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La costumbre del vacío

Adriana Dorantes
Nunca me odio tanto como después de almorzar o cenar. Tener el estómago lleno equivale,
en mí, a la caída en una maldición eterna. Si me pudiera coser la boca, si me pudiera
extirpar la necesidad de comer. Y nadie goza tanto en esto como yo. Siento placer
absoluto. Por eso tanta culpa, tanta miseria posterior.

Alejandra Pizarnik

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1. Se cuentan las semanas y los días y las noches, las horas que faltan para terminar la

jornada y temer por el comienzo de la siguiente con el hambre de días y noches y semanas.

Y se cuentan las horas de sueño, para que el sueño otorgue menos conciencia de la

desesperación.

La saciedad es individual,

in-compartida.

Como un instinto primitivo, busco y anhelo su encuentro.

La satisfacción de la saciedad: mecanismo descompuesto.

Silenciosa como huésped amable, habita en mí para sembrar el temor y la vergüenza.

Cuando debería ser un placer encumbrado en el nivel más alto del goce,

sin endorfinas de por medio

—satisfacción pura—,

para mí es motivo de vergüenza.

Mi saciedad me trastorna, me reta.

Desearía poderme saciar con dolor y lágrimas,

que el estómago estuviera lleno y sin demandar alimento.

Comer es transgredir.

Es un pecado condenado desde hace siglos,

—aunque haya sido por un dios que se transmuta en pan y vino.

Soy un número: estadística.

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Las operaciones matemáticas pertinentes me colocan en un cuadro alarmante

que me convence de ser un error en el mundo.

A solas me duelo por las veces en que me he sentido satisfecha.

(La soledad se parece a la saciedad,

es igualmente individual,

in-compartida.)

Una voz dentro de mi cabeza es el juez.

He hecho mal.

No merezco la saciedad.

Los gordos no merecemos la saciedad.

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[Hechos 1]

La belleza está circunscrita a las tallas

y el gusto está domesticado para privilegiar lo menudo

y lo “bien proporcionado”.

Una mujer fea,

con el debido arreglo y la importantísima delgadez,

fácilmente se convierte en una mujer hermosa.

Una mujer gorda,

con el debido arreglo,

no es más que una mujer gorda.

Sólo cuando pierda peso tendrá la atención de los otros:

será bella.

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2. Se cuentan las mentiras dichas cuando la gente ofrece tal o cual alimento: el pastel en la

fiesta, el inocente pan que acompaña el guiso o el arroz. Se cuentan las veces en que se

rechaza lo ofrecido: se cuentan, fabrican e inventan las mentiras.

Durante las festividades

los mapuches ponen la comida en primer lugar.

En año nuevo cocinan en abundancia

y los invitados guardan los sobrantes para llevarlos a sus casas.

La comida es para ellos ritual sagrado,

une con la naturaleza,

genera hermandad.

(Si un extranjero es capaz de comer lo que ellos preparan

se coloca en el mismo nivel de igualdad

en armonía).

Qué dirían de mí los mapuches

si fuese invitada a su mesa

cuando rechazara su pan cocido en el rescoldo,

sus sopaipillas recién salidas del aceite.

Qué ofensa les haría si no aceptase sus empanadas,

sus platillos hechos a base de cereales,

su vino de trigo fermentado.

No comer lo que todos es un alejamiento a conciencia,

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una forma grosera de diferenciarse.

La sutil pero sólida hermandad existe más allá de los mapuches.

Recuerdo esto cada que me arrojo a la segregación voluntaria

de no comer lo que otros acostumbran.

Compartir la mesa es un convenio de afecto no racionalizado,

y rechazar lo que todos comen supone una ruptura discreta pero inmediata.

El aislamiento se da en pequeñas acciones.

Llevar lechuga como base de todo el alimento.

Comer en horarios propios.

Cargar egoísmo en un recipiente que no se comparte

ni se identifica con los de los otros.

Rechazar lo ofrecido.

Lucho por aquello que creo que quiero.

Lucho con vergüenza.

Lucho contra lo que realmente quiero.

Recuerdo la filosofía de vida de los mapuches.

La comida es un ritual de sociedad: si no se participa no se pertenece,

no encaja.

A cada negativa se cierne sobre mí la discreta alienación de las miradas.

Es incomprensible por más que trate de explicarme.

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Adoraría comer los manjares.

No quiero ser ofensiva,

me da pena ser grosera,

pero me hace sentir peor ser gorda.

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[Testimonios 1]

Se encontró en la calle a una vieja conocida.

Sorprendido,

hizo un comentario halagador sobre la belleza y delgadez que ahora ostentaba,

y que antes no tenía.

Ella guardó silencio ante el halago.

Meses después él se enteró de que la pérdida de peso

se debía a una enfermedad crónica

que hasta el momento no tenía cura.

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3. Se cuentan los ingredientes contenidos en la leche vegetal; a medida que avanza la

lectura, éstos se hacen más impronunciables. Qué más da si lo importante es que no

contiene azúcar.

¿Qué son las colaciones?

De niña me enseñaron que eran un premio.

En los regímenes para bajar de peso

las colaciones son frutas a medias o raciones ridículas de gelatina sin azúcar.

