la sirenita la sirenita la sirenita la sirenita

versión original versión original versión original versión original

la sirenita la sirenita la sirenita la sirenita

versión original versión original versión original versión original

Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
Ilustración de tapa
Jimy Liao
Este relato fue publicado en
Copenague por primera vez el 7
de abril de 1837 en la colección
Cuentos de hadas contados para niños.
Tercer volumen. Editor C.A.
Reitzel.
 la sirenita la sirenita la sirenita la sirenita
Hans Christian Andersen Hans Christian Andersen Hans Christian Andersen Hans Christian Andersen

prólogo prólogo prólogo prólogo

Germán Amato Germán Amato Germán Amato Germán Amato

ediciones ediciones ediciones ediciones

la sirenita la sirenita la sirenita la sirenita

Hans Christian Andersen Hans Christian Andersen Hans Christian Andersen Hans Christian Andersen

prólogo prólogo prólogo prólogo

Germán Amato Germán Amato Germán Amato Germán Amato

ediciones ediciones ediciones ediciones

EL PRIMER RELATO TRANS EL PRIMER RELATO TRANS EL PRIMER RELATO TRANS EL PRIMER RELATO TRANS

Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-
Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-
Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-
Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-

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EL PRIMER RELATO TRANS EL PRIMER RELATO TRANS EL PRIMER RELATO TRANS EL PRIMER RELATO TRANS

Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-
Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-
Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-
Leer La Sirenita (y otros clási-
cos de Andersen, Wilde, etcéte-
ra) en clave queer es una tarea
que nos merecemos. Vivir en
la época victoriana el deseo a
contracorriente de lo aceptado
era peligroso. Si no fuera tan
trágico, podríamos ver gracioso
que algunas cuestiones no hayan
cambiado sustancialmente en
casi doscientos años.
Después de una serie de juicios
y por las pruebas presentadas
para el caso, Oscar Wilde fue
declarado culpable de indecen-

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cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con
cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con
cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con
cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con

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cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con
cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con
cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con
cia grave y encarcelado por dos
años, obligado a realizar traba-
jos forzados, solamente porque
le gustaban los hombres y no lo
ocultaba tanto. Pensar que el
ataque contra las personas que
encarnan el deseo por fuera de la
norma es cosa del pasado, quizá
sea por estar mirando esta pro-
blemática desde la vereda privi-
legiada y un poco miope. Basta
nada más observar que en junio
de 2019 se condenó a Marian
Gómez (después de recibir todo
tipo de violencias personales,
institucionales y policiales) por
besarse en la vía pública con

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su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las
su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las
su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las
su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las

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su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las
su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las
su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las
su legítima esposa Rocío Girat,
ayuda a ver todavía activo el re-
sentimiento que nos distancia y
maltrata. Ok, algunas cuestiones
cambiaron, en la cáscara. Pero
otras, en la raíz, como el odio y
el rechazo visceral a modos di-
versos de encarnar la sexualidad,
tienen una vigencia que espanta,
operan con fuerza fabricante de
violencia, en todas las mentes
y cuerpos que no cuestionan ni
de-construyen lo establecido o al
menos se permiten dudar.
Andersen amó con locura. Pero
no pudo, públicamente, vivir la
diversidad de sus deseos con las

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libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se
libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se
libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se
libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se

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libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se
libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se
libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se
libertades necesarias que lo ayu-
daran a desarrollar plenamen-
te su vida vincular. Tenía una
sociedad y la época en contra.
Por suerte también contó con su
literatura. Ahí sí que ejerció li-
bertades que en otros espacios le
fueron vedadas.
Este no es un relato infantil. Ha-
bla del amor grande que arries-
ga todo: transformar su corpo-
ralidad aún sabiendo del abismo
que afronta, perder las zonas
seguras y ciertos privilegios de
casta y hasta la voz (la escena
donde la bruja se la quita es tru-
culencia pura). La Sirenita se

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pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo
pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo
pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo
pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo

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pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo
pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo
pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo
pasa por la cola de pescado los
pactos de comodidad social que
la encadenan a una vida larga
pero vacía de afectividad y sen-
tido. Un día percibe la pasión y
está dispuesta a vivirla hasta el
fondo, a no traicionarse nunca, a
inventar un nuevo tipo de fideli-
dad emocional.
Me arriesgo a afirmar, aún con
la posibilidad de equivocarme,
que quizá La Sirenita sea el pri-
mer relato trans de occidente y
un cuento de amor maravilloso.
Al menos, el primero de los más
popularizados. Pero –no la de-
formación pasteurizada que hizo

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la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
la multinacional Disney de este
relato excepcional–, esta versión
original de Andersen, con uno de
los finales más trágicos y bellos
de la “literatura universal”. Al
menos de los que he leído. Lo que
me lleva a pensar que, mientras
se ataque, se niegue, se maltrate
y violente las otras maneras de
sentir deseo y cuerpo (por fuera
de la “normalidad” aceptada e
impuesta), ¿solo nos queda por
delante esto, tragedia repetitiva
y serial?
Germán Amato
Enero de 2020
lA sirenita lA sirenita lA sirenita lA sirenita

