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El hombre que vendía tiempo

Gloria Alegría Ramírez

Dirección general: Marisel Muñoz Pradeñas


Dirección editorial: Patricio Varetto Cabré
Asistente de Edición: Ángel Villalobos Faúndez.
Dirección de diseño y producción: Verónica Rosero González
E L HOMBRE QUE

Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,


VENDÍA TIEMPO
puede ser reproducida, transmitida o almacenada,
sea por procedimientos mecánicos, ópticos, químicos
o electrónicos, incluidas las fotocopias,
sin permiso escrito del editor.
GLORIA ALEGRÍA RAMÍREZ

© 2003 EDITORIAL DON BOSCO S. A.


Alameda del Libertador Bernardo O'Higgins 2373
Santiago
Chile
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comercial @ edebe .el

Inscripción N° 128.633
ISBN: 956-18-0559-6

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SEGUNDA EDICIÓN
en los talleres de C&C Impresores,
San Francisco 1434, Santiago de Chile,
en mayo de 2007.

IMPRESO EN CHILE/PRINTED IN CHILE


A María Jesús Baltra, por su inigualable
manera de amar.

A mis hermanos, por lo mismo.

Y a mi padre, por regalarme la


oportunidad de tenerlos.
sa mañana, Mateo se levantó opti-
mista. Es decir, antes de poner un
pie en el suelo supo que ese día
sería mejor que el anterior. No
podía precisar por qué, pero tenía la sensación
1
de que algo bueno le iba a suceder. Era una
de sus mañanas libres. Por eso, decidió que
era el momento indicado para hacer el trámite.
Tomó el desayuno de siempre, aunque esta vez
agregó un poco de mermelada a su tostada con
margarina, y se dirigió a la sucursal más cer-
cana del Banco. No tenía apuro. Entró al lugar
dispuesto a perder una hora o más. Siempre era
lo mismo al momento de pedir préstamos. Pero
él llevaba bajo el brazo la carpeta con todos los
documentos necesarios. Conocía la rutina. No le
causó novedad encontrarse con el salón atestado
de inquietas guirnaldas humanas; tampoco le
importó. Avanzó lentamente hasta un mesón,
sacó un número de la máquina y se apoyó en En realidad, la frase "el tiempo vale oro" no
una de las paredes a esperar su turno. No le lo dejó disfrutar tranquilo la alegría de haber
molestaba el ir y venir impaciente de algunas conseguido el préstamo a 12 meses y la expecta-
personas a su alrededor. Estaba tranquilo, casi tiva de tener pronto un equipo de música nuevo,
feliz, pensando en la compra del equipo de música ni beber en paz el café de media mañana. No le
que había visto en el último catálogo comercial permitió almorzar, ni leer relajado las revistas
del diario, cuando lo sobresaltó la voz gruesa que siempre se conseguía en el kiosco camino a
de un individuo. Mateo pudo apreciar, a pesar su trabajo. Tampoco, dormir, porque en sueños la
de la distancia, las venas infladas y rojas en el frase se le duplicó, triplicó, quintuplicó, se le hizo
cuello del hombre. mil frases dichas por miles de bocas de distintas
— ¡Ustedes no saben, no tienen la menor idea formas, y miles de voces de diferentes tonos e
del valor del tiempo! ¡El tiempo vale oro! ¡Oro! intensidades; la frase convertida en cientos de
¡Oro! ¡No voy a perderlo con personas ineficien- venas hinchadas y rojas cayendo desde el cielo.
tes, ni con este Banco, ni con nadie! Por más que al día siguiente trató de deshacerse
de ella, lo único que consiguió fue que la frase
Su voz pareció rebotar en el cielo y caer sobre
se le hiciera ahora única, indivisible, avasalla-
la cabeza de todos.
dora. L a frase enorme ocupó todo su cerebro,
E l hombre tardó sólo unos segundos en llegar todos sus otros pensamientos arrinconados,
a la puerta de salida dejando tras de sí una estela agazapados, aplastados por la frase "El tiempo,
de manotazos en el aire, murmullos y un par de el tiempo vale oro". L a frase no lo dejaba oír,
empleados estupefactos. ni ver, ni pensar en otra cosa que no fueran las
No era la primera vez que Mateo escuchaba palabras "vale oro". Sobre todo eso: "vale oro".
aquella frase, pero quizás por el aspecto elegante Mateo podía oírla más y más fuerte, sentía sus
del hombre (por lo menos a él le pareció así), pulsaciones en cada parte de su cuerpo, en las
o quizás por la forma en que la dijo, o la voz plantas de los pies, en la punta de sus dedos.
firme y segura o el furor con que había dejado
el Banco, el asunto es que la frase se le incrustó
en el cerebro y no lo abandonó más. "Vale oro. El tiempo vale oro"

ü
sacó un número de la máquina y se apoyó en En realidad, la frase "el tiempo vale oro" no
una de las paredes a esperar su turno. No le lo dejó disfrutar tranquilo la alegría de haber
molestaba el ir y venir impaciente de algunas conseguido el préstamo a 12 meses y la expecta-
personas a su alrededor. Estaba tranquilo, casi tiva de tener pronto un equipo de música nuevo,
feliz, pensando en la compra del equipo de música ni beber en paz el café de media mañana. No le
que había visto en el último catálogo comercial permitió almorzar, ni leer relajado las revistas
del diario, cuando lo sobresaltó la voz gruesa que siempre se conseguía en el kiosco camino a
de un individuo. Mateo pudo apreciar, a pesar su trabajo. Tampoco, dormir, porque en sueños la
de la distancia, las venas infladas y rojas en el frase se le duplicó, triplicó, quintuplicó, se le hizo
cuello del hombre. mil frases dichas por miles de bocas de distintas
— ¡Ustedes no saben, no tienen la menor idea formas, y miles de voces de diferentes tonos e
del valor del tiempo! ¡El tiempo vale oro! ¡Oro! intensidades; la frase convertida en cientos de
¡Oro! ¡No voy a perderlo con personas ineficien- venas hinchadas y rojas cayendo desde el cielo.
tes, ni con este Banco, ni con nadie! Por más que al día siguiente trató de deshacerse
de ella, lo único que consiguió fue que la frase
Su voz pareció rebotar en el cielo y caer sobre
se le hiciera ahora única, indivisible, avasalla-
la cabeza de todos.
dora. L a frase enorme ocupó todo su cerebro,
E l hombre tardó sólo unos segundos en llegar todos sus otros pensamientos arrinconados,
a la puerta de salida dejando tras de sí una estela agazapados, aplastados por la frase "El tiempo,
de manotazos en el aire, murmullos y un par de el tiempo vale oro". L a frase no lo dejaba oír,
empleados estupefactos. ni ver, ni pensar en otra cosa que no fueran las
No era la primera vez que Mateo escuchaba palabras "vale oro". Sobre todo eso: "vale oro".
aquella frase, pero quizás por el aspecto elegante Mateo podía oírla más y más fuerte, sentía sus
del hombre (por lo menos a él le pareció así), pulsaciones en cada parte de su cuerpo, en las
o quizás por la forma en que la dijo, o la voz plantas de los pies, en la punta de sus dedos.
firme y segura o el furor con que había dejado
el Banco, el asunto es que la frase se le incrustó
en el cerebro y no lo abandonó más. "Vale oro. El tiempo vale oro"

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Sin embargo, no fue sino hasta casi las rró finalmente, casi temblando de emoción.
últimas horas de la tarde cuando, como Dos pequeñas y brillantes gotitas de sudor se
un chispazo en medio de la oscuridad, la deslizaron por su frente.
fantástica, la inigualable idea iluminó La idea agrandándose más que las palabras.
su rostro. Fue justo en el momento de ¡Ahí estaba la solución a todos sus problemas, la
asomarse por el pequeño ventanal de su satisfacción a sus más ocultos y pequeños deseos!
departamento. Encima de sus narices Se sintió estúpido pensando en sus irrelevantes
los techos grises, las viejas antenas en sueños, su anhelo de salir de la mediocridad
desuso, la ropa descolgándose desde en que vivía, la pequenez de sus aspiraciones.
los balcones, haciendo más sombra a Ahora podría obtener mucho más que aquellas
los manchones de las murallas. Allá pequeñas cosas, mucho más, infinitamente más
abajo, en la vereda, los tarros y las que un equipo de música o un par de zapatos
bolsas de basura apilados a la espera de marca. ¡Ya había encontrado la forma de
del camión de la municipalidad, que hacer dinero! ¡Acababa de encontrar una nueva
cada día tardaba más en pasar. L a frase forma de hacer dinero! ¡Y él estaba dispuesto a
otra vez desbocándose desde el recuerdo del utilizarla! ¡Estaba seguro de que el suyo era un
hombre del Banco. Una boca imaginaria, la negocio que no existía!
lengua tersa y roja, la úvula al fondo como un
— ¡Voy a vender tiempo! —murmuró una y otra
péndulo detenido:
vez— ¡Eso voy a hacer! ¡Voy a vender tiempo!
¡El tiempo vale oro! ¡Oro, oro!
Mateo dejó entonces escapar la frase por su
boca. Por primera vez aquellas palabras fuera
de su mente, concretizándose. Casi podía pal-
parlas.
— ¡El tiempo vale oro! —gritó, asomándose
por el ventanal, los brazos extendidos hacia
fuera—. ¡El tiempo sí, sí, sí! ¡Vale oro! —susu-
sa noche Mateo pudo dormir un
poco mejor. Aunque sólo un poco,
porque la idea de hacerse rico ven-
diendo su tiempo lo puso bastante
inquieto y, a la vez, lo hizo soñar con las miles
de cosas fantásticas que podría tener: una casa
enorme donde recibir a sus amigos, sus nuevos
amigos, porque de seguro tendría muchos nuevos
amigos, y delicias para servirles, verdaderos
banquetes si se le antojaba, autos de lujo, yates,
hasta avionetas para ir a dejarlos nuevamente
a sus casas y que así nadie desconfiara de que
realmente era una persona rica e importante
como los ricos y famosos de la televisión.
Ya no le cabía la menor duda: ¡El tiempo era
caro! ¡Valía oro! Por lo tanto, se haría millonario.
Iba a vender tanto tiempo como pudiera. Tenía
bastante, porque su trabajo sólo le exigía algunas
horas de dedicación.
Podría vender el que le sobraba, y siem- trabajo pondría el aviso en el diario. Se miró en
pre le sobraba, siempre tenía tiempo para el espejo de su dormitorio. Tendría que buscar un
regalar. E l tiempo es algo que no se puede buen gimnasio para bajar un poco la panza, que
palpar, ni ver. Pero se siente. Se extraña. ya le estaba comenzando a ensanchar la cintura.
Hace falta. Hasta a él, a veces, le hacía No le gustaba su porte, siempre había anhelado
falta. Sobre todo cuando se quedaba ser más alto; bueno, eso era algo difícil de solu-
dormido y, después de levantarse apu- cionar, aunque se convirtiera en un hombre rico.
radísimo, tenía que salir corriendo del ¡Pero su facha sí iba a cambiar! Ésta iba a ser
departamento para poder llegar a la la última vez que se pondría aquella chaqueta
hora a su trabajo, con el pan envuelto imitación de cuero y, desde luego, no tardaría en
en una servilleta para poder comér- ir donde el mejor estilista, uno que le diera un
selo a escondidas del patrón en algún look nuevo, de hombre nuevo. Se miró la nariz
momento de la mañana. Sí. E l estaba grande. Su madre siempre le decía que aquella
seguro de que habría cientos, miles de nariz era vestigio de la sangre noble que corría
personas que desearían comprarlo. Muchas. por sus venas. Sangre azul.
Porque había miles, quizás millones, con muy Cerró tras de sí la puerta del departamento y
poco tiempo. Él siempre lo había escuchado se dirigió a la agencia más cercana del diario más
en todas partes: "No tengo tiempo", "Me falta importante del país. Sin dudar un solo instante,
tiempo", "Estoy tan escaso de tiempo", "El solicitó un aviso grande, destacado, que se llevó
tiempo no me alcanza para nada", "Cuánto la mitad del dinero que había conseguido en el
daría por tener una hora más, unos minutos Banco. No le importó. Después que comenzara
más, un día más". a vender su tiempo, esa cantidad no tendría la
Tan sólo un poco de tiempo más. menor importancia. Sería como un pelo de la
*** cola de un gato. L o primero que iba a ser era
pagar los préstamos, se pondría al día con sus
A l día siguiente, se levantó muy temprano. Tenía tarjetas de crédito y con las financieras. Por fin
algo muy importante que hacer. Antes de ir a su podría respirar tranquilo, dormir en paz.
Por largo rato se quedó mirando el aviso que de pagarlo. Así lo decía la frase, la bendita frase
había ordenado. que había escuchado esa bendita mañana en que
E l aviso decía así: se despertó con la idea de que aquél iba a ser un
buen día. Intuición. También tendría que tener
un lugar donde guardarlo.
VENDO TIEMPO
—En cuanto me paguen mi primer espacio de
Contactarse con Mateo Mate luna
tiempo —se dijo—, iré a comprar una caja de
¿ f o n o 2345678.
seguridad para guardar el oro.
L o siguiente sería depositarlo en un Banco.
Sin duda, aquella mañana Mateo terminó por Elegiría el Banco que menos problemas le había
sentirse muy satisfecho. Y no era para menos. puesto para darle préstamos, o tal vez el que le
Dentro de muy poco, al día siguiente cuando había cobrado menos intereses por los crédi-
el aviso circulara por todo el país, él comenza- tos de consumo. Después de unos días, con
ría a convertirse en un hombre rico. Mientras más calma, vería en qué exactamente lo
caminaba rumbo a su trabajo, los árboles le iba a gastar. A l fin y al cabo, él no era
parecieron más verdes, el cielo más azul y la un tarambana, un loco que no supiera
brisa más fresca que nunca. Se demoró un poco con claridad lo que tenía que hacer... y
contemplando las aves, los jardines, y disfrutó justamente esta idea brillante de vender
con las risas y los juegos de algunos niños en su tiempo lo estaba demostrando.
una plaza cercana. Después, mientras presionaba
Antes de salir del turno, fue donde
el botón para permitir la salida de los autos en
su patrón, le pidió libre el día siguiente
el estacionamiento en que trabajaba, comenzó a
y decidió que iba a pasar por una tienda
organizar mentalmente la forma en que vendería
a sacar a crédito un buen traje para
su tiempo y a cuánto, porque el precio era una
verse respetable cuando llegaran los
cuestión de trascendental importancia.
potenciales clientes. Le gustó la palabra
L o completamente claro era que debían potenciales. Cada una de las personas que
pagárselo en oro. Porque ésa era la única forma ahora podía ver y aun las que no estaban ni

