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Rasgos característicos de la espiritualidad benedictina

Josep M. Soler, o.s.b.


Liturgia y espiritualidad 2011 p. 255-259

La espiritualidad benedictina tiene su base en la Regla de san


Benito (en adelante citada como RB). Es un texto,
relativamente breve, del siglo VI, cuyo autor la califica de
"mínima regla" redactada "como un comienzo" para los que
quieran "tener alguna honestidad de costumbres  o un
comienzo de vida monástica"(RB 73, 1.8). Así, sencillamente
presenta su obra el Padre del monacato occidental. Ya desde
el inicio advierte que no va a ser una Regla dura, para héroes
de la observancia monástica. El monasterio es "una escuela
del servicio divino" "Al organizarla, dice, esperamos no tener
que establecer nada áspero, nada oneroso. Pero si
alguna vez, requiriéndolo una justa razón, debiera disponerse
algo un tanto más severo" será "para corregir los vicios o
para mantener la caridad" (RB Prólogo, 45-47). Esta
discreción en las prácticas que establece, el respeto por cada
individuo que manifiesta, la convicción de que las personas
pueden cambiar y la flexibilidad que permite para adaptarse a
lugares y tiempos, es lo que ha valido a la Regla benedictina
el calificativo de "muy humana" y lo que ha permitido que de
haberlo sido a lo largo de los siglos. Una norma de vida para
miles de monjes y monjas y para muchísimos laicos oblatos
que encuentran en el texto benedictino una guía para su
vivencia de la fe cristiana en el día a día de su vida familiar,
laboral y de compromiso social.

El objetivo principal que se propone san Benito es la


búsqueda sincera de Dios al que llegamos a través de
Jesucristo. Ésta es la única motivación válida para entrar en el
monasterio y éste debe ser el criterio de discernimiento a lo
largo del período de formación (cf. RB 58, 7). Esta búsqueda
de Dios requiere un proceso de renovación y de liberación
interior constantes. Porque la pacificación y la unificación del
corazón para estar centrado en Cristo y vivir su novedad de
vida es algo que debe hacerse a lo largo de toda la existencia.
De hecho, la Regla benedictina no pretende ser otra cosa que
una concreción del Evangelio que lleve a los monjes a
reproducir existencialmente en ellos la imagen de Jesucristo.

Los rasgos distintivos y fundamentales de este texto que


define la espiritualidad del monacato benedictino son tres: un
fuerte cristocentrismo, la vida comunitaria desarrollada en el
amor fraterno y el servicio mutuo y la acogida de los que se
acercan al monasterio.

Efectivamente, toda la regla está centrada en la persona de


Jesucristo. No tanto en el Jesús de la historia como en el
resucitado que es Señor y Rey; de hecho nunca aparece el
nombre de Jesús, incluso en las citas de algunos textos
bíblicos que lo contienen. La referencia siempre es a Cristo, al
Señor. San Benito escribe su Regla después del concilio de
Calcedonia y la cristología calcedoniana es la que domina en
su texto. No es que descuide la humanidad de Jesucristo. El
monje debe reproducir en él la vida de Jesús, porque
participando "de los sufrimientos de Cristo" mereceremos
"compartir también su reino" (RB Prólogo, 50). Pero sabe que
quien acoge sus súplicas quien le ayuda en este proceso es el
Resucitado. El cristocentrismo aparece, también, en la
organización de la vida comunitaria. La solemnidad de Pascua
es la que regula el horario del año y de la jornada (cf. RB 48,
3.10.14) y de la pascua semanal, que es el domingo, mana la
gracia para que los monjes puedan ofrecer su vida como
servicio a los demás (cf. RB 35,15; 38, 2). Las relaciones
fraternas mismas están marcadaspor la fe en la presencia de
Cristo en el hermano (cf. RB 36, 1; 53, 1. 7).

La comunidad benedictina es estable. Al entrar en un


monasterio se entra a formar parte de una comunidad de vida
hasta la muerte (cf. RB Prólogo, 50; 58, 15.27-28). El modelo
de esta comunidad es la de los primeros cristianos tal como
es descrita en los Hechos de los Apóstoles (cf. RB 34, 1; 54,
20): los hermanos comparten juntos la oración (cf. RB 43, 1),
el trabajo (cf. RB 43, 13-17), los servicios
comunitarios (cf. RB 35, 1), en una convivencia centrada en
el amor fraterno y en la delicadeza de trato (cf. RB 63, 10-
11.15-16; 71; 72). A causa de la estabilidad en un mismo
monasterio, las comunidades benedictinas han estado
siempre muy enraizadas en el territorio, en la sociedad que lo
circunda y en la Iglesia local.

La hospitalidad es característica de la espiritualidad


benedictina. Todo monasterio debe tener un lugar para acoger
a los huéspedes, que deben ser acogidos y tratados como si
fueran el mismo Cristo (cf. RB 53, 1-2.6-7). A todos hay que
ofrecerles un trato exquisito, particularmente los pobres y
peregrinos (cf. RB 53, 15-17).

Las observancias de la comunidad benedictina son más


mitigadas si se comparan con las reglas precedentes, a causa
del humanismo de san Benito. Mitiga las prácticas, pero no la
opción radical de vida ni la radicalidad del trabajo que cada
monje debe hacer para unificar y transforma su interior según
el modelo evangélico. Como queda dicho, el santo Padre de
monjes confía en la persona humana y en su posibilidad de
evolucionar positivamente, por esto establece que deben
darse nuevas oportunidades a los que fallan en algo (cf. RB
23; 29). En esta línea, da una máxima consoladora y
estimulante ante las propias fragilidades:"no desesperar
jamás de la misericordia de Dios" (cf. RB 4, 74).

