entre otras, tenemos las siguientes:
Falacia ad populum: que consiste en apelar a los sentimientos del oyente como
recurso para obtener una conclusión. Muy usada por políticos y publicistas. Por
ejemplo:
ACTIVIDADES:
2
Es incorrecta porque es incompleta, esto es, nadie puede conocer a “todos los hombres” por lo que
cualquier conclusión que de ahí se derive no será sólida.
2. DEFICIENCIAS DEL LENGUAJE NATURAL:
Como acabamos de ver, el lenguaje natural sirve para argumentar, razonar,
convencer, e incluso, engañar o mentir. En cualquier caso, el lenguaje natural, si es
correctamente usado y no se incurre en ninguna falacia, nos permite obtener
conclusiones lógicas, válidas e incluso verdaderas en la mayoría de las ocasiones de
nuestra vida. De ahí que la gran mayoría de personas que conocemos apenas si
conozcan otro lenguaje que el propio lenguaje natural que aprendieron de niños.
Sin embargo, hay ocasiones en las que el lenguaje natural se queda corto y no es
de gran ayuda para alcanzar ciertas conclusiones. Por ejemplo, cuando queremos
resolver un problema matemático necesitamos un lenguaje numérico que nos haga la
tarea más fácil, o cuando queremos programar un ordenador necesitamos un lenguaje de
programación, etc. Para casos especiales como los anteriores se hace necesario construir
lenguajes especiales denominados “lenguajes artificiales” con los que enfrentarnos a
problemas diferentes a los de la vida cotidiana. Así existen lenguajes artificiales como el
lenguaje de los economistas, el lenguaje político, el lenguaje químico, el lenguaje de la
física, el lenguaje filosófico, el matemático, el lógico...
Y es que resulta que para todos estos asuntos el lenguaje natural no es útil o, al
menos, no es todo lo eficiente que nos gustaría. Lo que ocurre es que el lenguaje natural
tiene unas deficiencias que lo hacen inútil para ciertas tareas (sobre todo para tareas
científicas de temática muy específica). Las imprecisiones del lenguaje natural son de
dos tipos:
Por estos motivos se han inventado los lenguajes artificiales que permiten afrontar
dificultades científicas con mucha mayor precisión y exactitud.
3. EL LENGUAJE FORMAL
Pero existen también distintos tipos de lenguaje artificial; por un lado están los
lenguajes materiales y, por otro, los lenguajes formales. Se dice de un lenguaje que es
material cuando sus signos están referidos a objetos del mundo material, del mundo
sensible que nos rodea. Por ejemplo, el lenguaje químico (H2O está referido al objeto
material “agua”), o el lenguaje biológico (“ADN” está referido a unos ácidos presentes
en nuestras células) o, también, el lenguaje económico (“€” se refiere a una moneda
que podemos encontrar en cualquier cajero), etc.
Sin embargo, se dice de un lenguaje que es formal cuando sus signos no se
refieren a ningún objeto del mundo material en concreto, sino que son simples
signos convencionales absolutamente vacíos de contenido pero que nos ayudan a
realizar nuestros razonamientos. Precisamente dentro de este grupo de lenguajes
formales se encuentran la lógica y las matemáticas. (Obsérvese que cuando en
matemáticas se dice “1+1” no se están refiriendo a ningún objeto material concreto -¿1
pera + 1 pera? ¿un lápiz + un lápiz? No- sino que es una suma abstracta independiente
del mundo material. No obstante, las matemáticas nos ayudan a realizar operaciones que
sin ellas sería casi imposible realizar. ¿Cómo podríamos hacer la raíz cuadrada de 16
manzanas si no tuviésemos los números para que nos ayudaran?).
La lógica es un lenguaje formal que, igual que las matemáticas, nos ayuda a
realizar nuestros razonamientos y ha sido creado por el hombre precisamente para
tratar de evitar los errores del lenguaje natural que hemos estudiado más arriba. La
única forma de conseguir esquivar las imprecisiones semánticas (de contenido) del
lenguaje natural es precisamente inventar un lenguaje que no posea contenido alguno
(un lenguaje formal); del mismo modo, la única forma de evitar caer en errores
sintácticos es fabricar un lenguaje con unas normas sintácticas de tal precisión que sea
imposible errar.
Por ello, todo lenguaje formal debe constar de tres elementos claramente
definidos:
- Símbolos de los que consta.
- Reglas de formación de fórmulas (reglas de construcción sintáctica).
- Reglas de transformación de fórmulas (reglas de derivación).
4. LA LÓGICA PROPOSICIONAL: DEFINICIÓN
No existe un solo lenguaje lógico, sino que la lógica posee múltiples lenguajes
(del mismo modo que la matemática se divide en geometría y aritmética, por ejemplo).
Sin embargo, nosotros vamos a estudiar la lógica proposicional, que, como su nombre
indica, se basa exclusivamente en proposiciones y, a partir de ellas, realiza sus
deducciones.
Como acabamos de decir, para definir un lenguaje formal es necesario establecer
con claridad cuáles son sus signos y reglas, por tanto eso es lo que haremos a partir de
ahora.
I. Una letra proposicional o variable sola es una fórmula bien formada del
cálculo proposicional.
II. Si A es una fórmula bien formada del cálculo, entonces A también lo
será.
III. Si A y B son fórmulas bien formadas del cálculo, entonces AB, AB,
AB, AB también lo serán.
IV. Ninguna otra regla que no sea cualquiera de las tres anteriores pertenecerá
a este cálculo.
C. REGLAS DE TRANSFORMACIÓN DE FÓRMULAS
1. INTRODUCCIÓN DEL
CONJUNTOR 6. INTRODUCCIÓN DE LA
(I. C.) DISYUNCIÓN
(I. D.)
p
q p
_______________ ____________
p q p q
p q p q
____________ q r
p _________________
q p r
8. ELIMINACIÓN DE LA
DISYUNCIÓN (E. D.)
3. MODUS PONENS
(M. P.)
p q
p q ┌p
p │
___________ └ X
q ┌q
│
└ X
X X
_______________
4. MODUS TOLLENS X
(M.T.)
p q (p q) p q
q ___________ ___________
____________ p q (p q)
p
p q
p q p q
_______________
___________ _________
p q
p q p
q
11. INTRODUCCIÓN DE LA
NEGACIÓN. (I. N.)
O REDUCCIÓN AL ABSURDO.
O TAMBIÉN:
┌p ┌p
│ │
└ X X └q
q
p
p q
14. EX CONTRADICTIONE
QUODLIBET. (E.C.Q.)
┌ p
│
└ X X
q
5. FORMALIZACIÓN Y TABLAS DE VERDAD
A. FORMALIZACIÓN:
Como hemos visto, el lenguaje natural (y, a veces, el lenguaje artificial material)
tienen una serie de insuficiencias que les hacen no ser del todo válidos (o no con la
suficiente precisión) a la hora de la argumentación y nos hacen caer en ciertas
paradojas, falacias, confusiones semánticas, etc. Para corregir estos errores se han
creado multitud de lenguajes formales como la lógica proposicional. Por ello, cuando
tenemos ante nosotros una argumentación hecha con un lenguaje no formal, si queremos
alcanzar la mayor exactitud y precisión posibles, debemos pasar esa argumentación a
lenguaje formal. Esto es lo que se denomina formalización. Por tanto, formalizar no es
otra cosa que coger una serie de enunciados hechos con un lenguaje no formal y
transportarlos (o traducirlos) a un lenguaje formal.
Ejemplo de formalización:
pq
Como puede verse, cada proposición del lenguaje natural se convierte en una
variable o letra proposicional, mientras que la condicional que hace las veces de
conectiva pasa a convertirse en el símbolo “”. Ilustrémonos con algunos ejemplos
más.
Por ejemplo:
“El niño que lleva la bicicleta azul se llama Jorge” es un enunciado con
una sola proposición que contiene una oración subordinada. Se
formalizaría así:
p
Mientras que,
“Me gusta correr, cantar y pintar” es un enunciado que consta de tres
proposiciones coordinadas unidas por conjunciones. Se formalizaría
así:
p q r
Se formalizaría así: (p q) ( r s)
ACTIVIDADES:
Una vez que tenemos enunciados formales válidos para la lógica proposicional
(pues cumplen las reglas de formación de fórmulas) hemos de averiguar cuándo son
verdaderos dichos enunciados y cuándo no; esto es, cuándo se cumple lo que estos
enunciados “enuncian”. Por ejemplo, el siguiente enunciado del lenguaje natural (“Si
vienes conmigo al cine, te invito a un paquete de palomitas”) será verdadero, por
ejemplo, cuando tú vengas conmigo y yo te invite, pero sería falso si tú vinieras
conmigo y yo no te invitara. Para averiguar la verdad o falsedad de un enunciado de
forma precisa y exacta tenemos en lógica las denominadas tablas de verdad que nos
indican todos y cada uno de los casos en los que un enunciado es verdadero y/o falso.
Para definir correctamente los símbolos de la lógica y, a la vez, aprender a usar las
tablas de verdad, realizaremos la tabla de verdad de las expresiones más simples que
pueden formarse con las variables que usa la lógica proposicional. Los números “1”
indican que la expresión es VERDADERA, los “0” indican que la expresión es
FALSA.
1 0
0 1
p q pq
1 1 1
1 0 0
0 1 0
0 0 0
3. DEFINICIÓN DEL DISYUNTOR: p q
p q pq
1 1 1
1 0 1
0 1 1
0 0 0
p q pq
1 1 1
1 0 0
0 1 1
0 0 1
p q pq
1 1 1
1 0 0
0 1 0
0 0 1
C. CÓMO SE REALIZA UNA TABLA DE VERDAD
Para realizar una tabla de verdad de cualquier expresión lógica deben seguirse los
siguientes pasos:
- Colocar en columnas, una por una, las variables que contenga la expresión
que estemos estudiando sin tener en cuenta los demás símbolos
Por ejemplo: (r s) t
r s t
- Contar las variables o letras proposicionales con el fin de averiguar los “1” y
“0” que deben colocarse en cada columna. Para ello debe realizarse la
siguiente operación:
2nº de variables
Esto es,
- dos variables, entonces sería: 22= 4
- tres variables, sería 23= 8
- cuatro sería 24= 16 y así sucesivamente.
Obtenido el número de dígitos que hay que colocar, se ponen la mitad de “1” y la
mitad de “2” alternándolos en cada columna. En el ejemplo anterior sería:
23 = 8.
r s t
1 1 1
1 1 0
1 0 1
1 0 0
0 1 1
0 1 0
0 0 1
0 0 0
- Tras esto se siguen colocando, de menor a mayor, el resto de expresiones que
constituyen el enunciado completo
r s t t (r s) (r s) t
1 1 1
1 1 0
1 0 1
1 0 0
0 1 1
0 1 0
0 0 1
0 0 0
r s t t (r s) (r s) t
1 1 1 0 1 0
1 1 0 1 1 1
1 0 1 0 0 1
1 0 0 1 0 1
0 1 1 0 0 1
0 1 0 1 0 1
0 0 1 0 0 1
0 0 0 1 0 1
Viendo el resultado se puede concluir que la expresión lógica que estábamos analizando
en la anterior tabla de verdad es verdadera (o sea, vale 1) siempre, excepto cuando r =1, s =1, y
t =1.
se completa la tabla.
ACTIVIDADES:
A. MÉTODO DIRECTO
Ya sólo nos quedaría por aprender lo que es propiamente el uso de la lógica para
construir razonamientos, deducciones, demostraciones, etc. lógicamente correctos.
Deducir es, como estudiamos en el tema anterior, alcanzar una conclusión necesaria a
partir de unas premisas dadas, de forma que, si las premisas son verdaderas, la
conclusión también lo será necesariamente.
Pues bien, para alcanzar una conclusión necesaria a partir de unas
premisas, es necesario combinar esas premisas basándonos en unas reglas
lógicas (las reglas de transformación) e ir transformando dichas premisas
en otras expresiones que también sean verdaderas hasta llegar a la
conclusión que buscábamos. Veamos algunos ejemplos:
- Si nos dicen que: a) “es seguro que está lloviendo” y también que
b) “si está lloviendo, entonces se forman charcos”, ¿qué conclusión podríamos
sacar de aquí?
Primero debemos formalizar las expresiones de arriba:
a) p
b) p q
Estas dos expresiones que suponemos que son verdaderas serían las premisas.
Si aplicamos la regla del Modus Ponens (M.P.) obtendríamos:
- Si nos dicen que: a) “o hace mucho calor o hace mucho frío” y también que
b) “No hace mucho frío”, podríamos deducir que:
-1. p q
-2. q Premisas
Las premisas, como puede verse en el segundo ejemplo, suelen llevar un guión
delante del número de línea que ocupan, mientras que las diferentes conclusiones a las
que nosotros vamos llegando no llevan ese guión (aunque sí que siguen las numeración
de líneas a partir de las premisas). A la hora de deducir, pueden sacarse múltiples
conclusiones de modo que vayamos acercándonos poco a poco a la conclusión que
nosotros deseamos o que nos exijan en cada ejercicio. Hagamos uno paso a paso.
- Lo primero que debemos hacer formalizar las proposiciones básicas de las que
consta el razonamiento. Así tendríamos:
Juan canta: p
Se nubla el cielo: q
Empieza a llover: r
Estos serían los dos primeros enunciados que constituyen las premisas del
razonamiento. Ahora faltaría el último enunciado que es la conclusión y que se
formalizaría del siguiente modo:
p
Si el razonamiento es correcto, nosotros, a partir de las premisas que hemos formalizado, deberíam
-1. [p (q r)] (q r)
2. p (q r)E. C. 1
3. (q r)
4. pM. T. 2,3.