ü
siquiera cerca de él, eran potenciales clientes y
ni siquiera lo sospechaban.
Entró a un malí, vitrineó largo rato y al fin
escogió un terno oscuro que le vendría bien con
una corbata a rayas y unos zapatos de punta ovalada.
Terminó su compra con unos calcetines y camisa a madrugada siguiente lo pilló
del mismo tono, que también combinaban con despierto. A decir verdad, casi no
la corbata, y además un pañuelo de seda para durmió. Se pasó la mitad de la noche
colocarse en el bolsillo de la chaqueta. yendo de allá para acá. Acomodando
Él sabía cómo vestirse para esas ocasiones. los muebles de su pequeño living para poder
Siempre estaba al tanto de lo que se usaba en el atender a sus clientes, repasando una y otra
momento, se daba el tiempo de revisar minu- vez la forma en que contestaría el teléfono, el
ciosamente los catálogos de las tiendas que tono de voz con que hablaría y, finalmente,
llegaban a su domicilio, miraba detenidamente cuál sería el mejor precio para vender el
las vitrinas y, además, le gustaba ir a dar vuel- tiempo. Caro. Muy caro. Muy, muy, muy caro.
tas por la Bolsa y los lugares concurridos por Aunque en un comienzo sólo llamaran un par
empresarios. También era un fiel comprador de de clientes, no iba a bajar el precio. Después
aquellas revistas en las que se resalta la vida de todo, el tiempo es algo muy preciado, muy
social, con noticias del jet-set, del mundo de la necesario, muy escaso y, sobre todo, era S U
televisión y de la farándula. Ahora entendía el T I E M P O . Cuando estaba tomando desayuno,
porqué de aquella casi obsesión; en realidad, su antes siquiera de que aclarara totalmente, se le
destino estaba concebido de antemano, de alguna v i no a la cabeza una idea terrible .Quizás por esa
manera él siempre había sabido que alguna vez cuota de mala suerte que siempre se empecinaba
iba a tener tanto dinero como deseaba, quizás en acompañarlo, pensó que talvez el aviso no
más del que deseaba, mucho más. Profecía. había aparecido, o que lo podían haber publicado
con otro número telefónico, por alguna equivo-
cación. Ya una vez le había sucedido al tratar de cuello y, lo más importante, tenían la bicicleta
vender una bicicleta de ejercicio que tontamente en la casa, en un lugar especial claro, un mini-
se había comprado en la creencia de que iba a gimnasio con otros aparatos como pesas y col-
usarla todos los días. E l entusiasmo por la bici- chonetas y trotadores. Tal vez sería conveniente,
cleta le había durado tan sólo la primera semana. para la imagen del hombre exitoso que deseaba
Para no perder completamente el dinero, decidió crearse, dejar así, como al descuido, la bicicleta
venderla un poco más barata de lo que estaba en de ejercicios a la vista.
el comercio. E l aviso salió con otro precio. Un E l recuerdo de la bicicleta sacó de su mente
precio menor al que él le había puesto. Por esa el temor de que el aviso no hubiese aparecido
razón, no le quedó otra alternativa que tener la publicado. L o mantuvo ocupado sacando la bici-
paciencia de estar toda la mañana dando expli- cleta de la pieza de trastos viejos, limpiándola,
caciones a las personas que llamaron. Todas sacándole brillo y dejándola a la vista de los
respondían desilusionadas que lo que había clientes. L a puso en su pieza, cerca del pasillo, y
llamado su atención era precisamente el dejó la puerta entreabierta para que aquellos que
bajo precio. Finalmente, había decidido ingresaran al departamento la vieran mientras
no venderla, porque si era tanta la gente él iba por un café a la cocina. L a gente siempre
interesada en una bicicleta de ejercicio, mira y hurguetea lo ajeno en esos minutos en
por algo debía ser. Ahora sabía que que el dueño de casa debe responder una lla-
había sido una buena idea no haberse mada telefónica o ir por algo a la cocina. Ellos
desecho de ella. Un azar del destino. se enterarían inmediatamente de qué clase de
L a bicicleta le iba a dar una imagen persona era él. Y además, valorarían más su
diferente. Una imagen de triunfador. tiempo, que no era un tiempo cualquiera. No es
Pensándolo bien, en las películas nor- lo mismo el tiempo de un bueno para nada que
teamericanas siempre salían los tipos el de un profesional o el de un empresario como
más poderosos, influyentes, a menudo él. Sí, eso les tendría que quedar muy claro en
el actor principal, haciendo ejercicio en la conversación inicial.
bicicleta con una toalla blanca puesta al
Después de ordenar la bicicleta y, por décima Hizo parar un taxi y le pidió al chofer lo llevara
vez, los muebles, dos ceniceros en la mesita de al quiosco más cercano. No iba a ser fácil encon-
centro, uno en la del costado, aspirar la alfombra trar un quiosco abierto a esa hora de la mañana.
y echar, un poco, sólo un poco de desodorante Faltaban algunos minutos para las siete.
ambiental aroma de bosque, se fue a la ducha. Se sintió algo extraño cuando tuvo el aviso
Eran apenas las seis de la mañana, pero ya ante sus ojos. L o encontró debajo de un reportaje
no podía soportar la espera. L a ducha fue corta. sobre enfermedades gatunas. Su aviso relucía
Generalmente sus duchas eran más largas, pero si en el centro de la página tal y como él lo había
iba a vender su tiempo, sintió que era imprescin- encargado.
dible comenzar a ahorrarlo desde ya. Nunca más
perderlo en duchas eternas ni en paseos inútiles
por el parque. Iba a tener que cuidarlo muy bien. VENDO TIEMPO
Su tiempo, más que ningún otro tiempo en el Contactarse con Mateo Mateluna
mundo, sí que valía oro. al fono 2345678.
Después de la ducha se vistió, se salpicó con
su loción favorita y se sentó en el living junto al
teléfono, a esperar a que alguien llamara. Estaba No demoró mucho en volver al departamento
en eso cuando lo asaltó nuevamente la idea de con el diario bajo el brazo. A l cerrar la puerta
que el aviso no hubiese aparecido. Se dijo que lo Iras de sí, percibió con nitidez el silencio de la
mejor era ir de inmediato por el periódico. Esa habitación, el orden, el aroma a bosque nativo.
era la única manera de asegurarse de que el aviso Todo estaba bien. Todo, tal y como lo había
había sido publicado tal y como él quería. planeado. Iría a su pieza a acomodarse el traje,
A l salir del edificio, sintió el frío de la mañana. a ordenarse el cabello y volvería al living para
Era un frío seco, las pequeñas cuchillas de viento poner uno de los últimos compactos que había
lastimaron sus ojos. E l ruido de motores lo sor- comprado. Por el teléfono se debía oír una música
prendió; después de todo, desde hacía horas no especial. Una música suave que diera, al que
escuchaba otra cosa que no fuera su propia voz. llamara, una muy buena impresión.
Debió permanecer sentado hasta las diez de la E l hombre, al otro lado, hizo un gru-
mañana antes que sonara el teléfono por primera ñido.
vez. Temblaba cuando tomó el auricular. Escuchó, —Está bien —respondió—. ¿Y cómo
al otro lado, una voz varonil, seca. lo vende? ¿Es decir, lo vende por días,
—¿Habla Mateo Mateluna? meses, años?
Mateo respondió con un "sí" distinto a todos En ese preciso instante, Mateo se
los "sí" que había pronunciado en su vida; de dio cuenta de que no se había dado el
alguna forma, inconsciente tal vez, sabía, enten- t iempo suficiente para planificarlo todo
día que en ese momento comenzaba su otra vida, bien. En su exaltación y e n t u s i a s m ó l o
la de verdad, su vida nueva e importante. pensó en cuánto tiempo iba a vender,
—¿Usted es la persona que vende tiempo? tampoco en que alguien quisiera com-
—preguntó la voz. prar años, aunque era muy difícil que
alguien contara con tanto dinero como
-Sí.
para comprarle años. Además, él no estaba
—Mire, yo soy un hombre muy ocupado, es
dispuesto a vender años. Tal vez uno o
decir, tengo muy poco tiempo, ni siquiera tengo
dos entre los muchos clientes que quisieran
tiempo para ir a su oficina a comprarle el tiempo
comprar. Pero venderle años a un solo cliente
que necesito. ¿Hay alguna forma de hacer la
era algo desmedido, por no decir imposible. Tal
transacción sin que tenga que ir yo por allá?
vez unos cuantos meses. Y eso.
¿Por Internet, tal vez?
—Depende del dinero que usted tenga, por
Mateo pensó rápido. No había previsto que los
días tal vez —titubeó Mateo, tragando saliva.
potenciales clientes tal vez no tuvieran tiempo
para ir a comprarlo. Menos, en vender su tiempo — Bien, entonces —dijo el cliente, algo
a través de Internet. Contestó sin demora: molesto—, ¿cuánto pide por un día? Yo le encargo
u mi contador que saque las cuentas.
—Déme su dirección. Yo paso por su oficina
a dejárselo. Tengo el tiempo suficiente. —Un día... —meditó Mateo—. Un día,bueno,
lu verdad es que yo tengo el precio por horas.
A veces la gente sólo necesita unas horas para se encargara de los papeleos y de llevarle el
solucionar sus problemas. tiempo a los clientes. Era completamente obvio
E l cliente se exasperó. que, si estaban comprando tiempo, no iban a
— ¡Muy bien! ¿Cuánto pide usted por una perderlo yendo por él. Había sido algo estúpido
hora? no pensar en eso. Sonó el teléfono justo cuando
estaba comenzando a anotar sus recientes con-
—Cincuenta gramos de oro. E l Tiempo sólo
clusiones.
puede venderse en oro.
A l otro lado le contestó una voz de hombre,
—De acuerdo —dijo el cliente en el auricu-
pero más joven que la anterior, una voz llena
lar—. Le diré a mi encargado de finanzas que lo
de prisa.
llame. Para comenzar, le compraré ocho horas.
Una jornada de trabajo. Veremos cómo funciona —Llamo por el aviso —le dijo sin siquiera
su tiempo, de qué calidad es. corroborar el teléfono o la identificación del que
lo atendía—. Quiero tiempo. Dígame cuánto
Mateo iba a decirle que de la mejor, pero
vale y cómo lo hago para tenerlo. Me imagino
antes oyó el clic al otro lado de la línea.
que la entrega es a domicilio. No tengo tiempo
Aun así se sintió satisfecho. L a conversa-
de i r a buscarlo.
ción con el hombre iba a serle muy útil, aunque
—Por ahora no hacemos entrega a domicilio
finalmente no llamara ni le comprara nada. De
le respondió Mateo, pensando que iba a tener
ella desprendió la idea de que sería necesario
que contratar en forma urgente a algún encargado
arrendar una oficina para establecer su punto de
ile despachar los pedidos—. Por ahora tiene que
ventas. E l hombre había dado por descontado que
venir a buscarlo.
él tenía una oficina e Internet. Ahora, hasta el
más infeliz tenía Internet. Tendría que dejarse un —Está bien.
tiempo para pensar en eso. Era importante. Iba a Mateo dio su dirección.
ser su primera preocupación para cuando tuviese —¿Y cuánto tiempo necesita? —le preguntó—.
suficiente dinero. De todas maneras, necesitaría Sólo para tenerlo listo.
contratar una secretaria o un ayudante para que

