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Frankenstein Símbolos, Alegoría y Motivos

Alegoría: Prometeo
Como se analiza en la sección de Temas Principales, Víctor Frankenstein es una alegoría de la figura mítica de
Prometeo. Así como este último le roba el fuego a los dioses y es castigado por eso, Frankenstein descubre el
secreto para crear vida, y sufre luego a raíz de ese descubrimiento.

Motivo: la poesía
Shelley intercala citas y referencias a la poesía a lo largo de la novela, agregando un nivel de conciencia
artística a una novela que pretende ser esencialmente testimonial.

Motivo: el Génesis
La creación del monstruo en manos de Frankenstein puede ser leída como una alegoría de la historia de la
creación del Génesis, en la que Dios crea a Adán. Como sucede en esa historia, Frankenstein crea a su
criatura en base a su propia imagen (o sea, aquella de un humano, por más grotesco que resulte), y le da
vida a su creación
Motivo: las cartas
La novela está profundamente preocupada por la evidencia y el testimonio directo en relación con los
eventos. Como tal, la prueba de comunicación entre personas a menudo se transmite en forma de cartas,
tanto dentro de la historia (por ejemplo, el monstruo que muestra cartas de su educación a Frankenstein)
como en el marco (es decir, la interfaz más directa entre el lector y la historia es la colección de cartas de
Walton a su hermana).
Motivo: la retrospección
La novela es explícitamente retrospectiva en todos sus niveles: Walton está relatando eventos que ya han
sucedido en sus cartas a su hermana; Frankenstein le está contando su historia a Walton; el monstruo está
contando su pasado a Frankenstein. Como tal, el tono de la narración es generalmente muy consciente de sí
mismo y autoreferencial: expresa arrepentimiento por lo sucedido, imagina cómo los acontecimientos
podrían haber sido diferentes, etc.
Frankenstein Metáforas y Símiles
Símil: "Llegó como un espíritu protector para la pobre joven, que se puso en sus manos" (Capítulo I)
Como la expresión común que se refiere a alguien como un "ángel guardián", este símil compara la
compasión y el cuidado que Frankenstein padre le ofrece a Caroline con la imagen de un bendecido espíritu
que la ayuda.
Símil: "La piadosa alma de Elizabeth brillaba como lámpara sagrada en nuestro hogar apacible" (Capítulo
II)
Aquí, Frankenstein compara la compasión y la bondad de Elizabeth con una luz sagrada venciendo la
oscuridad.
Símil: " Además, al trazar el cuadro de mis primeros años, incluyo también aquellos acontecimientos que
condujeron, de manera imperceptible, a mi posterior desventura, pues cuando trato de explicarme el
nacimiento de esa pasión que después dominó mi destino, la veo surgir como un río de montaña de fuente
innoble y casi ignorada; pero, creciendo a medida que avanza, se convirtió en un torrente que fue
arrasando a su paso todas mis esperanzas y alegrías" (Capítulo II)
Frankenstein compara su fascinación con la reanimación con un río de montaña: como este, tiene una fuente
única (los libros de alquimia y la desaprobación de su padre) y sigue una corriente que lo ha arrastrado hacia
su destino.
Símil: "Se cuenta que sir Isaac Newton decía que se sentía como un niño cogiendo conchas junto al
inmenso e inexplorado océano de la verdad" (Capítulo II)
Frankenstein usa este símil para expresar el sentimiento de curiosidad infantil, humildad y capacidad de
sorpresa que (según Newton) acompaña el aprendizaje de pequeñas verdades acerca del vasto universo a
través de la ciencia.
Símil: "Lo que había sido el objeto de estudio y de deseo de los hombres más sabios desde la creación del
mundo, estaba ahora en mis manos. No es que tuviese todo de pronto ante mí, como en un escenario
mágico: más que revelarme el objeto en sí de mi investigación, la información que había obtenido podía
guiar mis esfuerzos tan pronto como los orientase hacia él. Yo era como el árabe al que enterraron con los
muertos, y encontró un acceso hacia la vida con la ayuda tan solo de una luz parpadeante y sin
importancia aparente" (Capítulo IV)
Según Frankenstein, su búsqueda de conocimiento acerca de la creación de la vida fue lenta, gradual y
tediosa, como si fuera un hombre atravesando un oscuro túnel usando una luz minúscula.
Frankenstein Ironía
Lo grotesco del monstruo
El objetivo de Frankenstein era crear una criatura hermosa, pero la realidad de su creación resultó muy
alejada de este objetivo. Finalmente, creó algo grotesco. Él mismo describe esto cuando relata el evento de
creación a Walton: "¡Cómo expresar mis emociones ante aquella catástrofe, ni describir al desdichado que
con tan infinitos trabajos y cuidados me había esforzado en formar! Sus miembros eran proporcionados; y
había seleccionado unos rasgos hermosos para él. ¡Hermosos! ¡Dios mío! Su piel amarillenta apenas cubría la
obra de sus músculos y arterias que quedaban debajo; el cabello era negro, suelto y abundante; los dientes