(Hay algunos en los que las colaciones no existen

y las frutas están prohibidas).

De niña no era necesario comer cinco veces al día.

Ahora, tantas resultan insuficientes.

¿Qué solución hay cuando la colación es una toronja pequeña?

Se come, se sigue con la vida.

Cuando veo la toronja en el plato

recuerdo a la madre de Harry en Réquiem por un sueño;

pienso en la simplicidad de sus deseos:

que el cierre del vestido rojo alcance el cenit de su anatomía.

Ella come una toronja y un huevo duro;

sorbe a fuerzas una taza de café negro.

El hartazgo la lleva a buscar un estímulo más fuerte,

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ése que la lleva a la perdición y a la locura.

A los nutriólogos se les olvida decirnos cómo no volvernos locos.

Las colaciones, es muy importante respetar las colaciones.

Da lo mismo que no quiten el hambre.

Se hace lo que se debe.

La colación es un premio momentáneo al hambre feroz que abre su camino

poco después de comer nada más que lechuga y otros pocos vegetales.

La colación es un control para el hambre que vendrá después,

un engaño,

un falso premio,

una pizca de satisfacción.

El hambre no va a saciarse con los elegantes nombres

que aparecen en los menús;

seguirá después de cenar el smoothie de fresa con leche de coco

—nada de azúcar—

con su rebanada de pan integral tostado

—la única del día—

y una porción medida de queso cottage.

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[Testimonios 2]

Contra lo esperado,

encontró a alguien que la quiso gorda y se casó con ella.

En la boda usó un vestido amplio con detalles púrpuras

y una tiara de flores naturales.

Después de varios años

todavía piensa en aquel otro atuendo:

un vestido entallado, modelo y talla única en la tienda,

que no pudo usar porque le quedó chico.

Piensa en la joyería que habría preferido para combinar con ese vestido soñado;

en los recuerdos que hubieran sido diferentes,

en las flores de la tiara, de otros colores,

incluso en la decoración del salón y los manteles de las mesas.

Sobre todo, en ese vestido con detalles naranjas, hermosos,

que su talle no le dejó usar.

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4. Se cuentan los kilos y los gramos, las mínimas variaciones en el peso entre una semana

y la otra, entre un día y otro, un puñado de horas de distancia: los kilos y sus diminutos

ascensos y descensos: 78, 77, 76, 76.500, 77, 76, 78, 78, 78.

Hace años, todavía adolescente,

soñaba con vivir sola en un departamento arreglado con caprichos a mi medida.

Tener adultez suficiente para prescindir de controles parentales,

realizada en el trabajo y la recompensa del descanso al final del día.

Gozaría de un salario suficiente y bueno,

llegaría a mis aposentos hambrienta.

Y el hambre sería, tranquilamente, una necesidad digna de satisfacer.

Incluso deseaba tener hambre exacerbada,

el disfrute individual de satisfacer el deseo y la alegre posibilidad de hacerlo.

El anhelo: una pizza familiar y la certeza de no compartirla con nadie.

La imagen: yo en mi sofá, con una buena cosa que ver en la televisión.

También pensaba en la felicidad,

aunque no me hubiera aventurado a ponerle un nombre.

Comer era una forma de felicidad.

Pero nada se logra como se sueña.

Crecí.

Podía cumplir el ritual de la pizza,

la soledad era mi reina y le rendía pleitesía.

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Al pasar de los años,

no he tenido aún la determinación de comprar la pizza y mirar la televisión.

Qué culpa tan tremenda tendría que expiar una vez engullidas las 1,800 calorías.

No tengo el coraje de completar la misión.

O sí, pero es más grande la culpa.

Me refugio yace entonces en los reemplazos.

En cuanto a la soledad,

ella sí permanece;

no me pide máscaras,

se adhiere a mí como la única compañera.

Ella sabe de la vergüenza,

aunque a ratos solapa mi necesidad de comer cosas prohibidas,

me vigila.

La coherencia me ha alejado de la comida y de su placer.

Comer es un regalo que me llena de tortura.

(A veces, en días de lucidez o bruma,

ya no sé,

me pregunto si de verdad es tan malo pesar 78 kilos,

si debo obligatoriamente dejar de ser obesa,

por qué la talla M no es suficiente,

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por qué algo tan placentero y normal,

en mí se transforma en

el horror del rechazo y la vergüenza.)

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[Estadísticas 1]

El valor de las mensualidades del gimnasio

—alberca, salones para clases grupales, instructor y área de cardio y pesas—

por un año completo equivale a más de lo necesario

para un tratamiento de ortodoncia que,

de hecho,

sí mostrará una mejoría en aquello que se intenta mejorar.

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5. Se cuentan las porciones. Se suman. Se comparan. Las grasas saturadas y no saturadas,

las trans, los carbohidratos netos y los azúcares. ¿Cómo entender los porcentajes?

Querido diario:

Soy amiga de alguien que desprecia a los gordos.

Corrección: era.

Antes teníamos todo en común y las pocas diferencias se sobrellevaban con risas.

Poco a poco se convenció de que había que despreciarnos, a nosotros, los gordos.

Ante la inminente ruptura, decidí eliminarme de su círculo.

