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FACULTAD DE DERECHO

Departamento de Derecho Procesal

ESPECIALIZACION EN DERECHO

Procesal Civil

Material

CORTE SUPREMA DE JUSTICIA


SALA DE CASACION CIVIL

Magistrado Ponente: Silvio Fernando Trejos Bueno


Bogotá D. C., ocho (8) de noviembre de dos mil (2000).-

Referencia: Expediente No. 4390

Decide la Corte los recursos de casación interpuestos por las


demandantes Luz Marina y Gloria Mercedes Campo Becerra, y por
los demandados Ana Lucía Ortega Campo de Medina, Jaime Eduardo
Ortega Campo, Luis Antonio Castro Vera, la sociedad Agrícola y
Ganadera del Valle Ltda., y Luis Israel Castellanos, contra la
sentencia de 19 de marzo de l992 proferida por la Sala de Familia
del Tribunal Superior del Distrito Judicial de Buga, en el proceso
ordinario seguido por las nombradas demandantes, y como
litisconsorte a Félix Hernán Roldán Salcedo, contra los recurrentes
antes nombrados y Humberto Campo Cabal, Jorge Eliécer Herrera

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Espinosa, Camilo Arturo Racines Campo, Marino Alfonso y Guillermo


García Gil, Armando Campo Cabal, Ana Milena Campo Molina de
Rivera, Fernando y Pablo Enrique Campo Molina, la sociedad Calle
Llano y Cía Ltda., la sociedad Inversiones Montecasino Ltda.; con
llamamiento posterior a María Cristina Campo de Arango, Stella
Campo de Márquez, Marino, Felipe, Fernando, Diego, Javier, Eduardo
y Myriam Campo Aristizábal, en su condición de sucesores de José
María Campo Saavedra; Margarita Campo de Ortega, la menor Mónica
Campo Betancourt, y de Martha Cecilia Rengifo de Tabares y Beatriz
Tabares Rengifo, cónyuge y heredera de Uriel Tabares,
respectivamente.

EL LITIGIO

1. Según la demanda y su reforma presentadas el 9 de febrero y el


10 de mayo de l982 (fls. 150 a 168 del C. #1; fls. 75 a 90 C. #1 bis
3), las demandantes Campo Becerra solicitaron que mediante
sentencia judicial se hiciesen las siguientes declaraciones que
incumben con la totalidad de demandados: a) Que en su condición
de hijas extramatrimoniales reconocidas de Pablo Julio Campo
Rivera, son sus legitimas herederas y como tal tienen derecho a las
tres cuartas partes de la herencia dejada por él, sin que s e altere la
cuarta de libre disposición que legó el testador a Amelia Rentería; b)

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Que carecen de valor y quedan sin efecto la partición efectuada en el


proceso sucesorio del citado causante y la respectiva sentencia
aprobatoria de 6 de julio de l972, pro ferida por el Juzgado Primero
Civil del Circuito de Buga, así como su registro; al igual que la
partición adicional protocolizada mediante escritura No. 1710 del 9
de diciembre de l981 de la Notaría 1° del Círculo de Buga, por lo
que debe hacerse una nueva partición en relación con las tres
cuartas partes de la herencia; c) Que se cancelen los registros de
transferencias de propiedad, gravámenes y limitaciones al dominio
de los bienes herenciales, objeto de las peticiones, efectuadas por
“los aparentes anteriores herederos y sus subrogatorios”; d) Que los
demandados deben restituir a las demandantes, o en subsidio a la
sucesión nuevamente ilíquida, todos los bienes que fueron
adjudicados a los herederos aparentes, sea que se encuentren en
posesión de éstos, o de demandados adquirentes de ellos a
cualquier título, o de personas que hayan adquirido derechos sobre
ellos con posterioridad al registro de la primitiva demanda de este
proceso; e) Que para efectos de la restitución de frutos se tenga en
cuenta que deberán cancelarse con el correspondiente reajuste
monetario; que Humberto Campo Cabal los debe desde la muerte de
Pablo Julio Campo Cabal, y los restantes demandados desde que
entraron en posesión de los respectivos bienes.

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Consecuentemente, pidieron que se condene a cada uno de los


demandados a la restitución de bienes especificados por sus linderos
en el expediente, junto con sus frutos, como poseedores de mala fe
“desde la época de sus respectivas adquisiciones”, sin derecho a
reclamar mejoras, así:

Humberto Campo Cabal, los predios con matrículas inmobiliarias


3730012166 y 3730017291 segregados de la Hacienda “San Rafael”,
sitos en el corregimiento „El Vínculo‟ de Buga; Jorge Eliécer Herrera
Espinosa, el predio con matrícula inmobiliaria 3730011631 ,
conocido hoy como “Santa Clara”, antes “La Cilia”, que hace parte de
la Hacienda “San Rafael”; Camilo Arturo Racines Campo, el predio
“La Lanchera”, segregado de la Hacienda “San Rafael” y distinguido
con la matrícula inmobiliaria 3730012163; Luis Antonio Castro
Vera, el predio “Santaclara” con matrícula inmobiliaria 3730012165,
y otro que hace parte de la Hacienda “Loma de los Monederos”
distinguido con matrícula número 3730012164; Sociedad Calle Llano
y Cía Ltda, el fundo con matrícula 3730012167 que hace parte de la
Hacienda “San Rafael”; Jaime Eduardo Ortega Campo y Ana Lucía
Margarita Ortega de Medina, los predios con matrículas 3730012168
y 3730017290 que hacen parte de la Hacienda “San Rafael”,
conocido el segundo como “La Chepa”; la Sociedad Agr ícola y
Ganadera del Valle Ltda, los predios que hacen parte de la Hacienda

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“San Rafael”, con matrículas inmobiliarias 3730012158,


3730012159, 3730012161 y 3730017289; Luis Israel Castellanos
Chaparro, el predio inscrito a folio 3730012164, denominado “La
Guinea”, que hace parte de la Hacienda “San Rafael”; Marino Alfonso
y Guillermo García Gil, el predio “Miralindo” con matrícula
3730012164, el cual poseen en común y proindiviso; y también el
último, el predio “La Loma”, que hace parte de uno de mayor
extensión conocido como “Loma de los Monederos”, con matrícula
3730012164; Inversiones Montesino Ltda, el predio distinguido con
el folio de matrícula inmobiliaria No. 3730012160; Armando Campo
Cabal, el predio con matrícula 3730017292; la sucesión de Pablo
Enrique Campo Cabal, en cabeza de Ana Milena Campo Molina de
Rivera, Pablo Enrique Campo Molina y Fernando Campo Molina, tres
lotes de terreno segregados de la hacienda “San Rafael”,
identificados como lotes números seis, siete y ocho, con matrículas
inmobiliarias 3730017293, 3730017294 y 3730017295,
respectivamente.

2. De modo particular, o sea en relación con algunos demandados,


pidieron que se declare lo siguiente: a) Que les son inoponibles
cada una de las resoluciones expedidas por el INCORA, mediante las
cuales fueron adjudicados “terrenos baldios” a los demandados Luis
Antonio Castro Vera, Luis Israel Castellanos Chaparro, Marino

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Alfonso y Guillermo García Gil, las cuales afectaron lotes de terreno


de propiedad del causante Pablo Julio Campo Riv era; y, b) Que
igualmente les es inoponible el remate efectuado en el Juzgado
Laboral del Circuito de Buga, el 24 de febrero de l981, y su registro,
por el cual se adjudicó a Jorge Eliécer Herrera Espinosa, el bien que
había correspondido a José María Campo Saavedra, como
subrogatario en la sucesión de Pablo Julio Campo Rivera.

3. Los hechos en que se fundan las precedentes pretensiones se


pueden resumir del siguiente modo:

a) Pablo Julio Campo Rivera otorgó testamento que obra en la


escritura pública No. 449 de 9 de mayo de l955 de la Notaría Primera
de Buga (F. 120 C. # 1), en el cual instituyó como único heredero a
su padre Luis Felipe Campo Zapata, quien falleció posteriormente al
otorgamiento de dicha memoria testamentaria pero antes que el
citado testador, y legó la cuarta de libre disposición a Amelia
Rentería.

b) El 25 de octubre de l961 murió, soltero, Pablo Julio Campo


Rivera, y el 14 de noviembre siguiente la progenitora de quienes
aquí son demandantes, obrando a nombre y en representac ión de
éstas, promovió proceso para que se declarara que son hijas

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extramatrimoniales del nombrado causante y, en esa condición, “con


derecho a recoger la herencia en la proporción legal” (F. 56 C. # 1);
proceso que concluyó con sentencia estimatoria de sus pretensiones,
la cual fue proferida por el Juzgado Segundo Civil del Circuito de
Buga el 30 de abril de 1980 y confirmada por el Tribunal el 13 de
noviembre siguiente; en ella se les otorgó el derecho “a intervenir en
el proceso de sucesión del ya citado causante, para reclamar la cuota
herencial que les corresponda”.

d) A dicho proceso de filiación fueron citados los siguientes


herederos de Pablo Julio Campo Rivera: María Campo de Arango,
Matilde Campo de Racines, Francisco Campo Rivera, José María
Campo Rivera, Luis Ernesto Ossa Campo, Pablo Enrique, Armando,
Humberto, Mario Germán Campo Cabal y Margarita Campo de
Ortega, y con posterioridad los herederos por representación de
María Campo de Arango, Matilde Campo de Racines y Pablo Enrique
Campo Cabal; así como los subrogatorios “Azcárate y Rivera e hijos
Ltda” y José María Campo Saavedra, quienes fueron absueltos.

e) Estando en trámite el proceso de filiación, los hermanos del


causante tomaron posesión de los bienes relictos e iniciaron el
proceso de sucesión que culminó con la respectiva partición en la
que se adjudicó a la progenitora de las demandantes Campo Becerra

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una fracción de la herencia, según transacción que después fracasó,


lo que dio lugar a que se efectuara una nueva partición en la que
aquéllas se excluyeron, la cual fue protocolizada por medio de la
escritura pública No. 1710 de 9 de diciembre de l981.

f) Los bienes relictos que dejó el causante Pablo Julio Campo Rivera
consistieron, junto con otros bienes muebles, en los lotes de terreno
“San Rafael” con 1400 plazas de superficie, “Santa Ana” con 20
plazas de extensión, “San Agustin” con 37 plazas de cabida y “Loma
de los Monederos” con 635 plazas de extensión, situados en el
corregimiento “El Vínculo” del municipio de Buga; el primero y el
último de tales inmuebles los adquirió el causante por donación que
efectuó su padre, Luis Felipe Campo Zapata, en favor de su esposa e
hijos, mediante escritura pública 238 del 3 de marzo de 1955
otorgada en la Notaría 1° del Círculo de Buga (F. 124 C. #1 y F. 3 C.
#33), y los otros por compras que obran en las escrituras públicas
880 de mayo 17 de 1952 (F. 139 C. #1), 85 del 22 de enero de 1954
(F. 75 C. #33) y 107 del 27 de enero de 1958 (F. 67 C. #33).

g) Al proceso sucesorio de Pablo Julio Campo Rivera fueron citados


inicialmente, Amelia Rentería, en calidad de legataria; los hermanos
del causante, María Campo de Arango, Matilde Campo de Racines,
Francisco y José María Campo Rivera; Luis Ernesto Ossa Campo en

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representación de su madre María Luisa Campo Rivera; y, Pablo


Enrique, Armando, Humberto, Mario Germán y Margarita Campo
Cabal, en representación de Luis Ignacio Campo Rivera.

h) Mientras se tramitaba el referido proceso sucesorio, Luis Ernesto


Ossa Campo vendió sus derechos a la sociedad “Azcárate Rivera e
Hijos Ltda”, y luego ésta a la sociedad Agrícola y Ganadera del Valle
Ltda; Mario Germán Campo Cabal, vendió a Margarita Campo de
Ortega y luego ésta donó a sus hijos Jaime Eduardo y Ana Lucia
Ortega; a su vez, Margarita Campo de Ortega vendió parte de sus
derechos a la sociedad Agrícola antes citada y a Camilo Arturo
Racines, de manera que con base en dichas cesiones y en las
sucesiones procesales que se dieron por el fallecimiento de varios de
los herederos citados, el referido proceso concluyó con sentencia de
partición proferida el 6 de julio de 1972 en la que se adjudicaron
once hijuelas así: una primera, para Amelia Rentería a quien se
asignó la cuarta de libre disposición que legó el testador; la segunda
para la subrogataria Agrícola y Ganadera del Valle Ltda; la tercera
para el subrogatorio José María Campo Saavedra; la cuarta para el
subrogatario Camilo Arturo Racines Campo; la quinta para el
heredero Francisco Campo Rivera; la sexta para el partidor Uriel
Tabares Aguilar en dación de pago por concepto de honorarios; la
séptima para el heredero Mario Germán Campo Cabal; la octava para

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el heredero Humberto Campo Cabal; la novena en forma conjunta


para los hermanos Pablo Enrique y Armando Campo Cabal; la décima
para Margarita Campo de Ortega, en calidad de heredera y
subrogataria; y la décimoprimera para la comunidad conformada por
Agrícola y Ganadera del Valle Ltda, José María Campo Saavedra,
Camilo Arturo Racines Campo, Francisco Campo Rivera, Humberto,
Pablo Enrique y Armando Campo Cabal y Margarita Campo de
Ortega.

i) Según el material probatorio que obra en el proceso, los predios


cuya reivindicación se pretende, fueron adquiridos por los
demandados en la siguiente forma: a) Humberto Campo Cabal, por
adjudicación que se le hizo en la sucesión de Pablo Julio Campo
Rivera; b) Jorge Eliécer Herrera Espinosa, quien posee actualmente el
predio denominado “La Cilia” que formaba parte del potrero “El
Brillante”, por adjudicación que en dicha sucesión se hizo a José
María Campo Saavedra, quien lo vendió a Guillermo Villegas y a
quien se lo remató Luis F. Concha, para venderlo posteriormente al
citado Herrera Espinosa; c) La Sociedad Agrícola y Ganadera del Valle
Ltda, por su parte, compró los derechos que a su vez había
adquirido antes la sociedad “Azcárate Rivera e hijos Ltda” de Luis
Ernesto Ossa Ocampo respecto de los derechos que le correspondían
en la sucesión de Pablo Julio Campo Rivera, y a su vez adquirió de

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los herederos de María Campo de Arango los derechos que a éstos


correspondía en esa misma sucesión; d) Margarita Campo de Ortega
vendió a sus hijos Jaime Eduardo y Ana Lucía los derechos
herenciales que había adquirido de Mario Germán Campo Cabal,
quienes compraron, además, los derechos herenciales de José María
Campo Saavedra; e) Por su parte, la sociedad agrícola tantas veces
mencionada, Humberto y Armando Campo Cabal, los herederos de
Pablo Enrique Campo Cabal: Ana Milena Campo Molina de Rivera,
Fernando y Pablo Enrique Campo Molina, Jaime Eduardo y Ana Lucía
Ortega y Margarita Campo de Ortega; lo mismo que los herederos de
Francisco Campo Rivera: Tulio Enrique, Hernán, Arturo, José, Jaime,
Alvaro y Felipe Campo Bejarano, además de Hugo y Guido Campo
Jaramillo, Cecilia Campo de Pinilla, Lyda Susana Campo Esquivel y
Teresa Campo de López, hicieron división material de los predios
denominados “San Rafael” de 212 hectáreas con 8.332 metros
cuadrados, de los lotes “Las Vacas” y “El Llano” que suman 41
hectáreas con 6.800 metros, y de un lote con extensión de 109
hectáreas y 6.827 metros, segregado de la “Loma de los Monederos”.

4. Los demandados contestaron la demanda y se opusieron a las


pretensiones deducidas contra ellos, con excepción de Edilma
Becerra Vega, quien se allanó a lo pretendido (F. 68 C. # 1 bis 2) y
fue excluida por reforma del mencionado escrito, como también lo

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fueron Luis Antonio González e Inversiones Pichichí S.A.; los


restantes demandados propusieron como excepciones de fondo las
que a continuación se detallan: Luis Antonio Castro Vera, las de
presunción de derecho, caducidad y prescripción extintiva de la
acción reivindicatoria, tras aducir que adquirió el inmueble
pretendido por adjudicación del Incora (f. 3 C #1 bis 2); Humberto
Campo Cabal, la de indebida acumulación de pretensiones (f. 71 C
#1 bis 2); Luis Israel Castellanos Chaparro, quien también adquirió
mediante adjudicación que le hizo el Incora, las de falta de
personería sustantiva, caducidad y prescripción extintiva (f. 131 C.
#1 bis 2); Sociedad Calle Llano y Cía. Ltda, la de prescripción de la
acción reivindicatoria (f. 135 C. #1 bis 2); Camilo Arturo Racines, las
de caducidad de petición de herencia y prescripción extintiva (f. 148
C. #1 bis 2); la sociedad Agrícola y Ganadera del Valle Ltda, las de
cosa juzgada, inoponibilidad de la sentencia de 30 de abril de 1980,
carencia de título y acción para la reivindicación, improcedencia de
la nulidad de las particiones, prescripción extintiva de la acción de
petición de herencia y prescripción adquisitiva de dominio (f. 180 C.
#1 bis 2); Inversiones Montecasino Ltda, las de cosa juzgada e
ineficacia de la sentencia sobre reconocimiento de filiación natural
(f. 234 C. #1 bis 2); Guillermo y Marino Alfonso García Gil, quienes
también adquirieron el predio pretendido por adjudicación del
Incora, las de carencia de legitimación en causa, caducidad del

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término para provocar controversias y prescripción extintiva del


derecho de petición de herencia (f. 329 C. #1 bis 2); Jaime Eduardo
Ortega Campo, las de petición de herencia, cosa juzgada,
prescripción extintiva de las acciones y derechos ciertos o
eventuales, y prescripción adquisitiva de dominio (f. 342 C. #1 bis
2); Ana Lucía Ortega de Medina, las de cosa juzgada, caducidad y
prescripción extintiva (f. 354 C. #1 bis 2); el curador ad litem de
Jorge Eliécer Herrera Espinosa, las de prescripción extintiva,
prescripción adquisitiva e ilegitimidad de personería por pasiva (f.
359 C. #1 bis 2); y los nuevos demandados incluidos en virtud de la
reforma y adición de la demanda Armando Campo Cabal, Ana Milena
y Fernando Campo Molina, las excepciones previas de caducidad de
petición de herencia, indebida acumulación de pretensiones, y la
perentoria de prescripción extintiva de la acción reivindicatoria (f. 39
C. #1 bis 3).

Aunque las sociedades Calle Llano y Cía. y Agrícola y Ganadera del


Valle, y Humberto Campo Cabal presentaron demandas de
pertenencia en reconvención, fueron rechazadas; igual suerte
corrieron la totalidad de las excepciones previas que formularon los
contradictores.

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La Sociedad Ingenio Pichichí S.A., con apoyo en la figura de la


laudatio o nominatio autoris hizo comparecer al proceso a Pablo
Enrique, Fernando y Ana Milena Campo Molina; Tulio Enrique,
Hernán, José, Jaime, Alvaro, Felipe y Arturo Campo Bejarano, Cecilia
Campo de Pinilla, Lyda Susana Campo de Esquivel, Teresa Campo de
López, Armando Campo Cabal, y a Hugo y Guido Campo Jaramillo,
quienes fueron autorizados para intervenir mediante auto de 17 de
noviembre de 1982 (C. principal, bis 3, folio 2); después las
demandantes excluyeron a “los doce miembros de la familia Campo
Bejarano”.

De otro lado, en el trámite del proceso la parte actora desistió de la


demanda en cuanto a las pretensiones dirigidas contra Armando
Campo Cabal y Fernando Campo Molina (f. 231 C. #1 bis 3), Pablo
Enrique Campo Molina (f. 336 C. #1 bis 3), Inversiones Montecasino
Ltda (f. 130 C. del Tribunal), Guillermo y Marino Alfonso García Gil
(f. 257 del C. del Tribunal), Camilo Arturo Racines Campo (f. 354 C.
del Tribunal), Ana Milena Campo Molina (f. 367 C. del Tribunal), y la
Sociedad Calle Llano y Cía Ltda (f. 355 C. del Tribunal).

5. Trabada la litis en los términos antes descritos, el juez dictó


sentencia inhibitoria (F. 57 C. # 29), por falta del presupuesto

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procesal de demanda en forma, y ordenó la cancelación de la


inscripción de la demanda.