Puesto que hemos podido derivar la conclusión de las premisas, decimos que el razonamiento es c
-1. p r
-2. p r
┌ 3. r
│ 4. p M.T. 2,3
└ 5. p p I. C. 1,4
6. ( r) I. N. 3, 3-5
7. r E.D.N. 6
A) B)
-1. p q r s -1. p ¬ q w ¬t
-2. p r -2. p → w
-3. q s -3. ¬ q → (s ¬ t)
C) D)
-1. p ¬ q s ¬r -1. ¬¬p q t y
-2. r → q -2. r → ¬p
-3. p → s -3. s → ¬ q
-4. (¬r ¬ s) → t
SOLUCIÓN DE LAS ACTIVIDADES ANTERIORES: (Procura realizar las
actividades sin mirar en las soluciones y luego compara los resultados y corrígelas).
A)
4. p Eliminación de la conjunción (E.C.) en 1.
5. q Eliminación de la conjunción en 1.
6. r Modus Ponens (MP) 2,4
7. s Modus Ponens (MP) 3,5
8. r s Introducción de la Conjunción (I. C.) 6,7
B) C)
4. p E.C. 1 4. p E.C. 1
5. ¬q E.C. 1 5. ¬q E.C.1
6. w M.P. 2,4 6. ¬r M.T. 2,5
7. s ¬t M.P. 3,5 7. s M.P. 3,4
8. s E.C. 7 8. s ¬r I.C. 6,7
9. ¬t E.C. 7
10. w ¬t I.C. 6,9
D)
5. ¬¬p E.C. 1
6. q E.C. 1
7. ¬r M.T. 2,5
8. ¬s M.T. 3,6
9. ¬r ¬s I.C. 7,8
10. t M.P. 4,9
11. t y I.D. 10
BLOQUE III: EL SER HUMANO Y LA
SOCIEDAD
UNIDAD 4. EL SER HUMANO: ORÍGENES Y EVOLUCIÓN.
“¿Qué es el hombre?”
“¿De dónde venimos?”
En esta unidad se interroga por la esencia del ser humano, por aquello que
distingue al ser humano del resto de los seres. El punto de partida, y que no discutimos,
es la observación de que el hombre se comporta y vive de un modo completamente
distinto al resto de los seres que conocemos. La pregunta es cuál sea la causa de esa
diferencia tan abismal. Para buscar esa especificidad del ser humano, eso que lo hace
tan “especial”, rastrearemos la “génesis”, el origen del hombre, para ver si en el modo
en el que el hombre ha llegado a ser lo que es, podemos entresacar algunas claves que
nos ayuden a interpretar el ser humano.
1. EL PROCESO DE
HOMINIZACIÓN-HUMANIZACIÓN
-El hinduismo asegura que todo lo que existe surgió gracias al dios Brahma.
Éste creó el espíritu, la energía, el tiempo y sus divisiones, las constelaciones y los seres
vivos y, por supuesto, al hombre y a la mujer.
-Según la religión babilónica el dios Marduk creó el Sol, la vegetación y la
humanidad.
-Los indios hopi de Arizona defendían que una diosa creó un gran número de
aves y animales, y los envió a poblar el mundo; luego, tomando barro de la tierra, hizo
la primera mujer y después, al primer hombre.
Lo más interesante de todas estas explicaciones del origen del hombre es que
consideran:
-que todas las especies de seres vivos fueron creadas de una vez y para siempre
y, en consecuencia, que son inmutables y, por otra,
-que entre el ser humano y el resto de los seres vivos existe una separación
profunda y tajante: los humanos son absolutamente distintos al resto de las especies
porque fueron creados, tomando las palabras del Génesis, “a imagen y semejanza
de Dios”.
Pero la inmutabilidad de las especies no fue sólo defendida por pensadores del
ámbito religioso cristiano. El fijismo también predominó en las explicaciones científicas
hasta el siglo XIX. Veamos un ejemplo sobresaliente:
-Carl Linneo (1707-1778): botánico sueco que publica
en 1735 su “Sistema natural”:
Al llevar a cabo esta clasificación según los rasgos comunes que tienen las
especies, es decir, según sus semejanzas morfológicas, Linneo puso de manifiesto las
semejanzas y diferencias entre éstas. El hombre también fue clasificado como cualquier
otra especie, en concreto, en el Orden de los Primates. De este modo, y sin que ésta
fuera la intención de Linneo, su clasificación produjo dos consecuencias que el propio
autor no tenía previstas y nunca admitió como tales:
ACTIVIDADES:
a) EL EVOLUCIONISMO DE LAMARCK
Sin embargo, esta fuerza no actúa sola, pues de haber sido así, la graduación
entre las distintas especies en su grado de perfección sería completa, pero vemos que de
una especie a otra se producen saltos: hay géneros con muchas especies, mientras que
otros, como en el caso del hombre, sólo tiene una especie. Esto se explicaría porque en
la evolución intervienen otros tres elementos.
Pero este principio no explica por qué unos órganos se desarrollan ante las
nuevas circunstancias y otros se atrofian o desaparecen. Para ello Lamarck formula su
cuarto principio:
Finalmente, apuntemos que sobre la cuestión del origen del hombre, Lamarck
supone que, mirando a su constitución corporal, a su morfología, bien podría descender
de cuadrúpedos superiores que, al adoptar la postura bípeda y convertirse en dominador,
habría detenido el progreso de las otras especies. Sin embargo, en última instancia,
defiende que el origen del hombre debe ser diferente al de un proceso de evolución, y
tiene que haber intervenido, de algún u otro modo, la mano de Dios.
b) EL EVOLUCIONISMO DE DARWIN
TEXTO LECTURA:
AUSTRALOPITHECUS AFRICANUS
HECHO 1: HECHO 2: HECHO 3:
Si todos los individuos Las poblaciones se Los recursos naturales
de una especie se muestran estables, son limitados y
reprodujeran con exceptuando las relativamente
éxito, su fertilidad fluctuaciones anuales de constantes en un
potencial supondría un poca importancia y alguna entorno estable.
crecimiento ocasional de mayor
exponencial o trascendencia
geométrico
Inferencia 1:
Se producen más individuos que los que
pueden soportar los recursos limitados
aunque la población permanece estable;
por tanto:
existe una fiera lucha por la existencia
entre los individuos de una población, con
el resultado de que sólo sobrevive una
pequeña parte de la descendencia de cada
generación
Hecho 4: Hecho 5:
Ni siquiera dos individuos Gran parte de esas
son exactamente iguales; variaciones individuales son
cada población goza de heredables
enorme variabilidad
individual
Inferencia 2:
La supervivencia en la lucha por la existencia no se produce al azar, sino que depende en
gran parte de la constitución hereditaria de los individuos supervivientes. Esta
supervivencia desigual constituye un proceso de selección natural.
Inferencia 3:
Generación tras generación, este proceso de selección natural comportará un
ininterrumpido cambio gradual de las poblaciones, es decir, la evolución y producción
de nuevas especies.
Algunos comentarios sobre este esquema:
LAMARCK DARWIN
Origen del hombre
Adquisición de modificaciones de
las especies
Transmisión de modificaciones de
una generación a otra
Acción del medio sobre el
individuo
Los estudios de los genetistas iniciados por las leyes de la herencia de Mendel
han puesto de manifiesto que:
ACTIVIDADES:
B. NACIMIENTO INMADURO Y
LARGO PERÍODO DE DEPENDENCIA INFANTIL
D. ECUMENISMO3
3
La especie humana, gracias a sus capacidades, ha sabido vencer los condicionamientos y restricciones
de la naturaleza y adaptarse a los distintos hábitats que ha ido encontrando para poblarlos.
2. LA ESPECIFICIDAD HUMANA.
(DIFERENCIAS ENTRE EL SER HUMANO Y EL RESTO DE LOS
ANIMALES.)
Aparte de las notas biológicas comunes entre hombre y animal (como pueden ser
las funciones reproductoras, alimenticias, o inmunológicas), el aspecto que más nos
interesa para comparar al hombre con el resto de los animales, es el psicológico. Entre
hombres y animales hay características psicológicas comunes, ya que los animales sí
que poseen psique, o lo que es lo mismo, ellos (y nosotros) poseen determinadas
capacidades que les permiten satisfacer sus necesidades e intentar superar o atenuar las
dificultades y los peligros. En este sentido todo animal se encuentra dotado de un
sistema cognoscitivo, de unos centros de decisión, y de unos órganos de ejecución. El
primero informa de las situaciones favorables, amenazadoras o neutrales; los segundos
activan el aparato locomotor y le predisponen a reaccionar de la manera adecuada; los
terceros ejecutan o llevan a cabo la conducta correspondiente.
Un ejemplo puede ser un animal con sensación de hambre. Sólo cuando aparece
un determinado estímulo (una presa que puede servir de alimento), se desencadena todo
el proceso que lleva a conseguir la comida y finalmente comer.
Hasta hace pocos años se creía que los animales siempre utilizaban conductas
innatas, pero el progreso de la etología (ciencia que estudia las costumbres y los
comportamientos animales) ha puesto de relieve que en la conducta de numerosas
especies animales, junto a los elementos innatos se dan otros adquiridos, es decir, que
los animales pueden aprender nuevos comportamientos. En el siguiente texto se
reproduce un ejemplo:
b) TIPOS DE APRENDIZAJE
Aunque han sido varios los autores que han hecho contribuciones sobre este
modo de aprendizaje, fue Skinner quien analizó detalladamente este tipo de conductas,
estudiando los procesos y características generales de las mismas, las sistematizó en
varios libros y las aplicó a la educación, los problemas clínicos y sociales. Así surgió el
“condicionamiento operante”.
Un claro ejemplo de condicionamiento operante lo vemos en los experimentos de
la llamada “caja de Skinner”. Este autor diseñó una caja que consistía en una pequeña
jaula con tres paredes lisas y una tercera donde había una palanca y un pequeño
recipiente para el alimento. Al introducir una rata hambrienta en la caja se produce en el
animal una conducta exploratoria, y, más tarde o más temprano, en su deambular por la
caja, la rata presiona la palanca; en este momento cae una cierta cantidad de comida en
el recipiente. Cuando la rata descubre el alimento lo consume y, a partir de ese
momento, dedica mayor atención a la pared de la caja donde se encuentra la palanca y el
recipiente de comida. Después de que por movimientos causales y exploratorios es
oprimida de nuevo la palanca y, después, consumido el alimento, la rata se sitúa cerca
de la palanca, la presiona y se apodera inmediatamente del alimento. El animal alterna
rápidamente los movimientos de presionar la palanca y comer. Ha sido condicionado
para bajar la palanca con objeto de consumir alimento.
Skinner distingue dos clases de conductas: respondente (conducta
desencadenada por un estímulo determinado) y operante (conducta simplemente emitida
por el organismo), a la que dedica su atención. Lo importante en el condicionamiento
operante, a diferencia del clásico, no es la contigüidad de los estímulos, sino las
consecuencias del comportamiento emitido por el organismo.
El proceso del condicionamiento operante consiste en reforzar, de entre un
conjunto de conductas emitidas espontáneamente por el organismo (presión de la rata
por las distintas paredes), una conducta determinada (presionar la pared de la palanca),
con la intención de que la probabilidad de aparición de ese comportamiento sea mayor
de lo que era antes.
c) INTELIGENCIA Y CONCIENCIA
Si consideramos la inteligencia como “la capacidad de entender, o comprender,
es decir, de tener conceptos de objetos, de valores, de ideales, etc”, entonces la
inteligencia es algo exclusivamente humano. El nivel máximo de desarrollo que es
capaz de alcanzar la inteligencia animal es la necesaria para desenvolverse entre objetos
concretos y para resolver ciertos problemas relacionados intrínsecamente con sus
instintos de conservación y reproducción. Como queda claro, los animales poseen una
cierta inteligencia, por lo que deben tener conciencia.
Este rasgo es el que constituye el carácter reflexivo del ser humano, el cual
otorga capacidad a éste para:
-Desarrollar un conocimiento abstracto.
-Conocer nuestros propios contenidos cognoscitivos.
-Conocer nuestras propias facultades.
-Distinguir nuestras operaciones mentales de sus contenidos
-Conocer nuestra propia identidad personal
-Orientar nuestra vida
-Aceptar nuestra responsabilidad
ACTIVIDADES:
ACTIVIDADES:
El siguiente texto de M. Harris diferencia los dos modos que existen para
transmitir los nuevos comportamientos adquiridos por los individuos de una especie a
su descendencia. Tras su lectura, contesta a las cuestiones que se plantean:
Aunque para los organismos resulta muy útil estar equipados con un
programa de respuestas de conducta, específico de la especie, codificado en
sus genes, hay otro tipo de conducta que tiene ciertas ventajas sobre la
programación genética. Es la conducta programada como resultado del
aprendizaje. El aprendizaje permite a los organismos adaptarse y obtener
la ventaja más efectiva que proporciona una variedad de oportunidades
más amplia, para lograr un éxito reproductor, que la que es posible a través
de la programación genética. Por ejemplo, las gaviotas aprenden a
reconocer y a seguir a los barcos de pesca, y aprenden a localizar
restaurantes de comida rápida, basureros y otras fuentes de desperdicios, y
por eso las gaviotas han ampliado en gran medida su eficacia biológica sin
cambiar su genotipo, como se indica esquemáticamente en la siguiente
secuencia:
Cuestiones:
El autor, tras citar estos y otros ejemplos de actividades propias de una población
de chimpancés, extrae conclusiones:
ACTIVIDADES:
Actividad:
a) CONCEPTO DE SOCIALIZACIÓN
Hasta ahora hemos analizado algunos de los modos mediante los que distintas
especies adquieren comportamientos no instintivos, fruto, por tanto, del aprendizaje.