Siempre he sido gorda, ligera o considerablemente, dependiendo de los ojos.

La misma condición que cargaba a su lado ahora es motivo de desahucio.

Tiene razón.

El hecho es que hay un defecto,

una falla que rasga,

que se muestra y que duele.

Yo soy lo que no se debe mirar,

mucho menos admirar.

La amistad no trasciende los estereotipos, nunca seré digna.

No hay conciliación posible.

Cargo el error en mi anatomía.

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[Hechos 2]

Dos personas de la misma edad y altura

que son alimentadas de la misma forma

y sometidas a la misma actividad física

tienen diferente peso y complexión.

Estas dos mismas personas

tienen diferentes grados de colesterol o triglicéridos,

pueden desarrollar cáncer o cualquier otra enfermedad

independientemente de lo que comen o cómo se ejercitan.

La genética,

la constitución ósea

y la individualidad de los organismos

juegan un papel importante en los resultados.

Pero al exterior estas cosas no son importantes.

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6. Se cuentan las tallas, de la cero hasta aquella que todavía conserva la normalidad y la

belleza —¿qué es la belleza?—. Cuento las prendas acomodadas por tallas hasta llegar a

la mía, 0, 2, 4, 6, 8, 10, a veces otra. Me quedo en la 12 casi siempre, y siento que no es

malo, ¿por qué entonces no es suficiente?

Le escribí una carta a Nahui Olin, después de ver sus fotografías en el museo.

Me he enamorado de ella.

Pero en la carta no dije eso.

Aun si pudiera escucharme, pensé, qué le importaría.

Nahui no querría verme siquiera.

Le hablé de algo que seguramente ignoró toda su vida: la envidia.

Querida Carmen, escribí.

(Carmen se llamaba, aunque no entendí por qué con su hermosura necesitara

esconderse con otro nombre.)

Encontré, maravillada, tus fotografías.

Escribió una vez Emily Dickinson que las cosas se conocen a partir de sus opuestos:

la tierra por los océanos navegados,

la paz por las batallas,

el agua por la sed.

Así también se sabe la belleza indiscutible por la fealdad,

la delgadez por la gordura.

Así yo quise saberme a través de mi contrario: tú.

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Pareceríamos tan similares,

determinadas por el género y alguno que otro detalle mínimo.

Y sin embargo hay abismos que nos crean diferencias.

No hay en mí nada digno de mostrarse, Carmen,

en cambio tú iluminas en cada movimiento.

He hecho ya la enumeración de las cosas que resaltan en mí en horror,

frente a la pulcritud de sus símiles en ti.

Comparo tus senos perfectamente redondos y simétricos.

No voy a evitar comentarte que los míos tienen granos

y carecen de la suavidad que tú ostentas sin pena.

Todos sabemos ahora

—por la indiscutible educación que nos provee el televisor—

que únicamente lo perfecto es admisible,

digno de considerar, enaltecer, mirar.

Tus piernas, Carmen

—la longitud, la firmeza,

la simetría, que sabemos es lo digno de belleza—,

son la armonía en un ser humano

como si la desnudez hubiera sucedido fuera del tiempo del pecado,

en total casualidad.

Si pudiera contarte de la pena que siento por mis piernas, Carmen.

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La fealdad ha estado con ellas desde que tengo memoria

(y no miento, uno se da cuenta de sí mismo desde la niñez).

La superficie rugosa y blanda que me atañe,

altos y bajos prominentes por las venas hinchadas y verdosas.

¿Cuántos años tenías cuando te tomaron esas fotografías?

Tal vez puedo justificarme

porque ya soy mucho más vieja

de lo que tú eras en ellas.

Pero me engañaría, Carmen,

porque aún en mi juventud más tierna ya era fea.

Mi piel es un conjunto de manchas desiguales,

con esquinas donde no debe haber esquinas,

con caminos que separan las tonalidades.

Imagino que fue muy fácil para ti, Carmen,

quitarte la ropa y contorsionar,

salir a la lente sin pensar en aquello que entonces llamaban pudor.

Carmen,

¿tú sabes qué es la pena por uno mismo?

Te hago una pregunta absurda,

es como la envidia,

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algo que no sabrías entender.

¿Cómo se hace a un lado la pena

por ser algo tan desagradable

que debe esconderse todo el tiempo?

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[Estadísticas 2]

Con el dinero pagado al nutriólogo por un año de citas semanales,

agujas,

hojas de régimen alimenticio

y el respectivo transporte para llegar,

hubiera sido suficiente para comprar un viaje a cualquier destino turístico de playa

en temporada alta.

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7. Se cuentan las horas de ayuno necesario y suficiente para tener al cuerpo en un estado

de inanición controlada. Se ofrecen con devoción al dios que se ha inventado para

congraciarse en la cetosis.

La vida no es ideal, y sin embargo nos empeñamos en ser felices.

Albert Camus nos enseñó que cuando Sísifo dejó caer su piedra la primera vez

comprendió que el castigo ineludible debía parecerle satisfactorio,

que así tenía que ser feliz.

He fracasado en contentarme con los castigos que me han tocado.

Busco sustitutos para las carencias;

entretenimientos y máscaras para hacer llevaderas las derrotas.