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—¿Qué quiere decir con tenerlo listo? importará ocupar un poco de su tiempo en eso.
¿Lo vende cómo? Es decir, lo da con un Aunque ahora, usted mejor que yo lo sabe, nadie
contrato me imagino, el tiempo es un regala tiempo. De todas maneras, es un alivio
bien intangible. saber que uno puede disponer del suyo algunas
—Sí, sí —exclamó Mateo, pensando veces. A cambio de dinero, por supuesto. Espero
que antes que aquel hombre enviara por que su tiempo valga lo que pide.
su tiempo, tendría que ir por papeles de —Téngalo por seguro —exclamó Mateo, y
contrato. Quizás esos tipos de contrato colgó.
no existían en el comercio, se dijo. L o Estaba bien. E l negocio iba bien. Si seguía así,
mejor sería llamar al conserje y pedirle I legada la noche ya habría vendido lo suficiente
que le comprara un talón de recibos como para arrendar una oficina y tomar una
para empezar. Después llamaría a su secretaria y un ayudante.
padre y le pediría que le hiciese en su
La próxima llamada llegó media hora más
computador un contrato especial.
I ;i rde. Justo en el momento en que había decidido
—Bien, ¿y cuánto vale su tiempo? —pre- i r por el conserje para que le fuera a comprar los
guntó la voz. vales. E l edificio no era de los más modernos,
Con la conversación anterior ya estaba pre- no contaba con citófonos así es que, cuando era
parado. necesario, todos debían ir personalmente por el
—Cincuenta gramos de oro la hora —dijo conserje. Ahora no le gustaba la idea de tener
rápido. que hacerlo, no le gustaba la idea de tener que
ausentarse de su departamento aunque fuera
—Cincuenta gramos, cincuenta gramos
por unos minutos. Los minutos valían dinero,
—repitió la voz—. A ver, con tres o cuatro horas
mucho dinero, valían oro.
quizás tenga. Debo dar mi examen de grado
mañana y veo que no alcanzaré a estudiar todo. Se devolvió y contestó enseguida. L a voz que
Cuatro horas le compro —dijo finalmente la ahora tenía en el otro lado de la línea era la de una
voz—. Mandaré a mi novia por él. A ella no le mujer. Le pareció la voz de una anciana. Tenía
razón. La mujer estaba por cumplir los noventa años. —No. Claro que rro —le respondió—. ¿Desea
Sólo le faltaba un día para hacer realidad el sueño usted que se lo lleve o enviará por él?
de toda su vida: llegar a los noventa y celebrarlo —Mandaré a uno de mis empleados —dijo la
con todos sus hijos y nietos y bisnietos y hasta un mujer—. No se preocupe.
tataranieto que salió por ahí antes de que ella se
—Muy bien. Le haré llegar un contrato que
diera cuenta. Aunque en ese momento estaba bien
le asegure sus veinticuatro horas.
de salud, quería, necesitaba asegurarse de que sí
podría celebrar su cumpleaños como anhelaba La mujer colgó sin despedirse. Pero él estaba
seguro de que era feliz. Pudo sentir un suspiro
y como todos lo estaban preparando.
de alivio más allá de la línea.
—Están poniendo los toldos en los jardines,
Le estaba gustando. Vender su tiempo, aparte
la servidumbre extra está llegando a casa —le
de hacerlo rico, lo estaba entreteniendo, lo hacía
confió a Mateo—, las tortas ya están en los
sentirse bien. Había por ahí algunas personas
refrigeradores.
leIices gracias a él.
Necesitaba la garantía que da el tiempo. Sólo
Miró su reloj. L a mañana se estaba yendo
veinticuatro horas más.
rápido. A las once siempre venía el conserje por
—Son cincuenta gramos de oro por hora —le
algunos recados. Le iba a pedir que le comprara
advirtió Mateo. los vales. No podía darse el lujo de perder su
—No me importa el precio —le dijo la mujer—. I íenipo yendo de acá para allá. Estaba pensando
¿Usted cree que a una mujer de mi edad le pre- cu eso cuando sonó nuevamente el teléfono. Le
ocupa el valor de un sueño? causó expectación el saber quién estaría al otro
Mateo se quedó pensativo. E l valor de un ludo de la línea. Un hombre, un anciano, una
sueño. No. A quién podría importarle el precio nui jer. Se asombró cuando escuchó la voz de
que tuviera que pagar por realizar un sueño. Y NII madre.
menos a esa edad. Si, necesitaba publicar otro lilla lo llamaba para recordarle el almuerzo
aviso, le pondría eso: "Vendo tiempo para que lie los jueves.
usted pueda cumplir sus sueños".
— ¡Mamá! —exclamó, percatándose de su los vales. Tres, en xm acto de optimismo,
olvido. lies. Nunca se sabe.
Los jueves era el día de sus padres. Por Cuando el conserje volvió con los
muchos años nunca había dejado de ir a almorzar talonarios, él estaba conversando con
con ellos. Usaba su tiempo de colación y volvía una mujer que deseaba tiempo para
después a su trabajo con la conciencia del deber regalárselo a su marido.
cumplido. Eso los hacía felices y lo aliviaba a él — E l nunca está cuando lo nece-
de cierto remordimiento que lo asaltaba a veces sito —le decía una y otra vez—, estoy
por haberlos dejado solos. E l negarse a ir le cansada de pedirle unas horas para
causó incomodidad, un poco de tristeza también. los dos, para ir al cine o, por último,
Pero ahora no podía hacer otra cosa. Pudo oír a para dar una vuelta por ahí, tomarnos
través del teléfono apagarse la voz de su madre, un café, una cerveza, conversar un rato.
un pequeño suspiro de desilusión. I il jamás tiene tiempo para mí. Pues bien,
—No me siento muy bien —se excusó—. Iré si yo se lo regalo, no tendrá excusa, ¿no le
sin falta el sábado. Dale mis saludos a papá. parece? Seremos otra vez como antes, como
cuando éramos novios y sí teníamos todo el
Unos golpes en la puerta le permitieron
tiempo del mundo el uno para el otro. Cuando
colgar.
nos quedábamos tendidos bocarriba en la playa
—Están tocando, mamá. Te llamaré des- con las manos entrelazadas, mirando corretear
pués. las nubes, escuchando el ruido del mar.
Sabía que era el conserje. L o hizo pasar y
Desde que había leído el aviso, le explicaba,
lo dejó en el pasillo para ir por el dinero para
no había dejado de pensar en la idea y le pareció
los vales. E l hombre se asomó, curioso. Mateo
maravillosa.
notó que olía el aroma a bosque nativo. Los
ojos movedizos del hombre le causaron gracia. —Se imagina usted, vamos a poder ir por
Sin demorar más de lo conveniente, le encargó ahí, una cena solos, sin amigos, sin clientes de
negocios, sin otras mujeres que le coqueteen que buscar a alguien que se lo cambiara por
ante mis ojos. ¿Se da cuenta? dinero. Hacer un convenio con algún Banco. O
Comenzó a ponerse nervioso. Un leve cos- tal vez venderlo en una joyería. Quizás, se dijo,
quilleo le subió por la espalda. No le gustaban sería mejor dejar de lado lo de los gramos de
las confidencias. oro y simplemente, de ahora en adelante, pedir
Nunca había sido muy hábil con esas cosas dinero. Más simple. Menos problemas. Nada de
y menos con las de las mujeres. tener que andar buscando quien lo cambie. Sólo
depositarlo en la cuenta corriente que abriría al
—¿Cuánto tiempo necesita? —la interrum-
día siguiente, muy temprano, o en la de ahorro
pió.
que le sacó su madre con la esperanza de que
—Tres horas a la semana. Tres horas y media, I ucra un hombre previsor.
mejor.
Nunca le había gustado guardar dinero, en
— A cincuenta gramos de oro la hora —dijo.
realidad, el sueldo apenas le alcanzaba para sus
—Está bien. L o valen. gastos, menos para guardar. Le gustaba andar
L a mujer ni siquiera se había inmutado cuando hien vestido, era importante andar bien vestido
él le había mencionado el valor. y para eso debía gastar, no guardar. Pero ahora
—Muy bien, entonces se lo enviaré mañana NÍ podría guardar, tendría que guardar, pues iba
en la noche. a ser imposible gastar tanto dinero como iba a
Colgó y leyó los apuntes hasta esa hora del tener. Los trámites bancarios los podría hacer
día. Eran apenas las once y media y ya tenía NU secretaria. E l se encargaría del contacto y,
comprometidas: ocho horas al primer hombre, claro, de firmar el recibo y el contrato y todos
cuatro horas al estudiante, veinticuatro horas a los papeles que el cliente quisiera.
la anciana, tres horas y media semanales a esta Lo demás iba a tener que ser tarea de sus
mujer. En total, treinta y nueve horas y media a My uda ntes, del contador, a quien ya había elegido
cincuenta gramos de oro la hora, eran casi dos de entre uno de sus antiguos compañeros de
kilos de oro. ¿Qué haría con tanto oro? Tendría colegio. No había como los antiguos compañeros
lie colegio para esas cosas de confianza. Un con-
tador confiable. Después de todo, la empresa iba sino para comprar una oficina, contratar una
a crecer. Sería un éxito, ¡ya lo estaba siendo! secretaria y un contador!
E l último llamado del día fue el del dueño Antes de tirarse en la cama, pensó que al día
de una pequeña fábrica. siguiente, muy temprano, iría a renunciar a su
—Estoy retrasado en la entrega de unos trabajo en el estacionamiento. Sí. Necesitaba de
muebles a unas unas personas que se los tienen todo su tiempo. Ya no estaba para malgastarlo
que llevar a la playa. Gente de plata, usted sabe, en aquella labor insignificante.
exigente. Disculpe. ¿Cuánto vale su tiempo?
— M i tiempo se vende en oro —le advirtió
Mateo.
-¿Oro?
—Sí, el tiempo se vende en oro.
—Está bien —dijo el hombre—, parece
que me equivoqué. M e imagino que es
muy caro. Tiene usted razón, el tiempo
es algo muy escaso en la actualidad. No
es fácil contar con él. Buenas noches.
—Buenas noches.
Mateo pensó que su negocio era
tan sólo para unos pocos. Elite.
Cuando colgó, sacó la cuenta. Había
sido un día agotador pero productivo.
En total, cuatro días de tiempo. ¡Sólo
cuatro días! —se dijo—. ¡Cuatro días y
tengo dinero suficiente no para arrendar,