lA sirenita lA sirenita lA sirenita lA sirenita

Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
Lejos, en el mar, el agua es azul
como los pétalos del acacio, pura
como el cristal más transparen-
te, pero tan profunda que sería
inútil arrojar el ancla, y habría
que apilar una cantidad infinita
de torres de iglesias, unas sobre
otras, para medir la distancia del
fondo a la superficie.
Es allí donde habita el pueblo del
mar. Pero no vayan a creer que
ese fondo se compone tan sólo
de arena blanca; no, allí crecen
árboles y plantas extraños, y tan
flexibles son que el menor movi-
miento del agua los hace agitarse
como si estuvieran vivos. Todos
13
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
los peces, grandes y pequeños,
van y vienen entre las ramas
como los pájaros en el aire. En el
lugar más profundo se encuentra
el castillo del rey, cuyos muros
son de coral, las ventanas de her-
moso ámbar amarillo y el tejado
de conchas que se abren y se cie-
rran para recibir el agua o expe-
lerla. Cada una de estas conchas
encierra perlas tan brillantes que
la menor haría la gloria de la co-
rona de una reina.
Desde hacía varios años, el rey
del mar era viudo y dirigía su
casa su vieja madre. Era una mu-
14
jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
15
jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
15
jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
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jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
15
jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
15
jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
15
jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
15
jer espiritual, pero tan orgullosa
de su rango que llevaba doce os-
tras en la cola, mientras que los
grandes personajes ostentaban
sólo seis. Merecía elogios por los
cuidados que prodigaba a sus seis
nietitas, todas ellas princesas en-
cantadoras. Sin embargo, la más
joven era aún más hermosa que
las otras; tenía la piel tan sua-
ve y diáfana como el pétalo de
una rosa, los ojos azules como
un profundo lago; pero no tenía
piernas: al igual que sus herma-
nas, su cuerpo terminaba en una
cola de pez.
Todo el día las niñas jugaban en
15
las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
16
las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
16
las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
16
las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
16
las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
16
las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
16
las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
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las grandes salas del palacio,
donde las flores vivas crecían so-
bre las paredes. Cuando se abrían
las ventanas de ámbar amarillo,
los peces entraban por ellas como
entran en nuestra casa las golon-
drinas, y comían en la mano de
las princesitas, que los acaricia-
ban. Delante del palacio había
un gran jardín con árboles de un
azul oscuro o de un rojo fuego.
Los frutos brillaban como el oro,
y las flores, agitando sin cesar
sus tallos y sus corolas, pare-
cían pequeñas llamas. El suelo
se componía de arena blanca y
fina, y una claridad azulada, ma-
16
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ravillosa, que se derramaba por
todos lados, hubiese hecho creer
que se estaba en el aire, en medio
del celeste firmamento, en vez de
abajo del mar. Los días de calma
se podía divisar el sol, semejante
a una florecilla de púrpura ex-
pandiendo la luz de su cáliz.
Cada una de las princesas tenía
en el jardín su pequeño terreno,
que podía cultivar según su gus-
to. Una le daba la forma de una
ballena, otra de una sirena, pero
la más joven hizo el suyo redon-
do como el sol, y no plantó en él
nada más que flores rojas, como
él. Era una niña extraña, silen-
17
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
ciosa y reflexiva. Mientras sus
hermanas jugaban con diferentes
objetos procedentes de los navíos
naufragados, ella se entretenía
adornando una hermosa estatui-
ta de mármol blanco que repre-
sentaba un joven encantador, co-
locada bajo un magnífico sauce
llorón color de rosa, que le cubría
de una sombra violácea. Su ma-
yor placer consistía en escuchar
narraciones sobre el mundo en
que viven los hombres. Siempre
estaba rogando a su vieja abuela
que le hablase de navíos, de las
ciudades, de los hombres y de los
animales.
18
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Lo que más le extrañaba es que
en la tierra, las flores exhalaban
un perfume que no tienen debajo
del agua del mar, y que los bos-
ques fuesen verdes.
No podía imaginarse cómo los
peces cantaban y saltaban entre
los árboles. La abuela llamaba
peces a los pajaritos, sin lo cual
no la hubiesen comprendido.
-Cuando hayan cumplido quince
años- dijo la abuela –les daré
permiso para que suban a la su-
perficie del mar y se sienten so-
bre las rocas al claro de la luna
para ver los grandes navíos y las
ciudades y los bosques.
19
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
Al año siguiente, la primogénita
de las hermanas iba a alcanzar
sus quince abriles, y como no ha-
bía más que un año de diferencia
entre cada hermana, la más jo-
ven tenía que esperar aún cinco
años para salir del fondo del mar.
Pero se prometían entre sí con-
tarse las maravillas que vieran en
su primera salida; pues su abuela
nunca hablaba bastante, y ¡había
tantas cosas que ardían por sa-
ber!
La más curiosa era indudable-
mente la más joven; a menudo,
durante la noche, permanecía
cerca de la ventana abierta, tra-
20
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
tando de penetrar con sus mi-
radas el espesor del agua azul
que los peces golpeaban con sus
aletas y sus colas. Divisó, efecti-
vamente, la luna y las estrellas,
pero le parecían muy pálidas y con-
siderablemente aumentadas por el
agua.
Cuando las velaba alguna noche
negra, sabía que era una ballena
o un bajel cargado de hombres
que nadaba sobre ella. Cierta-