Ahora nos situamos en la perspectiva del individuo que aprende, en el contexto social,
ese conjunto de información que le lleva a desarrollar determinados comportamientos,
actitudes, valores... es decir, es el proceso de socialización. Dicho proceso puede
analizarse tanto desde la perspectiva del sujeto que es socializado o del sujeto que
socializa:
-Aprendizaje (imita a los mayores repitiendo una y otra vez lo que les ve
y oye que hacen y dicen, estimulado por premios y castigos).
ACTIVIDADES:
El nuevo hecho social que aquí se analiza es este: la historia europea parece, por vez
primera, entregada a la decisión del hombre vulgar como tal. O dicho en voz activa: el
hombre vulgar, antes dirigido, ha resuelto gobernar el mundo. Esta resolución de
adelantarse al primer piano social se ha producido en él, automáticamente, apenas llegó
a madurar el nuevo tipo de hombre que él representa. Si atendiendo a los efectos de vida
pública se estudia la estructura psicológica de este nuevo tipo de hombre-masa, Se
encuentra lo siguiente:
l.º,una impresión nativa y radical de que la vida es fácil, sobrada, sin limitaciones
trágicas; por lo tanto, cada individuo medio encuentra en sí una sensación de dominio y
triunfo que,
2.º, le invita a afirmarse a sí mismo tal cual es, dar por bueno y completo su haber moral
e intelectual. Este contentamiento consigo le lleva a cerrarse para toda instancia
exterior, a no escuchar, a no poner en tela de juicio sus opiniones y a no contar con los
demás. Su sensación íntima de dominio le incita constantemente a ejercer predominio.
Actuará, pues, como si sólo él y sus congéneres existieran en el mundo; por lo tanto,
3.º, intervendrá en todo imponiendo su vulgar opinión sin miramientos,
contemplaciones, trámites ni reservas, es decir, según un régimen de «acción directa».
Este repertorio de facciones nos hizo pensar en ciertos modos deficientes de ser
hombres, como el «niño mimado» y el primitivo rebelde, es decir, el bárbaro. (El
primitivo normal, por el contrario, es el hombre más dócil a instancias superiores que ha
existido nunca: religión, tabús, tradición social, costumbre.) No es necesario extrañarse
de que yo acumule dicterios sobre esta figura de ser humano. El presente ensayo no es
más que un primer ensayo de ataque a ese hombre triunfante, y el anuncio de que unos
cuantos europeos van a revolverse enérgicamente contra su pretensión de tiranía. Por
ahora se trata de un ensayo de ataque nada más: el ataque a fondo vendrá luego, tal vez
muy pronto, en forma muy distinta de la que este ensayo reviste. El ataque a fondo tiene
que venir en forma que el hombre-masa no pueda precaverse contra él, lo vea ante sí y
no sospeche que aquello, precisamente aquello, es el ataque a fondo.
Este personaje, que ahora anda por todas partes y dondequiera impone su barbarie
íntima, es, en efecto, el niño mimado de la historia humana. El niño mimado es el
heredero que se comporta exclusivamente como heredero. Ahora la herencia es la
civilización -las comodidades, la seguridad en suma, las ventajas de la civilización-.
Como hemos visto, sólo dentro de la holgura vital que ésta ha fabricado en el mundo
puede surgir un hombre constituido por aquel repertorio de facciones inspirado por tal
carácter. Es una de tantas deformaciones como el lujo produce en la materia humana.
Tenderíamos ilusoriamente a creer que una vida nacida en un mundo sobrado sería
mejor, más vida y de superior calidad a la que consiste precisamente en luchar con la
escasez. Pero no hay tal. Por razones muy rigurosas y archifundamentales que no es
ahora ocasión de enunciar. Ahora, en vez de esas razones, basta con recordar el hecho
siempre repetido que constituye la tragedia de toda aristocracia hereditaria. El
aristócrata hereda, es decir, encuentra atribuidas a su persona unas condiciones de vida
que él no ha creado, por tanto, que no se producen orgánicamente unidas a su vida
personal y propia. Se halla, al nacer, instalado, de pronto y sin saber cómo, en medio de
su riqueza y de sus prerrogativas. El no tiene, íntimamente, nada que ver con ellas,
porque no vienen de él. Son el caparazón gigantesco de otra persona, de otro ser
viviente: su antepasado. Y tiene que vivir como heredero, esto es, tiene que usar el
caparazón de otra vida. ¿En qué quedamos? ¿Qué vida va a vivir el «aristócrata» de
herencia: la suya, o la del prócer inicial? Ni la una ni la otra. Está condenado a
representar al otro, por lo tanto, a no ser ni el otro ni él mismo. Su vida pierde,
inexorablemente, autenticidad, y se convierte en pura representación o ficción de otra
vida. La sobra de medios que está obligado a manejar no le deja vivir su propio y
personal destino, atrofia su vida. Toda vida es lucha, el esfuerzo por ser si misma. Las
dificultades con que tropiezo para realizar mi vida son precisamente lo que despierta y
moviliza mis actividades, mis capacidades. Si mi cuerpo no me pesase, yo no podría
andar. Si la atmósfera no me oprimiese, sentiría mi cuerpo como una cosa vaga, fofa,
fantasmática. Así, en el «aristócrata» heredero toda su persona se va envagueciendo, por
falta de uso y esfuerzo vital. El resultado es esa específica bobería de las viejas
noblezas, que no se parece a nada y que, en rigor, nadie ha descrito todavía en su interno
y trágico mecanismo; el interno y trágico mecanismo que conduce a toda aristocracia
hereditaria a su irremediable degeneración.
Vaya esto tan sólo para contrarrestar nuestra ingenua tendencia a creer que la
sobra de medios favorece la vida. Todo lo contrario. Un mundo sobrado de posibilidades
produce automáticamente graves deformaciones y viciosos tipos de existencia humana
–los que se pueden reunir en la clase general «hombre heredero» de que el «aristócrata»
no es sino un caso particular, y otro el niño mimado, y otro, mucho más amplio y
radical, el hombre-masa de nuestro tiempo-. (Por otra parte, cabría aprovechar mas
detalladamente la anterior alusión al «aristócrata», mostrando cómo muchos de los
rasgos característicos de éste, en todos los pueblos y tiempos, se dan de manera
germinal en el hombre-masa. Por ejemplo: la propensión a hacer ocupación central de la
vida los juegos y los deportes; el cultivo de su cuerpo -régimen higiénico y atención a la
belleza del traje-, falta de romanticismo en la relación con la mujer; divertirse con el
intelectual, pero, en el fondo, no estimarlo y mandar que los lacayos o los esbirros le
azoten; preferir la vida bajo la autoridad absoluta a un régimen de discusión 36, etc.,
etc.)
Insisto, pues, con leal pesadumbre, en hacer ver -e este hombre lleno de
tendencias inciviles, que este novísimo bárbaro, es un producto automático de la
civilización moderna, espacialmente de la forma que esta civilización adoptó en el siglo
XIX. No ha venido de fuera al mundo civilizado como los «los grandes bárbaros
blancos» del siglo V; no ha nacido tampoco dentro de él por generación espontánea y
misteriosa como, según Aristóteles, los renacuajos en la alberca, sino que es su fruto
natural. Cabe formular esta ley que la paleontología y biogeografía confirman: la vida
humana ha surgido y ha progresado sólo cuando los medios con que contaba estaban
equilibrados por los problemas que sentía. Esto es verdad, lo mismo en el orden
espiritual que en el físico. Así, para referirme a una dimensión muy concreta de la vida
corporal, recordaré que la especie humana ha brotado en zonas del planeta donde la
estación caliente quedaba compensada por una estación de frío intenso. En los trópicos
el animal hombre degenera, y viceversa, las razas inferiores -por ejemplo, los pigmeos-
han sido empujadas hacia los trópicos por razas nacidas después que ellas y superiores
en la escala de la evolución.
Pues bien: la civilización del siglo XIX es de índole tal que permite al hombre
medio instalarse en un mundo sobrado del cual percibe sólo la superabundancia de
medios, pero no las angustias. Se encuentra rodeado de instrumentos prodigiosos, de
medicinas benéficas, de Estados previsores, de derechos cómodos. Ignora, en cambio, lo
difícil que es inventar esas medicinas e instrumentos y asegurar para el futuro su
producción; no advierte lo inestable que es la organización del Estado, y apenas si siente
dentro de sí obligaciones. Este desequilibrio le falsifica, le vacía en su raíz de ser
viviente, haciéndole perder contacto con la sustancia misma de la vida, que es absoluto
peligro, radical problematismo. La forma más contradictoria de la vida humana que
puede aparecer en la vida humana es el «señorito satisfecho». Por eso, cuando se hace
figura predominante, es preciso dar la voz de alarma y anunciar que la vida se halla
amenazada de degeneración; es decir, de relativa muerte. Según esto, el nivel vital que
representa la Europa de hoy es superior a todo el pasado humano; pero si se mira el
porvenir, hace temer que ni conserve su altura, ni produzca otro nivel más elevado, sino,
por el contrario, que retroceda y recaiga en altitudes inferiores.
Esto, pienso, hace ver con suficiente claridad la anormalidad superlativa que
representa el «señorito satisfecho». Porque es un hombre que ha venido a la vida para
hacer lo que le dé la gana. En efecto, esta ilusión se hace «el hijo de familia». Ya
sabemos por qué: en el ámbito familiar, todo, hasta los mayores delitos, puede quedar a
la postre impune. El ámbito familiar es relativamente artificial y tolera dentro de él
muchos actos que en la sociedad, en el aire de la calle, traerían automáticamente
consecuencias desastrosas e ineludibles para su autor. Pero el «señorito» es el que cree
poder comportarse fuera de casa como en casa, el que cree que nada es fatal,
irremediable e irrevocable. Por eso cree que puede hacer lo que le dé la gana. ¡Gran
equivocación! Vossa mercê irá a onde o levem, como se dice al loro en el cuento del
portugués. No es que no se deba hacer lo que le dé a uno la gana; es que no se puede
hacer sino lo que cada cual tiene que hacer, tiene que ser. Lo único que cabe es negarse
a hacer eso que hay que hacer; pero esto no nos deja en franquía para hacer otra cosa
que nos dé la gana. En este punto poseemos sólo una libertad negativa de albedrío -la
voluntad-. Podemos perfectamente desertar de nuestro destino más auténtico; pero es
para caer prisioneros en los pisos inferiores de nuestro destino. Yo no puedo hacer esto
evidente a cada lector en lo que su destino individualísimo tiene de tal, porque no
conozco a cada lector; pero sí es posible hacérselo ver en aquellas porciones o facetas
de su destino que son idénticas a las de otros. Por ejemplo, todo europeo actual sabe,
con una certidumbre mucho más vigorosa que la de todas sus «ideas» y «opiniones»
expresas, que el hombre europeo actual tiene que ser liberal. No discutamos si esta o la
otra forma de libertad es la que tiene que ser. Me refiero a que el europeo más
reaccionario sabe, en el fondo de su conciencia, que eso que ha intentado Europa en el
último siglo con el nombre de liberalismo es, en última instancia, algo ineludible,
inexorable, que el hombre occidental de hoy es, quiera o no.
Aunque se demuestre, con plena e incontrastable verdad, que son falsas y funestas
todas las maneras concretas en que se ha intentado hasta ahora realizar ese imperativo
irremisible de ser políticamente libre, inscrito en el destino europeo, queda en pie la
última evidencia de que en el siglo último tenía sustancialmente razón. Esta evidencia
última actúa lo mismo en el comunista europeo que en el fascista, por muchos gestos
que hagan para convencernos o convencerse de lo contrario, como actúa -quiera o no,
créalo o no- en el católico, que presta más leal adhesión al Syllabus. Todos «saben» que
más allá de las justas críticas con que se combaten las manifestaciones del liberalismo,
queda la irrevocable verdad de éste, una verdad que no es teórica, científica, intelectual,
sino de un orden radicalmente distinto y más decisivo que todo eso -a saber, una verdad
de destino-. Las verdades teóricas no sólo son discutibles, sino que todo su sentido y
fuerza están en ser discutidas; nacen de la discusión, viven en tanto se discuten y están
hechas exclusivamente para la discusión. Pero el destino -lo que vitalmente se tiene que
ser o no se tiene que ser- no se discute, sino que se acepta o no. Si lo aceptamos, somos
auténticos; si no lo aceptamos, somos la negación, la falsificación de nosotros mismos.
El destino no consiste en aquello que tenemos ganas de hacer; más bien se reconoce y
muestra su claro, rigoroso perfíl en la conciencia de tener que hacer lo que no tenemos
ganas.
Pues bien: el «señorito satisfecho» se caracteriza por «saber» que ciertas cosas no
pueden ser y, sin embargo, y por lo mismo, fingir con sus actos y palabras la convicción
contraria. El fascista se movilizará contra la libertad política, precisamente porque sabe
que ésta no faltará nunca a la postre y en serio, sino que está ahí, irremediablemente, en
la sustancia misma de la vida europea, y que en ella se recaerá siempre que la verdad
haga falta, a la hora de la seriedad. Porque esta es la tónica de la existencia en el
hombre-masa: la insinceridad, la «broma». Lo que hacen lo hacen sin el carácter de
irrevocable, como hace sus travesuras el «hijo de familia». Toda esa prisa por adoptar en
todos los órdenes actitudes aparentemente trágicas, últimas, tajantes, es sólo apariencia.