Inconformes con la decisión anterior, la parte actora y los


demandados Jaime Eduardo Ortega Campo, Sociedad Agrícola y
Ganadera del Valle Ltda, Camilo Arturo Racines Campo y Ana Milena
Campo de Racines interpusieron recurso de alzada, en cuyo trámite
adhirió a la apelación el demandado Jorge Eliécer Herrera Espinosa.
En lo suyo, el Tribunal decidió confirmar la sentencia inhibitoria
respecto del demandado Humberto Campo Cabal, y la revocó en lo
restante, en lugar de lo cual dispuso negar las pretensiones de las
demandantes respecto de Jorge Eliécer Herrera Espinosa; e impuso
las siguientes condenas de restitución de bienes y frutos, en favor de
la sucesión del causante Pablo Julio Campo Rivera: a Camilo Artur o
Racines Campo, el predio denominado “La Lanchera”, con matrícula
No. 3730012163 y $1.990.400, por concepto de frutos; a Luis
Antonio Castro Vera, el predio “Santa Ana” y frutos por valor de
$1.740.971.90; a la sociedad “Calle Llano y Cía. Ltda”, el predio con
matrícula 3730012167 referido en la demanda, y la suma de
$4.171.250, por concepto de frutos; a Jaime Eduardo y Ana Lucía
Ortega Campo, el predio de 43 hectáreas 2.000 metros cuadrados,
cuyos linderos especifica la providencia, y en abstracto el valor de
los frutos producidos o que hubiera podido producir dicho predio;

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negar la restitución del predio conocido como “La Chepa”; a Luis


Israel Castellanos Chaparro, el predio “La Guinea” con matrícula
37005349 y en abstracto el valor de los frutos; a Ana Milena Campo
Molina, el lote No. 6 de que trata la Escritura Pública No. 1710 del 9
de diciembre de l981 de la Notaría Primera de Buga, y la suma de
$495.366.13, por concepto de frutos; a la sociedad Agrícola y
Ganadera del Valle Ltda, el 50% de los cuat ro predios que le son
reclamados y $18.910.848, por concepto de frutos; a Marino Alfonso
y Guillermo García Gil, el predio con matrícula No. 3730005349; a
Guillermo García Gil, el predio con matrícula No. 3730012164, y
condenó a las demandantes a pagarles, por concepto de mejoras del
predio “Miralindo”, la suma de $15.057.000; y en favor del último,
reconoció mejoras por valor de $23.942.000; en abstracto condenó
a los señores García Gil a pagar el valor de los frutos; y de igual
modo condenó a Camilo Arturo Racines Campo, Luis Antonio Castro
Vera, la sociedad Calle Llano y Cía. Ltda, Ana Milena Campo, la
Sociedad Agrícola y Ganadera del Valle, a restituir el valor de los
frutos producidos desde el mes de junio de l987 hasta el día en que
hagan entrega de los inmuebles; negar el reintegro de los frutos
reclamados por las demandantes con vista en el reajuste por
corrección monetaria; por último, dispuso lo concerniente a la
inscripción de la sentencia y al levantamiento de la de la demanda, y

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ordenó que en los diez días siguientes a la decisión en firme se


hicieran las restituciones y pagos ordenados en el fallo.

II. FUNDAMENTOS DEL FALLO IMPUGNADO

1. Después del acostumbrado recuento de antecedentes y de los


motivos de las apelaciones interpuestas contra la sentencia de
primera instancia, subraya el Tribunal las bondades de la
acumulación de pretensiones para destacar que aquí se presenta
ésta de manera mixta, pues además de pluralidad de partes, se
demanda petición de herencia y reivindicación, sin que ello implique
que la decisión deba ser uniforme para todos los demandados, por
cuanto éstos no conforman un litisconsorcio necesario; en ese
sentido, señala que la sentencia apelada en cuanto “se valió de un
mismo rasero para definir la suerte de todos los sujetos pasivos”
resulta contraria a la ley, no sólo por el citado argumento, sino
también porque no existe motivo válido para proferir fallo
inhibitorio.

La sentencia hace notar que la demanda debe ser interpretada en lo


que atañe con el requisito de la identificación de los inmuebles
objeto de litigio, “porque las normas procesales no deben
convertirse en un obstáculo que impida la efectividad de los

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derechos reconocidos por la ley sustancial”; de suerte que sólo


“cuando sea verdaderamente imposible” identificar el bien cuya
restitución se reclama es viable dictar fallo inhibitorio, lo que aquí
no sucede dado que cada uno de los predios disputados se
encuentra debidamente singularizado.

2. En relación con la acción de petición de herencia que se dirige


contra Humberto Campo Cabal, apunta el Tribunal que las
demandantes incoaron el proceso de filiación en contra de los
herederos de Pablo Julio Campo Rivera, entre los que figuró dicho
demandado en representación de Luis Ignacio Campo Rivera, dentro
del cual se reformó la demanda para incluir la pretensión relativa a
que “tienen derecho a recoger su herencia, en la porción legal,
haciendo valer los derechos respectivos”; de ese modo, agrega, a la
acción de filiación se acumuló la de petición de herencia, la cual fue
favorable a ellas, lo que exige examinar en detalle el principio de la
cosa juzgada, por cuanto en este proceso las demandantes ejercitan
“nuevamente la acción de petición de herencia, pero únicamente
respecto de Humberto Campo Cabal”.

En esos términos, resulta evidente que entre dicho proceso de


filiación y este proceso existe identidad entre las partes, así como de
objeto, toda vez que en ambos se depreca la tutela del derecho real

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de herencia a pesar de la dificultad que implica el hecho de que sea


objeto de este litigio “la restitución de dos lotes de terreno
individualizados, lo cual no aconteció en el primer proceso”; sin
embargo, si se enfoca la situación con otra perspectiva, no queda
duda acerca de la identidad de objeto porque tales lotes hacen parte
de la universalidad de bienes dejados por el causante Pablo Julio
Campo Rivera; “y esa comunidad herencial fue la pretendida en el
proceso de filiación natural y petición de herencia”.

También se da la identidad en la causa, pues en el primer proceso


las demandantes pretendían tener mejor derecho sucesoral que el
demandado, e igual sucede aquí; por consiguiente, concluye, se
reúnen “los elementos estructurales de la cosa juzgada”. Empero, el
Tribunal dice que no puede reconocerla de oficio, porque de hacerlo
“atentaría contra el principio prohibitivo de la reformatio in pejus
(...), pues a las apelantes se les haría más gravosa la situación”, lo
que no se subsana porque hayan apelado algunos de los
demandados, dado que éstos son litisconsortes facultativos; en tal
virtud, “el demandado de marras debe continuar beneficiado con una
sentencia de carácter formal”.

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3. Refiere el sentenciador cuáles son los requisitos que estructuran


la acción reivindicatoria y pasa entonces a estudiarlos en relación
con los restantes demandados, así:

a) Contra Jorge Eliécer Herrera Espinosa a quien se le reclama el


predio denominado “Santa Ana”, conocido antes como “La Cilia”, que
forma parte de la hacienda “San Rafael”, con matrícula inmobiliaria
3730011631, dice que las decisiones que se adoptan en los
procesos de reclamación de estado civil tienen efectos erga omnes,
pero no así las relacionadas con el aspecto patrimonial que de ellas
se derivan, “pues en tales eventos los efectos de índole económico
solo se proyectan respecto de quienes fueron parte en el proceso”.

Agrega que la demanda de paternidad que otrora instauró la parte


actora fue notificada a la totalidad de demandados el 7 de junio de
1962, razón por la cual el régimen legal aplicable se regía por la Ley
45 de 1936 que no regulaba término de caducidad para reclamar
efectos patrimoniales, como el que estableció en cambio la Ley 75
de 1968, por lo que “durante el vigor de la anterior legislación, el
pretenso hijo podía demandar en cualquier tiempo con plenos
efectos patrimoniales”; efectos que, con todo, sólo cobijaban a
quienes comparecían al proceso.

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Detalla entonces que en el proceso de reclamación de estado y de


petición de herencia que entonces incoaron las demandantes, se citó
a José María Campo Rivera, en calidad de heredero por ser hermano
del causante Pablo Julio Campo Rivera, pero posteriormente se le
excluyó y en su lugar se citó a José María Campo Saavedra, “como
cesionario de los derechos herenciales del prenombrado Campo
Rivera”, quien a su vez “fue absuelto por falta de legitimación en la
causa”, motivo por el cual la sentencia no produjo efectos
patrimoniales ni “respecto del heredero putativo José María Campo
Rivera, por no haber sido parte en el proceso”, ni de las personas
que con posterioridad derivan su derecho de aquél, a saber: José
María Campo Saavedra, primer cesionario; Guillermo Villegas
Chaparro, quien le compró a éste; Luis Francisco Concha, quien
compró el inmueble en pública subasta en el proceso la boral que se
siguió contra el citado Villegas Chaparro; y Jorge Eliécer Herrera, a
quien en consecuencia absuelve.

b) El demandado Camilo Arturo Racines, respecto de quien


posteriormente se admitió el desistimiento de la demanda, fue
condenado a restituir el predio reclamado, y como poseedor de
buena fe a pagar los frutos percibidos a partir del 28 de abril de
1982 en cuantía de $1‟990.400

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c) Del demandado Luis A. Castro Vera, señala el Tribunal que de la


prueba documental que obra en el plenario se deduce que él
adquirió uno de los bienes a reivindicar de Uriel Tabares Aguilar,
partidor en la sucesión y a quien se le había adjudicado en dación en
pago por honorarios; y el otro predio constituye una porción de los
terrenos que, en mayor extensión, se adjudicaron a Francisco Campo
Rivera en la sucesión de su hermano Pablo Julio Campo Rivera.

Sobre el particular, dice que las demandantes aportaron como título


de dominio las escrituras públicas números 880 de mayo 17 de
1952 (F. 139 C. #1) y 238 del 3 de marzo de 1955 (F. 124 C. #1),
ambas de la Notaría de Buga, las cuales acreditan que los predios
“Santa Ana” y “Loma de los Monederos” pertenecieron al causante
Pablo Julio Campo Rivera; lo que junto con la posesión del
demandado, que éste aceptó en la contestación de la demanda, y la
correcta identidad de los bienes, estructuran la reivindicación
propuesta.

En cuanto a las excepciones formuladas por el citado demandado


fundadas en que adquirió esos bienes por Resolución de
adjudicación emanada del Incora que, como tal, envuelve la
presunción de derecho de que ellos siempre han sido baldíos,
explica el fallador que cuando en ejercicio de la acción

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reivindicatoria ambas partes presentan títulos de dominio, el examen


debe estar dirigido a determinar cuál es el de mejor calidad; sobre el
punto indica que la afirmación hecha por el demandado no tiene esa
connotación, toda vez que según el régimen legal de baldíos la
adjudicación no puede perjudicar a terceros, así que si éstos
“pueden hacer valer sus derechos frente al adjudicatario,
paladinamente se relieva la vulnerabilidad del título, así esté
amparado por una presunción de derecho”. En ese orden de ideas,
concluye que siendo más antiguos los títulos de dominio aportados
por las demandantes y por abarcar un periodo de tiempo superior a
la posesión del demandado, el derecho de dominio de aquéllas
resulta ser de mejor linaje. En cuanto a la excepción de caducidad
para revisar la Resolución del Incora, se abstiene de emitir concepto,
por ser materia que incumbe discutir mediante la pertinente acción
contencioso administrativa.

En tal virtud, condenó al demandado a restituir el inmueble pero


únicamente en la fracción que adquirió por compra que hiciera a
Francisco Campo Rivera, esto es, en porción de 8 hectáreas 4.400
metros, pues las restantes hectáreas las adquirió de Jaime Rengifo
Lozano; junto con los frutos percibidos a partir del 8 de marzo de
1982, como poseedor de buena fe, que tasó en la cantidad de
$1‟608.300; y el lote perteneciente a la “Loma de los Monederos”,

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más frutos por la suma de $132.671.99; sin derecho a mejoras “por


la orfandad probatoria”.

d) Contra la sociedad Calle Llano y Cía Ltda, frente a quien


posteriormente se desistió de la demanda, la sentencia dispuso
restituir un predio rural con cabida de 23 hectáreas y 6.800 metros,
segregado de la hacienda “San Rafael”, y como poseedora de buena
fe le ordenó restituir los frutos causados a partir del 22 de marzo de
1982, en cuantía de $4‟171.250.

e) En cuanto a los demandados Jaime Eduardo y Ana Lucía Ortega, el


Tribunal hace ver que son adquirentes de dos de los predios objeto
de litigio, conocido uno de ellos como “La Chepa”, con una extensión
de 69 hectáreas 4.400 metros cuadrados y otro con un área de 43
hectáreas 2000 metros; y que el primero fue adjudicado a José María
Campo Rivera en la partición efectuada en el proceso sucesorio de
Pablo Julio Campo Rivera, por medio de la cual se conformó una
comunidad entre varios de los herederos y subrogatarios del
cesionario José María Campo Saavedra, a quien le compraron los
citados demandados una cuota equivalente a 2/9 partes. El
mencionado heredero José María Campo Rivera fue demandado en el
proceso de paternidad y petición de herencia, pero fue excluido
posteriormente para vincular en su lugar a su cesionario José María

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Campo Saavedra, “quien a la postre fue absuelto por falta de


legitimación en la causa por pasiva”; circunstancia semejante se dio
con Jorge Eliécer Herrera Espinosa, antes analizada, según la cual el
título que presentan es inoponible a las demandantes en lo que
concierne el referido lote “La Chepa”, por no proyectarse en contra
de ellos los efectos patrimoniales de la sentencia que decidió la
reclamación de estado, “por la potísima razón de no haber sido
vinculados a la litis”.

En lo que atañe con el predio de 43 hectáreas y 2.000 metros


cuadrados, el Tribunal recuerda que fue adjudicado a Margarita
Campo de Ortega, hermana del causante Pablo Julio Campo Rivera, y
cesionaria de Mario Germán Campo Cabal, personas demandadas y
vencidas en el proceso de filiación natural y petición de herencia;
que posteriormente Margarita Campo de Ortega lo traspasó a sus
hijos Jaime Eduardo y Ana Lucía, por lo que el título de dominio que
presentan éstos demandados, en relación con dicho lote, no es
oponible a las demandantes, “por ser „causaderechos‟ de los
herederos putativos Margarita Campo de Ortega y Mario Germán
Campo Cabal”.

En esas condiciones, condena a los referidos demandados a restituir


el lote en la extensión antes indicada, tras encontrar configurados

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los demás elementos que estructuran la acción reivindicatoria y no


prósperas las excepciones; restitución para la cual los considera
como poseedores de buena fe, “pues tienen a su favor un título de
dominio, así éste no sea suficiente para triunfar en la litis”, de
manera que a Ana Lucía se le condena en abstracto a restituir los
frutos a partir del 7 de septiembre de 1982 y a Jaime Eduardo a
partir del 23 de los mismos mes y año, razón por la cual se
condenan a pagar el 38% de las costas de ambas instancias.

f) En relación con Luis Israel Castellanos Chaparro, a quien se


reclama el predio conocido como “La Guinea”, el fallador dice que él
lo adquirió por compra que hizo a Francisco Campo Rivera, mediante
escritura pública 507 del 16 de abril de l975 de la Notaría Segunda
del Círculo Notarial de la ciudad de Buga (F. 93 C. #1), y que éste a
su vez lo adquirió por escritura pública 238 de marzo 3 de 1955 de
la Notaría Primera de Buga (F. 124 C. #1); de estos títulos infiere que
el predio lo obtuvo el demandado de un heredero putativo, por lo
que no le son oponibles a las legítimas herederas, quie nes tienen a
su favor idéntico título al que remonta el demandado su derecho, o
sea el de donación por medio del cual Pablo Julio Campo Rivera
recibió el predio San Rafael.

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En cuanto a los otros elementos de la reivindicación, anota que la


identidad del predio y la posesión por parte del demandado se hallan
aceptadas por éste en la contestación de la demanda en donde adujo
que el dominio lo obtuvo por adjudicación que le hizo el Incora; así
que una vez denegadas las excepciones, lo condenó a restituir el
citado predio, y, como poseedor de buena fe, el valor de los frutos
percibidos a partir de la fecha en que se le notificó la demanda, en
abstracto “porque en el plenario no existe dictamen al respecto” y
sin derecho a mejoras por cuanto no pudo establecers e con
precisión si, de las que dieron cuenta los testigos, fueron realizadas
en el predio motivo de restitución, “o por el contrario ellas han sido
efectuadas en la porción del inmueble de propiedad del demandado
y que no es objeto de litigio”.

g) En relación con los demandados Pablo Enrique, Fernando y Ana


Milena Campo Molina, quienes fueron llamados al proceso como
herederos por representación de Pablo Enrique Campo Cabal, las
demandantes desistieron de la demanda. Igual observación se hace
respecto de los demandados Marino Alfonso y Guillermo García Gil.

h) En cuanto a la Sociedad Agrícola y Ganadera del Valle, a quien se


reclaman cuatro predios que fueron adquiridos mediatamente de
Luis Ernesto Ossa Campo sobrino del causante Pablo Julio Campo

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Rivera, quien actuó en el proceso sucesorio de éste en


representación de su madre premuerta María Luisa Campo Rivera, y
quien a su vez primero vendió a la sociedad “Azcárate Rivera e hijos
Ltda” los derechos que tenía en la referida sucesión, sociedad que
traspasó sus derechos a la sociedad demandada, según obra en la
escritura pública número 672 de 13 de julio de l962 (F. 117 C. #1), e
inmediatamente de los derechos hereditarios que los cesionarios de
María Campo de Arango le traspasaron, la sentencia concluye que
como Luis Ernesto Ossa Campo fue desvinculado del proceso de
filiación natural y petición de herencia, no puede ser afectada; no
ocurre igual con los derechos que obtuvo por parte de los herederos
de María Campo viuda de Arango, quien sí fue vencida en dicho
proceso. Sin embargo, anota el fallador que como no se sabe en cuál
de los lotes detentados por la sociedad demandada se hallan
radicados cada uno de éstos derechos, “la solución más ajustada a
derecho es ordenar la devolución a las demandantes del 50% de los
derechos que la multicitada sociedad posee en los predios en
mención, conservando en consecuencia, el restante 50%”, puesto
que, de un lado, no existe reparo en cuanto a la identidad de los
predios y la posesión de la sociedad demandada, y, de otro lado, las
excepciones no fueron demostradas; para dichas restituciones se
considera poseedora de buena fe y por tanto le ordena devolver los
frutos percibidos a partir de la notificación de la demanda,

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cuantificándolos en el 50% de los producidos por los cuatro lotes


detentados por la sociedad, o sea en la suma de $18‟910.848.

i) En lo que atañe con los demandados Miriam Campo de Aristizábal,


María Cristina Campo de Arango, Stella Campo de Márquez, Marino,
Felipe, Fernando, Diego, Javier y Eduardo Campo Aristizábal, en
condición de herederos de José María Campo Saavedra; la menor
Mónica Campo Betancourt; Margarita Campo de Ortega; Martha
Cecilia Rengifo de Tabares y Martha Beatriz Tabares Rengifo, en
calidad de herederas de Uriel Tabares Aguilar, señala el fallador que
deben ser absueltos, “pues en verdad su presencia no era
indispensable por no estar en este pleito de cara a un litis consorcio
necesario”; y aunque lo fueran, los herederos de José María Campo
Saavedra serían absueltos por cuanto “su progenitor resultó ganador
en el proceso de filiación natural y petición de herencia incoado por
las hoy demandantes. Además estos herederos no figuran en el
libelo como poseedores de ninguno de los bienes reclamados”. Por
fuera de lo anterior, los herederos de Uriel Tabares no han debido
ser llamados al proceso, pues los bienes adjudicados a éste pasaron
a manos de Luis Antonio Castro Vera, quien fue condenado a
restituirlos.

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Específicamente, Margarita Campo de Ortega no debió ser citada al


proceso, “porque al ser vencida en el proceso de reclamación de
estado y petición de herencia, su calidad de heredera de Pablo Julio
Campo Rivera la perdió”; luego debieron ser demandadas las
personas a quienes aquélla transfirió sus derechos en la ameritada
sucesión, esto es, sus hijos Jaime Eduardo y Ana Lucía Ortega
Campo, quienes terminaron vencidos en esta litis.

j) Por último, el Tribunal niega el pago de los frutos con corrección


monetaria a cargo de los demandados condenados a restituir bienes,
dado que “el ajuste por desvalorización del peso no es viable
entratándose del pago de frutos (...) porque el artículo 964 en su
inciso 2° limita su pago al valor que tenían o hubieran tenido al
tiempo de su percepción”.

III. Los recursos de casación

Cuatro demandas sustentan igual número de recursos de casación


interpuestos contra la sentencia del Tribunal: la primera, presentada
por las demandantes contiene once cargos, nueve de los cuales
combaten decisiones que atañen con determinados demandados y
dos que tocan con aspectos generales de la sentencia pero que
tienen un alcance parcial; la segunda por Luis Antonio Castro Vera

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contiene seis cargos, todos con respaldo en la causal primera de


casación; en la tercera, de Jaime Eduardo Ortega Campo, Ana Lucía
Margarita Ortega de Medina y la Sociedad Agrícola y Ganadera Ltda
se plantean dos cargos; y en la cuarta, de Luis Israel Castellanos
Chaparro, se elevan en cada una dos cargos; censuras que la Corte
examinará en el siguiente orden: delanteramente, el cargo primero
de la tercera demanda mencionada y el cargo segundo de la
demanda de Luis Antonio Castro Vera por estar referidos a vicios de
procedimiento; después aquellos cargos que fundándose en la
violación de normas de derecho sustancial, originada en errores de
juzgamiento, tienen por finalidad obtener la ruptura total del fallo en
relación con los respectivos recurrentes; y por último los cargos de
alcance parcial.

SECCION PRIMERA

I. Recurso de casación de los demandados ORTEGA y de la SOCIEDAD


AGRICOLA Y GANADERA DEL VALLE LTDA.

Cargo Primero

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Con apoyo en la causal quinta de casación, se aduce que en el


proceso se incurrió en la causal de nulidad insaneable prevista en el
numeral 2° del artículo 140 del Código de Procedimiento Civil, toda
vez que el Tribunal al revocar la sentencia inhibitoria proferida en
primera instancia decidió de fondo el litigio, sin tener en cuenta que
la ley vigente para el recurso de apelación del que conocía no
permitía dicho proceder, “sino que había de enviar el proceso al
inferior para que la pronunciara”.