tenían la blancura de la perla; pero estos detalles no hacían sino contrastar espantosamente con unos ojos
aguanosos que parecían casi del mismo color blancuzco que las cuencas que los alojaban, una piel
apergaminada, y unos labios estirados y negros".
(Capítulo V).
La elocución del monstruo
Gracias en gran medida a su aprendizaje mediante El Paraíso perdido, el monstruo habla un elocuente inglés,
demostrando una maestría del lenguaje que uno no esperaría considerando su monstruosa apariencia.
La responsabilidad de Frankenstein por la muerte de William
Frankenstein buscaba usar la ciencia para crear vida. Sin embargo, es su creación la que lleva a la muerte a
uno de los miembros de su propia familia.
El progreso como una fuerza destructiva
Uno esperaría que el progreso científico fuera socialmente productivo. Sin embargo, el logro de Frankenstein
de crear vida solo lleva a la muerte y el sufrimiento, tanto para su creación como para el mundo que lo
rodea.
Frankenstein Imágenes
Los paisajes psicológicos
Especialmente en la narración de Frankenstein, la descripción del paisaje refleja a menudo su estado mental
en el momento de los hechos. Tómese, por ejemplo, la mañana después de que le da vida al monstruo y se
va de su casa:
La mañana, triste y húmeda, clareó al fin y reveló a mis insomnes y doloridos ojos la iglesia de Ingolstadt, su
blanco campanario y su reloj, que señalaba la sexta hora. El portero abrió la verja del patio, que esa noche
había sido mi refugio, y salí a las calles, recorriéndolas con paso apresurado, como si tratara de eludir al
desdichado con el que temía tropezarme en cada recodo. No me atrevía a regresar al aposento donde
residía, sino que me sentía impulsado a seguir huyendo, calado por la lluvia que caía de un cielo negro y
desabrido.
(Capítulo V).
La pérdida del 'refugio' de la noche y el clima sombrío y húmedo hacen eco del cansancio y la ansiedad de
Frankenstein.
El paso del tiempo
Ciertas imágenes se utilizan para poner énfasis en el paso del tiempo. Esto es lo que sucede cuando
Frankenstein regresa a su casa desde la universidad después de la muerte de William, y mira un retrato de su
madre:
Seis años habían transcurrido, habían volado como un sueño, aparte de aquel rastro imborrable, y me
encontraba en el mismo lugar donde mi padre me había abrazado por última vez, antes de partir para
Ingolstadt. ¡Amado y venerable padre mío! Aún vivía para mí. Contemplé el cuadro de mi madre colgado
sobre la chimenea. Era un motivo histórico, pintado por deseo de mi padre, y representaba a Caroline
Beaufort en una agonía de desesperación, arrodillada ante el ataúd de su padre muerto. Sus ropas eran
rústicas y sus mejillas estaban pálidas; pero había en ella un aire de dignidad y belleza que apenas consentía
un sentimiento de compasión.
(Capítulo VII).
Las imágenes enfocadas en el pasado funcionan como un enlace entre la historia de Frankenstein y lo que
debe enfrentar en el presente.
Las manifestaciones físicas de las emociones
Los estados internos de Frankenstein son expresados a través de imágenes y de un rico lenguaje descriptivo.
Considérese, por ejemplo, el momento después de que Justine haya sido condenada por la muerte de
William, cuando Frankenstein es vencido por la culpa de su propio crimen, es decir, por haber creado al
monstruo:
La sangre fluía libremente por mis venas, pero un peso de desesperación y remordimiento que nada podía
aliviar me agobiaba el corazón. El sueño huía de mis ojos; yo vagaba como un espíritu maligno, pues había
cometido acciones indeciblemente horribles, y (estaba convencido) aún cometería más, muchas más.
(Capítulo IX).
La naturaleza sublime
El escenario natural, particularmente en la escena previa al encuentro de Frankenstein con su monstruo en
la cima de la montaña, subsume la naturaleza humana dentro del alcance más grande y aterrador del
universo. Esto tiene un efecto aleccionante y reconfortante en Frankenstein, como lo señala en este pasaje:
Estuve en las fuentes del Ankiron, que toman sus aguas de un glaciar que desciende lento desde la cima de
los montes hasta la barrera del valle. Delante tenía las abruptas laderas de unas montañas inmensas; la
muralla helada del glaciar se alzaba imponente por encima de mí; no lejos, se veían algunos pinos
destrozados, y tan solo turbaba el solemne silencio de esta sala gloriosa de la naturaleza el alboroto de las
aguas, la caída de algún enorme fragmento, el ruido atronador de los aludes o el crujido, multiplicado por el
eco de las montañas, del hielo acumulado que, merced a la acción silenciosa de leyes inmutables, se hendía y
desgarraba de cuando en cuando como un juguete en manos de ellas. Estos escenarios sublimes y magníficos
me proporcionaron el mayor consuelo que podía recibir. Me elevaron por encima de toda mezquindad de
sentimientos y, aunque no borraron mi dolor, lo dulcificaron y mitigaron.
(Capítulo X).
Frankenstein Frankenstein: libre albedrío, determinismo, culpabilidad, conductismo