Juegan a la tragedia porque creen que no es verosímil la tragedia efectiva en el mundo
civilizado.
Bueno fuera que estuviésemos forzados a aceptar como auténtico ser de una
persona lo que ella pretendía mostrarnos como tal. Si alguien se obstina en afirmar que
cree dos más dos igual a cinco y no hay motives para suponerlo demente, debemos
asegurar que no lo cree, por mucho que grite y aunque se deje matar por sostenerlo.
Un ventarrón de farsa general y omnímoda sopla sobre el terruño europeo. Casi todas
las posiciones que se toman y ostentan son internamente falsas. Los únicos esfuerzos
que se hacen van dirigidos a huir del propio destino, a cegarse ante su evidencia y su
llamada profunda, a evitar cada cual el careo con ese que tiene que ser. Se vive
humorísticamente, y tanto más cuanto más tragicota sea la máscara adoptada. Hay
humorismo dondequiera que se vive de actitudes revocables en que la persona no se
hinca entera y sin reservas. El hombre-masa no afirma el pie sobre la firmeza
inconmovible de su sino; antes bien, vegeta suspendido ficticiamente en el espacio. De
aquí que nunca como ahora estas vidas sin peso y sin raíz -déracinées de su destino- se
dejen arrastrar por la más ligera corriente. Es la época de las «corrientes» y del «dejarse
arrastrar». Casi nadie presenta resistencia a los superficiales torbellinos que se forman
en arte o en ideas, o en política, o en los usos sociales. Por lo mismo, más que nunca,
triunfa la retórica. El superrealista cree haber superado toda la historia literaria cuando
ha escrito (aquí una palabra que no es necesario escribir) donde otros escribieron
«jazmines, cisnes y faunesas». Pero claro es que con ello no ha hecho sino extraer otra
retórica que hasta ahora yacía en las letrinas.
Aclara la situación actual advertir, no obstante la singularidad de su fisonomía, la
porción que de común tiene con otras del pasado. Así acaece que apenas llega a su
máxima altitud la civilización mediterránea -hacia el siglo III antes de Cristo-, hace su
aparición el cínico. Diógenes patea con sus sandalias hartas de barro las alfombras de
Aristipo. El cínico se hizo un personaje pululante, que se hallaba tras cada esquina y en
todas las alturas. Ahora bien: el cínico no hacía otra cosa que sabotear la civilización
aquella. Era el nihilista del helenismo. Jamás creó ni hizo nada. Su papel era deshacer;
mejor dicho, intentar deshacer, porque tampoco consiguió su propósito. El cínico,
parásito de la civilización, vive de negarla, por lo mismo que está convencido de que no
faltará. ¿Qué haría el cínico en un pueblo salvaje donde todos, naturalmente y en serio,
hacen lo que él, en farsa, considera como su papel personal? ¿Qué es un fascista si no
habla mal de la libertad, y un superrealista si no perjura del arte?
No podía comportarse de otra manera este tipo de hombre nacido en un mundo
demasiado bien organizado, del cual sólo percibe las ventajas y no los peligros. El
contorno lo mima, porque es «civilización» -esto es, una casa-, y el «hijo de familia» no
siente nada que le haga salir de su temple caprichoso, que incite a escuchar instancias
externas superiores a él, y mucho menos que le obligue a tomar contacto con el fondo
inexorable de su propio destino.
Casi todos los autores han distinguido entre dos nociones de ser humano: el ser
humano natural (el ser humano en estado de naturaleza) y el ser humano socializado
(el ser humano en un estado civil o social). No es una distinción real entre dos tipos de
seres humanos, sino una distinción metodológica para procurar elaborar un modelo de
lo que debiera ser o llegar a ser el ser humano social y políticamente para estar en
consonancia con lo que quizá reclame su propia naturaleza. Por ello parece que la
principal finalidad de la sociedad debe ser satisfacer las necesidades humanas y
realizar la justicia y el bien, de tal modo que el ser humano llegue a ser lo que
realmente es por naturaleza.
Los pensadores deben aclarar qué tipo de organización social es la correcta para
conseguir estos fines de tal modo que el hombre llegue a realizarse plenamente viviendo
de forma satisfactoria, justa y racional. No obstante, aún quedaría otro interrogante:
aunque una organización social pueda ofrecernos bastantes satisfacciones, ¿cuándo
puede decirse que una sociedad política, con el poder que comporta, está legítimamente
constituida?
Estos interrogantes son los que a partir de ahora nos proponemos ir aclarando a
través del pensamiento de los principales filósofos que se han dedicado al estudio de la
política.
B. PLATÓN: (La República).
Toda la filosofía de Platón parece que apunta a una única meta: construir un
modelo perfecto de sociedad. Pero, como en toda construcción intelectual, hay que
encontrar algún fundamento que nos permita estar seguros de que aquello que decimos
sea correcto. Por ello, Platón, antes de decirnos cómo cree él que debería estar
organizada la sociedad, hace un análisis de los elementos que han de constituirla
necesariamente: los seres humanos. Sin embargo, no podemos conocer cómo son los
seres humanos si no conocemos previamente cómo es la realidad en la que tales seres se
desarrollan y de la que provienen. Por tanto, Platón comienza por describir cómo es la
realidad, luego continúa con la descripción de la esencia o naturaleza del hombre y, por
último, nos dibuja lo que, en virtud de lo estudiado anteriormente, debería ser una
sociedad perfecta en la que todos sus miembros alcanzan la máxima felicidad posible4.
Recordemos que Platón considera que la verdadera realidad está en el Mundo
Inteligible, mundo donde habitan las ideas (eternas e inmutables) y que, por
consiguiente, si queremos conseguir un verdadero conocimiento, deberemos centrar
nuestra atención en dichas ideas. Si, por el contrario, nos centramos en las cosas del
Mundo Sensible, no obtendremos más que una mera opinión. Además, para alcanzar a
conocer las ideas, debemos usar la razón que es único el instrumento capaz de captar
tales realidades.
Por tanto, Platón consideró que, puesto que la verdadera realidad, la realidad
perfecta está en el mundo inteligible, es de allí de donde tenemos que sacar nuestras
ideas para construir un estado perfecto. En el mundo inteligible se encuentran las Ideas
de “sociedad” perfecta y de “justicia” y “Bien”. Por tanto, si queremos que las leyes de
una sociedad sean justas y buenas debemos tener en cuenta, antes de hacerlas, esas Ideas
y tomarlas como modelos.
¿Quiénes son los hombres adecuados para gobernar? Aquellos que conozcan las
Ideas de “Justicia”, “Bien” o “Igualdad”. Pero no todos los hombres pueden conocer
con facilidad dichas Ideas pertenecientes al mundo inteligible. Como sabemos, todos los
seres humanos poseen un alma que está dividida en tres partes: La parte concupiscible
(la de las pasiones bajas, los deseos, los placeres...), la parte irascible (la de las pasiones
nobles, el deseo de gloria, de honores, de fama,...) y la parte racional (la única capaz de
conocer las ideas y que debe controlar a las otras dos partes). Pues bien, hay hombres
que poseen un alma en la que domina más lo concupiscible que lo racional; otros
hombres cuya alma está dominada por el aspecto irascible; y, por último hombres
prioritariamente racionales. Sólo estos últimos serían los capacitados para gobernar de
forma correcta la sociedad. Esto es lo que Platón denomina FILÓSOFO-REY. Sólo los
sabios podrán gobernar de forma justa y correcta una sociedad, porque sólo ellos
buscarán el Bien (el bien de todos los ciudadanos) y no su propio enriquecimiento
personal.
Teniendo esto en cuenta, Platón estableció que los niños, en su República perfecta,
deberían ser separados de sus padres nada más nacer para que ni ellos ni sus propios
padres se conocieran jamás. Así todos los niños y jóvenes respetarían a los mayores
como si fuesen sus padres y los mayores amarían a los niños y jóvenes como a sus
propios hijos.
4
Como se supone que vosotros, los alumnos, ya os habéis leído la parte del libro de lectura (El mundo de
Sofía) correspondiente a Platón, los apartados de la ontología y la antropología platónica ya os resultarán
familiares.
Estos niños estarían recogidos en escuelas públicas donde serían educados y
conducidos según sus cualidades. Aquellos menos aptos para el estudio y la gimnasia,
pero que valgan más para las manualidades, o sea, aquellos cuya alma es más
concupiscible, serán dedicados a la artesanía, agricultura... de forma que abandonarán
pronto los estudios. Los restantes pasarán a engrosar las filas del ejército y se entrenarán
defendiendo a la patria y formando lo que se denomina la clase de los GUARDIANES
de la sociedad. De entre estos, en los que domina la parte irascible, se escogerán a
aquellos que destaquen por ser más racionales, por tener espíritu de mando y liderazgo y
se les educará en la filosofía de forma que cuando alcancen el máximo conocimiento (el
del Bien) serán obligados a devolver a la sociedad el tiempo que esta ha invertido en su
educación y deberán convertirse en GOBERNANTES.
Así la sociedad estará jerarquizada en tres clases sociales dependiendo de la parte
del alma que domine en cada ser humano. Si domina la parte concupiscible, se es
artesano; si domina la irascible, guardián; y si domina la racional, gobernante. De esta
forma la sociedad estará lo mejor organizada posible de forma que cada cual hace
aquello para lo que es más útil y las leyes, que están hechas por los más sabios de entre
los hombres son las más justas y las mejores.
Este tipo de sociedad sería lo que se denomina ARISTOCRÁTICA, o sea, aquella
en la que son los mejores (aristós) los que gobiernan. Por ello el defecto que podríamos
encontrar en ella sería, entre otros, el de la falta de libertad y, por tanto, de democracia.
ACTIVIDADES:
1. EL LEVIATÁN DE HOBBES .
2. EL LIBERALISMO DE LOCKE.
ACTIVIDADES:
ACTIVIDADES:
“El señor Quelch no tenía del todo claro si los tiburones tienen labios y, en caso
de tenerlos, si pueden lamérselos; pero lo que sí tenía claro es que si tenían labios y se
los podían lamer, eso debía ser exactamente lo que estaban haciendo entonces. En
aquel momento el globo se precipitaba hacia el mar, y pudo ver con claridad las
múltiples aletas de los comensales reunidos cortando amenazadoramente el agua… El
señor Quelch sabía que en los dos minutos siguientes él mismo y el puré de sus
cachorros serían el cebo de los tiburones, a menos que consiguieran echar lastre. Pero
ya había arrojado todo fuera de la cesta: lo único que quedaba era él y los seis chicos.
Estaba claro que sólo Guillermito era un paquete de suficiente peso para resolver la
papeleta. Un hueso duro de roer incluso para Guillermito el del gran apetito, pero no
quedaba más remedio…
- Ay, cielos… ay, realmente, amigos míos… mirad que si me ponéis un dedo enci-
ma… ¡Ayayay!” 5
Según Dupré, autor del texto anterior, las opciones de Quelch sólo pueden ser dos:
o caen todos al agua y sirven de festín a los tiburones, o se sacrifica al pobre Guillermito
y se salvan los demás. Realmente, por desagradable que pueda parecerle a Guillermito,
este va a caer irremediablemente al agua siendo pasto de los tiburones. La diferencia es
que Quelch puede salvarse él y salvar a los demás chicos si tira a Guillermito
sacrificándolo.
He aquí uno de los típicos dilemas éticos, el del mal menor. Puede parecer que es
un ejemplo muy rebuscado y que muy pocos tendrán nunca la necesidad de elegir entre
sacrificar la vida de alguien para salvar la de otros, incluida la propia, o dejar que todos
mueran con tal de no cometer un acto considerado éticamente malo. Y mucho menos
usual aún sería verse en tal dilema mientras se viaja en globo.
5
Ben Dupré (2010), 50 cosas que hay que saber sobre Filosofía, Ed. Ariel, p. 68.
Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Desde que nacemos, incluso antes de
tomar plenamente las riendas de nuestros actos, se nos plantean diariamente dilemas que
hemos de resolver. Y muchas veces no tenemos las herramientas ni nos han dado las
pautas necesarias para afrontar dichas situaciones. De pequeños, hemos de decidir si
prestar nuestros juguetes a un hermano pequeño que llora o si jugar nosotros; más
adelante deberemos plantearnos si ayudar a un compañero de clase en un examen a
riesgo de suspender si nos pilla el profesor o si dejarlo a su suerte y que deje de ser
nuestro mejor amigo; si mentir a nuestros padres y salirnos con la nuestra u obedecer y
perdernos una fiesta en casa de un amigo; si engañar a nuestra pareja con una tercera
persona o ser fieles y no disfrutar de la promiscuidad… Miles de decisiones cotidianas
que debemos tomar en la vida nos ponen ante pequeños o no tan pequeños dilemas
éticos que nos hacen tener que estar constantemente decidiendo qué queremos ser en la
vida y cómo queremos comportarnos. Es cierto que no son dilemas de vida o muerte.
Afortunadamente no tenemos que estar tomando decisiones tan graves que afecten a la
supervivencia o la felicidad de los demás directamente. Pero muchas más veces de las
que se piensa nos vemos obligados a realizar actos que sí que implican consecuencias
graves para los demás y para nosotros mismos.
