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29/3/22, 9:34 Cristóbal Colón - Cristóbal Colón

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Cristóbal Colón
(/portales/cristobal_colon/)

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Cristóbal Colón
(http://www.cervantesvirtual.com) /

Cristóbal Colón
Personalidad del descubridor: rasgos biográficos y formación científica
Discusiones sobre su origen
Trascendencia de su estancia en Portugal
Un proyecto para Castilla

El primer viaje: financiación de la empresa y bases de partida


Una cuestión previa: las Capitulaciones de Santa Fe
Los preparativos
Venturas y desventuras de un viaje decisivo

Posteriores viajes de Cristóbal Colón


Primera expedición colonizadora
La búsqueda de la tierra firme
Un postrer viaje

Personalidad del descubridor: rasgos biográficos y formación científica

Discusiones sobre su origen

Trazar un perfil biográfico de Cristóbal Colón (/portales/cristobal_colon/obra/algunos-documentos-


ineditos-relativos-a-don-cristobal-colon-y-su-familia/), sobre todo durante los primeros años de su vida, plantea
el problema de las incertidumbres y lagunas que aún hoy siguen existiendo. La biografía del Almirante está
enmascarada por muchas atribuciones y supuestos hallazgos, imputables a la proyección histórica de su
figura y del descubrimiento de América (/portales/cristobal_colon/obra/cristobal-colon-historia-del-
descubrimiento-de-america--0/), además de la polémica que a lo largo del tiempo ha suscitado y las noticias
confusas y contradictorias ofrecidas por su hijo Fernando, tal vez intentando reivindicar un origen noble para
el descubridor.

> Historia (/areas/#historia)


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(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/01-
retrato_de_cristobal_colon_en_la_biblioteca_del_congreso_de_washington_s.jpg)Los indicios más
verosímiles plantean que probablemente Cristóbal Colón nació en Génova, hacia 1450, en el seno de una
familia de modestos menestrales, con intereses comerciales. Fue el mayor de los cinco hijos del matrimonio
de Domenico Colombo y Susana Fontanarossa. Por el contrario, Salvador de Madariaga defiende que era
converso, de ahí el intento de ocultar su origen; García de la Riega le atribuye un origen gallego; para Luis de
Ulloa era un noble catalán -cuyo nombre real sería Joan Colom-, marino, enemigo de Juan II (segundo) de
Aragón, contra quien luchó, que era el supuesto Scolvus que habría llegado a Norteamérica en 1476,
ofreciéndole el proyecto de descubrimiento a Fernando el Católico (/portales/cristobal_colon/obra/d-fernando-
el-catlico-y-el-descubrimiento-de-amrica-libro-escrito-por--eduardo-ibarra--madrid-imprenta-de-fortanet-1892-
0/) en beneficio de Cataluña. Estas dos últimas hipótesis halagaron a gallegos y catalanes, pero han sido
refutadas: el supuesto origen catalán no ha sido demostrado por ningún documento mientras que se falsificó
la documentación para demostrar un origen gallego.

Respecto al supuesto origen genovés, en una primera etapa de su juventud, Colón compaginó su
dedicación a la manufactura -la de su padre- con los primeros contactos con el mar, probablemente como
grumete. Hacia 1473 debió abandonar la ciudad de Savona, donde residía su familia, y parece ser que fue
entonces cuando empezó a trabajar en el activo comercio genovés, viajando hasta las colonias de esta ciudad
en el Mar Egeo -como la isla de Chío-. Asimismo, algunos investigadores indican que participó en campañas
navales al servicio de Renato de Anjou y quizá también bajo el mando del corsario Colombo o Coulon el Viejo
-con el que no guardaba ninguna relación familiar, pues era un corsario gascón llamado, en realidad,
Guillermo de Casenove-.

Trascendencia de su estancia en Portugal

En 1476, Colón llegó a Portugal (/portales/cristobal_colon/obra/llegada-de-cristbal-coln-a-portugal-0/), al


parecer, de una forma rocambolesca: como superviviente del naufragio en un combate naval entre mercantes
y corsarios. Durante nueve años, hasta 1485, Colón residió en Portugal, donde actuó como agente de la casa
Centurione en Madeira y realizó frecuentes viajes, tanto a Génova como a otros destinos, adquiriendo
conocimientos marinos y entrando en contacto con diversas fuentes de información:

Sabemos que viajó a Inglaterra; al oeste de Irlanda, donde él mismo dijo que vio a un hombre y a una
mujer que habían llegado de Catay por el oeste, cruzando el Atlántico; y quizá llegase hasta Islandia, lo
que ha servido para plantear si pudo conocer alguna noticia acerca de los viajes de los vikingos a través
del Atlántico Norte.
También frecuentó las rutas portuguesas por la costa occidental de África, visitando San Jorge de Mina, la
gran factoría portuguesa en Guinea. Y quizá conociese las Islas Canarias. Ello quiere decir que conocía
la Volta da Mina y, por lo tanto, la circulación de los alisios en el Atlántico.
Ya casado, vivió en la isla de Porto Santo y en Madeira, y quizá viajó también hasta las Azores; por tanto,
cabe suponer que conocía bastante bien lo que se ha dado en llamar el «Mediterráneo Atlántico»: el
espacio entre los tres archipiélagos de la Macaronesia e incluso más allá.

> Historia (/areas/#historia)


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Durante su estancia en Portugal contrajo matrimonio en 1480, en el que cabe destacar dos importantes
aspectos:

Su mujer, D.ª (doña) Felipa Monis de Perestrello, pertenecía a la clase alta portuguesa de fines del siglo
XV (quince). Presumiblemente, sus relaciones personales abrieron a Colón muchas vías para la
maduración de su proyecto y, entre ellas, los investigadores sugieren contactos con la Orden de Cristo,
que le habrían proporcionado influencias considerables.
Por otro lado, el suegro de Colón, al que no llegó a conocer al haber fallecido antes del matrimonio, tuvo
una participación muy directa en la colonización de las islas atlánticas. Distintos autores afirman que fue
fundamental para Colón el hecho de poder consultar la documentación acumulada por el padre de D.ª
(doña) Felipa: mapas, noticias de viajeros y, sobre todo, referencias a restos recogidos en alta mar,
presumiblemente arrastrados por las corrientes marinas desde tierras situadas al oeste de las islas hasta
entonces conocidas.

Y en Portugal, en el contexto de una sociedad volcada en la exploración del Atlántico, con el objetivo
último de sortear el continente africano para llegar a la lejana Tierra de las Especias, es donde Colón, sin
duda, concibió y maduró el proyecto de llegar a las maravillas del Extremo Oriente que describió Marco Polo
(/portales/cristobal_colon/obra/viajes--1/), pero por una ruta radicalmente distinta: por el oeste, a través del
Atlántico.

En la elaboración de ese proyecto se conjugaron múltiples factores. Aparte del aliciente que Colón
pudiese encontrar en un Portugal volcado sobre el Atlántico, los investigadores han barajado toda una serie
de influencias decisivas:

Las mencionadas relaciones que le pudo abrir su matrimonio y la posible documentación de su suegro.
El mito de las islas atlánticas (San Barandiarán, Antilia, la Isla de las Siete Ciudades) que ya había
originado varias expediciones en su búsqueda.
La influencia de su hermano Bartolomé, que, aunque sea olvidada a menudo por la historiografía, tuvo un
peso considerable. Sobre Bartolomé Colón se conoce muy poco; únicamente que acabó residiendo en
Portugal junto a Colón y que fue su eficaz colaborador en todo momento. Bartolomé se ganaba la vida
elaborando mapas y esferas, como especialista en cosmografía y navegación.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/02-grabado_de_los_reyes_catolicos_s.jpg)La
formación de Colón era autodidacta aunque su hijo Fernando dijera que había estudiado en la Universidad de
Pavía. El mismo Cristóbal Colón reconocía esa formación autodidacta -nacida de la práctica y del trato con
«gente sabia»- en una carta a los Reyes Católicos (/portales/isabel_i_la_catolica/), al decir que ««en la
marinería [Dios] me hizo abundoso, de astrología me dio lo que bastaba, y así de geometría y de aritmética»».

La historiografía tradicional mantiene que las ideas de Colón (/portales/cristobal_colon/obra/cristobal-


colon-vida-y-viajes-del-gran-almirante-de-las-indias-sintesis-historica--0/) se asentaban sobre tres bases
teóricas y científicas que integraron las premisas esenciales de su proyecto. Las tres fueron elaboradas en el
mundo clásico y, a través de Ptolomeo, se proyectaron con absoluta vigencia dogmática hasta el
Renacimiento:

La esfericidad de la Tierra.
La unicidad del Océano y la subsiguiente posibilidad de atravesarlo navegando hacia Occidente.
Las dimensiones atribuidas al globo terráqueo y al grado del círculo terrestre.
> Historia (/areas/#historia)
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Los conocimientos de Colón sobre estas cuestiones no se debían a un estudio sistemático, sino que son
de segunda mano y producto de una vinculación directa a lecturas improvisadas, de tal manera que cuando
inició su primer viaje, en su cabeza se agitaban una mezcla de error y verdad.

