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Patricia M. Sarlé
Celia R. Rosemberg
(coordinadoras)
Josefina Arrúe
Verona Batiuk
Maia J. Migdalek
Elvira Rodríguez de Pastorino
Celia R. Rosemberg
Patricia M. Sarlé
Inés Rodríguez Sáenz
...
Dale que…: El juego dramático y el desarrollo del lenguaje
en los niños pequeños.
- 1a ed. - Rosario: Homo Sapiens Ediciones, 2015.
… p.:; 22x15 cm. - (Educación inicial / Laura Pitluk)
ISBN 978-950-808-…-…
1. Educación Inicial.
CDD 372.21
ISBN 978-950-808-…-…
Primera Parte
Acerca del juego dramático
en la Escuela Infantil
Segunda Parte
Lenguaje y Juego
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los contextos de desarrollo de los niños y contribuir a ela-
borar propuestas que generen mejores oportunidades de
aprendizaje. Actualmente dirige el Programa “Oscarcito”
de promoción del desarrollo lingüístico y cognitivo de niños
en contextos de pobreza.
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políticas de enseñanza y curriculares, la equidad y calidad
educativa y la formaciónn docente continua. Ha diseñado
e implementado proyectos orientados a la mejora de la cali-
dad en contextos de pobreza en diversos sistemas educativos
provinciales de Argentina a través de alianzas estratégicas
con UNICEF, Fundación BBVA, Fundación Navarro Viola y
la Asociación Civil Educación para Todos.
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tiene a su cargo cátedras del campo de la práctica en el Insti-
tuto Superior de Profesorado para la Educación Inicial “Sara
C. de Eccleston”. Participó en el portal educativo “Infancia
en red”, como tutora en el proyecto “Dicho y hecho” y como
investigadora en “Proyecto Margarita (Fundación Telefónica).
Participa del proyecto sobre “El juego en el Nivel Inicial, Pro-
puestas de Enseñanza” en el marco del Área de apoyo a la
Educación Inicial de la Organización de Estados Iberoameri-
canos, con sede en Buenos Aires (OEI). Es autora de publica-
ciones electrónicas, artículos de revistas y capítulos de libros.
Ha participado en la elaboración de documentos curriculares
para la formación docente de educación inicial.
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Escribimos este libro pensando en los niños, los
maestros y las familias… que nos abren las puertas de
sus escuelas, sus salas y sus hogares para que poda-
mos, junto con ellos, buscar caminos para facilitar la
enseñanza y el aprendizaje de los más pequeños.
A ellos y a nuestras familias que siempre están ayu-
dando, escuchando y sosteniendo nuestro trabajo…
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PRÓLOGO
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en el marco de experiencias y posibilidades que la escuela y la
comunidad les ofrecen…”
Y en el caso particular del juego dramático, nos dice: “El desa-
fío del jugar dramáticamente es justamente este. Facilitar espa-
cios, fragmentos, recortes de la realidad en donde el niño pueda
reinventar el mundo, aproximarse a él desde múltiples roles,
ensayar respuestas, probar. La escuela y el hogar ofrecen esas
posibilidades. Ahora bien, la escuela se encuentra preparada para
acoger a los niños y ofrecerles ámbitos enriquecidos que amplíen
su experiencia. De esto trata este libro”.
Y si, de eso se trata este libro, y a su vez del desarrollo del len-
guaje, y del compromiso con los niños pequeños y su educación,
una educación responsable y reflexiva, pensante y significativa,
centrada en las posibilidades de todos y cada uno de los alumnos
y en los modos de sostenerlas y facilitarlas.
Este libro también aborda la relación entre el juego y el
lenguaje, en momentos del desarrollo en los cuales ambos man-
tienen un especial significado. “Las categorías elaboradas mues-
tran cómo el lenguaje configura el juego dramático y permiten
la creación de un mundo de ficción. Así mismo ponen de mani-
fiesto el potencial de estas situaciones de juego como contexto
para la génesis del discurso argumentativo.”
Finalmente, como expresan las autoras, “Aun cuando parezca
que el juego y el lenguaje son omnipresentes en la vida cotidiana
del Jardín, ello no quiere decir que alcance con que los niños jue-
guen y hablen para promover su desarrollo. Las situaciones de
juego y lenguaje deben ser objeto de diseño de las prácticas y nece-
sitan ser tematizadas en la formación docente. La relación entre
juego y lenguaje es crítica para la educaciónn infantil”.