Se me viene a la memoria ahora mismo el caso de unos montañistas italianos hace
ahora un par de años. Estaban a siete mil metros de altura descendiendo ya de la cima
del Aconcagua, el techo de América. Una fuerte tormenta de nieve y viento les
sorprendió y quedaron atrapados y sin posibilidades de continuar descendiendo por sus
propios medios. A esa altitud hay tan poco oxígeno que cada paso cuesta tanto esfuerzo
como si el cuerpo pesara el triple, y con aquella temperatura no puede sobrevivirse
mucho tiempo quieto. Tuvo que subir al fin un grupo de rescate que consiguió salvar a
la mayoría de los montañistas excepto al guía del grupo, Federico Campanini. Las
condiciones meteorológicas eran tan duras y el estado de salud de Campanini estaba tan
degradado que los rescatadores tuvieron que hacer frente al que probablemente ha sido
y será uno de los dilemas más difíciles de sus vidas: dejar al montañista a su suerte y
salvarse ellos o seguir intentando rescatarlo muriendo, muy probablemente, todos en el
intento. “No se puede sacar, nos estamos helando, nos quedan 400 metros a la cumbre y
él no se mueve. Se está muriendo, no aguanta más de 40 minutos”, se oye decir a uno de
los policías por radio mientras unas imágenes que dieron la vuelta al mundo muestran a
Campanini tendido en la nieve. La opción para los rescatadores estaba clara, había que
abandonar al herido y salvar sus propias vidas. Probablemente hicieron lo correcto, pero
no hubo muchos que entendieran aquella decisión. Veinte días después, el cuerpo
congelado de Campanini, de 31 años, fue arrancado de las blancas fauces del
Aconcagua. Para él ya era tarde, pero sus rescatadores pudieron contarlo.
¿Es ético abandonar a un herido sabiendo con toda seguridad que morirá y siendo
uno un rescatador profesional? ¿No deben los rescatadores arriesgar la propia vida en
pos de la vida de los que están en peligro? ¿No es ese su deber? Digamos que sí y no.
Un rescatador o un socorrista son adiestrados para arriesgar la vida por los demás.
Simplemente, el hecho de subir al Aconcagua con tormenta constituye, para cualquiera
que no sea un experto, una temeridad; también lo es lanzarse al mar enfurecido desde un
helicóptero, o combatir el fuego encolerizado con una manguera o un hidroavión… Los
rescatadores reciben un entrenamiento que les permite sopesar las posibilidades de éxito
de su empresa, valorando el riesgo que corren la víctima y ellos mismos. Se trata de
arriesgarse por los demás, pero no de suicidarse. Ahí está la fina línea que separa la
arriesgada profesionalidad de la temeridad inútil.
A todos nos han dicho alguna vez que, si vemos a alguien ahogarse en el mar y no
somos socorristas profesionales, nunca debemos tirarnos a por él desde un barco o
acercarnos nadando para cogerlo porque ello conlleva un elevadísimo riesgo de que la
desesperada víctima se agarre a nosotros y nos lleve con ella al fondo
irremediablemente. Hay que lanzarle algo para que se agarre o dejarle morir, eso es lo
razonable. ¿Pero es lo ético? Yo he tenido la desgracia de oír muchas veces en los
noticieros que un padre y un hijo mueren ahogados mientras pescaban porque, caído
uno al mar fortuitamente, el otro se había tirado a salvarlo muriendo ambos. Es un
impulso irrefrenable tirarse a salvar a un hijo, pero ¿es ético dejar a la esposa viuda
inútilmente o a los demás hijos huérfanos? ¿Es lógico actuar éticamente? Y, por otro
lado, ¿es ético actuar racionalmente calculando las consecuencias de nuestros actos con
frialdad y desapego?
Su padre, Carlos Campanini, nunca habría dejado solo a su hijo en la cumbre. Se
habría quedado junto a él hasta que, extenuado y entumecido, habría cedido a la fuerza
de la naturaleza y habría expirado junto al helado cuerpo de su hijo en un último y
estúpido esfuerzo. Muchos de nosotros, aunque no fuese nuestro hijo, también lo
haríamos o, en caso contrario, no podríamos vivir con la presión de haber dejado morir
a un hombre por el egoísmo de sobrevivir nosotros. ¿Pero es inmoral tener el egoísmo
de sobrevivir? ¿Y es ético sobrevivir a toda costa?
Los dilemas éticos nos envuelven a cada paso con mayor o menor gravedad en
nuestro quehacer cotidiano y resulta que no sabemos en qué basarnos para tomar una
decisión acertada. Muchos creen que los rescatadores deberían haber intentado el
rescate hasta el final, muriendo todos si es necesario, porque ese era su deber, sin pensar
en las consecuencias. Otros, sin embargo, consideran que es inútil e incluso inmoral
arriesgar la vida de otros cuando se tiene gran seguridad de que el sacrificio no
conseguirá el fruto que se pretende.
Lo que sucede es que estamos jugando con dos elementos que suelen estar
siempre presentes en cada toma de decisión que se nos cruza en nuestro camino. Por un
lado, los instintos, los impulsos, los sentimientos… Un elenco de elementos que
podríamos convenir en atribuirlos a la parte emocional o, también, irracional de nuestra
mente. Por otro lado, las razones, la educación, el cálculo de consecuencias de nuestros
actos… atribuidas esta vez a la parte lógica y racional de la mente.
Hay ocasiones en que ambas facetas de la persona trabajan juntas y se potencian
entre sí, pero hay otros momentos en que se oponen y generan tal lucha interna que no
sabemos cómo actuar ni qué decidir.
En el primer caso, cuando sentimientos y razón coinciden en la dirección de sus
recomendaciones, no existe dilema ético. Si nos sentimos bien actuando de una forma y,
además, nuestra razón nos recomienda actuar de esa misma manera, no hay lucha
interior, no hay dudas, actuamos sin más y con convicción.
No significa esto, sin embargo, que estemos actuando bien, éticamente bien. Que
no tengamos un dilema ético interno no implica que nuestros actos puedan ser
calificados como moralmente buenos o éticos. Probablemente los genocidas alemanes
de la II Guerra Mundial tenían sentimientos de odio hacia los judíos o los gitanos y sus
cálculos racionales les indicaban que con menos judíos en su país podrían purificar la
raza y recuperar el dominio económico de bancos y empresas antes propiedad de
aquellos. Sentimientos y razón –sus cálculos “racionales”– les llevaron al genocidio.
Por tanto, aunque los oficiales nazis no tuviesen dilema ético alguno en sus mentes
cuando ordenaban llevar a cientos de miles de inocentes a las cámaras de gas, sus actos
no fueron moralmente buenos, al menos no según la opinión de la mayoría.
No obstante, hay quienes defendían y defienden hoy día las limpiezas étnicas, los
asesinatos o la exclusión social de minorías sea por los motivos que sea. ¿Cómo pueden
pensar así? ¿Cómo pudieron pensar así los nazis o los genocidas de los Balcanes?
Probablemente porque tenían unos valores inculcados desde pequeños tales que, unidos
a sentimientos de odio y desprecio por la vida humana, no les producía dilema alguno
actuar de aquel modo.
Hay veces, también, que una de las dos esferas (la racional o la emotiva) ejerce
una influencia tan fuerte y dominante sobre la otra que el dilema ético tampoco existe.
Me refiero a cuando un sentimiento es tan fuerte que no importa actuar irracionalmente
o, al contrario, cuando un argumento es tan convincente que no importa actuar con
frialdad.
Amigos médicos me cuentan que cuando se está de guardia en urgencias y sucede
una catástrofe –un accidente con decenas de víctimas, un terremoto o un atentado
terrorista, por ejemplo– muchas veces no hay personal o material suficiente para atender
a todos los afectados o, simplemente, no hay tiempo para atenderlos y salvarlos a todos.
Ahí uno debe decidir a quién atiende y a quién va a dejar a su suerte. Y no hay mucho
tiempo para dilucidar qué hacer o para leer un libro como este y tratar de resolver el
dilema. Se trata de ser efectivos, de salvar vidas y, cuantas más vidas, mejor. ¿Qué hacer
entonces? Lo racional, lo que han aprendido los médicos durante el ejercicio de su
profesión es que hay que atender primero a quienes tienen claras posibilidades de
sobrevivir y dejar a quienes lo tienen más crudo. Es un simple análisis de posibilidades:
si dedico mucho tiempo y esfuerzo a quien tiene pocas opciones de sobrevivir, incluso
en el caso en que consiga salvarlo, morirán otros muchos que estaban en mejores
condiciones y que no atendí por centrarme en el herido más grave. Es mejor salvar unos
cuantos y dejar morir a otros –los menos– que salvar a los menos y dejar morir a la
mayoría.
El caso anterior es un claro ejemplo en el que, pese a que mis sentimientos como
médico me dicen que desean salvar a todos, atender a todos, mi razón como profesional
tiene, o debe tener, más peso y, obviando los sentimientos, decidirse por una actuación
práctica y selectiva. No hay dilema (es un decir, claro) para un médico en tal
encrucijada: diagnosticar quiénes tienen más posibilidades de sobrevivir y centrarse en
esos individuos. Sin remordimientos, sin sentimientos de culpa.
Pero podría suceder (Dios no lo quiera, que mis amigos médicos me crucifican)
que entre las víctimas estuviese un hijo del propio médico que debe atenderlas. Los
sentimientos de protección paterno-filial, como dijimos que le pasaría al padre del
montañero Campanini, serían tan fuertes que ningún médico tendría la más mínima
duda en volcarse con su propio hijo en primer y, si fuese necesario, único lugar.
Tampoco habría dilema ético para el médico cuando los sentimientos se anteponen a la
razón con contundencia e irremediable ferocidad.
A lo largo de esta obra trataremos de dilucidar si estas actitudes, la
pragmática-racional y la emotiva-impulsiva, son realmente éticas o no. Ahora nos
quedaremos simplemente con la reflexión sobre el dilema interno que se produce en
nosotros ante determinadas situaciones. Muchas veces tengo que actuar y no sé cómo.
Me quedo paralizado ante la bifurcación que se presenta ante mí: salvar a la mayoría o
salvar a mi hijo, salvar al montañero o salvarme yo, tirar al niño gordinflón del globo y
salvar al resto o caer todos víctimas de los escrúpulos morales… Estos son mis dilemas
éticos como individuo.
Y los dilemas éticos surgen únicamente cuando las dos esferas de influencia a las
que nos referíamos ejercen una presión similar en direcciones opuestas sobre la mente
del individuo o también cuando hay razones y/o sentimientos igualmente fuertes para
tomar una decisión o para tomar otra.
Un ejemplo del primero de los casos, volviendo a esa catástrofe sanitaria y al
médico de urgencias, cuando sentimientos y razones ejercen igual influencia pero en
sentidos opuestos, podría ser el siguiente: pongamos que ahora de entre los heridos no
estuviese un hijo, sino un familiar cercano, pongamos un primo, o incluso un buen
amigo de la infancia. Ciertamente le darían ganas de tratarlo en primer lugar, pero sus
sentimientos no serían tan fuertes presumiblemente como para acallar los dictados de su
responsabilidad profesional y las razones que ella conlleva. El dilema ético estaría
servido: abandonar a un amigo o a un familiar a una muerte bastante segura o abandonar
a los enfermos que, por lógica, deberían ser tratados antes. Aquí sentimientos y razones
tiran con una fuerza parecida en sentidos opuestos.
Pero también puede suceder que haya sentimientos diversos, igualmente fuertes,
que también se contradigan entre sí y planteen dilemas bastante difíciles de resolver.
Como el del joven que debe decidir si proteger a un amigo cuando la policía le pregunta
guardándole un secreto sobre un robo cometido y no desvelando su identidad o decir la
verdad para no ser involucrado en ese robo por miedo a las represalias de su padre en
caso de que se enterara. Esos sentimientos de miedo, culpabilidad, amistad etc.
contradictorios pero igualmente fuertes pueden hacer que nos quedemos paralizados
ante una toma de decisión. En tales casos deberíamos recurrir a la razón y decidir la
opción más razonable o más racional pero no siempre es fácil.
Puede ser que haya razones también igualmente fuertes para delatar a nuestro
amigo como para no hacerlo. Puede que nuestro amigo no sea tan buen amigo y
sepamos que luego se vengará de nosotros con más crueldad que nuestro padre –que, al
cabo, nos quiere– cuando se entere de nuestra traición, o puede que el robo haya sido de
tal envergadura que si nos implican vayamos un buen tiempo a la cárcel o a un
reformatorio… Analizamos las circunstancias, tratamos de encontrar una salida lógica a
la situación… ¡y no la encontramos!
Los dilemas éticos están por todas partes. Puede que no todos sean de tan
profundas implicaciones y que muchos de ellos sean mucho más fáciles de resolver que
los ejemplos anteriores (al fin y al cabo, yo no soy médico, ni socorrista, ni bombero, ni
tengo un hijo montañista, ¡menos mal!). Pero lo que sí es cierto es que una de las
condiciones del ser humano es que tiene que decidir a cada instante qué hacer, qué ser
en la vida, cómo comportarse. Y eso, tomado con la debida seriedad, no es tan fácil
como suele creerse.
Demos un pequeño giro de tuerca y avancemos un poco en la complejidad de la
tarea ética. Si recordamos bien, antes dijimos que en las actuaciones humanas, aunque
no exista un dilema ético para quien realiza la acción (recuérdese, los genocidas nazis)
ello no implica que dicha acción fuese buena. Puede que uno no tenga el más mínimo
dilema ético pero que, sin embargo, sus actos puedan ser calificados de moralmente
malos e, incluso, de crímenes contra la humanidad. Pero también puede ser que
tengamos un dilema ante una situación y que dicho dilema no sea exactamente ético.
Por ejemplo, cuando no sabemos si fumar y hacernos daño físico con el tabaco mientras
disfrutamos de los efectos de la nicotina o si, mucho más sano, hacer deporte y dejar el
vicio mientras el mono nicotínico nos corroe y discutimos con quienes nos rodean por el
estrés del ex fumador. Como más adelante veremos, este dilema, siendo muy difícil de
resolver, no comporta notas éticas o morales de ningún tipo. No es mejor ni peor
persona quien fuma que quien hace deporte.