Las lecturas que posiblemente influyeron de forma más directa en sus planteamientos fueron tres; la
Biblioteca Colombina conserva ejemplares con múltiples anotaciones marginales (2.125 entre las tres obras)
que evidencian una lectura atenta, aunque se discuta su significación.

Il Milione (/portales/cristobal_colon/obra/il-milione/), dictado por Marco Polo, en una edición de 1485. En


esta obra, Cristóbal Colón sin duda encontró las referencias geográficas a ese Extremo Oriente
(/portales/cristobal_colon/obra/la-visin-de-oriente-en-el-imaginario-de-los-textos-colombinos-0/) en el que
pretendía desembarcar tras la travesía del Atlántico, y con ellas esas noticias de las riquezas de los
imperios asiáticos con los que tanto deseaban conectar los europeos de la época.
Historia rerum ubique gestarum, de Eneas Silvius Piccolomini -que después sería Pío II (segundo)-,
editado en Venecia en 1477.
Imago Mundi, de Petrus Alliacus, publicado en Lovaina en 1480-1483.

Estas dos últimas obras, sobre todo la de Alliacus, compendian los saberes geográficos de los
humanistas del siglo XV (quince), en los cuales estaban recogidas las aportaciones de Ptolomeo, Aristóteles,
Plinio y demás tratadistas del mundo clásico.

De todas formas, si Colón presentó su proyecto al rey de Portugal entre 1483 y 1485, no podía haber
leído todavía Il Milione conservado de su biblioteca (era de 1485) y ésta parece ser su primera lectura a tenor
de las anotaciones marginales; por otro lado, tampoco es creíble que hubiese podido leer el Imago Mundi. De
hecho, algunos autores sugieren que estas obras sirvieron para mejorar con posterioridad sus planteamientos,
al dotarlos de la erudición necesaria, mientras que Juan Gil y Consuelo Varela van más lejos al afirmar que los
libros los adquirió -y, por tanto, anotó- después de 1496, al calor de las polémicas suscitadas a raíz de sus
viajes.

En estas condiciones, surge de inmediato la cuestión de en quién se basó Colón para establecer la
posibilidad de llegar a Asia a través del Atlántico. Su hijo Fernando escribió que las causas que movieron al
Almirante al descubrimiento de las Indias fueron tres: ««fundamentos naturales, la autoridad de los escritores
y los indicios de los navegantes»». Pero, ¿quiénes fueron esos autores, una vez cuestionados los de las
obras conservadas de su biblioteca? La historiografía tiende a concederle un protagonismo decisivo al
florentino Paolo del Pozzo Toscanelli (1397-1482), uno de esos sabios del Renacimiento con prestigio en
Medicina, Astronomía, Geografía y otros saberes.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/03-
mapa_topografico_de_los_lugares_colombinos_s.jpg)Hay distintas versiones sobre cómo se produjo el
contacto entre ambos, pero lo cierto es que Toscanelli envió un informe a Alfonso V (quinto) de Portugal con
una carta -de la que han llegado copias discutidas- y un mapa -que se ha podido reconstruir a partir del globo
terráqueo dibujado en 1492 por Martín Behaim, uno(/areas/#historia)
> Historia de los más fieles seguidores del humanista florentino-.
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Toscanelli hablaba de la viabilidad de una navegación hacia la China por el oeste; un trayecto que se
vería aún más facilitado porque podrían realizarse escalas en la mítica isla de Antilia y en Cipango (Japón).
Colón conoció esta documentación -pues reprodujo algunas expresiones de forma casi literal-, bien porque se
la remitiese el propio Toscanelli, o la consiguiese en la corte lusitana aprovechando sus contactos, o incluso
por conductos menos confesables. El conocimiento de este informe confirmó intuiciones de Colón o le abrió
los ojos hasta hacer suyo ese proyecto, quizá modificándolo para hacer aún más fácil el viaje.

Pero estos planteamientos, fueran de Colón o Toscanelli, contenían importantes errores que, en último
extremo, fueron los que impulsaron el proyecto y permitieron un éxito en modo alguno esperado. Sobre esto,
decía Ranke que se estaba ante ««el más fecundo error de todos los tiempos»», pues si Colón no hubiese
encontrado el Nuevo Mundo, él y todos los tripulantes de la expedición hubiesen pasado a engrosar la nutrida
nómina de navegantes desaparecidos en el Océano.

¿Cuáles fueron esos errores? Esencialmente dos: la incorrecta estimación de la circunferencia terrestre y
la aún más incorrecta estimación del volumen de las tierras emergidas conocidas hasta ese momento.

Parece ser que la circunferencia de la Tierra fue calculada con precisión por distintos geógrafos griegos y
árabes, pero Toscanelli o Colón calcularon con millas italianas las estimaciones de los árabes, de forma
que redujeron en un 25% la circunferencia terrestre hasta dejarla en unos 30.000 kilómetros.
El segundo aspecto en cuestión era la estimación de la masa continental emergida. Ptolomeo afirmó que
cubría 180º, mientras que para Marino de Tiro era de 225º, a lo cual se añadieron otros 28º a partir de la
descripción de Marco Polo y 30º más que sería la distancia entre Japón y China. Quedaba así un océano
de 77º, y contando con las Canarias y otras posibles escalas, el viaje sería factible, ya que entre las
Canarias y Cipango la distancia era de 4.450 kilómetros y de 6.575 kilómetros hasta Catay, cuando en
realidad existen, respectivamente, 19.600 y 21.800 kilómetros.
Otros mapas del siglo XV (quince) ya mostraban que la distancia a Catay por tierra era la mitad de lo que
suponía Colón y el error en la estimación del grado se puede considerar impropio de los navegantes
portugueses del momento. Es un grave error, pero si a esa distancia no se encontraba el codiciado
Extremo Oriente lo cierto es que se encontraron unas tierras a las que en un primer momento se quiso
identificar con las más lejanas a las que se refirió Marco Polo.

¿Fue realmente una casualidad? Es una pregunta que distintos autores se han planteado continuamente
desde fechas inmediatas al propio descubrimiento. Ya en La Española corrió el rumor de que Colón no había
llegado a esas tierras por casualidad ni por sus conclusiones científicas, sino que disponía de «información
privilegiada». Hay divergencias entre los distintos cronistas que se hacen eco del suceso, pero esencialmente
hablan de una nave arrastrada al otro lado del Atlántico por las corrientes y que pudo regresar con grandes
dificultades, de forma que quedó un solo superviviente que pudo informar a Colón de la existencia de esas
tierras y los rumbos de ida y vuelta.

Fray Bartolomé de Las Casas (/portales/bartolome_de_las_casas/), por ejemplo, habla del piloto
superviviente de esa expedición que llegó a Porto Santo, ««el cual, en reconocimiento de la amistad vieja o de
aquellas buenas y caritativas obras, viendo que se quería morir [que se iba a morir] descubrió a Cristóbal
Colón todo lo que les había acontecido, y diole los rumbos y caminos que habían llevado y traído, y el paraje
donde esta isla [se refiere a La Española] dejaba o había hallado, lo cual todo traía por escrito»». Otros
cronistas abundan en esa hipótesis, y el Inca Garcilaso (/portales/inca_garcilaso_de_la_vega/) llega a
identificarlo: Alonso Sánchez de Huelva.

> Historia (/areas/#historia)


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Esta hipótesis ha sido reivindicada por Juan Manzano a partir de las expresiones contenidas en las
Capitulaciones de Santa Fe (/portales/cristobal_colon/obra/estudio-jurdico-de-las-capitulaciones-y-privilegios-
de-cristbal-coln-0/), la certidumbre de Colón en las rutas a seguir, tanto en el viaje de ida como en el de vuelta,
y otros indicadores.

Por tanto, la idea del predescubrimiento de América es tan sugestiva como discutible, y tan difícil de
demostrar como de refutar. Lo único cierto -y según fray Bartolomé de Las Casas- es que Colón ««tenía
certidumbre de que había de descubrir tierras y gentes, como si en ellas personalmente hubiera estado»». Y
que ««tan cierto iba de descubrir lo que descubrió y de hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con
su propia llave lo tuviera»».

Un proyecto para Castilla

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/04-monasterio_de_la_rabida_s.jpg)No se sabe la
fecha -aunque debió ser entre 1483 y 1485-, ni tampoco demasiados detalles sobre la primera oferta que
Colón le hizo al rey de Portugal. Eran momentos de fuerte efervescencia en la empresa descubridora de
Portugal. Los lusos estaban explorando la desembocadura del Congo y la costa más al sur, con la intención
de encontrar esa vía meridional que permitiese enlazar con el Índico y llegar a la tan deseada Tierra de las
Especias.

El proyecto de Colón podría parecer atractivo en este contexto; todo apunta a que ya entonces propuso
llegar a Cipango y el Extremo Oriente por una vía más corta y directa que la hasta entonces todavía incierta
ruta por el sur de África.

