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Los 

principios son reglas o normas que orientan la acción de un ser humano cambiando


las facultades espirituales racionales. Se trata de normas de carácter general y universal,
como, por ejemplo: amar al prójimo, no mentir, respetar la vida de las demás especies, etc.
Los principios morales también se llaman máximas o precepto constitucional.
Los principios éticos son declaraciones propias del ser humano, que apoyan su necesidad
de desarrollo y felicidad. Los principios son universales y se los puede apreciar en la
mayoría de las doctrinas y religiones a lo largo de la historia de la humanidad.
Immanuel Kant fundamenta la ética en la actividad propia de la razón práctica.
Considera principios aquellas proposiciones que contienen la idea de una determinación
general de la voluntad que abraza muchas reglas prácticas. Los clasifica como máximas si
son subjetivos o leyes si son objetivos.1
Los principios éticos son declaraciones propias del ser humano, que apoyan su necesidad
de desarrollo, felicidad y responsabilidad. Se hace un principio ético como consecuencia
del descubrimiento humano para catalogar una acción beneficiosa o perjudicial para sí
mismo o su raza. Estas declaraciones guían su conducta, su percepción de la realidad y
su pensamiento.2
Por otro lado, Stephen R. Covey define los principios como faros y como leyes
naturales que no se pueden quebrantar. Tal como observó Cecil B. DeMille en torno a los
principios contenidos en su película «Los Diez Mandamientos»: «Nosotros no podemos
quebrantar la ley. Solo podemos quebrantarnos a nosotros mismos y en contra de la ley».
Así, la «realidad objetiva», el territorio del ser humano, está compuesto por principios
(faros) que controlan el desarrollo y la felicidad humana. Son, en sí, leyes naturales
enraizadas en la estructura de todas las sociedades civilizadas a lo largo de la historia y de
aquellas instituciones que han perdurado. Algunos de estos principios son la rectitud,
integridad, honestidad (Estos dos últimos crean los cimientos de la confianza),
la dignidad humana, el servicio o idea de contribuir, el potencial, entre otros. Tales
principios son verdades profundas, de aplicación universal. Se aplican a los individuos,
las familias, los matrimonios, y organizaciones de todo tipo. Es decir, son directrices para
la conducta humana que han demostrado tener un valor duradero, permanente. Para
captar su naturaleza únicamente basta con considerar vivir una vida basada en sus
opuestos tales como la mala fe, el engaño, la bajeza, la inutilidad, la mediocridad, entre
otros.3

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