También puede ser que, ante un dilema ético, encontremos razones o sentimientos
que nos permiten tomar una decisión en un determinado sentido. Por fin decidimos
delatar a nuestro amigo porque hemos encontrado que es más seguro hacerlo que
guardar el secreto, o porque le tenemos mucho miedo a la cárcel. Ello tampoco
implicaría que la decisión tomada sea éticamente correcta. El dilema ético desaparece
de nuestro interior, pero ello no implica que nuestra decisión sea éticamente buena.
El problema estriba en que si observamos los dilemas éticos en primera persona,
mis dilemas personales, estamos tratándolos desde una perspectiva subjetiva. Desde mi
propia perspectiva, en cuanto encuentro motivos –razones o sentimientos– suficientes
para decantarme por una acción o por otra, el dilema ético desaparece. Pero desaparece
también para mí. Sin embargo, ello no implica que ya no exista dilema ético para los
demás.
Yo decido, supongamos, abandonar a Campanini en la montaña porque veo que es
racional y prudente salvar mi propia vida y la del resto de rescatadores ante las mínimas
expectativas de éxito en el rescate. Una vez lo veo claro, desciendo y Campanini muere.
Ya no hay dilema para mí. Pero ¿y para su padre?, ¿y para los periodistas que me
esperan al pie de la montaña? ¿Y para el juez que tiene que juzgar mis actos? El dilema,
objetivamente, no ha desaparecido aunque yo ya no lo tenga.
Cuando bajas del Aconcagua todos te piden explicaciones de tu comportamiento.
Tú les das tus razones, razones a todas luces suficientes –según tú, claro– para justificar
tu decisión de abandonar a Campanini, pero muy probablemente insuficientes para
otros. El rescatador, probablemente, exclamará: “¡He hecho lo correcto! ¡He hecho lo
mejor!”. Y el padre de Campanini y otros muchos le dirían de seguro: “¡¿Lo mejor para
quién!? ¡Lo mejor para ti, pero no para mi hijo!”
¿Quién tiene razón? ¿Cuándo se actúa bien? ¿Será cuando te viene bien a ti, o,
quizá, cuando le viene bien a la mayoría, o cuando se cumple con el deber sin pensar en
las consecuencias? Como veremos en los próximos apartados, ha habido teorías éticas
para todos los gustos y defendiendo todas (o casi todas) las posibles opciones. Pero lo
que nos interesa ahora de determinar qué es un dilema ético y por qué le interesa a la
Filosofía dicha cuestión.
Cuando el dilema ético pasa de la esfera subjetiva y personal a la esfera objetiva o
interpersonal (también llamada “intersubjetiva”) el tema se complica bastante. De
hecho, este es el origen de la preocupación ética de la Filosofía. A la Filosofía –o a mí
como filósofo– no le interesa saber qué motivos tengo yo para hacer algo y que mis
dilemas se disuelvan, sino qué razones pueden darse para que todos acepten que yo –o
cualquiera– he actuado bien, para que todos concluyan que el dilema ético no existe.
¿Depende entonces de la opinión de los demás el que yo sea una persona ética o
que, por el contrario, sea un inmoral? ¿Dependemos, entonces, de la fama, del prestigio
o de la opinión pública? En absoluto. Cuando decimos que la Ética –rama de la
Filosofía que estudia los dilemas éticos– se preocupa por dar razones para que todos se
pongan de acuerdo en qué sea y qué no sea un comportamiento ético lo que queremos
decir es que, independientemente de las motivaciones personales o subjetivas que cada
cual tenga para actuar en un determinado momento, el comportamiento de todo
individuo debe ajustarse a ciertas razones que permitan a cualquier otro estar de acuerdo
con dicho comportamiento y calificarlo como “bueno”.
Para el lector que sea un poco avezado en filosofía será evidente que estamos
manejando ideas cargadas de prejuicios y de significados profundos que un lego en la
materia no estará percibiendo. No importan ahora esas implicaciones que contienen
nuestras palabras pues no es objeto de esta obra adentrarnos en complejas disquisiciones
para expertos, sino introducir al lector en los grandes problemas de la filosofía con la
mayor sencillez y claridad posibles. No obstante, para todo aquel que quiera vislumbrar
de lo que hablo, trataré de explicitar algunos de esos prejuicios que estoy manejando
conscientemente.
En primer lugar, estoy diciendo que la Ética quiere dar razones. ¿Qué pasa con los
sentimientos y emociones? ¿La Ética es insensible a las emociones humanas, no las
tiene en cuenta? Existe una corriente ética encabezada por Hume que se denomina
“Emotivismo moral”6, así que no se obvian los sentimientos en Ética, pero en nuestro
discurso se puede percibir cierta preferencia por lo racional frente a lo emotivo.
Por otra parte, está el tema de que la justificación de los actos desde una
perspectiva ética tenga que ser intersubjetiva. ¿No podría suceder que alguien tuviese
razón pero que el resto de la humanidad no aceptase sus “razones”? ¿No puede sentir
uno que ha actuado bien aunque los demás no se lo reconozcan? La posibilidad o
imposibilidad de que podamos obtener la “verdad” o el “bien” en soledad, también se
tratará posteriormente, pero vaya por delante que el conocimiento, si quiere ser objetivo
y, por qué no, científico, tiene que poder ser compartido, criticado e, incluso, refutado 7.
Una verdad que sea incomunicable o incompartible por otros seres humanos no es, por
definición, una verdad científica. Podrá ser una verdad revelada o mística, pero no
científica. La Filosofía pretende alcanzar en lo posible la objetividad y esta no puede
constituirse sino en el diálogo con otros seres humanos. Por ello es por lo que yo escribo
este libro en este momento, para compartir mis razonamientos, para someterlos a la
crítica de los lectores y así, entre todos, ir acotando zonas de acuerdos que nos permitan
establecer qué es y qué no es ético.
Por último, parece que confío en que es posible acceder a un conocimiento ético
objetivo. Mientras la tendencia que parece triunfar hoy día es que todo vale, que todo es
relativo, que lo que para mí es bueno, puede no serlo para ti, nuestras palabras parecen
dar la impresión de querer eliminar dicho relativismo y que tengo confianza en que
existen razones capaces de ponernos a todos de acuerdo. Y es cierto. Creo que la Ética
–la Filosofía en general– es o puede llegar a ser una ciencia. Y mantengo esta postura
aun a sabiendas de las suspicacias que ello levantará entre los filósofos que consientan
en leer esta obra.
Soy consciente de todos estos prejuicios y de la dificultad que tiene muchas veces
sostener estas afirmaciones. La tarea principal de este ensayo no es otra que la de
intentar dar razones que permitan a otros poner a prueba este pensamiento, someterlo a
un análisis crítico y, si ha conseguido ser tan científico como pretendo, intentar
refutarlo. Nada hay más placentero que el diálogo racional.
Será mediante el diálogo racional como, aquellos que nos dedicamos a la reflexión
ética, consigamos llegar a acuerdos que nos permitan establecer el mejor modo de
resolver los dilemas éticos objetivamente. Así, intersubjetivamente, habremos
dilucidado qué sea mejor y qué peor en la actuación humana. La Ética como disciplina
aspirará, posteriormente, a ser transmisible a todo otro ser racional para que este la
integre en su elenco de razones que oponer a sus emociones naturales. La Ética así sería
un modo objetivo de ayudar a los individuos a resolver sus dilemas éticos subjetivos.
Claro está que la Ética también es, como no puede ser de otra forma, indefinidamente
revisable.
Pasemos, pues, a contemplar cómo han ido elaborando los distintos autores a lo
largo de la historia sus teorías sobre qué es lo bueno y cómo deberíamos comportarnos
los seres humanos. Y, al mismo tiempo, no dejemos de prestar atención a cómo todas
esas teorías, en apariencia tan dispares, poseen en común muchas cosas, entre otras, su
deseo de dar razones, de llegar a acuerdos intersubjetivos de qué sea lo éticamente
correcto y qué lo inmoral.
6
El Emotivismo moral será objeto de estudio en un apartado posterior.
7
Cfr. Popper (1980), La lógica de la investigación científica, Ed. Tecnos, Madrid.
Como sabemos Sócrates (s. IV a.C.) fue un filósofo que
no escribió nada y tuvo que ser su más aventajado discípulo,
Platón, quien recogiera en sus diálogos las principales
teorías socráticas aderezadas casi siempre con sus propias
opiniones. Pues bien, respecto a la ética, Sócrates era lo
que se denomina un “intelectualista moral”, esto es,
cree que el bien sólo puede alcanzarse cuando se
desarrolla y ejercita correctamente el intelecto. Sólo el sabio puede llegar a ser virtuoso
y bueno pues sólo él “sabe” qué es el bien. Sería algo así como que un mecánico sólo
podrá llegar a ser un buen mecánico si conoce perfectamente cómo deben estar
dispuestas las piezas del motor de un vehículo para que este funcione. No se trata de
buena voluntad ya que por mucho que uno desee arreglar un motor, si desconoce cómo
hacerlo, nunca llegará a conseguirlo. Igual sucederá con un médico, que si desconoce el
funcionamiento del cuerpo humano, probablemente dañará más que sanará a los
enfermos por muy buenos deseos que este abrigue en su interior. Se trata, por tanto, de
conocer más que de desear cuando se trata de ser bueno, de hacer el bien.
Del mismo modo, pensaban Sócrates y Platón, si uno quiere hacer el bien en
cualquier materia de la vida, debe conocer qué es el bien y cómo se consigue pues, de lo
contrario, causará más daño que beneficio y, si un hombre ignorante hiciera alguna vez
algo bueno, sería por pura suerte o casualidad. Por tanto, sólo el sabio podrá hacer
siempre y a sabiendas el bien pues sólo él sabe qué es y cómo lograrlo.
A esta teoría podría criticársele (como hace su propio discípulo, Aristóteles) el
hecho de que no por saber dónde está el bien los seres humanos vayan a tratar de
realizarlo. Precisamente un buen médico también sabe perfectamente cómo matar o
hacer el mayor daño a una persona sana, y un buen mecánico es el más adecuado para
sabotear un coche y hacer que sufra un accidente... ¿Acaso no sabe ya la humanidad qué
cosas podrían hacerse para acabar con muchas de las injusticias del mundo y no hace
nada por evitarlas?
Sócrates respondería que están muy equivocados, que si alguien no hace el bien es
porque en realidad no sabe qué es lo verdaderamente bueno o no sabe cómo
conseguirlo; en definitiva, que si no lo hace es porque es (recordémoslo) imbécil.
Sócrates, como ya vimos con Savater, pensaba que todos indefectiblemente
buscamos vivir una buena vida; aunque sea movidos por nuestro egoísmo, queremos
hacer del mundo un lugar que nos permita vivir bien. Si no lo conseguimos, no es por
nuestra maldad, sino por nuestra torpeza. Si alguien, persiguiendo un propio bien,
termina haciendo el mal, realmente está cometiendo un gran error puesto que todo mal
repercute en cada uno de nosotros de modo que nos hacemos mal a nosotros mismos
(recordemos al archimillonario e infelicísimo Kane añorando el trineo de su infancia).
Quien hace el mal es porque ejerce un “egoísmo torpe” e imbécil, no un “egoísmo
inteligente”.
Hoy día, por ejemplo: unos cuantos humanos estamos esquilmando las riquezas de
la tierra, calentando nuestra atmósfera y poniendo en peligro todo nuestro sistema de
vida... ¿por qué? Evidentemente por egoísmo, porque queremos tener más, vivir mejor,
a costa de la mayoría de seres humanos que pasan necesidades, a costa de la naturaleza
que se deteriora a pasos agigantados, en definitiva, a costa de nosotros mismos. Y es
que, no somos malos realmente, sino torpes, puesto que en poco tiempo, si lo que
queríamos era vivir más y mejor, lo que conseguiremos será todo lo contrario.
Viviremos cada vez peor porque no hemos sabido vivir bien nuestra vida, no hemos
sabido calcular bien el futuro. Cuando yo veo cómo nuestros dirigentes y empresarios
siguen por el camino equivocado, no pienso “¡Qué malos!”, sino “¡Qué tontos!”.
Sin embargo, el sabio, que también desea una buena vida; precisamente por ser
sabio, sabe cómo conseguirla y, puesto que es egoísta también (egoísta de un modo
inteligente), es forzosamente bueno. Ahí radica la clave del intelectualismo moral, sólo
la sabiduría produce bondad.
8
Platón, República, 583 a, pág. 390, Espasa Calpe, Madrid, 1995.
Sócrates-Platón respondería: O no eran verdaderos sabios sino simples eruditos o
expertos en su materia, o lo que hicieron estaba bien sólo que nosotros no tenemos la
sabiduría necesaria para comprenderlos. Esto es, la sabiduría no consiste en conocer
muchas teorías de autores, o en leer cientos de libros y memorizarlos, sino que más bien
se trata de comprender el sentido de lo real, la meta hacia la que todo va dirigido... si es
que tal sentido y meta existen.
A pesar de todas las dificultades que podamos encontrar en una teoría como esta,
es posible sacar algo en claro: que para hacer de forma continuada y consciente el bien
es necesario poseer cierta inteligencia y aplicar la razón reflexivamente, ya que, de no
ser así, la buena vida que podamos darnos no será fruto de la bondad, sino de la mera
casualidad.