Uno de los aspectos particularmente interesantes de Frankenstein es su exploración del libre albedrío y del
determinismo. Este debate pone en cuestión, en términos generales, si somos realmente capaces de elegir
cómo actuamos o si nuestras acciones, en cambio, están predeterminadas, totalmente fuera de nuestro
control. Esta cuestión ha sido discutida por filósofos desde la Antigua Grecia, y la novela de Shelley utiliza la
ciencia ficción para llevar el debate a un contexto moderno.

Lo que hace que la cuestión del libre albedrío y el determinismo sea particularmente notable en
Frankenstein es el hecho de que, por estipulación de Frankenstein, la creación de su monstruo fue
totalmente determinada por él: descubrió el procedimiento científico preciso que respaldaba cada paso
hasta la creación del monstruo. Este diseño procedimental de un ser vivo nos facilita la conclusión de que el
monstruo, como entidad, ha sido completamente diseñado por Frankenstein y, lo que es más importante,
que el monstruo no es en última instancia responsable de sus acciones, ya que no podía elegir otras.

Es cierto, por supuesto, que el monstruo aprende después de su creación. Sin embargo, la historia sugiere
que este proceso de aprendizaje solo sirve para determinar el comportamiento del monstruo de manera
exógena. Es decir, el monstruo dice que aprendió a sentir y pensar sobre las cosas a través de los libros El
Paraíso perdido, Las vidas de Plutarco y Las penas del joven Werther. Entonces, si bien Frankenstein puede
no ser totalmente responsable de las acciones de su monstruo, aún así pareciera que el monstruo tampoco
lo es.