LAURA PITLUK
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Primera Parte
Acerca del juego dramático
en la Escuela Infantil
CAPÍTULO 1
Didáctica y juego
PATRICIA SARLÉ
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en las prácticas cotidianas en la sala, según sean los propósitos
del maestro en cada caso. Por ejemplo como:
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Para Pavía (2008) no siempre es tan clara la relación entre
“forma” y “modo”. En este sentido, puede asumir tres conjun-
ciones a las que denomina: paradójica, transparente o ambigua.
Es paradójica cuando forma y modo no coinciden. Es un juego
pero aquí no jugamos (“vamos a jugar a construir… pero no jue-
guen con los bloques”). Es ambigua cuando la propuesta no es un
juego, pero “hagamos de cuenta…” (“vamos a jugar a ordenar
la sala”). La relación es transparente cuando forma y modo coin-
ciden… es un juego y jugamos. Pavía señala que en la escuela,
lo más común es que se juegue pero eso no significa que los
niños juegan. El juego es visto como un recurso o medio más que
como un “juego”. No se toma en serio el jugar y se juego poco de
“un modo lúdico” (2006; 2010). Necesitamos hacer una suerte
de corrimiento de la manera en que hasta ahora consideramos
el jugar… no oponiendo sino encontrando nuevas maneras de
presentarlo y abordarlo en la vida cotidiana de tal modo que
enseñemos juegos y juguemos.
En nuestro caso, al analizar la potencialidad del juego para
facilitar la construcción de prácticas que articulen, por un lado,
los aspectos propios de la “buena enseñanza” (Fenstermacher,
1988) con los aportes de la psicología cognitiva, hemos avanzado
en algunas precisiones en torno a los modos de mediación del
maestro para cada tipo de juego en particular. Con esto, no sólo
construimos categorías comprensivas para observar el juego en
las salas, sino que también descubrimos elementos específicos,
constitutivos de cada juego, cuyo conocimiento más particula-
rizado resulta de suma utilidad a la hora de diseñar propuestas
puntuales de enseñanza que miren el jugar en el contexto escolar.
Un marco posible sobre y para la acción pedagógica en las salas,
que toma al juego como contenido y genera estrategias para
hacerlo crecer, profundizar, avanzar y consolidarse en los niños,
tal como se espera que suceda con cualquier otro conocimiento
que se pretenda enseñar.
De este modo, el juego pasa de ser considerado un elemento
clave de la didáctica de la Educación Infantil, o una bisagra para
analizarlas y pensar sobre ellas, a constituirse en una responsa-
bilidad del educador en la previsión de situaciones, materiales,
espacios y tiempos propios. Este es el sentido que toma este libro:
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mostrar avances de diferentes investigaciones que focalizan en
torno al juego dramático. A modo del tejido de una filigrana, tra-
tamos de poner la mirada en el maestro como “experto jugador”
que tiende la mesa de los juegos para que los niños jueguen.
Al hacerlo, buscamos también explicitar las decisiones didácticas
que facilitan el transcurrir del juego y tornan a los niños propie-
tarios del jugar.
Antes de empezar, nos interesa volver a definir algunos
aspectos básicos a tener en cuenta cuando se piensa en el juego
situado en la escuela infantil con la intención de que sirva como
marco de referencia general para todos los capítulos.
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y el primer grupo de kindergarterinas, Margarita Ravioli y su
trabajo en el ISPEI “Sara Ch. de Eccleston”; Hebe San Martín
de Duprat y Lydia P. de Bosch; Cristina Fritzche; Ana Malajo-
vich y tantas otras especialistas contemporáneas dedicadas a la
educación, que han aportado sus ideas para que podamos seguir
pensando en los niños.
Todas ellas han dedicado y dedican su vida a pensar, discutir
y escribir acerca de la enseñanza a niños pequeños… Todas ellas
han aportado a nutrir este camino de construcción colectiva en
torno a la didáctica específica de la educación infantil… Todas
ellas mencionan el juego como eje central de las prácticas de
enseñanza. Sobre los hombros de estas “gigantes” nos apoyamos
para seguir pensando…
Nos proponemos a lo largo de este capítulo precisar tres
cuestiones centrales:
• ¿cómo definimos el juego en la educación infantil?