Por ejemplo:

Las letras, a falta de inteligencia matemática.

La comida que no engorda, por la que gusta.

Las faldas largas o los pantalones, por los shorts y todo aquello que muestre las piernas.

Estos poemas.

Trabajo para hallar la felicidad y satisfacción ante lo irremediable de la existencia.

Hay cosas que se aceptan con facilidad,

sustituciones amigables para acoplarse:

el departamento sin balcón cuyas ventanas miran al estacionamiento,

porque no alcanza para comprar la vista arbolada y el silencio;

la muerte del familiar querido,

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por la certeza de que todo está regido por el azar;

el marido que promete amor eterno,

porque el hombre ideal y anhelado amó a otra persona.

Hay otras más difíciles:

tonterías de vanidad que carcomen el buen juicio,

pero que al final deben aceptarse de la misma manera.

Sustituciones difíciles por absurdas.

Mecanismos descompuestos que me hacen flaquear ante cosas sencillas y triviales.

La pizza de coliflor.

El chocolate amargo.

El sushi sin arroz.

La hamburguesa sin pan.

La vida light.

No he aprendido a retomar la piedra con felicidad.

No he conseguido enamorarme de las ramas de apio.

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[Estadísticas 3]

Según el informe sobre el estado de la seguridad alimentaria

y la nutrición en el mundo,

una de cada nueve personas padece hambre.

Hay muchos millones que tienen a la mano todo tipo de alimentos,

pero se autoimponen el hambre para satisfacer ideales de belleza.

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8. Se cuentan las asistencias que lleva mi nombre en la lista del nutriólogo. También las

ausencias y las veces que la cinta métrica salió a rodearme el cuerpo en decepción de los

resultados. Las agujas en el vientre, el dinero semanal que se paga.

Son importantes las cinco comidas esenciales que se deben hacer en un día,

ni una más, ni una menos.

Es fundamental respetar las porciones y las instrucciones.

Hay que comer las seis almendras de la tarde,

aunque no se tenga hambre,

(¿es posible no tener hambre?)

y tomar mucha, mucha agua.

Excluir otros líquidos como café, té, jugos y caldos.

Me pregunta el nutriólogo si he tenido ansiedad por comer.

No, yo soy estoica y aguanto por semanas… hasta que no aguanto y busco alimentos a altas

horas de la noche.

(Pero eso no lo sabe. No se lo digo.)

No, todo va bien, le respondo.

¿Mareos? No.

Aguanto.

Sé que si dejo de comer puedo perder dos kilos en una semana.

Con hambre.

En las noches me pregunto

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cuánto peso extra me dará aquello pequeñito que no debí haber comido.

A veces una rebanada de pan integral hace la diferencia.

O quizá es la culpa la que me hace aumentar de tamaño

cuando me paso de la cucharadita de aderezo light,

o de las cinco galletas

en lugar de las tres estipuladas cuidadosamente en las guías alimenticias.

Parece increíble,

la culpa tiene su peso.

[Estadísticas 4]

El monto por las terapias de rehabilitación requeridas

después del daño infringido a articulaciones

por exceso de ejercicio

suma la cantidad necesaria para comprar un teléfono inteligente

de última generación.

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9. Se cuentan las horas en las clases de spinning; se registran con detalle los segundos

elásticos y lentos, las gotas de sudor sobre el manubrio de la bicicleta, el número de

canciones de moda que ambientan la agonía.

No existe diferencia entre una lágrima y una gota de sudor.

Las lágrimas en público repelen y angustian a los otros,

hacen que las miradas ajenas esquiven el hecho.

Pero en el gimnasio es común hallarse húmedo por el sudor,

y allí las lágrimas pasan desapercibidas.

Sólo por eso, sin saberlo del todo,

encuentro un mínimo disfrute en la monotonía de las repeticiones.

En general incomodan las miradas de los que se asustan con los llantos.

Yo, que lloro en la calle,

en el transporte público,

en el cine,

en los paseos en bicicleta.

Aunque busque aparentarlo,

se nota demasiado que yo no tengo lugar en los gimnasios.

No quisiera, además, tener que luchar por esconder las lágrimas.

La buena noticia es que aquí nadie tendrá que disimular no ver el espectáculo,

nadie va a notarlo.

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Se miran otras cosas.

Yo miro, por ejemplo, la manera sobrehumana que tiene la chica de al lado

que lleva 45 minutos subiendo escaleras sin cansarse.

Y me doy a mí misma,

con juicio y desaprobación,

todas las miradas afiladas que no me notan.

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[Testimonios 3]

No fue admitida en un juego mecánico en el parque de diversiones

porque era muy grande para los asientos.

El cinturón de seguridad no alcanzaba a cruzarle el cuerpo

y cerrar el broche ubicado al otro lado.

Al tratar de salir de la fila no atravesó con facilidad por el torniquete

que la llevaría fuera del área del juego.

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10. Se cuentan las cinco mordidas al pastel prohibido y las ocho cucharadas de helado de

vainilla con chispas, directo del congelador, sin que nadie vea, y las dos tostadas más dos

tortillas y los otros 200 gramos de queso manchego y otros 300 de cereal.