Juan II (segundo) encargó el análisis de este proyecto a una junta de expertos que desestimó su
viabilidad. Las razones que los cronistas e historiadores barajan para justificar este rechazo son
esencialmente dos:

Colón exigió unas compensaciones económicas y políticas que parecieron excesivas, quizá en la línea de
las que después reconocieron las Capitulaciones de Santa Fe.
Los miembros de esa junta tenían ya los suficientes elementos de juicio como para desestimar, por
fantasiosos, los presupuestos científicos del proyecto colombino. Debieron cuestionar especialmente su
valoración del grado del círculo terrestre. Por esta razón, algunos autores indican que el proyecto de
Colón llegó tarde a Portugal, donde ya se había desarrollado notablemente la observación geográfica y
se acariciaba la llegada a las Indias por el sur de África.

El proyecto no fue desestimado de forma definitiva, y Juan II no cerró la puerta a posteriores


negociaciones; incluso puede ser que concediese mayor verosimilitud a los planteamientos colombinos de lo
que se ha supuesto. Fernando Colón, el hijo del descubridor, escribió que ««el rey envió en secreto una
carabela a Cabo Verde para comprobar la tesis de su padre, que fracasó. Quizá para realizar el plan sin su
autor se prepararon los [...] viajes de Arco, en 1484, y de Dulmo [...] y Estreito, en 1486, al oeste en busca de

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islas o tierra firme, siendo éste el más cercano al plan colombino, lo que revela que en Portugal no se
prescindió de la posibilidad de hallar tierras en el Atlántico»», fuesen las Indias o alguna de esas islas que
formaban parte de la mencionada geografía mítica de fines del siglo XV.

Demetrio Ramos justifica el rechazo portugués en que Colón pretendía seguir el paralelo de las Islas
Canarias para llegar a Cipango, lo que podría suponer la violación del Tratado de Alcaçovas (de 1480) por
parte de Portugal, ya que éste concedía a Castilla las Islas Canarias «ganadas e por ganar» y lo que se
encontrara podría entrar en ellas. Ramos añade que quizá Colón, ante la posibilidad de que Juan II de
Portugal no aceptase la navegación por el paralelo de las Canarias y le exigiese realizar la travesía
transoceánica por otra latitud, optó por acudir a La Rábida y ofrecer el proyecto a los Reyes Católicos
(/portales/isabel_i_la_catolica/).

Para realizar lo que el mismo Colón denominó «la empresa de Indias


(/portales/cristobal_colon/obra/cristobal-colon-y-el-descubrimiento-de-america-historia-de-la-geografia-del-
nuevo-continente-y-de-los-progresos-de-la-astronomia-nautica-en-los-siglos-xv-y-xvi-tomo-i--0/)» era
menester el apoyo de un rey o de un noble poderoso. Desestimado el proyecto por el país que en esos
momentos se encontraba a la cabeza de las exploraciones ultramarinas, Colón decidió buscar un nuevo
patrocinador.

Colón, ya viudo, llegó a Castilla hacia mediados de 1485 con su hijo Diego. Se dirigió hacia Palos de La
Frontera, un puerto andaluz del condado de Niebla, al borde de la ría del Río Tinto y frente a la barra del
Saltés. Múltiples motivos pudieron causar dicha elección:

Sin duda, influyeron razones de índole familiar, pues en Palos de La Frontera o en Huelva residían
algunos de sus cuñados.
Quizá buscase en el monasterio de La Rábida noticias geográficas y apoyo de unos frailes a los que
estaba encomendada la labor misional en las Islas Canarias y en la costa occidental africana.

La visita a La Rábida también ha dado lugar a diversas controversias. Desde luego no fue una visita por
azar, pues este monasterio no se encontraba en ninguna ruta habitual de comunicación. Algunos historiadores
de los siglos XVI (dieciséis) y XX (veinte) han cuestionado que Colón visitase en 1485 el monasterio de La
Rábida, y han datado dicho primer contacto unos años más tarde, en 1491. Quienes piensan que hubo dos
viajes -1485 y 1491- apuntan que en la primera fecha entró en contacto con el fraile astrólogo fray Antonio de
Marchena, quien tendría un papel fundamental en las posteriores gestiones de Colón, y señalan como posible
la relación con un marinero que había participado en el viaje de Teive al oeste del Atlántico; una expedición
que quizá pudo avistar las cosas de Terranova.

Tras su primera estancia en Palos, Colón inició sus gestiones ante los Reyes Católicos
(/portales/cristobal_colon/obra/coln-y-los-reyes-catlicos--conferencia-0/) en Córdoba, donde residía la Corte
por su cercanía al frente granadino. Quizá en estos momentos las influencias de los monjes de La Rábida le
abrieron determinadas vías, pues el Descubridor pudo entablar contacto con el poderoso confesor de la reina,
fray Hernando de Talavera e, incluso, con el cardenal Mendoza.

Pese a que en un primer momento el Consejo desestimó su proyecto, los personajes influyentes que
conoció -y, entre ellos, quizá nobles como los duques de Medinaceli y Medinasidonia- le facilitaron una
entrevista personal con los Reyes Católicos en Alcalá de Henares, en enero de 1486, y otra, al mes siguiente,
en Madrid.

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La primera impresión causada por el proyecto colombino no resultó favorable. No obstante, gracias a las
gestiones del padre Marchena, los monarcas acordaron nombrar una Junta que examinase la «empresa de
Indias».

Tras valorar como inviable el viaje-proyecto, la comisión emitió una resolución contraria a las
pretensiones de Colón. Aunque no es posible determinar a ciencia cierta las causas de dicho dictamen,
algunos autores afirman que el factor decisivo fue que Isabel la Católica no quería violar los términos del
Tratado de Alcaçovas. No obstante, otros autores señalan un segundo motivo: los reyes no deseaban
dispersar sus recursos en otro proyecto que no fuera el de la conquista del reino de Granada. Pese a la
resolución negativa de la Junta, Colón no se desanimó y volvió a entrevistarse con los Reyes Católicos en
Málaga, a finales del verano de 1487. Los resultados del encuentro volvieron a ser negativos.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/05-escultura_de_antonio_de_marchena_s.jpg)Los
años 1487 y 1488 debieron ser especialmente duros para el descubridor. En el terreno económico su situación
fue difícil; aunque recibió esporádicos apoyos económicos, tuvo que vender libros y mapas que él mismo
dibujaba.

La noticia de que Bartolomé Díaz había doblado el Cabo de Buena Esperanza, demostrando
definitivamente que existía comunicación marítima entre los océanos Atlántico e Índico y, por tanto, una vía
para llegar a Asia por mar, hizo temer a Colón que su proyecto fuese abandonado definitivamente. Por ello,
intentó agilizar los trámites en los distintos frentes. Escribió a Juan II (segundo) de Portugal y éste le contestó
invitándole a ir a Lisboa. Con esta carta se entrevistó de nuevo con los Reyes Católicos, quienes aplazaron su
decisión definitiva y le dieron una subvención. Aún así, no se opusieron a que restableciese las negociaciones
en Portugal.

No se sabe a ciencia cierta si Colón llegó a realizar un nuevo viaje a Portugal a finales de 1488; de todos
modos, si lo hizo, la respuesta debió ser igualmente negativa. Sí se sabe que por esas fechas envió a su
hermano Bartolomé a presentar su proyecto ante los reyes de Francia e Inglaterra.

A finales de 1488 o principios de 1489 -Romeu de Armas defiende que fue en 1485-, Colón obtuvo el
patronazgo declarado del duque de Medinaceli, que incluso llegó a plantearse la posibilidad de financiar el
viaje tentado por las riquezas que podría obtener.

Las influencias de Medinaceli quizá fueron las que hicieron decantarse en favor de Colón a
personalidades como el cardenal Mendoza, el contador real Alonso de Quintanilla o fray Diego de Deza,
preceptor del príncipe D. (don) Juan. Con estos apoyos, Colón obtuvo una nueva entrevista con los Reyes
Católicos en Jaén.

Los buenos augurios de esta entrevista se truncaron con el alargamiento de la guerra de Granada -se
suponía su fin con la rendición de Baza-. Nuevamente el proyecto fue paralizado y acentuó la penuria
económica de Colón, que volvió a entrar en negociaciones con el rey de Francia. Quizá pensando ya en
abandonar España, Colón se dirigió de nuevo a La Rábida. Allí entró en juego un personaje fundamental: fray
Juan Pérez, que había sido confesor de la Reina. Pérez le escribió a la propia Isabel la Católica y ésta
convocó a Colón en Santa Fe (/portales/cristobal_colon/obra/coln-en-santaf-y-granada-0/) -lugar en el que se
encontraban los monarcas para el definitivo asedio de Granada- y le proporcionó una nueva ayuda
económica.

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De todas formas, tampoco acabó el rosario de problemas. Colón encontró en Santa Fe importantes
valedores, hombres que había ido ganando para su causa en los años anteriores, y entre ellos los miembros
del llamado «grupo aragonés», formado en parte por conversos con fuertes vinculaciones en el mundo de las
finanzas y que gozaban de la confianza personal de Fernando el Católico. Por el contrario, tuvo que
enfrentarse con una nueva Junta, que se pronunció negativamente ante lo que ésta consideraba exorbitantes
pretensiones económicas y honores de Colón, ««mandando los Reyes que le dijesen que se fuese en hora
buena»», según apostilla Las Casas en su relato de los hechos.