Para sustentar la precedente acusación, afirma el censor que la


sentencia de primera instancia se profirió el 18 de junio de 1988;
que el Juzgado del conocimiento concedió el recurso de apelación
mediante auto calendado el 9 de julio siguiente; y que el Tribunal lo
admitió el 31 de agosto de 1988 y lo desató mediante fallo de 19 de
marzo de 1992; dichas fechas muestran que para cuando se
interpuso y concedió el recurso de apelación estaba vigente el
artículo 357 del Decreto 410 de 1970, anterior a la reforma que
introdujo el Decreto 2282 de 1989 que entró a regir el 1° de junio de
1990.

La mencionada reforma consistió “en darle al superior la


competencia, que antes no tenía, para entrar a decidir de mérito al
revocar una sentencia inhibitoria, en todos los casos, aun cuando le

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fuere desfavorable al apelante”, por lo que al amparo de la


legislación modificada y al considerar errada la decisión inhibitoria,
debía el juzgador de segundo grado remitir el expediente al Juzgado
de conocimiento para que profiriera la decisión de fondo
correspondiente. En ese sentido, el Tribunal omitió tener en cuenta
el artículo 40 de la Ley 153 de 1887, el cual determina que los
términos que empezaron a correr, las actuaciones y las diligencias
en trámite se rigen por la ley vigente al tiempo de su iniciación; en
este caso la normatividad vigente era la que consagraba el citado
Decreto 410 de 1970, “concretamente, el artículo 357 allá previsto, y
no el artículo 357 en la versión del numeral 174 del artículo 1° del D.
2282, vigente desde junio de 1992 en adelante”.

El numeral 2° del artículo 140 del Código de Procedimiento Civil


contempla como causal de nulidad la carencia de competencia del
juez, la cual, según la censura, se evidencia en este caso, pues el
Tribunal no tenía competencia para proferir sentencia de mérito; por
tal motivo estima que la Corte debe casar la sentencia y disponer
que el Juzgado de conocimiento profiera la decisión de mérito que
corresponda.

II. Recurso del demandado LUIS ANTONIO CASTRO VERA.

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Cargo Segundo

Con fundamento en la causal primera de casación, acusa el


recurrente la sentencia del Tribunal, por violación directa de la ley
sustancial debido a la aplicación indebida de los artículos 740, 741,
745, 749, 756, 759, 946, 947, 948, 949, 950, 952, 957, 965, 966,
968, 969, 970, 1312, 1323 y 1325 del Código Civil, y de los
artículos 4, 307, 308 y 357 del Código de Procedimiento Civil; y, por
falta de aplicación de los artículos 305, 306 y 699 del Código de
Procedimiento Civil y 40 de la Ley 153 de l887.

De entrada, el recurrente afirma que la calificación de las normas


como sustantivas o adjetivas depende de su contenido, para fincar la
denuncia del quebranto de algunas disposiciones del Código de
Procedimiento Civil, como sustanciales, pero que tienen que ver con
el principio de la ultra actividad de la ley, como garante “de los
derechos sustanciales que se vienen discutiendo en un proceso al
momento de producirse un cambio de legislación”.

A partir de lo anterior, el censor aduce que los recursos de apelación


fueron interpuestos en vigencia de la ley procesal derogada por la
reforma que introdujo el Decreto 2282 de 1989, por lo que el

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sentenciador “estaba, de un lado, impedido para decidir la alzada


con base en las nuevas normas, y por el otro, estaba en la obligación
de aplicar las que se encontraban vigentes antes de la reforma”;
circunstancia que el Tribunal tuvo en cuenta únicamente para la
decisión que adoptó en torno al demandado Humberto Campo Cabal,
en cuanto no revocó la sentencia inhibitoria para en su lugar
absolverlo de las pretensiones, por no hacer más gravosa -según
dijo el fallador- la situación de las demandantes debido a que fueron
ellas y no dicho demandado las que interpusieron recurso de
apelación contra ese pronunciamiento, y también en lo relacionado
con las condenas en abstracto impuestas por concepto de restitución
de los frutos a cargo de los demandados vencidos; “pero no la
advirtió al examinar la situación jurídica particular de cada uno de
los demás demandados”.

Cuando el Tribunal desató el recurso de apelación,


“inexplicablemente” aplicó el inciso final del artículo 357, como fue
modificado por el Decreto 2282 de 1989, sin considerar que se
aplicaban las normas procesales anteriores a dicha reforma; por
consiguiente, con la revocatoria de la sentencia inhibitoria no podía
el Tribunal entrar a decidir el fondo del litigio, sino que era su deber
devolver el expediente al Juzgado del conocimiento para que
emitiera el pronunciamiento correspondiente; error por el cual dejó

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de aplicar al caso los artículos 699 del Código de Procedimiento Civil


y el 40 de la Ley 153 de 1887, los cuales determinan que al
producirse un cambio de legislación, los procesos en trámite en que
se halle pendiente un recurso se resuelven con base en las normas
vigentes al momento en que se interpuso. Por lo tanto, pide el
censor que se case parcialmente la sentencia del Tribunal y en su
lugar, de mantenerse la decisión revocatoria de la sentencia
inhibitoria del Juzgado, se devuelva a esa dependencia para que
decida de mérito.

Consideraciones de la Corte:

1. Aunque los cargos compendiados se amparan, en su orden, en la


causales quinta y primera de casación que son diferentes por
naturaleza, como que la una apunta a corregir un vicio de
procedimiento y la otra uno de juicio, su despacho conjunto se
explica por la afinidad argumentativa con que vienen sustentados y,
por ende, cabe frente a ellos una respuesta común, no obstante que
el cargo segundo evidencia, además, una falla técnica digna de
reparo, toda vez que busca corregir un yerro de actividad que atañe
justamente con la supuesta falta de competencia del sentenciador de
segundo grado para decidir de fondo después de revocar un fallo
inhibitorio, derivada del cambio de normas del orden procesal que

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se produjo estando en trámite el recurso de apelación; defecto que,


de existir, no puede ser enmendado con acudimiento a la causal
primera de casación, sino con respaldo en la causal quinta de
casación.

2. Empero, la cuestión, aún bien planteada en el ámbito de la


nulidad procesal, tampoco da pie para casar el fallo impugnado,
porque si bien es cierto que sólo a partir de la reforma que introdujo
el decreto 2282 de 1989 al artículo 357 del C. de P. C. la ley
procesal contempló de manera expresa que “Cuando se hubiere
apelado de una sentencia inhibitoria y la revocare el superior, éste
deberá proferir decisión de mérito aun cuando fuere desfavorable al
apelante”; no es menos verdad que la jurisprudencia, desde antes y
apuntalado en el mismo artículo antes de su reforma, ya había
concluido que cuando el superior que conocía de la apelación
llegaba a revocar el fallo inhibitorio impugnado ante él se imponía
dictar el correspondiente fallo sustituto, bajo el entendido de que en
nuestro ordenamiento no ha existido el sistema de reenvío que
consiste en que el superior provee para destruir el fallo inhibitorio,
pero debe remitir la actuación al sentenciador primitivo para que
dicte la sentencia definitoria del litigio.

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3. Así pues, aunque en la especie litigiosa en estudio se ve patente


que sólo cuando se encontraba en trámite el recurso de apelación de
la sentencia inhibitoria proferida por el Juzgado de conocimien to,
empezó a regir la mencionada modificación del artículo 357 del
Código de Procedimiento Civil que introdujo el Decreto 2282 de
1989, debe concluirse que la nueva regulación no es por si misma,
ni de modo absoluto, contraria a lo que se imponía hacer de
acuerdo con las normas precedentes.

Ciertamente que con base en el régimen anterior y en lo pertinente a


este caso, la jurisprudencia ya venía diciendo que “si está previsto
que legalmente es posible dictar una sentencia inhibitoria, la misma
es recurrible en apelación cuando sea dictada en la primera instancia
(artículo 351 íb.). Si es apelable, el superior tiene competencia para
revisarla y, obviamente, para revocarla, caso en el cual debe decidir
lo que en el fondo corresponda, pues el ordenamiento no prevé
reenvío al inferior para que sea él quien se pronuncie de mérito.
Todo ello se infiere del artículo 357 del C. de P. C.” (Sentencia de
marzo 27 de 1989, sin publicar); éste criterio, a su vez, armoniza
enteramente en general con que “la apelación como medio ordinario
de impugnación, da al juez de segundo grado la competencia que
originalmente tuvo el funcionario que dictó la providencia apelada”
(G. J., T. CIII y CIV, pág. 160).

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4. Se sigue de todo lo anterior que ninguno de los dos cargos en


estudio puede prosperar.

SECCION SEGUNDA

Recurso de casación de la parte demandante contra la decisión


inhibitoria proferida en relación con el demandado Humberto Campo
Cabal.

Cargo Segundo

1. En el ámbito de la causal primera de casación, se acusa la


sentencia por violación indirecta de la ley sustancial “debido a la
errónea interpretación” de la copia de la sentencia que declaró la
filiación natural de las demandantes; quebranto que deviene de la
aplicación indebida de los artículos 306, 332 y 357 del Código de
Procedimiento Civil y 17 del Código Civil, así como por falta de
aplicación de los artículos 4°, 305 incisos 1° y 4°, 333 numerales 2 y
3 del Código de Procedimiento Civil, 401, 403, 404, 665, 673, 762,
766, 768, 769, 783, 961, 962, 963, 964, 1239, 1240 ordinal 3°,

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1241, 1321, 1322, 1323 y 1325 del Código Civil, 18 y 23 de la Ley


45 de l936, y 4° y 9° de la Ley 29 de l982.

2. Para demostrar el cargo, la censura rememora que para el


reconocimiento de la cosa juzgada se requiere que haya identidad de
personas, de objeto y de causa; que la identidad de objeto se da
cuando las controversias versan sobre un mismo bien jurídico; y la
de causa cuando la pretensión en uno y en otro proceso se basa en
la misma razón de hecho; sobre la última estima que puede ser que
se intenten acciones similares pero sustentadas en supuestos de
hecho diferentes, evento en el cual se desvirtúa la cosa juzgada.

De acuerdo con lo anterior, sostiene que el heredero cuenta con


distintas acciones “para recuperar bienes hereditarios”, entre las
cuales sobresalen la petición de herencia y la reivindicación; y tras
explicar el objetivo que se persigue con una y otra, señala que
ambas pueden llegar a asimilarse cuando es el heredero quien
demanda, pues es idéntica la legitimación en la causa en el aspecto
activo, pero son muy diferentes en cuanto al sujeto pasivo y a su
objeto, porque la una se debe instaurar contra quien ocupa la
herencia en calidad de heredero, y la otra contra el tercero poseedor
de cosas hereditarias singulares, por lo cual “no es dable deducir

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que hay identidad de pretensiones en dos procesos en los cuales se


instauran sucesiva y no coetáneamente dichas dos acciones”.

3. De otra parte, también es acción de petición de herencia la que


propone el demandante cuando, además de pedir que se declare su
verdadera filiación, solicita que se le reconozca el derecho a recoger
la herencia, aunque así no se identifique con claridad en la
respectiva demanda. Agrega el censor que “es hoy verdad
averiguada” que la acción reivindicatoria especial que consagra el
artículo 1325 del Código Civil en favor del heredero y en contra de
terceros que ocupan bienes de la herencia alude a tres sup uestos
diferentes que suceden cuando antes de la partición el heredero
reivindica bienes pertenecientes a la masa herencial, pidiendo para
la comunidad universal; cuando después de la partición y una vez
efectuada la adjudicación, el heredero reclama en su propio nombre
bienes concretos; y cuando después de la partición, el heredero
reclama bienes que fueron adjudicados a un heredero putativo;
hipótesis en relación con las cuales, como igual ocurre entre las
acciones de petición de herencia y la reivindicatoria, no puede
“establecerse sinonimia plena”, porque son tres circunstancias que
presentan “indiscutible antagonismo”.

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4. Con apoyo en estas premisas, en el cargo se denuncian los


siguientes errores de hecho en que incurrió el Tribunal:

a) La sentencia de filiación proferida por el Juzgado Segundo Civil


del Circuito de Buga el 30 de abril de 1980, declaró a las
demandantes hijas de Pablo Julio Campo Rivera, reconociéndoles
derecho “‟a intervenir en el proceso de sucesión del ya citado
causante, para reclamar la cuota herencial que les corresponde
conforme a la ley‟”, sin que se hubiese condenado a ninguno de los
demandados a restituir bienes hereditarios “ni universal ni
singularmente considerados”, con la connotación subsiguiente de
que esa sentencia “no estudió ni mucho menos decidió lo relativo a
la acción de petición de herencia frente al demandado Humberto
Campo Cabal”, circunstancia que permite concluir que cuando el
Tribunal apreció el citado fallo en sentido contrario al referido,
alteró su sentido objetivo.

b) El Tribunal no advirtió que la sentencia aludida “no decidió ni


resolvió positiva ni negativamente pretensión de las demandantes de
petición de herencia”, toda vez que simplemente les reconoció el
derecho a participar en la sucesión respectiva, “ordenación judicial
que obviamente no pudo ni podía cumplirse entonces ni después,
desde luego que cuando ese fallo alcanzó firmeza el proceso

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sucesorio ya había fenecido en todos sus trámites”; por


consiguiente, resulta “aberrante aseverar que la acción de petición
de herencia deducida en el presente ordinario ya había sido
instaurada y decidida en proceso anterior”, porque entre el primer
proceso y el presente no existe ni identidad de objeto, ni de causa.

c) Se equivoca el Tribunal cuando pretende ver en el presente


proceso una acción de petición de herencia, idéntica a la que se
instauró con antelación en el proceso de reclamación de estado civil,
porque esa es la genérica prevista y regulada en el artículo 1321 del
Código Civil, mientras que la que aquí se intenta es la que regula el
artículo 1325 siguiente, lo que evidencia el error en que incurrió al
Tribunal al atribuir identidad de causa a dos procesos
sustancialmente disímiles. En el primer proceso, repite, tan sólo se
autorizó a las demandantes para que participaran en el proceso de
sucesión de su padre, “lo que es bien distinto a resolver
positivamente la acción de petición de herencia”; así que como el
sentenciador le otorgó a la sentencia proferida en el proceso de
reclamación de estado la connotación dicha, alteró su contenido,
“pues olvidó el Tribunal que los supuestos fácticos del segundo
proceso variaron sustancialmente”.

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5. Los errores antes descritos incidieron en la resolución inhibitoria


proferida respecto del demandado Humberto Campo Cabal, toda vez
que las demandantes demostraron en relación con los dos predios
que se reclaman a éste, que tienen mejor derecho, por ser
“preferencial su título de herederas legitimarias del finado Pablo
Julio Campo Rivera, su padre”, toda vez que dicho demandado es
heredero meramente putativo al que desplazan las demandantes
para reclamar dos predios que fueron del referido causante por
donación que recibió de su padre, predios conocidos actualmente
como “Campo Alegre” y “La Liliana”, que hacían parte de la
hacienda “San Rafael”.

Consideraciones de la Corte:

1. Tratándose de las acciones restitutorias que promueva el


heredero, es natural entender que en primer término el
demandante debe tener definida dicha calidad, porque sólo así
quedará legitimado para exigir todo o parte de la herencia, o, en su
caso, porciones singulares de bienes pertenecientes al haber
sucesoral. Por consiguiente, las discusiones referidas a la
reclamación de estado de hijo en relación con un determinado
causante deben quedar esclarecidas previamente para que se puedan

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deducir inmediatamente, o después, los efectos patrimoniales


inherentes a ese estado particular, sin que, en principio, sea
obstáculo que todo se resuelva en un mismo proceso en el que
simultáneamente quede definida la filiación y los consiguientes
efectos patrimoniales; e incluso
que en él se promuevan las acciones que conduzcan a que éstos se
hagan efectivos frente a quienes ostentan título de herederos
aparentes o reales que deban compartir la herencia con el
demandante, o frente a quienes detenten la posesión materia l de los
bienes relictos.

2. La protección de los derechos del heredero también puede darse


dentro del respectivo proceso de sucesión siempre que no se haya
proferido la sentencia que aprueba la partición, mediante la
proposición de un incidente en el que el interesado pida el
reconocimiento como heredero de igual o de mejor derecho respecto
de los que ya han obtenido ese reconocimiento, en la forma que
establece el numeral 3° del artículo 590 del Código de Procedimiento
Civil.

3. Empero, puede pasar, como aquí sucedió, que las demandantes


de la filiación hayan obtenido sentencia favorable en la que, además,
se les haya otorgado los efectos patrimoniales que devienen de esa

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condición, cuando el proceso de sucesión de su padre ya había


terminado o había vencido el término procesal para hacer valer sus
derechos dentro del mismo, caso en el cual deben acudir a las
acciones de petición de herencia, o, en su caso, a la acción
reivindicatoria si los bienes han salido de manos de los herederos
adjudicatarios de los bienes herenciales.

4. De acuerdo con lo anterior y en lo pertinente para despachar este


cargo, se debe dejar sentado, entonces, que el reconocimiento de la
vocación hereditaria al hijo frente a la sucesión de su padre y de los
efectos patrimoniales consiguientes que otorga la sentencia de
filiación extramatrimonial, concretados en este caso en el sentido de
que tienen derecho a intervenir en la sucesión de su padre,
disposición enteramente superflua, no se identifica, con la acción de
petición de herencia, y mucho menos sirve para declarar que ésta ya
se agotó de manera definitiva, estando los bienes relictos en poder
de los herederos aparentes.

En efecto, el señalamiento que hace el juez de la filiación de la


vocación hereditaria que tienen los hijos extramatrimoniales de
suceder a su padre y de que la sentencia produce efectos
patrimoniales, no implica ni la orden de adjudicar la herencia ni la
orden a los demandados de restituir las cosas hereditarias, siendo

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éstos los efectos propios de la acción de petición de herencia en los


términos que la define el artículo 1321 del C. Civil. Por
consiguiente, si dentro del proceso de filiación no se pidió ni ordenó
la adjudicación o restitución de las cosas hereditarias, le quedaba
abierto el camino a las demandantes triunfantes para ejercer dicha
acción frente a los herederos aparentes que están en posesión de los
bienes relictos, con el fin de obtener la restitución de éstos; o en su
caso la reivindicatoria frente a terceros.

Pues bien, es preciso tener en cuenta que el proceso de sucesión del


causante Pablo Julio Campo Rivera concluyó con sentencia proferida
el 6 de julio de 1972 por la cual se aprobó el trabajo partitivo que
adjudicó la masa hereditaria a los hermanos y a quienes
representaban a los que fallecieron con antelación al causante,
mientras que las acá demandantes fueron reconocidas como hijas de
aquél mediante sentencia de filiación proferida el 13 de noviembre
de 1980, circunstancia que hizo inoperante la posibilidad de que las
citadas hijas pudieran reclamar la suspensión del referido trabajo
partitivo o participar en modo alguno en la pertinente causa
mortuoria como fue la decisión adoptada en el citado proceso
ordinario en la que se dijo que aquéllas tenían derecho “a intervenir
en el proceso de sucesión del ya citado causante, para reclamar la

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cuota herencial que les corresponda conforme a la ley” (fl. 61 vto. C.


#1).

Con fundamento en la señalada decisión que se limitó a repetir la


facultad que por ley va implícita en la declaratoria de estado, las
demandantes estaban facultadas para acudir ante la dependencia
judicial que tramitó el proceso de sucesión del padre premuerto para
pedir la reelaboración del trabajo partitivo y así lograr la
adjudicación de los bienes herenciales con exclusión de la totalidad
de los herederos aparentes por ser ellas herederas de mejor
derecho, actuación que sin embargo a la postre no habría de tener
ninguna eficacia porque para el momento en que se definió la
reclamación de estado la mayoría de los bienes he renciales
previamente adjudicados ya habían sido transferidos por los
herederos putativos a terceras personas, circunstancia que llevó a
las señaladas hijas del citado causante a entablar los respectivos
procesos de reivindicación en contra de cada uno de los terceros
poseedores de los bienes herenciales que por ley les correspondía,
mediante procedimiento que se ajusta a lo previsto por el artículo
1325 del Código Civil.

Ocurre, empero, que para el momento en que las citadas hijas


reconocidas del causante Pablo Julio Campo Rivera demandaron la

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restitución de los bienes que a aquél le pertenecieron, todavía


figuraba el heredero putativo HUMBERTO CAMPO CABAL como
propietario de dos de los lotes que formaron parte del acervo
hereditario, de suerte que aquéllas dijeron demandarlo en acción de
petición de herencia para reclamar esos específicos bienes, como
correspondía en este caso, pues la discusión frente a dicho
demandado comporta su exclusión como heredero, dada la calidad
de tales que adquieren las demandantes y la restitución de los
bienes especificos de la universalidad que ellas reclaman en su
condición de hijas del referido causante, de suerte que en ese caso
en particular no era dable demanda en acción reivindicatoria porque
la restitución se reclama frente a un heredero putativo y respecto de
bienes particulares pero que hacen parte de la citada universalidad.