• ¿por qué es importante jugar en la escuela infantil?
• ¿qué caracteriza un “buen juego” en este marco?
a. Juego, jugar…
Para los niños pequeños, el juego es una forma de aproxi-
marse al mundo y pensar sobre él. Una manera de utilizar la
mente y una actitud sobre las cosas que le permite poner a prueba
ideas, emociones, iniciativas y experimentar con ellas (Bruner,
1986). Algunos autores hasta señalan que el juego es la actividad
rectora de la infancia dado que ocupa y tiñe la vida cotidiana
(Baquero, 1998). Para nosotros, entonces, y considerando lo dicho
anteriormente, el juego estructura las prácticas de enseñanza en
la educación inicial (Sarlé, 2001).
A medida que los niños crecen y cuentan con un espectro
mayor de formas para aproximarse y comprender el mundo sim-
bólico, el juego comienza a desplazarse y en ocasiones queda
relegado al tiempo libre, el recreo, la distracción. Pero para los
más pequeños es el modo de comprender la realidad, modifi-
carla, probar alternativas y vincularse con los otros.
De las diferentes definiciones que se han realizado sobre el
juego, los rasgos con los que lo caracterizó Huizinga (1996) siguen
siendo los más citados. Así definimos al juego por su carácter libre
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y su adecuación a un tiempo y espacio; por la presencia de reglas,
la posibilidad de crear, la ficcionalidad, el respeto por la iniciativa
de los jugadores.
Jugar supone una actividad voluntaria que se despliega en
un espacio y un tiempo. Jugar abre un mundo nuevo imaginario
en donde tenemos la posibilidad de utilizar diferentes caminos
para llegar a un mismo sitio, repetirlos probando alternativas,
animarnos a equivocarnos o incluso fracasar. Jugar siempre
supone la posibilidad de iniciar otro juego desde el principio o
desde el punto en el que fallamos. Esta flexibilidad con que el
jugador puede mirar su acción, decidir caminos diferentes o sos-
tener sus elecciones está en la base del juego y sitúa esta actividad
en el terreno de la libertad.
Jugar es un modo de construir sentidos sobre lo real. La expe-
riencia de jugar pone de manifiesto el carácter del jugador (en
cuanto conjunto de cualidades psíquicas, emocionales o afectivas).
Este modo personal que aparece cuando se juega se observa en la
toma de decisiones que cada jugador realiza al definir que “está
jugando” y no haciendo otra cosa. En el transcurrir del juego más
que en alcanzar un objetivo final (que marca el cierre del juego)
se comprende el modo en que el niño se aproxima al mundo y
expresa —de forma única y personal— su manera de compren-
derlo y apropiarse de él.
En este sentido, el juego es un mediador cultural al permi-
tirle al niño pequeño desprenderse del aquí y ahora y entrar en
el mundo simbólico, en el mundo de lo representado. Es decir,
al jugar el niño no solo accede a la realidad inmediata, presente,
sino que también le “da sentido” a su experiencia pasada y puede
proyectar su futuro.
Por otra parte, el juego siempre me abre al otro y justamente,
en este punto, el compañero del juego, el amigo, el cómplice,
el “contrincante” es integrado en el jugar. Se juega “con otro”
aun cuando juguemos contra él. Ganar o perder es parte del
juego. Especialmente para los niños pequeños… Algunos lle-
gan primero… Otro, segundo, tercero, cuarto… Algunos niños
ganan siempre… Otros “se dejan” ganar y acomodan su juego
al compañero. La competencia le da continuidad al jugar y es
parte del juego. Siempre queda una posibilidad abierta y, quizás,
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la próxima se gane. “Darse cuenta” y “valorar” quién llegó pri-
mero y por qué, nutre el jugar. Descubrir quién gana o pierde,
más allá de la aparente frustración, pareciera permitir a los niños
indagar nuevas estrategias en relación con sus propias acciones
y las de sus compañeros (Sarlé, Garrido, Galli, Kipersain, Dans,
Carranza, 2013).
Resultan invisibles a los ojos del que mira los innumerables
procesos reflexivos, los esfuerzos cognitivos, los acomodamien-
tos de estrategias, las tensiones en las interacciones sociales, las
exigencias lingüísticas… todas estas demandas que el juego le
exige y a las que el jugador debe dar respuesta. En este sentido
el juego siempre pertenece a los jugadores.
