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El águila y el escarabajo

Estaba una liebre siendo perseguida por un águila, y viéndose perdida pidió ayuda a un escarabajo,
suplicándole que le salvara. 

Le pidió el escarabajo al águila que perdonara a su amiga. Pero el águila, despreciando la


insignificancia del escarabajo, devoró a la liebre en su presencia.

Desde entonces, buscando vengarse, el escarabajo observaba los lugares donde el águila ponía sus
huevos, y haciéndolos rodar, los tiraba a tierra. Viéndose el águila echada del lugar a donde quiera
que fuera, recurrió a Zeus pidiéndole un lugar seguro para depositar sus futuros pequeñuelos.

Le ofreció Zeus colocarlos en su regazo, pero el escarabajo, viendo la táctica escapatoria, hizo una
bolita de barro, voló y la dejó caer sobre el regazo de Zeus. Se levantó entonces Zeus para
sacudirse aquella suciedad, y tiró por tierra los huevos sin darse cuenta. Por eso desde entonces,
las águilas no ponen huevos en la época en que salen a volar los escarabajos.

Esopo

El caballo y el asno

Un hombre tenía un caballo y un asno. Un día que ambos iban camino a la ciudad, el asno,
sintiéndose cansado, le dijo al caballo:

-- Toma una parte de mi carga si te interesa mi vida.

El caballo haciéndose el sordo no dijo nada y el asno cayó víctima de la fatiga, y murió allí mismo.
Entonces el dueño echó toda la carga encima del caballo, incluso la piel del asno. Y el caballo,
suspirando dijo:

-- ¡ Qué mala suerte tengo ! ¡ Por no haber querido cargar con un ligero fardo ahora tengo que
cargar con todo, y hasta con la piel del asno encima !

La zorra y la liebre

Dijo un día una liebre a una zorra:

-- ¿Podrías decirme si realmente es cierto que tienes muchas ganancias, y por qué te llaman la
"ganadora" ?

-- Si quieres saberlo -- contestó la zorra --, te invito a cenar conmigo.

Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a casa de doña zorra vio que no había más cena que la
misma liebre. Entonces dijo la liebre:
-- ¡ Al fin comprendo para mi desgracia de donde viene tu nombre: no es de tus trabajos, sino de
tus engaños !

Nunca le pidas lecciones a los tramposos, pues tú mismo serás el tema de la lección.

Esopo

El ratón y la rana

Un ratón de tierra se hizo amigo de una rana, para desgracia suya. La rana, obedeciendo a
desviadas intenciones de burla, ató la pata del ratón a su propia pata. Marcharon entonces
primero por tierra para comer trigo, luego se acercaron a la orilla del pantano. La rana, dando un
salto arrastró hasta el fondo al ratón, mientras que retozaba en el agua lanzando sus conocidos
gritos. El desdichado ratón, hinchado de agua, se ahogó, quedando a flote atado a la pata de la
rana. Los vio un milano que por ahí volaba y apresó al ratón con sus garras, arrastrando con él a la
rana encadenada, quien también sirvió de cena al milano.

Toda acción que se hace con intensión de maldad, siempre termina en contra del mismo que la
comete.

Esopo

El león y el ratón

Dormía tranquilamente un león, cuando un ratón empezó a juguetear encima de su cuerpo.


Despertó el león y rápidamente atrapó al ratón; y a punto de ser devorado, le pidió éste que le
perdonara, prometiéndole pagarle cumplidamente llegado el momento oportuno. El león echó a
reir y lo dejó marchar.

Pocos días después unos cazadores apresaron al rey de la selva y le ataron con una cuerda a un
frondoso árbol. Pasó por ahí el ratoncillo, quien al oir los lamentos del león, corrió al lugar y royó
la cuerda, dejándolo libre.

-- Días atrás -- le dijo --, te burlaste de mí pensando que nada podría hacer por tí en
agradecimiento. Ahora es bueno que sepas que los pequeños ratones somos agradecidos y
cumplidos.

Nunca desprecies las promesas de los pequeños honestos. Cuando llegue el momento las
cumplirán.

Esopo
El ratón de campo y el ratón de ciudad 

Jean de la Fontaine

  Invitó el ratón de la corte a su primo del campo con mucha cortesía a un banquete de huesos de
exquisitos pajarillos, contándole lo bien que en la ciudad se comía. Sirviendo como mantel un tapiz
de Turquía, muy fácil es entender la vida regalada de los dos amigos.
 Pero en el mejor momento algo estropeó el festín:
En la puerta de la sala oyeron de pronto un ruido y vieron que asomó el gato. Huyó el ratón
cortesano, seguido de su compañero que no sabía dónde esconderse.
   Cesó el ruido; se fue el gato con el ama y volvieron a la carga los ratones. Y dijo el ratón de
palacio:
-- Terminemos el banquete.
-- No. Basta -- responde el campesino --. Ven mañana a mi cueva, que aunque no me puedo dar
festines de rey, nadie me interrumpe, y podremos comer tranquilos. ¡ Adiós pariente ! ¡Poco vale
el placer cuando el temor lo amarga !
 
No quieras vivir rodeado de bienes, si ellos van a ser la causa de tu desdicha.