mente, esos hombres no sospe-
chaban que una encantadora si-
renita tendía debajo de ellos sus
manos blancas hacia el casco del
buque.
21
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
Llegó así el día en que la prince-
sa primogénita alcanzó sus quin-
ce años y subió a la superficie del
mar.
A su vuelta, tuvo mil cosas que
contar.
Y así, la primera vez que una
de las hermanas salía fuera del
agua, estaba siempre encantada
con las nuevas cosas que contem-
plaba; pero cuando había crecido
y podía subir cuando quisiera, el
encanto desaparecía, y al cabo de
un tiempo ya decía que abajo era
más bonito, y que nada valía tan-
to como la casa de uno.
A menudo, las cinco hermanas,
22
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
tomándose del brazo, subían así
a la superficie del agua. Poseían
voces más encantadoras que la
de cualquier criatura humana, y
si por casualidad alguna tormen-
ta les hacía creer que un navío
iba a naufragar, nadaban delan-
te de él, entonando magníficos
cantos sobre la belleza del fondo
del mar, invitando a los mari-
neros a visitarlas. Pero éstos no
podían comprender las palabras
de las sirenas y nunca pudieron
contemplar las magnificencias
que aquéllas celebraban; pues
en cuanto se hundía el barco los
hombres se ahogaban, y sólo los
23
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
cadáveres llegaban al palacio del
rey del mar.
Durante la ausencia de las cinco
hermanas, la Sirenita se queda-
ba sola al lado de la ventana,
siguiéndolas con la mirada, y
sentía ganas de llorar. Pero una
sirena no tiene lágrimas, y su co-
razón sufre más por eso.
–¡Oh, si tuviera quince años!–
decía –. Siento ya cuánto querría
al mundo de arriba y a los hom-
bres que lo habitan.
Llegó el día en que tuvo quince
años.
–Vas a marcharte– le dijo su
abuela, la vieja reina madre –.
24
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
Ven para que te asee como a tus
hermanas.
Y posó sobre sus cabellos una
corona de lirios blancos, cuyos
pétalos eran la mitad de una per-
la; luego hizo aplicar a la cola de
la princesa ocho ostras grandes
para designar su elevado rango.
–¡Qué daño me hacen!– dijo la
Sirenita.
–Si quieres estar bien vestida hay
que sufrir un poco– replicó la an-
ciana reina.
Sin embargo, la joven hubiera
rechazado todo ese lujo con mu-
cho gusto, y aún la pesada corona
que oprimía su frente. Las rojas
25
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
flores de su jardín le sentaban
mucho mejor; pero no se atrevió
a hacer comentarios.
–Adiós– dijo.
Y ligera como una pompa de ja-
bón atravesó las aguas.
Cuando apareció su cabeza en
la superficie del mar, acababa
de ponerse el sol; pero las nubes
brillaban todavía como rosas de
oro, y el lucero de la tarde cente-
lleaba en medio del firmamento.
El aire era suave y fresco, el mar
estaba plácido. Cerca de la Sire-
nita había un navío de tres palos;
sólo tenía una vela desplegada, a
causa de la calma reinante y los
26
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
tripulantes estaban sentados so-
bre las vergas y las jarcias. Reso-
naban sin cesar cantos y música,
y al acercarse la noche encendie-
ron cien linternas de diferentes
colores colgadas de las cuerdas:
se hubiese creído contemplar
mariposas de todos los países. La
Sirenita nadó hasta la ventana
de la gran sala, y cada vez que
la elevaba el agua, veía a través
de los cristales transparentes una
cantidad de hombres magnífica-
mente ataviados. El más hermo-
so de todos era un joven príncipe
de largos cabellos negros, y para
celebrar su aniversario tenían lu-
27
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
gar todos aquellos preparativos.
Los marineros bailaban sobre el
puente, y cuando se mostró en él
el joven príncipe, se elevaron en
los aires cien cohetes, esparcien-
do una claridad semejante a la
del día. La Sirenita tuvo miedo
y se zambulló en el agua, pero
pronto volvió a surgir, parecien-
do llover entonces sobre ella to-
das las estrellas del cielo. Jamás
había visto un fuego artificial se-
mejante; grandes soles giraban,
peces de fuego hendían los aires,
y todo el tranquilo y puro mar
relucía. Sobre el navío se podía
distinguir hasta la menor cuerda,
28
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
y aún mucho mejor los hombres.
¡Oh! ¡Qué hermoso era el joven
príncipe! Estrechaba la mano a to-
dos, hablaba y sonreía a cada uno
mientras la música difundía en la
noche sus acordes armoniosos.
Era ya tarde, pero la Sirenita no
pudo cansarse de admirar el ba-
jel y el hermoso príncipe. Ya no
brillaban las linternas y habían
cesado los cañonazos; sucesiva-
mente se desplegaron todas las
velas y el navío avanzó rápida-
mente sobre las olas. La princesa
se puso a seguirlo sin separar un
instante los ojos de la ventana.
Pero pronto empezó a agitarse el
29
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mar; las olas crecían y grandes
nubarrones se amontonaban en el
cielo. Relumbraban los relámpa-
gos a lo lejos, se preparaba una
terrible tempestad.
El navío se balanceaba en medio
de su veloz carrera, sobre el mar
impetuoso. Las olas, al levantar-
se como grandes montañas, ora
lo elevaban hasta su cima. Al
principio la Sirenita tomó gus-
to a este viaje tan accidentado;
pero cuando el barco, sufriendo
violentas sacudidas, empezó a
crujir, cuando de repente el palo
mayor se quebró como un junco
y el barco se inclinó de costado
30
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
mientras el agua penetraba en
la sala, comprendió el peligro,
y ella misma tuvo que cuidarse
de las vigas y otros restos que se
desprendían del barco.
La oscuridad crecía por momen-
tos, y no veía absolutamente
nada; otras veces, los relámpa-
gos le hacían visibles los menores
detalles de esta escena. La agita-
ción había llegado a su colmo en
el navío; ¡otra sacudida!
Se rajó completamente y ella vio
cómo engullía el mar profundo
al joven príncipe. Llena de ale-
gría, creyó que iba a bajar a su
morada, pero se acordó de que
31