El hambre de semanas se asienta más pesadamente en cada segundo del día.

Las horas recrean imágenes de lo deseado,

el placer es una condena.

La injusticia.

Una y mil vueltas en la tortura de la insuficiencia,

y la vastedad asquerosa de lo innecesario.

Mi cuerpo es un defecto,

se reduce a la grasa que arruga el vientre,

las venas azules que resaltan aún a través de las medias.

La fría contemplación de la vergüenza repele el hambre.

El agua, purificadora universal, es un remedio momentáneo,

agua que salva, agua que calma.

Y después del hartazgo del agua, sin más remedio,

las instrucciones del día se transgreden.

Pasión por engullir.

Rebeldía por alterar las listas y las porciones.

(Donde se indicaban tres hojas de lechuga con pollo deshebrado

decidí comer un jitomate entero sobre una cama robusta de lechuga,

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dos bisteces deliciosos y dos tostadas llenas de queso.)

La satisfacción se transforma rápidamente en culpa,

trasgresión,

falta de respeto,

maldad.

La memoria me falla,

olvido que mi destino es limitar y contar.

Cortar, pesar, medir.

Lo normal en mí debe ser el vacío.

Y que las medidas sean la pauta de la costumbre.

La felicidad de estar satisfecha me fue prohibida.

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[Hechos 3]

Algunas religiones tienen estrictas reglas de ayuno,

este periodo se destina a la reflexión y profundización de la fe.

Hoy en día, estudios científicos han hallado fundamentos

para apoyar el ayuno intermitente como un método para adelgazar.

Se recomienda ayunar a diario en un periodo de dieciséis horas

y comer durante las ocho restantes.

Si antes esta práctica estaba encaminada a acercarse a dios

a través de la renuncia a placeres mundanos,

ahora se realiza con el único objetivo de existir en un cuerpo delgado.

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11. Se cuentan los vasos de agua que se deben tomar a diario. Los vasos se llenan y se

toman en un acto mecánico, no importa la sed, importa el conteo. Agua natural sin azúcar,

sin trampas.

Cuando eres gorda el mundo se encarga de recordarte que no vales lo suficiente.

Y no es el mundo el verdugo más cruel,

es el espejo, la realidad, el asco irreversible.

Cuando eres gorda sientes como si respirar fuera un insulto,

que lo que debiera ser libertad de movimiento es una cárcel.

Te convences de que le quedas debiendo al mundo y a ti.

Cuando eres gorda dudas.

Si alguien voltea a verte piensas que debe estar equivocado

porque sabes que lo que mira no es digno de atención.

Cuando eres gorda das por sentado que no lo pasarás bien en la playa,

inviertes mucho tiempo en pensar cómo cubrirte lo más posible.

Estás a la defensiva y no encuentras lugar.

Estés en donde estés existen ciertas preguntas, con pocas variables,

que seguido te pasan por la cabeza, por ejemplo:

¿Será que mi cuerpo entrará en ese diminuto asiento?

¿Podré pasar hasta atrás del autobús sin molestar a todos los presentes?

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¿Me veré más o menos asquerosa si me pongo ese vestido?

¿Cuántas calorías he comido hoy?

Cuando eres gorda y alguien dice amarte no lo comprendes.

Te preguntas si te amarías a ti misma y respondes que no.

Cuando eres gorda el peso mismo te va reduciendo a la nada.

Algo en ti desaparece, pero no son los kilos.

Existes.

Lo que te mantiene a flote es la vergüenza.

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[Testimonios 4]

Regresó a los carbohidratos,

a la simpleza de los alimentos básicos:

la rebanada de fruta por la mañana,

como parte de un desayuno común;

la hogaza de pan por la tarde,

la tortilla.

Se congració por primera vez en meses con el chocolate caliente y el pastel.

Pasó algunos días de fracaso delicioso,

el mismo que al final le hizo sentir que ella misma,

por flaquear,

no valía ya nada.

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12. No se cuenta el hambre, pero existe, tiene su forma de entenderse y de nombrarse. Me

pregunto si es como esos sustantivos del inglés que, para enunciarlos correctamente, antes

debe pensarse si son cosas que se cuentan o no. Aunque no se cuentan, existen.

Veo la ropa en el maniquí y me ahorro el proceso de probármela.

La ropa es hermosa,

pero siempre la descompongo cuando la acomodo en mí.

Al momento de elegir algo,

cuando así lo dicta la necesidad,

me olvido a priori de las faldas rectas y las blusas entalladas en la cintura.

Busco algo que me cubra completa.

La gran cantidad de espejos acercan mi anatomía demasiado al ojo.

Hay tantos por delante, por detrás, en los pasillos,

es imposible escapar de ellos.

Siempre, o casi siempre, pasa lo mismo.

Después de hacer pruebas infructíferas

regreso a cubrirme con el deseo de no tenerme que mirar jamás.

Al salir de la tienda me doy cuenta

de que la tristeza va más allá de los aparadores;

se instala en todo lo que me devuelve mi reflejo.

Tengo rutas delineadas en las calles para no enfrentarme:

cruzar en puntos específicos,

caminar por debajo de la banqueta

para no hallar el reflejo de mi cuerpo

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en el cristal de anuncios en las paradas del camión.