6. En esas condiciones es incorrecta la conclusión asumida por el


Tribunal cuando considera que en el presente proceso se repite la
acción que las demandantes acumularon a la de reclamación de
estado, no sólo porque el objeto que se persigue es sin duda
diferente en uno y en otro caso, sino también porque la sentencia
estimatoria de la de reclamación de estado finalmente sólo reconoció
la condición de herederas de las demandantes sin ordenar

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restitución ninguna, lo que evidencia que la causa y el objeto en uno


y en otro son sustancialmente diferentes.

7. En materia de cosa juzgada, -medio jurídico que impide prolongar


indefinidamente la cuestión litigiosa previamente resuelta por
mandato concreto de autoridad judicial-, tiene dicho la Corte que,
“deja de haber identidad de causa cuando a pesar de promoverse la
misma acción, varían sustancialmente los supuestos de hecho de la
causa petendi” (G. J., T. CCXVI, pág. 275).

Pues bien, esa variación de causa se manifiesta en la especie litigiosa


en estudio porque sí en el primer proceso las actoras reclamaron
que se les reconociera la condición de herederas en frente de los
demandados sin pretensión restitutoria ninguna, en el segundo
proceso, en cambio, la pretensión radica precisamente en obtener la
restitución de bienes que pertenecieron al causante y por ello
persiguen la totalidad de los que fueron adjudicados en la sucesión
de Pablo Julio Campo Rivera a los herederos aparentes e incluso
aquellos bienes que aún detenta el adjudicatario HUMBERTO CAMPO
CABAL, a quien las actoras dijeron demandar en petición de
herencia, pero, se repite, con ánimo esencialmente restitutorio de
bienes perfectamente singularizados, sin que, valga resaltarlo, la
identidad de partes en uno y en otro caso sea elemento de suyo

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suficiente para entender configurada la cosa juzgada con base en


una sentencia anterior que en orden a lo pedido no constituyó
derecho patrimonial, sino que se limitó a comprobar la relación
jurídica existente entre las demandantes y el progenitor
absteniéndose de disponer sobre restitución de los bienes relictos.

Siendo, pues, tres los factores que deben concurrir para tornar la
sentencia en inmutable, la inexistencia de uno sólo de ellos da al
traste con la configuración de la misma, de suerte que ella será
operante cuando el nuevo proceso “verse sobre el mismo objeto, y se
funde en la misma causa que el anterior, y que entre ambos
procesos haya identidad jurídica de partes” como reza el artículo
332 del Código de Procedimiento Civil, de manera que “cuando el
derecho alude a la identidad de causa, está afirmando que la
demanda del nuevo litigio exterioriza, como fundamento de la
pretensión, la misma razón de hecho que se alegó en el proceso
anterior” (G. J., T. CLXVI, pág. 64).

En ese orden de ideas es acertado el juicio de la censura cuando


detalla las diferencias existentes entre el proceso anterior y el actual
y, además, cuando pone en evidencia la imposibilidad práctica de
reclamar mediante cualquier otro medio los bienes inmuebles en

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cabeza del único de los herederos aparentes que aún se encuentra


en poder de los que le fueron adjudicados.

En esas condiciones, la razón práctica de la cosa juzgada que evita la


coexistencia de decisiones distintas respecto a un mismo litigio no
tiene operancia ninguna en relación con la especie litigiosa en
estudio en la que se debate una relación jurídica que no ha sido
discutida con antelación.

El cargo prospera.

SECCION TERCERA

Se conforma este capítulo especial con los cargos que presentan


recurrentes diferentes, por cuanto se apoyan en similares
argumentos que atañen con el tema de los efectos que en este
proceso tiene la absolución de algunos de los demandados en el
proceso de filiación extramatrimonial que instauraron, en su
momento, las demandantes.

1º) RECURSO DE LAS DEMANDANTES CONTRA SENTENCIA


DESESTIMATORIA DE JORGE ELIECER HERRERA ESPINOSA.

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Cargo Segundo:

Con apoyo en la causal primera del art. 368 del Código de


Procedimiento Civil, por la vía indirecta, se acusa la sentencia de
haber quebrantado, por aplicación indebida, los artículos 17, 765,
778, 1857, 1967, 1969, 2521 del Código Civil, 332 del Código de
Procedimiento Civil; y por falta de aplicación, los artículos 401, 403,
404, 665, 673, 766, 783, 961, 962, 963, 964, 1008, 1011, 1013,
1239, 1240 ordinal 3°, 1241, 1321, 1322, 1323 y 1325 del Código
Civil, 60 inciso 3°, 333 numerales 2 y 3 del Código de Procedimiento
Civil, 18 y 23 de la Ley 45 de l936 y 4° y 9° de la Ley 29 de l982;
todo como consecuencia de los errores de hecho en la apreciación
del contenido de la sentencia declarativa de filiación de las
demandantes.

En resumen, el cargo se desarrolla así:

a) De aceptarse que cuando quien reclama la paternidad pretende a


la vez que esa declaración surta efectos patrimoniales, incoa una
acción de petición de herencia, “así no solicite expresamente
restitución de bienes integrantes del acervo herencial del cual ha
resultado asignatario”, habría que concluir “que ciertamente las

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señoras Campo Becerra ya la habrían deprecado”; mas no puede


deducirse, como sostuvo el Tribunal, que tal acción es igual a la que
se intenta en este proceso, porque en el de filiación las demandantes
acudieron a la acción general prevista en el artículo 1321 y 1322 del
Código Civil, mientras que en este proceso instauran la acción
reivindicatoria de que trata el artículo 1325 ibídem, “por haberse
liquidado ya la sucesión de su padre y haberse adjudicado los bienes
a los herederos putativos”.

Por tanto, ambos procesos son diferentes, y esa falta de identidad de


objeto y de causa impide la configuración del fenómeno de la cosa
juzgada; sobre el particular, el recurrente apunta que en la acción de
petición de herencia la demanda se dirige contra quien ocupa la
herencia en calidad de heredero putativo, y que, en cambio, la acción
reivindicatoria se promueve contra el tercero que posee
materialmente cosas hereditarias.

b) Por causa de la equivocada interpretación de la sentencia de


filiación, el Tribunal dedujo que en ésta se absolvió a José María
Campo Saavedra de la acción de petición de herencia, cuando ha
debido entender que el citado cesionario se absolvió por falta de
legitimación en la causa pero únicamente respecto de la acción de
investigación de paternidad, “desde luego que para así decidir ese

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juzgador expresó que esta pretensión, la de paternidad, „no se


puede controvertir con el cesionario de derechos hereditarios‟”,
deducción que dimana del correspondiente aparte de dicha
sentencia. Debe recordarse, añade el censor, que la fuerza
obligatoria de las sentencias se encuentra en la parte resolutiva,
pero cuando deben explicarse con base en las consideraciones que
las sustentan, no es posible desligar la parte motiva de la resolutiva.

c) Se incurrió en nuevo error de hecho cuando no se dio efectividad


a la sentencia de filiación frente a José María Campo Rivera y José
María Campo Saavedra, el primero por no haber sido parte en el
proceso y el segundo por haber sido absuelto, porque aunque es
cierto que los efectos patrimoniales de un fallo judicial sólo son
oponibles a las personas que fueron parte en el proceso, también es
dable afirmar que una sentencia declarativa de un estado civil surte
efectos frente a todas las personas, hayan participado o no en el
proceso; además, José María Campo Rivera sí fue demandado en el
citado proceso y como tal compareció hasta cuando operó la
sustitución en cabeza de su cesionario José María Campo Saavedra,
momento a partir del cual fue reemplazado en el proceso por otra
persona que lo sustituye, sin que pueda afirmarse que se “esfuma” o
“desaparece”. Por modo que la sentencia en cuestión sí surte efectos
contra José María Campo Rivera, “quien al contrario de lo que afirma

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el Tribunal si fue parte en ese proceso de familia”, y aún frente a


JORGE ELIECER HERRERA ESPINOSA, quien no ha infirmado esa
sentencia judicial de paternidad, razón por la cual “no puede
sustraerse a sus efectos propios: para éste, como para todas las
demás personas que hayan sido o no partes en el proceso
respectivo, esa verdadera paternidad de las demandantes es cosa
juzgada y por lo mismo respetable”.

d) Según el censor, los errores denunciados fueron determinantes


para que Jorge Eliécer Herrera Espinosa hubiera sido absuelto, y por
causa de ellos se quebrantaron las normas de derecho sustancial que
se enuncian al inicio del cargo; por consiguiente, pide que, previa
casación del fallo acusado, en el aparte referido se profiera
sentencia sustitutiva estimatoria de la pretensión reivindicatoria
respecto del predio “La Cilia”, conocido ahora como “Santa Clara”,
porque las demandantes demostraron tener mejor derecho sobre el
mismo “por ser, frente al demandado, preferencial su título de
herederas de su padre”. Aun en el supuesto de que se tuviese que
confrontar la titulación sobre el predio, tendría que concluirse que el
título de las demandantes es anterior al que opone el demandado.

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2. RECURSO DE LAS DEMANDANTES CONTRA SENTENCIA


PARCIALMENTE DESESTIMATORIA DE LA SOCIEDAD AGRICOLA Y
GANADERA DEL VALLE LTDA.

Cargo Segundo

Con respaldo en la causal primera de casación, por la vía indirecta se


tilda la sentencia impugnada de quebrantar los artículos 17, 765,
778, 1857, 1967, 1968, 1969, 2521 del Código Civil, 306 y 332 del
Código de Procedimiento Civil, por aplicación indebida; y los
artículos 4°, 50, 60 inciso 3°, 302 inciso 2°, 304 inciso 2°, 333
numerales 2° y 3° del Código de Procedimiento Civil, 401, 403, 404,
665, 673, 762, 766, 768, 769, 783, 961 a 964, 1239, 1240 ordinal
3°, 1241, 1321, 1322, 1323 y 1325 del Código Civil, 18 y 23 de la
Ley 45 de l936, 4° y 9° de la Ley 29 de l982, 8° y 48 de la Ley 153 de
l887, por falta de aplicación; todo como secuela de los siguientes
errores de hecho que derivan en especial de la interpretación que se
le confirió a la sentencia de filiación paterna de las hermanas Campo
Becerra:

a) Por cuanto el sentenciador encontró demostrado que Lui s Ernesto


Ossa Campo, demandado en el anterior proceso de filiación y
antecesor de “AGRICOLA Y GANADERA DEL VALLE Ltda”, fue

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desvinculado de dicho proceso; de ese modo concluyó


equivocadamente que los sucesores de aquél no se les puede
vulnerar sus derechos, “porque las herederas legítimas no le
disputaron a Ossa Campo los derechos en la sucesión de Campo
Rivera”. A ese respecto consideró que “deja de ser absolutamente
parte en un proceso de filiación el heredero demandado que, ora
habilidosamente o ya por móviles serios, para salirse del proceso y
guarecerse de los efectos que de éste emanen transmite sus
derechos, pues afirmación semejante hace suponer, sin estar
demostrado en los autos, el consentimiento de la contraparte en
aceptar esa sustitución de partes que al efecto exige el artículo 60,
inciso 3° del Código de Procedimiento Civil”, consentimiento
“positivo expreso que, en el caso presente, no está demostrado y no
puede presumirse”, desde luego que no le puede ser indiferente la
persona de su adversario; supuesto en el cual los efectos de la
sentencia, “en cuanto a su fuerza vinculante y al valor de cosa
juzgada” recaen sobre el deudor sustituido y no sobre el acreedor
sustituto, “porque es el derecho material de aquél y no el de éste lo
que constituye el objeto de decisión en ese fallo”.

b) Además hubo error de hecho por afirmar el fallador que la


declaración de la filiación de las demandantes no afecta a Luis Ossa
Campo, ni a sus cesionarios, no obstante que la sentencia

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declarativa de estado civil tiene eficacia frente a todas las personas


que hayan sido o no parte en el proceso, aunque los efectos
patrimoniales, “en caso de que los produzca” sean relativos; por
tanto, aquél no puede “marginarse de los efectos de la sentencia
dictada en esa controversia, como lo supone, lo imagina o lo
conjetura el ad quem…”.

No desaparece el error referido, ni aun en el supuesto de considerar


que el citado heredero no hubiese sido parte en el proceso de
reclamación de estado, premisa que no corresponde a la realidad,
porque “tal fallo, que definió una calidad de familia de las
demandantes, extiende su eficacia inclusive hasta quienes no fueron
parte en el litigio en que se emitió, como lo serían, en tal
suposición, el heredero Luis Ernesto Ossa y los sucesores de é ste”.
De suerte que por haber sido parte en ese proceso el citado
heredero y sus subrogatarios, la paternidad declarada “es cosa
juzgada”.

c) Existió error de hecho al deducir que la nombrada sociedad fue


absuelta de las pretensiones patrimoniales deducidas por las
demandantes, porque en realidad la sentencia absolutoria se dio
únicamente en relación con la acción de paternidad, conclusión que
fluye claramente si se observa que en dicho proceso de filiación no

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se juzgó ni se decidió acción de petición de herencia ninguna, ni la


general del artículo 1321 del Código Civil, ni la especial del artículo
1325 ibídem, “pues no se hizo condenación de restitución de bien
alguno, ora singularmente considerado o ya como parte integrante
de una universalidad jurídica”, sino que se limitó a disponer, como
consecuencia de la filiación reconocida, que las hijas naturales
podían intervenir en el proceso sucesorio para reclamar los bienes
que les correspondían, lo que no es igual que acoger la petición de
herencia o la reivindicación de bienes del haber sucesoral.

3. RECURSO DE DEMANDANTES POR SENTENCIA PARCIALMENTE


DESESTIMATORIA DE JAIME EDUARDO Y ANA LUCIA MARGARITA
ORTEGA CAMPO.

Cargo Segundo:

1. Con fundamento en la causal primera de casación, se acusa la


sentencia de ser indirectamente violatoria, por aplicación indebida,
de los artículos 17, 765, 778, 1857, 1967, 1968, 1969 y 2521 del
Código Civil; 306 y 332 del Código de Procedimiento Civil; y por
inaplicación de los artículos 401, 403, 404, 665, 673, 766, 783, 961
a 964, 1008, 1011, 1013, 1239, 1240 ordinal 3°, 1241, 1321, 1322,
1323 y 1325 del Código Civil; 60 inciso 3°, 333 numerales 2 y 3 del

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Código de Procedimiento Civil; 18 y 23 de la Ley 45 de l936 y 4° y 9°


de la Ley 29 de l982, debido a los errores de hecho en que incurrió,
“muy particularmente al interpretar y determinar el alcance
demostrativo de la sentencia declarativa de la filiación paterna de las
demandantes”.

2. En síntesis, se denuncia la comisión de los siguientes errores de


apreciación probatoria:

a) Incurrió en error de hecho el Tribunal por creer que la


pretensión patrimonial deducida por las demandantes en el presente
proceso, es repetición de la que adujeron en el proceso declarativo
de su filiación paterna; no vio que aunque en el primer proceso s e
obtuvo el reconocimiento de los derechos económicos propios de la
declaración de estado civil, dicha acción no comprendió la
pretensión restitutoria de que aquí se trata, la cual sin duda no se
podía incoar porque hasta entonces no se había liquidado la
herencia del padre de las demandantes, como ahora sí ocurre. Cabe
concluir, entonces, que la presente acción es una “nueva
controversia con invocación de circunstancias fácticas sobrevinientes
y por lo mismo distintas”, como denota el fallo declarativo de la
paternidad donde no se decidió la petición de herencia, sino que se
limitó a ordenar, sin imponer condenas restitutorias de bienes

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hereditarios, que las demandantes tenían derecho a intervenir en el


proceso de sucesión para reclamar la cuota que les co rrespondía.

b) Hay error de hecho en la conclusión del Tribunal relativa a que


José María Campo Saavedra fue absuelto de la acción de petición de
herencia en el comentado proceso de filiación, cuando en realidad
únicamente se le absolvió de la acción de investigación de la
paternidad natural, según se desprende de la consideración del
fallador sobre que la acción de filiación no puede controvertirse con
el cesionario de derechos hereditarios, toda vez que, mediante el
acto de cesión, el cesionario no adquiere la calidad de heredero, por
lo que no puede reemplazar ni sustituir al cedente en ese aspecto.

c) Erró de facto al sostener que la sentencia de 30 de abril de 1980


no es efectiva frente a Campo Rivera y a Campo Saavedra, al primero
por no haber sido parte en el proceso en que se dictó y al segundo
por haber sido absuelto allá, y por hacer extensivo dicho yerro a los
cesionarios de éste.

La sentencia que declaró el estado de filiación de las demandantes


surte efectos frente a todas las personas, alcanc e que no sufre
menoscabo ni aun en virtud del hecho de que las consecuencias
patrimoniales del mismo tenga efectos esencialmente relativos,

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motivo por el cual, entonces, la susodicha sentencia del 30 de marzo


de 1980, resulta eficaz contra el heredero inicialmente demandado
José María Campo Rivera y sus posteriores cesionarios, de manera
que entender que los demandados iniciales dejan de serlo en virtud
de las cesiones de sus derechos, es suponer la prueba “de que en
esa sustitución procesal hubo la expresa aceptación de la
contraparte”. En consecuencia, los efectos de esa sentencia se
extienden a los demandados JAIME EDUARDO y ANA LUCIA
MARGARITA ORTEGA, “causahabientes de Campo Saavedra, quienes
por no haber infirmado esa sentencia de paternidad no pueden
sustraerse a sus efectos propios”.

3. Por último, señala la censura que los errores denunciados son


trascendentes en relación con el aparte de la sentencia que denegó
la restitución del predio “La Chepa”, derecho que debe reconocerse
en el correspondiente fallo sustitutivo.

Consideraciones de la Corte:

En otro aparte de esta providencia, concluyó la Corte que no existe


cosa juzgada que afecte la sentencia de este proceso por causa del
fallo dictado en el proceso de investigación de la paternidad que las

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mismas demandantes agotaron con antelación; se dijo, entonces,


que no es factible identificar la pretensión de allá con las que ahora
tiene por objeto reivindicar bienes relictos específicos que se hallan
en poder de uno de los herederos aparentes y de terceros que los
adquirieron de otros adjudicatarios; dicha confusión no pueda darse,
pues en el primer proceso se les otorgó a las demandantes, además
de la comentada declaración de estado civil, el derecho a reclamar la
herencia en abstracto.

En esa dirección, vale afirmar que cuando las demandantes


reclamaron su condición de hijas de Pablo Julio Campo Rivera, cuyo
deceso acaeció antes de la respectiva demanda de filiación,
ajustaron su petición a lo dispuesto en el artículo 403 del Código
Civil que señala como legítimo contradictor al padre contra el hijo, o
al hijo contra el padre, en armonía con lo expresado en el art. 404
del mismo estatuto, el cual consagra que los herederos representan
al contradictor legítimo que ha fallecido antes de la sentencia. Por
eso, a la sazón convocaron a los hermanos del presunto padre, con
quienes en efecto se surtió el respectivo trámite.

En consecuencia, tal comportamiento procesal se ciñe a los


lineamientos trazados, según los cuales, “cuando ha muerto el
presunto padre, el proceso de investigación ya no puede trabarse y

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decidirse entre legítimos contradictores. El hijo demandante tiene


entonces derecho a deprecar la declaración de paternidad no sólo
frente a quienes tienen la calidad de herederos testamentarios o
legítimos de aquél, sino también frente a toda otra persona a quien
desee vincular al proceso para que la sentencia le obligue con
efectos definitivos” (Casación Civil de 10 de diciembre de 1980, no
publicada).

A su turno, si a la par es posible demandar la filiación y


paralelamente pedir que ésta produzca efectos patrimoniales, esta
Corporación ha tenido especial cuidado en definir el alcance del fallo
proferido en esas condiciones para escindir ambas materias y dejar
nítidamente definido que en relación con la filiación el
pronunciamiento que se emita tiene efectos absolutos, de manera
que “en el caso de la filiación extramatrimonial es posible, por
ejemplo, que se demande a algunos de los herederos del presunto
padre y que, dejándose a otros por fuera de la respectiva pretensión,
se obtenga sentencia contentiva de la declaratoria correspondiente.
Dicha sentencia no significará que el demandante adquiera el status
de hijo extramatrimonial únicamente con referencia a los
demandados, pero no respecto de quienes permanecieron ajenos al
proceso” (G. J., T. CCXXII, primer semestre, pág. 286); como también
ha sostenido que “la sentencia que declare la paternidad mantiene

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toda su fuerza sobre el reconocimiento que provenga de la decisión,


es decir, que el hijo extramatrimonial alcanza esa calidad sin que
pueda ser desconocida, sino judicialmente por los que no fueron
parte en el respectivo proceso, o sea, que los efectos son de cosa
juzgada provisoria, en ese sentido. De ahí que se pueda afirmar que
el estado logrado extiende su eficacia frente a todos, mientras no se
infirme por los medios legales. El hijo extramatrimonial, pues,
adquiere esa calidad, sin que sea dable entender que lo es frente a
unos y no ante todos. Eso sería absurdo, y la ley no puede prohija r
esos desafueros. La sentencia es, en síntesis, prueba de la filiación”
(G. J., T. CLXXXIV, pág. 356)

Ya respecto de los efectos patrimoniales del fallo de filiación, los


cuales en esencia reflejan un interés estrictamente económico, se ha
reducido el alcance del fallo a quienes fueron parte en el proceso de
reclamación de estado, y particularmente a quienes recibieron
notificación tempestiva de la demanda, de suerte que “la producción
de esos efectos queda enmarcada por dos limitaciones sucesivas que
la regla legal instituye seguidamente. Por la primera determínase
que esos efectos (en favor o en contra) únicamente se extienden a
quienes hayan sido partes en el proceso. Y por la segunda, que
opera sobre la anterior, defínese que respecto de esas partes los
efectos sólo se dan si la demanda es notificada dentro de los dos

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años siguientes a la defunción” (G. J., T. CCXIX, segundo semestre,


pág. 480).