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
los hombres no pueden vivir en
el agua, y que, por consiguiente,
llegaría muerto al palacio de su
padre. Entonces, para salvarlo,
atravesó nadando las vigas y los
tablones esparcidos sobre el mar,
y, a riesgo de dejarse aplastar, se
zambulló profundamente bajo el
agua varias veces, y de esta ma-
nera llegó hasta el joven príncipe
en el momento en que sus fuer-
zas comenzaban a abandonarle
y cerraba ya los ojos, próximo a
morir. La Sirenita lo asió, sostu-
vo su cabeza encima del agua y
se abandonó con él al capricho de
las olas.
32
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
A la mañana siguiente había tor-
nado el buen tiempo, pero ya no
quedaba nada del navío. Un sol
rojo, de penetrantes rayos, pare-
cía llamar la vida sobre las me-
jillas del príncipe; pero sus ojos
permanecían cerrados.
La Sirenita depositó un beso so-
bre su frente y retiró los cabellos
mojados. Le encontró un pareci-
do con la estatua de mármol de
su jardincillo y deseó ferviente-
mente que sanara. Pasó ante la
tierra firme, cubierta de altas
montañas azules, en cuya cima
relumbraba la nieve blanca.
Al pie de una colina, en medio de
33
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
un soberbio bosque verde se ex-
tendía un pueblo con una iglesia
o convento. Fuera de las puertas
se elevaban altas palmeras y en
los jardines crecían naranjos y li-
moneros; no lejos de allí, el mar
formaba un pequeño golfo, que
terminaba en una roca cubier-
ta de arena blanca y fina. Fue
allí donde la Sirenita depositó
al príncipe, teniendo cuidado de
colocarle la cabeza alta y de pre-
sentarla a los rayos del sol.
Pronto empezaron a repicar las
campanas de la iglesia y una can-
tidad de muchachas apareció en
uno de los jardines. La Sirenita
34
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
se alejó nadando y se escondió
detrás de algunas rocas para ob-
servar lo que le pasaba al pobre
príncipe.
Algunos momentos después, una
de las jóvenes pasó delante de él;
pareció asustarse al principio,
pero se repuso en seguida y co-
rrió a buscar otras personas que
prodigaron al príncipe toda clase
de cuidados.
La Sirenita lo vio volver en sí y
sonreír a todos los que le rodea-
ban; sólo a ella dejó de sonreír,
ignorando que lo había salvado.
Luego, cuando vio que lo condu-
cían a una gran casa, se zambu-
35
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
lló tristemente y regresó al casti-
llo de su padre.
Siempre había sido silenciosa y
reflexiva; a partir de ese día, lo
fue aún más. Sus hermanas le
preguntaron qué había visto allí
arriba, pero no contestó nada.
Más de una vez por la tarde o
por la mañana, regresó al lugar
en que había dejado al príncipe.
Vio madurar los frutos de los jar-
dines, vio fundirse la nieve sobre
las altas montañas, pero no vio
al príncipe; y regresaba cada vez
más triste al fondo del mar. Allí
su único consuelo era sentarse
en su jardincillo y rodear con sus
36
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
brazos a la hermosa estatuita de
mármol que se parecía al prínci-
pe, mientras que sus flores, olvi-
dadas, descuidadas, se arrastra-
ban por los caminos, como en un
lugar salvaje y entrelazaban sus
largos tallos en las ramas de los
árboles, formando así bóvedas
espesas que obstruían la luz.
Finalmente, esta existencia se le
tornó insoportable; le confió todo
a una de sus hermanas, quien lo
contó inmediatamente a las de-
más, pero sólo a ellas y a algunas
otras sirenas que no lo repitieron
nada más que a sus amigas ín-
timas. Sucedió que una de estas
37
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
últimas, habiendo visto también
la fiesta que se celebró en el na-
vío, conocía al príncipe y sabía
el lugar en que estaba situado su
reino.
–Ven, hermana- dijeron las otras.
Y entrelazando los brazos sobre
los hombros, se elevaron en fila
en el mar ante el palacio del prín-
cipe.
Este palacio estaba construido
con piedras amarillas y relu-
cientes; conducían a su interior
grandes escaleras de mármol, lo
mismo que al jardín; varias cú-
pulas doradas brillaban sobre el
tejado y entre las columnas de las
38
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
galerías había estatuas de már-
mol que parecían animadas. Las
magníficas salas estaban ador-
nadas de cortinas y de tapices
incomparables y los muros recu-
biertos de grandes pinturas. En
la gran sala, el sol calentaba, a
través de un techo de cristal, las
plantas más raras, que crecían en
un gran estanque debajo de va-
rios surtidores.
Desde entonces la Sirenita vino
muy a menudo a este sitio, de no-
che como de día; se acercaba a la
costa y hasta se atrevía a sentar-
se debajo del gran balcón de már-
mol que proyectaba su sombra
39
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
bastante lejos sobre las aguas.
Desde allí, contemplaba al claro
de la luna al joven príncipe, que
se creía solo; a menudo, al son de
la música, pasó delante de ella
en un rico navío empavesado, y
los que divisaban su velo blanco
entre los juncos la tomaban por
un cisne abriendo sus alas.
También oía a los pescadores elo-
giar al joven príncipe y entonces
se felicitaba por haberle salvado
la vida, aunque él lo ignorase
completamente. Su afecto por
los hombres crecía de día en día,
y también de día en día desea-
ba más elevarse hasta ellos. Su
40
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
mundo le parecía más extenso
que el suyo; sabían atravesar el
mar con sus navíos, trepar por
las altas montañas más allá de
las nubes; gozaban de inmensas
selvas y verdes campos. Al no po-
der satisfacer toda su curiosidad
sus hermanas, interrogó a su vie-
ja abuela, que conocía muy bien
el mundo más elevado al cual lla-
maban, a justo título, el país de
encima del mar.
–Si no se ahogan los hombres–
preguntó la Sirenita –¿es que
viven eternamente? ¿No mueren
como nosotras?
–Indudablemente– contestó la
41
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
vieja –mueren, y su existencia
hasta es más corta que la nues-