Desanimado, Colón decidió marchar a Francia. No obstante, sus valedores -Luis de Santángel, entre
otros,- iniciaron toda una serie de gestiones en la Corte, logrando doblegar la oposición de hombres como
Talavera y comprometiéndose a gestionar los fondos suficientes para la realización de la empresa. La rapidez
de las diligencias hizo que el mensajero real, portador de la contraorden, alcanzase a Colón en la aldea de
Pinos-Puente, a 6 kilómetros de Santa Fe.

Aunque la decisión política estaba tomada, Colón y los monarcas comenzaron las negociaciones de los
términos de la expedición. Y éstas se prolongaron durante unos tres meses. Finalmente, todas las
pretensiones del marino fueron aceptadas en las Capitulaciones de Santa Fe, firmadas el 17 de abril de 1492
por Juan de Coloma -secretario de los Reyes Católicos, quien actuó en su nombre- y fray Juan Pérez -en
representación de Colón-.

El primer viaje: financiación de la empresa y bases de partida

Una cuestión previa: las Capitulaciones de Santa Fe

El análisis de este transcendental documento ha generado numerosos estudios, siendo el más


importante el de Rumeu de Armas.

La interpretación de las Capitulaciones de Santa Fe ha dado origen a diversas controversias. De ellas,


quizá la más importante sea la de su mismo carácter. Algunos investigadores propugnan que tuvieron carácter
de concesión graciosa de Isabel y Fernando. Otros, en cambio, explican que tenían más bien un carácter de
contrato. La diferencia entre ambas concepciones radica en que en el primer caso, los monarcas podían
modificar las condiciones de la gracia; mientras que en el segundo, el contrato estaba amparado por el
Derecho Natural, que obligaba a su cumplimento incluso a los reyes. Esta cuestión ya se suscitó en tiempos
de Colón y de su heredero directo, y entonces tuvo una gran importancia y fue debatida en enconados pleitos.
Las investigaciones deducen que las Capitulaciones fueron, en esencia, un contrato.

Cabe plantear otra cuestión, ¿actuaron los Reyes Católicos intentando sortear los términos del Tratado
de Alcaçovas? Aunque son numerosas las hipótesis planteadas, los Reyes se titularon en las Capitulaciones
««señores de los mares océanos»», denominación excesiva y contraria al referido tratado:

En primer lugar, se reconoció a Colón el título de Almirante en todas las islas y tierras ««que por su mano
e yndustria se descubrieran o ganaran»», como dice el mismo documento. Sus prerrogativas serían
iguales a las del Almirante de Castilla, y las obtendría con carácter hereditario para sus sucesores. No es
un título puramente honorífico sino que era el título de mayor jerarquía dentro de la nobleza castellana,
pero también llevaba anejos importantes derechos económicos.
También le correspondió al marino el título de Virrey y Gobernador General de todas las tierras que
descubriese, con la facultad de proponer ternas de candidatos a la elección real para cubrir todos los
cargos de gobierno que debieran nombrarse en dichas tierras.

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Le tocó la décima parte de todas las riquezas que se descubriesen y la misma proporción de los
beneficios del comercio en los límites del Almirantazgo.
Le fue asignada la facultad de juzgar en toda una serie de litigios que se suscitasen en torno a las citadas
mercancías.
Y se le permitió ««contribuir con la octava parte en la armazón de navíos que fueran a tratar y negociar a
las tierras descubiertas. A cambio recibiría otra octava parte de las ganancias»».

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/06-
cristobal_colon_exponiendo_sus_proyectos_a_diego_deza_s.jpg)Todas estas concesiones estaban
condicionadas por el éxito de la empresa. Pocos días después, el 30 de abril del mismo 1492, los Reyes
Católicos ampliaron aún más dichas gracias, convirtiendo en hereditario el título de Virrey y reconociéndole la
categoría de «Don». Y en 1495, los monarcas accedieron a su pretensión de tener la exclusividad para fletar
expediciones de descubrimiento, aunque fue una prerrogativa que le duró muy poco tiempo.

En conjunto, son unas concesiones exorbitadas, que contrastan con la política autoritaria de los Reyes
Católicos, intentando limitar las prerrogativas de los poderes internos de sus reinos. De hecho, le
reconocieron a Colón -tal como afirma Chaunu, ««un inmenso e ilimitado señorío, de tradición feudal, salvo la
soberanía de los Reyes, que quedaba muy recortada en sus atribuciones»». Sin embargo, reproducía las
cartas de donación concedidas por los reyes de Portugal a los que habían descubierto islas al oeste de las
Azores.

Cabe destacar, por último, dos omisiones de las Capitulaciones:

En ningún momento se especificaron objetivos geográficos. Las referencias a Catay, Cipango o las Indias
siempre se encuentran en documentos privados. Se supone que la omisión tuvo por objeto no levantar
recelos en Portugal.
En segundo lugar, tampoco se habló en ningún momento de intereses de tipo misional, lo que ha
alimentado toda una serie de elucubraciones contraponiendo las mentalidades de Colón y la de los Reyes
Católicos.

Los preparativos

Entre los documentos expedidos por los Reyes Católicos el 30 de abril de 1492 sobresale una provisión
dirigida a los vecinos de Palos de la Frontera, que les ordenaba servir con dos carabelas durante doce meses,
en virtud de unas penas impuestas con autoridad. El costo de la expedición fue estimado en 2.000.000 de
maravedíes, más el sueldo de Colón. En contra de la idea popular de que fue sufragado por «las joyas de
Isabel la Católica», la mitad de dicho dinero lo prestó el ya citado Luis de Santángel con fondos de la Santa
Hermandad, la cuarta parte la aportó el mismo Colón -que los pidió prestados-, y la cantidad restante
probablemente la derramaron banqueros y mercaderes italianos residentes en Andalucía.

La provisión del 30 de abril de 1492 fue leída el 23 de mayo de dicho año en la iglesia de San Jorge, en
Palos, hecho que se puede considerar como el inicio de la partida de la expedición.

Colón comunicó las órdenes reales que traía para las otras autoridades de los demás puertos del
Atlántico andaluz, conminándoles a que le auxiliasen en cuanto fuera menester. De todas formas, ni los
hombres de Palos de la Frontera, ni los de los demás puertos se mostraron dispuestos a prestarle su
colaboración: por el objetivo indeterminado del viaje y por el hecho de que Colón fuese desconocido para los
marineros de la zona, lo que hacía que no confiasen en absoluto en él.
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En estas condiciones, resultó fundamental la ayuda que le prestaron los hermanos Pinzón, cuya amistad
le procuraron los monjes de La Rábida. Los Pinzón eran marinos que habían ganado grandes riquezas y
prestigio como comerciantes de salazones -desde los mares del norte hasta Italia-, como corsarios e, incluso,
por haber participado en las recientes guerras contra Portugal. Colón también contó con la ayuda de los Niño
y los Quintero.

Martín Alonso Pinzón tuvo una intervención tan decisiva tanto en la recluta de hombres como en la de
barcos que Colón le prometió que partiría con él las ganancias de la expedición.

Si bien Colón mandó embargar unos barcos en Moguer, no los debió utilizar. Al parecer, fue Martín
Alonso Pinzón quien contrató los barcos definitivos, pues él conocía bien las condiciones de los navíos de la
región, y es posible que los hubiera tenido a su servicio. La expedición partió con tres barcos, dos carabelas y
una nao: una flota de configuración similar a la utilizada por Bartolomé Díaz en 1487-1488.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/07-
detalle_de_las_capitulaciones_de_santa_fe_s.jpg)La nao era La Gallega, rebautizada como La Santa María
(/portales/cristobal_colon/obra/la-nao-santa-maria--0/), propiedad de Juan de la Cosa, natural de Santoña,
pero vecino del Puerto de Santa María.

La carabela de menor tonelaje era La Santa Clara, rebautizada como La Niña, propiedad de Juan Niño,
vecino de Moguer, y la pagaron los vecinos de Palos.

La Pinta era de Cristóbal Quintero, vecino de Palos, y probablemente fue requisada, pues su dueño iba
en el viaje «de mala voluntad».

Sobre las características técnicas de estos barcos hay estimaciones bastante divergentes, ya que a
veces resulta difícil señalar las equivalencias entre las medidas antiguas y las actuales:

La Santa María tenía una eslora de 29 metros, tres palos, velamen redondo y un tonelaje que Morrison
estimó en más de 100 tm. (toneladas) de arqueo -capacidad de carga de 100 toneles-, y que, en cambio,
Molinari afirmó que era de 325 tm. (toneladas) Fue comandada directamente por Colón; su contramaestre
fue Juan de la Cosa y los pilotos, Sancho Luis de Gama y Bartolomé Roldán.
La Pinta tenía una eslora de 22 metros, tres palos, velamen redondo y la mitad de tonelaje que La Santa
María. Fue capitaneada por Martín Alonso Pinzón, el contramaestre fue su hermano Francisco Martín
Pinzón y el piloto, Cristóbal García Sarmiento.
La Niña tenía una eslora de 24 metros, desplazaba un tonelaje algo menor que La Pinta. Tenía tres palos
con velas latinas, pero fueron cambiadas en la escala de Canarias por otras redondas. Fue mandada por
Vicente Yáñez Pinzón, su contramaestre fue Juan Niño y el piloto, tal vez, Pero Alonso Niño.