Se sigue de lo anterior que si la sentencia de filiación incluyese


pronunciamientos consecuentes de condena, esto es, si en ella se
hubiese ordenado la restitución en todo o en parte del derecho
herencial, o de bienes determinados de la herencia, surtiría plenos
efectos hacia el futuro con fuerza de cosa juzgada que impediría un
nuevo pronunciamiento contra quienes fueron parte en esa
actuación. Empero, como en la demanda de filiación las
demandantes a ese respecto se limitaron a pedir que se les
reconociera su derecho a reclamar la herencia, y así lo dispuso la
sentencia, no hay duda de que lo relacionado con la restitución del
acervo herencial no fue materia de ese primer proceso.

Por consiguiente, las decisiones adversas a las demandantes que


favorecieron a algunos demandados convocados al proceso de
filiación, atañen únicamente con la reclamación del estado civil,
puesto que la pretensión acumulada se redujo a solicitar el
reconocimiento judicial de una situación jurídica que la propia ley
confiere, incluso sin necesidad de petición expresa en tal sentido;
nótese que la sentencia del anterior proceso se restringió a
reconocer a las demandantes la posibilidad de reclamar la herencia,

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de donde se deduce que los efectos patrimoniales de ese fallo que


se pretenden extender a la especie litigiosa en estudio, no tienen
ningún fundamento.

En verdad, no resulta acertado aseverar que por haberse absuelto en


el proceso de filiación a José María Campo Saavedra, antecesor del
demandado Jorge Eliécer Herrera Espinosa en la titularidad de los
dos lotes de terreno que a éste se le demandan, y a los demandados
Jaime Eduardo y Ana Lucía Ortega Campo en cuanto al predio
conocido como “La Chepa”, no pueda intentarse contra todos ellos la
acción reivindicatoria, porque es evidente que la exclusión del
primero en el proceso de reclamación de estado civil no se traspasa,
como factor benéfico, a los posteriores adquirentes de los predios
que son materia de dicha acción; y menos aún, cuando Campo
Saavedra fue demandado en dicho proceso y luego excluido, no
obstante que no se agotó el mecanismo de la sucesión procesal.

Igualmente, no es posible desestimar las pretensiones restitutorias


formuladas contra la sociedad “Agrícola y Ganadera del Valle Ltda”
también subadquirente de quienes ant es fueron demandados
únicamente en reclamación de estado y de reconocimiento del
derecho herencial, de las que, vuelve a repetirse, nunca antes las
demandantes hicieron uso, porque “la restitución de los bienes es un

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efecto que puede lograrse del sucesor aparente, si los tiene, o de los
terceros que los tengan, incorporando a herederos y terceros” (G. J.,
T. CXXXVIII, pág. 325); argumento que permite concluir que, “la
acción que establece el artículo 1325 del Código Civil la confiere al
heredero contra terceros, y consiste en capacitarlo para reivindicar
las cosas hereditarias que hayan pasado a éstos, es decir, que por no
estar ya en manos del heredero putativo no hayan podido
recuperarse por el verdadero en su acción de petición de herencia”
(G. J., Tomos LIV, pág. 451; LXIV, pág. 668; CLVIII, primera parte,
pág. 115, entre otras).

En síntesis, respecto de todos los recurrentes que basan su


inconformidad en que a ellos no se le extienden los efectos
pertinentes de la sentencia de filiación de las demandant es por
cuanto no intervinieron en el proceso, fueron absueltos o nunca
desplazaron en el proceso a aquéllos de quienes reclaman los
bienes, basta decir a manera de conclusión que no les asiste la razón
por cuanto en su calidad de adquirentes o subadquirent es de los
bienes quedaron sometidos a dichos efectos, toda vez que sus
antecesores comprenden y llegan hasta los hermanos del causante
que nunca fueron desvinculados de dicho proceso, por lo que fácil
es deducir que a los demandados impugnantes en el punt o se
extienden las consecuencias patrimoniales.

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Prosperan, en consecuencia, los cargos de esta sección.

SECCION CUARTA

Se agrupan en este lugar los cargos cuyo argumento consiste en


censurar la decisión del Tribunal que encontró configurado el
elemento de la acción de reivindicación de la propiedad en cabeza de
las demandantes.

1. RECURSO DEL DEMANDADO LUIS ANTONIO CASTRO VERA.


a) Cargo Tercero:

Con fundamento en la causal primera de casación, por la vía directa,


el recurrente le imputa al Tribunal la violación de los artículos 740,
741, 745, 749, 756, 759, 946, 947, 948, 949, 950, 952, 957, 965,
966, 968, 969, 970, 1312, 1323 y 1325 del Código Civil; y artículos
4, 304, 305, 306, 307, 308 y 357 del Código de Procedimiento Civil,
“a causa de errores manifiestos de hecho en la apreciación de
algunas pruebas”.

Recuerda el recurrente que la acción reivindicatoria se halla


reservada para el titular del derecho real de dominio de la cosa cuya

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restitución se pretende; que el dominio se demuest ra mediante la


exhibición del título correspondiente que acredite esa titularidad; y
que por excepción, la ley permite a quien no ostenta ese carácter
acudir a la acción publiciana para defender la posesión que detenta,
“bajo reserva de no reclamar contra el verdadero propietario ni a un
poseedor de igual o mejor derecho”.

En la especie de este proceso, el Tribunal dedujo la prueba del


dominio alegado por las demandantes, de las escrituras públicas
“880 de 17 de mayo de 1953 (sic)” y 238 de 1955, ambas de la
Notaría 1ª de Buga, cuyas copias obran en el cuaderno de pruebas
del Tribunal; sin embargo, ninguna de éstas acredita el aludido
dominio, pues sólo dan fe de que los bienes inmuebles que aquí se
reclaman “ingresaron al patrimonio de Pablo Julio Campo R ivera”; por
tanto, para el fin requerido no bastaba que las actoras invocaran la
calidad de herederas frente a terceros, “pues era necesario que les
hubiesen sido adjudicados los bienes que vinieron a reclamar en este
proceso”; sobre el particular, cita jurisprudencia.

b) Cargo Cuarto:

Nuevamente con respaldo en la causal primera de casación, se acusa


la sentencia de violar indirectamente, por indebida aplicación, los

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artículos 740, 741, 745, 749, 756, 759, 946, 947, 948, 949, 950,
952, 957, 965, 966, 968, 969, 970, 1312, 1323 y 1325 del Código
Civil, y artículos 4, 304, 305, 306, 307, 308 y 357 del Código de
Procedimiento Civil, a causa de errores de derecho, “al apreciar y
tener como prueba del dominio de las demandantes sobre los
inmuebles materia de reivindicación, las escrituras públicas Nos. 880
del 17 de mayo de 1953 y 238 de l955, ambas de la Notaría Primera
de Buga, para lo cual también denuncio, como violación medio, la de
los artículos 174, 177, 187, 264 y 265 del Código de Procedimiento
Civil”.

En este caso y respecto de la prueba del dominio en cabeza de las


demandantes, apunta los siguientes errores de derecho:

Por hallar demostrado dicho dominio con las referidas escrituras


públicas, no obstante que únicamente prueban la propiedad en
cabeza de Pablo Julio Campo Rivera; y además, por apreciarlas como
documentos idóneos para demostrarlo, en cuanto omitió tener en
cuenta que no ingresaron legalmente al proceso; en efecto, aunque
se ordenó aportarlas de oficio, incluso con desprecio del principio de
la carga probatoria que pesa contra las demandantes, después no se
hizo ningún pronunciamiento para oficializar su incorporación al
proceso, quebrantándose las normas de disciplina probatoria que

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regulan su aportación; impidiéndose a las partes, particularmente al


recurrente, “ejercer el derecho de réplica o de defensa en relación
con esas escrituras”

c) Cargo Quinto:

También con fundamento en la causal primera de casación, se tilda


la sentencia del Tribunal de haber violado indirectamente y por
indebida aplicación, los artículos 740, 741, 745, 749, 756, 759, 946,
947, 948, 949, 950, 952, 957, 965, 966, 968, 969, 970, 1312, 1323
y 1325 del Código Civil; 4, 304, 305, 306, 307, 308 y 357 del
Código de Procedimiento Civil; 6° de la Ley 46 de 1947; y 47 de la
Ley 110 de 1912 contentiva del Código Fiscal, “a causa de error de
hecho, al suponer que en el proceso obraba prueba del dominio
invocado por las demandantes; como también a causa de error de
derecho, por no haber reconocido la eficacia probatoria de las
Resoluciones N° 0316 del 31 de marzo de l976 y N° 361 del 30 de
junio de l976 del Incora, para lo cual también de nuncio, como
violación medio, la de los artículos 174, 176, 177, 187, 264 del
Código de Procedimiento Civil”.

Afirma el recurrente que en la sentencia impugnada se incurrió en


evidente error de hecho al tener como prueba idónea del dominio de

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las demandantes las citadas escrituras, cuando tales documentos


acreditan únicamente la adquisición por parte de Pablo Julio Campo
Rivera de los bienes inmuebles, los cuales después fueron
adjudicados a la legataria Amelia Rentería y a sus hermanos en el
respectivo proceso de sucesión; tales documentos, “mal pueden
acreditar dominio en cabeza de las actoras”, requisito de dominio
que exige tanto el artículo 947 del Código Civil como el 1325 del
mismo estatuto, advirtiendo que en este último caso, “cuando el
heredero promueve la acción, el dominio que el juez debe averiguar
en el proceso respectivo no es el del causante sino el del heredero
accionante”.

Igualmente se incurrió en error de derecho al no atribuir el mérito


legal probatorio a las Resoluciones 0316 del 31 de marzo de 1976 y
361 de 30 de junio de 1976, expedidas por el Incora, con base en
las cuales se adjudicó a Luis A. Castro Vera el dominio de los
inmuebles que a éste ahora se le reclaman, las cuales constituyen
título suficiente para acreditar la calidad de propietario del último y
prevalecen sobre los títulos de adquisición que no acreditan el
dominio en cabeza de las actoras. Omitió el Tribunal, no solo que
de ellas emana la presunción consistente en que los terrenos
adjudicados eran baldíos, sino que como documentos públicos

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acreditan su otorgamiento, su fecha y las declaraciones que en ellos


hizo el funcionario que los autoriza.

2. RECURSO DE LOS DEMANDADOS JAIME EDUARDO ORTEGA, ANA


LUCIA MARGARITA ORTEGA CAMPO DE MEDINA Y LA SOCIEDAD
AGRICOLA Y GANADERA DEL VALLE LTDA.

Cargo Segundo

Aquí por la vía indirecta se denuncia la violación de los artículos


1321, 1325, 946 a 951, 952 y 961 y siguientes del Código Civil, por
falta de aplicación, como consecuencia de erro r de hecho en la
apreciación de la demanda de filiación natural, de su reforma, de la
sentencia del Juzgado y del auto de la Corte que declaró desierto el
recurso de casación proferidos en tal proceso, y también de la
demanda con que se inició este proceso, de su reforma y de las
excepciones propuestas en los escritos de contestación a la
demanda por Jaime Eduardo, Ana Lucía Ortega Campo y la Sociedad
agrícola arriba nombrada.

En relación con la sentencia de filiación, subraya el recurrente que


“ni en la sentencia del juzgado, ni en la del Tribunal en ningún
momento se consideró o tomó la súplica patrimonial producto de la

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reforma de la demanda como una acción de petición de herencia”,


calificación que tampoco confirió la Corte cuando declaró desierto el
recurso de casación interpuesto en ese negocio.

Afirma el censor que las demandantes en este proceso piden se les


reconozca como herederas legítimas de Pablo Julio Campo Rivera y
se les adjudique las tres cuartas partes de los bienes intestados;
además, que se condene a los cesionarios a la restitución de los
bienes adjudicados en la partición sucesoral con los
correspondientes frutos y que se declare la nulidad de dicha
partición. Que la acción de petición de herencia la instauran sólo
contra HUMBERTO CAMPO CABAL, quien fuera también demandado
en el proceso de filiación, por ser el único heredero putativo que
conserva el bien adjudicado en la partición, pero que en relación con
los restantes demandados instauran la acción para reivindicar cosas
hereditarias que han pasado a terceros.

Contra tales pretensiones, la sociedad “Agrícola y Ganadera del Valle


Ltda” formuló la excepción de carencia de título y de acción para
reivindicar, tras afirmar que por ser demandada en calidad de
subrogataria y en ejercicio de la acción reivindicatoria de bienes
hereditarios que han pasado a terceros, ésta acción solamente
procede a favor de quien “ha ejercitado o ejercita la acción de

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petición de herencia”; de allí concluye que no es viable la presente


acción reivindicatoria, porque las demandantes no han dilucidado su
condición de herederos de mejor derecho frente a los herederos y
cesionarios de éstos.

A continuación, los impugnantes aseveran que las demandantes


reformaron la demanda con el propósito de insistir en varias de las
pretensiones iniciales y de agregar, como pretensión subsidiaria,
que se ordene la restitución en favor de la sucesión nuevamente
ilíquida del causante Pablo Julio Campo Rivera; premisa que le sirve
de apoyo al censor para transcribir doctrina y jurisprudencia en
torno a las acciones de petición de herencia y reivindicatoria con que
cuenta el heredero para recuperar bienes de la herencia.

Seguidamente añade que la acción de petición de herencia busca que


se declare al demandante heredero de igual o mejor derecho del
demandado, “con el fin de que se le adjudique la herencia o la cuota
de ella que le corresponda, y de que el demandado restituya los
bienes hereditarios que tenga, junto con sus frutos”, de suerte que
tal como fue propuesta, la acción incoada no fue esa, como que “no
pretende un juicio comparativo entre los derechos sucesorales de
demandantes y los de los demandados, ni mucho menos una
condena restitutoria”. Lo único que pidieron las actoras fue una

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declaración pura y simple de reconocimiento del derecho a hacer


valer sus derechos sucesorales, “y eso fue lo que obtuvieron, como
consecuencia de su declaración de estado civil. Nada más. Esto es,
ninguna recuperación de la herencia”.

Hace ver también que “una cosa es pedir que se me declare con
aptitud para hacer valer mis derechos sucesorales, y otra ejercitar la
acción de petición de herencia”, toda vez que ésta es una contienda
entre herederos en la que se discute la titularidad de la herencia o
cuota de ella y por ello finalmente se dispone sobre la restitución de
los bienes hereditarios, “de manera, -sigue diciendo la censura-, que
si no se pide la declaración de derecho superior o igual, pero, sobre
todo, si no se demanda la condena restitutoria, no hay acción de
petición de herencia”.

Aduce, además, que la persona mejor calificada para esclarecer los


términos de su declaración, es su propio autor, de manera que
cuando las demandantes, quienes ya habían promovido el proceso
de reclamación de estado, formularon la presente demanda y dijer on
ejercer la acción de petición de herencia consagrada en el artículo
1321 del Código Civil dirigida en contra de HUMBERTO CAMPO
CABAL, estaban confirmando que en el primer proceso no habían
promovido la acción de petición de herencia, solo así se explica que

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“aquí la ejercieron contra el único heredero que conserva bienes


hereditarios”, por lo que mal puede el Tribunal “arbitraria y
graciosamente calificar de petición de herencia la acción contenida
en dicha súplica”.

Respecto a la acción reivindicatoria, el recurrente resalta que el


heredero puede reclamar para la sucesión “en los mismos términos
de cualquier representante del dueño”, así como heredero de mejor
derecho “que habiendo vencido al heredero putativo” ha de dirigirse
contra su causahabiente, lo que supone que previamente se ha
ejercido, por parte del demandante en reivindicación, la acción de
petición de herencia, sin que exista obstáculo alguno para que se
intenten en forma acumulativa ambas acciones, aserto que apoya en
doctrina y jurisprudencia que se da a la tarea de transcribir.

De lo anterior deduce el impugnante que el Tribunal incurrió en


error de hecho en la apreciación de varios medios probatorios
aportados al proceso; concretamente, la demanda y la corrección
instauradas en el proceso de filiación, las sentencias proferidas
después en primera y segunda instancias, el auto proferido por la
Corte, mediante el cual se declaró desierto el recurso de casación
interpuesto contra la última; error que consistió en que el Tribunal,
sin mediar razón distinta a su propio criterio, adujo que cuando las

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demandantes promovieron el proceso de filiación, corrigieron la


demanda para incluir la acción de petición de herencia, sin apreciar
que en la pretensión aludida “no hay el menor asomo de pretensión
alguna de desplazamiento total o parcial de los herederos
demandados, como tampoco de adjudicación de la herencia y,
mucho menos, de condena de los demandados a restituir bienes y
abonar frutos, que tales son los caracteres distintivos de la petición
de herencia”.

También dedujo el Tribunal la coexistencia de la acción de petición


de herencia con la reivindicatoria, porque en la demanda las actoras
solicitaron inscribirla en el correspondiente registro, hecho que sin
duda, “no es santo y seña, ni siquiera indicio, de que la súplica en
cuestión corresponda a una petición de herencia”, como tampoco es
la sentencia proferida en ese proceso de filiación por el Juzgado de
conocimiento, en la cual se dijo que las demandantes tenían derecho
“a intervenir en el proceso de sucesión del ya citado causante, para
reclamar la cuota herencial que les corresponda conforme a la ley”,
lo que no implica un reconocimiento de un derecho herencial, de
donde se deduce que dicha sentencia “no es título valedero para
reivindicar de los cesionarios de los herederos”, como tampoco es el
auto por el cual la Corte declaró desierto el recurso de casación en el

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que no se observa por parte alguna que la súplica en mención se


hubiera calificado como de petición de herencia.

En esas condiciones, la conclusión del Tribunal resulta


contraevidente y puesto que tales yerros incidieron en el fallo
acusado, pues ha debido absolverse a los demandados por haberse
pretermitido “el trámite ineludible de la petición de herencia”,
deberá casarse parcialmente la sentencia para que, en su lugar, se
revoque la de primer grado y se absuelva a los demandados
recurrentes.

Consideraciones de la Corte:

Diversos matices muestran los cargos que tienen como sustento


central la censura consistente en que las demandantes no aportaron
ningún título que demostrara su propiedad respecto de los predios
cuya restitución pretenden, aspectos que se hacen radicar en que las
escrituras públicas allegadas prueban la propiedad del causante y
no de las demandantes; que algunos títulos de propiedad fueron
incorporados irregularmente al expediente; que en relación con
algunos demandados prevalecían los títulos provenientes de la

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adjudicación estatal; que la pretensión acumulada a la de


reclamación de estado civil no fue de petición de herencia y, por
ende, las demandantes no han agotado ese trámite para poder
reclamar en nombre de la sucesión; facetas todas que serán
analizadas conjuntamente dada su afinidad.

1. Se dice en primer lugar que a las actoras no les es posible


demandar en nombre de la sucesión porque no adujeron los títulos
que definieran la propiedad respecto de los predios pretendidos y
porque, además, previamente no intentaron la acción de petición de
herencia, y aunque este aparte de la censura tiene como soporte una
premisa que se ajusta a la realidad, toda vez que como se analizó en
el desarrollo de cargos precedentes no es factible asimilar la
pretensión acumulada a la de reclamación de estado civil intentada
con antelación por las ahora demandantes con la acción restitutoria
presente, sin embargo la conclusión del silogismo no es exacta,
porque cuando el heredero demanda en nombre del causante los
bienes de la herencia en poder de terceros, reclama para la sucesión,
con la carga probatoria de demostrar la calidad de heredero, la
posesión por parte del demandado, la plena identidad del bien que
se reclama y la propiedad en cabeza del causante, siendo ésta una
típica acción reivindicatoria.

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No se ve la razón jurídica por la cual deba el heredero aportar título


de dominio que lo acredite como propietario del bien a reivindicar
cuando la reclamación la hace en nombre del causante precisamente
por no contar con la prueba que lo identifique como propietario del
bien y que de tenerla le permitiría demandar en su favor para su
propio patrimonio incrementado con un determinado inmueble en
poder de un tercero, circunstancia que en la especie litigiosa en
estudio no es posible toda vez que a las demandantes no se les
adjudicaron los bienes relictos y por ello carecen de título de
propiedad sobre ellos, mas no de legitimación en su carácter de
herederas, sin que, de otra parte, esa adjudicación pueda
interrumpir en modo alguno la secuencia en que sustentan su
pretensión restitutoria, porque la partición y las actuaciones
inherentes a ellas les son inoponibles.

La apreciación en contrario haría nugatorio el derecho de las


herederas, que ante la posibilidad de reclamar la herencia con base
en la declaración de estado civil, no podrían actuar contra los
herederos putativos por haber dispuesto éstos de los bienes con
antelación, cuando bien se sabe que la acción de petición de
herencia tiene como único contradictor legítimo al tercero poseedor
que ocupa los bienes relictos en la condición de heredero aparente,
por lo que la única opción la desarrollaron íntegramente en la

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especie litigiosa en estudio cuando demandan en petición de


herencia al único de los hermanos del causante que está en posesión
de los predios cuya restitución se reclama, y en acción
reivindicatoria a los terceros poseedores ajenos a la herencia.