Ésta es otra forma en la que se hace parecer al monstruo conceptualmente distante de la humanidad: como
el lector tiene conocimiento de la invención del monstruo, podemos suponer fácilmente que sus acciones
están determinadas y, por lo tanto, lo vemos mucho más como un autómata complejo que como un humano
extremadamente feo. Sin embargo, la novela complejiza este tema: aunque el monstruo pueda parecer
distinto de la humanidad por esta razón, ¿lo distingue esto realmente de la misma?

El paralelismo que se desarrolla en la novela sugiere que los humanos pueden funcionar de la misma manera
que el monstruo. Tanto Frankenstein como el monstruo explican sus acciones al describir sus orígenes y las
diferentes fuerzas externas que los influenciaron. La única diferencia es que sabemos explícitamente que
Frankenstein construyó el monstruo. No obstante, si nos detenemos y consideramos a Frankenstein,
sabemos que él también fue creado: simplemente es fruto de dos padres en lugar de un solo científico. ¿Es
esta diferencia conceptualmente significativa? Quizás no: en ambos casos, la ciencia por la cual se creó el
organismo determina en gran medida, junto con las influencias externas, cómo se comportará.

Esta es esencialmente una tesis del conductismo: la noción de que las acciones de las personas se programan
en base a una combinación de su biología y de la retroalimentación ambiental. Hoy en día, tal visión se
considera reduccionista con respecto a la naturaleza humana, pero lo que Frankenstein subraya de manera
relevante es que nuestras acciones, al menos en algún grado, no se conciben puramente como una función
de nuestra propia autoría. Las personas, la literatura y nuestro entorno en general nos impulsan a actuar y
pensar de maneras específicas, y tal vez, en este sentido, deberíamos ampliar nuestra concepción de qué y a
quién, precisamente, debemos culpar por las acciones de cualquier persona.
Frankenstein El doctor Jekyll y Frankenstein
Por Theoderek Wayne.

Tanto El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, como Frankenstein, de Mary
Shelley, cuentan historias que advierten sobre científicos que abusan de sus poderes creativos para existir en
otra esfera, donde no se los pueda culpar directamente por sus acciones. Aunque la creación de
Frankenstein es en verdad una "criatura" distinta de su creador, mientras que el doctor Jekyll se transforma
de hecho en Mr. Hyde, el "doble" de cada protagonista se hace cada vez más violento a lo largo de la
historia. Al hacerlo, simbolizan los deseos reprimidos de sus creadores en una sociedad sofocante.

Las historias tienen estructuras paralelas en tres importantes sentidos. En primer lugar, tanto el doctor Jekyll
como Frankenstein son científicos que, aunque bien integrados en la sociedad, se ven restringidos y, a
menudo, se alienan. Cada uno se crea un alter ego para experimentar sus pasiones liberadas; Hyde lo hará
por Jekyll y la criatura, por Frankenstein. Jekyll crea su doble con objetivos malvados, y Frankenstein crea el
suyo con la idea de construir un ser supremo. Sin embargo, se podría argumentar que Frankenstein desea
inconscientemente que su creación cometa actos pecaminosos. Las primeras víctimas de Hyde y de
Frankenstein son niños. Cada uno de ellos evoluciona con el tiempo y desarrolla sus violentas tendencias,
que culminan en el asesinato de un hombre muy estimado, el caso de Hyde, y de la familia y los amigos de
Frankenstein, en el caso de la "criatura".

La primera mención del doctor Jekyll tiene lugar en una discusión entre sus grandes amigos, Lanyon y
Utterson, cuyos nombres implican una sociedad tradicional y compleja. "Utterson" combina tanto "utter"
("total", "absoluto" en inglés), connotando un discurso reprimido, con "son" ("hijo"), definiendo una
estructura social patriarcal, y "Lanyon" proyecta imágenes de cañones expansivos, notablemente ausentes
en las grises y brumosas imágenes de la Londres de Stevenson. Lanyon admite que ya no ve mucho a Jekyll.
Según él, Jekyll "empezó a descarriarse, a extraviársele la mente; y aunque, por supuesto, sigo
interesándome por él en recuerdo de los viejos tiempos, como suele decirse, lo veo y lo he visto la mar de
poco". Las asociaciones de Jekyll con imágenes demoníacas y demenciales contrastan con la sociedad
refinada de la que lucha por liberarse. Su aislamiento auto-impuesto es la forma menos dañina que usa para
mostrar su descontento con la sociedad.