Según Alicia Gould, partieron 87 tripulantes y otros 9 marinos. No obstante, otros investigadores han
elevado la cifra de expedicionarios hasta 120 hombres. En su mayor parte, los tripulantes eran andaluces, de
Palos y localidades vecinas, aunque había algunos vascos y hombres de otras procedencias. También
viajaron cuatro penados -un homicida y tres acusados de cohecho. Asimismo, la expedición contó con un
médico, un cirujano, un escribano, un intérprete que conocía el árabe y el hebreo; en cambio, no se embarcó
ningún sacerdote, lo que ha dado lugar a toda una serie de disquisiciones sobre los objetivos del viaje y la
mentalidad de Colón.
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Venturas y desventuras de un viaje decisivo

Del primer viaje de Colón (/portales/cristobal_colon/obra/primer-viaje-de-coln--conferencia-0/) se


conserva un documento excepcional, el Diario que redactó el propio descubridor, gracias al resumen del
mismo que realizó fray Bartolomé de las Casas (/portales/bartolome_de_las_casas/). Las Casas recogió todo
lo esencial y los detalles que le parecieron de interés, reproduciendo literalmente un número muy considerable
de párrafos. Pese a que la copia que utilizó el regular tenía una letra en ocasiones confusa, la rigurosidad de
su trabajo, junto a otros indicios. El transcriptor utilizó el Diario en su Historia de las Indias, lo que ha permitido
complementar su resumen, así como los datos ofrecidos por la menos fiable versión del hijo de Cristóbal,
Fernando Colón.

La expedición partió de Palos el 3 de agosto de 1492. Tras oír misa, los tripulantes se trasladaron en
botes a las naves, que estaban ancladas en la barra de Saltés, frente a la Punta del Sebo. Los primeros
augurios no fueron demasiado positivos, porque apenas tres días después se desencajó el timón de La Pinta,
quizá de forma intencionada. Ello obligó a la expedición a detenerse en las Canarias, islas a las que llegaron
el 9 de agosto. Las reparaciones duraron casi un mes. Mientras tanto, se procedió al cambio del velamen de
La Niña. El jueves 6 de septiembre, los expedicionarios partieron desde La Gomera hacia lo desconocido,
aunque una calma les obligó a permanecer dos días prácticamente parados frente a las islas. El 9 de
septiembre, favorecidos por los alisios, pusieron proa hacia el oeste, perseguidos por el rumor de que una
flotilla portuguesa de tres carabelas los estaba buscando. El día 17 arribaron a los Sargazos, lo que alimentó
las expectativas por llegar pronto a tierra. La frustración de esta esperanza hizo surgir la inquietud entre los
tripulantes. Paradójicamente, el desasosiego derivaba también de la regularidad y la fuerza del viento de
popa, pues ello les hizo temer no poder hallar vientos favorables para el viaje de regreso. Por ello, Colón, tal
como escribió en su Diario, celebró durante la travesía la existencia esporádica de vientos contrarios.
Asimismo, para tranquilizar a sus marineros, tomó una segunda precaución: con relativa frecuencia se
preocupó por comunicar de manera oficial a los tripulantes estimaciones de distancias navegadas menores a
las reales, anotando las verdaderas en secreto.

Desde el 25 de septiembre crecieron considerablemente las murmuraciones. Y el 6 de octubre estalló un


motín que únicamente pudo ser dominado cuando Martín Alonso Pinzón impuso su firmeza. La inestabilidad
volvió a resurgir, no obstante, cuatro días después, el 10 de octubre; pero entonces, Colón ya había tomado
una decisión, que fue fundamental. El mismo día de la revuelta, Martín Alonso Pinzón propuso cambiar el
rumbo, pero Colón se negó. Sin embargo, el día siguiente vio algunas bandadas de pájaros y optó por
dirigirse hacia el sudoeste. Y acertó plenamente, pues de no haber variado la ruta, la flota habría ido a parar,
bien a la península de Florida (con mucha suerte), o bien al centro mismo del Atlántico, ya que con toda
probabilidad la corriente del Golfo les habría desviado de cualquier destino continental.

Después de muchas causalidades, por fin, la noche del 11 al 12 de octubre Colón afirmó haber visto una
luz en la lejanía, por lo que ordenó a la tripulación que redoblase su vigilancia e incrementó los premios para
el primero que avistase tierra. Y a las dos de la madrugada, Juan Rodríguez Bermejo, conocido como Rodrigo
de Triana, dio la voz de «tierra»: una isla coralina del archipiélago de las Bahamas, que bautizó con el nombre
de San Salvador.

Sobre la travesía, cabe plantear que descontando los dos días de calma que estuvieron frente a las
Canarias, habría durado 34 días de navegación por mares desconocidos. Una navegación puramente a la
estima, intuitiva, pues Colón calculó las distancias navegadas a ojo (todavía no existía la corredera). El
descubridor siguió el paralelo 28º N. (norte) -el de La Gomera- por las expresas órdenes de evitar la infracción
del tratado con Portugal. Un ruta tan acertada que fue la que siguieron prácticamente todos los convoyes que
se dirigieron al Nuevo Mundo en los siglos posteriores. Si acaso, un rumbo algo más meridional, pues la línea
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apuntada se halla en el límite entre los alisios y las calmas. En el segundo viaje y en las travesías posteriores,
los navegantes buscaron la fuerza del alisio del noreste un poco más al sur, partiendo de los 28 º N. (norte) de
La Gomera para trazar un gran arco que llevaba a los 13 ó 14 º N. (norte), en las Pequeñas Antillas.

El viaje fue relativamente rápido, a una velocidad comparable a la que lograron los convoyes de los siglos
XVI (dieciséis) y XVII (diecisiete), lo que ha dado lugar a todo tipo de comentarios, alimentando las
suposiciones de que Colón conocía lo que estaba haciendo. De todas formas, al despertar el alba el 12 de
octubre, Colón creyó ver el extremo oriental de las tierras descritas por Marco Polo, sin tomar conciencia,
como quizá nunca la tomó, de que estaban ante unas costas nunca antes avistadas por europeos.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/08-
tratado_de_tordesillas_1494_entre_los_reyes_catolicos_y_portugal_s.jpg)La idea de un viaje entre Europa y
Asia, atravesando el Atlántico, fue una hipótesis manejada ya por los sabios clásicos. Aristóteles, por ejemplo,
escribió, después de demostrar la esfericidad de la Tierra, que se podía navegar de las Columnas de Hércules
a las tierras del Extremo Oriente en pocos días. Y Séneca hizo alusión en repetidas ocasiones a dicha
posibilidad. Por ejemplo, en Medea escribió unas líneas ciertamente proféticas: ««Llegará el momento en que
las cadenas del Océano caigan a un lado y un vasto continente sea revelado, en que un piloto descubra
nuevos mundos y Tule deje de ser el último extremo de la Tierra»». Y en la misma línea, también dejó escrito:
««En realidad, ¿qué distancia hay entre las playas extremas de Hispania y las de la India? Poquísimos días
de navegación, si sopla para la nave un viento propicio»».

La idea de encontrar las Indias atravesando el Atlántico no era nueva. Fue manifestada tanto en la época
clásica como en vísperas del proyecto colombino. Pero el problema en ambos momentos fue el mismo: que
alguien quisiese y lograse llevarla a la práctica. Es decir, ««los más osados admitían que el viaje a China,
rumbo al oeste, podía hacerse, y unos cuantos opinaban que debía hacerse; pero nadie cuidó de intentarlo,
hasta que el joven genovés Cristoforo Colombo comenzó a importunar a la gente para que financiara el
proyecto»».

En la mañana del 12 de octubre de 1492 Colón llevó a la praxis la travesía del Atlántico. El
presuntamente genovés, Martín Alonso Pinzón, Vicente Yáñez y el escribano desembarcaron en San
Salvador.

Tras esta primera toma de contacto con las tierras del Nuevo Mundo, la expedición se dedicó a explorar
la zona. Y a partir del día 14 descubrió cuatro nuevas islas que Colón bautizó con nombres religiosos y
políticos: Santa María de la Concepción (actualmente Cayo Rum), la Fernandina (Long), Isabela (Crooked) y
Juana (Cuba). Según Morrison, Colón actuó con rectitud lógica y teológica a la hora de las designaciones. La
primera isla recibió el nombre de Cristo; la segunda, el nombre de la madre de Dios en el misterio franciscano
de la Inmaculada Concepción; y después fueron honrados el rey Fernando, la reina Isabel y el príncipe
heredero Juan.

Colón llegó a Cuba, isla que en un primer momento identificó con la ansiada Cipango. Exploró la costa
occidental y envió desde allí una delegación que debía entrevistarse con el Gran Khan, pero que no encontró
más que a un cacique local cuya riqueza no satisfizo las expectativas de los españoles. Dicha embajada sí se
llevó una gran sorpresa ya que por primera vez los europeos vieron a los indígenas fumar tabaco.