tra. Algunas de nosotras vivimos
hasta trescientos años; luego, al
cesar de existir, nos transforma-
mos en espuma, pues en el fon-
do del mar no hay tumba para
recibir los cuerpos inanimados.
Nuestra alma no es inmortal;
con la muerte, todo se termina.
Somos como los juncos verdes:
una vez cortados ¡no vuelven a
reverdecer jamás! Los hombres
al contrario, poseen un alma que
vive eternamente, que vive des-
pués de que su cuerpo se haya
cambiado en polvo; esta alma
42
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
asciende a través de la sutilidad
del aire hasta las estrellas que
relumbran, y de la misma mane-
ra en que nosotras nos elevamos
desde el fondo de las aguas para
contemplar el país de los hom-
bres, ellos se remontan a delicio-
sos lugares, inmensos, inaccesi-
bles a los pueblos del mar.
– Pero, ¿por qué no tenemos no-
sotras también un alma inmor-
tal?– preguntó la Sirenita afligi-
da–; daría gustosa los centenares
de años que me quedan de vida
para ser hombre, aunque sólo
fuese un día, y participar luego
del mundo celeste.
43
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
–No pienses tonterías– replicó la
vieja –. Somos aquí mucho más
felices que los hombres allá arri-
ba.
–Un día, pues, tendré que morir;
no seré más que un poco de espu-
ma; ¡no habrá para mí murmu-
llos de olas, ni flores, ni sol! ¿No
hay, pues, ningún medio para mí
de adquirir un alma inmortal?
–Uno solo, pero casi imposible.
Haría falta que un hombre conci-
biera por ti un amor infinito, que
fueses para él más querida que
su padre y su madre. Entonces,
ligado a ti con toda su alma y
con todo su corazón, prometién-
44
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
dote eterna fidelidad, su alma se
comunicará a tu cuerpo y serías
admitida a la felicidad de los
hombres. ¡Pero nunca llegará a
hacerse semejante cosa! Lo que
se considera aquí, en el mar, una
gran belleza, tu cola de pez, pasa
en la tierra por una cosa detesta-
ble. ¡Pobres hombres! ¡Para ser
hermosos se creen que es necesa-
rio tener dos soportes groseros
que llaman piernas!
La Sirenita suspiró tristemente,
contemplando su cola de pez.
–¡Seamos alegres!– dijo la vieja-
saltemos y divirtámonos lo más
posible durante los trescientos
45
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
años de nuestra existencia; a fe
mía que es un lapso considerable;
tanto mejor reposaremos des-
pués. Esta noche hay baile en la
corte.
Nadie en la tierra puede hacer-
se idea de una magnificencia
semejante. Toda la sala de baile
era de cristal; millares de enor-
mes conchas, alineadas a cada
lado, iluminaban la sala con una
luz azulada, que, a través de los
transparentes muros, se esparcía
también afuera, en el mar.
Se veían nadar innumerables
peces, pequeños y grandes, cu-
biertos de relucientes escamas de
46
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
púrpura, de oro y de plata.
En medio de la sala corría un
ancho río sobre el cual bailaban
los delfines y las sirenitas, al son
de sus propias voces, que eran es-
pléndidas. La Sirenita fue la que
mejor cantó y tan fuertemente la
aplaudieron que durante un mo-
mento la satisfacción le hizo ol-
vidar las maravillas de la tierra.
Pero pronto volvió a sus antiguos
pesares, pensando en el hermoso
príncipe y en su alma inmortal.
Dejó los cantos y las risas, salió
despacito del palacio y se sentó
en su jardincito. Desde allí per-
cibió el sonido de los cuernos que
47
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
penetraban el agua.
–He aquí que pasa aquél que amo
con todo mi corazón y con toda
mi alma, el que ocupa todos mis
pensamientos y a quien yo quisie-
ra confiar la felicidad de mi vida.
Lo arriesgaría todo por él y por
ganar un alma inmortal. Mien-
tras mis hermanas bailan en el
palacio de mi padre, voy en bus-
ca de la bruja del mar, que tanto
horror me inspiró hasta este día.
Quizá ella tenga un consejo que
pueda ayudarme.
Y la Sirenita, saliendo de su
jardín, se dirigió hacia los mu-
gientes torbellinos, detrás de los
48
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
cuales habitaba la bruja. Nun-
ca había seguido ese camino.
No crecía en él ni una flor ni
una brizna de hierba. El fondo,
de arena gris y desnuda, se ex-
tendía hasta un lugar en que el
agua, como las ruedas de un mo-
lino, giraba velozmente sobre sí
misma, tragándose todo lo que
estaba a su alcance. La Sirenita
se vio obligada a atravesar estos
terribles remolinos para llegar
a los dominios de la bruja, cuya
casa se levantaba en medio de un
extraño bosque. Todos los árboles
y los arbustos no eran otra cosa
que pólipos, mitad animales,
49
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
mitad plantas, semejantes a ser-
pientes de cien cabezas saliendo
de la tierra. Las ramas eran bra-
zos largos y viscosos, terminados
por dedos en forma de gusanos,
que se movían constantemente.
Esos brazos enlazaban todo lo
que podían asir, y no lo soltaban
más.
La Sirenita, presa del terror,
hubiera querido volverse atrás;
pero pensando en el príncipe y en
el alma del hombre se armó de
toda su valentía. Lió alrededor
de su cabeza su larga cabellera
flotante, para que los pólipos no
pudieran asirla, cruzó los brazos
50
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
sobre el pecho y así nadó veloz
como un pez, entre aquellas ho-
rribles criaturas, cada una de las
cuales estrechaba algo entre sus
brazos, como con lazos de hierro,
ya fueran esqueletos blancos de
náufragos o remos, cajones o ca-
rroñas de animales. Para colmo
de horror, la princesa vio a una
que estrechaba a una sirenita so-
focada.
Finalmente, llegó a un gran cla-
ro del bosque, donde enormes
serpientes de mar se revolcaban
mostrando su repugnante vientre
amarillento.
En medio del claro se elevaba la
51
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
casa de la bruja, construida con
los huesos de los náufragos, y en
donde la bruja, sentada sobre
una piedra grande, daba de co-
mer en la mano a un sapo, como
los hombres ofrecen azúcar a los
canarios.