Del mismo modo, Frankenstein también se aísla. Bajo el pretexto de proteger a sus amigos y a su prometida
de la criatura que lo acecha, el científico decide irse de Inglaterra en lugar de casarse: "Emprendía el viaje
por propia iniciativa, y Elizabeth estaba de acuerdo por esa razón; pero le llenaba de inquietud la idea de que
pudiese sufrir, lejos de ella, los asaltos de la desdicha y del dolor" (Capítulo XVIII). Sin embargo, Frankenstein
no puede ser atravesado por la misma emoción: "Solo me acordé —y la idea me produjo una profunda
agonía— de encargar que empaquetasen mis instrumentos químicos para llevarlos conmigo". Frankenstein
también tiene una inclinación a trabajar solo. Como el doctor Jekyll, está emocionalmente separado de una
sociedad que espera que cumpla con ciertas obligaciones, y responde con un consecuente desapego físico.

Tanto Hyde como la criatura eligen niños como primeras víctimas. Según un testigo ocular, Hyde "pisoteó
tranquilamente el cuerpo de la niña y la dejó tendida en el suelo chillando (...) Estaba completamente
tranquilo y no opuso resistencia, pero me echó una mirada tan desagradable que me hizo sudar tanto como
la carrera que acababa de darme". Hyde es un personaje deformado que evoca horror y disgusto en aquellos
que tienen contacto con él. Se desata en este encuentro aparentemente casual, pero el hecho de que
pisotee el cuerpo de una niña, símbolo de inocencia que habrá encontrado su rostro lleno de cicatrices
doblemente repugnante, es señal de su profundo descontento con su entorno y con su propia psique. La
reacción que provoca entre la multitud confirma sus tendencias masoquistas. Como informa un testigo
ocular: "Nunca he visto un conjunto de rostros tan odiosos; y el hombre estaba en medio, con una especie
de perversa y socarrona frialdad… asustado también, como pude percibir… pero salió airoso del asunto como
un verdadero Satanás". El nombre mismo, "Hyde", tiene un doble significado: un escondite ("hide" en
inglés), un refugio donde el doctor Jekyll puede encerrarse a sí mismo, y la piel de un animal ("hide" también
puede traducirse como "cuero"). Hyde es increíblemente bestial; se evocan elementos simiescos cuando se
lo describe en una confrontación posterior: "Mr. Hyde perdió los estribos y lo derribó al suelo a garrotazos. Y
un momento después, empezó a pisotear a su víctima con furia simiesca, y le descargó una andanada de
golpes (...)". Palabras como "estribos", "garrotazos"y "furia simiesca" refuerzan la idea del lector de que
Hyde es un salvaje completamente primitivo, y la repetición del "pisoteo" sirve como un excelente pequeño
leitmotiv. Aunque Hyde pisotea a sus víctimas, ¿no ha sido pisoteado de la misma manera por la opresiva
sociedad que lo condena con solo verlo?

La criatura asesina al hermano menor de Frankenstein, pero también él es arrastrado a este curso de acción
por una sociedad que lo desprecia. La criatura espía a una familia y aprende el lenguaje humano, las
costumbres y la historia. En estos episodios, nos recuerda a un niño o a un hombre prehistórico,
descubriendo primero el fuego, luego fragmentos de lenguaje y finalmente las emociones. Se enfrenta al
anciano padre de familia y predice su destino en caso de no ser aceptado por ellos: "Me siento lleno de
temores; porque si fracaso, seré un proscrito en el mundo para siempre". Cumpliendo su profecía, el resto
de la familia irrumpe: "¿Cómo describir el horror y la consternación que mostraron al verme?". El estatuto
de la criatura como paria difiere en un aspecto importante del de Hyde: aunque ambos poseen apariencias
repugnantes, el alma de la criatura, al menos al comienzo de su vida, es pura, mientras que el corazón negro
de Hyde se ve en su rostro.