Por lo que respecta a las fuentes espirituales para nutrir a los


monjes, la Regla establece cuatro tipos de oración: el oficio
divino (o Liturgia de las Horas), la lectio divina, la meditatio
y la oración silenciosa o contemplativa. No hay, pues, ninguna
especificidad particular. San Benito establece en los
monasterios la práctica habitual de la Iglesia en tiempo de los
Padres, que encuentra en la vida litúrgica el centro de la vida
espiritual, el lugar de la interiorización del misterio de Cristo y
de la transformación personal para reproducir en cada uno la
imagen de hijo de Dios a semejanza de Jesucristo, el lugar
donde somos y nos hacemos Iglesia, comunidad de discípulos
y adoradores de la Santísima Trinidad.

La jornada del monje queda, pues, jalonada por las Horas


del oficio divino. Y toda centrada en Cristo; también la
plegaria de los salmos. Las referencias al salterio que
encontramos en la Regla están siempre en relación
conJesucristo. Es más, para san Benito como para los Padres
de la Iglesia, los salmos son palabra de Cristo (cf. por ejemplo
RB Prólogo, 14-34). Y, rezándolos cada día, el monje va
interiorizando los sentimientos del Señor.

La lectio divina ocupa un lugar importante en el horario de la


jornada monástica (cf. RB 48). Se trata de dedicar un tiempo
gratuito a la lectura orante de la Palabra de Dios. El domingo,
en tanto que día del Señor en el que no hay trabajo excepto
para los servicios de la comunidad, debe dedicarse más
tiempo a la lectio (cf. RB 48, 22). Lameditatio de la que
habla la Regla no es la meditación u oración mental que se
propagó después de la devotio
moderna. La meditatio monástica consiste en memorizar
algún texto de la Sagrada Escritura para irlo repitiendo en voz
baja o mentalmente en los momentos de oración personal o a
lo largo de la jornada (cf. RB 48, 23; 58, 5). Su finalidad es
profundizar el contenido del texto, interiorizarlo y procurar
que la voluntad ponga en práctica sus enseñanzas. San Benito
habla, también, de la oración silenciosa, contemplativa; invita
a adentrarse por este camino, pero no la regula, simplemente
establece que cuando se hace en comunidad sea muy breve
porque no todos tienen la misma capacidad para hacerla sin
distracción (cf. RB 22; 52).

En torno al oficio divino, centrado en la celebración de la


Eucaristía (aunque la Regla solo se refiere a ella de paso),
que es el eje principal de la oración de la comunidad
monástica como tal, están estas prácticas que serealizan
individualmente como preparación y predisposición para la
celebración o como profundización del misterio celebrado. En
el dinamismo espiritual, unas se potencian a otras. Esta
vivencia de la oración produce en el monje un espíritu de
compunción, de maravilla ante el Dios que es Amor, de deseo
ardiente del encuentro con Jesucristo sin el velo de la fe.

Junto a estos rasgos fundamentales, la Regla da una gran


importancia a la obediencia entendida como discernimiento de
la voluntad de Dios. El abad, que es elegido por sus
hermanos, debe ser el centro de la comunión fraterna y el
primer responsable de la vida del monasterio, para ello
debe estar muy atento al discernimiento en el ejercicio de su
servicio comunitario y de su paternidad espiritual (cf. RB 2;
27; 28; 64). Para facilitárselo, la Regla establece un consejo
de comunidad formado por todos los hermanos (cf. RB 3, 1-
11), incluso por los más jóvenes "porque muchas veces el
Señor revela al más joven lo que es mejor" (RB 3, 3). Y para
los asuntos menos importantes, basta el parecer de un
consejo más reducido (cf. RB 3, 12-13). Incluso la obediencia
de cada monje está marcada por el discernimiento hecho a
través del diálogo y de la reflexión con el abad (cf. RB 68). Lo
importante, para san Benito, es hacer la voluntad de Dios.
Evidentemente todo esto requiere un espíritu de fe, de
humildad, de amor fraterno, de disponibilidad para el servicio
de los demás. Y requiere además el diálogo con un
acompañante espiritual para confrontar lo que uno vive, sus
motivaciones, sus opciones, etc., para corregir, alentar,
suscitar nuevos pasos y nuevas metas (cf. RB 4, 50; 7, 44-
45; 46, 5-6). El objetivo del acompañamiento espiritual es
llegar a la pureza de corazón (cf. RB 20, 2-3; 49, 2).

Para san Benito, aunque no lo explicite directamente, el


monasterio debe reproducir no sólo el espíritu de la primera
comunidad cristiana, como hemos visto antes, sino también el
grupo de los discípulos reunidos entorna a Jesús. Por esta
razón afirma a propósito del abad:"la fe nos dice que hace las
veces de Cristo"; esto no le otorga un poder absoluto, al
contrario: "no ha de enseñar, establecer o mandar cosa
alguna al margen de los preceptos del Señor" (RB 2,
46). Tanta exigencia podría resultar descorazonadora para
aquél a quien sus hermanos han pedido este servicio pastoral.
Pero san Benito, que era buen conocedor de los procesos del
corazón humano, dice del abad: "mientras con su exhortación
facilita la enmienda a los demás, él mismo va corrigiéndose
de sus propios defectos" (RB 2, 40). 

El cristocentrismo de la vivencia espiritual y la vida


comunitaria (cenobítica, según la expresión original) con el
trabajo interior que suponen ambas son los grandes ejes que
van transformando la vida del monje y que, bajo la acción del
Espíritu Santo (cf. RB 7, 70) van reproduciendo en él la
imagen del Hijo de Dios hasta configurarse completamente
con él en la vida eterna (cf. RB Prólogo 50).

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