No es dable, de otro lado, argüir que las herederas demandantes en


acción de reivindicación deban intentar previamente la acción de
petición de herencia, pues si así fuera se les privaría de la
posibilidad jurídica que tienen de actuar en nombre del causante, sin
que para el efecto deban agotar con antelación el respectivo trámite
sucesoral ni aportar el correspondiente título de adjudicación a su
nombre.

En ese orden de ideas, si el argumento consistente en que sin


demandar previamente en petición de herencia no es viable
reivindicar bienes pertenecientes al causante deviene de la existencia
de un título de adjudicación previo en favor de unos adjudicatarios
distintos del de las demandantes, lo que a su vez implica la ausencia
total de título en cabeza de éstas, el razonamiento que deja por
fuera la posibilidad de que dicha circunstancia tenga el alcance que
la censura le imputa tiene sustento en las características que le son
consustanciales a la acción reivindicatoria y respecto a las cuales se
ha dicho que, “el papel del juzgador en el juicio sobre reivindicación

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no se limita a la simple comparación de los requisitos formales


externos de las escrituras presentadas por las partes; pues, pa ra
decidir qué títulos de dominio tienen preferencia, debe examinar la
validez y eficacia de los actos jurídicos que constan en esas
escrituras, a fin de saber si ellos son constitutivos, traslaticios o
declarativos de dominio a favor de quien los invoca y qué valor
relativo tienen esos actos jurídicos frente a los que la contraparte
invoque y pruebe a su favor” (G. J. T., LXXVII, pág. 388).

2. Se dice, además, que en el proceso de incorporación de algunos


de los documentos que obran en el expediente no se cumplieron las
formalidades legales, especialmente porque no fue proferido auto
para legalizar su ingreso. A ese respecto el artículo 183 del C. de P.
C. dispone: “para que sean apreciadas por el juez las pruebas
deberán solicitarse, practicarse e incorporarse al proceso dentro de
los términos y oportunidades señalados para ello en este código”, y
que si se trata de prueba documental o anticipada, “el juez resolverá
expresamente” sobre su admisión; regla ésta cuya observancia se da
en el auto que las decreta, sin que sea menester un pronunciamiento
posterior que nuevamente avale su aportación, lo que aquí se
cumplió respecto de los documentos impugnados; además, dicho
reparo apenas se formula ahora con ocasión del recurso de casación,
por lo que se trata de un medio nuevo inadmisible en éste.

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3. De otro lado, se objeta que el Tribunal haya decretado pruebas


de oficio a raíz de las cuales se incorporaron al expediente varias
escrituras públicas que, según el censor, no debieron ser apreciadas;
sin embargo, por ese motivo no se da el error de derecho
denunciado, puesto que los medios de prueba que obran en el
expediente interesan al esclarecimiento de los hechos sin importar la
fuente de donde provienen; antes bien, constituye deber del
juzgador establecer la verdad y hacer uso de los amplios poderes de
verificación que el legislador le ha otorgado, punto sobre el cual la
jurisprudencia ha dicho que “frente al ordenamiento procesal que
gobierna la facultad de aducir pruebas, ésta no es de iniciativa
exclusiva de las partes. Hoy el juez tiene la misma iniciativa y más
amplia, pues las limitaciones que la ley impone a las partes en el
punto, no lo cobijan a él, puesto que su actividad no está guiada por
un interés privado como el de los contendientes, si no por uno
público, de abolengo superior, cual es el de la realización de la
justicia, uno de los fines esenciales del Estado moderno...” (G. J.
tomos CLV, pág. 37, y CXCII, pág. 234).

4. En otro aparte de esta sentencia, adelante en la sección sexta, se


determina todo lo relacionado con la existencia de la adjudicación de
carácter estatal en contra de otros títulos de dominio aportados por

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las demandantes, razonamientos que por ser de recibo en este


segmento del recurso deben entenderse como reproducidos, sobre
todo, para hacer ver que no por el hecho de la intervención del
Estado en orden a corroborar el medio de adquisición de la
ocupación, debe prevalecer ésta, sin más, sobre el derecho de
propiedad que terceros alegan en su favor respecto del mismo
inmueble.

En consecuencia, los cargos despachados en esta sección no


alcanzan éxito.

SECCION QUINTA

Este capítulo se conforma con los cargos que los diversos


recurrentes sustentan en la falta de identidad de los bienes
inmuebles cuya restitución ordenó el Tribunal y se resuelven, como
es apenas natural, separadamente.

1.- RECURSO DEL DEMANDADO LUIS ANTONIO CASTRO


(Cargo Primero)

1. Con respaldo en la causal primera de casación, se tilda la


sentencia de ser violatoria de los artículos 740, 741, 745, 749, 756,

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759, 946, 947, 948, 949, 950, 952, 957, 965, 966, 968, 969, 970,
1312, 1323 y 1325 del Código Civil; 4, 76, 304, 305, 306, 307, 308
y 357 del Código de Procedimiento Civil, como consecuencia de
error de hecho en la apreciación de unas pruebas.

2. Según el recurrente, no se cumplió el requisito que atañe con la


identidad del bien materia de reivindicación con el poseído por el
demandado y con el que aparece descrito en los títulos de
adquisición de las demandantes; particularmente le imputa al
sentenciador que no haya efectuado esa confrontación con éstos;
“ninguna importancia le reconoce a la identidad del bien con lo
expresado en el título esgrimido por el demandante”.

En ese sentido le imputa al sentenciador la comisión de los


siguientes errores de hecho:

a) Supuso que la demanda es medio probatorio suficiente para


establecer la identidad jurídica de los predios objeto de litigio y que
en los folios de matrícula inmobiliaria “obraba la prueba de la
segregación de aquellos inmuebles de mayor extensión, de que en el
pasado formaron parte”, sin apreciar que en los referidos folios no
se observa evidencia de dicha segregación (f. 12 y 22 del C.
Principal), por lo que no pueden constituir dichos documentos medio

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probatorio suficiente para hacer coincidir los inmuebles objeto de la


demanda y poseídos por el demandado, con los descritos en los
títulos de adquisición invocados por las demandantes.

b) Supuso también que por haber aceptado el demandado ser


poseedor, en el escrito de respuesta a la demanda, quedaba
suficientemente demostrada la identidad de cada uno de los predios
cuya reivindicación se pretende, sin realizar el cotejo con los títulos.

c) Omitió examinar las escrituras 238 del 3 de marzo de 1955 y 880


del 17 de mayo de l952, ambas de la Notaría 1° de Buga y aportadas
por las demandantes para demostrar cómo adquirieron los
inmuebles objeto de la demanda de restitución; por dicha omisión,
no dio por demostrado el medio exceptivo consistente en que, de
acuerdo con tales títulos, “no se registra coincidencia o identidad
con los inmuebles reclamados a LUIS A. CASTRO VERA, relacionados
en la demanda ni con los poseídos por este demandado”.

En procura de demostrar su aserto, el recurrente aduce que en


relación con el predio “La Loma de los Monederos”, donado por Luis
Felipe Campo Zapata a su hijo Pablo Julio Campo Rivera, el
alinderamiento que obra en la escritura número 238 de marzo de
1955 de la Notaría 1° de Buga (f. 3 del Cuaderno de pruebas del

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Tribunal), no coincide con el que aparece en la corrección de la


demanda, ni con el que obra en el folio de matrícula inmobiliaria
3730012164; y que respecto del predio “Santa Ana”, adquirido por
Pablo Julio Campo Rivera por compra efectuada a Armando Campo
Cabal, aunque existen algunas coincidencias en el alinderamiento
registrado en la escritura pública No. 880 del 17 de mayo de 1952,
con los que detalla el folio de matrícula inmobiliaria 3730012165, y
la corrección de la demanda, “no puede decirse que haya plena
identidad”, porque en la primera se menciona un predio con cabida
de 18 a 20 plazas (f. 50 del C. de pruebas de oficio del Tribunal),
mientras que en el segundo se describe un fundo con extensión
superficiaria de 10 hectáreas y 288 metros cuadrados o 15 plazas y
6.700 varas cuadradas, “al paso que en el escrito de corrección a la
demanda se guardó inexplicable y comprometedor silencio sobre
este aspecto”.

d) Igualmente dejó de observar que en la diligencia de inspección


judicial “solamente se había establecido identidad de los predios
poseídos con los descritos en la demanda, pero no con los
relacionados en los referidos títulos de adquisición.

Consideraciones de la Corte:

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1. Los predios cuya reivindicación solicitan las demandantes del


nombrado recurrente corresponden a los descritos en los folios
números 3730012164 y 3730012165, conocidos como “Santa Ana” y
“Loma de los Monederos”, los que no coinciden, aunque conserven
igual denominación, con las grandes extensiones que junto con las
haciendas “San Rafael” y “San Agustin”, adjudicada esta última a la
legataria Amelia Rentería, hicieron parte del acervo hereditario de
Pablo Julio Campo Rivera; masa herencial fraccionada en múltiples
segmentos debido a las adjudicaciones en favor de quienes
participaron en la partición de los bienes sucesorales en detrimento
de las acá demandantes.

En efecto, Pablo Julio Campo Rivera adquirió de Cristóbal Ramos


Campo, Concepción Ramos Prado, Luisa Ramos Prado, Bernardo
Herrera, Rosa María Herrera, Paulino Lasso y otros, la hacienda
“Santa Ana”, con cabida superficiaria de 18 a 20 plazas, mediante
escritura pública 880 del 17 de mayo de 1952 (F. 139 C. #1). A su
vez, mediante título escriturario 238 del 3 de marzo de 1955 (F. 124
C. #1) Luis Felipe Campo Zapata donó todos sus bienes a su esposa
y descendientes legitimos, por lo cual Pablo Julio Campo Rivera, hijo
de aquél, adquirió la hacienda “San Rafael” dentro de la cual figuraba
el terreno “La Loma de los Monederos”, en extensión de 1.314
plazas.

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2. A raíz de las transferencias y adjudicaciones que se dieron en


razón del fallecimiento del único dueño de las referidas extensiones
de terreno, las haciendas originales se fueron segregando para
ingresar como fundos de menor extensión al patrimonio de los
numerosos propietarios que continuaron con la historia jurídica de
cada uno de los predios de cuya reivindicación se trata en este
proceso, motivo suficiente para comprender por qué los títulos de
propiedad del causante no pueden contener la actual id entificación
de las fracciones de terreno que se demandan de Luis Antonio
Castro Rivera, quien en el escrito de contestación a la demanda
señaló la secuencia que acredita cómo ingresaron a su patrimonio
cada uno de los predios que le son reclamados, segregados de dicha
sucesión y adjudicados como terrenos baldíos por el Incora.

3. Por eso en la demanda y su reforma, respecto del nombrado


demandado, se pidió la restitución del bien adjudicado en dación de
pago a Uriel Tabares Aguilar, conocido actualmente con el nombre
de “Santana”, con matrícula inmobiliaria 3730012165 con los
linderos que aparecen a folio 78 del cuaderno 1, bis 3; y además
otro predio ubicado “dentro de otro de mayor extensión”
denominado “La Loma de los Monederos”, con matrícula inmobi liaria
3730012164, cuyos linderos especificó también en el folio referido.

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4. Respecto de tales pretensiones el demandado (C. principal, bis 2,


folios 58 a 66, contestación de la demanda), aceptó estar en
posesión de los predios a que ellas se refieren en virtud de la
adjudicación que el Incora hizo en su favor de dos de ellos,
conocidos como “Santana”, con extensiones de 24.3 y 9.62
hectáreas, cada uno, pero cuyo goce y uso había iniciado a partir de
las promesas de compraventa que celebró con Uriel Tabares Aguilar,
respecto al predio con cabida de 6.62 hectáreas, y con Francisco
Campo Rivera el de 24.3 hectáreas, adquirentes que dijeron estar en
posesión de los mismos por adjudicación que se les hizo en la
sucesión de Pablo Julio Campo Rivera. Otra porción de los terrenos
en mención también le fue prometida en venta por Jaime Rengifo
Lozano, de donde concluyó que su posesión se remonta a más de
veinte años y, en consecuencia, propuso la excepción de
prescripción adquisitiva de dominio, dado que “el presu nto dueño se
desentendió del ejercicio que le correspondía”.

Igualmente, en la diligencia de inspección judicial (fls. 2 a 5, 69 a 73


C. #18), el Juzgado de conocimiento examinó el fundo “Santana”
respecto del cual manifestó que “el predio antes inspeccionado
coincide con el señalado en la demanda”, e inspeccionó así mismo el
fundo colindante con los hermanos García Gil para decir del mismo

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que “coincide con el determinado en el escrito de corrección de la


demanda, pero no en cuanto a los que se dan respecto del INCORA,
teniendo como base la adjudicación efectuada por esa entidad”.

A su turno, el dictamen de peritos (C. 18, folio 95) indica que el


lote de la hacienda “Santa Ana” que está en posesión de Castro Vera
es el mismo que se adjudicó a Uriel Tabares en el trabajo partitivo de
la sucesión de Pablo Julio Campo Rivera, al que dicho poseedor
adicionó o englobó otras porciones de terreno adquiridas de Pedro
Nel Bejarano y otros, y de Julio César Pizarro, mediante las escrituras
públicas números 422 de 29 de abril de 1966 y 1384 de 4 de
diciembre de 1968, motivo por el cual la resolución emanada del
Incora no coincide en cuanto a sus linderos actuales.

5. En cuanto al predio “Loma de los Monederos”, los peritos lo


identifican con el que fue adjudicado a Luis Castro Vera mediante
resolución 631 de 30 de junio de 1976 y en el cual se englobó el que
pertenecía a Jaime Rengifo Lozano, con el de Francisco Campo
Rivera, y manifiestan que “coincide con los linderos de la demanda”
(f. 147 del aludido dictamen).

6. Ninguna de las conclusiones referidas fue puesta en duda por el


recurrente en su momento y sólo ahora aduce que no existe

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identidad entre los predios que se demandan y los que posee,


afirmación que contradice no sólo la posición asumida por él al
contestar la demanda, sino también la conducta procesal desplegada
durante el trámite del proceso y las conclusiones probatorias antes
reseñadas, todo lo cual incide para no encontrar evidencia seria de
que se hubiese dado en verdad error sobre la identidad de los
inmuebles descritos en la demanda con los que se identifican en los
documentos aportados con el fin de esclarecer dicho punto y los
linderos actuales expresamente especificados por las actoras en el
escrito introductorio.

En consecuencia, el cargo no prospera.

2.- RECURSO DEL DEMANDADO LUIS ISRAEL CASTELLANOS


CHAPARRO.

(Cargo Segundo)

1. Con apoyo en la causal primera de casación y por la vía indirecta,


se acusa la sentencia de violar los artículos 665, 668, 669, 740, 741,
745, 749, 756, 759, 946, 948, 949, 950, 952, 957, 965, 966, 968,
969, 970, 1321, 1323 y 1325 del Código Civil; y, artículos 76, 174,

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175, 177, 187, 195, 197, 241, 246, 248, 249, 250, 252, 253, 254,
262, 304, 305 y 306 del Código de Procedimiento Civil, debido a
distintos errores de apreciación probatoria.

2. Recuerda el censor que el sentenciador halló demostrado el


presupuesto de la acción reivindicatoria con apoyo en que “respecto
a la posesión e identidad del globo de terreno no existe discusión
por parte del demandado, pues éste no desconoció estar en posesión
del inmueble, cuyo dominio lo obtuvo mediante la adjudicación que
el „Incora‟ le hiciera a través de la resolución No. 289 de 31 de
agosto de 1977”. Sobre tal apreciación probatoria denuncia el
censor los siguientes errores del Tribunal:

a) Omitió ver que la demanda dice que el predio cuya restitución se


le reclama al recurrente se halla situado en el municipio de Buga y
tiene una cabida de 36.5 hectáreas, y posteriormente se da una
cabida de 32 hectáreas y 5.259 metros cuadrados, lo cual pone de
presente que las demandantes no tenían idea del área o cabid a del
bien perseguido ni, por tanto, de la identidad del mismo.

b) Omitió apreciar el certificado de registro (C. principal, bis 2, folio


126), donde se identifica el predio “La Guinea” con matrícula número
373-0003348, ubicado en el municipio de Guacarí, sin título anterior

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registrado; el cual no cotejó con los datos que ofrece la demanda,


según los cuales dicho predio se halla situado en el municipio de
Buga bajo la matrícula inmobiliaria 3730012164; por causa de ese
error ordenó “la restitución de un bien respecto del cual falta su
identificación y la posesión por parte del demandado”.

c) Tampoco apreció la escritura pública 273 de 7 de marzo de 1981,


de la Notaría Primera de Buga, en la que se constata que el referido
predio “La Guinea”, “está ubicado en Guacarí y no en Buga”.

d) En cuanto la sentencia ordenó restituir un predio con cabida de


36.5 hectáreas, dejó de ver la escritura pública 507 de 16 de abril de
1975, donde reza que él tiene una área de 32.5259 hectáreas.

e) Omitió apreciar la inspección judicial practicada el 13 de febrero


de 1987, en la cual se evidencia “la absoluta falta de identidad e
identificación del predio pretendido por las actoras”, puesto que en
dicha actuación se verificó que el predio poseído por el demandado
se denomina “La Isla” y se encuentra ubicado en el corregimiento de
Sonso, municipio de Guacarí; ésta circunstancia fue advertida por el
apoderado de las demandantes y lo llevó a expresar que trataría de
esclarecer la identidad del predio, manifestación que tampo co vio el
Tribunal y que “constituye un indicio “endoprocesal” que permite

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concluir que el inmueble pretendido del recurrente “no estaba ni


medianamente identificado”.

f) No tuvo en cuenta el dictamen pericial (C. 15 bis, folios 39 a 52,


56 a 57 y 68), donde los expertos manifestaron que el predio objeto
de su estudio “no corresponde a la misma propiedad inspeccionada
por el Juzgado del conocimiento el día 13 de febrero de 1987”.

g) Ignoró los testimonios rendidos por Alvaro Lipcio Ortega Melo,


Juan José Monedero Granobles, Luis Leonardo Chavarro González,
Dover Rocha Giraldo y Roberto Osorio Granobles, que confirman la
falta de identificación de que aquí se trata.

h) Supuso que el demandado Castellanos Chaparro confesó la


identidad al no discutirla en el escrito de contestación, conclusión
que “es totalmente inexacta y choca contra toda evidencia”, toda vez
que respondió negativamente el hecho respectivo, aduciendo que
ejerce posesión pero sobre el predio conocido como “La Isla”, cuya
adquisición explicó enseguida, “sin que se hubiera hecho mención a
heredero putativo alguno del padre de las demandantes del que
derivara la propiedad, posesión y tenencia de dicho predio”. En
síntesis, “nunca aceptó los hechos que el Tribunal misteriosa y
alegremente le imputa”.

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i) Cuando el Tribunal menciona que el dominio del predio reclamado


lo obtuvo el demandado de la resolución 689 del 31 de agosto de
1977, proferida por el INCORA, “está suponiendo misteriosamente
que el inmueble determinado en la resolución es el mismo descrito
en el petitum y causa petendi de la demanda”, sin apreciar que el
fundo detallado en la resolución está localizado en el municipio de
Guacarí, y el indicado en la demanda, en el municipio de Buga; que
el de la resolución se identifica con la matrícula inmobiliaria 373-
0003348, y el de la demanda con la matrícula 373-0012164; y,
finalmente, que el de la resolución tiene 36.5 hectáreas y el de la
demanda 32.5 hectáreas.

Consideraciones de la Corte:

1. El recurrente adquirió de Francisco Campo Rivera los derechos


que a éste le correspondían en la sucesión de Pablo Julio Campo
Rivera, “radicados única y exclusivamente en un lote de terreno
desprendido de la finca rural agrícola de mayor extensión
denominada „Loma de los Monederos‟ ubicada en el paraje de El
Vínculo, jurisdicción del municipio de Buga (...), lote que tiene una
extensión superficiaria de treinta y dos hectáreas y cinco mil

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doscientos cincuenta y nueve metros cuadrados...”, denominado por


el comprador a partir de entonces “La Guinea”.

Dicho negocio se protocolizó mediante escritura pública número 507


de abril 16 de 1975 otorgada en la Notaría Segunda del Círculo de
Buga, cuya copia obra en el expediente (C. Principal, folio 93; C. 15
bis, folio 13), de la cual se infiere que los linderos allí descritos son
iguales a los que consigna el croquis del terreno “baldío” que el
INCORA adjudicó a Luis Israel Castellanos Chaparro, mediante
Resolución número 689 de 31 de agosto de 1977 (fls. 124 y 125
del C. #1 bis 2), protocolizada en escritura pública 273 de marzo 7
de 1981 (F. 123 C. #1 bis 2), en la que se indicó que el citado
terreno tenía una extensión de 36.5 hectáreas “aproximadamente” y
se encontraba ubicado en “el paraje de Sonso, corregimiento e
Inspección de Policía de Sonso, municipio de Guacarí...”.