££3

^1
- i
urante la noche le fue imposible
dormir. No podía dejar de pensar
en el tiempo que estaba desperdi-
ciando tirado en la cama. Dema-
Nirnlas horas, minutos, segundos inútiles. Se
levantó a las cinco de la madrugada con el firme
propósito de ocupar su tiempo, tiempo-oro en
lina forma más conveniente. En el mismo ins-
luntc en que puso un pie en el suelo, se dijo que
desde ese día sus noches no serían más aquellas
noches largas de antaño, pues el día de ayer le
parecía como de otro siglo, y decidió que desde
fique I mismo día jamás se acostaría antes de la
medianoche y nunca se levantaría después de la
Cinco de la madrugada. E l había leído que las
personas no necesitan más de cuatro a seis horas
de un buen sueño para reponerse. Convencido
de su buena resolución, se preparó un desayuno
frugal que lo mantuviera lo suficientemente
despierto como para tomar en forma acertada
todas las decisiones de ese día.
A las seis ya estaba preparado para salir cabo había sido un buen jefe; la vez que necesitó
a sus trámites. E l más importante era ausentarse no le puso objeciones y era puntual
renunciar a su antiguo trabajo. para pagar los sueldos, además de que respetaba
Por el camino pensó en lo conveniente las gratificaciones y todas las leyes sociales.
que sería no quedar en malas relacio- Él sería igual con sus empleados. Mejor.
nes con la gente, sobre todo ahora ( onsultaría los sueldos promedio y les pagaría
que quizás iba a necesitar consejos de el doble. Total, con el dinero que iba a juntar de
personas con más experiencia que él, aquí a sólo unas semanas, no tendría que preocu-
eso lo admitía sin problemas. Pensó parse por regatearle el dinero a su gente. Sonaba
en el dueño del estacionamiento. E l bien: "Su gente", "Sus empleados". No se había
hombre había sabido construirse un dado cuenta de que tener personas también era
buen pasar comprando aquel edificio gratificante. En realidad, el sólo imaginarlo le
de estacionamiento a sólo unos pasos causaba un placer impensado. Su gente. Sí. Él
de la avenida principal y de los grandes tendría cuanta gente necesitara a su servicio y
almacenes. Había sido inteligente, visio- la tendría contenta. Todos, sin excepción, iban
nario. Él también lo era. Seguramente, con M desear trabajar con él, para él.
el pasar de los años muchos iban a imitarlo. Pensando en eso, llegó despejado y feliz a
Pero, por el momento, el negocio era sólo suyo. Itis puertas del estacionamiento. Encontró al
Había tomado la delantera. Le preguntaría a su 0mpleado de turno dormitando, la cabeza apo-
jefe en qué Banco tenía sus inversiones, cuál le ymta en el vidrio de la caseta. E l reloj marcaba
parecía mejor. IMN siete. L a casi hora que le tomaba el viaje
De pronto pensó en la posibilidad de que su hasta el estacionamiento se le había hecho poco,
jefe hubiese leído el aviso del diario. E l aviso OttNÍ nada. No podía compararla con la casi hora
resaltaba y, al parecer, no era poca gente la que de los otros días, en los que sólo iba pensando
lo había visto. A lo mejor el hombre se interesa- in lo tedioso de su trabajo, marcar tarjetas de
ría en comprarle algo de tiempo. Se lo vendería iltucionamiento, dejar pasar, subir o bajar la
un poco más barato que a los demás, al fin y al burrera y, cuando no venían autos, aprovechar
de leer las revistas que solía prestarle el dueño quedarse esperando". Mateo contó los minutos,
del quiosco de la esquina, además, claro de las horas. Sacó cuentas una y otra vez hasta que
pensar y pensar en cómo terminar con esa vida por fin llegó su jefe.
tediosa. Ahora su divagar era un divagar feliz, — ¡Y usted! —exclamó el hombre al verle—.
lleno de planes y proyectos. Un mundo excitante, ¡Tan temprano! ¿No tiene turno en la tarde?
fantástico,prometedor no dejaba de desfilar ante
Mateo no quiso contarle lo de su nueva
sus ojos.
empresa. Si no leyó el aviso en el diario mejor
Sin muchos preámbulos, le preguntó al para mí, se dijo, no me veré en la obligación de
muchacho si había llegado el jefe. Éste lo miró hacerle rebajas. Sólo le anunció que desde ese
extrañado. Era bien sabido de todos que el jefe m ¡sino día dejaba su puesto y que no había forma
nunca llegaba antes de las diez. Mateo lo recordó de que se quedase más tiempo. E l jefe lo miró
en el instante de verle la cara a su colega. L a idea con marcada molestia. Con brusquedad, le
de tener que esperarlo le disgustó, no sólo porque lli/o notar su desatino al retirarse dejándolo
era su tiempo el que iba a tener que invertir, sino NIII un empleado para el turno de la tarde,
porque ya no daba más por la ansiedad, el deseo pero Mateo no lo escuchó. No porque no
de volver a su departamento ante la posibilidad musiera, sino simplemente porque tenía
de que algún nuevo cliente hubiese llamado y NU cerebro puesto en otras cosas, su
también por la necesidad de contratar pronto Iflente desbordada de expectativas.
una secretaria. Si la tuviera, se dijo, no estaría
Volvió a casa en un taxi, asegurán-
aquí, sino ella, y tampoco tendría que ir por un
düNe a sí mismo que en cuanto tuviera
corredor de propiedades para que le encontrara
tiempo iba a ir por un auto último
un departamento cerca de la zona exclusiva de
modelo, un auto rojo descapotable con
la ciudad, pues la experiencia del día anterior le
IftN llantas negrísimas y esas luces que
había dejado claro que sólo la gente adinerada
iptlrecen y desaparecen y que asemejan
podía comprarle su tiempo.
(N}ON enormes de párpados redondeados.
A pesar de su apremio, se dio el trabajo, porque Iftt un sueño poder soñar y saber que no
en realidad le procuró verdadero esfuerzo, de H ©Níaha soñando, que todo era verdad.
parte de estar un poco desorde-
nado , el departamento tenía casi el
mismo aspecto y el mismo aroma
del día anterior. Sin embargo,
Milico repitió el ritual del orden y del desodorante
ambiental y de la música. Se preparó un café y, ya
Hliís calmado, buscó en el guía de teléfonos una
agencia de empleos. Sin tardar demasiado por el
temor de que alguien lo llamase en ese mismo
ftlomento, pidió una secretaria, una señorita que
ÍMlisara una muy buena impresión a sus clientes
y que fuera trabajadora. Estaba por terminar su
Geíé cuando sonó el teléfono. A l otro lado, una
VO/ varonil lo hizo temblar. Debía ser un cliente,
©tro. Más dinero, más oro.
** —¿Hablo con el señor Mateluna?
—Sí, con él.
- E l Señor del Tiempo.
—¿Ah?... Sí, sí, soy el señor del tiempo. ¿Qué el día siguiente, pues este día había recibido tan
desea? sólo esa llamada, la única. Quizás las personas
—Tiempo. habían creído que era sólo por el día de ayer, se
dijo, o tal vez algunas personas no lo tomaron
—Sí, sí. ¿Pero cuánto? No me ha preguntado
en serio.
el precio.
Estaba pensando en eso cuando tocaron a
—Dígame.
MI puerta. L o sorprendió una muchacha joven
—Cincuenta gramos de oro la hora.
parada en el umbral. No estaba preparado para
—Bien, necesito sólo algunas, por el recibir a la secretaria tan rápidamente. L a chica
momento. era joven, un metro setenta más o menos de
Debo hacer un viaje urgente, por lo que man- OM atura, pelo semilargo y liso, bien maquillada.
daré a uno de mis empleados a buscarlo. Le voy A Mateo le pareció algo fría, muy seria tal vez,
a comprar cinco horas. Usted lo entrega con un pero la tomó enseguida en la esperanza de que
contrato, me imagino. |n muchacha le aliviara las tareas que debía
—Sí, sí, no se preocupe. Anote mi dirección: flliprender. Sin pensarlo dos veces, la envió a
Bernal Sepúlveda 453, Santiago. ¿A qué hora va poner otro aviso en el diario. Uno más grande
a mandar por él? que el del día anterior, con más detalles,con más
— A las tres, en una hora más. palabras. Ahora podía darse ese lujo,
aviso decía:
— ¡A las tres! Pero si recién...
Entonces se dio cuenta de que el tiempo se I
le había pasado volando. L a mañana se le había E A T I E M P O , Y A LO T I E N E .
hecho mínima esperando a su jefe, volviendo a ifl 1234567 o venga a Bernal Sepúlveda
su casa, ordenando el departamento, llamando a L 453. Dpto. 38
Mateo Mateluna. Su servidor.
!
la agencia. Mínima. Miró el sol fuerte que a esa
hora de la tarde siempre entraba por el balcón y No pierda tiempo.
se dijo que iba tener que poner otro aviso para Consulte precios por teléfono.
Cuando la muchacha se fue, recordó que el El día venidero sería un día cansador, estaba
hombre que había llamado no le había dicho seguro, muchas cosas esperaban, el contador, el
para qué necesitaba el tiempo. Bueno, se dijo, departamento y ahora los trámites bancarios.
no todos los clientes van a ser iguales. Además, Todo eso más los clientes que seguro iban a
a mí qué me importa para qué necesitan tiempo. comenzar a llamar. Miró el reloj. Eran las siete.
No es nada extraño. Todos necesitan o quieren I -a secretaria lo miraba fijo. Ya era la hora en
tener más tiempo. A todos les falta. Ésa era la que debía retirarse.
razón de su éxito.
L a muchacha llegó luego, demasiado
pronto según le pareció a Mateo, porque
no había alcanzado ni siquiera a llamar
a la oficina de propiedades cuando ya la
tenía de regreso dispuesta a continuar
con otra tarea. Estaba por decirle que se
encargara ella de las llamadas cuando
sonó el timbre. Era el empleado del
cliente que acababa de llamar. Mateo
le pidió a su secretaria que le hiciera
un contrato. E l hombre le entregó el oro
sin hacer ningún comentario. Cuando
tuvo el oro en sus manos, se dijo que al
día siguiente iba a tener que ir en persona
a cambiar el oro por dinero, porque no
podía pedirle eso a su secretaria. Recordó que
ya había decidido vender su tiempo en dinero,
efectivo o cheque, daba lo mismo.
o sintió la noche, fue como si
hubiera cerrado los ojos para
volver a abrirlos y encontrarse
con la luz del ventanal y el
televisor encendido. Las ocho y media en un
Costado de la pantalla. No podía ser cierto. Se
hnbía quedado dormido. Se había propuesto
levantarse a las cinco de la madrugada y ahora, a
Ills ocho y media, venía recién despertando. Tres
horas y media perdidas. Dinero que se le iba por
•IIIre los dedos. Estaba sentándose en la cama
•Uando escuchó el timbre. Era casi imposible
que fuera la secretaria, pues la muchacha había
Itiedado de llegar a las nueve y eran recién, él lo
|ibía visto en la pantalla del televisor, las ocho
1
piedia. Se puso la bata y fue a mirar por el ojo
la puerta. En el círculo se dibujaba difusa la
||Hpresión aburrida de la muchacha.
¡Un momento! —exclamó todavía un poco
Urdido.
Enseguida corrió hasta el baño y se metió donde no se sintieran los pasos ni el peso del
bajo la ducha. Mientras el agua resbalaba por cuerpo, una delicia al caminar. A l centro de la
su piel, pensaba en que nunca consentiría en sala una mesita con cubierta de vidrio y madera,
presentarse ante su secretaria recién levantado. con ceniceros, cigarrillos y revistas sobre ella.
Le pareció algo indigno de un hombre exitoso Unos sillones de cuero. Unos cuadros. Iría a
como él. Mientras se secaba, se dijo que no iba una exposición y escogería alguno de un pintor
a dejar pasar otro día sin oficina para instalarse, renombrado. Un cuadro difícil de entender. E l
después le entregaría una llave a su secretaria arte complicado siempre despertaba más interés.
para que ella lo esperara allá y no tuviera que Se iría a visitar galerías de antigüedades, para
pasar nunca más por el bochorno por el que eso el tiempo suyo era suyo y de nadie más. Tal
estaba pasando ahora. E n el minuto de pensarlo vez decoraría su oficina con antigüedades, eso
se dio cuenta de lo fácil que se le hacía todo, le daría más clase, la clase era muy importante,
y todo no era más que por el dinero. Sí. sobre todo para alguien que negocia con su
Podía organizar su vida como quisiera tiempo. Ya nunca más consultaría los precios de
gracias al dinero, gracias a su idea mil las cosas: las compraría y nada más, costaran
veces brillante de hacerse millonario lo que costaran, nunca más andar "contando
vendiendo su tiempo. Aun vendiendo lo los pesos", como decía su padre, ni regateando
poco que había vendido, unos cuantos a los vendedores, ni transpirar pensando en que
días nada más, y ya podía hacer planes, no iba a poder pagar una cuenta y después iba a
disfrutar imaginando su oficina con un aparecer en el boletín comercial de los morosos.
recibidor donde los clientes gustaran Nunca más.
de un café con unas galletas, o mejor
un pastelillo, de manos de una de sus De pronto se sintió libre. E n esa libertad no
secretarias, amplio espacio, el piso con le importó no haberse alcanzado a afeitar para
recibir a la secretaria. L o hizo con la seguridad
parquet vitrificado en donde los clientes
del que tiene poder. Cuando abrió, la muchacha
pudieran casi mirarse. O no, mejor alfom-
parecía molesta.
brado, una alfombra mullida y suave y clara

£¿3
—¿La entrada no era a las nueve? —dijo ella, —Aló, ¿con quíén*desea hablar?
con un tono que a Mateo le pareció lleno de —Con el señor Mateluna —dijo la voz—. E l
ironía. hombre del aviso, el del tiempo.
—¿Acaso es más tarde? —preguntó con tono —Con él.
festivo, todavía preso en el regocijo que le habían —Mucho gusto, señor Mateluna. No sabe
dejado sus pensamientos recientes. cuánta alegría me produce encontrarlo. Por un
La secretaria lo miró seria. E l miró el reloj momento pensé que no estaría. Bueno, yo lo
de pared colgado al lado de la puerta. La diez y llamaba para consultarle el precio de su tiempo.
media. Miró el de su muñeca. Las diez y media. Tengo a m i esposa muy enferma, sabe, tiene
Se quedó con la vista fija en los minuteros. Las cáncer, ella es muy joven aún y yo... bueno, el
diez y media. Se lo repitió tantas veces como viernes está de cumpleaños, cumple treinta, ¿se
pudo para poder entender lo que le había suce- da cuenta de la injusticia? Morirse a los treinta,
dido. ¿Acaso se había equivocado al mirar la ¿no le parece demasiado cruel?... E l domingo,
hora hacía tan sólo unos minutos y en realidad mientras estábamos sentados viendo un poco
eran las nueve y media y no las ocho y media? de televisión, se me ocurrió preguntarle qué le
¡Pero una hora de ducha era demasiado, sobre gustaría tener para su cumpleaños. Tiempo, me
todo ahora que él cuidaba su tiempo, tiempo-oro! dijo, sólo un poco más. Hubiese querido dárselo
Tal vez sus pensamientos lo habían traicionado, en ese mismo instante. Hasta ayer eso era algo
se había dejado ir. Además, la secretaria tenía imposible, pero cuando esta mañana vi su aviso,
cara de molesta, una cara de alguien a quien no lo podía creer. Tiempo. ¿Usted tiene esposa?
han dejado mucho rato esperando al otro lado Porque si la tiene, debe saber lo que uno siente
de la puerta. Tal vez era su alegría ante su nueva cuand...
situación. Su alegría la que lo dejaba en el des- Mateo sintió un cosquilleo extraño en el
amparo de la felicidad. Necesitaría tener cuidado estómago. No estaba preparado para ese tipo
en el futuro. Estaba en ese pensamiento cuando de llamadas.
el teléfono lo sobresaltó. ¡Un cliente!, se dijo, y
corrió a contestar.
—No —interrumpió cortante—. No me he después le pasara la comunicación a él. No
casado. deseaba más sorpresas como ésa.
—Hade tener una mujer,una novia, una amiga, —Señor —lo interrumpió la secreta-
alguien a quien querer —insistió el hombre. ria—, ¿desea que llame a la oficina de
—Usted quiere saber el precia,., de mi corredores por lo del departamento?
tiempo. No recordaba cuándo le había hecho
—Sí... claro, por favor. el encargo a la secretaria, tampoco
cuándo la chica le había dicho su
—Cincuenta mil la hora.
nombre, ni siquiera en qué momento
—¿Lo vende en horas?
ella le había entregado los datos para
—Lo vendo como quiera. E n horas, días, su contrato, que ya estaba sobre la
meses. mesa de centro. Aunque el asunto lo
—Bien, lo llamaré luego. L e voy a dar a ella desconcertó tanto como su demora en
todo el tiempo del mundo. Lo llamaré. M i nombre la ducha, no quiso seguir dándole vueltas.
es Matías Salamanca. Ya se veía que el tiempo corría más aprisa
—Está bien, señor Salamanca, llame cuando mientras más se tiene que hacer, se dijo, y
desee. le respondió a la muchacha que realizara todo
lo que tuviera que hacer para conseguir lo antes
No le gustó la primera llamada del día. E l
posible la oficina que estaba necesitando y que
tema de las enfermedades lo ponía nervioso,
tomara nota de las llamadas telefónicas.
más aún el de la muerte. No le gustaba el dolor.
Menos, que alguien se lo pusiera en su mente
justo cuando todo iba bien, cuando el porvenir
se dibujaba prometedor, cuando en su futuro
danzaban cuentas corrientes, lujos, autos. L e
pediría a Sonia que contestara las llamadas.
Por lo menos, que tomara los primeros datos y
\