N. EL HEDONISMO.
O. LA ÉTICA ARISTOTÉLICA.
Como se vio más arriba, Aristóteles (Estagira, 384-322 a.C.) consideraba que todo
cuanto existe contiene en su interior unas potencialidades que definen la naturaleza de
cada ente. Las posibilidades de desarrollo que posee cada ente vienen determinadas por
la naturaleza propia de dicho objeto. Una semilla de un árbol “puede” llegar a ser una
árbol nuevo, y dar hojas, y frutos y nuevas semillas que serán nuevos árboles... Y así
con todas las realidades del mundo. Pues bien, podríamos decir que el bien verdadero de
cada ente consiste en desarrollar lo máximamente posible cada una de sus
potencialidades, esto es, llegar a ser todo aquello que puede ser.
No tomaremos en
consideración a los entes
pertenecientes al grupo de
realidades inertes (piedras,
estrellas, gotas de agua...) por
cuanto son pura exterioridad y sus
potencias vienen determinadas
exclusivamente por agentes
externos a sí mismas. Nos
centraremos en todo el espectro de
seres vivos que hay en la
naturaleza para explicar la
concepción aristotélica del bien.
El Estagirita consideraba que
existían tres tipos de “alma” (ya que “alma” no es otra cosa para el griego que el
principio interior que da vida, que “anima” a todo ser vivo): alma vegetativa (propia de
las plantas), alma sensitiva (propia de los animales) y alma racional (exclusiva del ser
humano). Pues bien, cada una de estas almas posee sus propias potencialidades cuya
actualización efectiva constituye su propio bien. De este modo una planta cualquiera
alcanza su máximo bien cuando llega a desarrollar toda su propia naturaleza vegetal,
esto es, cuando es una verdadera y desarrollada planta perfecta. Y lo mismo sucede con
el animal.
Preguntémonos: ¿qué es lo máximo que podríamos hacer por el bien de una
planta? Sembrarla en una tierra fértil, regarla, ponerla al sol, podarla para que se
fortalezca,... y poco más. Una planta así habría alcanzado el máximo bien al que puede
aspirar puesto que su naturaleza, esto es, su alma vegetativa no le ofrece más
posibilidades. ¿Sería necesario, o más incluso, aportaría algo al bienestar de la planta el
hecho de que la sacásemos de paseo o que la acariciásemos cada vez que hace algo bien,
esto es, cada vez que, por ejemplo, florece, o que la castigásemos cuando no
conseguimos que su tallo crezca hacia donde pretendíamos? Evidentemente estos
supuestos son una estupidez puesto que una planta es absolutamente insensible a
premios, paseos o castigos.
Sin embargo, todo animal necesita aire, agua, sales minerales, sol etc. como las
plantas puesto que también los animales poseen alma vegetativa. Pero si tuviésemos en
casa un perro al que tratásemos exactamente como a una planta, esto es, si lo
tuviésemos atado a un poste en un lugar con sol y le suministrásemos vía intravenosa
agua con sales minerales... y no le dejásemos jamás correr, ni olisquear, ni probar
bocado, ni salir de paseo... un amo así no sólo no estaría tratando bien a su perro sino
que, muy al contrario, lo estaría tratando ciertamente muy mal. Claro que le estaríamos
dando los elementos básicos para mantenerlo con vida, pero la naturaleza animal es
mucho más que la del estar simplemente vivo; su naturaleza contiene unas
potencialidades completamente distintas de las de las plantas sin cuya realización no
pueden alcanzar el bien (el bien animal propio de su alma sensitiva). Un perro se da la
buena vida cuando (además de beber, o tomar el sol, ¡no faltaba más!) corre, saborea
huesos, olisquea orines, se aparea... Todo animal necesita desarrollar y disfrutar del
placer de sus sentidos.
De modo que una planta bien regada, abonada y soleada sería una planta “feliz”,
así como un animal bien alimentado, fuerte, que se aparea y olisquea... sería también un
animal “feliz”. Pero si tratásemos a nuestros hijos como si fuesen perros, ¿les
estaríamos dando una buena vida? ¿Es nuestra naturaleza simplemente vegetativa y
sensitiva? ¿Cómo debe ser la buena vida humana? ¿Qué potencialidades son las que,
perteneciendo exclusivamente a nuestra especie, nos ofrecerían una verdadera “felicidad
humana”?
Aristóteles no estaría de acuerdo con el hedonismo más elemental que afirma que
el bien es simplemente el placer sensible, pues este más bien sería el propio de los
animales y plantas. A nosotros, los seres humanos, este placer no nos sería ajeno ya que
también poseemos alma vegetativa y sensitiva, pero la característica exclusivamente
humana, lo que nos otorga unas potencialidades radicalmente diferentes a las del resto
de seres vivos, es nuestro alma racional. De modo que sólo desarrollando nuestra
racionalidad (además, por supuesto, de disfrutar sensiblemente de la vida) podremos
alcanzar una buena vida humana.
¿Estamos, otra vez, volviendo a Platón? A simple vista parecería que sí; de hecho
Aristóteles fue discípulo de Platón el cual, a su vez, lo fue de Sócrates. Ciertamente a
través del desarrollo de lo que Aristóteles denomina virtudes dianoéticas (las virtudes
puramente racionales) puede el ser humano alcanzar la verdadera felicidad humana.
Pero, no obstante, Aristóteles se distancia de su maestro pues considera que no basta con
ser sabio para alcanzar el bien y la felicidad. Aristóteles no puede olvidar que no somos
puramente racionales, sino que también somos en parte animales y plantas, por lo que,
además de saber qué es el bien, hemos de ejercitar nuestro hábito para acostumbrarnos a
hacer dicho bien. La razón te muestra el camino, pero es la práctica y el hábito de
realizar buenas acciones, lo que te ayuda a alcanzar esa meta que la razón propone.
Así, conjugando placeres, hábitos y racionalidad, el ser humano lograría alcanzar
la buena vida que persigue, la felicidad humana. Pero, de nuevo, aparecen los
interrogantes: ¿No habíamos quedado en que el ser humano no tiene una naturaleza
propia? Y, si no tenemos una naturaleza propia, ¿cómo sabemos cuáles son nuestras
potencialidades? Es más, tendríamos infinitas potencialidades que, a su vez, harían que
cada ser humano persiguiera sus propios objetivos, sus propias metas, su “propia”
felicidad. Habría, entonces, tantas formas “buenas” de vida como seres humanos
existieran.
Q. EL UTILITARISMO.
12
Observables, comprobables a través de los sentidos.
13
“Ellos (el placer y el dolor) nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo lo que decimos, en todo lo
que pensamos: cada esfuerzo que hacemos para librarnos de su sujeción, no servirá sino para demostrarlo
y confirmarlo”.
Héctor Zagal y José Galindo lo resumen espléndidamente en su obra Ética para
adolescentes posmodernos14: “Bentham considera que un placer debe tener dos
propiedades para ser verdaderamente bueno: pureza y fecundidad. a) Por pureza de un
placer, Bentham entiende que venga sin mezcla de dolor. Un placer perfectamente puro
es un placer que no trae ningún dolor; un placer impuro es un placer que viene
acompañado de dolor. Por ejemplo, el uso de las drogas duras (morfina, cocaína, etc.) es
un placer impuro, pues trae como consecuencia inmediata una resaca, un deterioro de la
salud física y mental y además una dependencia. (…) b) Fecundidad de un placer
significa que traiga consigo otros placeres, que nos capacite para obtener más placeres.
Por ejemplo, el uso de la cocaína es infecundo, pues nos quita la posibilidad de obtener
muchos otros placeres como son la salud física, el equilibrio mental, tener riquezas,
triunfar profesionalmente o la estima y respeto de nuestros padres.”15
Podría parecer que la posición de los utilitaristas es excesivamente individualista
ya que nunca se mira el bien general o la felicidad general sino que, muy al contrario,
sólo se preocupa por satisfacer los intereses individuales o los placeres de cada cual. Sin
embargo, no es así. Está claro que sin una sociedad bien organizada es mucho más
difícil, si no imposible, alcanzar el placer o la felicidad individual. Ya que el ser humano
es un ser social, no es posible sino en sociedad alcanzar la felicidad. Por tanto, lo
verdaderamente bueno es conseguir el mayor placer o la mayor felicidad para el mayor
número posible de individuos. Ante una situación complicada el cálculo hedonístico nos
haría contemplar las consecuencias de los actos posibles que tenemos ante nosotros para
ver cuál de ellos conseguiría un mayor placer o una mayor utilidad a un mayor número
de individuos. Así, por ejemplo, aunque es de todos sabido que matar no es un acto útil
individualmente hablando, sería un acto bueno en el caso del magnicidio de un dictador
(léase Hitler, por ejemplo).Y es que ese acto “malo” para un individuo (el propio Hitler)
sería útil para cientos de miles de personas concretas, y para Europa entera o, incluso, el
mundo en general.
Pero este tipo de utilitarismo podría contener en su formulación el peligro de que,
ante determinadas situaciones, se tomaran decisiones claramente negativas o perversas.
Imaginemos que en un hospital hay varios médicos esperando ciertos órganos para
trasplantarlos a otros tantos enfermos (un hígado, dos riñones, unos pulmones, un
corazón...). En tal caso, si otro médico tuviese ante sí a un individuo sano capaz de
donar tales órganos en pos de un bien mayor para un mayor número de personas, dicho
médico debería, en honor del principio de utilidad, dar muerte al individuo sano y
beneficiar a los demás. ¿Sería este un acto útil para una mayoría? En efecto. ¿Pero sería
un acto bueno, deseable? Ciertos defensores del utilitarismo opinan que no (al igual que
la mayoría de aquellos que utilicen el sentido común). Lo que ocurre es que existen al
menos dos concepciones del utilitarismo: el utilitarismo del acto y el utilitarismo de las
normas.
Desde la perspectiva del utilitarismo del acto, deberíamos escoger la opción de
sacrificar al individuo sano y beneficiar a una mayoría de enfermos, pues este acto es el
más útil en esta situación para un mayor número de individuos. Pero el utilitarismo de
las normas no considera que, en el fondo, sea realmente útil el sacrificio de un hombre
sano en pos de varios enfermos. El utilitarismo de las normas considera que un acto es
bueno, no cuando es un acto que en sí mismo procure un beneficio directo a una
mayoría, sino cuando forma parte de una norma que es la que nos proporciona mayor
utilidad.
14
Héctor Zagal y José Galindo, Ética para adolescentes posmodernos, Publicaciones Cruz O.S.A.,
México, 1997
15
Op. Cit. Pág. 118,119
Imaginemos una norma moral enunciada de la siguiente manera: “si un cirujano
pudiera matar a alguien relativamente sano para trasplantar sus órganos a más de una
persona que los necesite, así lo debería hacer”. Si existiera una norma como esta (tal y
como podrían defender los utilitaristas del acto) entonces, a la larga, la sociedad sufriría
penalidades tales que disminuiría la felicidad general con el consiguiente deterioro de la
utilidad general. Y es que en una sociedad donde imperara una norma tal las personas
relativamente sanas dejarían de ir al hospital, nadie confiaría en médicos y cirujanos, se
realizarían transplantes de órganos muy arriesgados... Por tanto, el utilitarista de las
normas lo que considera es que deben realizarse normas del tipo de “no deben
sacrificarse personas sanas para donar sus órganos a enfermos” de tal forma que por sí
mismas ayuden a la utilidad general. De este modo, no habría que fijarse en si un acto
concreto es o no útil para una mayoría, sino si está inscrito en una norma general que
sea útil para una mayoría.
Desde la perspectiva utilitarista, pues, darse la buena vida equivaldría a conseguir
la mayor felicidad para el mayor número de personas, incluido uno mismo. Sin
embargo, dicha posición no está exenta de posibles críticas a las que hacer frente.
En primer lugar, está la dificultad de comparar la utilidad en diferentes personas.
Parece ser que la felicidad de cada persona es algo inconmensurable, de modo que no
puede calcularse el grado de felicidad que una acción puede desprender, ya que de ella
se seguirán grados distintos de felicidad en relación a la persona que esté realizando
dicho cálculo. Cada cual, por tanto, ve en un mismo acto valores distintos de utilidad
dependiendo de su propio concepto de felicidad. Sin embargo, también es cierto que la
utilidad no es algo que sea absolutamente subjetivo, ya que, de ser así, lo mismo sería
eliminar una vida que miles de ellas dado que desde el punto de vista de esa vida
individual nada habría más valioso que la propia vida, incluso comparada con otras
muchas juntas. Pero no es así, es algo objetivo que es preferible perder una sola vida
que muchas de ellas, al menos, en la mayoría de ocasiones.
Por otra parte, el utilitarismo ha sido criticado muchas veces también por parecer
que va en contra de la moral del “sentido común”. En efecto, muchas veces se producen
circunstancias que hacen que uno se vea obligado a elegir entre un bien propio (por
ejemplo, la vida de un hijo) y un bien mayor para la sociedad pero menor para uno
mismo (la vida de varios niños que no son hijos suyos). En tal caso el utilitarismo
defendería el salvar la vida de esos niños antes que la del propio hijo, pues un número
mayor de vidas sería preferible a la vida de un solo individuo. Sin embargo, el sentido
común nos lleva a salvar primero la vida de nuestro hijo que la de los demás, por amplio
que sea el número de esos otros. Sin embargo Aun así, también es cierto que, como
defienden los utilitaristas, el sentido común ha sido utilizado en numerables ocasiones
para perpetrar masacres y cometer barbaridades siendo este –el sentido común–,
además, un elemento muy discutible y variable en cada uno de los individuos.