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contempla como algo que sucede fuera del hombre (Agamben,
2001: 10).
¿Cuál es el lugar de la escuela infantil frente a este estado de
situación?
La escuela es el ámbito privilegiado de democratización del
conocimiento. En este sentido, el currículo define qué debe ser
enseñado para cada nivel.
La escuela es un ámbito regido por la pregunta acerca de
cuál es el sujeto que se quiere formar y las respuestas a este inte-
rrogante central están en la base de las preocupaciones y deci-
siones de los maestros. Pero, también, la escuela es el espacio en
que los niños pequeños aprenden a relacionarse y dar sentido al
mundo. Es el lugar donde se aprende a ser sensible frente al otro
y sus diferentes modos de expresión. Una escuela que educa, que
busca que los niños tengan múltiples experiencias y que abre las
puertas a la cultura en todas sus formas (Bruner, 1997).
¿Qué aporta el jugar? El valor educativo del juego radica en
la “experiencia de jugar” y, en este caso, la experiencia es más
importante que el resultado (Rivero, 2011). Nos interesa detener-
nos en este proceso y mirar con mayor atención la “experiencia
de jugar” para reconocerla en toda su complejidad y diferenciarla
de “el juego” en sí.
Por eso hablábamos del transcurrir del juego, el “durante” del
jugar (Sarlé, 2006). Es necesario atender a “el jugar” (el modo de
jugar de cada jugador) más que a la forma del juego (la manera en
que se manifiesta, se estructura, se organiza el juego en sí mismo)
(Pavía, 2006; 2008).
Si queremos avanzar en la consideración del juego como “con-
tenido de valor cultural…”, tal como señala la Ley de Educación,
necesitamos poner en discusión un aspecto al que se considera
“intrínseco” del jugar y al que, quizás por esto, se le presta poca
atención. Existe una diferencia entre lo lúdico y el juego… en
cuanto a la forma de los juegos y el modo en que lo asumen los
jugadores… (Rivero, comunicación personal, marzo, 2011). Ambos
aspectos son necesarios a la hora de pensar su importancia para la
enseñanza pero no son lo mismo y es necesario diferenciarlos.
La “forma del juego” alude a la manera en que se definen
la imagen, la figura o los rasgos singulares que identifican a un
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juego y lo diferencian de otro. En este sentido, el juego como
“formato” es una estructura idealizada que permite predecir y
anticipar el “cómo” se juega un juego (Bruner, 1986). En el campo
de la enseñanza, el formato o estructura es uno de los rasgos del
juego, que el maestro pone en consideración a la hora de pre-
sentarlo o enseñarlo. Este formato le permite modificar el juego
a fin de facilitar su apropiación por el niño. Junto con las reglas,
el modo en que se organizarán los jugadores, la definición de los
tiempos y la secuencia prevista, resulta uno de los aspectos más
importantes a la hora de planificar el juego como una actividad
escolar (Sarlé, 2001). Desde esta perspectiva, podemos distinguir
juegos con cartas, tableros y recorridos; rayuelas, trompos y bale-
ros; juegos de construcción con diversidad de objetos, juguetes y
disfraces. A partir de ellos, el juego se transforma en un vehículo
que acerca a los niños a diversos contenidos escolares. En otras
palabras, los contenidos se enseñan atendiendo a diversos “for-
matos lúdicos” (Sarlé, 2008).
Para la pedagogía, sumar el juego o un modo lúdico a la ense-
ñanza facilita que los niños aprendan en un marco más cercano
a sus posibilidades (Jackson, Boostrom, Hansen, 2003). Se vin-
cula al juego con el interés por conocer, la curiosidad, la hones-
tidad intelectual que habilita a buscar respuestas más allá de las
corrientes. El juego le ofrece al niño oportunidades diferentes
para resolver problemas al otorgarle confianza en su propia capa-
cidad por adquirir conocimientos y fuerza de voluntad para per-
severar en el aprendizaje de situaciones nuevas.