En esos momentos las desavenencias entre Colón y Martín Alonso Pinzón llegaron a su punto
culminante. Y el 21 de noviembre este último decidió separarse de aquél, aprovechando las mejores
condiciones marineras de La Pinta en comparación con las de La Santa María. Y comenzaron a buscar cada
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uno por su cuenta los orígenes de ese oro del que habían encontrado indicios tan abundantes como
imprecisos.

Primero Martín Alonso Pinzón, y poco después el propio Colón, arribaron a Haití, a la que éste bautizó
como La Española. En ella encontraron mayores indicios de oro y algunos caciques con un ceremonial más
desarrollado.

Sin embargo, los planes de Colón se vieron profundamente alterados de la noche a la mañana del día de
Navidad, por un lamentable accidente. Una falta de atención del piloto de La Santa María propició que la nao
encallase y fuese imposible recuperarla. Los expedicionarios pudieron salvar el cargamento y los materiales
de la embarcación. No obstante, como en La Niña no había espacio para los tripulantes de la nao, Colón hubo
de tomar una importante decisión: fundó la primera colonia en tierras del Nuevo Mundo, el Fuerte de Navidad,
donde quedaron 39 hombres al mando de Diego de Arana.

El 4 de enero de 1493, Colón decidió emprender el viaje de regreso. Dos días después se reencontró con
La Pinta, y ambos bandos decidieron unirse de nuevo. Y aunque recibieron noticias de la existencia de
nuevas islas y de que a diez días de navegación en canoa desde Jamaica había tierra firme, el marino
supuestamente genovés persistió en su intención de volver al Viejo Mundo.

El 16 de enero la expedición emprendió la travesía de vuelta. El regreso fue más difícil que la ida, pero
Colón demostró sus expertas cualidades marineras al llevar sus barcos al Mar del Te, en busca de los vientos
del oeste, cuya existencia quizá conociera durante su estancia en Portugal o, simplemente, según Morrison,
descubriese por causalidad: Colón acertó tomando la mejor ruta de vuelta.

El 12 de febrero las carabelas habían alcanzado el suroeste de Las Azores (aunque desconocían su
posición). Entonces, les sobrevino una tremenda tormenta, que capearon con grandísima dificultad y que dos
días más tarde provocó que se separaran. La situación debió ser tan desesperada que muchos de los
tripulantes, temiendo un fatal desenlace, llegaron a realizar votos de peregrinación si lograban salvarse.

El 18 de febrero, La Niña ancló en la isla de Santa María, en las Azores, lo que propició una serie de
problemas con las autoridades locales, que apresaron a algunos hombres. Superadas estas adversidades,
Colón hubo de enfrentarse de nuevo con seis días de tempestad y acabó llegando el 4 de marzo a las
cercanías de la Roca de Cintra, frente a Lisboa, ciudad en la que finalmente se vio obligado a entrar. Allí se
entrevistó con Juan II (segundo) quien, con amenazas y promesas, trató de beneficiarse del descubrimiento.
Pero Colón logró superar las presiones del soberano luso, aduciendo su condición de Almirante de Castilla y
demostrando que su viaje no había tenido como lugar de destino Guinea, sino que venía del oeste, de las
Indias. ««Parecía a todos que había ganado la carrera hacia el objetivo tan ambicionado por Portugal»».

El 15 de marzo entró en Palos, 32 semanas después de su partida, pocas horas antes de que lo hiciese
Martín Alonso Pinzón con La Pinta. El éxito del viaje fue conocido de inmediato a todos los niveles. Colón
informó a los Reyes Católicos en Barcelona, a finales de abril. Isabel y Fernando le confirmaron todos los
privilegios admitidos en las Capitulaciones de Santa Fe. La noticia del viaje se extendió por toda Europa con
la impresión de una carta de Colón que lo resumía, reeditada once veces en pocos meses.

Posteriores viajes de Cristóbal Colón

Primera expedición colonizadora

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(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/09-
mapa_de_los_cuatro_viajes_de_cristobal_colon_s.jpg)El segundo viaje de Cristóbal Colón hacia las tierras
recién descubiertas tuvo características muy diferentes al anterior. Fue preparado febrilmente, con un
importante volumen de recursos de todo tipo, y con la mirada puesta en el rival portugués.

Cuantiosos préstamos fueron solicitados para sufragar los costes de la expedición. Entre los prestamistas
destaca un banquero italiano a cuyo servicio trabajaba un hombre: Américo Vespucio.

El organizador de este segundo viaje fue Juan Rodríguez de Fonseca, arcediano de Sevilla. Un acérrimo
partidario del autoritarismo regio que acabó enfrentándose con Colón y que, para desgracia de éste, se
encargó de dirigir todas las cuestiones relativas al Nuevo Mundo hasta los primeros tiempos del reinado de
Carlos I (primero).

Las expectativas originadas por el éxito del primer viaje provocaron un aluvión de solicitudes de
candidatos a integrar la tripulación de los distintos barcos integrantes de la flota. La organización decidió
limitar el número de expedicionarios a 1.000 hombres, de los cuales 800 habían de ser soldados. No obstante,
estas previsiones quedaron finalmente cortas, pues, al parecer, acabaron embarcando más de 1.200 hombres
en un total de 17 buques, de los cuales 14 eran carabelas y 3 naos. La flota quedó bajo el mando de Colón y
Pero Alonso Niño fue nombrado piloto mayor. Junto a los soldados, también formaron parte de la expedición
hidalgos en busca de fortuna, labradores con animales, aperos agrícolas y semillas, artesanos con sus
instrumentos, y un grupo de religiosos bajo la dirección de un benedictino de Montserrat.

En suma, la Monarquía Hispánica pretendía iniciar una auténtica colonización. Por ello, los Reyes
Católicos le ordenaron a Colón que favoreciese la conversión y el buen trato a los indios, y que promoviese la
fundación de una colonia cuyo comercio sería monopolio compartido de ellos y del propio descubridor
(siguiendo el modelo portugués de La Mina). Los monarcas concibieron la segunda «empresa de Indias»
como un negocio mixto, estatal-colombino, para el rescate de oro y mercancías valiosas reservadas a la
Corona. Y para velar por los intereses de la Real Hacienda incluyeron en la expedición a un teniente de los
Contadores Mayores y planearon la creación de aduanas en las tierras recién descubiertas y en Cádiz.
Asimismo, también ordenaron a Colón que prosiguiese ««los descubrimientos más al sur, buscando la tierra
firme meridional sin el impedimento de Alcaçovas»».

La Armada acabó organizándose, con algunas dificultadas dada su magnitud, en los puertos más
importantes del Atlántico andaluz: Sevilla y Cádiz. Finalmente, la expedición partió de esta última ciudad el 25
de septiembre de 1493, y durante un tiempo fue escoltada por la flota de guerra hispánica, a fin de evitar la
posibilidad de un ataque portugués. El 13 de octubre el convoy dejó atrás las Canarias y después de 21 días
de navegación arribó a la isla que Colón bautizó con el nombre de Deseada.

En este segundo viaje a las Indias, Colón varió ligeramente el rumbo, eligiendo una ruta algo más
meridional. Aunque no se conocen los motivos, los investigadores plantean diferentes hipótesis:

Colón quería aprovechar mejor la fuerza de los alisios.


Los Reyes Católicos ya no temían un posible conflicto con la Monarquía portuguesa, amparados por las
Bulas Inter caetera otorgadas por Alejandro VI (sexto).
Colón buscaba encontrar nuevas islas intuidas en su primer viaje, o quizá arribar a la parte meridional de
Cipango, que tenía fama de ser especialmente rica en oro.

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Tras llegar a la isla Deseada, la expedición recorrió casi todo el arco de las Antillas Menores hasta Puerto
Rico, realizando un trayecto que se convertiría en la ruta habitual de todos los convoyes posteriores. Y el 22
de noviembre llegó a La Española. Allí, los españoles se llevaron una desagradable sorpresa al comprobar
que el Fuerte de Navidad había sido arrasado y que toda su guarnición había perecido. Probablemente, las
disensiones entre los castellanos y la acción de los indígenas, víctimas de sus desmanes, fueron los dos
motivos que propiciaron la destrucción del fuerte y la muerte de sus habitantes.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/10-
escultura_de_rodrigo_de_triana_en_sevilla_s.jpg)El 6 de enero de 1494, Colón fundó el primer asentamiento
hispánico en el Nuevo Mundo, que fue bautizado como La Isabela, al norte de la actual República
Dominicana. Y poco después fundó otros más al interior de la isla, con la intención de controlar a los
indígenas que mantenían una actitud hostil.

En este segundo viaje, Colón exploró a fondo las islas del Caribe, bien personalmente, bien mediante el
envío de expediciones dirigidas por distintos capitanes. Prestó especial atención por la isla de Cuba, la cual
no quiso circunnavegar a fin de mantener la ficción de que había pisado tierra firme. De hecho, obligó a toda
la tripulación a firmar un documento jurando que las costas de Cuba eran tierra firme. Además, desde ella,
parece que contempló la posibilidad de retornar a España navegando hacia el oeste.