lcanzó a llegar justo antes de


que el Banco cerrara. Llevaba
un maletín y, dentro de él, el
dinero ganado el día anterior.
Pidió hablar con un ejecutivo.
— M i nombre es Mateo Mateluna —le dijo.
De pronto pensó que el hombre le iba a res-
ponder: "Oh, sí, el señor Mateluna, ya he oído
hablar de usted. Usted es el hombre del tiempo ".
Pero el empleado lo seguía mirando con los
mismos ojos de unos segundos atrás.
—Deseo abrir una cuenta corriente en este
Banco, tengo el dinero aquí mismo, necesito
hacer el trámite de inmediato —continuó.
Mateo sintió la mirada extrañada del
hombre.
—¿Hay algún problema? —le preguntó.
—No, ninguno. Pero debe usted llenar algu-
nos papeles, traer algunos otros, certificados de
sueldo, declaraciones de impuesto.
—¿Impuestos? Mateo buscó la sombra. De pronto, tuvo la
/ sensación de que habían pasado muchas horas.
—Sí, ¿usted es empresario, no?
Comenzó a sentirse cansado, las piernas, los
—Sí, sí. brazos lánguidos. L a sensación de hambre le
—Entonces, hable con su contador. Él provocó unas leves náuseas. Debía descansar.
le explicará. Pero no podía. No podía desperdiciar su tiempo.
Un contador. Él sabía que debía Tenía que apresurarse e ir hasta su departamento.
haber contratado un contador. Pero Sonia debía tenerle ya algunas otras noticias, tal
el tiempo, qué ironía, su tiempo se le vez habían llamado otros clientes.
estaba haciendo poco con tanta cosa
que hacer. Hablaría con Sonia por lo
del contador, quizás ella conociese a
A l bajar del taxi lo sorprendió una muche-
alguien recomendable; no podía ocupar
dumbre apiñada en la entrada del edificio. Se
su tiempo, tiempo-oro en tratar de ubicar
preguntó a qué se debía el gentío. Quizás estén
a algunos de sus antiguos compañeros de
filmando algo, se dijo, siempre elegían la fachada
colegio.
del edificio para hacer algunas escenas de
—¿Está de acuerdo? teleseries y comerciales; parecía que el dueño
—Sí, sí. Hablaré con m i contador. ¿Puede tenía un convenio con un canal de televisión.
venir él mañana? Esperaba encontrarse con algún galán o alguna
—Por supuesto. Si usted desea, podemos de las actrices, cuando el conserje se le acercó
enviarle un empleado a su oficina. corriendo. Traía un pañuelo arrugado en la mano
Pensó en que aún no tenía oficina. y se secaba el sudor de la frente.
—No. Le pediré a mi contador que venga. — ¡Señor Mateluna! ¡Señor Mateluna! ¡Gra-
Salió del Banco y comenzó a caminar en cias a Dios que llegó! Todas estas personas lo
buscan a usted.
dirección a su departamento. Las veredas ardían
en su contacto con el sol.
Dicen que vienen por el aviso del diario. ¿Cuál había perdido la posibilidad de un mejor empleo
aviso, dígame? Y esto no es nada, oiga. Arriba, el por tener el teléfono cortado, además, siempre
pasillo de su departamento está repleto de gente se corría el riesgo de que el teléfono estuviera
esperando. Por eso no pude dejar que siguieran ocupado y los clientes finalmente se aburrieran
subiendo personas, ¿qué acaso está regalando de llamar. Era mejor tener a la gente ahí. Más
algo, don Mate? vale pájaro en la mano que cien volando, se
En cuanto salió al piso se dio cuenta de que el dijo, y pasó a considerar la idea de contratar
conserje no exageraba. Más de una treintena de cuanto antes otra secretaria. Una más y, si las
cosas venían como se anunciaban,quizás dos. Le
cabezas voltearon al sentir el dong del ascensor.
pediría a Sonia que llamara a la misma agencia
Le costó llegar hasta la puerta de su departa-
que la había enviado a ella para que le mandaran
mento. Mientras metía la llave en la cerradura,
una, por el momento. De seguro la chica se
pudo sentir decenas de ojos pegados en su nuca.
pondría contenta.
Cerró la puerta tras de sí y se quedó en silencio,
con la espalda apoyada en ella, mirando a su L e gustó la idea de hacerla feliz. No
secretaria. L a mujer lo miró, ansiosa. exactamente por tenerle algún aprecio,
—¿Qué sucede? —fue lo único que se le al fin y al cabo la venía conociendo
recién, sino por esa sensación de placer
ocurrió decir.
que le causaba el sentirse con el poder
Enseguida se dio cuenta de lo tonta e inútil de
de hacer feliz a alguien. Estaba en
su pregunta. Estaba claro. E l aviso había sido un
sus manos el que la chica se sintiera
éxito. L o decía la calle, el pasillo lleno de gente
satisfecha con su trabajo, a gusto, que
y la muchacha aquella sin saber qué hacer. A lo
llegara comentando a su casa, con su
mejor había sido un error poner su dirección. Era
familia y amigos, lo bueno y conside-
demasiada gente. Mucha gente a quien atender.
rado que era su jefe, tan fantástico era
Pero no, estaba bien. De todas maneras había
que había contratado otra secretaria para
sido mejor la idea de dar la dirección que la de
que la ayudara.
dar su teléfono; con el teléfono siempre suelen
suceder cosas. Recordó las muchas veces que
—Hay veintisiete pedidos, don Mateo —dijo diera una cita para el día siguiente y así poder
Sonia apenas logró sacar el habla—. L a mayoría atenderlos como se lo merecían. Además, debía
necesita el tiempo con urgencia. Algunas per- revisar los pedidos que habían hecho por teléfono,
sonas lo desean de inmediato. M e pidieron que comunicarse con sus clientes. Estaba cansado.
se comunicara lo antes posible con ellos. Y esas Mucho, muy cansado. Un día demasiado agitado.
personas del pasillo, don Mateo, no he tenido Ducharse, ir al Banco y llegar y encontrarse con
el minuto para atenderlas, yo creo que usted aquello. Mañana. Mañana los vería.
va a necesitar otra... —¿Qué hora es, Sonia?
Le gustó que la muchacha se lo propu- —Las nueve, señor. ¿Le importaría mucho que
siera. Y tenerlo ya resuelto. Demostrarle me retirara? Sobrepasé mi horario de trabajo.
que no se le iba detalle.
No le cupo duda de que eran las nueve. L o
—Sí, no se preocupe. Llame de inme-
supo porque, de pronto, se dio cuenta de que la
diato a una agencia para que manden a
lámpara del living estaba encendida, las cortinas
una chica enseguida. No tengo tiempo
del pequeño ventanal dejaban traslucir tenues
para hacerlo yo. Veré cómo me las arre-
los prende y apaga de los letreros luminosos, las
glo con la gente de afuera y, mientras ventanas de la mayoría de los departamentos que
tanto, déme los papeles. lograba ver desde el suyo mostraban luz en su
L o único que hizo fue contar el interior y, además, por el hambre. Su estómago
tiempo que le estaban encargando, tres se retorcía por la ausencia de alimento. ¿Cuántas
meses en total. ¡Sólo tres meses! ¡Tres horas tenía sin comer? L e pidió un café y un
meses eran nada para un hombre que había sandwich a su secretaria y le permitió marcharse.
vivido casi treinta años en busca de lo que Cuando la mujer abrió la puerta, desde el pasillo
parecía inalcanzable! Ahora tenía en sus manos le llegó un murmullo de protesta que le hizo saber
más de lo que alguna vez soñó. Y eso que falta- que esa noche no habría reposo. Iba a tener que
ban los clientes de afuera. E n unos momentos ser el descanso y no los clientes lo que tendría
los atendería. Necesitaba un descanso. Una que esperar. Después de todo, era su trabajo. Su
hora de sueño. Mejor le pediría a Sonia que les
empresa. Y al fin y al cabo, al día siguiente le señora está muy mal,no se ha cansado de llamar,
llegaría más ayuda. Tal vez se iba a poder dejar lo único que le importa es la vida de su esposa,
un tiempo para él. la señora Margarita... si usted la conociera.
Después de terminar su café llamó al primer No quería conocerla, ni imaginársela y tam-
cliente. Se sentía más seguro que las primeras poco deseaba seguir hablando de ella.
veces. Ya no le sudaban las manos y la voz le —¿No la conoce, no es cierto?
salía con más facilidad, le resbalaba por la
—No, no. ¿Y cuánto tiempo desea el señor
laringe como un riachuelo, la sentía placentera. Salamanca?
Le gustó escucharse.
—Tres días. Por el momento. Por la urgencia.
—Viene por tiempo, me imagino. Yo sé que después le va a comprar más. Él me
—Sí, sí. lo comentó, estaba tan contento cuando leyó el
—¿Cuánto es el que desea? aviso. Dijo que le iba a comprar todo el tiempo
—Yo, mucho —dijo el hombre—. Pero en que fuera necesario. Por el momento, es
realidad sería imposible comprarlo. Vengo de para mantener viva a la señora... después
parte del señor Salamanca, Matías Salamanca. se verá... la ciencia últimamente tiene
¿Lo recuerda? Él habló con usted esta mañana. tantos adelantos...
—Sí, sí, cómo no. Pero él dijo que iba a —Sí, sí,entiendo. Tres días. Déjeme
llamar. ir por un contrato.
—Eso iba a hacer. L o que pasa es que a su — E l señor Salamanca le ha enviado
señora la tuvieron que llevar de urgencia a la un cheque. Está a su nombre y cruzado.
clínica. En vista de eso, el señor Salamanca me Si usted desea consultarlo...
pidió que viniera de inmediato por un poco de —¿Consultarlo?
tiempo, aunque de eso hace ya bastantes horas. —Sí... Bueno, de todas formas es
He tenido que esperarlo mucho. Bueno, por fin mucho dinero.
ya está aquí y puedo cumplir con el encargo. E l
señor Salamanca está medio loco, ¿sabe?, su
Era cierto. Era mucho dinero, mucho para
confiarse en la palabra de alguien a quien no
conocía. Iba a tener que hacer un convenio con
esas oficinas encargadas de rastrear los che-
ques robados y sin fondos. Por ahora no tenía
el contacto. Tendría que confiar. No le quedaba
otra. Además, tampoco deseaba perder al cliente. o se dio cuenta de que estaba
Dejando de lado el riesgo y la desgracia del pobre amaneciendo hasta que llegó a su
hombre, podía convertirse en un cliente para un dormitorio y vio a través de las
buen tiempo. cortinas la luz blanca que resaltaba
—Dígale al señor Salamanca que confío en la silueta de los otros edificios. Se había pasado
la noche atendiendo clientes. Ninguno quiso,
él. Ojalá mi tiempo le sea útil.
cuando se lo propuso visiblemente dominado
— ¡No lo dude! —exclamó el hombre, y se
por el agotamiento, dejar el trámite para el día
encaminó a la puerta con el sobre que contenía
siguiente. A todos les urgía, se les hacía indis-
el contrato.
pensable, impostergable contar con el tiempo,
Mateo se quedó mirando el cheque todavía con su tiempo. Más y más tiempo.
sobre el escritorio. "/ Cómo he podido vivir todos
No sabía exactamente a cuántos había aten-
estos años sin tener esta ocurrencia!"', se dijo,
dido, cuántos le habían contado sus historias,
y guardó el cheque en uno de los cajones de su
cuántos habían tratado de indagar cuál era el
escritorio. Salió detrás del hombre y llamó a la secreto para vender el tiempo, como si en ello
próxima persona. existiera algún misterio. L o cierto es que el
pasillo estaba totalmente vacío y él, completa-
mente exhausto, la boca seca, la lengua pegada
al paladar y el cerebro lleno de las voces y los
ojos y las manos de los hombres y mujeres, de
los viejos y no tan viejos que venían por su

te
tiempo, que reclamaban su tiempo como si Ya no le importa tanto la impresión que se
ya fueran dueños de él, que lo urgían para lleve ella al verlo así, sin afeitarse, aún con la
que les firmara los contratos rápidamente, misma ropa del día anterior. Ella comprenderá.
porque el tiempo, las horas, los días, los Sonia sabía, ya se había dado cuenta de cómo
minutos, "Ve, señor Mateluna,y a está era su negocio. Le pediría que insistiera en las
por amanecer, nos ha tenido toda la gestiones para tener pronto otra secretaria y un
noche esperándolo, nos va a tener que contador.
hacer un precio especial, reponernos Abrió la puerta todavía un poco atontado y,
el tiempo que hemos dejado en este pasando por encima de la mirada de reproche de
pasillo." la muchacha, le dio las instrucciones que tenía
Ahora, en el silencio de la semi- pensadas.
penumbra, sólo desea unas horas de Cuando regresó al living, un poco más
reposo. Sólo un momento para dejar repuesto gracias al agua y a la loción que lo
caer su espalda en la colcha, cerrar los hacía sentir seguro, se encontró no sólo con los
ojos, relajar el cuello, irse por la nebulosa ojos de Sonia, sino también con dos pares más
de los sueños, la irrealidad, la mente difusa puestos sobre él. Ojos desconcertados,enojados,
en la ausencia y presencia de sus músculos ojos que desean hurgar, saber.
doloridos. —¿Qué sucede? —les dijo.
E l timbre. E l timbre lo despierta de un salto Sonia tomó la palabra.
y lo hace mirar asustado el sol extendiéndose
—Don Mateo, es que hace mucho que lo esta-
sobre la funda de su almohada y la pared frente
mos esperando—. Cinco horas, señor.
a su cama. E l reloj. Las diez. Sonia. Debe de ser
—¿Cinco horas?
Sonia otra vez. Es mejor que le abra para que
ella tome las riendas de la oficina mientras él se —Sí, don Mateo, ya son las tres de la tarde.
da una ducha, se refresca, se saca las horas en — ¡Pero eso es imposible!
vela, el cansancio, si es que logra hacerlo.