Entro a los comercios y bancos mirando hacia el suelo.

¿En qué momento se llenó la ciudad de tantos espejos?

¿Cuándo ideamos este mecanismo cruel que multiplica las miradas?

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[Hechos 4]

El hambre es como una ola:

viene, sube, baja y se va.

Expertos aseguran que no es una sensación que crece exponencialmente.

Al sentir hambre,

recomiendan tomar agua,

una infusión sin azúcar

o un café negro.

Un caldo de verduras sin sal también está permitido.

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13. Se cuentan las sentadillas y los intentos, también las certezas, los susurros que en la

cabeza me recuerdan que nunca lograré el número indicado de repeticiones, que mi lugar

está en el refrigerador y no en los gimnasios.

A veces pienso que hubiera preferido

la inteligencia a la sumisión.

La inteligencia: uno de los logros mejor instaurados en el valor de las mujeres

desde el triunfo del feminismo.

He mentido.

Antes de la inteligencia

—o solamente—

hubiera preferido la delgadez.

Todo es más sencillo, parece,

cuando uno va a la tienda y sólo tiene que tomar la talla dos.

No es necesaria la inteligencia para encontrar la ropa,

se requiere nada más aritmética básica y simple repetición.

No hace falta ser inteligente

para acomodarse adentro de unos jeans,

un vestido de moda,

un traje de baño de dos piezas.

En general resulta siempre más sencillo no pensar.

No pensar como pienso yo, por ejemplo,

cuando miro mi cuerpo y deseo que sea de alguien más.

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Cuando envidio.

Es mejor no pensar.

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[Testimonios 5]

Se subió al avión y en el asiento de al lado había una persona que texteaba:

“No lo puedo creer, estoy junto a la mujer más gorda en todo el vuelo”.

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14. Se cuentan las radiografías, las pastillas, las consultas médicas y las recetas. Se suman

de a poco los costos de bolsas de colágeno y medicinas varias para reconstruir los

cartílagos.

En el gimnasio logré —en dos meses—

conservar todos mis kilos,

como si ese hubiera sido el firme propósito,

como si hubiera tenido éxito.

En cambio, conseguí lastimarme las rodillas para siempre.

A la fecha la gente me pregunta si hago ejercicio.

Opinan que debería.

Los nutriólogos recomiendan complementar el déficit de calorías ingeridas al día

con media hora de cardio

y una buena rutina de fuerza a la medida.

Es algo evidente,

nadie les ha dicho que no todos estamos hechos de la misma manera

ni podemos medirnos con los mismos parámetros.

Si no puedo siquiera caminar sin dolor

no me atrevo a someterme a las elípticas.

La gente gorda no siempre está así porque así lo quiera,

el argumento más común es porque come sin medida

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y no se esfuerza por “quererse” para “estar mejor”.

(Qué debemos mejorar que no hayamos intentado.

Cómo lograremos querernos a nosotros mismos

si el discurso que permanece es el odio colectivo.)

La gente gorda, a veces, nada más fracasa.

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[Testimonios 6]

Un día se cayó de la bicicleta.

En la consulta de especialidad,

el doctor rectificó que no hubiera rotura de huesos,

pero sí observó que éstos eran delgados

y la subió a la báscula para determinar el diagnóstico.

No recibió recomendación para la caída,

más allá de una pomada y unos calmantes,

invirtió más tiempo en hablarle de lo importante que era para ella perder peso.

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15. Se cuentan los gramos de carbohidratos netos en las comidas, los macronutrientes. A

punta de estudio y de seguir cuentas en Instagram me he hecho experta en las propiedades

de los alimentos.

Cargo la huella de los fracasos de mi madre.

Ella lloraba mientras comía su plato de ensalada,

cuando los demás disfrutaban sin problemas los alimentos deliciosos

llenos de calorías sin consecuencias visibles.

A mi madre le cambió el color de la piel

después de pasar días comiendo una misma fruta.

Muchos años se esforzó por cambiar su peso,

hasta que comprendió que nunca ganaría.

Se rindió.

Mi madre, como si quisiera que yo lo notara por mi cuenta,

no me advirtió a tiempo sobre sus problemas.

Me enseñó a comer sus delicias:

sopa de fideo con una tortilla de maíz recién salida del comal.

Mi madre me demostró que lo más rico que saldría de sus manos

era el arroz rojo con plátano picado.

Me alimentó día a día con cereal por las mañanas

o licuado de frutas con azúcar

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y dos rebanadas de pan tostado con mermelada.

Hasta que crecí y supe lo que era ser gorda

—y que yo era, irremediablemente, una gorda—

me compartió sus historias de fracaso,

y con ello quizá esperó que sintiera que no estaba sola.

Sucedió lo contrario:

entré al mundo de las prohibiciones

y lo hice arrepentida de mi alimentación de niña.

Los recuerdos de los platos deliciosos de mi madre me parecían insultos,

daños premeditados.

Lo peor,

tenía latente en mí una suerte de dependencia a ellos.

La comida era ya una droga.

Renunciar a sus delicias era renunciar al fármaco más adictivo.