Tanto Hyde como la criatura se vuelven cada vez más viciosos y reacios a la sociedad. El segundo incidente
de Hyde es el asesinato de un "anciano y guapo caballero de pelo cano", precisamente aquello que nunca
podrá ser (26). Hyde usa un bastón para golpear a su víctima hasta la muerte: "El bastón con que se había
llevado a cabo aquella acción, aunque era de cierta madera poco común, muy dura y pesada, se había
partido por la mitad bajo el ímpetu de aquella crueldad insensata; y una de sus mitades astilladas había
rodado hasta la alcantarilla más próxima… la otra, sin duda, se la había llevado el asesino". El bastón partido,
que había sido un regalo de Utterson a Jekyll, enfatiza aún más la dualidad de la naturaleza del hombre, y el
destino de una de las mitades, la alcantarilla, esboza la visión de Stevenson de tal naturaleza. Como confiesa
Jekyll, "Era el primero que podía, de esta manera, aparecer públicamente revestido de una cordial
respetabilidad, y un instante después, como un colegial, despojarme de aquellos préstamos y tirarme de
cabeza al mar de la libertad. Y sin embargo, envuelto en un manto impenetrable, para mí la seguridad era
completa. Imagínate… ¡ni siquiera existía!". Hyde se ha liberado completamente y ha desahogado su furia
contra la sociedad en Sir Danvers Carew; ha pasado de disfrutar de ciertos placeres traviesos a convertirse
en un atacante de niños primero y un asesino de pleno derecho después. Representa la propia naturaleza
oscura de Jekyll, transformando el bastón, un regalo que alguna vez simbolizó un vínculo social, en un arma
que desgarra su entorno.

La criatura lleva a cabo una serie de asesinatos en el seno de la familia de Frankenstein. La reacción de
Frankenstein ante el asesinato de su amigo Clerval revela que él también tenía tal vez ese lado malvado
según el cual no podía actuar: "¿También a ti, mi queridísimo Henry, te han privado de la vida mis
maquinaciones asesinas? Ya he destruido a otros seres; otras víctimas aguardan su destino; pero tú, Clerval,
mi amigo, mi benefactor…". Aunque este discurso podría interpretarse como la primera suposición de
culpabilidad, aunque indirecta, de Frankenstein, también se podría leer como una admisión de que él mismo
ha estado detrás de cada asesinato desde el inicio. Él no es tan consciente como Jekyll de su propio deseo de
maldad, pero su lado monstruoso se manifiesta en su tendencia al aislamiento y en su complejo de dios, que
revelan su deseo de una nueva sociedad.