ñ
—Señor, tengo la impresión de que se quedó dirigirse al living con la certeza de estar recién
dormido. Se nota que está cansado... comenzando el día.
— ¡Pero yo estaba en la ducha, ha... hace tan L a secretaria le interrumpió el pensa-
sólo unos minutos que le abrí, Sonia, no es miento.
posible que hayan pasado tantas horas! —Ha recibido muchas llamadas. Tengo
—Hace mucho que usted salió del baño, señor. anotados los pedidos. Llamaron también de la
Sí estuvo en él más de una hora, pero eso fue en oficina de propiedades asegurando que le tenían
la mañana, antes de la hora de colación. un lugar excelente, justo lo que usted necesita.
—¿Hora de colación? Han llegado algunas personas. Están afuera
esperando. Y llegaron ellos, los mandaron de
—Bueno, sí. Tuve que bajar a comer algo. L o
la agencia de empleos.
esperé para avisarle. L o esperamos. Finalmente
tuve que bajar. No quise interrumpirlo en su —Está bien —contestó todavía aturdido—.
dormitorio. Pensé que había decidido dormir Explíquele a ella lo que tiene que hacer, hágale el
un rato. contrato, yo lo firmo después. Y usted —continuó
—¿Está segura de que yo salí hace mucho dirigiéndose al muchacho—, venga,quiero darle
algunas instrucciones, después Sonia le hará el
del baño?
contrato... ¿Usted es el contador, no es cierto?
—Como tres horas. Bueno, don Mateo, yo
—Sí, señor, aquí está mi curriculum.
lo v i .
No supo qué más decir. No había más que Tomó el papel que le extendía el muchacho,
responder o preguntar. Él estaba seguro de que sabiendo que le daba lo mismo en qué instituto
hacía tan sólo unos minutos que había dejado la había estudiado, los trabajos anteriores y sus pre-
ducha, había entrado a su pieza, se había vestido tensiones de sueldo. L e era indiferente porque no
y hasta recordaba muy bien que había olvidado podía dejar de pensar en las horas transcurridas.
el desodorante en el baño y que había sacado No podía dejar de sentir esa extraña sensación de
otro del clóset y se había peinado para luego no haber estado allí. Se sacó a tirones aquellos
pensamientos y se concentró en el muchacho.
L o dejaría ordenando el papeleo y él iría por —Por supuesto, don "Mateo. ¡Y gracias por
un computador. E n realidad, ahora menos que su confianza! —respondió el muchacho, mos-
nunca debía detenerse a pensar, no era el mejor trándole unos dientes parejos y blancos. Unos
momento para enrollarse en sentimientos, sensa- dientes que a él le hubiera gustado tener, sobre
ciones que lo incomodaban,que le succionaban su todo cuando era adolescente. Ahora podría.
inesperada alegría haciéndola casi desaparecer. Iría donde el mejor dentista de la ciudad,
Él estaba bien, estaba obteniendo lo que siempre del país, y se haría el mejor tratamiento
había deseado, ¿para qué detenerse a pensar? de ortodoncia. Todavía estaba en edad,
Además, era una pérdida de tiempo, finalmente todavía estaba a tiempo. Nunca le
una perdida de dinero. habían gustado sus dientes, mejor dicho
Le iba a pedir a Sonia que llamara a una tienda su boca. Por eso, tampoco le gustaba
especializada en computadores y le consiguiera mucho sonreír. Ahora quizás también
un vendedor que les viniera a mostrar algunos podría hacerlo a sus anchas.
modelos o, para ahorrar energías, sólo le indi- —Bien — siguió hablando—, volveré
caría que encargara el mejor, el más moderno. luego.
Él, en tanto, iría a ver la oficina que le habían A l salir de su departamento se
recomendado los de propiedades. Ya la tenía en encontró con la mirada de las decenas
mente desde hacía mucho tiempo. Años. de personas que esperaban en el pasillo.
—Muy bien, muchacho, le dijo sin leer una Agradeció que no lo conocieran, que ni
letra de la página del curriculum. Estás contra- siquiera sospecharan que él era el hombre
tado. Te vas a quedar aquí con las secretarias del tiempo. Sin volver la vista atrás, se fue
ordenando las cuentas, mientras yo salgo un rato. directo a la oficina que la corredora le había
¡Ah!, va a venir alguien a mostrarnos computa- escogido. L a mujer estaba esperándolo en el hall
dores, atiéndanlo y espérenme para tomar una de entrada. Llevaba un traje dos piezas rosa y
decisión. Supongo que sabes manejarlos... los un pequeño maletín bajo el brazo. Después de
computadores. identificarse y saludarlo, subió con él hasta el
piso dieciséis. E l pasillo era amplio, las puertas L a mujer lo miraba atenta. Le pareció ansiosa,
distantes unas de otras. demasiado expectante; le causó una cierta desa-
zón ver en su mirada la necesidad del dinero.
—Le va a gustar —dijo la mujer, detenién-
Ahora más que nunca podía reconocerla. Podía,
dose ante la puerta al fondo del pasillo. Metió
porque era como mirarse a sí mismo hacía tan
la llave en la cerradura, le dio dos vueltas y lo
sólo un par de días.
invitó a pasar.
— ¡Estupendo! —exclamó, sabiendo que los
L a oficina era tal como él se la había ima-
hombros de la mujer caerían con el relajo, el rostro
ginado. En realidad, no era una oficina. Era un
se mostraría suave, la mirada se le ablandaría,
departamento. Ubicado en un barrio exclusivo
la voz chillona daría lugar ahora a una voz más
de la ciudad, no tenía nada que envidiar a esos
grave, más tenue.
despachos de abogados que salían en las seriales
norteamericanas. L e gustaron los ventanales — ¡Sólo queda entonces hacer los papeles!
grandes, el piso alfombrado y el recibidor, y —exclamó la mujer, sacando una carpeta de su
maletín.
además, las oficinas adyacentes para el contador
y las secretarias. Se asomó por una de las terrazas —Lo necesito amoblado —dijo, dejando en
y recibió el eco de los motores y las voces de la suspenso el gesto de la mujer—. ¿Podría usted
ciudad, allá abajo. Estaba tan alto que le causó conseguirme a alguien, una decoradora tal
una ligera sensación de vértigo mirar hacia la vez?
calle. Las gentes se veían diminutas y perdían A la mujer se le iluminó el rostro.
su identidad en la uniformidad de la multitud. —La oficina le puede hacer ese trámite. ¿Para
Eran puntos coloridos corriendo algunos hacia cuándo desearía el departamento y en qué
al sur, otros hacia el norte, cruzándose como estilo?
hormigas disfrazadas de payasos colorinches -¿Estilo?
en busca de sus agujeros. Aspiró hondo el aire
—Bueno, sí. ¿Cómo lo desea decorar? ¿Un
frío de las alturas y cruzó el ventanal hacia el
estilo moderno, más antiguo, tradicional?
interior del departamento.
—¿Qué le parece? —Tradicional, sí, sí, tradicional.
Tradicional estaba bien. Era lo que a la que ahora lo acompañaban en el ascensor. Gente
mayoría de la gente le gustaba. L a tradición. con clase. Elegantes. Bien vestidas. Hablaría con
Las cosas como siempre. En realidad, la corredora y le pediría otro departamento por
no. No a todos les gustaban las cosas ahí cerca, uno más pequeño donde vivir. Uno
como siempre. Repetidas. Rutinarias/ que le quedara sólo a unas cuadras. Y íes com-
L a rutina era de los perdedores. Para praría también uno a sus padres. Nunca más ios
los perdedores. Él era un ganador. pobres viejos soportando vecinos indecentes, las
No. Mejor sería decorarlo al estilo jugarretas de los niños hasta las once de la noche,
moderno, audaz, diferente. $i no los gritos de las mujeres desde los balcones. Les
gustaba, podría cambiarlo. Para eso compraría el departamento que ellos quisieran,
tenía dinero. ¡ en el sector de la ciudad que ellos eligieran.
— ¡ Moderno! — exclamó—. Uri estilo
más moderno.
—¿Vanguardista?
—¿Vanguardista?
—Sí, vanguardista.
—No. No sé, no lo tengo claro. Mejor dígale
a la decoradora que me traiga algunas revistas,
algo de donde sacar ideas. Yo le diré. Mañana
estaré aquí. A las doce.
Subió al ascensor sabiendo que desde ese
momento pasaría la mayor parte del tiempo allí.
Le gustaba el edificio, la calle, el olor de la calle,
el de los pasillos, tan distintos del olor a viejo
del edificio en donde vivía ahora. L a iluminación
clara y tenue a la vez. Le gustaban las personas
tra vez el gentío a la entrada del
edificio le hizo saber que el nego-
cio iba viento en popa, que su vida
estaba yendo sobre rieles, todo
solucionado, todo como siempre
debía haber sido.
Entró sin mirar a las personas. Tampoco quiso
detenerse mucho en contemplar las paredes, las
baldosas del pasillo, las puertas estrechas. En
el departamento se encontró con un hombre y
unas cajas sobre los sillones del living.
—Viene de la empresa de computación —le
aclaró Sonia.
—Buenas tardes —exclamó el hombre, exten-
diéndole la mano—, traemos lo que nos pidió.
Miró hacia los lados.
—¿Traemos?
—Bueno, es un decir. Le traigo lo que pidió a
la empresa: un computador de última generación.
Si quiere, se lo dejo instalado.
—No se preocupe, el joven aquí lo va a ins- Sólo que ese gusto duró hasta el segundo mismo
talar. Él sabe. de poner el auricular en su oído. L o asaltó una
Cuando el hombre del computador se fue, voz agitada, fuerte, desesperada:
no pudo ocultar la alegría que sentía al darles/ — ¡Es usted un infeliz!
la noticia de la nueva oficina a sus empleado^. Sintió que una corriente fría entraba directo
Después de todo, eran SUS E M P L E A D O ; S , por su pecho, desembocaba en su estómago y se
gracias a él ellos iban a recibir un bienestar le extendía por la piernas. De pronto, se le vino
inesperado: trabajar en un departamento como a la mente que quizás algunas personas estaban
el que acababa de comprar no era lo mismo qyte teniendo problemas con su tiempo, es decir,
hacerlo en un sucucho estrecho y oscuro; no eirá estaban teniendo dificultades para disponer del
lo mismo trabajar con el sudor corriéndole a uno tiempo que él les había vendido. Sintió súbita-
por el cuello, que con aire acondicionado; no mente que las cosas tal vez no iban a resultar tan
era lo mismo poder pasearse y vitrinear simples como las había imaginado. Sintió que
por unas calles llenas de jardines y bien un hilo de debilidad le subía por las piernas.
iluminadas, que hacerlo por calles de
— ¡Sí, un infeliz! ¡Un infeliz y tramposo!
mala muerte con olor a orín de gato
saliendo de los tarros basureros. Era —No entiendo... ¿Quién...?
un beneficio para todos. —¿No entiende? ¿No entiende?
En su alegría, le ordenó a la secre- —No, yo...
taria nueva que pidiera unas pizzas —¿Le trae algún recuerdo el nombre Matías
y bebidas para celebrar y se sentó al Salamanca?
lado de las cajas. Se sentía feliz, muy —¿Sala... manca? Sí, sí, por supuesto. Su
dichoso. Sobre todo, sentía la satisfac- empleado vino ayer por tiempo. Se llevó tres
ción del orgullo, el corazón henchido de días, anoche, tarde.
gozo. Estaba dando un suspiro cuando
— ¡Muy tarde! —exclamó la voz—. ¡Demasiado
sonó el teléfono. No quiso que atendiera tarde!
Sonia. Se dio el gusto de contestar él mismo.

&
—¿Cómo dice? Esa imagen lo estremeció. No. No era posible.
—Muy tarde. Me trajo su tiempo cuando ya el No podía ser. Nunca más atendería una llamada
maldito no me servía para nada. M i esposa no sin saber antes quién era. Para eso estaban las
fue capaz de esperarlo. ¿Se da cuenta? ¿Dónde secretarias. No podía involucrarse con ese tipo
andaba usted, señor Mateluna, que no pudo de sentimientos, con las historias trágicas de
atender antes a mi empleado? sus clientes. No. No debía. No podía dejar
—Pues yo... que otras historias le quitaran la felicidad
que se estaba ganando, porque después de
—¡Es usted un desgraciado! ¿De qué me sirve
todo no era gratis, de ninguna manera era
ahora su tiempo? ¿Para que lo quiero?
una felicidad gratis, estaba dando parte
—Pues yo... lo siento mucho,señor Salamanca,
de su tiempo por ella, aunque tiempo
no fue mi intención, no sabía que su esposa estaba
era lo que en ese momento le sobrara.
tan grave, ni siquiera sabía que su empleado me
N i siquiera tenía que ir a un trabajo,
esperaba.. .Usted quedó en llamar, yo creí que... podía disponer de él como quisiera.
en todo caso, puedo devolverle su dinero, no es No, de ahora en adelante serían Sonia
mi intención estafar a nadie... y el contador los que se encargaran
—Usted dijo que iba a estar esperando. Y de las llamadas; él sólo firmaría los
ahora ella ya no está. Murió antes de que llegara contratos y recibiría el dinero... Ellos
mi empleado con su tiempo. Minutos antes... se ocuparían de tener todo en orden, los
Minutos antes. impuestos, los seguros, las cuentas. Era
Iba a repetir que lo sentía cuando sonó el importante. Llevar las cuentas del tiempo
clic del teléfono. Se quedó con las palabras en vendido. Y del dinero.
la boca, con el desasosiego en el corazón. Se le
vino a la mente la voz del hombre, el nombre
de Margarita, la imagen de una mujer joven y
tristemente bella, de blanquísimo rostro, ojos
apenas semicerrados en una suavidad de muerte.
odavía tenía la sensación amarga en
la boca cuando llegó Sonia con unas
copas de vino, el rostro sonriente.
Recordó que estaban celebrando.
Tenían muchos motivos para estar contentos. E l y
ellos. Sus empleados. En el espacio de una semana
tendrían disponible el nuevo departamento, la ofi-
cina. Compraría otros computadores. Uno para el
contador y otro para la nueva secretaria, tal vez
más adelante compraría uno para él y también
uno nuevo para su padre. Las cosas estaban bien.
Sonia le extendió su copa y la levantó haciendo
un brindis por el personal nuevo. Después de eso,
volvió a su escritorio. Enseguida sintió unos deseos
enormes de recostarse un momento, dormir. Iba a
decírselo a Sonia cuando la mujer le habló desde
detrás de su escritorio.
—Don Mateo, una llamada.
—Atiéndala usted, Sonia. Si quieren tiempo,
que se pongan de acuerdo con usted y después
usted me informa.
—Es que dice que es personal. cosas. Además, él no era un hombre millonario,
—¿Personal? era sólo un hombre que estaba comenzando a
—Sí, señor. Dice que solamente puede hablar ganar algo de dinero, un poco más que el resto,
y no lo iba a empezar a botar. No, señor.
con usted.
Se quedó un rato pensativo. No le gustaban —Me puede ayudar, señor Mateluna, porque
las presiones. Nunca le habían gustado. Pero usted sí tiene algo que yo necesito. Tiempo.
quizás iba a tener que tolerar algunas. Todo era Tiempo para mi niño. Para que aparezca
por el bien de la empresa. Si quería crecer, debía un donante. En cualquier momento puede
sacrificar algo. Le hizo un gesto con la mano a aparecer uno, un hijo de otra mujer, un
Sonia y ella le extendió el auricular. accidentado, cualquiera que le pueda
asegurar la vida a mi niño, señor Mate-
—Diga.
luna. Pero los médicos dicen que quizás
—¿Hablo con el señor Mateo Mateluna? no resista mucho, que quizás incluso
—Con él. no pase de esta noche. ¿Se da cuenta?
—¿Es usted el hombre que vende tiempo, ¡Y ya está comenzando a oscurecer,
verdad? las gentes ya están regresando de sus
—Sí, sí. trabajos, la luna ya se ve en el cielo!
—Bueno, señor Mateluna, usted no me conoce Contestó seco. No deseaba escuchar
y tiene que disculparme el atrevimiento de más:
haberlo llamado, pero he acudido a tanta gente, —¿Qué es exactamente lo que desea?
a tantas empresas, he pedido tanto y nunca es Me refiero: ¿Usted me está pidiendo ayuda,
suficiente, nunca basta, pero yo estoy segura de me está pidiendo que yo le regale tiempo? ¿Eso
que usted sí que me puede ayudar. quiere?
Era eso. Ayuda. Había olvidado que el dinero —No, señor Mateluna. No, no, no. Yo no me
atrae a los oportunistas como la mugre a las atrevería a pedirle algo así.
moscas. No estaba dispuesto a tolerar ese tipo de —¿Qué es, entonces?
—Lo que sucede es que yo, pues... el aviso. No y no. No se iba a convertir en un
Escuchó los suspiros al otro lado de la donante de tiempo. No estaba para hacer caridad.
línea. E l siempre se había bastado solo. ¿Por qué siem-
pre había gente pidiendo ayuda? Detestaba a los
—Yo, pues, no tengo el dinero para comprarlo.
mendigos. Todos no eran más que unos flojos, o
No ahora. Pero puedo pagárselo con trabajo, señor
unos torpes que no habían tenido, encontrado la
Mateluna. Tal vez no sea mucho, a lo mejor sólo
forma de ganar dinero. Definitivamente, iba a
unas horas, un día, no lo sabemos. Yo ruego día
tener que delegar funciones y, definitivamente,
y noche por que aparezca un donante. Dios ha de
nunca más recibir llamadas telefónicas sin con-
atender mis ruegos, señor Mateluna. E l trabajo
firmar primero de quién eran. Llamó a sus tres
que usted me dé, yo lo acepto. Yo le pago con
empleados y les dio la nueva orden:
lo que usted desee, señor. L o que usted desee.
L a vida de un hijo vale cualquier sacrificio, —Muy bien, don Mateo —respondió Sonia
el que sea. en nombre de todos.
— M i tiempo vale demasiado caro. No Eso estaba bien. Menos preocupaciones.
le bastaría la vida para pagarme. Más tiempo para él. Más tiempo para vender.
—Yo le firmo los papeles que usted Más tiempo-oro-dinero. Más y más. Y cosas,
comodidades. Y status.. .qué bien sonaba esa
quiera. Por último, piense, señor Mate-
palabra aplicada a sí mismo. Iba a llegar el día
luna, que si no le cumplo me puede
en que acercarse a él sería un honor. Nadie que
mandar a la cárcel y...
se apreciara se conformaría con no haber hecho
Colgó. No podía resistir más. Pri-
negocios con él, no haberle comprado por lo
mero, la llamada del señor Salamanca
menos unas horas. A l fin y al cabo, a todos les
culpándolo de su mala suerte, de la
falta el tiempo alguna vez en sus vidas, pero a la
muerte de su esposa, y ahora esta mujer
gente importante le falta más y más, y claro, sólo
importunándolo con la tragedia de su
la gente importante puede comprarlo, la gente
vida. No. No estaba para ese tipo de cosas.
con dinero suficiente. E l mismo iba a convertirse
No había sido su idea al momento de poner en un signo de status. De eso estaba seguro.