En este segundo periplo por las Indias, aunque llegó a reconocer que La Española no era en absoluto
Cipango, Colón siguió mostrando cierto empeño por identificar lugares más o menos míticos o sacados de la
obra de Marco Polo. Por ejemplo, identificó la isla de Jamaica con la bíblica Saba -añadiendo que desde ella
salieron los Reyes Magos en su viaje a Belén-. Y creyó ver los montes Ofir de Salomón en Haití.

Los investigadores discrepan sobre si Colón llegó a descubrir Sudamérica en esta segunda «empresa de
Indias». Algunos autores defienden que llegó a la isla Margarita, aunque ocultó dicho viaje para no tener que
dar al fisco regio la parte que le correspondía de un importante botín en perlas. Otra característica
fundamental de este primer viaje colonizador es que Colón hubo de enfrentarse a toda una serie de
problemas hasta entonces inéditos, relacionados con la oposición de sus propios compañeros de expedición.
El descontento fue causado fundamentalmente por cuatro motivos:

Las propias dificultades del viaje, sobre todo, para quienes no tenían ninguna experiencia marinera.
Las inconveniencias relacionadas con la aclimatación de los castellanos a una tierra tan distinta desde el
punto de vista puramente ecológico. La adaptación al suelo americano de las especies mediterráneas -
como los cereales o la vid- fracasó y los colonos sufrieron para acostumbrarse a la dieta indígena.
La dureza de los trabajos de construcción de los asentamientos, en los que todos los expedicionarios
hubieron de participar, independientemente de sus grados o privilegios.
Colón se mostró en todo momento decidido a hacer efectivo el monopolio real, que también obraba en su
propio beneficio, impidiendo el enriquecimiento particular y frustrando de tal manera cualquier ilusión de
hacer fortuna en las nuevas tierras.

Ante esta situación, el 2 de febrero de 1494 decidió enviar a España una expedición compuesta por 12
barcos, a fin de solicitar auxilio a los Reyes Católicos, y ya entonces tuvo que someter un intento de motín de
quienes pretendían apoderarse de los navíos para regresar a Castilla.

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(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/11-
desembarco_de_cristobal_colon_del_pintor_teofilo_de_la_puebla_s.jpg)Colón quizá albergara la esperanza
de que el descontento amainaría con la vuelta de la expedición de socorro. Sin embargo, la realidad fue bien
diferente. En la expedición que regresó a España fueron incluidos algunos de los descontentos, y éstos se
dedicaron a desprestigiar la labor de gobierno del Almirante ante los monarcas. La expedición de auxilio llegó
a las Indias el 24 de junio del mismo 1494, con Bartolomé Colón al frente. No obstante, el prestigio de Colón
fue puesto aún más en entredicho cuando los indígenas de La Española se sublevaron en respuesta a los
constantes excesos de los colonos. Reprimida la rebelión, 500 indígenas fueron enviados a España para ser
vendidos como esclavos. Los Reyes Católicos prohibieron su comercialización hasta que se determinase la
licitud de dicho proceder. Pero en La Española algunos indígenas ya estaban siendo utilizados como
esclavos, lo que dio origen al debate sobre el trato que los castellanos debían proporcionar a la población de
las tierras recién descubiertas.

Por otra parte, Colón impuso a las tribus indígenas el pago de un tributo en algodón y polvo de oro; una
contribución a todas luces excesiva, pues el oro no abundaba y los trabajos de extracción de las arenas y
gravas de los ríos era tan agotadores que la población comenzó su declive.

Los socorros enviados a Colón desde la Corona hispánica siguieron llegando. No obstante, aunque los
Reyes Católicos remarcaron en todo momento el interés misional de la colonización, sea por la incertidumbre
de las noticias que tenían sobre el Almirante o porque los beneficios de la empresa no llegaban a compensar
el coste de las sucesivas expediciones de auxilio, el caso es que los monarcas dictaron toda una serie de
disposiciones que suponían una liberalización de los viajes y del comercio con el Nuevo Mundo, violando
claramente los términos de las Capitulaciones de Santa Fe.

Las protestas de Colón hicieron que algunas de las disposiciones citadas fuesen suspendidas, pero
movieron, asimismo, a los reyes a enviar al Nuevo Mundo a un comisario real -Juan de Aguado- con la misión
de fiscalizar las actuaciones del Almirante y pasar informes sobre la situación del proyecto. Los roces de
Colón con Aguado fueron inevitables y llevaron al Almirante a emprender la ruta de retorno a Castilla el 10 de
marzo de 1496, llegando a Cádiz el 11 de junio siguiente.

Colón se entrevistó con los Reyes Católicos en Burgos, organizando una exótica puesta en escena.
Apareció rodeado de indígenas antillanos, con vistosas aves tropicales y vestido como un fraile franciscano.
Fonseca y su grupo, que querían hacerse con el dominio de la «empresa de Indias», criticaron el
comportamiento y la gestión de Colón, se quejaron del excesivo gasto y el escaso provecho de la expedición
colonizadora y dudaron de la existencia de oro en las tierras descubiertas. Y el Almirante se defendió
colocando en primer término la ingente labor misional que cabía realizar entre los indígenas e intentando
demostrar las posibilidades económicas de la empresa (afirmando la abundancia de oro, palo brasil e incluso
especias).

La búsqueda de la tierra firme

Colón logró salir airoso de este primer intento de descalificación y vio confirmados todos sus privilegios
en virtud de un documento datado el 23 de abril de 1497. Y por disposición de los monarcas, comenzó a
preparar su tercer viaje, con medios más modestos y un objetivo muy claro: encontrar tierra firme.

Sin embargo, la partida se retrasó por los preparativos de las bodas de los hijos de los reyes y otros
asuntos que ocupaban su atención y comprometían sus rentas.Y ello pese a que existían razones que
aconsejaban no dilatar la expedición, como por ejemplo, que el 8 de julio de 1497 partió de Lisboa Vasco de
Gama con el objetivo de llegar a la India circunnavegando África.
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Según diversos investigadores, Colón aprovechó el ínterin para enriquecer su formación erudita, pues se
dedicó a buscar argumentos que apoyasen su proyecto en las obras que ya hemos citado de Marco Polo,
Eneas Silvius Piccolomini y Petrus Alliacus. El descubridor quiso reforzar sus posiciones ante la aparición de
voces disconformes en la Corte, que afirmaban que no había arribado al Extremo Oriente -tal como
pretendía-, y ni siquiera se había acercado a sus proximidades.

Las discusiones que mantuvieron ante diversos testigos el propio Colón y su amigo, el sacerdote y
cronista Andrés Bernáldez, son buena muestra de ello. Bernáldez concluía que las Indias estaban 1.200
leguas más allá de las tierras a las que había llegado, por lo que no podían pertenecer a Asia. En este
sentido, en 1495 el profesor de Salamanca Francisco Núñez de la Yerba había publicado una edición de la
Corographia de Pomponio Mela, con un prefacio en el que manifestaba su opinión de que la tierra hallada 45º
al oeste era llamada «India» de manera abusiva por algunos. Y poco después, Rodrigo de Santaella, fundador
de la Universidad de Sevilla, había escrito una introducción a la obra de Marco Polo en la que insistía en que
las tierras descubiertas por Colón no eran la India. Otros testimonios similares coexistieron con éstos por
aquellas fechas.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/12-
granada_monumento_de_cristobal_colon_e_isabel_la_catolica_s.jpg)Tras muchas vicisitudes, la flota quedó
lista para la partida. Colón logró finalmente conseguir tripulación suficiente para el viaje cuando los monarcas
promulgaron el perdón para los delincuentes que no hubiesen cometido delitos especialmente graves y
quisiesen enrolarse en la expedición.

La expedición se dividió en dos grupos. Dos de las ocho naves que componían la flota partieron para el
Nuevo Mundo en febrero de 1498, llevando diferentes pertrechos. Y el resto inició la singladura el 30 de mayo
de 1498 desde Sanlúcar de Barrameda. La ruta seguida en esta ocasión fue un tanto extraña. Quizá para
burlar a una armada francesa, las naves se dirigieron primero hacia las islas Madeira. De allí pusieron rumbo
a las Canarias, donde la flota volvió a dividirse, pues tres carabelas se dirigieron directamente a La Española
y Colón con dos carabelas más y una nao marcharon más al sur, hasta las islas Cabo Verde, desde donde
partieron hacia el Nuevo Mundo, llegando el 4 de agosto a la altura de la desembocadura del Orinoco.

En un primer momento, al llegar a estas nuevas tierras, Colón pensó que eran islas, pero pronto dedujo
que formaban parte de una masa continental porque ninguna isla podía alimentar el caudal de un río como el
Orinoco. Sin embargo, otras preocupaciones -y quizá también problemas de salud- marcaron su rumbo en
estos momentos y le llevaron a poner proa hacia La Española.