Ahora bien, la centralidad con que se considera la forma del
juego especialmente en estos últimos años, no es equivalente a
la atención que se presta al “modo de jugar”. Una vez propuesto,
pensado y presentado el juego, se observa una relativa ausencia o
distancia del maestro “durante” el juego. Pocos maestros juegan
o acompañan al jugador en el proceso que se inicia al comenzar
a jugar (Sarlé, 2006). Probablemente, como señala Pavía (2010),
no tenemos un saber específico, un saber acerca de la transmisión del
saber jugar que permita al maestro durante el juego recuperar sus
propias matrices lúdicas, apelar a sus experiencias infantiles y
descubrir cómo reconocer en los niños los motivos por los que
juegan de una manera u otra. Algunos expertos proponen que el
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educador vuelva a “conectarse” con sus experiencias infantiles,
recuerde la pasión puesta en los juegos y su experiencia como
jugador (Aubert y Caba, 2010). Otros señalan la necesidad de
dotar a toda la enseñanza de una vuelta a la experiencia lúdica
o, al menos, a la aparición de algunos de sus rasgos, como la
curiosidad, el humor, la capacidad de elección y el uso de la ima-
ginación, y generar espacios reflexivos sobre el modo de jugar a
fin de comprender qué es lo que los niños deben comprender de
un juego para disfrutarlo plenamente (Pavía, 2010).
En nuestras investigaciones hemos advertido que, más allá
de estas indicaciones, atender al “modo de jugar” requiere com-
prender el espacio imaginario que habilita la situación lúdica, ese
modo particular con que el niño pequeño transforma, modifica,
da otro sentido a nuestras propuestas de juego para jugarlas “a su
manera”. Una manera que depende de su edad, sus experiencias
previas y las nuevas experiencias que ofrecen contenido, tema,
tramas diversas a sus juegos (Sarlé, 2010). El juego como espacio
imaginario abre lo que Foucault denomina “contra-espacios” o
“heterotopías”, lugares reales fuera de todo lugar; lugares que
“existen concebidos en la cabeza de los hombres” (Foucault,
2010:19). Foucault resalta el lugar del otro, la necesaria presencia
de los otros “hombres” que dotan de contenido, que “susurran”
secretos, que acercan contenidos a los niños para que éstos pue-
dan operar con sus propias experiencias y poner en el juego los
frutos de su fantasía. Para esto existe la escuela.
¿Qué buscamos entonces al incluir el juego como contenido
en la escuela?
Buscamos privilegiar espacios y tiempos de juego con otros,
en donde la participación esté “culturalmente situada y cargada
afectivamente” (Wells, 2001: 103) de tal modo que tenga sentido
para aquellos que participan en ella. Buscamos promover juegos
que les permitan a los niños construir significados, conocer sus
posibilidades, compartir con otros, ampliar su participación en
su comunidad de referencia. Juegos que generen experiencia, es
decir, que los modifiquen, los cambien, que impacten en ellos y
los transformen en el acontecer o transcurrir del juego.
Mirar el juego y el jugar en el marco de la escuela, propiciando
situaciones que resulten potentes en sí mismas y no solamente
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como modo de ejercitar o enseñar contenidos. Defender la liber-
tad del jugador pero, a la vez, generar situaciones ricas donde
jugar con otros diferentes juegos sea parte de las preocupaciones
del maestro. En suma, jugar, en el sentido amplio, potente y pro-
fundo del término.
El educador es, entonces, el responsable de presentar el tipo
de juego en cada ocasión, atendiendo desde la planificación o
el diseño previo, los aspectos constituyentes que hacen al jugar.
Es decir, toma decisiones en orden a resguardar un tiempo y un
espacio; asegurarse que los niños cuenten con los conocimien-
tos necesarios para poder desarrollar el juego (por ejemplo, los
números y el conteo si el juego involucra un tablero; las acciones
propias del rol que van a asumir en un juego dramático; las pro-
piedades de los objetos con los que va a construir; etc.); organiza
los grupos de niños en función de los materiales disponibles; faci-
lita la resolución de problemas; está disponible para transfor-
marse en “conciencia” del juego recordando reglas, ofreciendo
alternativas, poniendo a prueba otros caminos… En síntesis, se
hace cargo de todo lo necesario para que los niños puedan jugar
el juego propuesto.
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de un juego no significa “mirar por sobre el hombro” del
niño (Bruner, 1986) sino asumirse como jugador. Es decir,
se juega con los niños además de enseñarles los juegos.
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complicado para poder jugarse. En términos de Rosas
(2001), primero las aventuras luego las explicaciones.
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