Llamaba a los horribles batra-
cios ‘sus pollitos’, y encontraba
gusto en hacerlos rodar sobre su
gorda y esponjosa barriga.
–Ya sé lo que quieres– exclamó al
ver a la Sirenita –; tus deseos son
estúpidos; sin embargo, me pres-
taré a ellos porque sé que te trae-
rán mala suerte. Quieres zafarte
de tu cola de pez y reemplazarla
52
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
por dos de esas piezas con las
cuales andan los hombres, con el
fin de que el príncipe se enamore
de ti, se case contigo y te dé un
alma inmortal.
Con estas palabras estalló en una
horrible risa, que precipitó a tie-
rra al sapo y a las serpientes.
–En fin, has hecho bien en ve-
nir; mañana al levantarse el sol,
hubiera sido demasiado tarde, y
tendrías que haber esperado otro
año. Te voy a preparar un elixir
que te llevarás a tierra antes de
que despunte el día. Siéntate so-
bre la costa y bébelo. Inmediata-
mente, tu cola se encogerá y se
53
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
repartirá en lo que los hombres
llaman dos hermosas piernas.
Pero te prevengo que esto te hará
sufrir como si te cortasen con
una filosa espada. Todo el mundo
admitirá tu belleza, conservarás
tu porte ligero y gracioso, pero
cada uno de tus pasos te produ-
cirá el mismo dolor que si andu-
vieras sobre alfileres. Si quieres
padecer todos esos sufrimientos,
consiento en ayudarte.
–¡Los soportaré!- dijo la Sirenita
con temblorosa voz, pensando en
el príncipe y en el alma inmortal.
–Pero acuérdate- continuó la
bruja–, una vez cambiada en ser
54
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
humano, ¡nunca más podrás vol-
ver a ser sirena! Jamás verás de
nuevo el palacio de tu padre; y si
el príncipe, olvidando a su padre
y a su madre, no se ata a ti con
todo su corazón y su ser, no ten-
drás jamás un alma inmortal. El
día en que despose a otra mujer,
tu corazón se romperá y no serás
más que un poco de espuma so-
bre la cima de las olas.
–Consiento en ello– dijo la Sire-
nita, más pálida que la muerte.
–En este caso– prosiguió la bru-
ja– tienes que pagarme; y no
pido otra cosa. Tu voz es de las
más hermosas en el fondo de los
55
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
mares, piensas encantar con ella
al príncipe, pero es tu voz, pre-
cisamente, lo que exijo en pago.
Quiero lo más hermoso que tie-
nes.
–Pero si me quitas la voz– dijo la
Sirenita –¿qué me quedará?
–Tu encantadora figura– contes-
tó la bruja –tu porte ligero y gra-
cioso y tus expresivos ojos: esto
basta para enredar el corazón de
un hombre. ¡Vamos! ¡Sé valien-
te! Saca la lengua para que te la
corte, y te daré mi elixir.
–¡Sea!– contestó la Sirenita. Y
la pobre niña se quedó muda.
La bruja puso al fuego su olla
56
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
para cocer en ella la bebida má-
gica.
–La limpieza es una gran cosa–
dijo, tomando un manojo de víbo-
ras para restregar la olla.
Salió un espeso vapor, forman-
do extrañas y horribles figuras.
A cada momento la vieja añadía
un nuevo ingrediente, y cuando la
mezcla hirvió a borbotones, pro-
dujo un sonido semejante a los
gemidos del cocodrilo. Una vez
preparado el elixir, parecía agua
clara.
–Aquí está– dijo la bruja, des-
pués de haberlo vertido en un
frasco –. Si lo pólipos quieren
57
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
asirte cuando vuelvas a pasar
por mi bosque, no tienes más que
arrojarles una gota de este bre-
baje y estallarán en mil pedazos.
El consejo era inútil, pues apenas
vieron los pólipos el elixir que
brillaba en la mano de la prince-
sa como una estrella, retrocedie-
ron asustados ante ella. Atravesó
así el bosque y los rugientes tor-
bellinos.
Cuando llegó al palacio de su pa-
dre, las luces de la gran sala de
baile estaban apagadas; todo el
mundo dormía, sin duda, pero no
se atrevió a entrar. Ya no podía
hablarles y pronto iba a dejarlos
58
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
para siempre.
Le pareció que su corazón se
rompía de pena. Se deslizó se-
guidamente hacia el jardín, cor-
tó una flor del cuadro de cada
una de sus hermanas, envió con
la punta de los dedos mil besos
hacia el castillo y subió a la su-
perficie del mar.
No había salido aún el sol cuando
divisó el palacio del príncipe.
Se sentó sobre la orilla y bebió
el elixir; fue como si una afila-
da espada le hubiese traspasado
el cuerpo; se desmayó y quedó
como muerta. El sol brillaba ya
sobre el mar cuando se despertó,
59
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
sintiendo un punzante dolor. Pero
frente a ella estaba el hermoso
príncipe, que la contemplaba con
sus oscuros ojos. La Sirenita bajó
los suyos y entonces comprobó
que su cola de pez había desapa-
recido, siendo reemplazada por
dos graciosas piernas blancas.
El príncipe le preguntó quién era
y de dónde venía; ella lo miró con
expresión dulce y afligida, sin po-
der pronunciar una palabra. Des-
pués el joven la tomó de la mano
y la condujo al palacio. Cada
paso, como había dicho la bruja,
le causaba atroces dolores; sin
embargo, del brazo del príncipe,
60
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
subió la gran escalinata de már-
mol, ligera como una pompa de
jabón y todo el mundo admiró
su gracioso porte. La vistieron
de seda y de muselina, sin can-
sarse de admirar su belleza; pero
permanecía siempre muda. Es-
clavas, revestidas de seda y oro,
cantaban delante del príncipe
las hazañas de sus antepasados;
cantaban bien y el príncipe las
aplaudía, sonriendo a la Sirenita.
–¡Si supiera– pensaba ella –que
he sacrificado por él mi voz más
hermosa aún!
Después del canto, las esclavas
ejecutaron una graciosa danza al
61
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
son de una música encantadora.
Pero cuando la Sirenita se puso
a bailar, alzando sus blancos
brazos y manteniéndose sobre la
punta de los pies, sin casi tocar el
suelo, mientras sus ojos hablaban
al corazón mejor que el canto de
las esclavas, todos se quedaron
extasiados; y el príncipe exclamó
que nunca se separaría de ella y
le permitió dormir a su puerta so-