A su llegada, comprobó que su larga ausencia había complicado aún más la situación. Su hermano
Bartolomé, como adelantado, tuvo que hacer frente a una sublevación capitaneada por Francisco Roldán; una
rebelión que aún coleaba cuando el Almirante llegó y que tuvo que zanjar firmando una humillante
capitulación en la que se sometía a las exigencias del cabecilla.

La firma de esta desventajosa concordia abrió un nuevo período en la historia de la conquista y


explotación del Nuevo Mundo, pues dio pie al reparto de tierras entre los colonos, les concedió el derecho a
utilizar a los indios para realizar trabajos forzados en el laboreo de las tierras y el trabajo en las minas (lo que
ha sido considerado como el más directo precedente de la encomienda), y les dio libertad para proceder a la
extracción de oro.

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Colón tuvo que enfrentarse con otras sublevaciones de menor entidad, las cuales sometió ejecutando a
sus cabecillas. Pero ante el progresivo deterioro de su posición, acabó solicitando a los Reyes Católicos el
envío de un juez especial (lo que equivalía a reconocer su impotencia para dominar las disidencias).

No obstante, antes de recibir la petición del Almirante, los monarcas ya habían decretado dicha medida;
decidieron nombrar juez pesquisidor a Francisco de Bovadilla, comendador de Calatrava, quien todavía tardó
algún tiempo en iniciar un viaje que le llevó a Santo Domingo el 24 de agosto de 1500.

A su llegada, Bovadilla destituyó a Colón y a sus hermanos de sus cargos. Confiscó todos los bienes del
descubridor y le sometió a proceso sin darle posibilidad de defenderse, acusándole de tiranía y malos tratos
contra los colonos. Los Colón llegaron a temer por sus vidas, pero finalmente fueron embarcados hacia
Castilla, cargados de grilletes. Entretanto, Bovadilla accedió a todas las peticiones de los rebeldes: dio plena
libertad para buscar oro, vendió tierras e hizo «generosos» repartimientos de indios.

Los Reyes Católicos desautorizaron semejantes medidas y la dureza utilizada contra Colón. Decidieron
destituir a Bovadilla, nombrando en su lugar a Nicolás de Ovando. Y aprovecharon la coyuntura para retirarle
a Colón la mayor parte de sus prerrogativas. De todas formas, para entonces el marino ya había perdido el
monopolio de los descubrimientos, pues en 1499 los monarcas autorizaron distintas expediciones que
estudiaremos más adelante bajo el epígrafe de los viajes menores o andaluces.

Un postrer viaje

No parece que Colón desease volver al Nuevo Mundo, sobre todo, porque sus achaques le molestaban
cada vez más. Tras la vuelta de su tercer periplo, se dedicó a reivindicar sus derechos ante los reyes y a
redactar el Libro de las Profecías, que refleja toda su mentalidad mesiánica.

Sin embargo, quizá los últimos logros portugueses -la llegada de Vasco de Gama a la India y el
descubrimiento del Brasil por Cabral- le hicieron cambiar de actitud y le movieron a planificar su cuarta y
última travesía del Atlántico, un viaje lleno de incidentes. Colón contó de nuevo con el patrocinio de los
monarcas para una empresa cuyo objetivo sería la búsqueda por la zona del istmo de un paso hacia la Tierra
de las Especias.

Colón empezó a preparar la expedición en octubre de 1501. Contó con cuatro carabelas y unos 140
tripulantes, que salieron de Sevilla el 13 de abril de 1502 y tocaron tierra al otro lado del Atlántico el 15 de
junio siguiente. Las instrucciones reales eran explícitas: prohibición de desembarcar en La Española, realizar
un viaje rápido de exploración, tomando posesión de las tierras descubiertas, y evitar todo tráfico particular y
la captura de esclavos.

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/13-firma_de_cristobal_colon_s.jpg)Colón viajó por


Santo Domingo y el sur de Cuba. Partió hacia el sudeste en busca de lo desconocido y llegó a la isla de
Guanaja, en el golfo de Honduras, donde los presagios no pudieron ser mejores. Encontraron una gran canoa
de comerciantes, de una cultura mucho más desarrollada que las conocidas hasta entonces. Pero en lugar de
dirigirse al norte, lo que le hubiera llevado al Yucatán y México, y le hubiese hecho entrar en contacto con los
mayas y los aztecas, Colón siguió al sudeste por las costas de las actuales Honduras, Nicaragua, Costa Rica
y Panamá.

No encontró el ansiado estrecho y aunque recogió noticias que le hicieron pensar que se encontraba ante
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un istmo poco amplio que daba paso a otro (/areas/#historia)
gran mar, Colón siguió pensando en la proximidad de Asia.
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El viaje fue penoso por las frecuentes tormentas. Y más angustioso aún fue el regreso, pues a las
tempestades se unió el problema de la perforación del casco de los navíos por un molusco de las aguas
tropicales. Pese a la prohibición de los reyes, Colón puso proa hacia Santo Domingo, dado el lamentable
estado de las naves, de la tripulación y su propio estado de salud, bastante delicado. No pudo llegar, empero,
a La Española y tuvo que improvisar un asentamiento provisional en la bahía de Santa Gloria, en el norte de
Jamaica, el 24 de junio. Allí, la situación llegó a ser crítica. Algunos expedicionarios lograron llegar a La
Española en canoas de indios. Pero, enterado de las penurias de Colón y su expedición, el gobernador
Ovando se negó a proporcionarle medios para el regreso. Mientras tanto, Colón tuvo que hacer frente en
Jamaica a la creciente hostilidad de los indígenas y a la sublevación de la mitad de sus hombres. Al cabo, el
29 de junio de 1504, los supervivientes lograron abandonar la isla y llegar poco después a La Española,
arribando finalmente a Sanlúcar el 7 de noviembre de 1504.

El cuarto y último viaje fue, por lo tanto, el más azaroso de los que emprendió Colón. El incumplimiento
de los objetivos, las dificultades del viaje y la propia delicada salud del Almirante explican las amargas
palabras contenidas en una carta a su hijo Diego, escrita al poco de llegar:

«He servido a Sus Altezas con más diligencia y amor que los que pudiera haber empleado en ganar el
Paraíso; y si en algo fallé fue porque era imposible o estaba más allá de mis conocimientos y poder. Dios
Nuestro Señor, en tales casos, no pide a los hombres más que buena voluntad».

(/images/portales/cristobal_colon/graf/cristobal_colon_ap/14-
tumba_de_cristobal_colon_en_la_catedral_de_sevilla_s.jpg)Desde ese momento, Colón vivió marginado de
cualquier empresa ultramarina.

A modo de balance (/portales/cristobal_colon/obra/bibliografia-colombina-enumeracion-de-libros-y-


documentos-concernientes-a-cristobal-colon-y-sus-viajes--0/), cabe plantear cuál fue la aportación realizada
por Colón y si se puede considerar como el descubridor de América. No se cuestiona que Colón fue el que
estableció el contacto irreversible entre el Viejo y el Nuevo Mundo sino que el tema de discusión es si él llegó
a tomar conciencia de que se encontraba ante un nuevo continente o si siempre se aferró a la idea de que
había llegado al Extremo Oriente descrito por Marco Polo o, cuando menos, a unas islas situadas en sus
proximidades.

Según José Luis Comellas, lo importante es lo que descubrió Colón (/portales/cristobal_colon/obra/los-


cuatro-viajes-de-cristobal-colon-para-descubrir-el-nuevo-mundo-segun-los-manuscritos-de-fr-bartolome-de-
las-casas--0/), no lo que creyó haber descubierto. Si no fuese así, no tendría sentido la celebración del V
(quinto) Centenario del Descubrimiento de América en 1992. Colón hizo una serie de interesantes
observaciones de carácter astronómico a las cuales se les ha prestado una menor atención:

En cuanto a la estimación de la latitud, Colón cometió graves errores en su primer viaje, impropios de un
marino de la época y quizá atribuibles al hecho de que no utilizase correctamente el tosco instrumental
disponible. No obstante, en los posteriores viajes fue afinando mucho sus cálculos, observando la
digresión de la Polar, por lo que Colón acertó con una precisión que no sería superada por marino alguno
hasta la invención del sextante.
Menos fortuna tuvo Colón a la hora de estimar las longitudes por fenómenos naturales sincrónicos. En
dos ocasiones lo intentó a través de sendos eclipses de luna, pero los resultados fueron muy erróneos,
aunque menos de lo que en ocasiones se le achaca.
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Asimismo, en su primer viaje, Colón descubrió la declinación magnética, aunque entonces no llegó a
tener una clara conciencia de su variación en función de la longitud geográfica. No obstante, en el
regreso de su segundo viaje, en mayo de 1496, sí tomó cumplida cuenta de esta variación, de manera
que pudo saber aproximadamente dónde estaba comparando simplemente la dirección de la estrella y la
de la aguja magnética.
Realizó importantes observaciones sobre vientos y mareas. Fue el primero en describir las calmas
tropicales y los ciclones, y observó las diferencias de las mareas respecto a Europa.

Colón vivió sus últimos días (/portales/cristobal_colon/obra/los-restos-de-coln-0/) en una situación


precaria, hasta que murió en Valladolid el 20 de mayo de 1506.

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