2. De acuerdo con lo anterior, desde el momento en que el citado


demandado se hizo adjudicar por parte del INCORA el predio que las
demandantes reclaman, respecto del cual obraba su tradición en el
correspondiente folio de matrícula inmobiliaria 373-0012164, figuró
también otro folio distinguido con el número 373-0003348 para ese
mismo predio, sin ningún historial y con la única anotación de ser un
bien baldío. Esta circunstancia explica por qué en relación con el

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mismo predio obran dos folios distintos de matrícula, a la par que


evidencia que son meramente aparentes las inconsistencias que
advierte el recurrente sobre la identidad, pues resulta un hecho
indiscutible que ambas identidades, no obstante las diferencias que
trata de hacer ver el censor, corresponden a un mismo predio.

3. De otro lado, en cuanto a las dificultades de identificación


anotadas, resulta pertinente destacar que el impugnante adquirió
otros lotes colindantes con el que aquí se disputa, uno denominado
“La Isla”, por medio de la escritura pública No. 8 de enero 10 de
1977 (F. 127 C. #1 bis 2), y otro que compró a la familia Monedero
al que también denominó “La Guinea”, por medio de la escritura
pública No. 972 del 7 de septiembre de 1983 (F. 8 C. #15 bis),
motivo por el cual en la inspección judicial el despacho del
conocimiento dijo encontrarse en el predio “La Isla”, el cual,
contrario a lo que dice el recurrente, no lo conforman únicamente
dos lotes, sino tres, sumando entre todo s un área total superior a las
58.82 hectáreas que se mencionan en la contestación de la demanda
(F. 131 vto. C. # 1 bis 2).

En efecto, en la inspección judicial (F. 21 C. #15 bis), el despacho del


conocimiento dijo someter a examen el predio “La Isla” ub icado en el
corregimiento de Sonso, municipio de Guacarí, y aunque el

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apoderado judicial de las demandantes informó no ser ese el fundo


pretendido y pidió por ello que el examen se circunscribiera al
predio “La Guinea”, esa petición no fue atendida, dejando el Juzgado
a la tarea de los peritos la identificación del predio, labor que estos
realizaron para indicar que el fundo objeto de examen tiene 105
hectáreas y que dadas las características de ubicación y extensión
con el reclamado por las demandantes, “no es la misma propiedad
que la estipulada en el folio 77 del cuaderno 1 bis” (F. 57 C. #15
bis).

Y realmente no podía ser la misma propiedad porque


indudablemente la extensión no corresponde a la que informa la
demanda y su reforma, lo cual evidencia el acierto en los argumentos
dados por la parte actora en el sentido de que para el examen del
predio se tuvo en cuenta el de mayor extensión conformado por
todos los predios adquiridos por Castellanos Chaparro, y no la
porción de terreno que se reclama y que es sólo el segmento que
éste adquirió de los herederos putativos de Pablo Julio Campo
Rivera.

4. Lo anterior en cuanto a la disimilitud en relación con la extensión


del terreno inspeccionado y el reclamado, toda vez que los restantes
datos, consistentes en la ubicación del señalado predio, respecto de

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la cual hace ver el recurrente que el fundo objeto de demanda se


encuentra en el municipio de Buga mientras que el que posee el
demandado está ubicado en el municipio de Guacarí, basta observar,
para disipar la incertidumbre, el documento que obra a folio 26 del
cuaderno número 15 bis, oportunamente allegado al proceso y no
controvertido, mediante el cual se rinde informe sobre asistencia
técnica prestada a Luis Castellanos en el año de 1977, en el cual se
indica que el predio tiene una extensión de 79 hectáreas, se
denomina San Rafael, Reina e Isla y se encuentra en “Buga-Guacarí”,
vereda Vínculo-Sonso.

5. No existe, pues, ninguna circunstancia que permita inferir que el


predio cuya restitución se ordenó a Luis Israel Castellanos Chaparro
no corresponde al que reclaman las demandantes, ni, por lo tanto,
afloran los errores de hecho que a ese respecto denuncia el censor;
conclusión que no se debilita tampoco con la prueba testimonial
relacionada en el cargo, de la cual únicamente se deduce que en la
actualidad los varios lotes que ha adquirido el demandado hacen
parte del predio de mayor extensión conocido con el nombre de “La
Isla”.

Por consiguiente, el cargo no alcanza ningún éxito.

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SECCION SEXTA

Conformada únicamente por el cargo en que el recurrente aduce que


su título de dominio es preferente a cualquier otro por emanar de
una adjudicación del Incora.

RECURSO DEL DEMANDADO LUIS ISRAEL CASTELLANOS CHAPARRO.

(Cargo Primero)

1. Con apoyo en la causal primera de casación, vía indirecta, se


acusa la sentencia de quebrantar los artículos 665, 669, 673, 675,
685, 740, 741, 745, 749, 756, 759, 946, 948, 949, 950, 952, 957,
965, 966, 968, 969, 970, 1323 y 1325 del Código Civil; 2° y 44 del
Decreto 1250 de l970; 62, 64, 67, 73 y 74 del Decreto 01 de l984; y
262, 304, 305 y 306 del Código de Procedimiento Civil, por la
comisión de errores de hecho y de derecho en que incurrió el
Tribunal en la contemplación y valoración de la prueba; se denuncia
la violación medio de los artículos 38 de la Ley 4° de 1973,
introductorio del artículo 119 de la Ley 135 de 1961; 13 y 14 del
Decreto 389 de 1974; artículo 6° de la Ley 97 de 1946; 174, 176,

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177, 187 y 264 del Código de Procedimiento Civil; 66 del Código


Civil; y 43 del Decreto 1250 de 1970.

2. Según el censor, el Tribunal vio que Luis Israel Castellanos


Chaparro adquirió el derecho de dominio del predio denominado “La
Guinea” por adjudicación que le hizo el Incora por medio de la
Resolución 689 de 31 de agosto de 1977, pero no le otorgó a dicho
título el alcance jurídico que la ley reconoce, ni contempló en forma
objetiva el certificado de registro donde fue inscrita esa resolución
correspondiente al folio de matrícula inmobiliaria número 373-
0003348, puesto que no lo confrontó con el título de dominio que
las demandantes invocan en su favor, o sea la escritura pública 238
del 3 de marzo de 1955, a causa de lo cual el sentenciador incurrió
en los siguientes errores de hecho:

a) No apreció el certificado del Registrador (C. principal, bis 2, folio


126) donde se da cuenta de que el predio con matrícula inmobiliaria
373-0003348, corresponde a “La Guinea”, sito en el corregimiento
de Sonso, municipio de Guacarí (Valle), con extensión d e 36.5
hectáreas, omisión que lo condujo a no considerar que el recurrente
adquirió el bien objeto de reivindicación por adjudicación del Incora.

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b) En la contemplación de la citada Resolución del INCORA, como


acto administrativo y documento público, incurrió en error de
derecho pues desconoció las normas legales relativas a la
pertinencia y eficacia de esa prueba, las cuales determinan que
resoluciones como esa constituyen “título suficiente de dominio y
prueba de la propiedad”, y, además, se convierten en presunción de
derecho “de que el bien adjudicado por el Estado tiene que
considerarse baldío”, cuando ha precluído el término para discutir
su legalidad; de paso vulneró las normas procesales que contemplan
los principios generales que imperan en mater ia probatoria, de
suerte que el error endilgado lo justificó el Tribunal “con el vano e
inicuo argumento de que pretender desconocer los títulos aducidos
por las demandantes sería tanto como „querer tapar el sol con las
manos‟; “esa forma de razonar para administrar justicia (.……),
produce desazón y desconcierto, pues la eficacia demostrativa de
una prueba no se desconoce con frases de comodín”.

3. Por último, arguye el impugnante que en los procesos


reivindicatorios cuando ambas partes invocan títulos de dominio, la
labor del juzgador se concreta a examinar y cotejarlos para
brindarles la eficacia que la ley reconozca, tarea que no efectuó el
Tribunal y por lo cual adujó que los títulos presentados por las

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demandantes para acreditar el dominio eran suficientes y superiores


a la resolución exhibida por el demandado.

Consideraciones de la Corte:

1. Sobre el alcance de las resoluciones por las cuales el Estado


habilita la adquisición del dominio de un predio rural por el modo de
la ocupación, y luego de hacer ver la labor judicial a efectuar cuando
se confrontan los títulos de dominio presentados por ambas partes,
dijo esta Corporación que “cuando en un proceso reivindicatorio con
las características poco frecuentes que ofrece el que ahora se
estudia, se enfrenta el dueño demandante con una resolución de
adjudicación emanada del Estado en la que apoya el demandado su
oposición, no es acertado sostener (…...), que el Juez ordinario esté
imposibilitado jurídicamente para efectuar la pertinente
confrontación que por mandato legal le corrresponde hacer (…...),
pues no sólo no hay en principio ningún obstáculo legal que impida
realizar esa actividad, sino que ella es imprescindible si por efecto
de atribuirle mérito preponderante a la adjudicación que, en
concepto de ser baldío, hizo el Estado respecto de un bien raíz
determinado, ello implica sacrificar en forma definitiva y por fuera
del marco de legitimidad que para tal fin representa la garantía
expropiatoria consagrada en el Art. 58 inciso 4° de la Constitución

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Nacional, un derecho de propiedad particular que tiene por objeto el


mismo predio y cuya existencia quedó demostrada a cabalidad en el
proceso”.

2. Y agregó: “es errado entonces sostener, (…....), que en ningún


caso cabe cotejar el título de propiedad que exhibe el reivindicante
con una resolución de adjudicación de baldío expedida por el estado
en que se ampara el demandado; y más aseverar así mismo, (...), que
por tal motivo hay que desconocerle „per se‟ a aquél su aptitud legal
para rivalizar con éste, o lo que es lo mismo asignarle al último una
supremacía sustancial frente a todo dominio anterior. Se reitera que
en parte alguna del ordenamiento jurídico está previsto el valor
preferente o exclusivo que tienen por sí mismas las resoluciones de
adjudicación de baldíos sobre los títulos de propiedad (…...), por lo
cual es indispensable que el Juez ordinario, una vez efectúe la
corrrespondiente confrontación mediante el análisis global del
acervo probatorio, no antes, se pronuncie sobre la prelación de unos
sobre otros. Y aún cuando nada se opone en verdad a que finalmente
pueda resultar ganancioso el litigante beneficiado por la resolución
de adjudicación, si es necesario hacer énfasis en que ello en ningún
caso podrá darse sino como fruto del análisis de la realidad procesal
concreta que haya tenido ante sí el Juzgador” (Cas. Civ. 16 de
diciembre de 1997, sin publicar).

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3. Lo anterior significa que cuando el fallador efectuó la labor


comparativa de los títulos de dominio presentados por ambas
partes, o sea las escrituras públicas que acreditan el dominio en
cabeza del causante Pablo Julio Campo Rivera y la referida resolución
de adjudicación que adujo el demandado, no cometió ningún error
de hecho en la medida en que no dejó de observar tales tít ulos, ni
tampoco de derecho porque, en los términos antes explicados y
precavido del alcance relativo de la referida adjudicación estatal,
confirió pleno y suficiente valor a los títulos presentados por las
demandantes para considerar, consecuentemente, la pretensión
reivindicatoria deprecada.

4. Es equivocado, por ende, decir, como sostiene el recurrente, que


la adjudicación de tierras por parte del Incora es “título suficiente de
dominio” y por ende plena prueba de la propiedad, con prevalencia
de los restantes títulos que puedan presentar las demandantes,
porque en contrapeso a lo dispuesto en el artículo 6° de la Ley 97 de
1946, en cuanto afirma que, “presúmese de derecho que todo
terreno adjudicado por el Estado ha sido baldío, cuando la
resolución de adjudicación haya tenido como base una explotación
con cultivos o establecimiento de ganados por un período no menor
de cinco años con anterioridad a la fecha de adjudicación...”, esta

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Corporación ha expresado, y ahora lo reitera, que no toda


adjudicación goza de la señalada presunción de derecho, toda vez
que “de tal privilegio sólo gozan aquellas que tengan como
antecedente la buena fe del adjudicatario y no desconozcan
derechos de terceros adquiridos con arreglo al artículo 58
(Constitución Política) superior” (sentencia antes citada); conclusión
que tiene perfecto acomodo en este caso en el cual, como se anotó
en el despacho del cargo anterior, se halla acreditado que con la
inscripción de la adjudicación hecha por el Incora a favor del
recurrente se abrió un folio de matrícula inmobiliaria, con desprecio
de que ya existía otro relativo al mismo bien con una larga tradición
de dominio privado, evidenciándose con dicha adjudicación la
vulneración de derechos de terceros .

5. En ese orden de ideas, no puede endilgarse error alguno al


Tribunal por apreciar con fuerza legal de prevalencia los títulos de
dominio aportados por las demandantes, frente a una adjudicación
que dispuso sobre el dominio de un predio que dadas los
antecedentes dados a conocer por las actoras, era en realidad un
terreno cultivado y con propietarios que ejercían en relación con el
mismo las facultades inherentes a su calidad de dueños.

El cargo, por lo tanto, no prospera.

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SECCION SEPTIMA

Se agrupan en este acápite los cargos de alcance parcial, en cuanto


atañen con la buena fe de los poseedores vencidos, la falta de
reconocimiento de la corrección monetaria en materia de liquidación
de frutos, y con las mejoras que no fueron reconocidas.

RECURSO DE LA PARTE DEMANDANTE EN RELACION CON LA BUENA


FE RECONOCIDA A LOS DEMANDADOS.

1. Con fundamento en la causal primera de casación, vía indirecta,


se acusa la sentencia de haber quebrantado, por aplicación indebida,
los artículos 762 inciso 2°, 765 incisos 1°, 2° y 4°, 769 y 964 inciso 3°
del Código Civil; y por falta de aplicación, los artículos 766 ordinal
4°, 768 inciso 4°, 964 inciso 1°, 969 y 1323 ibídem, al preterir “toda
consideración y análisis de los indicios múltiples que el proceso
contiene, con virtualidad suficiente para infirmar la presunción de
buena fe en lo relativo a la posesión de los inmuebles que pudo
amparar a los demandados inicialmente y que, desvirtuada, los
coloca en la categoría de poseedores de mala fe”.

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2. Concretamente la censura sostiene que la obligación de restituir


frutos a cargo del poseedor vencido está sujeta a la calificación de
buena o mala fe que sea dable asignarle a éste, toda vez que
“mientras al poseedor de mala fe le impone el deber de dev olver los
frutos percibidos y los que hubiere podido percibir, durante todo el
tiempo en que haya detentado el bien; el de buena fe, en cambio,
sólo debe restituir los percibidos después de la contestación de la
demanda respectiva”; buena o mala fe que será determinante
observar para el momento en que los frutos se perciban, lo cual
significa “que si el poseedor siembra de buena fe, pero cosecha de
mala fe, se lo debe juzgar, en cuanto a la restitución de frutos, en
este último carácter”

Sobre el particular resalta que la presunción de buena fe opera,


como principio general, “en la conducta de quien actúa como
poseedor material de un bien”, incluso el que carece de título, lo
cual no significa “que en todo caso, y más si el poseedor ostenta
título cualquiera” actúa de buena fe, pues bien puede probarse en su
contra que en la adquisición del mismo “hubo factores maliciosos o
móviles fraudulentos que son incompatibles con la buena fe”; lo
último sucedió aquí, toda vez que en el proceso obran indicios que,
analizados en conjunto, tienen virtualidad para inferir la mala fe de

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los poseedores vencidos, pues éstos fueron concientes de que sus


cedentes carecían de facultad legítima para enajenarlos, es decir,
que los recibían de “falsos tradentes”; indicios que no ap reció el
fallador.

3. Bajo las premisas anteriores, apunta que, según las copias que
obran en el expediente, cuando se inició el proceso de sucesión de
Pablo Julio Campo Rivera, de donde derivan los poseedores su
titularidad, “y en todo caso mucho tiempo antes de haberse
procedido en dicho sucesorio a la partición y adjudicación de
bienes”, ya estaba en trámite el proceso de filiación incoado por las
demandantes, de cuya existencia tuvieron pleno conocimiento los
herederos putativos del citado causante y sus cesionarios, “desde
luego que fueron los demandados en esa controversia de filiación”.
Inclusive, por causa de ese conocimiento y ante la gran posibilidad
de éxito del proceso de filiación, los herederos putativos y los
cesionarios agilizaron el proceso sucesorio, dilataron la acción de
estado civil y también la presente actuación, buscando hacer
nugatorios los derechos de las hijas extramatrimoniales del
causante.

Esta intención brota, además, de la celeridad desplegada por los


herederos putativos y los cesionarios para hacerse a la posesión de

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los bienes relictos, en virtud de la cual realizaron múltiples y


sucesivas transacciones de esos derechos con familiares y extraños,
las que en los certificados de registro fueron calificadas de “falsas
tradiciones”.

4. En conclusión, el fallador dio por demostrada la buena fe de los


poseedores vencidos, cuando ha debido advertir su mala fe y
obligarlos a restituir los frutos percibidos de los bienes poseídos
“durante el tiempo transcurrido antes de la notificación del auto
admisorio de la demanda y desde cuando entraron a detentarlos”.

Consideraciones de la Corte:

1. De los términos empleados en el desarrollo del cargo, se infiere


que la censura se dirige a objetar la calificación de poseedores de
buena fe que el sentenciador, a efectos de proveer sobre la
restitución de frutos, le dio a los demandados Luis Antonio Castro
Vera, Jaime Eduardo y Ana Lucía Ortega, Luis Israel Castellanos y la
sociedad Agrícola y Ganadera del Valle Ltda.; censura que se apoya
en que dichos poseedores tuvieron conocimiento y fueron concientes
de que las transferencias hechas a su favor fueron realizadas por
falsos tradentes.

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2. A su vez, el Tribunal reconoció la buena fe de los nombrados


poseedores por cuanto éstos adquirieron los inmuebles disputados
mediante títulos idóneos, así no sean suficientes enfrentarlos con
éxito a los títulos de dominio presentados por las demandantes, los
cuales describió de la siguiente manera:.

a) Luis Antonio Castro Vera por adjudicación que le concedió el


INCORA por medio de la Resolución No. 0316 de 1976; igual sucedió
con Luis Israel Castellanos, a quien el INCORA le adjudicó mediante
la Resolución No. 689 de 1977 un predio que, según las pruebas que
obran en el proceso, había adquirido antes por compra que hizo al
heredero putativo Francisco Campo Rivera que consta en la escritura
pública número 507 de abril 16 de 1975.

b) Jaime Eduardo y Ana Lucía Ortega, adquirieron los inmuebles de


José María Campo Saavedra, quien a su vez los obtuvo como
cesionario de José María Campo Rivera en virtud de la división
material que efectuaron los comuneros de la hijuela número once en
la sucesión de Pablo Julio Campo Rivera, mediante título escriturario
1245 del 1° de septiembre de 1980; y por donación que les hizo su
madre Margarita Campo de Ortega, mediante escritura pública 5889
de 30 de diciembre de 1978.

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c) La Sociedad agrícola nombrada, a quien se reclaman cuatro


predios, adquirió éstos por compra que hizo a la sociedad Azcárate
Rivera e Hijos Ltda., mediante escritura 672 de 13 de julio de 1962,
quien a su vez los había adquirido de Luis Ernesto Ossa Campo,
heredero aparente en la sucesión de Pablo Julio Campo Rivera, y de
los herederos de María Campo de Arango , también heredera putativa
del mismo causante.

3. En síntesis, a juicio del fallador con respaldo en los títulos antes


descritos, a los demandados les fue permitido tomar posesión de los
inmuebles “por las vías regulares”, como expuso en un aparte de la
sentencia impugnada, o “por medios legales” según lo calificó en
otro segmento, es decir de buena fe, aserto al que no hay reparo
para hacer, por lo menos en la perspectiva del error manifiesto, a
pesar de la crítica planteada por el recurrente, ni en cua nto al
conocimiento que pudieron tener de la existencia del proceso de
filiación, ni en cuanto a que eran conocedores de la falsa tradición
que se hizo constar en los respectivos folios de matrícula
inmobiliaria.

4. En lo último, debe recordarse que “por justo título se entiende


todo hecho o acto jurídico que, por su naturaleza y por su carácter
de verdadero y válido, sería apto para atribuir en abstracto el

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dominio. Esto último, porque se toma en cuenta el título en sí, con


prescindencia de circunstancias ajenas al mismo, que en concreto,
podrían determinar que, a pesar de su calidad de justo, no obrase la
adquisición del dominio. Si se trata, pues de un título traslaticio,
puede decirse que éste es justo cuando al unírsele el modo
correspondiente, habría conferido al adquirente el derecho de
propiedad, si el título hubiese emanado del verdadero propietario.
Tal el caso de la venta de cosa ajena, diputada por el artículo 1871
como justo título que habilitaría para la prescripción ordinaria al
comprador que de buena fe entró en la posesión de la cosa” (G. J., T.
CVII, pág. 365).

5. De otro lado, se sabe que la buena fe es un elemento subjetivo


que incumbe a la conciencia del poseedor, motivo por el cual se
presume como sustento del orden social, de manera q ue para
desvirtuarla “...requiere una demostración suficiente de mala fe que
aniquile la presunción, pues no puede con pruebas a medias
destruirse esa base social de trascendente finalidad” (G. J., T. C, pág.
242), puesto que se trata de “...una cuestión de hecho que, a falta de
una prueba directa como lo sería la confesión del agente,
generalmente implica el examen de los indicios que deja su
exteriorización, circunstancias estas que determinan la necesidad de
atribuir esta cuestión al fuero discrecional de los jueces de instancia,

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hasta el punto de que el criterio de estos al respecto no pueda ser


revisado en casación, sino en los casos en que abiertamente pugne
con la evidencia procesal” (G. J., T. CXXIV, pág. 221).