Por último, Rawls (1921-2002) rechaza el utilitarismo, tanto el normativo como el
de los actos, pues hace que los derechos dependan de las buenas consecuencias de su
reconocimiento, y esto es incompatible con el liberalismo. El liberalismo en general
defiende la libertad de los individuos como un bien básico que debe ser protegido a toda
costa. Sin libertad un liberal no concibe que sea posible hablar del bien ético ni de la
justicia. De modo que para los liberales no puede ser bueno algo que coarte o
imposibilite la libertad de las personas. Pues bien, el utilitarismo, incluso el utilitarismo
de las normas, podría defender normas que limitaran o eliminaran la libertad de algunos
individuos y eso no puede ser éticamente correcto desde la perspectiva del liberalismo.
Por ejemplo, si la esclavitud o la tortura son beneficiosas para el conjunto de la
población podrían ser justificadas teóricamente por el utilitarismo. De modo que, si es
posible defender la esclavitud desde una postura utilitarista, el liberalismo concluiría
que el utilitarismo no es una forma correcta de hacer ética. Las normas utilitaristas,
dirían los liberales, no son normas éticas.
Sin embargo, no faltándole razón a Rawls en su crítica al utilitarismo, es verdad
que estas críticas van, en su mayor parte, dirigidas al utilitarismo de los actos, pues el
utilitarismo de las normas probablemente sí que es mucho más compatible con las
posiciones liberales. Un utilitarista de las normas podría argumentar contra Rawls que,
en efecto, la esclavitud o la tortura no son útiles puesto que, en tanto que una norma que
las defendiera sería perjudicial para el liberalismo, lo sería también para la sociedad en
su conjunto y, por tanto, no es real y profundamente útil, sino perjudicial para la
mayoría. Por tanto, el utilitarismo de las normas, en tanto que defiende que lo ético es
buscar aquello que sea más útil para la mayoría y puesto que la libertad es una de las
cosas más útiles y deseables que tiene la sociedad, defendería normas que protegieran la
libertad de los individuos. De este modo podría superarse la contraposición entre el
utilitarismo de las normas y el liberalismo.
Hasta aquí hemos presentado una serie de teorías éticas que, siendo distintas entre
sí, poseen un elemento en común muy importante, a saber: todas ellas, en mayor o
menor medida, consideran a la razón humana como el elemento primordial
para distinguir lo moralmente bueno de lo que no lo es. Por supuesto, el
intelectualismo moral de Sócrates-Platón
no considera sino que el bien sólo puede
alcanzarse mediante un uso correcto de
la razón de modo que sólo puede hacerse el
bien cuando se es sabio. El formalismo ético
de Kant afirma que el bien consiste en
la realización del deber el cual sólo
puede ser alcanzado cuando se hace un uso
estricto de la razón, esto es, cuando
reflexionamos sobre nuestros actos teniendo en cuenta el imperativo
categórico y sin pensar en las consecuencias de nuestras acciones. Y el resto de teorías
éticas descritas hasta el momento, aunque no sean de un corte tan decididamente
racionalista, todas ellas, confían en la capacidad de la razón para ofrecernos el camino
hacia la virtud dianoética (Aristóteles) por ejemplo, o hacia los placeres verdaderamente
humanos (Epicuro), o hacia aquello que nos resulte más útil y práctico para nuestra vida
(Bentham).
Pese a todo ello, aún nos queda por explicar el emotivismo moral, teoría ética
cuyo principal defensor fue el empirista David Hume (1711-1776) y que se diferencia
de todas las anteriores por su rechazo a la razón como principio fundamentador de la
moral.
Para Hume, la razón sí tiene un papel en el juicio moral. La razón, por ejemplo,
cuando nos situamos ante un acto humano y queremos juzgarlo, sirve para ayudarnos a
determinar cuáles son las características de dicho acto, cuáles son sus posibles
consecuencias y cuáles de esas consecuencias serán beneficiosas o perjudiciales para
nosotros o para la sociedad. Si nos vemos en una situación de peligro ante, pongamos
por caso, un asaltante que nos amenaza con un arma, nuestra razón nos ayudaría a
sopesar las circunstancias, las consecuencias que tendría para nosotros el huir o el atacar
al asaltante con otro arma del que dispusiéramos, y las ventajas o desventajas de cada
una de las posibles alternativas. Podríamos determinar, sin duda, qué acción sería más
útil para nosotros en caso de querer salvar la vida o salvar nuestro dinero, o ir a la cárcel
si ese fuera nuestro deseo. Sin embargo, si sólo poseyésemos razón, no tendríamos la
capacidad de saber qué es más bueno moralmente hablando, si vivir, salvar el dinero o ir
a la cárcel. La razón, aunque puede decirnos qué camino seguir para conseguir un fin
concreto, no es suficiente para establecer la bondad o maldad de uno u otro fin. Según
Hume, por tanto, la razón por sí sola es insuficiente para elaborar un juicio moral.
Veamos esto más detenidamente.
¿Por qué la razón no es el principio fundamentador de los juicios morales para
Hume?
En primer lugar, porque la razón humana sólo sirve para analizar las
características y consecuencias de los actos, pero no para valorar dichos actos.
Imaginémonos la siguiente situación: pongamos que unos mercenarios dan el alto a un
vehículo y obligan a un joven a salir del mismo. Entre golpes y gritos obligan al joven a
que se tumbe en el suelo bocabajo con las manos tras la cabeza. El joven gira asustado
la cabeza de vez en cuando para saber qué ocurre mientras los soldados hablan y le
impiden moverse a puntapiés. Al final, y sin mediar palabra alguna, uno de ellos apunta
con su rifle a la cabeza del joven y le dispara a bocajarro observando cómo su cuerpo se
agita, brota la sangre de su cráneo y muere.
La escena es muy desagradable de imaginar, pero desgraciadamente es real y
ocurrió en un país de Centroamérica cuando unos soldados mataron a sangre fría a un
periodista norteamericano. Ahora bien, si nos limitamos a analizar la escena de forma
puramente racional no podremos emitir, a juicio de Hume, ningún veredicto moral sino
que nos veríamos limitados a analizar los hechos objetivamente. Por ejemplo, según la
Biología y la Medicina podríamos determinar las causas de la muerte, la hora del
fallecimiento y demás datos relativos al cuerpo del periodista en tanto que cuerpo vivo.
La Física, por su parte, podría establecer la velocidad, trayectoria y fuerza de la bala. La
Política podría explicar las circunstancias geoestratégicas en las que dicho
acontecimiento ha tenido lugar. Y así sucesivamente. Pero ninguna de estas ciencias
podría determinar la bondad o la maldad de la acción de los soldados. Ni siquiera el
Derecho podría determinar la moralidad de tal asesinato, sino simplemente su legalidad
o ilegalidad.
Y es que no es la razón la que nos dice si una acción es mala o buena, moral o
inmoral, sino que para Hume son los sentimientos, las emociones que las acciones nos
provocan los que nos permiten enjuiciar los actos humanos como buenos o malos. De
ahí que la teoría de Hume sobre la moral se denomine “emotivismo” moral.
En segundo lugar, porque la razón no establece los fines últimos de la acción
humana, sino sólo los medios para conseguir dichos fines.
Un utilitarista de las normas, pongamos por caso, podría argumentar contra el
ejemplo anterior diciendo que el acto de matar a sangre fría a un hombre inocente es
moralmente malo porque si se hiciera una norma que permitiese matar a cualquier
persona de tal modo toda la humanidad se vería perjudicada y perderíamos nuestra
libertad y nuestra seguridad. En una sociedad donde matar con frialdad y crueldad a
cualquier persona inocente fuese considerado moralmente bueno sería una sociedad
donde nadie podría vivir con tranquilidad, ni mucho menos con libertad y seguridad.
Por tanto, pensaría el utilitarista, ya que nuestra razón rechaza que se elaboren normas
que defiendan el crimen aleatorio e injustificado de inocentes, el bien y el mal de la
acción sí que se establece racionalmente. No sería cuestión de sentimientos y emociones
–los cuales, por supuesto, son de total rechazo ante la visión de un asesinato de tal
crueldad–, sino que se trataría de un razonamiento objetivo de utilidad personal y social.
Hume, sin embargo, estaría totalmente en desacuerdo en base a ese segundo
principio que acabamos de enunciar: la razón no establece el fin último de la acción,
sino solamente los medios. Esto es, el utilitarista ofrece como razón para rechazar el
asesinato el hecho de que, de aceptarlo y tomarlo como norma de nuestro
comportamiento, perderíamos libertad o seguridad. Pero ¿qué razón hay para pensar que
es mejor moralmente la libertado o la seguridad que el capricho o el placer que quizá
ofrezca al asesino la crueldad de su crimen? En definitiva, ¿cuáles son las razones
últimas de nuestros actos y quién las establece?
Hume considera que las razones últimas de nuestros actos no provienen de la
razón, sino de nuestras emociones y sentimientos. Por el motivo que sea, notamos un
sentimiento de agrado ante ciertas metas, y es tal sentimiento el que establece esas
metas como fines últimos y el que hace que consideremos que tales fines son buenos.
Así deseamos, porque nos hace sentir bien, el placer, la felicidad o la amistad, y la única
razón de que persigamos tales cosas es el sentimiento de bienestar que nos
proporcionan. Luego usamos la razón para buscar elementos que nos permitan
conseguir tales metas. Los sentimientos ponen la meta a la que queremos llegar, la razón
“sólo” nos proporcionaría los medios para alcanzar dicha meta que nos hace sentir bien.
Es algo parecido a la sentencia de Pascal cuando afirmaba que “el corazón tiene razones
que la razón no entiende”.
Por tanto, ante la imagen del periodista asesinado no es la razón la que nos indica
que aquel acto es malo, sino algo en nuestro estómago que se encoje y provoca en
nosotros un sentimiento de rechazo y malestar cuando no de ira y desprecio profundo.
Son las emociones que sentimos ante determinados actos las que nos indican que tales
actos son buenos o malos. Este sería en esencia el emotivismo moral de Hume.
De todas formas, aceptar con Hume que la única base del juicio moral lo
constituyen los sentimientos y emociones nos parece un tanto extremo. Si la única base
para construir una ética fuesen los sentimientos, puesto que ante cualquier acción los
sentimientos pueden ser, si no infinitos, sí múltiples y diferentes, podría haber tantos
juicios éticos sobre un acto como sentimientos produzca en quienes contemplan dicho
acto. Y esto me produce a mí un sentimiento de rechazo filosófico porque debería
admitir que ante un crimen como el descrito más arriba alguien podría sentir un placer
sádico y un sentimiento de admiración –pongamos por caso que contemplara dicha
acción un criminal, un mercenario sanguinario o el propio compañero del soldado que
ejecutó al periodista– que provocase en él un juicio que determinara que dicho asesinato
es moralmente bueno. Y, pese a que ante tal suposición –la de que un sádico pueda
complacerse en matar a un inocente pensando que actúa moralmente bien– se produce
en mis emociones un sentimiento de total rechazo, ni siquiera creo que yo mismo deba
basarme en tales sentimientos para emitir un juicio ético sobre dicho acto.
Cuando un juez debe juzgar a un criminal se procura siempre que entre el juez y el
criminal no haya en el momento del juicio, ni haya habido con anterioridad, ningún tipo
de relación personal precisamente para que los sentimientos y emociones estén ausentes
en el momento de emitir el veredicto. Cuando un acusado sabe que el juez le tiene
animadversión previa, o está involucrado personalmente en el delito que se juzga, puede
pedir que le cambien de juez alegando posible parcialidad en el veredicto. Y no es cierto
que quienes mejor o más justamente juzgan a los criminales son las víctimas de sus
crímenes. Ellas son las más perjudicadas, por supuesto, pero su juicio está distorsionado
por los sentimientos. Por ello no creo que en temas de tanta importancia como son los
temas de la Ética deban ser los sentimientos y emociones quienes lleven la batuta.
La Filosofía intenta que sus teorías sean compartibles y criticables por cualquiera
que se enfrente a ellas con seriedad, como las demás ciencias y ello sólo es posible si se
basan en la razón. Frente a la pluralidad de emociones y sentimientos que, por
definición, podemos tener, la ciencia aspira a encontrar un punto de conexión universal
entre los individuos y ese punto nos lo ofrece la razón. La razón nos permite
comunicarnos con los demás intentando (aunque no siempre se consiga) dejar a un lado
nuestras peculiaridades personales y poniendo en contacto lo que de común tenemos los
individuos, a saber, nuestra razón.
Quizá el problema esté en que no tenemos, como si de dos compartimentos
individuales y completamente estancos se tratara, una racionalidad separada de nuestras
emociones y sentimientos. Muy probablemente ocurra algo parecido a lo que ocurre con
las verdades matemáticas que, a menos que se tenga un retraso mental severo o se
padezca de una locura diagnosticada, sus verdades son compartidas por cualquiera que
se interese por conocer sus principios y practicar sus operaciones. Del mismo modo,
exceptuando que seamos unos psicópatas o que nuestras circunstancias vitales hayan
distorsionado nuestra sensibilidad –como ocurre, por ejemplo, con los niños de la guerra
africanos16–, nuestros sentimientos y emociones ante un crimen cruel o despiadado
serán sentimientos de repulsión y condena.
Sin embargo, considero que debe ser la razón quien establezca los porqués de un
juicio moral ya que tenemos la intención, cuando hacemos Ética, de encontrar un punto
en el que toda la humanidad se ponga de acuerdo. Si queremos encontrar una
explicación universal, o con tendencia a la universalidad, de la moralidad o inmoralidad
de ciertos actos humanos, debemos intentar basarnos en la razón sin ir, claro está, contra
lo que nuestra capacidad de compasión y nuestras emociones nos indiquen.
S. LA BUENA VIDA.