bre un cojín de terciopelo. Todos
ignoraban los sufrimientos que
había padecido mientras bailaba.
A la mañana siguiente, el prín-
cipe le dio un traje de amazona
para que fuese con él a caballo.
62
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
Atravesaron así los perfumados
bosques y hollaron las altas mon-
tañas; la Sirenita, mientras reía,
sentía sangrar sus pies.
De noche, mientras los demás
dormían, bajó secretamente por
la escalera de mármol y se diri-
gió hacia la orilla del mar para
refrescar sus ardientes pies en
agua fría, y el recuerdo de su pa-
tria le vino a la memoria.
Una noche divisó a sus hermanas
teniéndose por la mano; canta-
ban tan tristemente, nadando,
que la Sirenita no pudo menos
que hacerles señas. Habiéndola
reconocido, le contaron cuántos
63
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
pesares les había dado. Volvieron
todas las noches y una vez traje-
ron a la vieja abuela, que no ha-
bía sacado la cabeza afuera del
agua desde hacía muchos años,
y al rey del mar, con su corona
de coral. Ambos tendieron sus
manos hacia su hija; pero no se
atrevieron a acercarse a la costa
como sus hermanas.
Cada día el príncipe la quería
más, pero la amaba como se ama
a una niña buena y gentil, sin
abrigar la menor idea de hacerla
su mujer. Sin embargo, para que
tuviera un alma inmortal y no se
tornase un día un poco de espu-
64
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
ma, era necesario que el príncipe
se casase con ella.
–¿Es que no me quieres más que
a las demás?– he aquí lo que pa-
recían decir los ojos de la pobre
pequeña cuando el príncipe, to-
mándola entre sus brazos, la be-
saba en la hermosa frente.
–Claro que sí- contestaba el prín-
cipe– pues tienes mejor corazón
que las demás; porque me eres
más adicta y te pareces a una
muchacha que vi un día, pero
que no volveré a ver sin duda
jamás. Hallándome en un navío
que naufragó, fui llevado a tierra
por las olas, cerca de un convento
65
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
habitado por varias muchachas.
La más joven de ellas me salvó
la vida, pero sólo la vi dos veces.
Nunca podré amar en este mundo
a otra que no sea ella; pues bien,
a ella te pareces y hasta algunas
veces reemplazas su imagen en
mi alma.
–¡Ay!– pensó la Sirenita –ignora
que fui yo quien lo llevó a través
de las olas hasta el convento para
salvarlo. ¡Ama a otra! Sin em-
bargo, esta joven está encerrada
en un convento, jamás sale de él;
quizá la olvide por mí, por mí que
lo amaría y le sería fiel toda la
vida.
66
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
–El príncipe va a casarse con la
hermosa hija del rey vecino –se
dijo un día–; está equipando un
soberbio navío so pretexto de ir
solamente a visitar al rey, pero la
verdad es que se va a casar con
su hija.
Esto hizo sonreír a la sirena, que
conocía mejor que nadie los pen-
samientos del príncipe, que le ha-
bía dicho: “Puesto que lo exigen
mis padres, iré a ver a la hermo-
sa princesa, pero nunca me obli-
garán a traérmela para hacer de
ella mi mujer. No puedo amarla;
no se parece, como tú, a la joven
del convento y preferiría casarme
67
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
contigo, pobre niña extraviada,
de ojos tan expresivos, a pesar de
tu eterno silencio”.
Hablando así, había depositado
un beso en su larga cabellera.
El príncipe se fue.
–Espero que no temas al mar– le
dijo sobre el navío que los lleva-
ba.
Luego le habló de las tempesta-
des y del mar enfurecido, de los
extraños peces y de todo lo que
los buzos encuentran en el fondo
de las aguas.
Estos discursos la hacían sonreír,
pues conocía el fondo del mar se-
guramente mejor que nadie.
68
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
Al claro de la luna, cuando dor-
mían los demás, sentada en el
borde del bajel, hundía sus mi-
radas en la transparencia de las
aguas, creyendo divisar el palacio
de su padre y a su vieja abuela,
con los ojos fijos en el casco de
la nave. Una noche aparecieron
sus hermanas: la miraban triste-
mente retorciéndose las manos.
La pequeña las llamó por señas
y se esforzó por hacerles com-
prender que todo marchaba bien;
pero en aquel mismo instante se
acercó el grumete y desaparecie-
ron, haciendo creer al marinerito
que sólo había visto la espuma
69
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
del mar.
A la mañana siguiente el navío
entró en el puerto de la ciudad en
que residía el rey vecino. Echa-
ron las campanas a vuelo, resonó
la música en lo alto de las torres
y se alinearon los soldados bajo
los flotantes estandartes. Todos
los días hubo fiestas, bailes, ve-
ladas; pero la princesa no había
regresado aún del convento, don-
de había estado recibiendo una
brillante educación.
La Sirenita estaba muy curiosa
por ver su belleza: por fin tuvo
esa satisfacción. Tuvo que reco-
nocer que nunca había visto una
70
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
figura tan hermosa, una piel tan
linda y unos ojos tan negros y se-
ductores.
–¡Eres tú!– exclamó el príncipe
al verla–. ¡Fuiste tú quien me sal-
vaste la vida en la costa!
Y estrechó entre sus brazos a su
novia ruborizada.
–Es demasiada felicidad– conti-
nuó volviéndose hacia la Sirenita
–¡Mis caros deseos se han visto
cumplidos! Compartirás mi di-
cha, pues me amas más que los
demás.
La hija del mar besó la mano del
príncipe, aunque sintiera que se
le rompía el corazón.
71
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
El día de la boda de aquel que
amaba, tenía que morir y trans-
formarse en espuma.
Por doquier reinaba la alegría;
los heraldos anunciaron los es-
ponsales por todas las calles, al
son de las trompetas. En la gran
iglesia quemaban aceite perfu-
mado en lámparas de plata, los
sacerdotes agitaron los incensa-
rios; los dos novios se dieron la
mano y recibieron la bendición
del obispo.
La Sirenita, ataviada de seda
y oro, asistía a la ceremonia;
pero sólo pensaba en su próxima
muerte y en todo lo que había
72
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