Mi madre me quería feliz y entonces me acostumbró al azúcar;

me quería en paz y fue en la comida donde hallé la satisfacción alimentaria

en todas las formas que pudieran presentarse.

Gracias a ella prefiero la grasa de los bisteces frente a la carne magra,

la sal y mantequilla en las palomitas del cine

frente a la recién introducida versión light.

Mi historia es la de ella, ambas hemos fallado.

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Busco la satisfacción de comer a cualquier hora del día

un bolillo entero lleno de cajeta

o un buen plato de cereal azucarado con leche entera.

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[Estadísticas 5]

Más de 28,000 jóvenes en el mundo sufren anorexia o bulimia.

Los trastornos de conducta alimentaria suponen

la tercera enfermedad crónica en la población de entre 15 y 29 años.

El 90% son mujeres,

son ellas quienes tienen mayor penalización social ante el sobrepeso.

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16. Se cuentan las calorías de todo lo que hay al paso: en los anuncios, los menús, los

puestos de la calle, las cenas familiares, las promociones de Uber Eats.

Las posibilidades son un divertimento contra la depresión.

Corre el año 2006, siento que todavía estoy a tiempo de evitar la obesidad.

O no, porque para entonces ya peso poco más de 70 kilos,

y todos sabemos que ya no voy a crecer.

Claro que también estoy a tiempo de no cometer los mismos errores;

podría mejorar cosas,

componer decisiones.

Buscaría corregirme la sonrisa,

esa que la dentista echó a perder el día en que me quitó un diente sin motivo.

Tomaría en serio las clases,

pero no tanto como para hacer un posgrado.

Pasaría por cosas inevitables para tratar de componer algunas otras.

Habría terminado yo esa relación horrible,

o no la habría iniciado siquiera.

Calcularía lo pertinente para no enredarme con la persona equivocada.

Ejecutaría todos los pasos que evitarían las muertes prematuras de seres importantes.

Sobre todo me quedaría en el más grande logro contra la obesidad: mi peso de 58 kilos.

De poder volver atrás pondría en primer lugar la manera de quitarme

los kilos que me sobraban.

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En segundo lugar, por egoísta, haría todo lo demás.

Pienso en las posibilidades.

Concluyo que no merezco tener el poder de regresar,

lo malgastaría en mí, en tonterías,

y no me arrepentiría por ello.

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[Hechos 5]

Existen modelos consideradas de “talla grande”

que apenas tienen un leve sobrepeso.

Mínimo como es,

son víctimas de comentarios hirientes de gordofóbicos en el mundo

que pueden verlas en pasarelas, redes y canales de YouTube.

Las tallas grandes siguen siendo algo despreciable

que encuentra su audiencia como fetiche.

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17. Se cuentan los engaños hechos a uno mismo, cuando dices comer nada más algunos

totopos horneados contados a conciencia, cuando fue una bolsa entera, o decir un

sándwich integral cuando fue una hamburguesa doble.

Hay algunos “expertos” que afirman que no debo estresarme

pues lo que tengo es ansiedad.

Me recomiendan suplementos, tés y pastillas que eliminen esa peculiar sensación

que me produce el hambre.

Yo sé que se equivocan.

Como se equivoca el mundo cuando sugiere que el sobrepeso se mide

por la estabilidad emocional.

No es nada más complejo que el hambre

¿Por qué será tan difícil de entender?

He comido apenas la mitad de lo que comía;

debo acostumbrarme a que no necesito estar llena.

El vacío debe ser mi cotidianeidad, mi normalidad.

Si uno deja de comer, tendrá hambre,

si uno no logra comer lo suficiente, el hambre regresa pronto.

Quizá la angustia que siento es lo que ellos llaman estrés y ansiedad.

Dicen que pensar en lo poco que debo comer

es lo que causa todos los problemas,

que mucho de lo que me pasa es mental.

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No sé.

Quisiera no tener hambre.

Nunca.

Pienso que debo acostumbrarme,

que sólo necesito amoldarme al vacío.

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[Hechos 6]

Existen personas obesas que consumen sólo 1,000 calorías diarias

y no consiguen bajar de peso.

Sus cuerpos se adaptaron fácilmente a la restricción y se estancan:

los resultados deseados no se consiguen.

Entonces regresan a su consumo calórico original

y ganan más kilos que los que tenían antes de comenzar a restringirse.

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18. Se cuentan los remedios inservibles: el té de diente de león, la raíz de garcinia

cambogia, las pastillas de nopal, el jengibre rallado en agua, las malteadas costosas. Se

cuentan los pesos gastados en las consultas por un año o las mensualidades e

inscripciones en gimnasios.

En la consulta

la señorita hace el ritual de todas las semanas:

extrae el IMC y el peso.

La mecanicidad es impecable.

No mira a los ojos del paciente y sólo pregunta, mientras mide,

qué cosas fuera del menú comí esa semana.

Coloca las agujas en lugares estratégicos

—inhibidores del apetito, dice—:

las orejas, el vientre

—esta parte es la más difícil pues debo levantar la blusa—

y algún lugar de las muñecas.

La báscula indica que en una semana gané dos kilos.

Con desaprobación me pregunta qué sucedió.