La zorra y la cigüeña

Jean de la Fontaine
 
   Sintiéndose un día muy generosa, invitó doña zorra a cenar a doña cigüeña. La comida fue breve
y sin mayores preparativos. La astuta raposa, por su mejor menú, tenía un caldo ralo, pues vivía
pobremente, y se lo presentó a la cigüeña servido en un plato poco profundo. Esta no pudo probar
ni un sólo sorbo, debido a su largo pico. La zorra en cambio, lo lamió todo en un instante.
Para vengarse de esa burla, decidió la cigüeña invitar a doña zorra.
 -- Encantada -- dijo --, yo no soy protocolaria con mis amistades.
 Llegada la hora corrió a casa de la cigüeña, encontrando la cena servida y con un apetito del que
nunca están escasas las señoras zorras. El olorcito de la carne, partida en finos pedazos, la
entusiasmó aún más. Pero para su desdicha, la encontró servida en una copa de cuello alto y de
estrecha boca, por el cual pasaba perfectamente el pico de doña cigüeña, pero el hocico de doña
zorra, como era de mayor medida, no alcanzó a tocar nada, ni con la punta de la lengua. Así, doña
zorra tuvo que marcharse en ayunas, toda avergonzada y engañada, con las orejas gachas y
apretando su cola.
   Para vosotros escribo, embusteros: ¡Esperad la misma suerte !
 
No engañes a otros, pues bien conocen tus debilidades y te harán pagar tu daño en la forma que
más te afectará.
EL LEÓN Y EL RATÓN

Jean de la Fontaine

Saliendo de su agujero harto aturdido, un ratoncillo fue a caer justo en las garras del león. El rey
de los animales, demostrando su poder, le perdonó la vida. Su generosidad no fue en vano,
porque ¿quien hubiera creído que el león pudiera necesitar un día de la gratitud de un sencillo
ratoncillo?
Sucedió que en cierta ocasión en que el león salió de su selva, cayó en unas redes, de las cuales no
podía librarse con sus fuertes rugidos. Lo oyó el ratoncillo, y acudió al sitio. Trabajó tan bien con
sus pequeños dientes, que una vez roída una malla, el león terminó de desgarrar la trama entera.
 
En ciertos casos pueden más la paciencia y el tiempo que la ira y la fuerza.
  Y una buena acción, en algún momento tiene su recompensa.

EL SOL Y LAS RANAS

Jean de la Fontaine
 
Las Ranas decidieron celebrar un consejo. Estaban muy asustadas. El Sol había dicho que iba a
cambiar su rumbo. Que sólo calentaría la Tierra durante seis meses al año; los otros serían de
oscuridad y frío.
---¿Qué será de nosotras? -alegaban consternadas-; se secarán las charcas, los ríos...No podremos
echarnos panza arriba a calentarnos; desaparecerán los insectos que nos alimentan. ¡No es justo!
¡Tenemos que protestar seriamente!
Elevaron sus clamores, y entonces una voz les respondió:
---¿Sólo por ustedes...por su bienestar, desean que el Sol siga alumbrando y calentando la Tierra
todo el año?
---¿Y por qué tenemos que desearlo por alguien más? -contestaron sorprendidas.
 
Así sucede. Somos tan egoístas que sólo pensamos en nosotros mismos.
La liebre y la tortuga

Jean de la Fontaine

Una Liebre y una Tortuga hicieron una apuesta. La Tortuga dijo: -A que no llegas tan pronto como
yo a este árbol...

---¿Que no llegaré? -contestó la Liebre riendo-. Estás loca. No sé lo que tendrás que hacer antes de
emprender la carrera para ganarla.

---Loca o no, mantengo la apuesta.

Apostaron, y pusieron junto al árbol lo apostado; saber lo que era no importa a nuestro caso, ni
tampoco quién fue juez de la contienda.

Nuestra Liebre no tenía que dar más que cuatro saltos. Digo cuatro, refiriéndome a los saltos
desesperados que da cuando la siguen ya de cerca los perros, y ella los da muy contenta y sus
patas apenas se ven devorando el yermo y la pradera.

Tenía, pues, tiempo de sobra para pacer, para dormir y para olfatear el tiempo. Dejó a la tortuga
andar a paso de canónigo. Ésta partió esforzándose cuanto pudo; se apresuró lentamente. La
Liebre, desdeñando una fácil victoria, tuvo en poco a su contrincante, y juzgó que importaba a su
decoro no emprender la carrera hasta la última hora. Estuvo tranquila sobre la fresca hierba, y se
entretuvo atenta a cualquier cosa, menos a la apuesta. Cuando vio que la Tortuga llegaba ya a la
meta, partió como un rayo; pero sus patas se atoraron por un momento en el matorral y sus bríos
fueron ya inútiles. Llegó primero su rival.

---¿Qué te parece? -le dijo riendo la Tortuga-. ¿Tenía o no tenía razón? ¿De qué te sirve tu agilidad
siendo tan presumida? ¡Vencida por mí ¿Que te pasaría si llevaras, como yo, la casa a cuestas?

  La idea de nuestra superioridad nos sirve con frecuencia. No llega a la meta más pronto quien
más corre.

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