6. En conclusión, los indicios por cuya presencia propugna el censor


no son tales como quiera que los hechos de que se nutren no fueron
demostrados en el proceso: no hay prueba de que los demandados
tenían conocimiento al momento de adquirir los inmuebles
reclamados, de los antecedentes relacionados con la existencia de
herederos de mejor derecho a los que vendieron o donaron, en cada
caso, los predios cuya posesión detentan, y menos aún de que
activamente hubieran participado en la agilización o retardo en el
trámite de actuaciones judiciales en las que, algunos de ellos, ni
siquiera intervinieron.

Por consiguiente, el cargo no alcanza prosperidad.

2. RECURSO DE LAS DEMANDANTES EN RELACION CON LA NEGATIVA


AL PAGO DE FRUTOS CON CORRECCION MONETARIA

Con fundamento en la causal primera de casación, se acusa la


sentencia de violar directamente por errónea interpretación el inciso

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2° del artículo 964 del Código Civil, lo que consecuentemente le


llevó a quebrantar, por inaplicación, los artículos 5°, 37 ordinal 8° y
307 del Código de Procedimiento Civil; así como los artículos 5°, 8° y
48 de la Ley 153 de l887; 1613, 1614, 1615, 1626 y el inciso 2° del
artículo1649 del Código Civil.

En la sustentación del cargo, el recurrente alude a la importancia que


reviste la labor de interpretación de la ley, “sin perderse de vista por
el intérprete que la ley debe y tiene que responder a las necesidades
de la vida social que impongan el tiempo y las condiciones de orden
económico en que se desarrollan las relaciones del hombre, desde
luego que el derecho debe estar en permanente evolución antes de
quedar estatizado”, preámbulo que le sirve de apoyo para cuestionar
la jurisprudencia de la Corte que en concepción meramente literal
del artículo 964 del Código Civil excluye la posibilidad de que en
materia de restitución de frutos opere la corrección monetaria,
jurisprudencia que considera equivocada, “pues en mi modesta
opinión con ella se desnaturalizan el alcance y el sentido auténticos
de la norma legal respectiva”.

En procura de hacer ver la posición contraria a esa reiterada


jurisprudencia, el censor recuerda que la corrección monetaria por
fuera de no estar prohibida por la ley, “responde a una previsión

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destinada a mantener el equilibrio económico de las partes, a


precaver el enriquecimiento torticero y por ende a rendir culto a la
equidad” y por ello tiene dicho la jurisprudencia que el fenómeno de
la desvalorización del poder adquisitivo de la moneda repercute no
sólo en el ámbito de la economía sino también en e l campo del
derecho, “puesto que la relación jurídica de obligación se ve
directamente afectada con motivo del pago diferido o retardado
notablemente que haga el acreedor al deudor (sic)”.

Dice a continuación que las normas que sustentan las prestaciones


mutuas en acciones como la presente tienen sustento en la equidad,
como igual acontece con el reconocimiento que se ha hecho a nivel
jurisprudencial de la corrección monetaria, por lo que no entiende
cómo ambos aspectos se pueden escindir si se considera que para
que exista completa satisfacción por parte del litigante victorioso se
le deba indemnizar “completamente de tales proventos y de los
beneficios que éstos le reportaron al poseedor, después de
percibirlos”.

De lo contrario, se estaría auspiciando el enriquecimiento ilegal del


poseedor de un bien que a sabiendas de no ser dueño del mismo, “lo
explota, lo usufructúa por tiempo prolongado y luego, para ponerse
en paz y a salvo con el dueño de dicho bien, se limita a devolver el

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valor pretérito y reducido notablemente de esos frutos, conservando


para sí las ganancias o utilidades que tales proventos generaron”,
con apoyo en una tesis que mira únicamente el tenor literal de la
norma a través de un criterio exegético, toda vez que, a juicio de la
censura, cuando el precepto menciona que la restitución implicará el
valor de los frutos al tiempo de su percepción “está indicando un
momento para liquidación de su valor, pero no dice, ni podía decirlo,
que el valor de los frutos aprovechado por un poseedor del bien que
los produce por algo más de venteñal (sic) años no haya producido,
ni pueda producir, un justo aumento, que de ser para el poseedor
vencido traerá para éste un enriquecimiento torticero”; error de
interpretación que debe enmendar la Corte para que una vez
revocada la decisión inhibitoria del juez de primer instancia, entre a
reconocer la corrección monetaria en la restitución de los frutos
devengados por cada uno de los demandados vencidos en el
proceso.

Consideraciones de la Corte

1. Ha sido criterio constante de esta Corporación que en materia de


restitución de frutos no opera ninguno de los factores de reajuste
monetario, y para sustentar tal orientación jurisprudencial se ha
argumentado válidamente que, “la restitución de frutos debe

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limitarse a su valor, conforme el artículo 964 del Código Civil, es


decir, a lo que valían o debieron valer al tiempo de la percepción,
debiéndose deducir al obligado lo que gastó en producirlos, y ese
valor, y no otro adicional, es el que debe sati sfacer el poseedor. Ya
desde antes había advertido la Corte que la admisión del fenómeno
de la desvalorización de la moneda no se puede ampliar ni aplicar en
todos los casos, porque no siempre hace referencia a una misma
situación. Sobre el particular, en sentencia de 19 de marzo de 1986,
dijo la corporación. „Advierte la Corte, eso sí, de la cautela que se
debe tener en la aplicación de esos criterios en las relaciones
obligatorias, puesto que el designio por falta de prudencia, de su
generalización inconsulta, lejos de lograr una solución en el tráfico
jurídico lo hace inseguro y peligroso, en menoscabo de la justicia
misma‟. Pues bien, estando regulada expresamente en la ley la forma
como debe responder el poseedor de buena fe por este concepto,
debe seguirse que éste no está obligado sino a entregar los frutos
percibidos y, si no existen, a pagar su valor al tiempo que los
percibió o los debió percibir, esto es, bajo estos parámetros lo que
la cosa produce o pudo producir entre el día de la contestación de la
demanda y el día de la restitución, deducidas las expensas de
producción o custodia” (G. J., T. CLXXXVIII, tomo 2, pág. 150).

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2. El razonamiento que lleva a excluir la posibilidad de admitir que


en materia de restitución de frutos impere la regulación económica
tendiente a corregir el valor que éstos tuvieron al tiempo de su
percepción con relación al momento en que dichos frutos
efectivamente se restituyan tiene que ver con el tenor literal de la
norma que regula el punto, norma según la cual el poseedor vencido
es obligado a restituir los frutos naturales y civiles de la cosa
distinguiendo para el efecto la buena o mala fe con que haya
actuado el poseedor, carácter de la posesión que determinará a su
vez el monto de los accesorios por los que deberá responder para la
devolución respectiva, con vista siempre en el principio general de
que si no existen los frutos al momento de la restitución, se “deberá
el valor que tenían o hubieran tenido al tiempo de la percepción”.

En consecuencia, no se puede dejar de lado la aplicación de la norma


cuyo contenido es diáfano, para reemplazarlo por una interpretación
meramente subjetiva que quiere ver en todo acto de restitución el
fenómeno inflacionario como motivo suficiente para hacer valer las
medidas de corrección pertinentes; obrar en contrario, implicaría, en
esa hipótesis concreta, desviar el sentido que el legislador concibió y
que constituye una limitante que no es dable desconocer, cuando, de
otra parte, el texto legal en mención guarda íntima armonía co n las

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restantes disposiciones que regulan el tema relacionado con las


prestaciones mutuas.

3. Puntualiza, en efecto, la jurisprudencia en esta materia que,


“casos hay en los que el fallador, no obstante hallarse investido de la
atribución para disponer ciertas restituciones como consecuencia de
la prosperidad de la pretensión que le fuere planteada, carece, en
cambio, de la facultad de ordenar la revalorización de la suma de
dinero cuya entrega disponga, lo que sucede cuando el texto mismo
del precepto le señale a aquél de una manera específica, -si se
quiere, reducida al cauce por el que debe enrutar su determinación -
...” (G. J., T., CXCII, pág. 65)

4. No se ven, pues, las razones por las cuales deba la Corte variar la
jurisprudencia referida, bajo pretexto de aplicar una regla de
equidad que de reconocerse en los términos que propone el censor
conlleva, por si misma, desatender el ordenamiento civil que remite
el reconocimiento de frutos según el valor que hubieran tenido en
una época determinada que no puede modificar el juez de modo
antojadizo.

El cargo, tampoco prospera.

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3. RECURSO DEL DEMANDADO LUIS ANTONIO CASTRO VERA.

(Cargo Sexto)

1. Con apoyo en la causal primera del artículo 368 del Código de


Procedimiento Civil, el recurrente le imputa a la sentencia la
violación indirecta de la ley sustancial, por indebida aplicación de los
artículos 946, 947, 948, 949, 950, 952, 957, 961, 962 y 964 sin
indicar de cuál codificación; y por falta de aplicación de los artículos
965, 966, 967, 968, 969 y, 970 del Código Civil, y de los artículos
307, 308 y 339 del Código de Procedimiento Civil, a causa de error
de derecho en la apreciación de los testimonios de José Libardo
Cuadros Cuadros, Reynaldo Garcés, José Trinidad Salazar y Aristides
Bejarano, por haberles negado eficacia probatoria; y por error de
hecho al no tener en cuenta lo probado en las inspecciones judiciales
realizadas en los predios y en el dictamen pericial, yerros que
condujeron al fallador a denegar el reconocimiento y pago de
mejoras y al consiguiente derecho de retención de los inmuebles,
para lo cual también denuncia como violación medio, la de los
artículos 174, 177, 187 y 232 del Código de Procedimiento Civil.

2. Para sustentar el cargo, dice la censura que en el campo de las


prestaciones mutuas se encuentra, de un lado, la restitución de la

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cosa reivindicada, de los frutos que dicha cosa hubiere producido y


los perjuicios pertinentes; y, de otro lado, el reconocimiento de las
mejoras que el reivindicante victorioso debe reconocer en favor del
poseedor vencido, aspecto para el cual se tendrá en cuenta factores
como el de la buena o mala fe y el concepto de las mejoras según
sean éstas necesarias, útiles o voluptuarias, y el derecho de
retención al poseedor mientras se le reconocen las mejoras
pertinentes.

3. En este caso, la sentencia impugnada reconoció la buena fe del


poseedor Luis A. Castro Vera lo que condujo a que en materia de
restitución de frutos fuera condenado a los que se hubieran causado
a partir de la notificación del auto admisorio de la demanda; sin
embargo, el Tribunal se abstuvo de reconocer en su favor las
mejoras implantadas argumentando “orfandad probatoria”, tras
considerar que ninguno de los testigos citados con el fin de
demostrarlas “es lo suficientemente explícito para dejar en claro,
qué mejoras fueron realizadas por el demandado y en qué
consistieron”.

Aduce en consecuencia el recurrente que sin desconocer la


autonomía que le asiste al Tribunal en materia de análisis del
material probatorio, es evidente que al efectuar el juicio de valor

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aludido incurrió en error de derecho por cuanto los declarantes “sí


fueron explícitos, unos menos que otros, sobre el levantamiento de
mejoras por parte de Luis A. Castro Vera, y su especificación”; aserto
que apoya en los extractos que a continuación hace de los
testimonios rendidos por Reinaldo Garcés (f. 6 C. #20), vecino y
conocido del demandado, quien dijo que las reformas a la casa las
inició Uriel Tabares pero las continuó LUIS A. CASTRO y fuera de ello
volteó una acequia “que pasaba por el medio del lote y la puso a
correr por la orilla del lote”, mejoró el ingreso a la finca haciendo
“repartos de agua en concreto o cemento”, hizo alcantarilla, la
portada y “me parece que puso la luz”; José Libardo Cuadros Cuadro s
(f. 2 C. #20), trabajador del Ingenio Pichichí, quien dice que hizo
reparaciones en la casa de la finca por contrato que celebró con su
anterior dueño Uriel Tabares y que cuando la compró Luis A. Castro
fue varias veces y vio una casa con ramada “me parece que también
tenía gallinero”; José Trinidad Enzo Salazar (f. 8 C. #20), quien
expresó que el demandado “le hizo unas mejoras a la casa,
enseguida ha sembrado”; y, Aristides Bejarano Granobles (f. 10 C.
#20), quien manifestó que el demandado le hizo a la casa de
habitación el techo, las paredes, le puso azulejo y le volteó una
acequia.

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Al descartar el Tribunal las versiones referidas para deducir, en


cambio, la ausencia de prueba en torno a las mejoras efectuadas por
el demandado recurrente, infringió las normas procesales
relacionadas al inició del cargo por cuanto olvidó que las decisiones
judiciales se fundan en las pruebas aportadas al proceso, y, además,
incurrió en error de hecho “al no tener en cuenta lo establecido en
las inspecciones judiciales realizadas en los predios y lo
conceptuado por los peritos que rindieron experticio”, pruebas que,
a juicio del censor, acreditan la existencia de las mejoras y que
fueron implantadas por el recurrente.

4. Refiere el censor que en la inspección judicial practicada en el


predio “Santa Ana”, se describió la casa de habitación de la finca y
que en la diligencia realizada al predio “Loma de los Monederos”, el
apoderado de las demandantes reconoció no tener “razón para
sostener” que la casa allí existente hiciera parte del predio; además,
los peritos hicieron los avalúos de dichas mejoras e incluso
señalaron “una edad” de 10 años, “con lo cual queda despejada
cualquier duda sobre quién construyó y levantó tales mejoras”
porque al momento de la elaboración del dictamen en mención, el
demandado LUIS A. CASTRO tenía más de diez años de posesión,
“como lo revela entre otros, la resolución de adjudicación del Incora
expedida en 1976”.

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5. Por último, el censor anota que de no haberse incurrido en los


errores referidos, habría decretado la reivindicación de los predios
reclamados por las demandantes, pero a éstas las habría condenado
“al pago en concreto de las mejoras del predio Santa Ana, con la
correspondiente corrección monetaria, cuyo monto se estableció e n
el plenario; y en abstracto, de las que quedaron evidenciadas en el
lote La Loma de los Monederos, para que se concreten mediante el
incidente autorizado en el artículo 339 del Código de Procedimiento
Civil”.

Consideraciones de la Corte:

1. Previa la observación de que los errores denunciados como causa


del quebranto referido corresponden por las razones que los
sustentan a errores de hecho y no de derecho, como aduce el censor
en relación con la prueba testimonial, cabe señalar de todos modos
que los yerros denunciados no tienen virtualidad para desquiciar la
sentencia impugnada en el punto concreto de mejoras, puesto que
ninguno de ellos puede calificarse de manifiesto o evidente, toda vez
que ni se observan a simple vista ni tienen la contundencia como
para decir que de alguno de los testimonios o del conjunto se
desprende, sin dubitación y como premisa contraria a la que prohijó

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el Tribunal, que las obras existentes en el predio cuya posesión


detenta el recurrente, constituyan mejoras establecidas por éste.

2. Por el contrario, cada una de las pruebas censuradas más bien


corroboran la conclusión del fallador, así: José Libardo Cuadros
Cuadros, sostiene que el anterior propietario, Uriel Tabares, fue
quien lo contrató para reparar la casa de la finca; Reinaldo Garcés,
afirma que Uriel Tabares “le inició unas reformas a la casa de
habitación de la finca, ese trabajo lo estaba haciendo el señor
Libardo Cuadros”, y que luego Luis Castro “le voltió (sic) una
acequia que pasaba por el medio del lote y la puso a correr por la
orilla del lote. También le hizo una obra en la entrada de la finca
consistente en repartos de agua en concreto o cemento, le hizo
alcantarilla, también hizo portada, también me parece que le puso
luz”; José Trinidad Enzo Salazar manifestó que “Don Luis le hizo unas
mejoras a la casa”, sin especificarlas; y Aristides Bejarano Granobles
informó que “Don Luis le hizo unas mejoras a la casa como son
techo, paredes, piso y le puso azulejo, también le voltió (sic) una
acequia que corría por el centro de la propiedad y quedó por la orilla
del cerco”.

De otro lado, en la diligencia de inspección judicial (F. 2 C. #18) se


constató que el predio conocido como “Santa Ana”, ocupado por Luis

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Castro Vera, “tiene casa de habitación, constante de cinco piezas,


cocina, construcción en ladrillo y cemento, pisos de mosaico en
parte y parte en cemento, instalaciones de energía eléctrica y agua
(.....) tiene además un caídizo (sic) que sirve de cocina, con una
pieza y servicios sanitarios para el mayordomo de la finca; una
ramada en ladrillo y cemento, con malla con teja de barro.
Finalmente se anota que al costado sur oriental, existe una casa de
habitación que consta de cuatro alcobas, cocina, corredor, paredes
de adobe pisos de cemento y cubierta con tejas de barro,
instalaciones de agua y energía eléctrica” (f. 5 C. #18).

3. Con vista en esos elementos probatorios, el Tribunal dedujo que


“en lo relativo a mejoras, no habrá reconocimiento por la orfandad
probatoria, porque si bien es cierto, los testigos José Libardo
Cuadros Cuadros, Reynaldo Garcés, José Trinidad Salazar y Aristides
Bejarano, hablan de reparaciones locativas y mejoras; unas
realizadas por el doctor Uriel Tabares y otras por Luis A. Castro,
ninguno de ellos es lo suficientemente explícito para dejar en claro
qué mejoras fueron realizadas por el demandado y en qué
consistieron. De cara a semejante situación, el Tribunal no está en
condición de ordenar el pago de mejoras, por carecer de certidumbre
al respecto; porque de hacerlo caería en lo arbitrario y la

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arbitrariedad debe estar desterrada de las decisiones judiciales” (f.


196, Cuaderno del Tribunal).

4. Total, la apreciación hecha por el Tribunal en torno al material


probatorio que en el punto se concreta únicamente a lo extractado
líneas atrás, no puede tildarse de errónea, ni equivocada de modo
ostensible, como para que sea sustituida por la estimación que
propone el recurrente que no viene a ser, entonces, la única posible;
bien se ve que la decisión del sentenciador en torno a las mejoras
reclamadas no se aparta de las alternativas de razonable apreciación
que ofrece la prueba.

Este cargo, pues, tampoco prospera.

SENTENCIA SUSTITUTIVA

En virtud de haber alcanzado su finalidad las demandas de casación


contra HUMBERTO CAMPO CABAL, JORGE ELIECER HERRERA ESPINOSA,
JAIME EDUARDO y ANA LUCIA ORTEGA CAMPO y Sociedad AGRICOLA
y GANADERA DEL VALLE Ltda, la sentencia proferida en sede de

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apelación por el Tribunal Superior del Distrito Judicial de Buga


deberá ser casada en los apartes pertinentes.

Empero, la Corte antes de dictar el fallo anunciado, con apoyo en los


Arts. 240, 307 y 375 del Código de Procedimiento Civil, ordenará,
de oficio, que, si ello fuere posible, los mismos peritos autores del
dictamen rendido el 18 de mayo de 1987 (fls. 95 a 152 C. # 18)
complementen la experticia para determinar agregar el valor de los
frutos percibidos o que hayan podido percibirse por los demandados
vencidos en el recurso de casación, hasta la fecha.

El fallo a dictarse por la Corte como juzgador de instancia se limitará


a proferir las condenas pertinentes y a reproducir las restantes
decisiones del Tribunal que no se afectan con la definición del
recurso de casación.

DECISION

En mérito de lo discurrido, la Corte Suprema de Justicia, Sala de


Casación Civil, administrando justicia en nombre de la República y
por autoridad de la ley, CASA la sentencia de segunda instancia
dictada el 19 de marzo de 1992 dentro del proceso ordinario arriba

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ESPECIALIZACION EN DERECHO

Procesal Civil

referido, proferida por el Tribunal Superior del Distrito Judicial de


Buga.

Antes de dictar el fallo sustitutivo correspondiente,


RESUELVE:

Disponer la complementación del dictamen pericial rendido el 18 de


mayo de 1987, con el fin de que en un término de 10 días, los
expertos determinen en cantidad exacta, el valor que tuvieron los
frutos percibidos por los demandados contra quienes prosperó este
recurso desde la última fecha que dichos peritos los avaluaron, hasta
la fecha.

Con el fin de que sean adoptadas todas las medidas necesarias para
que tenga cabal cumplimiento esta providencia, con amplias
facultades legales incluidas la de disponer el relevo de los peritos, si
a ello hubiere lugar, y designar otros que los sustituyan, así como
también la de ordenar el traslado del dictamen complementario de
conformidad con el Art. 238 Numeral 4° del Código de Procedimiento
Civil y fijar los honorarios correspondientes, se comisiona al Juzgado
Segundo Civil del Circuito de la ciudad de Buga. Por Secretaría
líbrese despacho con los insertos del caso.

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Condénase en costas del recurso de casación a los demandados que


no obtuvieron éxito en su propia impugnación, las cuales serán
tasadas en su oportunidad.

Cópiese y notifíquese

SILVIO FERNANDO TREJOS BUENO

MANUEL ARDILA VELASQUEZ

NICOLAS BECHARA SIMANCAS

JORGE ANTONIO CASTILLO RUGELES

CARLOS IGNACIO JARAMILLO JARAMILLO

JOSE FERNANDO RAMIREZ GOMEZ

JORGE SANTOS BALLESTEROS

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