O»?
ncendió las luces del automóvil y
disminuyó la velocidad para bajar
al estacionamiento. Tenía prisa.
Mucha prisa. Sonia le había adver-
tido que sólo contaba con unas horas para ir
a ver a sus padres. E l tiempo restante ya estaba
comprometido, eso se lo había recordado su
secretaria majaderamente en la mañana, cuando
él le anunció su deseo de visitarlos. De pronto
sintió una presión en el pecho y un ligero dolor
de estómago. Los brazos cansados. E l cuello
tenso, duro. Recordó la mirada de su madre la
última vez que había estado con ella. L a voz de
su padre le repetía una y otra vez que no dejara
pasar tanto tiempo sin visitarla. "El tiempo pasa
—le había dicho—,pasa y no regresa ". No había
querido replicarle que él sabía eso demasiado
bien, y menos decirle que los días se le hacían
nada, que el tiempo se deslizaba como agua cio; las paredes, el piso y la tenue iluminación
por entre sus dedos, que siempre estaba escaso del pasillo le confirman la buena decisión que
de él porque lo vendía, que desgraciadamente tomó al regalarles aquel departamento. "Esto es
no todo su tiempo era realmente suyo. Pensó uno de los placeres que he podido darme, ver
cuántos días hacía que no los veía. No podía a mis viejos viviendo en un lugar decente, más
precisar bien cuándo había sido la última vez que decente, como ellos se merecen", se dice
que los había visitado. N i siquiera llevaba bien respirando hondo, sintiendo un ligero y fresco
la cuenta del tiempo que tenía viviendo en ese alivio. Toca el timbre y siente la mirada de su
edificio y de cuánto hacía que Sonia se encargaba padre tras el ojillo mágico. Sin embargo, el que le
de casi todos sus negocios, todo su tiempo, ella, abre no es su padre sino un empleado. E l hombre
que casi no lo dejaba hacer nada que no fuera lo hace pasar sin dejar traslucir en su rostro la
el negocio, poniéndole trabas si quería ir a más mínima emoción. En el trayecto hacia el
un lado u otro, y él tratando de encontrar living, se topa con un espejo que le devuelve
el momento para poder hablarle, porque una imagen, su imagen, su rostro como si fuera
Sonia siempre estaba tan ocupada como el rostro de otro hombre, arrugas alrededor de
él, más ocupada que él, inubicable la los ojos, la mirada sin brillo, el pelo pintando
mayoría de las veces. grises, los hombros caídos y, más allá, a través
Detenerla unos m i ñutos. Eso quería. del espejo, la sala.
"Usted, señor Mateluna, me pidió que —Te hemos echado mucho de menos —le dijo
le organizara sus cosas, no se pre- el anciano al sentirlo entrar.
ocupe, todo está saliendo tal y como Entonces giró hacia la voz. Su padre está
me lo pidió." L a voz de Sonia le resuena sentado en un sillón con la vista fija en el ven-
como esos ecos de los discos antiguos, tanal que da al balcón. Su madre, un poco más
la aguja una y otra vez pasando por los allá en una silla de ruedas, una de sus manos
mismos surcos. L a escucha por encima temblando sobre el chalón a cuadros que alguien
de la imagen de sus padres, de la voz de le ha puesto sobre las piernas, se vuelve al pre-
sus padres, de sus ojos. L e gusta el edifi- sentirlo y le sonríe con ojos dulces.
—Yo también —contestó Mateo con la voz de mis padres, recién estaba saludándolos y de
apretada. pronto me encuentro en el ascensor.
Entonces sintió un ligero temblor en las pier- —Seguramente se retrasó. ¿Recuerda que yo
nas, y el estómago apretándosele como cuando le advertí, don Mateo?
era un niño. E l ascensor se detuvo. Estaba en — ¡Pero es que yo estaba con ellos y de un
el piso dieciséis. Salió de él como un autómata. segundo a otro me encuentro aquí entrando a
A l fondo del pasillo lo esperaban las puertas esta oficina!
automáticas que le abrirían el paso con tan sólo
—No lo sé, don Mateo, seguramente es algo
meter su tarjeta en el ojal. Dentro, un recibidor y que no estaba programado. Hace quince días
una recepcionista que lo saludó amable. Entró a usted me habló de ir a visitar a sus padres. M e
su oficina y se dejó caer en su sillón. Apretó uno imagino que se atrasó, hizo algo antes y por
de los botones del teléfono en forma mecánica. eso...
-¿Señor? — ¡Cómo que me atrasé, Sonia!
-¿Sonia? — ¡Sí pues, don Mateo! ¡Por eso yo
—No, don Mateo. Habla Susana. ¿Quiere que siempre le estoy recordando! Usted es
llame a Sonia? muy distraído, siempre se olvida de
—Dígale que venga de inmediato. No se que no todo su tiempo le pertenece,
demore, es urgente. no todo es suyo.
L a puerta se abrió casi al instante. Delante M i r a a Sonia, los gestos repetidos
de él Sonia se le apareció vestida con un traje de Sonia. Su voz siempre pareja,plana.
dos piezas azul semiajustado, una blusa celeste Su manera indolente de tratarlo. Sí. Ya
gris y el pelo recogido. lo sabe. Es el tiempo que ya no tiene.
-¿Señor? E l tiempo que se hace humo, niebla,
oscuridad. E l destiempo. "Usted es
—Buenas tardes, Sonia. M e ha pasado otra
un hombre afortunado", le había dicho
vez. Recién estaba llegando al departamento
en otra ocasión la misma Sonia, tratando
de apaciguar su inquietud, aquel atisbo de — ¡Dígame, Sonia-! ¿Cuánto tiempo he ven-
zozobra que lo asalta de vez en cuando. "Es dido?
afortunado de tenerme con usted organi- —No puedo responderle enseguida, don
zándole su tiempo. Su tiempo, más que Mateo.
cualquier otro tiempo, don Mateo, es —¿Cómo que no puede? ¡Tiene que respon-
un tiempo valioso, está por sobre el derme, tiene que hacerlo!
mercado, es un artículo único." L a
— ¡Señor, hay mucho tiempo comprometido!
voz de Sonia busca la forma de llegar
¡Tengo que empezar por llamar a las sucursales.
a su cerebro. Se le hace realidad.
Usted sabe, se han hecho convenios con empresas,
—Siempre sucede esto, don Mateo, se han comercializado paquetes de tiempo, aparte
usted me reclama a mí. Pero después, de las empresas que nos han estado comprando
cuando lo llaman los clientes usted no tiempo para sus trabajadores, constantemente,
es capaz de decirles que no, que primero señor, mucho tiempo... Son empresas impor-
lo tiene que consultar, considerar, usted tantes, del exterior algunas. Tendríamos que
se deja llevar por... bueno, usted siempre hacer una revisión general, citar a una reunión
termina diciendo que el cliente nunca deja o, si quiere, puedo programar una reunión por
de tener la razón. Internet.
No le bastaban las razones, las explicaciones,
Miró a Sonia incrédulo. Tiempo ocupado,
no le bastaban la voz, las palabras de Sonia repi-
vendido, comprometido, en convenio. Internet.
tiéndole las mismas cosas de siempre. Ahora, en
N i siquiera sabía usar Internet. Trató de respirar
ese mismo instante y tal vez por el vacío en el
profundo, tomar todo el aire acondicionado con
que había quedado la visita a sus padres, nacía
aroma a pino silvestre que había en su oficina.
en él la necesidad de saber dónde estaba su
—Bien —le dijo—. Llame urgente a todo el
tiempo. E n qué manos estaba su tiempo. Qué
personal y cítelos a una reunión para hoy mismo.
ojos, qué piernas, qué mente, qué sexo estaba
Aquí. No entiendo nada de Internet y no quiero,
usando su tiempo.
no tengo tiempo para entenderlo. Los quiero