Espera tal vez que le confiese

cuántas piezas de pan,

cuántas cervezas,

cuántas tortillas,

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para que pueda regañarme como aquella vez

cuando decidí cenar yogurt con fruta y miel.

Estoy cansada, le digo.

Nueve meses de limitaciones me han cansado.

Argumenta que cada semana el menú es diferente,

me quiere dar ideas para no aburrirme,

dice que no debo ser negativa.

Ante mi silencio decide aventurarse a otra pregunta:

¿Qué quieres hacer?

Levanto la cara y respondo:

“Quiero comer”.

Hasta el momento desconocía su experiencia con las lágrimas.

Parece que no le agrada.

Se incomoda lo suficiente como para que

olvide anotar IMC y peso actual.

Me da un nuevo menú para esa rareza que ella nombra “mantenimiento”.

Siento que algo está roto en mí, descompuesto.

(El único mantenimiento que he logrado,

y ya ha sido bastante,

es conservarme en el mismo nivel de IMC por meses,

casi años.)

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En ese momento ella no lo sabe,

pero será la última vez que nos veremos.

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[Testimonios 7]

Después de meses de privación y caminatas diarias,

el hábito de la salud sigue sin arraigarse.

Ella está cansada y come.

En poco tiempo recupera los kilos perdidos.

Por asco a sí misma comienza de nuevo,

trata de convencerse de que comer es malo,

pero sabe que va a volver a fracasar.

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19. Se cuentan los likes, emojis elocuentes y corazones que miden el afecto en las redes

sociales después de haberte animado a compartir una foto de cuerpo completo. Luego de

unas horas alguien te pregunta si estás embarazada.

Temo ser madre porque mi cuerpo no será la imagen de la bella gestación,

y mi vientre no despertará la ternura que logran otras

ni la alegría ante la promesa de la vida por nacer.

Sólo seré más gorda y no podré regresar siquiera

a mi estado original antes de la concepción.

Temo también que en el proceso halle aún más repulsión por mi cuerpo

de la que siento a diario.

Luego de eso, la maternidad no me deja de ser aterradora.

No sé de ninguna madre que se preocupe por el azúcar del cereal en las mañanas,

por los carbohidratos del sándwich a la hora del lunch

y lo terrible del café con leche y pan por las noches.

Yo sería una de las primeras.

La maternidad me otorgará la opción de no enseñar a mis hijos a comer dulces,

no conocerán el arroz.

Tendré la oportunidad de enseñarles

que sólo deben comer verduras, carne, proteína

y nada de carbohidratos innecesarios.

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Las madres se preocupan por el bienestar de sus hijos,

que tengan buenas compañías

y tomen buenas decisiones en sus vidas.

¿Acaso no hacen los padres lo posible por alejarlos de los males del mundo?

Mis hijos podrán ser infelices, pero al menos tendrán el peso correcto.

No incurriré en esos errores.

Por todos es sabido que lo que hacen las madres,

por horrible que parezca,

después de unos años será agradecido.

Lo siento, niños:

no puedo hacer a un lado la genética,

su madre es una gorda y también lo es su abuela.

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[Estadísticas 6]

El costo elevado de los alimentos más nutritivos

lleva a las personas a consumir productos menos costosos,

que suelen tener alta densidad calórica y ser bajos en nutrientes.

Además de la diferencia económica entre los productos,

la comida más dañina y menos nutritiva

es la que está más cerca del alcance de la población.

Un frasco de jarabe de maíz sabor maple de 250 ml con azúcar y carbohidratos

está a la venta en cualquier establecimiento comercial,

mientras que un frasco de jarabe orgánico de 380 ml sabor maple,

endulzado con fruto del monje,

bajo en carbohidratos y calorías,

sin gluten,

sólo es comercializado en tiendas exclusivas y por internet.

Este último es importado y cuesta veinte veces más que el primero.

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20. Se cuentan las repeticiones: las abdominales, las sentadillas los levantamientos

mínimos y difíciles de pesas. Se cuenta hasta qué número se aguanta hasta ver aparecer la

primera lágrima.

Se pagan las mensualidades para el gimnasio,

se asiste con regularidad,

se hacen los esfuerzos necesarios.

Se ruega por que el tiempo pase rápido y llegue pronto la hora de terminar.

Se celebra con una crepa de Nutella y plátano.

Todo se echa a perder.

Pero en ese momento no importa.

Al menos se cumplió con la cuota reglamentaria.

Se comen los carbohidratos con el placer que da lo prohibido,

el típico placer que se encuentra en realizar con gusto

aquello que se sabe fuera de lo aprobado.

Se disfruta y luego, pasada la satisfacción,

se aplica un castigo de horas de ayuno.

Para aplacar el hambre se desayuna un café preparado con aceite de coco

—de acuerdo con la dieta cetogénica y sus indicaciones—

o una buena cucharada de mantequilla ghee.

Y listo.

Se zurce un poco el delito.

Se cumple el engaño.

Los carbohidratos no perdonan

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y ningún ayuno sirve si se cometen pecados azucarados todos los días.

Por eso se regresa al gimnasio a palear la culpa.

Y ahí se desea que pronto aquello termine.

Y el ciclo se reanuda una vez más.

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