perdido en este mundo.
Aquella misma noche los dos jó-
venes esposos se embarcaron al
ruido de las salvas de artillería.
Flameaban todos los estandartes;
en medio de la nave se levantaba
una tienda real de oro y de púr-
pura, donde se había preparado
un espléndido lecho de reposo.
Hincháronse las velas y el navío
se deslizó ligeramente sobre el
agua límpida.
Al acercarse la noche se encen-
dieron lámparas de diversos colo-
res y los marineros se pusieron a
bailar alegremente sobre el puen-
te. La Sirenita se acordó entonces
73
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
del atardecer en que por primera
vez había contemplado el mundo
de los hombres. Se unió al baile,
ligera como una golondrina y se
hizo admirar como un ser huma-
no. Pero es imposible expresar lo
que sentía en el corazón; en me-
dio de su danza pensaba en aquel
por quien había dejado su fami-
lia y su patria, por quien había
padecido inauditos tormentos.
Esta noche era la última en que
respiraría el mismo aire que él,
en que podía contemplar el mar
profundo y el cielo estrellado. Le
aguardaba una noche eterna, una
noche sin sueños, puesto que no
74
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
tenía un alma inmortal. Hasta
medianoche, la dicha y la alegría
reinaron alrededor de ella; ella
misma bailaba y reía, llevando la
muerte en el corazón.
Finalmente, el príncipe y la prin-
cesa se retiraron bajo su tienda;
todo se tornó silencioso y única-
mente el piloto permaneció solo
ante el timón.
La Sirenita, apoyando sus blan-
cos brazos sobre el borde del na-
vío, miraba hacia el oriente, del
lado de la aurora; sabía que el
primer rayo de sol iba a matarla.
Súbitamente sus hermanas sa-
lieron del mar, tan pálidas como
75
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
ella misma; ya no flotaban al
viento sus largas cabelleras; las
habían cortado.
-Las hemos dado a la bruja- dije-
ron –para que te ayude y te sal-
ve de la muerte. Nos ha dado un
cuchillo afilado que aquí tienes.
Antes de la salida del sol, tienes
que clavarlo en el corazón del
príncipe y cuando su sangre, aún
caliente, se derrame a tus pies,
éstos se juntarán y se transfor-
marán en una cola de pez. Volve-
rás a ser sirena; podrás descen-
der de nuevo con nosotras en el
agua y sólo a la edad de trescien-
tos años te cambiarás en espuma.
76
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
Pero date prisa, pues antes de la
salida del sol uno de ustedes dos
tiene que morir. ¡Mátalo y vuel-
ve! ¿Ves esa línea encarnada en
el horizonte? ¡El sol aparece-
rá dentro de algunos minutos, y
todo se acabará para ti!
Luego, suspirando profundamen-
te, se hundieron entre las olas.
La Sirenita retiró la cortina de
la tienda y vio a la joven dormi-
da, con la cabeza apoyada sobre
el pecho del príncipe. Se acercó
a ellos, se inclinó y depositó un
beso sobre la frente del que tan-
to había amado. Seguidamente
volvió los ojos hacia la aurora,
77
cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
78
cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
78
cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
78
cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
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cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
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cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
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cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
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cada vez más brillante, miró al-
ternativamente al filoso cuchillo
y al príncipe que pronunciaba
en sueños el nombre de su espo-
sa, alzó el arma con temblorosa
mano y la arrojó a lo lejos sobre
las olas. Gotas de sangre parecie-
ron brotar del agua en el lugar
en que cayó el cuchillo. La sirena
dirigió otra vez la mirada sobre
el príncipe y se precipitó al mar,
donde sintió su cuerpo disolverse
en espuma.
En aquel momento el sol surgía
de las olas; sus dulces y benéficos
rayos caían sobre la espuma fría
y la Sirenita vio el sol brillante,
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las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
79
las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
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las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
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las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
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las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
79
las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
79
las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
79
las nubes de púrpura y encima
de ella flotando a las hijas del
aire, mil criaturas transparentes
y celestes. Sus voces componían
una melodía encantadora, pero
tan sutil que ningún oído huma-
no podía percibirla, lo mismo
que ningún ojo humano podía
ver aquellas criaturas. Y la hija
del mar descubrió que poseía un
cuerpo semejante a los suyos, que
se desprendía poco a poco de la
espuma.
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Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.
Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.
Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.
Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.
Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.
Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.
Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.
Hans Christian Andersen, autorretrato de 1830.
Andersen según wikipedia: se le conoce so-
bre todo por su cuentos infantiles, algunos
inspirados en cuentos y leyendas nórdicas,
pero la mayoría de ellos inventados por él y
caracterizados por una gran imaginación,
humor y sensibilidad. Algunos críticos
sugieren que estas historias no eran tan
inocentes, siendo censuradas cuando se
editaron, y que, en cualquier caso, reflejan
parte de los conflictos internos del escritor.