'•A
t
aquí a todos. Que los de regiones dejen todo a un

r
lado, para eso están las avionetas. ¡Hoy mismo,
hoy mismo tengo que saber cuánto tiempo he
vendido, Sonia! ¡Hoy mismo!
—Eso es imposible, señor. Tendrá que ser para
dos meses. Su tiempo está vendido desde ahora,
1 ruido del teléfono lo sobresaltó.
dentro de unos minutos hasta dentro de dos
Estaba en su departamento. Solo.
meses, más o menos. Y es sólo un lapso, señor,
E l sobrio reloj de pared frente
unos pocos días que usted se dejó, que dijo que
le bastaban. Usted mismo firmó los contratos, al bergére le indicó que eran las
señor, poco antes de ir a ver a sus padres. Según diez y media de la noche. Apretó un botón y
mis cálculos, tiene usted desocupado unos días el pasó la llamada al micrófono. No tenía deseos
mes de octubre, me pidió que le dejara sin vender de pararse, de tomar el fono.
desde el 6 al 9, porque el 8 está de cumpleaños -¿Sí?
y se quiere celebrar. Hacer una fiesta. Invitar a La voz impersonal de su dama de compa-
todos los clientes más importantes. Bueno, para ñía.
esa fecha podríamos citar a la reunión, yo le —Don Mateo, alguien lo busca.
aseguro que estará acá todo el person... —¿Sabe quién es?
—Un amigo, dice.
—¿Un amigo?
No recordaba a ningún amigo. Hacía mucho que
no veía ni siquiera a los últimos compañeros de
trabajo, los del estacionamiento. Menos recordaba
sus nombres. Pensó en su tiempo de colegio. Todos, estaban comenzando a hablar de mujeres y de
la mayoría ya se habían casado y separado algu- aquellas sensaciones merodeando por sus cuer-
nas veces aun antes que él comenzara a vender pos cuando sus padres resolvieron cambiarse
tiempo. A uno que le había ido mejor que al a otro barrio y entonces él volvió a pasar las
resto le había vendido unas horas, sólo unas tardes en el departamento sin más amistad que
horas para un momento de apuro; recordó las seriales de la tele. Le gustaría que fuera él.
que le había pedido una rebaja y que él Con una ligera esperanza, respondió:
se la había dado y eso lo había hecho —Dígale que pase.
sentirse como hacía mucho tiempo no se L a puerta se deslizó suave y sin ruido. L o
sentía. Amigo. Ningún rostro especial primero que vio fue la punta de un zapato negro
llegó a su mente. Además, ahora él no demasiado brillante, como si lo hubiesen estado
tenía tiempo para andar cultivando lustrando durante mucho rato, mucho tiempo.
amistades. Sólo tenía tiempo para los Enseguida, asomándose por el hueco recién
negocios y para los importantes. abierto, se le apareció un hombre pequeño, regor-
—¿Le dijo cómo se llamaba? dete y calvo, abriendo más y más la puerta. No.
—No, don Mateo. Dice que es una No era " E l Zanahoria". " E l Zanahoria" nunca
sorpresa. estaría calvo. Tenía una champa de pelo comple-
No era un hombre que disfrutara de las tamente indestructible y casi roja que enceguecía
sorpresas. Las sorpresas le parecían algo al mirarla. Sintió decepción. Pero de pronto, en
odioso. Uno nunca sabía cómo reaccionar, la misma oscuridad de ese sentimiento, se le
qué decir, ni siquiera sabía la cara que estaba aparece nítida la boca roja y sonriente de Sonia,
poniendo. No le gustaba que los demás vieran en los ojos brillantes de Sonia tras un antifaz negro
su rostro expresiones que él no controlaba. ¡Un con una pluma coral extendiéndolo más allá de
amigo! ¿Qué amigo? Un calor suave comenzó a su sien, invitándolo a sonreír también, diciéndole
extendérsele por el cuerpo, le trajo remembranzas la cara de alegría que debe poner, porque éste es
de su niñez, de las tardes peloteadas en la casa, un día especial, su cumpleaños. Se lo confirma
de un colorín pecoso perdido en la memoria, la torta enorme sobre el carrito de mano y las
decenas de velas encendidas y el Happy Birth- hubiera dicho que también podía participar de
day que explota y lo rodea junto a las también la fiesta. Seguramente se lo dijo.
decenas de personas que aparecen de improviso
—Felicidades, don Mateo, feliz cumpleaños.
y lo miran desde otras máscaras, enmascarados
todos, enmascarándole a él la angustia de no O sea que ya era octubre, ya habían comen-
querer eso, de desear estar solo para respirar zado los calores, los niños andaban más desabri-
profundo y deshacerse de la sensación asfixiante gados, los árboles estaban tirando sus flores
que lo acosa sin saber por qué, porque se supone a las veredas. L a reunión. Seguramente,
que éste es un momento para estar feliz. Sonia después de la fiesta iba a ser la reunión.
frente a él esperando que sople las demasiadas Ahí estaban López Pérez,Ricardo Pretti,
velas que le dicen los demasiados años que han Fabián de la Fuente con los antifaces
pasado, porque de eso depende el curso de los sobre sus cabezas, riendo a carcaja-
acontecimientos y los acontecimientos tienen das , conversando, haciendo una rueda.
que venir como sea, a como dé lugar. Sopla. Probablemente, también estaban los
Las velas se apagan, el aplauso se extiende más de regiones. Tenía que saber. Buscó a
allá de las fronteras de la habitación y entonces Sonia en la multitud que hacía grupos
aparecen los mozos,las copas de champagne, los con las copas de vino en las manos, el
petitbouchés, las risas, el jolgorio, la música, los salón cruzando el pasillo dejando hacer
globos, las serpentinas que se le enredan en los a las parejas, algunos arrastrándose por
pies y que apenas lo dejan caminar, choca con la música floja, lánguida, evaporada en
los globos, no puede llegar hasta el que le hace el murmullo de todas las palabras juntas,
señas, el señor Veldagueri, empresario extranjero, superpuestas, separadas de pronto por ahí
uno de sus mejores clientes; se tropieza con las en un "¡Feliz cumpleaños, Mateluna! ",como
secretarias que, detrás de sus antifaces, le sonríen si el estar celebrándolo les diera su confianza y,
serviles, hasta el ascensorista se desplaza con por qué no, la ventaja de su amistad.
más facilidad que él, confiado, como si su lugar Sonia. Tiene que encontrarla. Antes de que
no fuera más que el del ascensor, como si él le pasen los minutos, las horas, antes de que la
maldita noche se le esfume en la nada tiene que L a escucha. Sabe que está ahí. Pero él, ¿él
saber si la reunión va, si ella finalmente habló está? ¿Está o es un sueño, un sueño que lo tiene
con la gente, si dejó, si le dejó el tiempo sufi- siempre al borde de un abismo?
ciente. No la encuentra. Hombres y mujeres se —Don Mateo... ¿necesita que le traiga algo
esconden, aparecen y desaparecen detrás de los más?
antifaces, se le confunden, hay tantos como los
No. Nada. Sólo desea volver a su escritorio. A
de Sonia, de seguro los repartieron a la entrada,
su oficina. Quedarse un rato solo. Poder pensar.
a una de las secretarias se le debió ocurrir o a
Ubicarse en el espacio y en el tiempo. Mirar el
Sonia que debe estar por ahí, tiene que estar.
calendario y ver los días que se le han ido. Mira
Todo fluye, se desliza en la noche al compás de
el reloj en su muñeca. Aún es mañana. Debió
los blues y el jazz que no comprende. Sonia no
saberlo por el olor a café que se extiende por
está. No aparece. Sonia siempre se le esfuma.
los pasillos, el café de media mañana, el que le
Como el tiempo. Y entonces la ve. Está ahí
da energías a la gente. De pronto sabe que no
mismo frente a él, sentada en su escritorio
puede, no debe dejar que Sonia se le vaya, debe
tomando unas notas, se detiene y parece
retenerla, pedirle que vaya con él a la oficina.
escucharlo.
Hace mucho que desea preguntarle, saber. Hay
—¿Algo más, don Mateo? una conversación pendiente. Una reunión que
¿Cómo que algo más? ¿Y el antifaz? se ha postergado demasiado.
¿Y el vestido negro ajustado, con el —Sonia, deje eso y venga. Venga, por favor.
escote mostrando el nacimiento de Tengo que hablar con usted.
sus pechos? ¿Dónde se han ido todos,
E l pasillo es largo, largo, las luces palidecen
la música, el baile, las serpentinas
mientras sus pasos avanzan, avanzan sin llegar;
enredándose como culebras flacas en el pasillo se le hace extraño, muy, muy largo,
sus pies? demasiado para ser el de su oficina.
—¿Don Mateo?
Las paredes blancas le confirman su sospecha.
Un olor penetrante le entra por las narices y le
hace recordar aquella vez que enfermó cuando — ¡No sabe cómo lo siento! ¡El trató de espe-
era pequeño. Un hospital. Ahora está en un hos- rarlo, yo le dije que usted llegaría pronto, que ya
pital. No. No puede resistirlo. No puede continuar venía, pero no lo resistió! ¡ Su corazón no resistió!
rebotando de momento en momento, cayéndose, ¡Estaba muy anciano y desde que murió la señora
poniéndose de pie, tratando de entender. Es el Mateluna quedó peor! ¡Solo! ¡Se imagina que
tiempo, don Mateo, resuena en él la voz de Sonia iba a resistir la soledad! No podía ser posible.
otra vez, tiempo vendido, tiempo que ya no es ¿Acaso Sonia se refería a su padre, a su madre?
suyo, usted lo quiso, usted lo negoció, usted se ¿Ellos estaban muertos? ¿Muerta su madre quizás
lo entregó a esta gente, bueno, y usted se está desde cuándo y su padre ahora y él sin siquiera
haciendo rico: sólo ayer compró el cincuenta y poder tomarlo de las manos, darles el consuelo
dos por ciento de las acciones de la Minera Río de su compañía?
Santo.
—Sonia, dígame algo. ¿En qué año esta-
Se siente mareado, con náuseas, siente que mos?
su cuerpo se le va de un lado hacia el otro, las
— ¡Cómo, don Mateo!
paredes se le vienen encima, sin embargo nadie
parece notarlo, nadie le pregunta si le sucede algo, —¡En qué año estamos, Sonia! ¡Dígamelo,
sólo él sabe que tiene la boca seca, la lengua por favor!
como un cartón duro en su boca. ¿Qué es lo —En el dos mil di...
que hace en un hospital? L a respuesta le llega L a voz de Sonia se le transforma en la voz
demasiado pronto. Desde el fondo del pasillo de un hombre, puede verlo. Ahí está frente a él.
se le aparece la figura de Sonia. Sonia con cara Mira a su alrededor. Siente miedo. Las manos
dolorida, Sonia con los ojos tristes lo coge de le sudan.
las manos y lo abraza después envolviéndolo en —Dicen que usted no deseaba venir a este
su perfume dulzón. programa de televisión. Dicen que le tiene miedo
—Lo siento tanto, don Mateo. a la gente. Que prefiere la soledad.
—¿Lo siente? —Dicen.
No sabía qué contestar. N i siquiera entiende —Ésas son exageraciones.
qué es lo que está haciendo allí. ¡Ya! Ahora lo —¿Usted recuerda a alguno de sus primeros
ve. Es un set de televisión. Unos de esos sets clientes?
que lo encantaban cuando era un crío. Se queda —Realmente...
mirando al animador. Es un hombre más bien
—¿Le gustaría ver aquí a una de sus primeras
tosco, la nariz ancha y la boca grande, casi
clientes?
lista para tragárselo. Los labios le dibujan per-
-¡Bue...!
fectamente cada sílaba, cada palabra, los ojos
del hombre lo miran fijo. Quiere irse. Correr. — ¡Pues entonces, recibamos con un aplauso
Salir de ese lugar y respirar profundo el aire de a uno de sus primeros clientes! ¡Una sorpresa!
la calle. Tal vez es de noche y pueda darse el ¡Esta sí que será una sorpresa!
gusto de mirar las estrellas, pero en ese lugar ni L a fanfarria resonó como un circo de barrio,
siquiera puede saberse si es de día o de noche. aquellos circos que se instalaban cerca de su
Las luces le producen calor. Que termine pronto. casa y de donde le llegaban los gritos de
Que la maldita entrevista, el maldito programa los niños y los payasos. Desde un túnel
termine pronto. ubicado al costado de los asientos, ve
—La gente se pregunta qué es lo que lo impulsó venir a una mujer joven que empuja
a vender su tiempo, considerando que para todos una silla de ruedas en la que reposa
el tiempo es algo tan importante. una anciana. No sabe. No tiene idea
de quién se trata. De qué se trata todo
—Eso mismo. Que es algo importante. Que
esto.
todos lo necesitan y no todos lo tienen.
— Y entonces puso un aviso en el diario. Desde la silla, la anciana lo mira
silenciosa.
—Dos, puse dos avisos. Y dieron resultado.
—Señor Mateluna —le dice la joven
—¡Y claro que dieron! ¡Ha vendido tanto
que ahora está detrás de la silla dete-
tiempo que puede decirse que es el hombre más
nida a su lado—, le presento a la señora
millonario del planeta!
Valdivieso. ¿La recuerda? Ella fue una de
sus primeras dientas. Una de las primeras —¡Cien, señor Mateluna! ¡Cien años!
dientas que tuvo confianza en usted. —Eso es imposible. Seguramente me ha com-
Hurgó en su memoria. No. No recor- prado algunas semanas, algunos días que la han
• daba. ¿Para qué querría su tiempo una ayudado en los momentos de emergencia.
mujer tan anciana? Su tiempo era un —Eso fue en un comienzo —explicó la mujer
tiempo valioso, tiempo que hacía joven que acompañaba a la anciana—. Pero
crecer negocios, que lo enriquecía a después pensamos que la abuela debía estar con
él, pero también a los que se lo com- nosotros lo más posible. Entonces comenzamos
praban. Pero una mujer de esa edad... a comprarle semanas. Si la veíamos un poquito
Una mujer que tenía que movilizarse decaída, enferma, nos anticipábamos y le com-
ayudada por una silla de ruedas, una prábamos un poco más de tiempo. En muchas
anciana con los ojos pequeños y enro- oportunidades le compramos meses. Le hemos
jecidos de vejez, la piel arrugada, el comprado un total de dos años. Un total de dos
cabello completamente blanco tomado años en veinte años, señor Mateluna. Somos
en un moño pequeño sostenido en su nuca, sus mejores clientes. Nuestra abuela es su mejor
el cuerpo tembloroso. dienta.
—La señora Valdivieso —repitió la anciana—. Veinte años. Veinte años. Entonces lleva veinte
L a señora Valdivieso. años vendiendo SU T I E M P O . Y según recuerda
—¿La recuerda? ¿La recuerda, señor Mate- y por lo que le ha dicho Sonia, hay empresas que
luna? Entonces se le hizo presente la voz de la tienen tiempo comprado por adelantado. Siente
anciana explicándole un sueño. Sí. L a recordaba. que no puede respirar. E l corazón late tan fuerte
Recordaba el día que ella lo había llamado. dentro de su pecho que apenas si puede abrir la
boca para que le entre un poco de aire. E l aire
—Le ha comprado años, señor Mateluna. L a
le entra caliente y lo ahoga aún más. No puede
primera vez fue a los noventa. Ahora... Adivine
ser cierto. Esto es una pesadilla. Una pesadilla,
cuántos está por cumplir.
se dice y se repite, mientras mira a la mujer
—Bueno... senil que yace como una muñeca de trapo en
la silla de ruedas. Ahí está su tiempo. Tiempo la voz de Sonia que seTe convierten en una
atrapado en un cuerpo inútil, una mente perdida sola cosa, huye sin saber hasta cuándo,
en la demencia. Quiere hablar, pero no puede, sin saber si podrá llegar, no sabe si es
ni siquiera sabe si quiere hablar, a lo mejor tan cierto o no que tiene algo de tiempo,
sólo gritar para lanzar un aullido. Los ojos de unas horas para hacer un negocio, le
la anciana se fijan en su inquietud, parece que advierte Sonia, se aferra a los minutos
saben de su angustia, parece que la comparte inútiles, corre para ver el cielo, pero
tratando de sostenerse apenas para no desmoro- ya no corre, otra vez está ahí con el
narse, para no irse hacia delante, para no dejar teléfono en la mano.
caer la saliva que se le desliza por una de las Es de noche. Ahí en la oscuridad
comisuras de los labios y que la mujer joven no sabe cuánto tiempo hace que iba
limpia con esmero. camino al aeródromo. Tiene que llamar
Entonces se da cuenta. Tiene que encontrar a Sonia, hacer el intento, siente las
una salida. L a salida. Está tan atrapado como piernas pesadas, las manos débiles; en la
esa pobre vieja. Tan prisionero como ella. Debe oscuridad de la habitación puede vislum-
huir. Pero no tiene piernas, es como si no tuviera brar sus manos nudosas, los dedos flacos y
piernas. E l hombre mueve los labios, aplaude, temblorosos tratando de coger la agenda que
aplauden la mujer joven, los técnicos, los cama- está sobre la mesita, a su costado; no recuerda
rógrafos, los iluminadores, el público que está el teléfono de Sonia, la voz de Sonia le resuena
apiñado en una galería pequeña. Siente las venas más gruesa allá al otro lado de la línea,le explica
grandes en el cuello, le palpitan, y ahora la voz que a lo mejor se quedó dormido muy temprano
de Sonia que lo llama desde el citófono y le dice, porque estaba programado que disfrutara de la
le recuerda que debe ir a ver la nueva propiedad puesta de sol desde la terraza, lo que pasa es que
que compró, que la avioneta está esperándolo en a veces los computadores también se equivo-
el aeródromo, que se dé prisa porque si se retrasa, can, "Don Mateo, usted sabe, no son infalibles,
no alcanzará a estar a tiempo, y entonces corre, nosotros siempre, constantemente nos estamos
corre, corre, huye de los ojos de la anciana y de
preocupando por usted, don Mateo, los negocios
están bien, no se preocupe, la empresa camina."
Y entonces sabe que será siempre así. Siempre
ausencia. Habrá un día, un minuto, una noche
en que su corazón dejará de latir. Y él no estará.
No lo sabrá. No se dará cuenta. N i siquiera se
dará cuenta del momento de su muerte. Se que-
dará en el umbral. Necesita ir, correr, decirle a
Sonia que ya no venda más su tiempo, ¡todo lo
contrario!, que busque a alguien a quien com-
prárselo. Todo su dinero, todo por unas pocas
horas. Algo, algo, porque si no, se quedará ahí,
ahí en esa oscuridad.
Eternamente.
En la nada.
En el vacío del destiempo.
Sus dedos se aferran con fuerza a los brazos
del sofá. Siente que se hunde en su blandura. L a
oscuridad de la habitación lo aplasta como si
tuviera peso. Entonces grita. Un grito extraño,
destemplado, ínfimo, surge apenas de su garganta.
Un grito que nadie oye.
Porque otra vez no está.
No está.

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