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Hay expresiones que se ponen de moda y que una buena parte de la gente repite sin
profundizar en su verdadero significado. Tantas veces se ha dicho la frase
“neoliberalismo salvaje”, que es posible que haya perdido, en el medio de su
popularidad, su sentido verdaderamente profundo.
El neoliberalismo es salvaje, sencillamente porque sus leyes son salvajes. Para analizar
esto que parece un simplismo, es indispensable recordar cómo surge esta doctrina
económica que hoy oprime a una buena parte de la humanidad.
DE SMITH A REAGAN
El libre comercio es una posibilidad de la que sólo pueden gozar aquellos que tienen
con qué. Quien tiene dinero para comprar un bien puede escoger a quién se lo compra.
Quien tiene dinero para pagar a un trabajador, puede escoger a quién contrata. Pero
quien tiene la necesidad de trabajar para ganar lo mínimo indispensable para sobrevivir,
no se puede dar el lujo de escoger, tiene que aceptar cualquier trabajo. Tampoco puede
escoger lo que comerá, porque sólo podrá pagar hasta donde le alcance.
Una persona sólo será más productiva en la medida en que mejore su salud y su
educación. Ahora bien, si la manera de acceder a estos servicios es pagando por ellos,
¿cómo podrá una persona que haya nacido en un hogar pobre mejorar su nivel de vida?
De allí que es “salvaje” pretender que sólo aquellos que pueden pagar reciban salud,
educación y otros bienes indispensables, porque simplemente esto violenta la dignidad
humana.
En este sentido, son magistrales las consideraciones que hace Juan Pablo II en sus
encíclicas Laborem exercens y Centesimus annus, en donde también califica al
capitalismo de “salvaje”, mucho antes de que el concepto se pusiera de moda en nuestro
país.
El Papa plantea la dignidad del trabajo humano, el cual no puede ser visto simplemente
como una mercancía a ser vendida o pagada, o como una manera de mejorar la
productividad y de reducir costos, sino que tiene que ver directamente con el desarrollo
pleno del ser humano y con su esencia. El ser humano trabaja porque es persona y no
porque forma parte de un sistema económico en el cual él sólo es una pieza más. De
igual manera, el trabajo es una forma de crecimiento personal, pero también social,
porque engrandece a los pueblos y a la familia.