Las dificultades de Hyde y de la criatura siguen caminos similares, pero sus motivos parecen algo diferentes.
Jekyll inventó a Hyde para sumergirse en una realidad en la que podía mostrar su psique malvada.
Frankenstein creó a la criatura como una suerte de súper-hombre, un prototipo de una sociedad mejor.
Frankenstein fue publicado en 1818, Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en 1886. El libro de Stevenson quizás marque el
fin del romanticismo como un estilo literario viable en los tiempos modernos. Aunque la maldad de
Frankenstein está oculta por la culpa y por una posición aparentemente destacada en la sociedad, la de
Jekyll es absolutamente evidente. Frankenstein es un hombre en la sombra, sin líneas divisorias claras,
mientras que Jekyll es un personaje en blanco y negro con un subconjunto de colores dentro de sus
dicotomías. Basándose en la historia de Shelley, Stevenson refleja tanto un nuevo movimiento literario como
un nuevo estudio psicológico.
Frankenstein Egotismo, gloria personal y la búsqueda de la inmortalidad
Tanto Víctor Frankenstein como el explorador del Ártico Robert Walton, cuyas cartas abren la novela,
poseen una insaciable sed de privilegiado conocimiento de aquellas cosas que son aún desconocidas para el
hombre común. Shelley establece cierto paralelismo entre sus historias: ambas constituyen un fracaso, y
sufren el mismo defecto fatal. Walton, un viajero, explora los secretos de la tierra natural en compañía de un
grupo de hombres en la misma misión. Víctor trabaja en soledad para penetrar en los secretos de una
naturaleza metafísica: el principio de la vida. Aunque exploran reinos completamente diferentes, Walton y
Víctor están unidos por una causa común. Los dos desean ampliar el conocimiento de la humanidad y
glorificar su propio nombre.
En sus cartas subsiguientes, Walton habla de su intrépida tripulación, presentando primero brevemente a su
lugarteniente, a quien describe como "terriblemente deseoso de gloria" (Carta II). Es evidente que Walton
asume que su tripulación tiene la misma pasión que él por este viaje, y que sacrificarían voluntariamente sus
vidas por la causa. La suposición de Walton es espectacularmente incorrecta, y lo revela totalmente
ignorante de las verdaderas motivaciones de su tripulación. Walton continúa diciendo que la vida de un
hombre sería "un precio pequeño a pagar" (Carta IV) por el éxito de la expedición y el avance de toda la
especie.
Víctor Frankenstein desea adquirir conocimiento oculto a los ojos del hombre común. Habla de librar al
mundo de la enfermedad como un medio para hacer al hombre inmortal. Aunque su altruismo parece
genuino, la gloria personal que su descubrimiento le proporcionaría domina sus pensamientos. Aspira a los
poderes absolutos e ilimitados de un dios y se cree un genio, con una tendencia natural a descubrir el
secreto de la vida misma. Le declara a Walton que los esfuerzos de los hombres con su extraordinaria
inteligencia, "aunque erróneamente orientados" (Capítulo III), casi siempre proporcionan nuevos beneficios
para la humanidad.
La investigación de Frankenstein, así como el deseo de fama que la anima, lo embelesan tanto que descuida
a su familia y a sus amigos. Trabaja en soledad y así, aislado, se vuelve incapaz de resistir su obsesión. La
calidad obsesiva de sus labores se manifiesta en su descripción de sí mismo a través de palabras tales como
"infatigable", "dedicado", "torturado", "irresistible", "frenético". Admite haber "palidecido con el estudio" y
"enflaquecido con la reclusión". Estaba tan concentrado en sus esfuerzos que "parecía haber perdido por
completo el alma y la sensibilidad, salvo para ese objetivo" (Capítulo IV).
Víctor Frankenstein muere habiendo fracasado, insistiendo en que su destino es un "accidente de las
circunstancias, el resultado de un conocimiento insuficiente, o una imperfección en la naturaleza misma"
(Kiely, 160). Aunque le dice a Walton que "evite la ambición" (Capítulo XXIV), culpa a la naturaleza misma
por su fracaso y no se responsabiliza por los efectos catastróficos de su egoísta búsqueda. En el mundo
de Frankenstein,  de Mary Shelley, la redención (al menos para los meros hombres) sigue siendo imposible.

Personificación
La naturaleza como fuerza es a menudo personificada en el texto. Un ejemplo de esto es cuando
Frankenstein viaja por del campo tras la ejecución de Justine:
"Delante tenía las abruptas laderas de unas montañas inmensas; la muralla helada del glaciar se alzaba
imponente por encima de mí; no lejos, se veían algunos pinos destrozados, y tan solo turbaba el solemne
silencio de esta sala gloriosa de la naturaleza el alboroto de las aguas, la caída de algún enorme fragmento,
el ruido atronador de los aludes o el crujido, multiplicado por el eco de las montañas, del hielo acumulado
que, merced a la acción silenciosa de leyes inmutables, se hendía y desgarraba de cuando en cuando como
un juguete en manos de ellas."
(Capítulo X).

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